EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69742
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 9: TANYA.

LE DEDICO ESTE CAPITULO ESPECIALMETE A:

KIMBERLY, JENNI, NEMESIS, CARO

 

IMPERIA …..La Sexta Estación

—¿Qué haces aquí, Tanya?

Los rayos de luz de los cuatro soles entraban, como oro líquido, a través de las arqueadas ventanas de doble hoja que rodeaban el tribunal, otorgándole un aspecto de sagrado santuario. Dos tronos altísimos estaban colocados sobre una verde tarima frente a ella, ambos adornados con piedras preciosas de otros mundos –ébano, marfil, assyri y merdeaux. Las patas, del alabastro más puro, estaban talladas con figuras aladas que parecían listas a volar hacia el cielo.

El suelo de mármol color rosa y crema, brillaba y refrescaba sus pies desnudos, recordándole el frío vacío en su interior... y la razón por la cual estaba aquí. A sus oídos llegaba el ruido de las olas al estrellarse, justo a las afueras de las puertas del palacio, un potente recordatorio, también.

El Sumo Sacerdote se sentó al lado de su reina, observando a Tanya atentamente, sus ojos de un profundo e impenetrable azul. El poder místico llenaba el aire a su alrededor, rodeándolo, atravesándola. Un poder muy superior al suyo.

Sus puños se cerraron. Hacía cuatro ciclos, Percen había robado la caja de Edward y había enviado a su esclavo del placer a otro mundo, con un hechizo propio. Que furiosa se había sentido. Que furiosa se sentía todavía. Ella había querido recuperar a su esclavo inmediatamente, pero Percen la había detenido. Le había arrebatado sus poderes, arropándola en una capa de mortalidad tan completa que no podía convocar a ninguna de sus capacidades místicas. Ni una.

Este es tu castigo, le había dicho, por casi arruinar la preciosa Alianza con los mortales.

Bastado.

—Te lo preguntaré otra vez, —dijo Percen, con un borde acerado en su tono—. ¿Qué haces aquí, Tanya?

Con la cabeza alta, ella estaba de pie en el centro de la sala, con un vestido azul celeste cubriendo su cuerpo y las manos a los lados. Ella mantuvo su expresión impasible, aunque apenas podía soportar estar frente al Sumo Sacerdote. Con su salvaje y largo pelo oscuro, la fuerza de su magia y esos profundos ojos azules, él debería ser un hombre hermoso. En cambio era horrible. Su cuerpo estaba retorcido, y su ojo izquierdo se inclinaba hacía su mejilla. Su nariz era afilada y picuda.

Pero compadecerlo no era tolerable. Ella podría haber intentado seducirlo si no hubiera jurado, hacía mucho tiempo, no volver a tomar a otro Druinn como amante.

—He venido para exigirte el regreso de mis poderes, —dijo ella insolentemente.

Un coro de —ooh— se difundió a través del elevado número de guardias armados estratégicamente en cada esquina, antes de que se hiciera un arduo silenció de nuevo. El sonido, y la falta de él, chocaron en discordancia, pareciendo romperse como cristales rotos.

—¿Tú? ¿Exigirme? —dijo él, pronunciando las mismas palabras que una vez dijo Edward—. Dudo que alguna vez te devuelva tus poderes. Intentarías recuperar a Edward, y eso no puedo permitirlo.

—Él me pertenece.

Las cejas de Percen se fruncieron en lo alto de su frente.

—Si yo fuera capaz de romper la maldición de otro, ya lo habría hecho. Como es algo que ningún Druinn puede hacer, simplemente lo desterré... y es ahí donde permanecerá. Alégrate de que no lo maté.

Alégrate de que no lo maté, se burló ella silenciosamente.

—Exijo que me lo devuelvas inmediatamente.

—¿Más demandas? —Dijo con tono afilado y precisión mortal—. Se acerca una guerra, Tanya. Muchos de mis fieles hechiceros ya se han unido a los rebeldes con las esperanzas de destruir nuestro acuerdo provisional con los mortales... algo que casi hiciste tú misma. Te castigué por tus acciones, y aún así sigues pensando sólo en ti y pides que te recompense. Mi respuesta, —añadió él de forma casual, casi con tono amable—, es no. Y si alguien intenta ayudarte sufrirá mi ira.

El temor revoloteó con afiladas alas en el interior de su estómago, cortándola, acuchillando sus esperanzas. Su mirada se desplazó hacía la reina, que con porte amoroso se sentaba al lado del Sumo Sacerdote. Heather era la única que podía ablandar a Percen.

Tanya rezó para que la reina le ayudara en su causa.

—Estoy de acuerdo con mi compañero de vida, —dijo Heather, el dulzor de su voz tan lírico como una canción. Casi distraídamente, ella extendió la mano y agarró la mano de Percen—. Harías bien en olvidar este asunto. Olvidar a Edward.

Malditos, Tanya hirvió de furia. Eran tan prepotentes, pensando que sabían lo que era lo mejor. Bien, ella sabía lo que era lo mejor para ella. Edward. Sólo en sus brazos se sentía hermosa y fuerte. Sólo cuando él la obedecía se sentía viva y completamente realizada.

Con los ojos entrecerrados, ella devolvió su atención al Sumo Sacerdote, y sus miradas chocaron, un helado choque de azul contra azul, un mar tempestuoso contra una brisa suave.

—Una vez maldijiste a tu propio hermano a una vida de piedra. Mis acciones no son peores que las tuyas.

—Compensé mis pecados. Ahora mi hermano vive feliz junto a su compañera de vida y sus hijos.

—Entonces permíteme compensar a Edward. Me haré su compañera de vida y le daré tantos niños como quiera.

—No, —dijo Percen.

Ella casi gritó de la rabia. Que fácil sería reclamar a Edward si poseyera sus poderes y supiera donde estaba ahora. Todo lo que tendría que hacer era abrir un vórtice. Pero como no podía, su única esperanza era el Sumo Sacerdote. Tenía que convencerlo de que le ayudara.

—He sufrido mi castigo durante muchos ciclos. Seguro que es suficiente.

—No, no lo es. —Él hizo una pausa, con expresión pensativa—. Quizás debería entregarte al mortal Gran Lord y dejar que te castigara.

—No te atreverías. Tú no quieres que se entere de lo que le paso a su mejor guerrero.

—Me atrevería, Tanya. No lo dudes.

Mientras su esperanza se esfumaba, la añoranza anidó en su interior. La hermosa cara de Edward se clavó en su mente. Ella lo necesitaba de nuevo. Debía tenerlo otra vez. Edward se parecía a un afrodisíaco que, una vez ingerido, nada más importaba, salvo probarlo una y otra vez. Lo odiaba por esta necesidad que le hacía sentir, pero estaba indefensa contra su ansia.

Ella había intentado humillarlo, demostrar su dominio sobre él, y pese a todo, todos los días que ella había poseído la caja, la había desafiado. Sí, había violado su cuerpo siempre que se lo ordenaba, pero nunca había dado nada más de él. Le había hablado de su muerte mientras sus manos se deslizaron sobre su cuerpo. La había mirado airadamente y con odio mientras su lengua lamió su piel.

Y aún así, los recuerdos de su magnificencia tenían el poder de hacerle temblar de placer.

—Edward es sólo un mortal, —soltó ella—. No es nada para ti.

Heather, siendo ella misma una mortal, entrecerró los ojos.

—Es un mortal, sí, pero eso no lo convierte en un ser inferior.

—Él luchó por su Gran Lord —dijo Percen—, y también luchó por mí. Mató a sus enemigos sin vacilación o pesar. Él es leal y de confianza, un rey en su interior y una verdadera leyenda entre cualquier raza. ¿Qué eres tú, sino una excusa lamentable de carne, huesos, y magia? Bueno, magia ya no —añadió el con aire de suficiencia.

Temblando con la fuerza de su furia y dolor, ella no hizo caso de sus insultos. Percen quería humillarla, suponía ella, porque una vez lo había despreciado, escupiendo en su fea cara y rechazando su toque. Ahora no le permitiría que quebrara su espíritu.

—Edward es todo lo que dices —dijo ella—. Lo admito. Pero también es mío. Me pertenece.

Heather soltó una tintineante carcajada.

—Él no fue, y nuca será, tuyo.

Los dientes de Tanya se apretaron con fuerza.

—No temas —le dijo Percen—. Algún día volverá a nuestra tierra. Pero lo hará cuando Elliea lo decrete, ni un segundo antes.

Alegría y desesperación, impaciencia y placer, todo martilleó dentro de ella.

—Si me lo devuelves ahora, puedo hacer que me ame. Sé que puedo. Incluso te lo agradecerá.

Percen rió con unas carcajadas que aumentaron de potencia, una reverberación que golpeó y destruyó su orgullo.

—¿Por qué persiste en esto? Él nunca te amará. No eres digna de él.

Soy digna, tuvo ganas de gritar, aunque sus rasgos nunca oscilaron en su fachada serena e impasible, sin revelar nunca ni un atisbo de su confusión interior.

—Márchate fuera de mi vista, mujer. —Suntuosamente él agitó una mano en el aire—. Tu avaricia me pone enfermo.

Con los puños y dientes apretados, ella hizo una pausa, sólo un momento.

—Encontraré un modo de recuperarlo, no lo dudes. Edward es mío. Mi amante. Mi propiedad. Me pertenecerá de nuevo.

Las ventanas de la nariz de Percen llamearon ante tal evidente insolencia.

—¿Te atreves a desafiar mi voluntad?

—Me atrevo —le dijo ella de igual forma, fulminándolo con la mirada—. Oh, sí. Me atrevo.

Cuando la cámara del tribunal se desocupó, Percen miró a su compañera de vida, la reina de su alma y su corazón, la mujer que lo había salvado de la destrucción.

—Quizás debería haber matado a Tanya, —dijo él con un suspiro—. Su traición sólo aumentará.

—Si le haces daño, nuestro hijo nunca te lo perdonará. —Con los ojos muy abiertos, la preocupación se reflejó en los envejecidos rasgos de Heather—. ¿Hicimos bien desterrando a Edward?

—Sí, lo hicimos. —Un largo suspiro salió de sus labios—. No te preocupes, mi amor. Ya pensaré qué hacer con Tanya, algo que no trastorne a nuestro hijo.

Tanya paseaba por los límites de su cámara. Sus manos estrujaban su sedoso vestido, y su pelo azotaba su espalda cada vez que se daba la vuelta. Oscuras emociones sacudían su interior, tan calientes y sofocantes como un fuego que ardía en el hogar. Pesados nubarrones, espesos y grises, cubrían los cuatro soles, incrementando su mal humor. Con un grito, le dio una patada a una silla que había en su camino y golpeó una mesita, tirándola al suelo. Un valioso florero de cristal se rompió en mil pedazos, dejando un rastro iridiscente. ¿Cómo se atrevía Percen de Locke a tratarla con tan poca consideración? Oooh, como le gustaría castigarlo. Destruir su magia con la suya, como él le había hecho. Pero, como Sumo sacerdote del Druinn, su magia sobrepasa con mucho a la suya, y no podía hacer nada para herirlo o para contrarrestar su hechizo. ¡Nada!

Había perdido sus poderes. Había perdido el respeto de la gente, convirtiéndose en simplemente un divertido chisme que contarse en las comidas. Y había perdido a Edward, tal como él había querido.

Debo tener a Edward de regreso. Él es el mío. Ella levantó una enjoyada copa y la lanzó contra la pared, donde rebotó y cayó ilesa. Sólo había poseído a su esclavo durante algunas estaciones. Una pequeña cantidad de tiempo, realmente, pero su necesidad por él había crecido a niveles incomprensibles.

—¿Dónde estás? —gritó. ¿Qué mujer lo poseía ahora? ¿Lo tocaba? ¿Lo probaba? ¿Le daba la bienvenida en su cuerpo?

¿Qué mujer sentía el poder de su excitación?

Aquellos pensamientos hicieron que unos oscuros celos despertaran de su sueño e incitaron a una ira profundamente arraigada. Se sintió enfermar, como si tuviera un vacío en el estómago, y con otro grito de furia, se arrojó sobre la misma cama en la cual

había disfrutado tanto con Edward. La sedosa colcha blanca la envolvió como la caricia de un amante, burlándose de ella. Ella golpeó con los puños el colchón cubierto de pieles.

—Él me pertenece. ¡A mí!

Una criada entró en la cámara, con ojos muy abiertos y asustados, como si no estuviera segura de lo que le esperaba.

—¿Me llamasteis, Hechicera?

—No, no lo hice, estúpida... —Tanya se paró bruscamente. De repente, su respiración se volvió más lenta y su rabia se calmó. Realmente la solución era tan simple, que ella se preguntó por qué no la había pensado antes. Había un macho Druinn que se arriesgaría a la ira de Percen por ayudarle. Oh, sí. El hombre estaba loco por ella, después de todo, y con el incentivo adecuado haría cualquier cosa que le pidiera.

Ella casi se rió.

—¿Dónde está el príncipe? —preguntó.

Los dedos de la criada retorcieron la simple tela marrón de su vestido.

—Practicando magia en la playa blanca.

—Ve y dile que solicito su presencia en mi dormitorio.

La joven muchacha asintió con la cabeza, aliviada, y se apresuró a obedecer.

—Te tendré, Edward. —Esta vez, Tanya se permitió reírse. Ella se sintió eufórica por primera vez desde que Percen le echó su traidor hechizo.

Un rato más tarde, Romulis entró a zancadas en su cámara, con los labios apretados en una mueca. Su pecho desnudo brillaba por el sudor y diminutos cristales blancos. Sus músculos estaban marcados por tendones y cicatrices.

Ella observó cada centímetro del guerrero salvaje y peligroso que él era, más poderoso aún porque su magia zumbaba a su alrededor, tan afilada y mortal como cualquier espada. Sus calzados pies pisaron el roto florero del suelo, cuando se paró en el borde de su cama, una oscura torre contra la blancura de sus paredes y muebles, y la miró fijamente. Sus rasgos eran fuertes y duros. El pelo negro y sedoso le llegaba a los hombros, enmarcando unos ojos dorados y unos elevados pómulos.

En numerosas ocasiones, él había intentado atraerla a su cama. Y ella siempre lo despreció, con bastante vehemencia, dejándolo excitado y frustrado, ya que ella nunca se acostaba con machos Druinn. Ellos eran demasiado volátiles e incontrolables, y podrían maldecirla o bendecirla con una ondulación de su mano. Mientras que le gustaba ese poder en sí misma, no le gustaba en los otros. La facilidad con la Percen la

había despojado de sus capacidades místicas, simplemente le demostró que su decisión de no tomar a amantes Druinn, fue acertada

Aunque él sabía lo que pensaba, Romulis aún la deseaba. Siempre la desearía. Su lujuria ardía en sus ojos. Oh, él podría despreciarse por su debilidad, pero estaba desamparado ante ella. ¿Por qué si no estaría aquí?

—¿Qué es lo que deseas esta vez, Tanya?

Sus esculturales cejas se fruncieron y ella dijo entre pucheros.

—Tu padre ha robado mis poderes místicos y ha enviado a mi esclavo a otro mundo.

—Lo sé. —Él hizo una pausa para descansar una mano contra la columna de alabastro que se eleva a su lado—. De hecho, todo el palacio lo sabe, y a ninguno de nosotros nos importa.

Ella se obligó a permanecer impasible.

—¿Me devolverías tú a Edward? —Mirándolo, se estiró de forma seductora contra las pieles y remontó la punta de sus dedos sobre la curva de su cadera—. Te estaría muy agradecida.

—¿Esa es la única razón por la que me llamaste? Si es así, me voy ahora mismo. —Él giró hacia la puerta.

— ¡Espera!—lo llamó—. Por favor.

Lentamente, él se dio la vuelta para mirarla. Sus labios torcidos en una sonrisa insolente.

—¿Tienes algo más que añadir?

—Muéstramelo. Sólo por un instante. Eso es todo lo que te pido. Por favor, Romulis. Estaré en su deuda contigo, te lo prometo.

Un destello de algo innombrable iluminó sus ojos, como cremosa y delicada tela contra una daga mortal, entonces rápidamente, el brillo desapareció.

—Está bien, —dijo él, marcando cada palabra—. Te daré sólo un atisbo.

Él cogió un pedazo grande de cristal del suelo y lo usó de cuchara para recoger unas ascuas que ardían en el hogar. El humo se elevó hacía el techo y él murmuró un hechizo. La dulce esencia de la magia perfumó el aire y él movió los dedos de su mano libre en un amplio arco. Directamente encima de la oscura nube, el aire comenzó a arremolinarse y diluirse.

En el centro del oscuro líquido, la imagen de Edward se materializó.

Tanya sofocó un jadeo hambriento y forzó su cuerpo a permanecer donde estaba mientras el mortal con el que había soñado durante tantas noches, llenaba su visión. Él

estaba sentado encima de una simple silla negra, con los brazos doblados detrás de la cabeza, mientras miraba el techo. Estaba tan concentrado en sus pensamientos, que las finas arrugas de alrededor de sus ojos estaban apretadas y los labios separados. Se le hizo la boca agua por saborearlo.

¿En qué pensaba? ¿En ella?

Ella levantó la mano para tocarlo, pero sólo agarró aire. Su decepción fue casi un ser vivo, y ella chilló,

—Debes recuperarlo para mí, Romulis. Debes hacerlo.

Sus manos bajaron a sus costados, y la imagen de Edward se esfumó. Romulis se rió con forzado humor.

—Sabes que no me arriesgaré a ser castigado por ti. Ninguno de nosotros lo hará.

—Percen es tu padre. Él nunca te castigaría.

—Mi respuesta sigue siendo no.

—Seguro que puedes hacer algo por mí, —gritó ella.

—Sí que puedo. Pero no voy a hacerlo —dijo él firmemente—. Edward ha tenido muchas guan rens después de ti, y no necesita que interfieras en su nueva vida. La mujer con la que está ahora podría ponerlo en libertad.

Mirándolo airadamente, ella se incorporó de un salto. Uno de los dones de este Druinn era la capacidad de ver y conocer el futuro. Conocerlo. No dudaba de que estuviera diciendo la verdad.

—¿Dónde está? ¿Dónde? ¿Quién se atreve a reclamar lo es mío?

Tercamente él permaneció callado. Aunque su mirada se deslizó sobre ella, ávida y desesperada.

—Por favor ayúdame, Romulis. No me obligues a suplicártelo.

—Tanya... —comenzó él.

—Romulis —le devolvió ella, suavizando su tono. Mirándolo a través de sus pestañas entornadas, ella se giró hacía un lado, estirándose de manera seductora, con su pelo cubriéndole sólo un hombro. Ella sabía que daba una imagen de carnalidad, una imagen que inspiró la lujuria de legiones—. Te daré todo lo que desees si me lo devuelves.

—No —dijo él, aunque vacilando esta vez.

—Todo lo que desees de mí es tuyo, Romulis. Todo. Y lo único que tienes que hacer es ayudarme.

Los minutos pasaron durante lo que pareció una eternidad, pero ella no pudo adivinar los pensamientos que se arremolinaron en su mente.

—¿Todo lo que te pida? —dijo finalmente.

—Sí, —contestó sin pensar en las consecuencias. La esperanza se clavó en su interior, y supo que pagaría cualquier precio que este Druinn exigiera.

—Mi precio te lo diré más adelante. ¿De acuerdo?

Otra vez ella contestó rápidamente.

—Sí.

Romulis cerró los ojos y ella supo que una batalla se libraba en su interior. Deber contra deseo. Su padre contra ella. ¿Quién saldría victorioso? Ella esperó, suspendida sobre el borde de la cama. Su existencia entera dependía de su respuesta.

—Está bien, —dijo él suavemente, mirándola una vez más. La determinación brilló en sus ojos, pero también un atisbo de pesar—. Te ayudaré.

El triunfo la inundó, tan imperioso y poderoso como los vientos de la cuarta estación.

—¿Cómo? —exigió ella—. ¿Me llevarás hasta él?

—No, no haré eso. —contestó él firmemente.

—¿Por qué?

—Mis motivos no te incumben.

—¿Entonces cómo lo obtendré? — preguntó ella a través de sus dientes apretados.

—Te enseñaré un hechizo que te devolverá a Edward.

—Si tuviera mis poderes, podría hacer eso yo sola.

—Pero no tiene tus poderes. Por eso necesitas mi ayuda. Si mi plan no es aceptable, entonces considera nuestro trato terminado.

—Es aceptable —dijo ella rápidamente—. Es aceptable.

—Quizás hasta te muestre como recuperar todos tus poderes.

La anticipación se deslizó por su columna vertebral, enroscándose a su alrededor como una hambrienta serpiente en busca de alimento. Ella apenas podía contener su impaciencia. Su cuerpo estaba desesperado por recuperar su magia, y sus manos picaban por tocar a Tritan, por sostenerlo entre sus brazos de nuevo, por la gloria de su cuerpo enterrado en el suyo.

—Sea lo que sea que quieras enseñarme, Romulis, —le aseguró ella—, lo aprenderé.

Él introdujo las manos en su pelo, apartando los oscuros mechones de su frente. El sudor mojaba su cuerpo. Suspirando, dijo.

—Debo bañarme antes de que empecemos.

—Date prisa, —ordenó ella con una palmada.

Sus ojos se entrecerraron.

—Es mejor que recuerdes quien ayuda a quien.

—Por favor, date prisa, —se corrigió ella.

—Creo que ambos llegaremos a lamentar esto. —Con una cansada sacudida de cabeza, él salió con una zancada de la cámara.

Este hombre iba a ser difícil de controlar, pensó ella, tumbándose sobre la cama. Aunque ella era lo suficientemente fuerte como para maldecir a Romulis a vivir dentro de su propia caja de joyas. Así tendría dos esclavos para divertirse.

La idea le hizo sonreír.

 

¿QUE TAL CHICAS?.......COMO VEN QUE LA BRUJA MALVADA NO SE DA POR VENCIDA, AHORA QUIERE DE CUALQUIER FORMA RECUPERAR A SU ESCLAVO SEXUAL,

BUENO GRACIAS POR SUS COMENTARIOS, SUS VISITAS Y SUS VOTOS, !!!!!!MUCHAS GRACIAS!!!!!

Capítulo 8: TELEFONO ASESINO. Capítulo 10: ¿HERMANO?

 
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