Tú, Mi Obsesión (+18)

Autor: AmyWelch
Género: + 18
Fecha Creación: 03/08/2012
Fecha Actualización: 27/11/2014
Finalizado: SI
Votos: 19
Comentarios: 72
Visitas: 104648
Capítulos: 29

Edward es un millonario obsesionado con Isabella Swan. Cuando ambos mantienen una relación Isabella se ve sumida por la vigilancia extrema, celos enfermos, el dinero infinito y la megalomanía de Edward Cullen, está dispuesta a soportarlo todo, hasta que se da cuenta de que Edward es el culpable de la muerte de su novio. Pero ella no sabe, que el último plan de Edward es dejarla ir.

Las y los invito a leer mi otra historia:

De Los Bosques De Noruega:

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3402

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Capítulo 18: Si Vis Pacem, Para Bellum

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía.

¡Hola de nuevo! Perdón por no actualizar antes pero ya saben, con estos climas tan locos que están haciendo no se sabe si va a hacer frío o calor y bueno… me enfermé terrible de pulmonía y no podía respirar. Tuve que ir al hospital y me internaron nenas, no podía escribir casi nada y lo que escribía no me gustaba. Escribí este capítulo cinco veces pero simplemente… era terrible. Preferí tardarme mucho tiempo y darles un buen capítulo que pudieran disfrutar a haber actualizado pronto con un capítulo sin gracia ni historia.

Un beso a mi beta Beakis, perdón por haberme desaparecido nena. Te quiero mucho. ;)

¡A leer!

Pies no me fallen ahora
Llévenme a la línea de meta
Oh mi corazón se rompe a cada paso que doy
Pero estoy esperando en las puertas
Que me digan que eres mío

Caminando por las calles de la ciudad
¿Esto es por error o decisión?
Me siento tan sola en las noches de viernes
Puedes hacerlo sentir como en casa
Si te digo que eres mío
Es como te dije cariño

No me entristezcas no me hagas llorar
A veces el amor no es suficiente cuando el camino se torna duro
No sé por qué
Sigue haciendo reír
Vamos, lleguemos alto
El camino es largo y continuamos
Trata de tener diversión mientras tanto

Vamos caminemos en el lado salvaje
Déjame besarte fuerte en la tormenta
Te gustan tus chicas dementes
Escoge tus últimas palabras
Esta es la última vez
Por que tu y yo nacimos para morir

 

Capítulo 18: Si Vis Pacem, Para Bellum. Si Quieres La Paz, Prepárate Para La Guerra

Alice y Jasper salieron de la oficina, Alice ni siquiera me miró, dio la impresión de que estaba llorando. Quise acercarme, pero Jasper me lo impidió, agitó la cabeza negativamente y luego ellos desaparecieron por el elevador.

Yo no sabía lo que pasaba, estaba fuera.

Un secreto a voces.

Con paso decidido entré a la oficina de Edward y azoté la puerta a mis espaldas, no me importó que Kate y Jessica se dieran cuenta de mi enojo. Ellas ahora no importaban. Bajo la mirada de sorpresa de Edward ante mi actitud, me dirigí a él.

Le señalé con un dedo -Quiero que me expliques lo que está pasando– dije.

Él arrugó el entrecejo.

– ¿Sobre qué?

Oh Edward… no te hagas el que no sabes nada. –Para empezar, dime por qué has contratado a ese tal Jacob para sustituir a tu hermano y en segunda, quiero que me digas lo que pasó hace un momento, con Alice y Jasper. ¿Por qué Alice lloraba? ¿Por qué no me dirige la palabra?

El rostro de Edward era como el hielo. Frío y sin expresión. Me asusté por un momento pero recompuse mi postura.

Él tomó una pluma entre sus dedos y comenzó a rodarla lentamente por el escritorio.

–Te contestaré, si eso es lo que quieres– dijo luego de un momento. Yo esperé.

–En primera, y no quiero ser grosero, creo que no te incumbe a quién contrate y a quién no, para trabajar en mi empresa.

Mordí mi labio. Él tenía razón. Tal vez me había pasado de curiosa. Era su asunto a quien contratar para el personal de su empresa. Después de todo, si Jacob parecía un total inadecuado para trabajar como gerente de ventas, yo también era una total inepta para dirigir una campaña publicitaria. Me quedé en silencio.

–Y por lo de Alice, bueno, ella está muy enojada conmigo y ha entrado a esta oficina para tratar de disuadirme de mandar a Jasper a Italia. Ante mi negativa, se ha puesto muy sentimental y ha empezado a llorar. En cuanto a por qué no te dirige la palabra, no lo sé, esas son cosas suyas.

No me di cuenta en qué momento había bajado la vista hacia el suelo y entrelazado mis dedos a la altura de mis caderas… ¡Mierda! Una vez más la mala de la historia era yo… las explicaciones de Edward eran… insoportablemente obvias.

Suspiré y alcé la vista hacia él. Su rostro se había dulcificado un poco… sólo un poco.

–Lo siento– murmuré.

El asintió. –Está bien Isabella, no te preocupes. Ahora si no te importa, necesito trabajar.

No necesité que terminara la frase, porque yo ya había salido de ahí. Me estaba ahogando en esa oficina.

OoO

POV Edward.

Era un maldito sin corazón… Mi Bella… mi dulce Bella no sabía lo que en realidad estaba pasando. Y se había creído todas mis mentiras.

Aflojé el nudo de mi corbata para respirar mejor. Pasé una mano por mi pelo, me levanté de mi lugar y miré a través de los cristales. Tenía que hacer algo con Rachel, tenía que sacarla de aquí antes de que Mi Bella se diera cuenta de todo.

¡Maldita sea! ¡Se suponía que la puta esa había muerto!

Por otro lado sabía que era prácticamente imposible prescindir de la modelo principal de la campaña a tan sólo dos semanas del lanzamiento. ¡Dos!

Tome una decisión, Alice había dicho que Rachel había llegado ya, entonces le pondría la cara y hablaría con ella. Tenía que hacerlo.

OoO

Era tarde ya, las siete y media de la noche cuando vi como Edward salía como una bala de su oficina. Kate, Jessica y yo nos quedamos estupefactas. Él jamás había salido así de su oficina. Él nunca había salido de su oficina.

Ya había acabado todo mi trabajo, gracias a Dios. Tomé el teléfono y marqué el número de Alice, que luego de tres pitidos contestó.

– ¿Aló?– dijo su voz.

– ¡Hey! ¿Alice? Oye, quería saber…

Pero no pude seguir hablando porque ella colgó.

Me quedé viendo el teléfono y me  dije que tal vez la llamada se había cortado. No podía ser que Alice me hubiera colgado.

Me quedé sólo media hora más sentada en mi lugar. Cuando dieron las ocho, apagué el computador, me puse el abrigo y tomé mi bolso. Edward no había regresado.

Pero estaba demasiado confundida con lo que estaba pasando, así que saqué el Blackberry y tecleé un mensaje rápido.

De: Isabella Swan

Para: Edward Cullen

Fecha: 5 de Diciembre de 2012 Hora: 08:01 PM

Edward, he terminado mi trabajo y ya es tarde.

Así que me voy, iré al supermercado.

Que tengas buenas noches.

Besos.

Isabella Swan. Asistente Personal de Edward Cullen en Cullen Corp.

Esperé a estar en la salida de la empresa con un pie en la calle para enviar el mensaje, así como era Edward de sobre protector era seguro que me prohibiría salir de la empresa hasta que el me llevara a mi casa, pero la verdad era… que hoy quería estar sola.

Como siempre la acera estaba llena de gente y había un montonón de tráfico. Le hice el alto a un taxi y lo abordé.

OoO

POV Edward.

El taller estaba completamente sólo y a penas una tenue luz lo alumbraba. Rachel estaba de espaldas a mí, al parecer hablando por teléfono. Me quede quieto detrás de ella.

– ¿Qué haces aquí?– mi voz salió osca y dura.

Entonces el celular de ella cayó al suelo y se giró a mirarme. Apreté la boca en una dura línea cuando vi su rostro. Era como la constatación de que ella estaba viva.

– ¡Oh, Edward!– gritó.

Antes de que yo pudiera impedirlo ella estaba colgada de mi cuello. La separé bruscamente de mí.

–Suéltame– musité.

Ella colocó los brazos atrás de su espalda y se quedó quieta.

– ¿Estás enfadado conmigo?

No contesté.

–Tú estabas muerta– dije.

La expresión de ella cambió por completo a una de furia.

– ¡Me abandonaste!– saltó de nuevo hacia mí pero esta vez soltando golpes con los puños cerrados – ¡Me mentiste! ¡Maldito! ¡Tú me mataste!

Afiancé sus manos por la muñeca y apreté duro para que no se moviera. Ella soltó un gemido de dolor.

–Te equivocas, yo no te maté, tú fingiste patéticamente un suicidio.

Ella me miró.

–Quería desaparecer del mundo de la moda, ser una persona normal y tenerte a mi lado– susurró –Pero tú… tú jamás abriste la carta que te di ¿verdad?

Recordé al instante. Un día antes de la “supuesta muerte” de esa loca, ella me había dado una carta. Sonreí para mis adentros. Apenas la había tenido en mis manos cuando la lancé a las llamas.

Ella ladeó la cabeza –No. Claro que no la leíste– dijo con ironía –En esa carta te decía que iba a fingir mi muerte, te decía que me buscaras en la estación del tren hacia Cheshire, pero nunca fuiste– comenzó a llorar –Cuando te enteraste de mi muerte nunca jamás me lloraste, no hiciste nada. ¿Por qué?

Rodé los ojos.

–Es obvio, Rachel, porque me importaba un comino lo que te pasara, porque me sigue importando un comino lo que te pase.

– ¿Por qué Edward? ¿Por qué Richard?

Su mirada estaba perdida, apreté mi agarre en sus muñecas al escuchar uno de mis tantos nombres.

Ella empezó a reír sonoramente.

–Si Edward, lo sé… eres el famoso rompecorazones de Londres… el famoso asesino Dorian Grey.

– ¡Cállate!

Pegué mi rostro lo más que pude al suyo.

– ¡Tú no eres nada Rachel! ¡Sólo eres una maldita loca obsesiva!

–No me odies, Edward. No es mi culpa haber sido la única que sobrevivió a tus maltratos. No es mi culpa que seas un cabrón que lo único que quiere es vengarse de todas las mujeres porque una le rompió el corazón.

Mis dedos cada vez se enterraban más en su carne.

–Tú no sabes nada– dije.

–Vine por ti Edward. Vine para arrastrarte al infierno al que tú me orillaste a vivir.

Solté mi agarre de sus manos y apreté su brazo.

–Escucha bien, maldita loca. Se perfectamente que te has fugado de un psiquiátrico y que viniste a Nueva York para buscarme. ¿Eres consciente de que soy uno de los hombres más poderosos del mundo? ¿Eres consciente de que si yo quiero puedo eliminar todo rastro de ti?

Los ojos de Rachel se volvieron sumisos y llenos de pánico. Sonreí.

–Pero voy a hacerte un favor– le solté el brazo –Voy a dejar que sigas trabajando en esta campaña y cuando haya terminado tu contrato aquí te irás de regreso a Inglaterra y podrás hacer lo que te plazca, y me dejarás en paz.

Me acerqué a ella.

–Por el contrario, si intentas hacer algo estúpido, si te atreves a tocar a cualquier trabajador de aquí– Si te atreves a tocar a Mi Bella. –Si te atreves a arruinar el lanzamiento entonces por mi cuenta corre que regreses a Londres en ataúd. ¿Oíste?

Ella volvió a reír de nuevo.

– ¿Qué te hace pensar que voy a hacerte caso? Le he perdido el miedo a la muerte, Edward.

Encogí los hombros –Entonces supongo que regresar al manicomio, pero esta vez a uno de alta seguridad, en una celda acolchada para ti sola y ninguna otra comida más que tus malditas pastillas no te vendrá mal ¿verdad?

–No me puedes hacer eso.

–Ponme a prueba Rachel– acaricié su mentón –Ponme a prueba.

En ese momento mi celular zumbó. Lo saqué y leí rápidamente el mensaje.

¡Demonios! Mi Bella se había ido sola… tendría que ir a buscarla.

–Me tengo que ir. Pero ya sabes, si te quedas tranquila no pasará nada.

Y con eso me fui, esperando con todas mis fuerzas que Rachel no sospechara nada de lo mío con Isabella. Eso sería fatal.

OoO

Le pagué al taxista y bajé en frente de Wal-Mart.

Tomé un carrito y empecé con la compra.

Estaba en ese momento poniendo un par de cartones de leche en mi carrito cuando la familiar voz grave diciendo “Hola linda” resonó en mis oídos.

Giré mi rostro, como lo esperaba, ahí estaba, ese tal Jacob sonriéndome.

– ¡Qué sorpresa encontrarte por aquí!– dijo.

Forcé una sonrisa, no quería ser grosera con él, después de todo, no me había hecho nada… bueno, nada más que estar diciéndome linda todo el tiempo.

–Ehm… Hola, Jacob…estoy de compras y llevo algo de prisa.

–Oh, yo sólo venía por algunas verduras, pero tú sabes, soy nuevo en la ciudad y no sé dónde están los productos aquí.

Pues búscate a otra persona, idiota.

–Es que… en serio llevo mucha prisa– mentí.

–Prometo no quitarte mucho tiempo, sólo llévame a donde están las verduras, por favor.

Busca un letrero enorme colgando del techo que diga “Verduras” y ahí estarán… imbécil.

Bueno… uno de mis más grandes defectos es que tal vez era “demasiado buena persona” o tal vez demasiado “estúpida” y había veces en las que no sabía decir NO. Al final me di cuenta de que no me costaba nada llevar a Jacob hasta las verduras.

Me vi obligada a llevarle hasta allá.

–Ahora sí tengo que irme, adiós– me despedí.

Comencé a alejarme de él a paso rápido.

–En serio tienes mucha prisa ¿verdad? ¿Acaso Edward te está esperando ahí afuera?

Me detuve en seco. ¿Qué acababa de decir ese imbécil?

Me giré, pero no avancé ni un paso. No estaba segura de si había oído bien. Un nudo se formó en mi garganta. Jacob se acercó a mí poco a poco con una expresión serena en el rostro.

–Así que entonces es cierto…– susurró.

Jadeé. – ¿Qué… qué has dicho?

Entonces él soltó una carcajada corta y cruzó los brazos.

–Linda… ¿crees que nadie en la oficina lo sabe? ¡Por favor! Edward me contó. Tal vez sea muy reservado en cuanto a su relación, no lo sé, pero por lo menos a mí me lo ha dicho.

Pase lentamente una mano por mi rostro y miré hacia el suelo, de pronto deseé con todas mis fuerzas que el suelo se abriera y me tragara entera.

–No… no puede ser.

Él se encogió de hombros –Yo no estoy mintiendo.

Estaba demasiado en shock como para enojarme. Así que lentamente me giré de nuevo y esta vez, con paso más lento me fui de ahí hasta la caja de cobro. Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos vergonzosamente. ¿Cómo era posible que Edward hubiera sido capaz de contarle a alguien -ajeno a la familia- lo nuestro? Y mucho peor ¿Cómo es que no me lo había contado? ¿Eso significaba que tal vez Jacob no era el único que sabía en la empresa? Esa idea me llenó de pánico y entonces mis manos comenzaron a temblar.

– ¿Señorita? ¿Señorita?

Me percaté de que la cajera me estaba hablando desde hacía un rato. Sonreí débilmente y comencé a poner los productos sobre la barra deslizante.

Atrás de mí había mucha gente que me miraba raro y luego sentí la mirada de la cajera sobre mí.

–Disculpe pero… ¿se encuentra usted bien?

Me aterroricé. ¿Qué expresión tenía mi cara?

Le dediqué una sonrisa, o por lo menos yo creí hacerlo, y luego tomé mis pocas bolsas y salí de ahí. Tuve que caminar hasta la acera para conseguir un taxi en medio de la noche.

En ese momento me di cuenta, que se estaba volviendo muy necesario tener un auto.

OoO

Llegué a mi departamento agotada, debido al tráfico el taxista había hecho el doble de tiempo que tomaba llegar hasta mi edificio. Eran las diez de la noche.

Puse las compras sobre la mesa y comencé a acomodar todo en su lugar. No había comprado mucho en realidad pero sí como para no tener que volver al súper en una semana.

Me serví un vaso de leche fría con chocolate en polvo. Lo tomé como la mayor delicia. Mi estómago gruñó, me di cuenta que tenía hambre así que encendí la estufa y me preparé para hacerme unos hot-cakes.

Mientras hacía mis maniobras en la cocina no paraba de pensar en lo que Jacob había dicho. Estaba demasiado enfadada con Edward. No sabía con claridad lo que iba a hacer al día siguiente en la oficina cuando lo viera, ¿qué iba a decirle? ¿Esto provocaría otra pelea entre nosotros? ¡Claro que sí! Agité la cabeza negativamente, estaba harta de pelear con Edward pero todo con él era tan malditamente difícil…

Me senté a la mesa y comencé a cenar. Cuando estaba a un par de bocados de terminar mi comida alguien tocó a la puerta y me alteré demasiado al saber que una sola persona podía venir a mi departamento a estas horas.

Con movimientos lentos abrí la puerta. Edward de inmediato se hizo paso dentro del espacio y cerró la puerta a sus espaldas.

– ¡Bella! ¡Gracias a cielo que estás bien!– exclamó y me fue inevitable rodar los ojos. ¿Qué me podía pasar al ir al súper?

De inmediato el enojo fue visible en mi rostro y lo supe cuando Edward endureció su rostro.

– ¿Qué pasa?– preguntó.

Puse mis brazos en jarras.

– ¿Hay algo que tengas que decirme?

Él frunció el ceño y negó.

– ¿Estás seguro?

Él avanzó un paso hacia mí y su estatura pareció aumentar diez centímetros. Me intimidé un poco.

– ¿Qué está pasando Isabella? ¿Qué es lo que tengo que contarte?

Podía apostar en ese momento que había un cierto tono de nerviosismo en su voz apenas notable. Pasé saliva.

– ¿Por qué le dijiste a Jacob lo nuestro y no me lo contaste?– mi voz fue demasiado baja, no estuve segura de si él había escuchado.

Él alzó las cejas. – ¿Que yo qué?

–No quiero volver a repetirlo Edward. Le dijiste a Jacob lo nuestro.

Él negó y se acercó más hacia mí.

–Isabella déjame explicarte…

Me llevé las manos al rostro. Todo el enojo que había estado conteniendo todo ese tiempo escapo de mí. Como una olla a presión.

– ¡Es obvio que no me tienes la confianza suficiente, Edward! ¡Recalco mi pensamiento de que yo sólo soy TU MALDITA PUTA!

–Isabella, por favor…

– ¡Por favor nada! ¡A la porra! ¡Estoy harta Edward! ¡Harta de que me ocultes todo! ¡No me cuentas nada! ¡Sólo pequeños trozos! ¡Está claro que yo no encajo en tu mundo! ¡No soy para ti!

Edward dio un leve giro, en sus ojos había ira y, oh no… ¿miedo?

– ¿Qué estás insinuando Isabella?– de pronto su voz se volvió engañosamente suave.

– ¡No estoy insinuando nada Edward! ¡Te estoy diciendo que se acabo! ¡Esto…!– nos señalé a los dos – ¡se acabó!

Mi corazón se había roto en mil pedazos al decirlo, pero estaba claro.

Eros se lo había dicho a Psique cuando ella lo había traicionado.

“El amor no puede vivir donde no hay confianza”

– ¡Eso nunca Isabella! ¡Jamás! ¡Por Dios, simplemente déjame explicarte!

No sé en qué momento yo había comenzado a llorar, lo supe cuando el líquido salado irrumpió entre mis labios Me quedé callada, esperando por una palabra que explicara y solucionara todo aquello. Sorprendentemente la hubo.

Edward me agarro por los hombros y me miró a los ojos.

–Escúchame por favor. No sé cómo es que ese tal Jacob ha averiguado lo nuestro, no tengo ni idea– cerró los ojos –Pero te juro por mi vida, que eres tú, que yo no le he dicho ni una sola palabra.

– ¿Lo juras?– mi voz era tan aguda como la de una niña pequeña llorando luego de haberse caído.

–Créeme– pidió.

Mordí mi labio. Me sentía tan supremamente estúpida… ¿cómo había sido tan tonta de haberle creído a Jacob? ¿A una persona que no me caía bien y que apenas conocía? Entonces surgieron dudas en mi cerebro.

– ¿Por qué… por qué Jacob me diría una cosa así? ¿Por qué mentiría?

Edward tocó mi mejilla.

–Es sólo un idiota tratando de causar problemas.

–Que Jacob me haya dicho que tú le habías mencionado nuestra relación, aunque él haya mentido, alguien debe de haberle dicho. Eso significa que hay alguien que sí sabe.

El ambiente a nuestro alrededor se había vuelto notablemente más ligero, él soltó una risotada y yo fruncí el ceño. No le veía la gracia al asunto.

–Oh, mi dulce, dulce Bella. Deja de preocuparte, no me importa que el idiota ese de Jacob sepa lo nuestro o cualquier otra persona. Total, te he dicho que les diremos a todos lo nuestro. ¿Para qué te afliges?

Encogí los hombros. Aunque me parecía maravillosa la idea de poder salir a lugares públicos tomada de la mano de Edward, no dejaba de inquietarme.

Me abracé a su pecho y aspiré su aroma.

– ¿Me perdonas?– pedí.

–No tienes de qué. De todos modos, mañana hablaré con Jacob, lamentablemente no puedo despedirlo pero sí puedo darle una buena reprimenda.

Esa noche, luego de una sesión de disculpas mutuas, Edward me hizo el amor dulcemente. Me acarició, me abrazó a su pecho y besó mi cabello antes de dormirse.

OoO

Era ya de día, me levante, como era de esperarse, Edward se había marchado hacia algunas horas.

Estaba lista. Salí de mi departamento. Ese día no iría a la oficina hasta las once y Edward estaba avisado. Tenía que ir primero al New York Palace para reservar el salón de eventos y dar el sesenta por ciento del total del dinero.

Luego hacer un viaje en taxi, con ese tráfico, a las oficinas que diseñarían las lonas de la campaña y los espectaculares. Finalmente tenía que ir hasta el restaurante gourmet al que había encargado la cena y los bocadillos que servirían en el lanzamiento.

Inteligentemente, y ante la visión de todo lo que tendría que caminar por la enorme y tumultuosa ciudad me había puesto un vestido café de invierno me llegaba dos dedos arriba de la rodilla de Jasper Conran, medias gruesas del mismo tono del vestido y botines con diferentes tonalidades de café de Amy Welch. Estaba bastante cómoda.

Hice todos mis deberes fuera de la oficina y en el camino por la ciudad compré un Starbucks, a pesar de que no me gustaba mucho el café.

Cuando eran eso de quince menos once llegué a Midtown en taxi. Cuando estuve en el elevador de camino hacia mi escritorio, mi corazón comenzó a latir en mis oídos ante la sola idea de ver a Edward. ¿Sería siempre así? ¿Cómo la emoción de una colegiala enamorada de su hermoso profesor?

Me senté en mi escritorio y esperé paciente, mientras hacia mi trabajo de rutina, que Edward me llamara a su oficina para darme su llamado beso moja-bragas de los buenos días.

Como era de suponer, Edward me llamó por el teléfono a los veinte minutos de mi llegada.

A mi oficina, Señorita Swan, por favor.

Mis piernas temblaban, traté de controlarme. Sólo es Edward… sólo es Edward…

Abrí la puerta y ahí estaba… enfundado en un traje caro negro de Gucci contrastando contra sus increíbles ojos verdes. Oh. Delicioso. Cuando cerré la puerta él me atrajo por la cintura, miró un momento mi cara y luego inclinó su rostro hasta el mío para besarme. Su aliento caliente mezclándose con el mío en una danza erótica y a la vez tierna. Como diciéndonos Quiero follarte… pero también hacerte el amor.

No fue raro para ninguno de los dos que al separarnos nuestras respiraciones estuvieran agitadas y deseosas, excitadas. Sentía mis mejillas arder.

–Buenos días– susurré junto a su cara. Aún seguía sujetándome contra él.

–Buenos días, nena– su voz suave y ronca me dieron ganas de cerrar los ojos y volver a besarlo.

¡Céntrate Bella!

–El hotel ya está pagado y las lonas serán colocadas un día antes del lanzamiento. El restaurante tiene perfectamente claro lo que hemos pedido para ese día. Todo está perfecto.

Él me sonrió torcidamente –No me equivoqué al poner esta campaña tan importante en tus manos– aceptó y yo, fruncí el ceño.

– ¿Qué quieres decir con eso?– me alejé un poco de él – ¿No estabas seguro de que esto me saldría bien?

Él agrandó los ojos.

– ¡Cristo, no! ¡Yo no estaba diciendo eso! Lo único que decía es que si, en un principio, aunque siempre supe que sacarías adelante esta campaña, debido a que eres una estudiante aún, no hubiera imaginado que todo te saldría tan malditamente bien.

Su repentina sonrisa me hizo sonreír a mí también y me abracé a él.

–Gracias, Edward.

Mi madrastra me rodó los ojos al sentir ella también que casi lloro en ese momento.

Estaba sensible como el infierno.

Él acarició mi barbilla, sonrió y fue a sentare a su silla.

Luego de eso, yo salí y continué con mi trabajo, olvidándome de los horrores que había pasado el día anterior… eso me recordaba que tenía que ir a ver a Alice. No tanto por preguntarle qué le había pasado sino porque tenía que ir a vigilar que los vestuarios fueran los adecuados.

Bajé por el ascensor y luego fui al taller. Alice estaba con un metro en el cuello y ajustando con alfileres un vestido a Rachel, quien, cuando me vio volvió la mirada hacia otro lado. Encogí mentalmente los hombros. Si le caía bien o mal a esa tal Rachel no me importaba.

– ¿Qué hay, Alice?– pregunté.

Ella me miró y sonrió ampliamente.

–Hola Belli. ¿Te gusta?– señaló el vestido. Su repentino cambio de humor me sorprendió.

El vestido que Rachel llevaba podría confundirse fácilmente con un diseño de Ellie Saab.

–Es precioso Alice.

Durante todo el tiempo que estuve ahí, que entre otras cosas fue bastante, pude notar que ni una sola vez Alice miró a Rachel y cuando acercaba sus manos hacia ella comenzaba a temblar. ¿Qué diablos pasaba?

Decidí no preguntarle nada, por el momento, pero sabía que algo grande me ocultaba.

OoO

Di gracias a Dios de que durante todo el día Jacob no se me había acercado ni había subido al piso a ver a Edward.

El día había pasado volando y yo estaba cansada como nunca, lo que me hizo decidir  que esa noche también me iría sola. Ya que si me iba con Edward… bueno, eso era no dormir hasta las dos de la mañana.

No le mandé ningún mensaje a Edward ni nada. Tragué saliva, de algún modo sabía que esa noche tarde o temprano Edward llegaría a mi departamento a reclamarme por no avisar de mi partida.

Suspiré y envolví mis brazos a mí alrededor. Era una noche fría. De pronto, un auto azul marino comenzó a seguirme el paso, temí por un momento, sabía que no era Edward, era alguien más.

El auto azul me tocó el claxon. Detuve de inmediato mi andar y me giré hacia el carro.

Jacob bajó de él y yo puse los ojos en blanco. ¿Cómo haría ahora para librarme de ese idiota?

–Buenas noches linda ¿Quieres que te lleve?

Forcé una sonrisa. –No, muchas gracias.

Seguí caminando y él me siguió, tomándome por el brazo.

–Hey, Bella. Creo que te caigo mal ¿verdad? ¿Por qué?

Apreté los dientes.

–Jacob, lo siento, pero sí, es verdad, no me es grata tu compañía.

–Ya veo. ¿Qué dices si te invito un café? Ya te dije, soy nuevo en la ciudad, no quiero ser enemigo de nadie.

Sonrió enormemente haciéndome ver sus deslumbrantes dientes blancos.

Me mordí el labio y analicé mi entorno. Tenía un frío del demonio, aún me faltaba caminar mucho para llegar al subterráneo y por si fuera poco, no estaba segura de querer llegar a casa. ¿Estaba haciendo lo correcto?

–Está bien. Vamos.

Tal vez ir con él a tomar un café ayudaría a preguntarle por qué me había mentido sobre Edward.

Desanduvimos los pasos que habíamos dado y Jacob me abrió la puerta del auto cortésmente, luego él subió.

–Bonito auto. ¿Es tuyo?

–No. Lo he rentado.

–Ya veo– fue lo último que dije antes de que Jacob arrancara el auto.

Recé por dentro. Una parte psicótica de mí sentía los ojos de Edward sobre mi espalda.

OoO

POV Edward.

No quería creer lo que había visto. Enterré los dedos en mis palmas hasta casi hacerme daño.

¿Mi Isabella se había ido con ese hijo de puta? ¿Por qué? ¿Por qué no me había avisado que se iba? ¿No quería que la llevara a su casa? ¿Ellos dos tenían algo? ¡No!

Tomé mi saco del respaldo y como una bala salí de la oficina, saqué el auto del estacionamiento y con un chirrido de llantas entré en el tráfico.

Mi respiración estaba agitada. ¿Por qué ella me hacia esto? ¿Por qué? Ella no podía estarme engañando con ese chucho, ella no podía estarme engañando con nadie.

Di un golpe contra el tablero del Aston. ¿Por qué no podía avanzar más rápido? ¿Por qué había tanto tráfico?

En un momento fatal, perdí de vista el auto azul marino de ese chucho con Mi Bella abordo. Me sentí morir.

Hice intentos por encontrar el auto de nuevo pero todo fue en vano. Entonces recurrí a llamarle a su Blackberry ¡Sorpresa! Estaba apagado.

Conduje entonces hasta su edificio y me quedé en el auto, esperando a que regresara.

Ella me debía una explicación.

OoO

El restaurante era bueno al igual que el café.

Jacob había pedido una mesa para dos, y en ese momento yacía sentada en una silla frente a él, cada uno con una taza de café y brownies.

–Y bien linda, ¿me dirás ahora por qué te desagrado tanto?– dijo él rompiendo el silencio que había entre nosotros.

Chasqueé la lengua y di un sorbo a mi taza, demorándome en contestar.

Crucé los brazos sobre la mesa.

–Me mentiste, Jacob.

Él hizo un gesto de sorpresa.

–Aunque pongas esa cara– continué –Me engañaste al decirme que Edward te había dicho lo que había entre él y yo.

–Isabella, mira…

–No hace falta ya que me expliques nada. Tú me pediste que te dijera la razón de mi desagrado hacia ti, pues allí está. Edward jamás te dijo nada sobre nuestra relación. Tú de algún modo has logrado averiguarlo, pero no fue porque él te lo dijera.

A cada segundo el tono de mi voz subía más y más. Cuando menos me di cuenta, las miradas de toda la gente del restaurante estaban sobre mí, por supuesto, me sonrojé de inmediato y bajé la voz.

–Escucha, Jacob. Creo que dejar que me trajeras aquí ha sido un error, es mejor que me vaya.

Él puso una mano sobre la mía.

–No, Bella. Yo te llevo a tu casa.

Lo único que pude hacer fue asentir.

Agradecí enormemente el aire fresco que entró a mis pulmones cuando salí del restaurante.

Jacob abrió la puerta del copiloto y yo subí, luego arrancó y en veinte minutos estábamos frente a las escaleras de mi edificio.

Le miré a los ojos. No pude ver en su rostro más que tristeza y arrepentimiento. Me sentí mal. Tal vez estaba siendo muy grosera con ese chico.

Se lo merece dijo la Madrastra.

Bajé del auto y apenas di dos pasos Jacob estaba a mi lado.

–Hubiera deseado que esta noche fuera mejor, lamento mucho Isabella que esto hubiera acabado así, también me disculpo si en algún momento ocasioné algún problema entre tú y Edward, es lo que menos quiero.

Ladeé la cabeza hacia un lado. Sus disculpas sonaban lastimosamente sinceras.

Le sonreí levemente.

–Tranquilo Jacob. Creo que yo también te debo una disculpa. Estoy exagerando un poco todo esto. Si te hace sentir mejor, el café estuvo genial.

Él rió.

Yo suspiré y luego me acerqué a él y dejé un beso sobre su mejilla.

–Buenas noches, Jacob.

Él se quedó quieto y volvió a tomar mi mano.

–Buenas noches, linda.

Y entonces él se fue.

Me fruncí el entrecejo a mí misma.

¿Qué rayos pasó aquí?  Preguntaron la Madrastra y Blanca nieves a la vez.

Subí los primeros dos escalones de la entrada del edificio cuando oí una pisada fuerte detrás de mí.

–Alto ahí, Isabella Swan.

Ooooh mierda…. Oooh mierda… ooooh mierda.

Lentamente giré sobre mi propio eje. Un temblor recorrió mis piernas.

– ¿Qué haces aquí, Edward?– pregunté.

Él avanzó hacia mí y por un momento tuve la alucinación de que de sus ojos salía fuego.

– ¿Por qué? ¿Acaso eh interrumpido algo?

Cerré los ojos y los abrí –No, claro que no– mi voz era patéticamente temblorosa. ¿Qué me pasaba? No es como si hubiera hecho algo malo…

– ¿Qué hacías con Jacob Black?

Su voz había sido cortante y fría.

–Fui a tomar un café con él– hablé, diciendo la verdad.

Edward apretó los puños. – ¿Tomando un café?

Oh. Ya sabía para dónde iba esto; por lo que me di la vuelta y subí los escalones lo más rápido que pude. Atravesé el vestíbulo y subí al elevador, todo eso con los pasos de Edward detrás de mí.

Cuando las puertas del elevador se cerraron, dejándonos a Edward y a mí atrapados ahí dentro, o más bien, dejándome a mí atrapada ahí dentro, sentí ganas de morir.

–No huyas Isabella. Dime lo que hacías con ese imbécil.

Edward me acorraló en el rincón derecho del elevador y con una mano levantó mi cara.

–Dime. ¿Qué hacías con él?

– ¡Nada! ¡Ya te dije que fuimos a tomar un café! ¡Sólo eso!

Entonces el timbre del elevador sonó y las puertas se abrieron. Dos mujeres entraron al ascensor y Edward se vio obligado a soltarme. Afiancé mi bolso al hombro y salí de ese espacio reducido, caminando hacia mi departamento.

–Isabella, para allí ahora.

Pero no hice caso y por fin llegué a la puerta, saqué las llaves y la abrí.

Obviamente, Edward entró conmigo.

Me sentía terrible, porque sabía que de algún modo Edward tarde o temprano se hubiera enterado de que había ido a tomar un café con Jacob y se enojaría.

Él me tomó del brazo y me chocó contra la pared.

–Maldita sea, Isabella. Dime la verdad. Dímela.

Un sudor frío se instaló en mi nuca. Edward no gritaba, sino que hablaba bajo y con una voz casi… casi lastimada. Hubiera preferido mil veces que me gritara, por lo menos así hubiera sabido lo que haría.

–Edward, ya lo dije. Sólo era un café. Lo juro.

Él giró la cabeza hacia un lado y cerró los ojos por cinco segundos. Cuando los abrió, de ellos emanaba fuego puro. Me sentí más pequeña en mi lugar.

–No puedo creerlo Isabella. Luego de que ese estúpido te mintiera y que a causa de eso nos hiciera pelear… no puedo creer que hayas accedido a cenar con él. ¿Por qué me haces esto Isabella? ¿Por qué me haces esto?

Comencé a llorar entonces. No pude soportar más los ojos de Edward sobre mí, haciéndome sentir culpable, como si yo lo hubiera engañado con Jacob.

–Edward por favor. León…– subí mis manos a su rostro y lo acaricié –Mi león… no hagas esto de nuevo, no otra vez…

Su respiración se volvió más rápida. Apretó los labios en una dura línea y luego me alzó en brazos, y en tiempo récord me dejó sobre la cama.

– ¿Por qué me haces esto Bella? ¿Por qué? Si sabes que te amo… ¿por qué lo has besado? ¿Por qué lo has besado?

Oh no… él me había visto…

–Mi vida… no león. Sólo ha sido un beso en la mejilla. No vale nada, nada.

Él me alzó el vestido y enrolló mis bragas en su puño. Sólo oí el leve rasgar de la tela yaciendo sobre sus manos.

Mis medias aún estaban puestas, eran hasta el muslo. Toda yo estaba vestida.

Edward se alzó y desabrochó su cinturón. Se inclinó sobre mí.

– ¿Por qué me haces esto Isabella? ¿Acaso es porque sabes que eres la única que puede destruirme? ¿Es eso?

Había un tono furioso en su voz. Había dolor y furia. Dolor y furia. Sólo eso.

Él me tomó las caderas y se hundió en mí en una profunda y certera estocada. Me quedé quieta, sin hacer ningún ruido.

Quieta y callada porque supe al instante que esa noche Edward no me haría el amor… no… esa noche, como había leído en ese diario él me follaría.

Sentía su entrar y salir de mí una y otra vez, el placer se extendía sobre mí como una bomba nuclear. Mis brazos estaban a mis costados, ligeramente abiertos y con las palmas hacia arriba.

No podía evitar cerrar los ojos. No podía gritar porque había un nudo en mi garganta, un nudo de culpa.

– ¿Por qué no gimes Isabella? ¿Eh? ¿Acaso esto ya no te gusta? ¿Prefieres a Jacob?

Empujó más fuerte cuando dijo su nombre y sentí dolor. Pero no físico, sino dolor en el corazón. No sabía si estaba bien por lo que sentía en aquel momento. No sabía si estaba bien dejar que Edward me tratara como lo que yo siempre me negué a ser. Su puta. Sin embargo sentía que lo merecía.

Yo tenía la culpa en todo eso. Edward tenía razón. ¿Cómo había podido acceder a salir con Jacob luego de que me había mentido? Y más sabiendo que a Edward no le agradaba. Era una tonta.

– ¿Aún me amas, Isabella?

Edward seguía empujando dentro mío, pero más lento. Le miré a los ojos y me perdí en su belleza.

–Claro que te amo. Como a nadie Edward.

Abracé sus caderas con mis piernas y su espalda con mis brazos. Él cerró los ojos y exhaló. Chocó mi boca contra la suya y metió su lengua en mi boca frotando y acariciando ahí donde podía.

Me sentí bien en ese momento. Adoraba besarlo mientras me hacía el amor… o como hoy. Adoraba besarlo mientras me follaba.

No paró de besarme el resto del tiempo. El ritmo de sus embestidas aumentó y mis paredes se cerraron a su alrededor. Entonces sentí como él se quedaba quieto al tiempo ahogaba su gemido dentro de mi boca, sintiendo su líquido caliente mientras eso pasaba.

Y paró. Yo no había tenido mi orgasmo, pero aún así el paró.

Se separó de mí segundos después para normalizar su respiración, se levantó de la cama y colocó su pantalón en su lugar.

Yo me quedé ahí… extendida sobre la cama y con las piernas abiertas mirando hacia el cielo raso de mi habitación.

Luego oí la puerta de entrada azotarse. Edward se había ido.

Una lágrima escurrió por mi cien.

Dios. Era tan difícil estar con él… tan malditamente horrible y difícil.

A veces me preguntaba si él y yo en realidad estábamos destinados a ser uno sólo.

Y entonces por primera vez imaginé mi vida a futuro. ¿Edward estaría a mi lado para entonces?

OoO

Mi abuela decía que cuando sueñas por las noches, es porque no puedes descansar realmente.

Esa noche soñé de nuevo con James.

Yo estaba ahí, parada en medio del bosque y él estaba frente a mí, tomando mi mano.

– ¿Es esto lo que quieres realmente?– él preguntó.

Sonreí ampliamente pero sin contestar. Entonces besé a James en la boca y él permaneció quieto.

– ¿Es esto lo que quieres realmente?

Yo quería contestarle, pero no podía. Era como si mis labios fueran demasiado pesados para abrirlos. Pero entonces me pregunté qué es lo que contestaría, en todo caso de poder hablar. Era como si de algún modo entendiera la pregunta de James, pero no del todo. ¿Qué es lo que quería realmente?

–Habla, princesa. Puedes hacerlo– susurró.

Y entonces sentí que podía hablar.

–James, ayúdame. Estoy asustada.

Él apretó mi mano más fuerte.

–Eres fuerte princesa. Eres fuerte.

Él me abrazó y me pegó a su pecho.

– ¿Es esto lo que quieres realmente?

Levanté la vista, encogí los hombros.

–No lo sé.

Él se sentó sobre el lodoso suelo del bosque y me atrajo hacia él. Entonces yo comencé a llorar.

A pesar de que estaba en un sueño en el que yo estaba consciente de que era un sueño.

–Te extraño Jimmy– jadeé. –Te extraño tanto…

Él no contestó.

– ¿Cómo es estar muerto?– pregunté.

–Liberador. Aunque, ¿te digo la verdad?– él se acercó a mi oído, como a punto de contarme un gran secreto. –No me gusta estar aquí. Quiero irme.

Le miré confundida. − ¿Irte? ¿A dónde?

–Oh, tú sabes princesa. Estoy cansado. Quiero irme.

Comencé a jalar su chaqueta de mezclilla.

– ¿Irte a dónde James? ¿A dónde?

Y él rió, con sus brillantes dientes blancos y sus ojos azules brillando al sol.

Me desperté sobresaltada y con una mano en el pecho. Estaba tan asustada como si hubiera tenido una pesadilla.

Me levanté de la cama, supuestamente a sólo tomar un vaso de leche para conciliar el sueño de nuevo, pero cuando miré el reloj de la cocina me di cuenta de que ya eran las siete. Eché la cabeza hacia atrás y estiré los músculos de mi cuello. Estaba cansada como el infierno. No había podido descansar bien y además, el sueño con James me tenía intrigada.

Con toda la pereza del mundo me metí a la ducha. Lo único que me animaba era que ese día por fin era viernes. Ni siquiera el conocimiento de que vería a Edward en la oficina me animaba.

Después de la noche que habíamos pasado. ¿Qué pasaría ahora? ¿Estaría igual de frío conmigo?

Salí con una toalla en la cabeza y rápidamente descolgué de mi armario lo primero que encontré. Era viernes y no estaba de humor para buscar con delicadeza mi atuendo para ese día. Una falda color mostaza así como los zapatos de tacón y una camisa rosa completaron mi atuendo para ese día.

Como me di cuenta de que aún era temprano me dirigí a la cocina y preparé huevos revueltos y un vaso de jugo de naranja. Desayuné lo más tranquilamente que pude y luego lavé los platos que había ensuciado.

Tomé mi bolso y un abrigo, luego salí de mi apartamento.

Cuando llegué a la oficina todo era un total caos. Kate tenía las manos en la cara y Jessica golpeaba su pie contra el suelo.

Jessica se levantó a penas me vio llegar.

–Maldición Isabella. Por fin llegas.

Alcé una ceja – ¿Qué está pasando?

Kate pasó una mano temblorosa por su falda y se levantó.

–El jefe llegó temprano. Nosotras hemos llegado a las siete porque teníamos trabajo pendiente, y bueno, cuando nos vio sentadas en nuestro lugar y vio el tuyo vacío comenzó a gritarnos. No ha parado de hacerlo desde que llegó.

–Pero… pero yo no sabía que tenía que llegar a las siete.

–Bueno, pues gracias a eso el jefe está furioso con todos hoy.

Me mordí el labio. Oh… ¿qué día me esperaba?

Me senté en mi escritorio y el teléfono sonó.

–Señorita Swan. En mi oficina ahora.

Apreté los dientes. Un nudo de nervios se instaló en mi estómago.

Abrí la puerta de la oficina de Edward.

–Diga, señor.

–Quiero que haga los contratos para la campaña de la nueva colección que DKNY puso en nuestras manos. Es la nueva campaña que estará en sus manos, señorita Swan.

Asentí y me giré para salir.

 –No le he dicho que se vaya ¿o sí?

Pasé saliva. ¿Ahora qué?

–Diga, señor.

Edward se levantó de su asiento, en ese delicioso traje gris de Armani y con paso decidido se colocó frente a mí.

– ¿Está dispuesta a hacer lo que yo le diga, señorita Swan?

Tal vez no estaba entendiendo del todo lo que Edward trataba de decirme.

–Sí, señor.

– ¿Es incondicional, señorita Swan?

–Sí, señor.

Edward tomó mi cintura y me pegó a él. Pude sentir su erección en mi bajo vientre.

– ¿Qué piensa a cerca del nuevo gerente de ventas, señorita Swan? ¿Le parece simpático? ¿Tal vez atractivo?

La Madrastra se cruzó de piernas a lo Sharon Stone. ¿Sería la clave contestarle con algo que lo pusiera furioso? Al menos así podría él desquitar todo el coraje y enojo que tenía conmigo. Alcé la cara.

–Sí. Me parece muy atractivo.

Lo último que sentí en ese instante fue el aire chocando contra mi espalda y luego el suelo tapizado de alfombra en el que ahora yo estaba acostada, con Edward encima mío.

– ¿Muy atractivo?

–Sí– contesté jadeante –Podría besarlo.

Edward colocó las manos alrededor de mi cuello y con los pulgares acarició mi mentón.

–No lo dices en serio. No es cierto. Tú me amas a mí Isabella. A mí. Tú me amas a mí, Mi Bella.

Pasé mi lengua por mis labios.

–Yo no soy su Bella señor. Soy la señorita Swan.

No sabía lo que me pasaba. Era como si el espíritu de la Madrastra hubiera ocupado mi cuerpo por completo. Ella había dejado de ser una simple parte de mí. Ahora yo en ese momento, estaba siendo la lujuriosa y enferma psicópata Madrastra. A pesar de que esto no me asustaba sabía que no iba a terminar bien, pero lo dejé seguir.

Edward tomó mis hombros y me agitó una y otra vez.

– ¡No! ¡No! ¡No! ¡Tú eres mía! ¡Mía!– se lanzó a mi boca y la mordió duro. Solté un gemido de dolor.

Reí ante su expresión. Era como si me hubiera vuelto irremediablemente loca.

–Verá señor. Mi novio es un idiota que ayer por la noche hervía en celos a causa de un chico tremendamente atractivo con el que salí ayer. Cuando llegué a casa mi novio me folló duro y fuerte sobre la cama y luego me abandonó como si yo fuera una puta. ¿Usted qué cree? ¿Merecía que mi novio me hiciera eso?

Edward cerró los ojos y agitó la cabeza de un lado a otro.

–No… no lo merecías. No lo merecías. Tú no eres una puta.

Respiré varias veces para no llorar.

– ¿Y ahora qué señor? ¿Va a reparar ahora lo que mi novio me hizo ayer? ¿O tendré que correr a los fuertes brazos del nuevo gerente de ventas?

Él subió mi falda lentamente hasta mi cintura y descubrió mis pechos. Se lanzó hacia ellos y besó mis pezones, que se pusieron duros ante el contacto.

–Oh…

– ¿Qué vas a hacer con tu novio, eh? ¿Vas a dejarlo?– preguntó desatendiendo mis pechos.

Yo sonreí. –Eso a usted no le incumbe señor.

– ¿Sabes que tu novio sería capaz de matarte si le dejas?– su cara estaba a milímetros de la mía – ¿Lo sabes?

Mi espina dorsal tembló, pero mi entrepierna estaba mojada. Las palabras de Edward me hicieron pensar que esto se estaba pasando de un simple juego enfermo.

–No. No lo sé. Lo que sí tengo claro es que él jamás me haría daño.

– ¿Le tienes tanta confianza?

–Sí.

– ¿Lo amas?

–Sí.

– ¿Cuánto?

−Demasiado para poder ser creíble.

La mano de Edward se instaló en mi pecho izquierdo y acarició el pezón, luego pasó al derecho y plantó un besó allí. Lentamente bajó su mano por mi vientre, metiendo la mano bajo mi vestido e hizo lo mismo con su dedo en mi entrepierna.

Temblé.

–Está muy mojada señorita Swan. ¿Qué tengo que hacer ahora?

Subí ambas manos por sus bíceps y luego las instalé en su espalda.

–Quiero que me haga lo que el idiota de mi novio no me hizo anoche. Quiero que me haga el amor, señor Cullen.

Mis manos viajaron por su pecho y acariciaron a través de la tela, luego se detuvieron en la pretina de sus pantalones y la bajé lentamente. Lo tomé entre mis manos.

Edward jadeó y tembló con el contacto.

– ¿Le gusta eso, señor Cullen?

Él no respondió. Volví a hacerlo. Mi mano fue de arriba hacia abajo lentamente y mi pulgar e índice pasaron por la punta.

–Ah. Bella…

–Señorita Swan, señor Cullen.

Sentí cómo él crecía entre mis dedos y entonces apreté duro. Él retiró mi mano y la sujetó arriba de mi cabeza, haciendo lo mismo con la otra.

Sentí sus dedos ahí abajo, donde lo necesitaba, frotó una y otra vez y yo traté de permanecer quieta sin hacer ningún ruido. Luego lo hizo otra vez y me besó. Primero mis labios, luego mis mejillas y al final mi mentón.

Esta vez sentí como él entraba lenta y tiernamente en mí. Me arqueé debajo de él y él acarició mi cabeza.

–Abra los ojos, Swan. Quiero que me vea.

Él entró de nuevo en mí, moviéndose de atrás hacia adelante. Podía sentir sus caderas ondularse. Mis ojos estaban lo más abiertos que podía, a veces tenía que pensar en otra cosa que no fuera la magnífica sensación que sentía en ese momento.

–Bella– llamó él y fue como un grito susurrado. Un llamado de desespero.

Giré mi cara hacia él y entonces no pude creer lo que vi. Una lágrima resbalaba de la mejilla de Edward. Oh no.

–Mi Bella– puso una mano en mi cabeza –Dime que me amas. Dime que no vas a irte.

Cerré los ojos. Era tanto el dolor que estaba sintiendo en ese momento…

–Mi Edward, mi león, mi chico malo, te amo más que a nada. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Ya no quiero jugar a esto. Ya no. Perdóname Edward. Perdóname.

–Perdóname Bella. Pero es que te amo demasiado para dejarte ir. No me dejes, no te vayas.

Y no pude contenerlo más. Estallé en llanto. Ver a Edward llorando, tan débil suplicándome que no me fuera, suplicándome por amor.

¡Dios! ¿Cuándo acabaría todo este infierno? ¿Cuándo los dos dejaríamos de intentar sobrevivir? ¿Cuándo?

Edward me hizo el amor más tiernamente que nunca. El orgasmo llegó tan lento y delicioso que tuvimos que ahogar nuestros gemidos en la boca del otro.

¿Esto estaba bien?

OoO

Hubiera querido ir a visitar a Alice, pero Edward me dijo que ese día Alice no iría.

Luego del incidente que Edward y yo habíamos tenido no habíamos vuelto a vernos en el día. Y era lo mejor. Estaba es esos momentos haciendo algo para intentar salvar a nuestra relación y evitar que nos terminara matando a los dos.

–Ehm… er… ¿consultorio del doctor Gerandy?– mi voz temblaba y estaba atenta a que Edward no saliera de su oficina.

–Buenas tardes. Soy la secretaria del doctor Gerandy. ¿Con quién hablo?

–Em… soy Isabella Swan, quería… quería hacer una cita con el doctor, de ser posible hoy.

Hubo un silencio del otro lado de la línea.

–Tiene suerte, señorita Swan. Una paciente ha cancelado la cita de las ocho, puedo darle el espacio.

–Um… es que estoy en el trabajo y ¿no podría el doctor esperarme hasta las ocho y media?

–Claro que si señorita Swan. Con gusto.

Suspiré. Estaba aliviada.

–Entonces quiero la cita. Muchas gracias.

–No hay de qué. Que tenga buena tarde.

Y la secretaria colgó.

Pasé una mano por mi frente. Ya no estaba tan segura de haber hecho esa cita.

Contemplé de nuevo la tarjeta del doctor Gerandy. Alice me la había dado cuando apenas teníamos unos días de conocernos.

–Mira Belli. A él es a quien llamo cuando tengo problemas.

Según ella, el doctor era muy bueno.

La tarjeta me hizo sonreír. Eran exactamente el tipo de presentación que le gustaba a Edward.

Fondo color hueso con tipo de letra Lucida Calligraphy, texto centrado.

Dr. Henry Gerandy O.

Psiquiatra.

Tel: 56778934

Dirección: Park Ave. No. 405. Manhattan, NY. EUA.

¿Tendría yo la suficiente fuerza y confianza de hablar con alguien más la complicada relación que Edward y yo teníamos? Esperaba que sí. Porque estaba ansiosa por poder hablar de mis problemas con alguien.

No podía contarle a Alice. Ella ya estaba bastante deprimida con la partida de Jasper y yo no quería agobiarla con mis enfermos problemas.

Bajé a la cafetería por una baguette y un té helado. No estaba de humor para salir a comer a algún otro sitio. Además de que tenía más cosas que hacer. Tenía que elaborar los contratos de la nueva campaña de Cullen Corp.

OoO

Dieron las ocho y once de la noche. Apagué mi computador, me puse el abrigo y me colgué el bolso.

Kate y Jessica al igual que yo, estaban preparándose para irse.

Por un momento contemplé la posibilidad de irme si avisar -de nuevo- pero no quería otro problema con Edward.

–Señor, ya me voy ¿se le ofrece algo más?– avisé con sólo la cabeza asomándose por la puerta.

Edward frunció el entrecejo y se levantó.

– ¿Qué? ¿Cómo que ya te vas? Yo voy a llevarte a tu casa. Es viernes y, bueno, quería hacer algo contigo.

Bajé la vista. ¿Y ahora qué se supone que le diría?

–Es que… voy a ir a un lugar hoy.

Entonces Edward desocupó su asiento y recargó la cadera en el escritorio, con los brazos cruzados al frente.

–Entra y cierra la puerta, Isabella– ordenó.

Oh no… –Edward es que no puedo. Tengo prisa.

–Entra, Isabella– su tono era cada vez más pesado.

Asentí y entre en la oficina. Cerré la puerta y me recargué en ella. Miré de reojo el reloj de la pared. Ocho quince.

– ¿A dónde tienes que ir con tanta prisa?– él no se movió de su lugar.

–Er… a la ¿biblioteca? Si. A la biblioteca– lo sé. Soy estúpida.

–Yo puedo llevarte– ofreció.

–Es que… me quedaré mucho tiempo y no quiero que te aburras. Me dejaron mucha tarea en la universidad.

–No importa. Si quieres puedo ayudarte con tu tarea.

Edward, maldición, quiero ir sola.

–Edward no. Quiero hacer esto sola. Te veré el lunes.

Abrí la puerta y me giré para salir, pero Edward ya estaba detrás de mí con un brazo sobre la puerta. Respiré hondo. No quería otra pelea. Pero tampoco podía decirle a dónde iba en realidad.

–Edward, no quiero esto. No necesitas ponerte en tu plan celoso porque no voy a salir con nadie. Si no quiero que me acompañes es porque quiero hacer mi tarea sola. Si tengo problemas con ella prometo que te llamaré. ¿De acuerdo?

Edward sopesó unos momentos lo que yo acababa de decir. Luego, resignado, suspiró y asintió.

– ¿Podemos vernos mañana? Pasaré por ti a la universidad.

Negué.

–No creo que pueda.

Y no esperé otra respuesta suya. Él retiró su brazo de la puerta para dejarme ir.

–Isabella ¿traes el colgante que te regalé?

Su pregunta me extrañó.

–Sí, por supuesto que lo traigo. Mira– se lo mostré y él asintió ¿aliviado?

OoO

Cuando salí de la empresa ya eran las ocho dieciocho. Esto era como una pesadilla.

Tenía que conseguir un taxi… en Nueva York… siendo viernes por la noche. Algo prácticamente imposible.

Gracias al cielo, mientras estaba un semáforo en rojo pude ver un taxi vacío. Corrí hasta el auto y abrí la puerta.

–Buenas noches, señorita. ¿A dónde quiere que la lleve?

–A… Park Ave, número 405 por favor.

Luego de tortuosos minutos largos y hastiosos por fin llegué a mi destino. Le pagué al taxista y bajé corriendo de ahí. Miré el reloj de mi Blackberry. Ocho treinta y cinco. Era tarde.

Entré al edificio indicado. Había más puertas con placas dentro del conjunto. Pediatras, psicólogos, terapeutas, gastroenterólogos, oncólogos, etc., etc., etc. Por fin llegué hasta el tercer piso. Había una secretaria sentada detrás de un escritorio.

–Disculpe. Tengo una cita con el Dr. Gerandy a las ocho y media. Se me hizo un poco tarde.

La secretaria me sonrió amablemente.

–Oh, claro señorita. Él está en su oficina aún. Avisaré de su llegada.

Ella se levantó y abrió la puerta del consultorio. Luego de un par de minutos ella regresó.

–Pase por favor.

Respiré hondo. Puse un pié en el consultorio y la secretaria cerró la puerta por fuera.

Cuando me giré, había un señor de edad avanzada. Tal vez unos sesenta años, con lentes y ropa conservadora. Él tenía una sonrisa amable en el rostro mientras me extendía una mano para saludarme.

–Buenas noches. ¿Usted es Isabella Swan, cierto?

Asentí.

–Mucho gusto señorita Swan. Tome asiento por favor.

Contrario a lo que yo esperaba, que era encontrar un sillón largo con un cojín había un sillón de dos plazas color negro. Me senté y el Dr. Gerandy frente a mí en un sillón individual.

–Dígame, señorita Swan ¿en qué puedo servirle?

Pasé saliva. Ya no estaba tan segura de si haber recurrido a un psiquiatra era lo correcto.

–Tengo… muchos problemas en mi vida que ya no estoy segura de si pueda manejar.

El Dr. Gerandy asintió.

–Podría empezar contándome de sus problemas, por favor.

Bajé la vista.

–Soy la asistente personal de mi jefe y… también tengo una relación con él– me sonrojé.

–Tranquila. Eso es algo muy habitual. No tienes de qué avergonzarte. Ahora dime ¿ese es tu problema? ¿Te avergüenza salir con tu jefe?

–No es eso. Lo que pasa es que él es muy difícil.

– ¿Por qué?

Y entonces le conté cómo había empezado la relación entre Edward y yo. Claro que omitiendo el nombre de él. Le conté que yo había sido su amante mientras él era novio de Victoria. Que prácticamente teníamos sexo todos los días y también le conté sobre las prácticas sadomasoquistas que Edward, a veces, llevaba a cabo.

Le dije sobre los celos excesivos que Edward tenía. Así también como la muerte de James y que aún soñaba con él.

– ¿Entonces tú tienes la idea de que eres su puta?

Me sobresalté. No hubiera pensado jamás en el Dr. Gerandy diciendo algo así.

–Es que… hay veces en las que él así me hace sentir. Por ejemplo a noche. Fui a tomar un café con alguien, él me vio y obviamente se volvió loco. Me siguió hasta mi departamento, tuvimos sexo y luego él se fue así nada más. Sin despedirse o mínimo un beso. Nada.

El doctor se quitó los lentes.

–Mira Isabella. He visto algunos casos parecidos al tuyo así que puedo decirte con certeza de que lo que tú y tu jefe tienen es una relación destructiva.

Eso sonó aún peor de lo que jamás hubiera imaginado.

– ¿Relación destructiva?

–Claramente, de acuerdo a lo que tú me has contado, entre tu novio y tú hay una clara relación enferma. Y no lo digo por las prácticas masoquistas que él lleva a cabo. Si no porque tú sabes que él es celoso pero aún así, tal vez inconscientemente, tú lo provocas a sentir celos. Esto es porque a ti, aunque en la superficie te enoje que él sea así, tú te sientes importante cuando lo ves a él enfadado y celoso. Sabes que no necesitas hacer mucho para que él se ponga así.

Yo escuchaba atenta.

–Tú– continuó –Eres consciente de que eres la única que realmente puede hacerle daño a él, así como él también es el único que realmente puede hacerte daño. Además de todo lo anterior, en su relación hay un serio problema de confianza. Por ejemplo ¿él sabe que has venido a verme?

Bajé la vista, avergonzada. –No.

– ¿Lo ves? Isabella, tienes que poner un alto. Su relación es codependiente y falta de confianza. Tienen, ambos, que corregirlo, de no ser así pronto lo único que los mantendrá unidos serán las ansias de destruir al otro.

Me sobresalté. No, eso no podía ser.

–Pero yo jamás le haría daño. No sería capaz.

Él sonrió cansado.

–Le estás haciendo daño ahora, Isabella. Él no sabe dónde estás y tú le has mentido.

Me quedé callada. Era cierto.

– ¿Y qué… qué significa el sueño que he tenido?– ya le había contado mi sueño al Dr. Gerandy.

–Bueno, el sueño indica claramente que tu ex novio James representa en este caso a tu subconsciente. En el sueño James te pregunta una y otra vez si esto es lo que quieres. Tú misma te estás preguntando de si toda la vida que llevas ahora es en realidad lo que quieres. Tú en el sueño le decías que tenías miedo. Eso es porque aunque tú quizás no quieras esta vida que llevas también tienes miedo de cambiarla.

Asentí. Así que eso significaba…

– ¿Entonces tengo que dejar a mi novio?– eso me aterraba. Yo no quería dejar a Edward.

–No necesariamente. No tienes que dejarlo como novio, pero si tal vez dejarlo como jefe.

– ¿Renunciar?

–Exacto. Renunciar sería un buen paso para darle a su relación más confianza y libertad. Tú serías independiente y él también.

Esa idea no me desagradaba del todo.

– ¿Qué debo hacer entonces doctor?

–Yo no estoy aquí para decirte lo que debes hacer. Tú tienes que tomar tus decisiones. Lo que sí es necesario es que fortalezcas la confianza con él. Déjale saber a dónde vas y qué vas a hacer. Eso le dará confianza a él y poco a poco te dejará ser más libre. Debes de conocer también todos sus lados. El feliz, el enojado, el posesivo, el romántico… todos y cada uno. Esa tiene que ser la base de cualquier relación.

En esos momentos pensaba que el Dr. Gerandy era un ángel que Dios me había enviado para solucionar mi complicada vida.

–Muchas gracias doctor. Me ha servido de mucho esta terapia.

Él asintió sonriente.

–Eres una buena chica, Isabella. Te mereces una buena vida. Aunque igual, sería muy bueno que tú y tu novio vinieran a terapia de pareja. Sería muy beneficioso para ambos.

–Creo que tendré que hablar con él de eso.

–Sí, entiendo.

Me levanté de mi asiento y me puse el bolso al hombro. Miré el reloj. Nueve y media.

–Muchas gracias y buenas noches.

Y luego salí de ahí. Pagué a la recepcionista y salí a la calle a tomar un taxi.

OoO

Con una maleta pequeña en mano bajé las escaleras de mi edificio y abordé el taxi.

–A Tribeca por favor.

El taxi estacionó en la esquina y yo bajé de él.

Con un paso rápido y una sonrisa en el rostro caminé a lo largo de la acera hasta llegar al lujoso edificio.

Tomé el ascensor e indiqué el Pent-house. Las puertas se abrieron en la ya conocida sala de Edward. Me hice paso dentro, todo estaba a oscuras. Parecía que no había nadie.

Dejé mi maleta y bolso en el suelo cerca de la isla de la cocina. Me quité los tacones para no hacer ruido y darle una sorpresa a Edward. Caminé a lo largo del pasillo de las habitaciones. Paré en la habitación de Edward, pero igual estaba vacía. Pasé una a una las recámaras, pero nada.

Entonces las notas suaves de lo que parecía ser una guitarra sonaron a lo lejos. Me extrañé. Me fui acercando poco a poco al lugar de donde procedía el sonido. Llegué al estudio de Edward. La puerta estaba entreabierta. Me asomé por la pequeña abertura. Las notas de la guitarra sonaban ahora claramente. Edward estaba sentado en un sillón con la vista hacia abajo y la guitarra en las manos. Si él alzaba la vista podía verme.

Pero él siguió con la cabeza gacha y acariciando las cuerdas del instrumento. Yo estaba atenta y conteniendo la respiración. Entonces él comenzó a tocar la guitarra. Una melodía cadenciosa y triste. Luego, comenzó a cantar…

standing- by /Permanezco cerca
a broken tree /De un árbol roto
her-hands are all twisted /Sus manos están todas torcidas
She's pointing at me /Ella me señala
I was damned by-the light /Fui condenado por las luces
coming, over all-i see /Se acerca hasta a mi para verme
Spoke with a voice that /Hablo con una voz que
Disrupted the sky /Rompió el cielo
She said walk on over here /Ella dijo, camina por aquí
to, a bit of shade /Hasta la sombra
I will wrap you in my arms/Te abrigaré entre mis brazos
And always stay/Y siempre permaneceré
Let my sign/Déjame llegar
Let my sign/Déjame llegar

Oh por favor... No podía creerlo. Él cantaba tan bien y… sonaba tan triste. Y no pude contenerme más. Empujé la puerta y caminé dentro de la estancia hacia él.

Sus ojos eran de sorpresa y una enorme sonrisa estaba en su boca. ¿Por qué si yo tenía el poder de hacerlo feliz no lo hacía todo el tiempo?

– ¡Isabella! ¿Qué haces aquí?– Él había dejado la guitarra a un lado y se había puesto de pie. Se había cambiado. Traía un pants y una playera negra.

–Quise darte una sorpresa– encogí los hombros –Te escuché cantar– añadí –Fue hermoso Edward.

Él sonrió triste.

–Esa canción la escribí para ti.

Sonreí.

–Nunca nadie había escrito una canción para mí Edward. Gracias.

Entonces él me abrazó y me levantó del suelo. Me apretó tan fuerte que me fue imposible respirar por unos momentos.

–Dime que vas a quedarte. Dime que no te vas a ir.

Besé su mejilla. –Traje una maleta de ropa. Voy a quedarme contigo todo el fin de semana. Te extrañaría demasiado si estoy lejos de ti.

–Mi Bella. Gracias.

¿Gracias? No entendí ¿De qué?

Edward me depositó en el suelo y tomó mi mano.

– ¿Tienes hambre? Puedo prepararte algo.

Ladeé la cabeza.

–Un vaso de leche con chocolate estaría bien.

El asintió.

– ¿Puedo darme una ducha?– pregunté.

–Claro. Ya sabes dónde está el baño– respondió y luego se fue hacia la cocina.

Me quedé ahí quieta tres segundos y luego fui al baño. Me quité toda la ropa y abrí el agua caliente de la ducha. Entorné los ojos hacia la puerta y entonces le puse el seguro. Quería bañarme SOLA.

Tallé mi cuerpo una y otra vez y luego el cabello. Edward tenía un shampoo de fresa que había comprado exclusivamente para mí. El jabón de ducha olía a mora azul y me encantaba. Me quedé unos minutos más debajo del agua, disfrutando de la sensación y recordando todo lo que el Dr. Gerandy me había dicho.

¿Sería una buena opción empezar a buscar otro empleo? No lo sabía. Lo que si sabía es que Edward no lo tomaría nada bien. Tendría que platicar con él de eso.

Una idea llegó a mi mente de pronto. El Dr. Gerandy había dicho que la confianza debía de fortalecerse en la relación de Edward y mía y que además debía de conocer todos sus lados. Conocía casi todos ellos, pero era consciente de que había uno que aún no veía del todo. ¿Sería buena idea? ¡Bah! ¿Qué tenía que perder?

Salí del baño con una toalla en la cabeza y otra alrededor del cuerpo. Abrí uno de los cajones de la cómoda de Edward y saqué la parte de arriba de un pijama, me la colé. Sin bragas y sin sostén. Cepillé mi cabello con el peine y luego lo sequé de nuevo con la toalla. Me miré en el espejo. Mis mejillas estaban rojas y no sabía si era por la ducha que acababa de darme o por lo que estaba a punto de hacer…

Llegué a la cocina con pies descalzos caminando de puntillas. El suelo estaba muy frío.

Edward estaba haciendo algo en la estufa… no supe qué.

–Toma– dijo cuando me vio. Era un vaso de chocolate.

– ¿Qué haces?– pregunté.

–Estoy haciendo pasta– respondió.

Mientras yo terminaba de tomar mi vaso de leche, Edward hacia maniobras en la cocina y yo admiraba todos y cada uno de sus movimientos. Lo repetiré de nuevo. Que buen trasero tenía.

– ¿Disfrutando de la vista, señorita Swan?

Sonreí –No sabes cuánto.

Edward siguió de espaldas hacia mí. Vigilando la pasta al parecer. Entonces me subí a la barra de la cocina. El azulejo era frío como el demonio pero no me importaba. Luego me senté de lleno con las piernas lo más abiertas que pude con los pies sobre el azulejo y mis manos detrás de mi espalda para apoyarme. Edward seguía en sus asuntos.

–León– llamé inocentemente.

Él volteó de inmediato y al verme… me sentí tan hermosa y deseada en ese momento…

Edward se giró una vez más y apagó la estufa.

–Creo que la pasta será luego, señorita Swan.

Me mordí los labios.

Edward tomó mis muslos y los sujetó firmes en su lugar. Deslizó sus manos hacia abajo y desabrochó uno a uno los botones pequeños de mi/su pijama.

–Eres hermosa, Isabella.

Batí mis pestañas hacia él y alcé una mano para acariciar su desordenado y perfecto cabello.

–Tú también eres hermoso. Demasiado.

Luego el bajó su rostro hasta mi altura y rozó sus labios con los míos.

Sus labios encontraron un hueco en mi garganta y paseó la lengua por ahí.

–Hueles delicioso.

Paso por mis pechos, evitándolos. Su lengua siguió una línea recta por mi abdomen y besó mi ombligo. Solté una risa.

– ¿Divertida, Swan?

–Tengo cosquillas– explique temerosa de que él se hubiera enfadado. En vez de eso, el rió conmigo.

Llegó hasta mi monte Venus y raspó ahí su mentón, que causó una deliciosa sensación a causa de la incipiente barba. Su nariz se coló en mi pequeño botón. Presionó a penas, mi clítoris latió y una chispa de placer recorrió mi vientre. Gemí.

Edward volvió a hacer lo mismo un par de veces más. Con una mano tomó mi cintura haciendo que no pudiera moverme de mi lugar. Luego sentí su lengua ahí…

Suspiré bajito mientras miraba el cielo raso de la cocina. Dios.

La sensación era inigualable. Cada vez que Edward movía su lengua era como un pequeño orgasmo. Podía oír su boca lamiendo y chupando, mordiendo por todas partes.

El aroma que nos envolvía era de mora azul, fresa, Edward y sexo. Una tóxica combinación.

Edward sumergía su lengua una y otra vez, con su pulgar presionó mi clítoris y entonces no pude más y estallé.

–Ah. ¡Eddwaardd!

Recuperé el aliento. Miré a Edward. Tenía una sonrisa de autosuficiencia en la cara que no tenía precio.

Entonces me levanté de la encimera y salté hacia el suelo. Tomé la mano de Edward y comencé a guiarlo a través del departamento.

– ¿A dónde vamos?– preguntó confundido.

–Sólo camina– respondí.

Llegamos a la habitación de Edward y lo recosté en la cama. Él estaba muy cooperativo a hacer lo que yo quisiera.

Me puse a horcajadas sobre él. Pude notar que su respiración estaba ya bastante agitada. Mis manos viajaron hasta su pecho y luego hasta las orillas de su playera. Tiré hacia arriba, Edward me ayudó a quitársela y la lanzó hacia algún lado. Tiré de la cinturilla de sus pants hacia abajo y terminé de quitarlos. Me sorprendí al ver que no traía bóxers.

–No eres la única que puede dar sorpresas aquí, Swan– explicó.

Pasé mi lengua por mis labios a propósito.

Bajé mi cabeza poco a poco hasta mi destino.

– ¿Qué haces?– inquirió él.

Alcé una ceja. – ¿Qué parece que hago?

Bajé mi boca y entonces lo tomé. Edward gruñó sonoramente. Mi boca succionaba lo más que podía y luego rastrillé mis dientes por toda la longitud, sabiendo que eso lo volvía loco. Él empujó más dentro de mi boca.

–Oh Isabella. Así.

Me sentía poderosa. Podía controlar el momento en el que Edward se corriera o no. En estos momentos él era como un tierno corderito. Mi mano subía y bajaba por la parte que mi boca no podía cubrir. Una y otra vez, una y otra vez. Mis movimientos eran rápidos. Hoy quería ser salvaje. No lenta ni tierna.

Lo saqué de mi boca, sabiendo que Edward aún no llegaba.

Edward respiraba rápidamente. Podía notar las contracciones en sus pectorales. Pasé una mano por su miembro y froté. Él vibró debajo de mí.

–Bella…– tenía sus ojos fijos en mi rostro.

– ¿Qué quieres Edward? ¿Dime qué es lo que quieres?

Su boca entreabierta y su frente perlada de sudor eran dignos de un retrato.

–Te quiero a ti alrededor de mi– dijo decidido y sin pausas.

Entonces me levanté ligeramente de su regazo e hice que se hundiera en mí.

Gemimos al unísono. Oh. Aquello era tan bueno…

Aquella vez Edward me dejó llevar el control de todo.

Lo besé, toqué su cabello y me perdí en sus ojos.

¿Así sería siempre? ¿Nunca podríamos arreglar las cosas con palabras? ¿Siempre con sexo?

Bueno… mamá decía que lo mejor de las peleas eran las reconciliaciones. Yo me sonrojaba cuando decía eso pero tal vez ahora lo entendía.

Edward terminó dentro de mí y apretó mis manos cuando lo hizo. Eché la cabeza para atrás y clavé mis uñas en su pecho.

Me dejé caer sobre él. Mi oído quedó cerca de su corazón. Podía oír el bum-bum del sonido.

–Edward– llamé luego de unos minutos.

–Dime.

–Ya no quiero pelear más contigo.

–Entonces ya no lo haremos.

–Siempre decimos eso Edward– le recordé y entonces decidí decirle la verdad. Todo es confianza, todo es confianza –Te mentí– dije –No fui a la biblioteca.

Noté como Edward me abrazaba con más fuerza.

–Fui a ver a… un psiquiatra.

Edward dejó de abrazarme y nos incorporó a ambos en la cama. Me miró a los ojos.

– ¿Un psiquiatra? ¿Para qué?

Bajé la mirada –Nuestra relación no es buena Edward. Míranos. Peleamos por cualquier cosa, hacemos un juego enfermo para provocar al otro, tenemos sexo rudo, no nos hablamos en todo el día y por la noche nos besamos, nos pedimos perdón y hacemos el amor. Es la rutina de siempre.

Él se mofó – ¿A ti no te agrada esa rutina? A mí sí.

–Esto es serio, Edward. Si fui con ese psiquiatra es porque quiero salvar esta relación. No quiero que todo se vaya al trasto.

El asintió, arrepentido de su comentario anterior. –Tienes razón. ¿Y entonces? ¿Qué te dijo?

Ops. No es bueno llegar ahí…

–Dice que debemos tenernos más confianza Edward. Ya sé que dije antes que iba a soportar tus escenas de celos, pero creo que no lo cumplí muy bien. A partir de hoy quiero ser completamente sincera contigo y no ocultarte nada. ¿Qué dices? ¿Tú me tendrás la misma confianza?

Edward apretó la boca. –Sí– contestó luego de un momento.

Una sonrisa bailó en mi boca al recordar a lo que eso me llevaba. Una vez más la Madrastra ocupaba su lugar en mi cuerpo.

–También dijo que debemos de conocer todos nuestros lados.

– ¿Qué significa eso?

–Oh león. Tú me conoces completamente y yo a ti. A excepción de un lado– alcé una ceja y otra.

– ¿A sí Swan? ¿Cuál? Estoy intrigado.

Exhalé y me removí en mi lugar.

–El salvaje bebé. Yo no conozco tu lado salvaje ni tú el mío.

– ¿Eso qué significa? ¿Tenemos que ir a un zoo?– se burló y yo reí.

–No, eso no. Creo que me expresé mal. Lo que quise decir es que tú no conoces mi lado sumiso ni yo tú lado dominante.

Él se hizo para atrás. –Pero hemos ido a la habitación oscura y hemos hecho el tipo de juegos que a mí me gustan– explicó.

–Lo sé. Pero no creas que no me he dado cuenta de que todo el tiempo, inclusive en tu rol de dominante, eres muy suave conmigo. No te conozco bien por esa parte.

– ¿Qué me estás pidiendo entonces, Isabella?– sus ojos eran oscuros.

Alcé la cara.

–Quiero ser tu sumisa de tiempo completo, Edward.

Estaba dispuesta a hacer todo para que esa relación funcionara. Y si ser la sumisa de Edward era la clave, entonces lo haría.

Como Renée decía:

“Si quieres paz, prepárate para la guerra”*

OoO

Canción: Born To Die

Artista: Lana Del Rey

*Si quieres paz prepárate para la guerra: La frase original está en latín: “Si vis pacem, para bellum” Que en éste caso es el título del capítulo. Significa que si quieres una buena vida entonces debes luchar primero por ella.

¿Os ha gustado el cap? Perdón una vez más por la tardanza. En serio.

Dejen sus comentarios y voten. Ya saben, en el blog está el adelanto del sig. capi y también hice un video trailer del fic. Por si quieren verlo, está en mi blog en el apartado "Videos" Ya saben, os espero en el blog: www.amywelchfanfic.blogspot.com

Un beso enorme.

Amy W.

Capítulo 17: Sucesos Inesperados Capítulo 19: Nacida Para Ser Sumisa

 
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