Los tenues rayos de luz de alba atravesaron con sutileza el gran ventanal de mi habitación haciendo, haciendo que me despertara lentamente…
Aun notaba mis ojos húmedos a causa de las lagrimas, había estado llorando sin pausa toda la noche, hasta caer en los brazos de Morfeo.
Aquel día iba a ser uno de los más horribles de toda mi existencia…
Me desperece… sentía mis articulaciones agarrotadas.
Me levante de la cama pesadamente, note como mis pies blanquecinos tocaban el frío suelo de madera.
Me limpie los surcos pegajosos que habían dejado las lágrimas con la manga del camisón.
Ese día iba a ser el último y pertenecería para siempre a William, un hombre que al que ni siquiera conocía… y lo iba a desperdiciar haciendo los preparativos de la boda.
Salí de la habitación caminando lentamente, sin prisa, intentando memorizar cada uno de los pequeños recovecos de la casa, la casa en la cual había nacido y me había criado, y que ahora iba a abandonar.
Recorrí el pasillo notando la suave moqueta que cubría toda la extensión del pasillo.
Respire profundamente oliendo el inconfundible olor a rosas que impregnaba la casa.
Deslice suavemente la mano sobre la barandilla de madera y fui bajando uno a uno los escalones…
Camine desganada hasta la cocina donde estaba Annabelle desayunando, y con la otra mano sujetaba una de sus carísimas e inseparables muñecas de porcelana.
Annabelle y yo no nos parecíamos en nada ella tenia el pelo del color del trigos y los ojos de un verde azulado…y su tez era un poco mas morena que la mía, aunque claro yo tenia un color blanquecino demasiado destacado era de un blanco casi enfermizo…a mi no me gustaba ser tan blanca, sentía envidia de Marian ella tenia la tez bronceada, y eso me gustaba, aunque madre dijese que la piel blanca era de las clases sociales altas.
|