UN AMOR DE LEYENDA (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 17/07/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 20
Comentarios: 53
Visitas: 54727
Capítulos: 20

"FANFIC FINALIZADO"

Gairloch, Highlands, 1432

Según la leyenda, una hada con poderes extraordinarios nacerá cada cierto tiempo en el clan MakSwan. Será sanadora con el conocimiento y la capacidad de ayudar a los demás, pero su fuerza y resistencia deberán ser probados por los obstáculos. Si sobrevive a las duras pruebas del fuego, el agua y la piedra, siempre sera bendecida por Dios.

El hada debe tener cuidado de no enamorarse, pues, si su amor no es correspondido, podría perder sus poderes. Mas si tuviera la suerte de encontrar a su verdadero amor y ser correspondida, sobrevivirá a cualquier problema y vivirá, junto a su amado, felices para siempre.

Así proclama la leyenda.

 

 


Basada en "El laird de Stonehaven" Conni Mason

 

Mi otro Fic

PRISIONERA DE GUERRA:

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3899&id_capitulo=0

 

 

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Capítulo 2: UNO

Torreón de Stonehaven, Tierras Altas de Escocia, 1432

- ¡Estas loco, Edward! - reprendió Jasper MakCullen a el laird de Stonehaven - ¿Te casaras con la muchacha MakSwan? ¿Es que no habéis oído? Sé que llevas lejos mucho tiempo, luchando en Francia con Juana, la doncella de Orleáns, pero seguramente recuerdas la profecía de MakSwan. Se dice que la muchacha viene del país de las Hadas - bajó la voz hasta que apenas se oía el tintineo de los arneses de sus caballos - Algunos dicen que es una bruja.

Las oscuras cejas Edward se levantaron en posición obstinada. - Yo no creo en las brujas, primo.

- Pues deberías - se quejó Jasper.

Edward instó a su caballo a seguír hacia delante, hacia la torre Gairloch donde se encontraba Charly MakSwan, jefe del clan MakSwan y un aliado de los MakCullen.

- Charly MakSwan se está muriendo - dijo Edward rotundamente – Y teme por la vida de su hija. No puedo ignorar su llamado. Lo menos que puedo hacer es hablar con él, quizás le puedo sugerir a otro para casarse con ella.

Jasper negó con la cabeza- Considero que no deberías considerar siquiera una boda con una mujer del país de las Hadas.

- Pones demasiados oídos a los rumores – se burlo Edward - Isabella MakSwan es conocida por su habilidad para las curaciones. Se habla de otros poderes, pero no creeré en ellos hasta no verlo con mis propios ojos.

- ¿Qué pasa con Juana la Doncella? ¿No poseía poderes antinaturales? Afirmó que su mandato de luchar provenía de Dios.

Edward miró a lo lejos donde el sol se levantaba para arrojar una luz roja sobre la tierra. Recordando el horrible destino de la joven a quien había luchado por proteger mas no había podido salvar de una muerte ardiente. Sus ojos azules se volvieron turbios endureciendo sus hermosos rasgos.

- Juana era una verdadera santa. Realmente creía que Dios dirigió sus acciones. Murió mártir de su fe, no fue fácil para mí aceptar su destino. A mis ojos, ninguna mujer puede compararse con ella. Pero ella no esta mas y tengo la intención de obedecer la convocatoria de MakSwan. Salvó la vida de mi padre una vez, y se lo debo.

Jasper parpadeó consternado.- Entonces tienes la intención de casarte con la bruja.

- Yo no diría eso, simplemente tengo la intención de escuchar a MakSwan.

- Dicen que la chica tiene el pelo negro, cuerpo fibroso y una verruga en la punta de la nariz.

- Basta ya primo- advirtió Edward. - Puedo tomar mis propias decisiones.

- Sí - dijo Jasper con tristeza – Prueba de ello fue cuando tomaste la decisión de ir a combatir a tierra extranjera.

- Es mejor que los ingleses centren su ejército en Francia que en Escocia. Hice lo que creí correcto.

- Y descuidaste tus tierras. Por no hablar de la herida que sufriste a manos del Inglés.

- El tío Carlisle resultó ser más que capaz en mi ausencia. En cuanto a la herida, a su tiempo sanó.

- Sigo insistiendo es que esto es una locura - suspiró Jasper - No dudo que la bruja pueda lanzar un hechizo sobre vosotros.

Edward negó con la cabeza ante la superstición de su primo. Estaba demasiado cansado del mundo y era demasiado cínico para creer en maleficios o brujería.

Había visto y hecho cosas en Francia que terminaron por acabar con su inocencia. Se había acostado con cortesanas, prostitutas consumadas y viudas solitarias. Había matado y mutilado a muchos enemigos en las batallas libradas en suelo extranjero, hasta que termino por encontrar algo tan sagrado, puro e inocente, en Juana la Doncella, la pobre muchacha que había encontrado una muerte violenta en las llamas.

Después de su muerte, había regresado a Escocia intentando curar sus heridas, pero su recuerdo, aun seguía doliendo en su interior. La confianza en la humanidad ya no existía para él. Sólo Escocia, era real, y Stonehaven.

A pesar de que había obedecido la urgente llamada de MakSwan, no se casaría con su hija si podía evitarlo. No había muerto la pasión en su interior por otra mujer. Se había jurado velar el resto de su vida por la causa de Juana con la intención de proteger las tierras altas de la amenaza inglesa.

Cuando el castillo quedó a la vista, Edward se detuvo, sorprendido al ver una turba bulliciosa agrupada fuera de la puerta. Sacó su espada, animando a sus acompañes a hacer lo mismo.

- ¿Quiénes son esas personas? ¿Podéis oír lo que estás diciendo? - preguntó Jasper.

Edward se movió con cautela. - Estad en guardia.

- No son MakSwans - señaló Jasper - Algunos usan colores escoceses del clan de los MakBlack. ¿Qué os parece que están haciendo?

- No lo se, pero tengo la intención de averiguarlo - dijo Edward, espoleando su caballo. Cuando llego lo suficientemente cerca para oír lo que decían, la sangre se heló en sus venas.

- ¡Quemen a la bruja, quemen a la bruja!

Maldijo por lo bajo sumergiéndose entre los agitadores, aventando golpes en todas direcciones.

- ¿Qué significa esto? - tronó.

- ¡Es la bruja de Isabella! - hablo un hombre irguiéndose con valentía. - Sus maleficios están causando estragos.

- Sí - una mujer de rostro duro estuvo de acuerdo - Mi pequeña cayó enferma cuando ella lo miró. Esto es brujería.

- Cuando ella pasó por mis campos, mis cosechas se marchitaron y murieron - observó a un hombre mal vestido.

- Mis vacas no dan leche - afirmó otro - La bruja no puede continuar aquí, viviendo entre gente buena y decente.

- ¿Quiénes de ustedes son MakSwans? - preguntó Edward.

El revuelo y miradas evasivas respondieron a su pregunta. No había un MakSwan entre los denunciantes de Isabella. ¿Quiénes eran? ¿Quién los había puesto en esto? ¿Por qué razón?

- No existe la brujería - gritó Edward - Volved a vuestras casas

- No mientras esta bruja viva aun y pueda emitir sus maleficios - gritó un hombre- Muerte a la bruja.

Edward había visto y oído lo suficiente. El jefe MakSwan estaba en lo cierto. El peligro impregnaba el aire a su alrededor. Según todas las indicaciones, Isabella MakSwan estaba en serios problemas. La pregunta era si los cargos en su contra tenían justificación.

Edward agitó su espada sobre su cabeza y gritó: - ¡Fuera les digo! Si vuelvo a verles por aquí, mis hombres y yo acabaremos con ustedes.

La amenaza fue suficiente para que los acusadores de Isabella huyeran.

- ¿Pensáis que lo hicieron por si mismos? -preguntó Jasper.

- Alguien los puso en esto, y tengo la intención de averiguar quién.

Edward golpeó la puerta con la empuñadura de su espada.

- ¿Quién sois? -preguntó el portero.

- Edward MakCullen. Su Laird envió por mí.

La puerta se abrió, admitiendo Edward y sus guardias.

- ¿Se ha ido los demás? - preguntó el portero, asomándose.

- Sí, los he expulsado. ¿Dónde están los guardias del laird?

El anciano dio un bufido de desprecio.

- Emmett se los llevó con él a Edimburgo, dejando tras de sí nada más que un puñado de campesinos para atender al anciano Laird y su hija - Cerró y atrancó la puerta. - Vamos hastal castillo. Mi señor os espera. Su visita es todo lo que lo mantenía vivo.

Edward se deshizo de su sentimiento de aprensión mientras se acercaba al castillo. Un muchacho corrió a tomar su caballo mientras desmontaba, y rápidamente subió las escaleras, mientras sus hombres seguían al muchacho a los establos. Un anciano que llevaba el plaid MakSwan abrió la puerta; su rostro se iluminó cuando reconoció la manta que Edward MakCullen llevaba.

- ¿Sois Edward MakCullen?

- Sí - dijo Edward, pasando por encima del umbral – Su señor me está esperando.

- Tomad asiento y descansad, mientras le avisamos que estáis aquí.

Edward cruzó el amplio vestíbulo y se sentó en una silla junto a la chimenea. Una sirvienta apareció, empujando una taza de cuero llena de espuma de cerveza en su mano.

- ¿Queréis un poco de güisqui mejor? - preguntó con timidez.

- No, muchacha - dijo Edward. En verdad que una gota del fuerte Whisky escocés le sentaría bien en el estómago después de su largo viaje, pero quería tener la mente clara cuando hablara con Charly MakSwan.

Edward estaba terminando su cerveza cuando sus hombres entraron en la sala.

De inmediato les ofrecieron jarras de cerveza y vasos de licor. Mas la situación seguía siendo tensa para Edward, era más grave de lo que había sospechado.

Con cautela, miró por encima del hombro, como si esperara encontrar a una bruja de nariz aguileña echándose sobre él. Maldijo para si mismo sintiéndose un tonto, apuró el último trago.

Los escoceses eran muy supersticiosos. Edward recordó historias de un hombre llamado Jubertus que se suponía había asesinado a unos niños convirtiéndolos en polvo. Desde el polvo, los niños se convirtieron en demonios. De acuerdo con la iglesia, la brujería era una herejía y se castigaba con la hoguera.

Por desgracia, el rey Jaime no había hecho nada para aliviar la histeria que rodeaba a la brujería. De hecho, parecía tener una fascinación enfermiza con esto y no sentía ningún remordimiento por la quema de brujas. Edward MakSwan pensaba en Isabella, y un escalofrío de temor corrió por su espina dorsal.

- El laird MakSwan está ansioso de veros - dijo Billy a Edward - Sígueme. Yo os llevaré con él -hablo arrancándolo de su pensamientos.

- No hay nadie más ansioso de verlo que yo. ¿Cómo está?

- Débil, pero lúcido. Me temo que no durará mucho en este mundo. No hagáis mucho caso de mis palabras, pero las cosas van a cambiar mucho por aquí, una vez que Emmett se convierta en Laird. Y no para bien.

Hablaba con tal amargura que Edward se puso de inmediato en guardia. Lo poco que sabía acerca de Emmett MakSwan eran rumores.

- Charly se cansa rápidamente - advirtió Billy mientras le guiaba hasta la escalera que llevaba al dormitorio del amo.

- Voy a tratar de no cansarlo demasiado - dijo Edward cuando Billy abrió la puerta y se quedó a un lado.

- Estaré aquí afuera se tenéis necesidad de mí -dijo Billy.

Edward entró en la habitación.

- Cierra la puerta y acércate -exigió con voz débil. Edward cerró la puerta y se acercó a la cama.

-Estoy aquí como vos lo solicitáistes, Laird MakSwan.

- Gracias, Edward. He oído que habéis sido heridos en Francia.

Edward apenas reconoció al hombre escuálido tendido en la cama. MakSwan era una mera sombra de sí mismo. Sus ojos hundidos y las mejillas ya tenían el aspecto de la muerte sobre ellos.

- No fue nada - dijo Edward - Una herida de lanza en el muslo, que ya sanó - acercó un banco a la cama.

- ¿Habéis leído mi carta? – pregunto Charly.

- Sí.

- ¿Es todo lo que vais a decir? ¿Solo responder sí o no? No me queda mucho tiempo, y me gustaría ver a mi hija segura. Vos sois el único hombre lo suficientemente fuerte como para protegerla.

Edward considero mencionar su enfrentamiento en la puerta, pero decidió que sería mejor para la salud de Charly no enterrase del peligro que corría su hija, se mantuvo callado.

La contemplación silenciosa de Edward parecía agitar Charly.

- Decid algo. Es bastante poco le que pido ¿No salve la vida de tu padre cuando éste fue detenido en 1425 acusado de haber apoyado el duque de Albany durante los años que el rey James lo tuvo prisionero?

- Sí - reconoció Edward – Y os estoy muy agradecido por ello. Pero lo que pedís es…

- Supongo que habéis oído el alboroto en la puerta cuando llegasteis – interrumpio Charly – Nada de eso es verdad. Mi muchacha no es una bruja, es solo una sanadora. Un hada amada por los miembros de su clan por sus habilidades curativas -se levantó sobre un codo y se agarró el brazo de Edward con una mano huesuda - Amo a mi hija, Edward. No quiero que le hagan daño.

Edward le obligo a recostarse.

- ¿Quién le haría daño si esta con los suyos?

- Escucha con atención, Edward, porque el tiempo se acorta. Es necesario que desposéis a Isabella y te la lleves antes del regreso de Emmett. He establecido una generosa dote para ella, y todo esto será tuyo, incluidas las tierras en la isla de Skye.

Edward frunció el ceño.

- ¿Estáis diciendo que Emmett desea hacer daño a Isabella?

- Sí. Esta celoso de su hermana y teme a sus poderes. Por mucho que me duela decirlo, Emmett no es un buen hombre.

La confusión oscureció la frente de Edward.

- ¿Cómo podría hacer daño Isabella a Emmett o McKay contra de sus deseos?

- He estado enfermo durante mucho tiempo, y Emmett ha ido poco a poco usurpando mi autoridad. Se gano la lealtad de mi guardia cuando se dieron cuenta que estaba en mi lecho de muerte.

- ¿Qué tiene que ver MakBlack en todo esto?

- Emmett ha formado una alianza con MakBlack. No estoy seguro pero creo que MakBlack quiere a Isabella por sus poderes. Con su ayuda pretende convertirse en el jefe más poderoso de las Tierras Altas. Él la codicia por razones egoístas y no por la dulzura que habita en ella. Quiero un mejor destino para mi muchacha.

- Lo siento, Charly, pero no tengo ningún deseo de casarme.

- No me digas no, Edward -declaró Charly- eres mi única esperanza de salvar a Isabella.

La respiración de Charly fue tan dificultosa que Edward temía que estuviera en peligro inminente de expirar. El color desapareció del rostro del anciano, y su rostro demacrado comenzó a temblar incontrolablemente.

- Muy bien, Charly, me casaré con tu hija - dijo Edward, respetaba demasiado a MakSwan para negar su petición al morir.

- Anunciaremos el compromiso, y en unos años nos casaremos

El malestar de Charly era palpable.

- ¡No! ¡Es necesario casarse con ella ahora! Hoy mismo antes del regreso de Emmett. Debéis estar debidamente casados y el matrimonio consumado de inmediato. Si Isabella pretende protegerse de las maquinaciones de Emmett, no debe haber ninguna duda sobre la legalidad del matrimonio. Una vez que Isabella está casada y sea tu mujer, la puedes llevar a Stonehaven contigo.

- ¿Isabella quiere esto? ¿Está dispuesta a casarse con un desconocido?

Al ver los párpados caídos Charly. Edward pensó que se había quedado dormido, hasta que abrió los ojos.

- Isabella es una chica testaruda, pero me va a obedecer. Vosotros sois conscientes de la Profecía, ¿Has oído hablar de ella?

- Sí, lo he escuchado, pero no creo en las mujeres del país de las Hadas, ni en las brujas.

- Hay una cosa más que debe saber acerca de Isabella. Tiene miedo de enamorarse. Según la leyenda, perderá sus poderes si ama en vano, por lo que resistirá.

Edward se sintió aliviado de que Isabella no esperara más de él que su protección. Había entregado su corazón a Juana de Arco y todavía sufría por esa niña inocente que creía que Dios le habló. Dudaba de que alguna vez volviera a amar.

- ¿Qué decís, Edward MakCullen? ¿Vais a casarse con mi muchacha y mantenerla a salvo?

- Quizá deba hablar primero con su hija - hablo Edward.

- Os advierto - dijo Charly con un grito de asombro dolido - no hay tiempo para vacilar.

En el momento justo, Billy apareció en la puerta. - ¿Queréis que vaya a buscar a la muchacha, Charly?

- Sí, Billy, dile a Isabella que venga a atenderme.

Charly volvió a caer sobre la almohada, con el rostro ceniciento.

- ¿Por qué no te sana tu hija? - preguntó Edward – Dices que es una sanadora, y vos estáis muy enfermo.

Charly dirigió a Edward una sonrisa triste. – Soy anciano y me he ganado el descanso eterno. Isabella no hace milagros. La he visto curar una herida con solo tocarla, pero no hay cura para el cáncer dentro de mi estómago -suspiró y cerró los ojos - Mi único pesar es dejarla a merced de aquellos que desean hacerle daño. Es por eso que os he llamado a mi lecho de muerte, Edward. ¿Vais a proteger a mi hija sea quien sea?

La puerta se abrió.

- ¿Querías verme, padre? ¿Te duele? ¿Traigo algo para aliviar tu sufrimiento?

Preparándose para su primera mirada a la mujer a la que llaMaggiean bruja, Edward se volvió para hacer frente a Isabella MakSwan. Pidió en voz baja que no fuera tan fea como Carlisle había descrito. ¿Podría ir a la cama con a una mujer de inusual belleza y olvidar su reputación como bruja?

Edward parpadeó, parpadeó otra vez, mirando bruscamente la visión junto a la puerta. La chica era delgada y delicada, con una calidad etérea. Un manto de pelo rubio plateado envolvía su forma delgada en el misterio. Vio que se acercaba a la cama.

No caminaba como un simple mortal, flotaba. Su rostro no mostraba ni una sola mancha, ni una sola marca de brujería. Sus ojos eran del mismo color violeta que adornaba los páramos de los escoceses.

Edward se dio cuenta que tendría que buscar muy lejos para encontrar a una mujer tan hermosa como Isabella MakSwan. Tenía la nariz recta y pequeña. Su mirada apreciativa se detuvo en sus altos pómulos, los labios generosos y la barbilla con un gesto terco antes de pasar a sus otros atributos.

El vestido de color morado oscuro cubría su esbelta forma de pies a cabeza e hizo poco para disimular sus curvas femeninas.

Isabella MakSwan no era una hechicera escuálida.

- Acércate, muchacha -ordeno Charly, doblando un dedo huesudo hacia ella.

Con una mirada de soslayo reconoció la presencia de Edward cuando se acercó a la cama.

- ¿Qué puedo hacer por vos señor? ¿Te duele?

- No más de lo habitual, muchacha. Hay alguien aquí me gustaría que conocierais.

Isabella se volvió para saludar a Edward y se congeló.

¡Era él!

El hombre de sus sueños, que poseía la misma vitalidad y la fuerza masculina como el amante en su visión.

Sus cejas eran como alas oscuras que figuran por encima de los ojos azules como el mar, y el pelo negro visible debajo de su gorro tenía un brillo rojizo. Más alto que los MakSwans, irradiaba poder y agilidad.

Estaba rodeado de un aura de masculinidad y peligro. Sus manos eran grandes, y las piernas por debajo de la falda escocesa estaban en forma. En general, su masculinidad implacable era intimidante, pero aún así no podía apartar la mirada.

- ¿Ella es Isabella? - preguntó Edward.

- Sí, esta es mi muchacha. Isabella, saluda a Edward MakCullen, tu futuro marido – refirió con orgullo.

La sonrisa de Isabella se disolvió en una mirada de asombro. - Padre, ¿qué has dicho?

- Solo lo que cualquier buen padre haría - dijo Charly - Edward Hill, os mantendrá a salvo después de que me haya ido. No confió en que Emmett cuide de ti.

El corazón de Isabella cayó a sus pies mientras lanzaba una mirada de reojo a Edward MakCullen. ¿Qué iba a esperar de ella como una mujer? No podía entregar mucho de si misma a ningún hombre. La profecía es clara. No podía amar, o amaría en vano. Ser sanadora era su vida y en esta no tenía cabida para un marido.

Se volvió hacia Edward. - ¿Esta usted de acuerdo con esto?

Edward se movió incómodo.

- Le debo a su padre una gran deuda. Es lo menos que puedo hacer por él.

- ¿Por qué no se casa con el entonces?

- Yo podría decir lo mismo de ti - disparó Edward espalda.

- ¡Basta!- gruñó Charly - ¿Vais a casarte con mi muchacha, Edward MakCullen?

La barbilla obstinada de Isabella se inclino hacia arriba.

- No me casarse con Edward MakCullen... o con cualquier otro hombre.

Charly abrió la boca:

- ¿Prefieres a Donald MakBlack? Quiero lo mejor para ti, Emmett te ha prometido al laird MakBlack.

Un estremecimiento de repulsión recorrió a Isabella. Ella sabía para qué la quería MakBlack. Codiciaba sus poderes y la obligaría a utilizarlos con fines malignos.

- No quiero a MakBlack. No quiero a ningún hombre.

Y especialmente no un hombre como Edward MakCullen. Todo sobre el la atraía. Era un hombre sin igual, un hombre que cualquier mujer podría amar. Pero la voz interior le advirtió que su corazón pertenecía a otra.

¿Podría casarse con Edward MakCullen, si no la amara? , se preguntó. Su alianza con el laid MakCullen era el deseo de su padre. ¿Podría negar lo que pedía y tener paz después?

Afortunadamente, no tenía que amar a Edward MakCullen.

- Me gustaría hablar con Isabella en privado antes de que decida -pidió Edward, interrumpiendo sus pensamientos.

- Sí, pero no aceptare una negativa -dijo Charly - Isabella tienes que valorar tu vida.

Edward miro a Isabella dirigiéndose hacia la puerta, al parecer esperando que ella le siguiera. Odiando su arrogancia, Isabella fue tras el a terminar con esto de una vez por todas.

- ¿Dónde podemos hablar? - preguntó Edward.

- Aquí - dijo Isabella, empujando por delante de él para salir al pasillo y entrar en una alcoba. Edward la siguió de cerca. Ella se volvió para enfrentarse a él. - ¿Qué es lo que deseas decirme y que no puede escuchar mi padre?

- Sólo esto. Tu padre está muriendo, y teme el daño que vendrá sobre ti después de su muerte. Me ha pedido que me case contigo y estoy dispuesto a cumplir su petición - le envió una mirada desafiante.

- ¿Has escuchado hablar de la profecía?

- No es más que una leyenda. No creo en ellas, ni en espíritus o hadas. Tampoco te pido tu amor, si eso es lo que temes. Soy un hombre de amplia experiencia y no tendré dificultades para satisfacer mis necesidades. Si no deseas una relación íntima, entonces que así sea. No necesito un heredero. Tengo parientes en abundancia como para que puedan tomar mi lugar después de que me haya ido.

Ella se estremeció.

- Haces que esta alianza entre nosotros suene tan fría.

- Estoy siendo práctico.

- ¿Amas a otra?

Edward miró hacia otro lado, una nube de tristeza recayó en sus ojos.

-Sí, pero no en la forma que piensas. Mi amor es puro y verdadero. En un plano más elevado que el amor terrenal.

Isabella se preguntaba qué prodigio de mujer seria esa, mas rápidamente desestimó su pregunta. No quería saber. Si debía casarse con Edward MakCullen, cuanto menos supiera sobre su estado emocional, mejor. Sin embargo, no podía olvidar sus sueños. El era tan real.

Tan real que cuando lo miró, su mirada parecía penetrar por encima de la ropa al cuerpo de su guerrero. Cerró los ojos y lo vio elevarse sobre ella erguido y listo. En sus sueños, ella le abría dado la bienvenida.

El calor la envolvió, y un grito escapó de sus labios.

La voz ronca de Edward la arrancó de su visión.

 

- ¿Estás bien, muchacha?

Sus párpados se abrieron de golpe y lo vio mirándola fijamente, entornando los ojos con sospecha.

- Sí, estoy bien.

Edward estudió el rostro de Isabella con la intensidad.

- Tu padre dijo que tenías poderes curativos. ¿También tienes visiones? - su expresión se volvió severa. - Antes de responder, te advierto que no permitiré cualquier incursión en la brujería. Una vez casados no asustaras a mis parientes con hechizos y tonterías. Podrás sanar sus males, pero no habrá nada mágico.

Isabella dio la vuelta.

- Quizá tengo que pensar en mis posibilidades con MakBlack. Aunque estoy totalmente dispuesta a entenderlo no quiero negar mis poderes, y hay veces que no puedo deshacerme de ellos cuando me visitan los espíritus.

Edward le envió una mirada tensa.

- Esa forma de hablar es peligrosa en estos tiempos.

Isabella se irguió en toda su estatura.

- No voy a negar quien soy, mis poderes no se utilizan con fines perversos.

- Lo he dicho no habrá conjuros en Stonehaven sean buenos o no. ¿Volvemos con tu padre?

Isabella se negó. No conocía a Edward MakCullen. Su belleza exterior contrastaba con su carácter áspero. ¿Qué clase de marido podía ser? Le había prometido protegerla, pero a su manera. Tenía otro amor en su corazón y jamás la amaría. Pero eso era bueno ¿no? Saber que jamás la amaría le impediría perder su corazón. Debía prestar atención a la profecía.

- Bien, Edward MakCullen. Me casare contigo para que mi padre pueda morir en paz, pero no habrá intimidad entre nosotros - Edward parecía mas divertido que decepcionado.

- Como quieras, muchacha. No tengo ningún problema al tomar una amante o dos.

La idea de pensar en Edward con otra mujer provocó una punzada desagradable en Isabella. ¿Por qué me importa? Sabía muy poco sobre el laird MakCullen. Solo lo que veía en sus sueños recurrentes. Y era más erótico que informativo. Por más que trató de negarlo, los espíritus lo habían proclamado su futuro.

- Que así sea -dijo Isabella- Me caso contigo en mis términos, Edward MakCullen.

- Me caso contigo para pagar una deuda a tu padre - contestó Edward. Le ofreció su brazo - ¿Vamos a darle la buena noticia?

Volvieron juntos a la habitación, donde les esperaba con ansiedad Charly.

- ¿Qué habéis acordado?- preguntó Charly.

- Aceptamos - anunció Edward.

- ¡Sabía que no iban a defraudarme! - dijo Charly – Por lo mismo he enviado a Billy por el sacerdote. Debéis llevar a Isabella con vos a Stonehaven inmediatamente después de la consumación.

- ¿Consumación? - chillo Isabella.

- ¿Es necesario? - preguntó Edward.

- Sí. No debe haber ningún motivo para disolver el matrimonio. Nada debe ser dejado al azar. Deben consumar sus votos inmediatamente después de la ceremonia.

- ¡No! - exclamó Isabella.

- Debes obedecer, hija - insistió Charly fijando su mirada en Edward – Voy a confinar en ti, Edward MakCullen. ¿Cumplieras con tu deber de esposo?

Edward miró a Isabella, conmovido por su belleza, sin embargo, incómodo con lo que ella era. Ni él ni Isabella quería ése matrimonio, pero no tenía corazón para negarse a la petición del laird.

- Voy a cumplir con mi deber, Charly - estuvo de acuerdo – Me casare con tu hija, y la llevare a Stonehaven conmigo cuando me vaya. Juro que la protegeré con mi vida.

Capítulo 1: PROLOGO Capítulo 3: DOS.

 
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