UN AMOR DE LEYENDA (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 17/07/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 20
Comentarios: 53
Visitas: 54714
Capítulos: 20

"FANFIC FINALIZADO"

Gairloch, Highlands, 1432

Según la leyenda, una hada con poderes extraordinarios nacerá cada cierto tiempo en el clan MakSwan. Será sanadora con el conocimiento y la capacidad de ayudar a los demás, pero su fuerza y resistencia deberán ser probados por los obstáculos. Si sobrevive a las duras pruebas del fuego, el agua y la piedra, siempre sera bendecida por Dios.

El hada debe tener cuidado de no enamorarse, pues, si su amor no es correspondido, podría perder sus poderes. Mas si tuviera la suerte de encontrar a su verdadero amor y ser correspondida, sobrevivirá a cualquier problema y vivirá, junto a su amado, felices para siempre.

Así proclama la leyenda.

 

 


Basada en "El laird de Stonehaven" Conni Mason

 

Mi otro Fic

PRISIONERA DE GUERRA:

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3899&id_capitulo=0

 

 

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Capítulo 4: TRES

DEDICADO ESPECIALMENTE PARA KIMBERLYCULLEN CON MUCHO CARIÑO

 

 

-¿Quieres comer antes de bañarte?- preguntó Edward cuando el silencio entre ellos se alargo -Tu equipaje aún no ha llegado, pero pronto lo hara.

-Sí -respondió Isabella -Voy a bañarme cuando tenga ropa limpia que ponerme.

Carlisle eligió ese momento para presentarle a otro hombre.

- Se trata de Sam- dijo Edward -administrador de Stonehaven. Puedes disponer de él y su esposa Alice para lo que necesites.

Isabella se preparaba para otro rechazo por parte de los siervos de Edward y fue una grata sorpresa cuando Sam le ofreció una cálida sonrisa de bienvenida.

- Así que nuestro laird al fin ha tomado una esposa,- el hombre se echó a reír. -¡Es cuestión de tiempo!. Bienvenida, mi señora. Os ayudare a familiarizarse con Stonehaven.

- Gracias, Sam-, dijo Isabella. Envió una mirada de soslayo a Edward. -Me temo que voy a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir.

- Su habitación está preparada-, dijo Sam. –Debe estar agotada. Voy a pedirle a Alice que os suba una bandeja a la habitación.

- Eso sería maravilloso, Sam. Comida, un baño y una buena noche de sueño son lo único que necesito esta noche.

- Te enseñaré el camino-, dijo Edward, guiando a Isabella por el pasillo hacia un empina do tramo de escaleras. Un nudo se formo en su garganta. ¿Esperaría Edward consumar sus votos matrimoniales esa noche? Lo que había comenzado la noche anterior había demostrado la facilidad con que sucumbirá a él, lo rápido que podía llevar a su cuerpo hasta el punto de ebullición.

- Tu dormitorio esta en el ala este -explico Edward- pensé en ponerte en otro lugar, pero decidí que no se vería bien para la esposa del laird dormir lejos de su marido.

El alivio se propago a través de Isabella.

- Tienes intención de hacerlo... a...

- ¿Consumar nuestro matrimonio? Tu padre está muerto. No veo ninguna razón para hacer algo que, obviamente encuentras aborrecible.

 

- Pero pensé que era necesario.- Dios, su voz sonaba como si estuviera pidiéndole limosna.

Edward se encogió de hombros.

- Sólo si tú lo deseas. Fue tu decisión mantener nuestra libertad al contraer matrimonio, no la mía.

Se detuvo ante una puerta abierta y la hizo pasar a su interior. –Estarás cómoda aquí.

Más que cómoda, pensaba Isabella mientras veía a su entorno. La cámara, suavizada por luz de las velas, estaba obviamente diseñada para una dama. Colores femeninos, la decoración de las paredes. Tapices de colores. Además de una intrincada cama tallada que descansaba sobre un estrado, había un escritorio elegante, un tocador, armario, silla mecedora, y varios bancos situados frente a la chimenea.

- La habitación es una maravilla- comentó Isabella. -Voy a estar muy contenta aquí.

- Si hay cualquier cosa que desees, solo debes pedírselo a Sam.

- ¿Hay una despensa donde puedo secar mis hierbas y mezclar mis ungüentos?

- Sí, más allá de la huerta.- le dirigió una mirada de advertencia - Lo dije en serio, Isabella. No habrá conjuros en Stonehaven.

Ella se apartó de él y se acercó a la ventana.

- ¿Esque me tienes miedo, Edwardl?

- No temo a ninguna mujer o bruja.- se había acercado a ella en tres pasos largos y se volvió para enfrentarsele. El delineo su barbilla con un dedo largo, se quedó en las profundidades de sus turbulentos ojos color violeta.

- Di mi palabra y os haré mi esposa de nombre. Justo aquí, justo ahora.

Bajó los párpados, incapaz de mirarle sin sentir culpa sobre su decisión.

- Creí que entendías por qué no puedo entregarte mi cuerpo.

- Tal vez lo entendería si me lo explicas una vez más.

- La profecía dice que un hada que ama en vano, pierde sus poderes.

- He escuchado la profecía. Se dice que el hada debe someterse a pruebas de fuego, agua y piedra, pero no dice nada acerca de negar a su marido sus derechos maritales.

- Tengo miedo.- le temblaron los labios.

- ¿Miedo de qué? ¿Crees que voy a hacer daño?

- Podrias lastimarme pero no como tu lo crees. Mi padre no te hizo ningún favor al pedirte que te casaras conmigo. Mereces una mujer que te ame.

Edward frunció el ceño.

- ¿Estás diciendo que no podrás amarme?

- Tu mismo admitiste que amabas a otra. Podría perder mis poderes, si me enamorara de ti. Dices haber oído la profecía, sin embargo no crees en ella.

- Tienes razón. No creo en las hadas ni en los espíritus. La profecía es una broma cruel de tus ancestros -intensificó su mirada, y dejó caer sus manos sobre los hombros. – Puedo hacer que me quieras, Isabella. Tienes algo que me encanta - sus manos se curvaron alrededor de sus hombros estrechos y la atrajo contra él.

Su cuerpo estaba duro, y el calor que emanaba de él la estaba derritiendo por dentro. Luego bajó la cabeza y la besó lentamente, con pasión creciente. El pulso en su garganta latió de forma errática y provoco la humedad entre sus piernas, gimió en su boca.

Sin voluntad sus manos se deslizaron sobre su espalda. Profundizó el beso, usando su lengua mientras sus manos se movieron hasta enroscarse en torno a su cuello enredándose en su pelo oscuro.

¡OH, no, ¿qué estaba haciendo? Como provenidos de otra parte escucho los sonidos que hizo... gritos inarticulados que eran de alguna manera una negación. La realidad de sus besos fue más intensa que cualquiera de sus sueños. El placer que sentía era tan feroz, lo más cercano a la locura. Y en ese breve instante de locura Isabella de buen grado habría renunciado a sus poderes con el fin de estar debajo Edward MakCullen.

El deseo voraz latía en el aire a su alrededor como un ser vivo, caliente y salvaje. Era el paraíso, era un infierno... estaba mal. La tormenta de sus emociones se agitaron dentro de ella intensificándose cuando Edward la arrastró a sus pies.

- No vas a lamentar esto -, dijo Edward cuando la recostó sobre la cama cubriéndola con su cuerpo- Te deseo, muchacha. Quiero estar dentro de ti. - sus manos rozaron sus piernas, enredase en los rizos húmedos entre sus muslos. –Estas hecha para el amor, Isabella amor.

La palabra hizo que la euforia se derrumbara a su alrededor. Realmente tenía que estar loca para sacrificar sus poderes por unos pocos momentos de placer sin sentido. Sin embargo, su cuerpo se negó a obedecer a su mente, y comenzó a devolverle los besos a Edward.

- Así es, muchacha,- la alentó Edward contra sus labios. -Déjate llevar. No pienses en nada mas que lo que está pasando en esta cama.

Le había subido sus faldas hasta los muslos cuando la puerta se abrió, dejando entrar a alguien.

- Espero que haya algo en esta bandeja para tentar el apetito -dijo Esme mientras se afanaban en la habitación –quiza puedas cenar por ti misma, así que...- Sus palabras terminaron abruptamente cuando vio Isabella y Edward íntimamente entrelazados en la cama. -OH, yo no sabía... -comenzó a retroceder. -Voy a dejar la bandeja y me la llevare cuando este listo.

Con las mejillas en llamas, Isabella se escabulló de debajo de Edward, empujándolo fuera de la cama a toda prisa.

- No, te vayas Esme. Edward estaba por irse.

Levantándose del suelo, Edward miro a Isabella de forma a irónica, se dirigió hacia la puerta.

- Vamos a terminar esto más adelante, muchacha- dijo en una voz demasiado baja para que Esme pudiera escuchar.

- No, jamás será- respondió Isabella.

- ¿Qué fue todo eso?- preguntó Esme, una vez que estaban solas.

- No preguntes.

- Pensé que habías recobrado el sentido y decidiste disfrutar de la cama con tu marido. Si yo tuviera la suerte de tener en mis brazos a un joven tan viril como el…

- Jamás he cambiado de opinión, Esme.

Esme soltó una carcajada.

- Jamás me hubieras engañado.

- Olvídate de lo que viste. ¡Fue un error! - camino a la bandeja levantando la tapa. - ¿Qué me has traído?

- Una rebanada de pastel de carne, queso, pescado cocido, pan fresco y mantequilla. Alice mantiene una despensa bien surtida. Comí un poco de la carne. Nos pasaremos hambre aquí, eso es seguro.

Isabella probó la tarta y tuvo que estar de acuerdo. De hecho, todo en la bandeja tenía un sabor maravilloso. Comió con gusto, luego se sentó y suspiró.

- Cuando lleguen mis cosas, acomodare mi caja de hierbas en la despensa. Me ocuparé de ello mañana.

- Stonehaven no tiene sala de baño- le informo Esme –pero puse a calentar agua en la cocina. Los baldes llegarán pronto.

- Gracias, Esme. No se que haría sin ti.

- No tienes nada que agradecer -dijo Esme mientras se lleva a la bandeja vacía.

Mientras Isabella esperaba sus baúles, exploró su habitación y descubrió una pequeña puerta que no había notado antes. Mordió su labio inferior con los dientes, preguntándose si la puerta llevaba al dormitorio de Edward.

Había una sola manera de averiguarlo. Se acerco cautelosamente, agarró el picaporte y al abrirlo se encontró mirando una versión masculina de su propio dormitorio. No sólo estaba mirando a la habitación de Edward, lo estaba mirando a el.

De pie junto al lavabo, la espalda desnuda goteo agua de su cabeza como si acabara de lavarse. Miró con asombro sus músculos flexionados reflejando cada movimiento. Cerró sus puños para frenar el impulso de correr y tocar con sus manos su carne suave, sentir sus músculos tensos.

- ¿Deseas algo Isabella?

Su corazón comenzó a latir con violencia. ¿Tenía ojos detrás de la cabeza?

Chorreando agua y secándose con una toalla, se volvió para mirarla.

- ¿Cómo sabias que estaba aquí?- preguntó Isabella.

- Entrenamiento. He aprendido a detectar cuando alguien está acechando detrás de mí. Eso me ha salvado la vida una o dos veces.

Los hombros de Isabella se pusieron tensos.

- Yo solo quería ver a dónde conducía la puerta.

- Te dije que tu habitación era parte de las habitaciones principales. Es habitual que el laird y su dama compartan aposentos

- Pero no somos... Quiero decir, tenemos un acuerdo.

- Hay que mantener las apariencias, Isabella. En caso de que tu hermano alegue que aun eres virgen, y pueda declarar nuestro matrimonio no válido ¿Es eso lo que quieres?

- No.

- Entonces déjame hacer lo mejor para ti. Reconozco que te quiero en mi cama, pero no voy a tomarte menos que lo desees.

- Jamás - dijo, retrocediendo. -Gracias por respetar mis decisiones.

Alargó la mano hacia ella y la arrastro contra él.

- Esto no va a ser fácil, muchacha. Un hombre necesita una mujer en su cama. Y tú eres mi esposa

- Puedes buscar en otra parte tu placer.

Su expresión era oscura, sus ojos azules la miraron de forma amenazadora mientras sus manos apretaban sus hombros.

- Olvida esa tontería de ser un Hada y déjame hacerte una mujer real – no espero que la besara, así que no tuvo tiempo para fortalecer su resistencia. Se derritió contra su boca suave y flexible.

Besar a Edward no era como algo que antes hubiera experimentado. Su sabor y aroma eran únicos. Podía felizmente ahogarse en sus besos. Sintió que la llevaba hacia la cama y se dio cuenta de que estaba peligrosamente cerca de renunciar a sus poderes por unos momentos de placer físico. Empujó contra su pecho y sus brazos cayeron.

- No eres tonta, Isabella MakCullen. Incluso si tuvieras los poderes que tanto proclamas, te prohíbo que los uses en Stonehaven. Te estas negando lo que puede pasar entre nosotros por algo que no te será de ninguna utilidad mientras sigas siendo mi esposa.

- ¿Me prohíbes emplear mis conocimientos de curación para ayudar a tus siervos?

- No, sabes que valoro tus habilidades curativas. Estoy refiriéndome a los poderes mágicos que dices poseer. Aunque no creo en esas cosas, mi gente es más crédula que yo. Saben reconocer los signos de la brujería.

Ella retrocedió, como si la hubiera golpeado.

- No soy una bruja, pero no voy a negar que soy un hada. Créme cuando digo que jamás le haría daño a tus gentes.

- Vuelve a tu habitación- ordenó Edward bruscamente. –No se necesita mucho para olvidar la promesa que te hice de no hacerte mi mujer en todos los sentidos. Mantente fuera de mi camino si deseas permanecer virgen.

Isabella dio la vuelta y huyó. Había visto el aura oscura que le rodeaba y un airado Edward era más de lo que actualmente podría manejar. Iba a ser difícil vivir el resto de su vida con un hombre que deseaba pero no podía tener.

Edward necesitaba una mujer. Si su esposa virgen no le daba lo que necesitaba, entonces estaría bien que lo buscara en otros lugares. Jessica dormía en el tercer piso y siempre estaba dispuesta a complacerle. Todo lo que tenía que hacer era llamarla y vendría. Se acercó a la puerta a punto de abrirla, pero no pudo girar el picaporte.

¡Maldita Isabella! Su padre nunca había roto sus votos matrimoniales durante todos los años de su matrimonio, y Edward resentía el hecho de que Isabella le obligara a ser menos honorable. No era la mujer que habría elegido para casarse. Pero una conversación con un hombre moribundo había trastornado su vida dejándole a una bruja por esposa.

La ira freno su buen humor habitual. Iría directo a la habitación de Isabella a decirle que iba a tomar una amante. Sí, lo haría. Le daría una última oportunidad para ser su esposa antes de meter a otra mujer a su cama.

Se acercó a la puerta de comunicación y abrió antes de cambiar de opinión. Lo que vio lo detuvo en seco. Isabella estaba parada junto a la ventana. Sus brazos extendidos, como invitando a una entidad invisible. Una súbita brisa agitaba la cortina, la levantó del cabello y presionó sus faldas contra sus piernas.

Curioso, se acercó, lo suficientemente cerca para ver a su cara. Sus ojos estaban cerrados y sus labios se movían. Edward abrió los ojos alarmado cuando las llamas del hogar se volvieron de amarillas a rojo sangre. ¿Qué estaba pasando?

-¡Isabella! ¿En nombre de Dios que estás haciendo? ¡Basta! ¡Basta de inmediato!

Miro con recelo como Isabella poco a poco volvió en sí, como si emergiera de un trance. Se volvió hacia él, pero parecía que no verlo. Sus ojos de color violeta estaban muy abiertos desenfocados, Edward tuvo miedo. Ella parpadeó y lo miro.

-Edward... ¿qué estás haciendo aquí?

-No importa lo que yo este haciendo- grito Edward- ¿Interrumpí algo?

-Nada. Sólo estaba... en comunicación.

Puntos rojos de rabia brillaban en sus ojos.

- ¿Con quién?

- Con la naturaleza.

- ¡Mentirosa! ¿No te he prohibido convocar a los espíritus malignos? ¿Quién eres tú? Tu padre me aseguró que no eras mala y yo le creí.

- Y no lo soy pero no puedo negar mi herencia. Tampoco puedo negar los poderes que Dios me dio.

- Dios te los ha dado -levantó las cejas. – Explícame de que poderes hablas.

- Puedo curar las heridas.

- ¿Qué más?

- Los espíritus me hablan. A veces veo cosas antes de que sucedan.

- Así que eres todo un espectáculo - dijo enojado.

- Algunos no lo llamarían así.

- Adelante. ¿Escuchas voces?

- Sí. Ellos me hablan en mis sueños... y en otros momentos.

- ¿Qué te dicen?

- No puedo hablarte de ello mientras seas…

- Tus sueños, Isabella. Háblame de ellos.

- Tú viniste a mí en sueños. Vi tu cara mucho antes de saber tu nombre.

Aturdido en silencio, Edward la miró fijamente, tratando de decidir si ella estaba diciendo la verdad. No sabía qué pensar. Isabella era una mentirosa o peligrosa, o quizá estaba loca.

- ¿Soñabas conmigo?

Ella asintió con la cabeza.

- Viniste a mí en sueños. Los espíritus te trajeron a mí.

- No creo en nada de lo que estoy oyendo. Nos conocimos hasta que tu padre me llamó a Gairloch. Te lo advierto, Isabella, detén esta locura. No podré protegerte si te niegas a cooperar.

- ¿Qué estás haciendo aquí? No te he invitado a venir. ¿Cómo podemos evitarnos el uno al otro si no puedes seguir tus propias reglas?

- Vine a darte una última oportunidad para ser mi esposa antes de meter a otra mujer en mi cama.

Isabella hizo todo lo posible por ocultar su consternación. Si Edward toMaba una amante no podría detenerlo. De hecho, le había animado a hacerlo así. Sin embargo, ella deseaba ser la mujer en su cama. Quería ser amada por él y amarlo a cambio. Eso trajo otro pensamiento.

- ¿Quién es la mujer que amas?

- ¿Qué?

- Dijiste que aMabas a otra. ¿Quién es ella? ¿Por qué no la desposaste?

La expresión en el rostro de el se ensombreció.

- Sí, amo a otra, pero entre nosotros todo fue puro e inocente. Siempre la amare, a pesar de que ya no es de este mundo.

- ¿Esta muerta?- exclamó Isabella.

- Ella pertenecía a Dios. -Su mirada afilada se volvió a Isabella. – No trates de cambiar el tema. Estábamos hablando de conjurar a espíritus y hechizos. No habrá más de eso en Stonehaven. No voy a tolerar tu desobediencia. Buenas noches.

Se marchó sin decir una palabra. Obviamente no entendía sus poderes. En su experiencia, la gente temía a las cosas que no entendía y Edward no era la excepción.

Lo que realmente le dolió fue el conocimiento de que Edward creía que era una bruja.

Isabella volvió a la ventana, tratando de convocar a los espíritus que habían huido cuando entró en habitación pero no sirvió de nada. Esperaba que no la hubieran abandonado, ya que sin ellos estaría perdida.

Edward merodeaba de un extremo a otro en sus aposentos, con la mente aun aturdida por lo que acababa de presenciar. Ya no sabía qué creer. ¿Quería en la cama a una bruja? Su cuerpo decía sí, mientras su mente no. Porque no creía en las brujas.

Sin embargo, al ver a Isabellaen la ventana, mientras todos esos fenómenos naturales se lleva a cabo a su alrededor lo desconcertó. De alguna manera tenía que evitar que Isabella convocara a las fuerzas malignas que podrían hacer daño a Stonehaven y su gente.

Brujería. ¿Realmente existe? El sentido común le decía que no, pero sus ojos habían contemplado algo indiscutiblemente raro. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. ¿Qué había hecho? ¿Con quién se había casado? ¿Por qué deseaba una mujer que no entendía?

Edward decidió que, efectivamente, necesita una mujer. Una que no hablara de poderes ni invocara espíritus. Una mujer dispuesta a entregarle con facilidad su cuerpo sin complicar su vida. Su cuerpo se endureció cola el pensamiento de las curvas generosas de Jessica y la boca que obrara un dulce trabajo en él. Sólo tenía que subir las escaleras y buscarla.

Se dirigió hacia el portal. Su mano estaba sobre el pestillo cuando la puerta que conectaba su cámara a la de Isabella se abrió golpe. Se dio la vuelta conmocionado por la intrusión pero quedo completamente hechizado por la belleza furiosa que le enfrentaba.

 

Su cabello parecía fuego brillante, con el rostro iluminado por una la luz interior que la hacía parecer de otro mundo. Su figura era la perfección andando, suavemente redondeado y curvado. Pero sus ojos de color violeta tenían una chispa que no presagiaba nada bueno para él.

Bruja o no, él la deseaba todavía.

- Eres como todos los demás. Crees que soy una bruja.

- ¿Qué quieres que piense?

- Que mis poderes vienen de Dios.

- Una vez conocí a una mujer que aseguró que sus poderes provenían de Dios, y que ahora está muerta a causa de ello. ¿Es eso lo que quieres para a ti misma?

- No, por supuesto que no. Pero me niego a dejar de sanar por temor a que me maten. Quiero ayudar a la gente, Edward... Tengo que hacerlo.

Él negó con la cabeza.

- No entiendo nada de esto, Isabella. Te protegeré porque lo prometí y mi palabra es mi honor. – le envió una mirada de exasperación. -A cambio, espero obediencia -se volvió de inmediato. -Vuelve a tu habitación.

- ¿Adónde vas?

- A buscar a una mujer normal que me caliente la cama.

Con las mejillas encendidas por la ira, Isabella giró sobre sus talones y se fue corriendo, cerrando la puerta con tanta fuerza que sacudió las ventanas. Edward dejó caer la mano en el pestillo y se apoyó en la puerta, sacudiendo la cabeza.

Isabella volvió a su habitación hecha una furia. El hombre era imposible.

¿Qué haría falta para que él creyera en sus poderes? Nada de lo que dijo parecía llegarle. Miró hacia la puerta cerrada. Las lágrimas se agolparon en sus ojos cuando lo imagino con otra mujer.

¿Por qué no podía Edward MakCullen ser como el hombre de sus sueños? Y aceptarla tal y como era. Con los puños apretados, Isabella desquito su frustración cuando recordó las innumerables veces que Edward había invadido sus sueños.

La puerta de su habitación se abrió y Esme entro cono remolino llevando una pila de toallas y jabón.

- Todo listo para el baño, muchacha. Tu equipaje ha llegado.

- OH, sí-, dijo Isabella borrando las lágrimas de sus ojos.

Esme abrió la puerta y un criado entro con una bañera. Vinieron otros, llevando jarras de agua fría y caliente. En poco tiempo la bañera se lleno detrás de un biombo. Isabella agradeció a todos con cortesía y empezó a desnudarse.

- Voy a traer los baúles- dijo Esme.

Isabella se hundió en la bañera, el agua caliente relajo su cuerpo y su temperamento.

Con decisión, Edward dejó su cámara, levantó la antorcha de un aplique de la pared y se abrió paso hasta el tercer piso. No importaba que Jessica durmiera en una habitación con otras personas, la buscaría de todos modos.

No era un hombre que se entregara a sus necesidades con frecuencia, pero Isabella despertó su lujuria. Si MakSwan no hubiese muerto ya le habría hecho el amor y se habría librado de su hambre de ella. Quizás Heat tenía razón y estaba hechizado. ¿Sería la solución acostarse con otra mujer? No lo sabía, pero estaba dispuesto a averiguarlo.

Tres mujeres dormían en la pequeña cámara en la parte superior de las escaleras.

Manteniendo la antorcha en alto, vio a Jessica acostada en un catre. Indiferente a si las demás se despertaban, camino hacia ella. La joven despertó y se frotó los ojos.

- Laird Edward.

- Ven- susurró haciéndole señas.

Sin dudarlo, Jessica se levantó desnuda de la cama, se puso su camisón y lo siguió pisándole los talones. Le tocó el brazo cuando lo alcanzó.

- ¿Qué pasa con su esposa?

- Deja que yo me preocupe por ella.

Entró en su habitación y esperó a Jessica lo siguiese antes de cerrar tras ellos.

Jessica, cuya moral no era muy estricta, se arregló para su beneficio.

- Tenía miedo de que ya no me desearais en vuestra cama después de haberos casado.

-Sí, bueno, has pensado mal.- Se quitó el cinturón y se sacó la falda- Mete en la cama, muchacha. Me reuniré contigo en cuanto me quite las botas.

Jessica se quitó la camisa y se metió a la cama, acomodándose seductoramente.

- Me alegra que aun tengáis necesidad de mí, mi señor.

Edward se volvió y la miró. Pelirroja y de pechos grandes, no era como un hada. Pero era lo único que tenía. La verdad le sorprendió. La mujer a la que realmente deseaba estaba mas allá de la una puerta. Su miembro, que latía de necesidad hasta hacia un momento se desinflo abruptamente.

Retrocedió con alarma. ¿Qué le había hecho Isabella?

-¡Levántate!- ladró- Vuelve a tu cama. No te necesito después de todo.

Jessica le envió una mirada confusa.

-Yo pensé... ¿Qué he hecho para molestaros, mi señor?

-Nada- dijo suavizando su tono. -En otra ocasión quizás… no hoy.

Se dio la vuelta cuando Jessica se puso la camisa y se deslizó fuera de la cámara. En el momento en la puerta se cerró detrás de ella, Edward arrojó una bota y salió por la puerta de conexión.

-Laird Edward, ¿Pasa algo malo?- exclamó Esme, sorprendida por su aparición en el dormitorio de Isabella.

Su mirada recorrió la habitación con poca luz. -¿Dónde está mi esposa?

La mirada asustada de Esme se dirigió inmediatamente a la pantalla.

-¡Déjanos!- le ordenó a Esme. -Y cierra la puerta.

Esme miró preocupada la pantalla, luego se deslizó fuera de la habitación. Edward camino hacia la pantalla arrojándola a un lado.

- ¿Qué has hecho de mí, mujer?- rugió. Isabella se hundió en el agua.

- No hice nada. Fuera. Prefiero tomar mi baño en privado.

Su mirada se fijo en su carne expuesta.

- Me hechizaste.

- ¿De qué hablas?

- Me robaste mi hombría. No puedo estar en la cama con otra mujer.

- Yo... ¿qué?

- Me has oído. No pude yacer con Jessica. Eso nunca me ha pasado antes.

Isabella se echó a reír ante su cara de enojo Edward.

- Me das demasiado crédito, Edward. No podría hacer eso incluso si quisiera.

No pudo evitar mirar su cuerpo. Lo que vio, sin embargo, le dejo la boca abierta. Se despertó por completo, su sexo sobresalía con audacia por los pliegues de su túnica.

Edward debió haber observado la expresión de su asombrado rostro, sus ojos siguieron la dirección de su mirada. Casi tan sorprendido como Isabella, dejó caer las manos y retrocedió.

- ¡Maldita seas! Sólo tocarte me excita. Estoy maldito.

Girando, salio como poseído de la cámara.


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JAJA POBRE EDWARD SE VA A VOLVER LOCO, CON TANTAS COSAS CON ISABELLA, SU DESEO, LAS DUDAS SOBRE SUS PODERES Y EL HECHO DE NO QUERER AMARLA.

GRACIAS POR ACOMPAÑARME EN ESTA NUEVA AVENTURA.

LAS INVITO A LEER "PRISIONERA DE GUERRA".


ACTUALIZACIONES: LUNES, MIERCOLES, VIERNES Y DOMINGO

Capítulo 3: DOS. Capítulo 5: CUATRO

 
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