Love Me (+18)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 07/08/2015
Fecha Actualización: 25/10/2015
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 45
Visitas: 82996
Capítulos: 47

 

Edward Cullen: modelo profesional con un status muy alto y maravillosamente guapo.

Isabella Swan: asistente personal de Tanya Denali de Status Model Management. Y como no enamorada de Edward Cullen.

Edward Cullen tiene una vida muy complicada tanto por sus constantes viajes de trabajo como por su vida personal. Por eso y por otros motivos no está dispuesto a complicarse más la vida empezando una relación con nadie. No está dispuesto a estar en una relación ni a comprometerse. Pero cuando se encuentra con Isabella Swan instantáneamente siente una atracción hacia ella, pero con el tiempo se convierte en algo más. ¿Se dará la oportunidad de amar y de ser amado?  

Isabella Swan ama y odia su trabajo, lo ama porque siempre se puede recrear la vista con los exquisitos especímenes con los que trabaja. Y lo odia porque le toco una jefa de lo más irritante, difícil, y aparte criticona. Pero aparte de eso, cuando conoce a Edward Cullen se siente inevitablemente atraída por él, pero ella sabe que no es conveniente sentirse atraída por un modelo y mucho menos enamorarse, y menos especialmente de él, pero la atracción entre ambos es simplemente inevitable.

 

 

Lo persoajes le pertenecen a Stephanie Meyer, esta historia esta adaptada en el libro Working it de kendall Ryan, yo solo lo adapte con los prsonajes de Edward & Bella 

Espero les guste :)

           

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Capítulo 3: Cuatro Meses Antes

 

Maldiciendo a mi armario, saqué una falda de tubo azul y una blusa de seda color crema de mi closet. Aunque ya me las había puesto anteriormente esta semana, mis opciones estaban limitadas. Tan pronto como me pagasen, iba a fundir mi primer cheque en ropa. Si me quedaba en este trabajo, es decir. No sabía qué resultado era más probable: ser despedida o que renunciase. Por las últimas dos semanas, había estado trabajando en el Status Model Management en la ciudad de Nueva York. Siendo una chica de campo de corazón, la experiencia estaba probando ser un desastre espectacular, pero al menos, la paga iba a ser buena. Si podía sencillamente destacar.

Me metí la blusa dentro de la falda y revisé mi perfil en el espejo. Había dejado suelto mi cabello marrón, y se ahuecaba alrededor de mis hombros de una forma bonita. Podía agradecerle a mi madre por tener un buen cabello. Rápidamente me apliqué corrector de ojeras sobre los oscuros círculos debajo de mis ojos y apliqué brillo de labios. Ya está. Mucho mejor. Me mantuve alejada, dándome a mí misma una última mirada. No está mal. Estaba lejos de ser una supermodelo, pero lucía decente. Miré al reloj. ¡Mierda! Llego muy tarde.

Metí mis pies en mi único par de tacones –zapatos color piel que yo fingía que pegaban con todo- y me fui tambaleando hasta la puerta. Agarrando rápidamente la bandeja de muffins que había cocinado anoche como un gesto de buena voluntad para mi nueva jefa y compañeros, me lancé para salir por la puerta de mi departamento. 

Una briza cálida de julio bailaba alrededor de mis tobillos cuando salí a la desbordante calle. Un enjambre de taxis amarillos me pasó de largo. La esencia de los tubos de escape de los coches, a pan caliente y una estela de orina se apiñaban en el aire, luchando por atención. Un vendedor de perritos calientes a mi derecha sonrió cuando pasé. Un mensajero en bici bajó por la carretera, casi golpeándome cuando crucé la calle, y el edificio MetLife se aproximaba en la distancia. Yo estaba dominada con un enorme sentimiento de añoranza. Este lugar no era nada parecido a Tennessee.

Incluso después de vivir aquí unas semanas, no veía cómo el rugido del tráfico de Nueva York era algo a lo que pudiera acostumbrarme algún día. Algunos días me preguntaba si había arrancado de un mordisco más de lo que podía masticar, aunque yo seguía adelante, manteniendo un pie frente al otro.

Cuando llegué al trabajo con mi bandeja de muffins, ya estaba llegando tarde, así que tan rápido como mis tacones sobre alfombrado afelpado me permitían, hice una loca carrera hacia la suite del asistente ejecutivo fuera de la oficina de la jefa. Unas cabezas se levantaron mientras pasaba volando, y me pregunté si mi corazón podía no resistir a la muy avanzada edad de veintidós.

Perfumes penetrantes y exóticos mezclados con el aroma del cuero llenaron mi nariz y ahogué un estornudo. La agencia en sí misma era toda moderna, con vidrio grueso y opaco y vigas de acero, luciendo muy chic y lujosas. La 12º planta estaba provista de hermosas vistas del Central Park a la distancia. Amaba mirar a esas copas de árboles con muchas hojas verdes. Nunca supe que podrías echar de menos ver árboles, pero Nueva York hacía eso posible.

La parte de arriba de mi escritorio estaba contaminado con, al menos, una docena de notas Post-it, cada una conteniendo algún mensaje casi ilegible escrito por la escritura a mano desprolija de Tanya. Mierda.

Ella claramente había estado en el trabajo por un rato. El por qué ella prefería comunicarse solamente en fragmentos amarillos de papel adhesivo, estaba más allá de mi entendimiento. Nunca me enviaba correos electrónicos, tampoco me gritaba algo desde su oficina ni lo garabateaba en un Post-it cuando yo no estaba. Era mi trabajo descifrar los significados. Arranqué el primero de mi escritorio, que estaba bastante claro. Decía: Llama a Edward.

Me dejé caer en mi asiento para empezar a organizar sus notas en caso de que necesitase remitir alguna más tarde. Metí una nota que estaba presumiblemente escrita en jeroglíficos en mi carpeta de plástico y luego me senté para lidiar con el resto. Lo primero es lo primero, llamar a Edward Cullen. Revise la base de datos, y rápidamente lo encontré. No es que fuera muy difícil encontrarlo, después de todo era Edward Cullen uno de nuestros modelos más populares. Modelos como él (me refiero a lo sorprendentemente guapo que es) no pasaban desapercibidos. Respiré profundo y marqué su número.

— Sí.  — Contestó una voz profunda.

— Um, sí, hola. Soy Bella Swan de Status. A Tanya le gustaría verle hoy.

—  Ok. — Él sonó ligeramente molesto. — ¿A qué hora?

Abrí su calendario, maldiciéndome en silencio por no tener esa información lista. Afortunadamente mi computadora cooperó y rápidamente cargó la información. Ella estaba libre toda la mañana.

— Puedes venir a cualquier hora antes del mediodía.

—  Claro. —Replicó—  Estaré esta mañana más tarde. —Colgó sin decir adiós.

Suspiré y devolví el teléfono a su base. De acuerdo entonces. Una tarea completada. No era tan malo.

Ahora ocuparse de unos e-mails que tenía. Me gustaba estar informada de los trabajos internos de la agencia de modelos, y Status Model Management era una de las más poderosas agencias de Nueva York, a menudo ganando contratos por 7 dígitos con los mayores anunciantes. Tenía una flota de caras nuevas para alimentar el deseo de cualquier ejecutivo. Aunque lo único era que mi jefa, Tanya, que manejaba la agencia, representaba sólo a modelos hombres. Tanya había ampliamente conocido que no trabajaba bien con mujeres. Una vez había dicho que era demasiado estrógeno, o algo así.

Como la asistente de Tanya, la descripción de mi trabajo incluía mantener la base de datos de los modelos de la agencia y pasar su información a los trabajos específicos de ella. Los requerimientos vendrían por cierta apariencia, color de cabello, color de ojos, altura y peso, y yo escudriñaría los expedientes para encontrar a los hermosos hombres correctos para el trabajo antes de enviar sus primeros planos y expedientes a Tanya para que lo aprobara. La posición ciertamente tenía sus ventajas. Comerse con los ojos a deliciosos hombres diariamente era la principal. ¿Eso me convertía en una superficial? No. No lo creo. Había tenido un puñado de trabajos de mierda y relaciones más mierdosas antes de todo esto. Si quería estar rodeada por hombres completamente deliciosos y altamente inalcanzables todos los días, sentía que eso era un derecho dado por Dios. Y que encima me paguen –sí, por favor. Me apunto.

Era mi trabajo saber los pequeños detalles de cada modelo, ayudar a determinar cuál era el correcto para cada tipo de trabajo (editorial, alta moda, gimnasio, estilo de vida) antes de darle sus tarjetas de presentación a Tanya. Esto me daba derecho a la información íntima de un par de cientos o así de los hombres jóvenes con los que trabajábamos. Su talla de zapatos, singularidades de personalidad e incluso hechos poco conocidos, como que, Nico no podía trabajar con Sebastian porque una vez habían salido y terminó mal. O que, Leo tenía fobia a todo lo acolchado y no podía estar rodeado de tul ni plumas.

Me aseguraba de que las cosas pasaban suavemente en el set, y muchas veces los fotógrafos eran peores que los modelos; demandantes y caprichosos, con una tendencia a degradar a los modelos cuando no podían conseguir las tomas que querían. Yo ya había aprendido parte de mi trabajo, que sería actuar como mediadora, ayudando a suavizar las cosas y averiguar las expectativas del fotógrafo y explicárselas al modelo.

Por supuesto, mi mayor desafío era lidiar con Tanya Denali, la ultra británica, ultra perra jefa de Status Models. Verdaderamente era una rara especie. En algún lugar entre los treinta y los cuarenta, era devastadoramente hermosa. Encaja definitivamente entre la gente guapa trabajando en la agencia. Inteligente como un látigo en los negocios, pero con las habilidades sociales y educación iguales a las de un mosquito. Era astuta, confabuladora y, sobre todo, despiadada. Negociaba duro por sus modelos, a menudo ganándoles tasas más altas y mejores contratos. Pero ella regía con un puño de hierro, aunque con buena manicura. Y yo tenía el marcado placer de lidiar con ella día tras día. Qué suerte la mía.

Mi pequeño escritorio estaba justo fuera de su oficina. De su inmaculada percha de cuero rojo, ella podía levantar la mirada cuando sea que quería y ver la pantalla de mi computadora y lo que sea a lo que yo estuviera mirando. Así que, las compras online, estar al tanto de Facebook y los e-mails personales eran un grande No. No.

Me había aplaudido a mí misma por no ser la recepcionista del frente o una de las asistentes de producción. Ellas parecían incluso más miserables que yo. Nope, yo había aterrizado en la posición de asistente ejecutiva -¡Yay por mí! Poniendo mis ojos en blanco, recordé lo extremadamente cohibida que había estado en mi primer día entre todas las mujeres bronceadas y estilosas que ya trabajaban aquí. Poco hizo que supiera que trabajar para Tanya  probaría ser una clase especial de tortura. Ella criticaba todo, desde mi cabello marrón hasta mi sentido del estilo inexistente, pasando por mi acento sureño.

Mi primer viernes a la noche, había salido a la hora feliz con Ángelo algunas de las otras asistentes. Él me había informado de que Tanya no me odiaba, que la lengua afilada sólo era parte de su forma de ser. Aparentemente, yo ya había durado más que sus tres asistentes anteriores combinadas. Ángelo era un asistente de producción y, ocasionalmente, trabajaba para Tanya también, así que él sabía de lo que estaba hablando. Después de la charla animada, me había convencido a mí misma de que podía superar cualquier cosa. Yo la convencería. Tendría éxito donde otros habían fallado. Ni en broma iba a cortar esto y alejarme a rastras con la cola entre las piernas. No, señora. Este era mi primer trabajo real, y en la ciudad de Nueva York, nada menos. Tomaría este trabajo. Y con la promesa de un calendario de viajes llevándonos a París y Milán pronto, yo quería hacer este trabajo. En casa, nadie tenía oportunidades como ésta. Sería estúpida si abandonase sólo porque no me gustara mi jefa.

El acento británico de Tanya cortó mis pensamientos como una sirena.

— Deja de babear por ese chico y mueve tu trasero hasta aquí.

¡Mierda!  Mi pantalla había estado en reposo con la foto de un modelo semidesnudo. Ups. Arrastré mi ajustada falda hasta la oficina de Tanya. Ella estaba vestida inmaculadamente, como siempre, con un vestido de lino de Versace con una bufanda del color intenso púrpura real y un par de los tacones más altos de Prada que había visto en mi vida. Esos zapatos ponían en vergüenza al Empire State Building. Su cabello estaba tirado hacia atrás en un flojo moño, con brillantes mechas oscuras enmarcando su elegante rostro.

— ¿Sí, Sra. Denali? Pregunté.

— ¿Sabes qué hora es? —su caramente calzado pie golpeó el suelo y no se molestó en levantar la mirada de la pantalla de su computadora. Tap, tap, tap.

Oh, mierda. ¿Era una pregunta trampa?

— Uh, son las diez…

Ella se recostó en su silla, mirándome con intensidad.

— ¿Y?

¿Y? ¿Y qué? Me fulminó con una mirada helada, haciendo que mi corazón martillease y un frío sudor estallase debajo de mis brazos.

Después de diez segundos de silencio de piedra, durante el cual me miró de pies a cabeza con disgusto, haciéndome querer esconderme detrás de la planta de la maceta grande de su oficina, ella finalmente habló.

— Es hora de mi té. —gruñó y movió una mano despectiva en mi dirección.

Oh. Cierto. Su té de media mañana. Qué británico por su parte. Corrí hacia la cocina pequeña tan rápido como mis tacones me lo permitían para calentar un poco de agua purificada para su té. Añadí el paquete de Desayuno Inglés a la taza y corrí deprisa para volver, justo a tiempo para ver a un hombre entrando a su oficina. Genial. Otra metedura de pata. Estaba segura de que tendría que aguantar el infierno más tarde por dejar entrar a un invitado sin anunciar.

Entré en su oficina detrás de él, todavía llevando el té.

— Edward, amor, entra. —habló Tanya arrastrando las palabras e hizo gestos hacia el asiento de cuero frente a su escritorio.

Capítulo 2: Prólogo Prsente Capítulo 4: Encontrandote

 


 


 
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