EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69754
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 18: PELIGRO.

DEDICADO PARA

 

JENNI, BELLSSWAN, PAJARITO

 

 

IMPERIA………

—Cierra los ojos, Tanya.

Ella obedeció al instante.

La luz de la lumbre lamía sus ásperos rasgos. Recién bañado, Romulis se reclinaba contra la esquina de la pared. El liso mármol estaba frío y traspasaba las plateadas fibras de su ropa típica de Imperia. El frío no hizo nada para apagar su ardor.

Tanya estaba sentada en el borde de su cama, con un escotado vestido blanco que se adhería a todas sus curvas. ¿Alguna vez existió una mujer más sensual? Ella simplemente rezumaba calor sexual. Lo irradiaba, olía y se movía con él. Él se sintió atraído por ella desde el primer momento que la vio, y su deseo no había disminuido con los años. Más bien, había crecido.

Su instinto le decía que ella era su compañera de vida escogida. Pero ella siempre lo rechazaba... Un hombre inferior podría haberse rendido hacía mucho tiempo. Tal vez él debería admitir la derrota. Le gustaba pensar que poseía demasiado orgullo para rogar por sus atenciones.

Pero aquí estaba, dispuesto a aceptar cualquier pedazo de ternura que ella quisiera ofrecerle.

Cuando ella lo había convocado, había interrumpido sus prácticas de magia y su entrenamiento militar, y aun así él dejó caer su espada con impaciencia y corrió hacía ella, sólo porque ella lo necesitaba. Había esperado que eso significara que por fin lo aceptaba, pero no lo hacía. En cambio, le había pedido ayuda para encontrar a su antiguo amante.

La rabia que había sentido en aquel momento todavía golpeaba en su interior. Deseó partir a Edward en dos o, al menos, golpear al guerrero hasta convertirlo en una masa sanguinolenta.

Incapaz de hacer cualquiera de esas dos cosas, acordó ayudar a Tanya a encontrarlo. Así, ahora, ella estaba en deuda con él... y tenía toda la intención de cobrar. Pronto. Todavía no, pero pronto.

—¿Estás mirando? —le preguntó.

—No. —Ella cerró sus párpados con tanta fuerza que pequeñas arrugas se formaron en sus bordes. Su voz estaba tensa por la irritación cuando añadió—, ¿Por qué no lo llamas tú de vuelta?

—Por qué, entonces, la caja me pertenecería, y yo no quiero poseerla. ¿Quieres tú que me la quede?

—No, —gritó ella con vehemencia. Entonces, más clamada dijo—. No. —Hizo una pausa—. Aunque si la poseyeras, podrías regalarme la caja.

—No. Echaría la maldita cosa a la chimenea más cercana y felizmente miraría al hombre de su interior quemarse.

Sus párpados se abrieron de golpe.

—No te atreverías...

—Sí. Ahora no te quejes más, o te abandonaré aquí mismo.

Esa era una amenaza que ninguno de ellos se creyó, ya que él la deseaba con demasiada fuerza. Necesitaba probarla desesperadamente.

Y ambos lo sabían. Él le daría todo lo que pidiera, incluso a otro hombre, simplemente por probar su pasión sólo una vez.

Soy un idiota, pensó con repugnancia.

—Cierra los ojos, —exigió de nuevo. Ella lo hizo.

La culpa lo golpeó. Desobedecería a su padre, un hombre que respetaba, un hombre que admiraba. Aún así, eso no lo disuadió. Como si una cuerda invisible lo tirara, cruzó de una zancada la habitación. Ella sintió su proximidad y pequeños escalofríos sacudieron su cuerpo. Su olor llegó a su nariz, a magia y luz de luna, y la deseo tanto que tuvo que apretar los dientes contra su necesidad por poseerla. Incapaz de detenerse, acarició con un dedo la curva de su oreja y luego enredó su mano entre su pelo. Sus labios se separaron con un débil jadeo.

La rociada niebla procedente del mar, entró por las ventanas, besando sus mejillas y cuello, humedeciendo su pelo y el sedoso traje blanco. Ella era la belleza y la fuerza personificada, una mujer que no dudaría en utilizar a cualquiera que necesitara. Aunque había algo vulnerable en ella, en los bordes de su sonrisa. Inseguridad, quizás.

—Alcanza tu interior, —susurró él—. Encuentra la fuente de tu magia.

Sus labios se tensaron cuando ella se concentró. El hecho de que no vacilara envió otra oleada de cólera a través de él, luchando contra su deseo, que se mezclaba con su culpa. Él quiso odiar a Tanya, quiso dañar a Edward de nuevo. ¿Cómo podía ese hombre, que careció de todo poder místico, provocar tal devoción en esta bruja?

Frunciendo el ceño, dejó caer su mano a un lado.

—El hechizo de mi padre no destruyó tus poderes. Simplemente los cubrió, como una manta. Debes buscar bajo la manta.

—Ahí, —dijo ella con excitación—. Puedo ver lo que quieres decir. —Ella aplaudió con las manos, manteniendo sus ojos bien cerrados y él, de repente, sintió una gran energía envolviéndola—. Lo tengo. ¡Lo tengo!

Tan encantador. Tan terrible.

—Ahora abre la boca, —ordenó él, aproximándose.

Sus pestañas revolotearon hasta abrirse, creando sombras sobre sus mejillas. Cuando ella lo vio, jadeó, asustada.

—¿Romulis?

—Agarra la fuente de tu poder y abre la boca, —ordenó una vez más, su voz exteriorizando la fuerza de su deseo.

Tal como antes, ella obedeció.

Él aplastó sus labios contra los suyos y su lengua inmediatamente empujó profundamente, con fuerza. Sus dientes lo arañaron. La avaricia y la decadencia eran sus sabores; embriagadores, prohibidos, y él no quiso que le gustaran, pero lo hizo. Demasiado.

Ella ronroneó, un sonido profundo y gutural. Sus poderes se arremolinaron a su alrededor, mezclándose con las capacidades místicas que ella abría con su mente. Los arcos de energía cargaron y encendieron el aire, zumbando bajo su piel. Él presionó su erección entre sus muslos. Sus uñas arañaron sus hombros. Él amasó sus pechos con sus manos, comprobando su delicioso peso. Ella se arqueó contra él, buscando el orgasmo. Él gimió, un sonido de victoria y felicidad, porque sintió su necesidad y sabía que lo deseaba.

—Oh, Edward, —jadeó ella.

Romulis se apartó. Enfurecido, la fulminó con la mirada, apreciando la rojez de sus labios llenos, el deseo que oscurecía sus ojos. Su pecho se elevaba y caía rápidamente. Como se atrevía a nombra a otro mientras él la besaba. ¡Cómo se atrevía! Él podía soportar muchas cosas de esta mujer, pero eso no. Nunca.

Sus ojos se agrandaron cuando ella comprendió lo que había hecho.

—Romulis, —dijo ella, temblando. Incluso intento alcanzarlo, pero él se alejó—. No te enfades conmigo. Por favor. No puedo tener éxito sin tu ayuda.

Ella se preocupaba sólo de su cólera y del hecho de que podía cambiar de idea y no ayudarla en sus propósitos. Y de todos modos, la quería. Sus puños se apretaron a los lados.

—¿Enfadarme? —dijo él, engañosamente tranquilo—. Mis emociones no tienen importancia. Te lo prometí, a fin de cuentas, así que te ayudaré.

—Debes entenderlo. Él es...

—Silencio.

Ella apretó los labios.

—Entiendo que tengo que lavar tu sabor de mi boca. —Con esto, giró y caminó a zancadas hacía la puerta—. Pero volveré. No lo dudes.

Romulis no se acercó de nuevo a ella hasta que el cuarto sol se puso sobre el dorado horizonte. Para entonces, Tanya había recuperado el control de sus emociones. Ella no le permitiría asustarla otra vez con sus besos. Sus besos habían sido una agradable distracción, incluso excitantes, y de algún modo habían conseguido que sintiera su poder más profundamente, pero Romulis era una fuerza incontrolable, uno que intentaba dominar todo lo que encontraba, y ella no se permitiría ser conquistada.

Ella era la conquistadora.

Edward era la prueba de ello. ¡Si sólo pudiera abrazar sus poderes ella sola! Pero no, una vez que Romulis la abandonó, había perdido su débil agarre.

La vaporosa tela que colgaba sobre la entrada de su cámara susurró.

Frunciendo el ceño, ella giró… y se encontró mirándolo. Romulis dejó caer las cortinas de la puerta y estas se quedaron atrás, encerrándolo dentro. Una suave brisa, rociada con el mar, flotó hasta la ventana, agitando el dobladillo de su vestido sobre los tobillos, haciéndole temblar. Seguramente, su reacción no tenía nada que ver con el príncipe.

—Terminemos con esto, —dijo él, con tono impasible. Aburrido, tal vez.

Ella no ofreció otra disculpa por decir el nombre de Edward mientras Romulis la besaba. ¿Qué le importaba si su orgullo masculino estaba herido? Él había jurado ayudarla, y lo haría, sin importa lo mucho que ella lo enfureciera.

—Ciertamente, te llevó bastante tiempo recordar tu promesa, —le dijo ella, enderezando majestuosamente los hombros y echando hacía atrás su pelo.

Un siniestro tic nervioso tembló en su ojo izquierdo, y él caminó amenazadoramente hacía ella. Sus ojos brillando con rabia apenas contenida. Entonces se paró, se replegó y su expresión se volvió de nuevo impasible.

—Siéntate en el borde de la cama.

La ira golpeó a través de ella. El príncipe era igual que su padre, siempre dando órdenes, siempre esperando la obediencia total. Ella se merecía mucho más. Se merecía la devoción y el amor, el afecto y la clase de respeto que Edward le daba cuando ella se lo ordenaba.

Mirando a Romulis, ella caminó con deliberada lentitud, moviendo sinuosamente sus caderas y exagerando cada movimiento. Cuando se sentó donde le había ordenado, se reclinó hacía atrás sobre los codos, empujando la redondez de sus pechos contra la escotada tela de su vestido.

—Estoy esperando, —dijo ella.

—Abraza tu poder en tu mente.

Aunque ella quiso burlarse algo más, ella cerró los ojos, alcanzó su interior y fácilmente encontró la fuente de sus capacidades místicas, una fuente que Percen no podía atar. Su poder se arremolinaba y se revolvía, oscuro y peligroso, buscando una salida.

Romulis se acercó a ella y ahuecó sus mejillas en sus grandes manos, con fuerza.

—Repite estas palabras. —Él pronunció un hechizo que nunca había escuchado antes, un hechizo sobre el tiempo, el espacio y la esperanza—. Repítelas hasta que te las creas, hasta que formen parte de ti.

Ella lo hizo. Una y otra vez cantó el hechizo, cada vez más fuerte, con más intensidad. Los rayos de su poder saltaron de su cuerpo y repercutieron a través de la cámara. Las brillantes chispas de luz se lanzaron hacia el techo arqueándose como las alas de un ángel. Ella incluso añadió sus propias palabras al hechizo.

—Haz que la nueva guan ren de Edward cuelgue de un árbol. Destrúyela.

—Di sólo lo que te digo,—ordenó Romulis, con una furia tan intensa que ella la sintió hasta en sus huesos.

—Cuélgala de un árbol. Destruye a la mujer y trae a Edward a esta cámara, —dijo ella, desobedeciendo expresamente las órdenes de Romulis—. Destrúyela y tráeme a Edward.

 

TIERRA TIEMPO ACTUAL……..

“Voy a hacer el amor.”

Bella sonrió distraídamente mientras ella y Edward iban cogidos de la mano en un taxi. El calor de su palma y la dureza de sus callos mostraban un contraste asombroso, un contraste que ella quiso notar por todo su cuerpo. Ella acababa de pasar la tarde con este hombre magnífico, sensual —que, además, realmente la encontraba deseable— y ahora su cita iba a experimentar el final perfecto.

Solo imaginarse sus manos acariciando sus muslos, su estómago y a su boca chupar sus pezones, causaba que algo poderoso y totalmente femenino floreciera en su interior. Cuando el taxi llegó a su parada, ella y Edward salieron. Casi inmediatamente después de que ella pagara al conductor, los gases del tubo de escape y la grava fue propulsada a su alrededor.

Agitando una mano delante de su nariz y tratando de sofocar un ataque de tos, ella buscó a Edward a través de la neblina. Sus ojos se encontraron. Sus labios se levantaron en un lenta y deliberada sonrisa, extendió su mano y agarró la suya de nuevo. Un cosquilleo subió por su brazo, dejando un rastro de delicioso hormigueo.

—¿Estas lista para empezar? —le preguntó.

Sus rodillas casi se aflojaron con la impaciencia.

—Oh, sí.

—Entonces vamos.

Él tiró de ella hacía la casa. Deberían estar pasando el porche cuando el cemento bajo sus pies, tembló. De repente su mundo giró sin control. Ella jadeó. Edward se dio la vuelta rápidamente e intento abrazarla, pero cuanto más giraban, más se alejaban.

El miedo la golpeó, y ella intentó agarrarlo, mientras él luchaba por hacer lo mismo. Ellos se encontraron en medio. Ella lo abrazó con fuerza, aterrada de soltarse. El agarre de él casi le cortó la respiración.

—¿Qué pasa? —le gritó. Si él contestó, no lo escuchó. Un ruidoso chirrido perforaba sus oídos, como uñas rayando una superficie. Ella sintió como si estuviera siendo aspirada por el vacío. Un millón de centelleantes estrellas pasaron por delante de ella, tan cerca que sólo tenía que extender la mano para alcanzarlas. Destellos brillantes de colores llenaban su visión con rayos rosados, púrpura verde y azulados. Giraron todos juntos, formando un calidoscopio, que no paraba de dar vueltas. Tenían que dejar de girar.

El apretón de Edward sobre ella se hizo más fuerte, y él la sostuvo tan cerca como sus cuerpos lo permitían. Y luego, tan rápidamente como empezó, todo terminó.

La endurecida tierra estaba bajo sus pies, de nuevo una sólida ancla. Su vértigo duró varios minutos más, pero cuando pasó, ella abrió los ojos y expulsó una asustada bocanada de aire.

—¿Dónde estamos? —preguntó ella suavemente, las palabras resonando a su alrededor.

Un plateado mármol cubría enormes y espaciosas paredes, y algún tipo de liso cristal proporcionaba brillo al suelo. No había ningún mueble presente, sólo un espacio vacío. Tampoco ningún aplique de luz, aunque el cuarto estaba iluminado con una corona de esplendor. Un gran ventanal reclamaba la pared más alejada. Edward liberó a Bella y ambos cruzaron la habitación de un tranco y echaron una ojeada al exterior.

La confusión la atravesó mientras un rosado y púrpura horizonte llenaba su visión. Criaturas parecidas a los dragones surcaban el aire, sus alas extendidas en una longitud increíble. Debajo, ella observó la blanca arena y un mar de plata. Los árboles estaban cargados de brillante frutas parecidas a los zafiros y las esmeraldas. Dos lunas doradas decoraban la noche y una fresca brisa, perfumada con la dulce lluvia, besó sus mejillas y alborotaron los mechones de su pelo.

Con la boca abierta, ella giró.

—¿Dónde estamos? —le preguntó a Edward de nuevo—. ¿Y cómo llegamos aquí?

—Estamos en Imperia, —contestó él, con su propio asombro goteando de casa sílaba. Un atisbo de alegría iluminó sus ojos—. No sé cómo llegamos hasta aquí, a este tiempo, pero no quiero hacer preguntas sobre mi buena suerte. —Su cara ahora brillaba con un placer inmensurable, y caminó alrededor de las paredes, con los dedos rozando toda la superficie—. Estas son gemas lamori. Mira. —Él acarició una de las piedras, y la adormecida plata volvió a la vida, brillando con fuerza

Incapaz de detenerse, ella extendió la mano y acarició la piedra más cercana. Ningún calor. En verdad, sólo era fría y tangible. Pero una suave luz comenzó a iluminar la interior esfera de la piedra. Entonces las paredes comenzaron a moverse, despacio al principio, pero luego más y más rápido, girando como antes, pero hacia atrás, en un movimiento constante, sin un aparente final. Asustada, Bella corrió de nuevo a los brazos de Edward y él la sostuvo apretada.

—El tiempo, —le dijo él—. El tiempo se invierte.

Cuantos minutos pasaron mientras que ellos aguantaron así, incapaces de hacer nada excepto mirar, Bella no lo sabía. ¿Cómo era posible que pasara esto? Cuando todo se calmó, ella parpadeó por la sorpresa. Ellos estaban de pie en el mismo cuarto... el mismo, pero a la vez diferente. Una larga y espaciosa cama ocupaba el centro, los lados cubiertos por enrolladas cortinas blancas, y el colchón cubierto con blancas pieles. Una elaborada cómoda y un afelpado diván llenaban y separaban el área.

Ella apenas se atrevió a respirar cuando volvió a mirar la cama.

Ella jadeó, notando por primera vez a la mujer que allí se reclinaba, con su largo y suave pelo negro extendido sobre las blancas sábanas de seda y sus perfectos rasgos que le otorgaban una belleza tan majestuosa... tan enérgica, que incluso Bella sintió su fuerza. Un bronceado y musculoso guerrero estaba de pie a su lado, sus ojos encendidos por una rabia apenas contenida. El hombre fruncía el ceño, ante la amplia sonrisa de la mujer. Ella saltó sobre sus pies en el momento que vio a Edward, su cremoso vestido flotando alrededor de sus tobillos. Ella movió los labios, pero ningún sonido salió de su boca.

—Tanya, —escupió Edward, agarrando con fuerza de la cintura a Bella y acomodándola contra él. Al instante, el mundo a su alrededor comenzó a girar de nuevo. Más estrellas. Más colores. Una y otra vez ellos dieron vueltas, y su estómago se sacudió. Cuando pararon por tercera vez, ella afrontó un campo lleno de altos y frondosos árboles. No había ninguna casa, ningún coche, ningún poste eléctrico.

—Debemos esperar un poco para adelantarnos en el tiempo una vez más, —dijo Edward, su aliento una ondulación contra su mejilla.

Su cuerpo temblaba ligeramente, comprendió ella, luchando contra su propio temblor. ¿Cómo de cerca había estado ella de perderlo?

 

IMPERIA………..

—Estaba aquí, —gritó Tanya, toda su alegría estallando en su pecho—. ¡Estaba aquí!

—Y se fue, —ofreció Romulis, con un tono demasiado feliz para su gusto.

—¿Adónde se fue? —Rápida y segura, ella buscó por toda la habitación, en cada rincón, esquina y hueco oculto—. ¿Se esconde?

—Tu poder no era lo bastante fuerte como para sostenerlo... no sin su caja en tus manos. Así que regresó a su nuevo mundo.

Ella gritó de rabia.

—Debo reclamar su caja. Debo. Enséñeme otro hechizo.

—¿Crees que mi padre permitiría eso? Él hechizó la caja al igual que desterró a Edward. La caja no puede regresar con sólo la magia. La maldita cosa debe traerla alguien. Todo lo que te prometí era que te lo traería de vuelta. No dije cuanto tiempo se quedaría.

—¡Bastardo! —Un chillido de rabia rompió a través de su garganta, y ella giró alrededor, mirando airadamente a este hombre que, se suponía, le ayudaría—. Bastardo.

—Eso ya deberías saberlo.

—Bastardo, —gruñó ella de nuevo.

—¿Qué te ha trastornado más, Tanya? ¿El hecho de que él desapareció? ¿O el hecho que parecía feliz con otra mujer?

—Él me pertenece. ¿No lo entiendes? Soy su ama. Lo controlo. Si no puedo mantenerlo aquí con mi poder, encontraré otra forma. Lo poseeré otra vez, Romulis. Te lo juro.

 

LA TIERRA……….TIEMPO ACTUAL.

Bella miró fijamente a su casa, que ahora se alzaba delante de ella, luego buscó a Edward, quien todavía estaba de pie a su lado. Finalmente, la conmoción de lo que había pasado disminuyó, y experimentó la confusión y el miedo con fuerzas renovadas.

—No entiendo lo que pasó. Estábamos aquí de pie, luego ya no lo estábamos, y ahora volvemos a estarlo ¿Cómo es posible? ¿Cómo viajamos a través del tiempo y el espacio y alcanzamos Imperia?

El acero destelló en sus ojos, haciendo que el violeta pareciera un profundo remolino de líquido púrpura.

—Tanya, la que me maldijo, intentó llamarme.

La boca de Bella se secó.

—Pero tu caja… yo tengo tu caja.

—Lo sé. Creo que por eso regresamos aquí.

Esto no está pasando, pensó ella. No estaba preparada para perder a Edward. No ahora, quizás nunca, y el hecho que podía perderlo la aterrorizaba.

—Vamos a dentro, —dijo ella. No quería estar más en el exterior, donde podían ser un fácil objetivo. Quería estar dentro de las paredes de su casa, con las puertas cerradas. Pero cuando intentó avanzar, él la detuvo con una mano firme sobre su hombro.

—¿No apagaste las luces antes de que nos marcháramos? —le preguntó, frunciendo el ceño.

—Sí. Ahora date prisa. —Profundizando el ceño, ella agarró su mano, y tiró de él hacia la puerta.

Él plantó sus talones firmemente sobre la tierra, impidiéndole moverse otra pulgada.

—Creo que alguien ha invadido tu casa.

Sus ojos se ensancharon con incredulidad, y ella vio la luz que se filtraba de debajo de las cortinas cerradas de una ventana.

—Oh, Dios mío.

—Ponte detrás de los arbustos, —exigió él, metamorfoseándose al modo de superhéroe.

Su cara era una furiosa máscara de determinación, sus ojos fríos y duros.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó, con palabras vacilantes. Aunque Edward era increíblemente fuerte, no era impenetrable a las heridas de cuchillo o a la bala.

Él no se repitió, ni le contestó. En cambio, la empujó con suavidad detrás de los arbustos. Sus puños se apretaron contra sus costados.

—Permanece ahí hasta que vuelva.

Edward desenvainó sus dagas, una de la cintura de su drocs, otra de la vaina que llevaba atada a su bota, y con una cautela nacida de años sobre el campo de batalla, se adentró en la casa. Hojas y cristales se esparcían por el suelo. La caja habladora estaba rota, con los diminutos pedazos dispersados por todos lados. En el centro del cuarto surgía un alto y grueso árbol, con sus ramas brotando en todas direcciones.

Tanya, pensó, apretando los dientes. Esto era parte de su hechizo. Aunque no entendía por qué querría ella un árbol en la casa de Bella. Pero allí estaba, dejando sólo destrucción en su estela.

Con los puños apretados, silenciosamente y metódicamente busco en cada cámara de la casa, descubriendo los daños y esquivando los escombros. Sus puños agarraron las empuñaduras de sus dagas con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Tantas cosas habían sido destruidas en la mágica rabia de la bruja.

Si era capaz de hacer esto, ¿qué más podría la bruja hacer?

Edward, de repente, lo comprendió y un miedo mayor que la cólera se derramó por sus venas. Tanya esperaba recuperarlo y dañar a Bella en el proceso. Y casi había tenido éxito. Verla, saber que aún lo quería, hizo que todos sus viejos resentimientos surgieran a la superficie. Él había sido tan feliz al principio, estando de pie dentro del castillo Druinn, viendo su tierra. Pero toda su felicidad se borró cuando descubrió a Tanya.

En el pasado, las hembras habían intentado robar su caja de sus nuevas guan ren. Unas habían tenido éxito; otras no. Aquellas veces que habían tenido éxito, él había sido succionado dentro de su prisión, esperando el emplazamiento de su nueva amante. Nunca le había importado, ya que le daba igual una guan ren que otra. Con Bella, sin embargo… Oh, no permitiría ser robado. No por Tanya. Ni por nadie.

Sus brazos temblaron mientras devolvía sus armas a sus fundas y levantaba un roto retrato de una joven Bella, de pie, al lado de una igualmente joven Rosalie, esta foto era ligeramente diferente a la otra que había visto. Los ojos brillantes de Bella le sonreían con total inocencia y confianza.

—Oh, Dios mío.

La voz suave, femenina hizo que girara alrededor, empujando las ramas en su camino. Bella estaba de pie en la entrada, la mandíbula floja, los ojos muy abiertos por la conmoción y el miedo.

—Te dije que esperaras fuera, mujer.

—Estaba preocupada por ti.

Las palabras lo atravesaron, dejando un rastro de culpa en su estela. Las mujeres sentían lujuria por él pero, ciertamente, ninguna se preocupó por él. Y aún así, a la única mujer que realmente se preocupaba, le había fallado. Había sido incapaz de proteger sus pertenencias. Sus manos temblaron mientras él devolvía el retrato al frondoso suelo. ¿Cómo podía un hombre, un guerrero, luchar contra una magia que no podía ver o tocar?

—Estoy bien, Bella, —dijo él—. Completamente ileso. Ven a comprobarlo. —Sin quitar nunca los ojos de ella, abrió los brazos y simplemente esperó. Con un roto gemido, ella corrió y se lanzó contra él. Su olor, tan dulce y tan propio de ella, ahora estaba entremezclado con el miedo... por él—. Todo estará bien, pequeño dragón.

Ahora que ella sabía que él estaba ileso, comenzó a desmoronarse.

—Mi casa, —susurró ella entrecortadamente—. Mis cosas. ¡Este árbol!

Él siguió abrazándola contra él. Habían pasado siglos desde que había consolado de buen grado a una mujer, y hacerlo ahora le rompía por dentro. Lamentaba ver a Bella tan trastornada. Lamentaba ver sus lágrimas, y usó sus dedos para limpiarlas cuidadosamente.

—¿Debería avisar a mi seguro? —Una carcajada, carente de humor, salió de sus labios, y el sonido tintineo como afiladas campanas que chocaban—. ¿Qué les diría?

Él la condujo con cuidado al sofá.

—Siéntate, —le dijo, cogiendo sus manos entre las suyas. Sus dedos estaban helados, demasiados fríos—. Descansa durante un momento

—No quiero sentarme, —dijo ella, con voz ronca. Con los ojos muy abiertos, ella miró alrededor, tratando de abarcarlo todo. Sus hermosas pinturas estaban hechas jirones sobre las ramas. Su encantador diván de esmeralda y zafiro era una cáscara rota. Temblando, ella dijo—. Sé que la caja está aquí, pero tengo que verla, sostenerla en mis manos.

Él suspiró, odiando que ella no aceptara su consuelo todavía, y la liberó.

—Entiendo.

Con los labios fuertemente apretados, ella movió poco a poco la caída planta de plástico que una vez había estado de pie, para proteger del sol, frente a la ventana y desatornillo el vacío interior. Cuando vio que su caja todavía descansaba allí, suspiró aliviada, la cogió y parpadeó hacía él.

—Todavía está aquí. —Ella hizo una pausa—. ¡Mi ordenador! —Con sus mejillas empalideciendo aún más, Bella empujó la caja de regreso a la maceta, atornilló de nuevo la tapa y saltó sobre sus pies.

Ella atravesó corriendo la sala de estar, esquivando los escombros, y entró en su oficina, sólo para encontrar la misma devastación. Todos sus archivos y libros de contabilidad estaban esparcidos sobre el suelo o colgando de las largas ramas del árbol. Su ordenador estaba roto. Su pre etiquetado inventario dañado más allá de cualquier reparación. El horror se abrigó a su alrededor.

Ella parpadeó para alejar las lágrimas y sintió a Edward acercarse. Él no pronunció ni una palabra. Permaneciendo detrás suyo, la abrazó por la cintura, subiendo sus manos sobre su estómago, deteniéndose justo bajo sus pechos. Su barbilla descansó encima de su cabeza, y ella sintió su aliento contra su pelo. Casi completamente rota por dentro, ella dio la bienvenida a su fuerza, a su calor. ¿Cómo podía estar pasando esto?

Entumecida por la conmoción, se deslizó hasta el frío suelo de madera.

—Bella, —dijo Edward, pronunciando su nombre con preocupación. Mirándola, él se hundió a su lado y se pegó a ella, apretándola contra el calor de su cuerpo. Él le acarició el pelo, besó el sensible contorno de su oreja, mientras todo el rato le murmuraba palabras de consuelo.

—No lo entiendo, —dijo ella, cerrando los ojos contra la destrucción.

—Algunas personas dejan que la oscuridad llene sus almas, —contestó él, cerrando un brazo bajo sus rodillas y apoyando el otro contra su espalda. Luego la levanto, acunándola en el hueco de su abrazo. Se encaminó a su dormitorio y ella no ofreció ni una sola protesta cuando la posó sobre el colchón y le quitó la falda. Después de recoger la colcha del suelo, cubrió su tembloroso cuerpo con el suave material, colocó un tierno beso sobre su frente y dio media vuelta para marcharse.

—Edward, —susurró ella, deteniéndolo—. ¿Dónde vas?—El grueso follaje ofrecía un vago toldo.

—Quiero limpiar todo este lío.

—¿Te quedarás conmigo esta noche y me abrazarás?

—Sí, pequeño dragón. Lo que tú quieras. —La cama se hundió con su peso cuando se tumbo a su lado y se acercó a ella. Luego, Bella cubrió cada curva y hueco de su cuerpo encajándose perfectamente contra él. Su olor mezclado con el del pino la rodeó, tan familiar y tan desesperadamente necesario. Ella respiró profundamente—. Sé que no puedo decir nada para aliviar tu dolor, —susurró él—, pero de algún modo te ayudaré a olvidar que esto pasó. Lo juro.

Con su promesa en sus oídos, ella se permitió hundirse en una consoladora oscuridad...........

 

Hola Chicas ¿como estan? espero les haya gustado este capitulo, las cosas comienzan a ponerse peligrosas con Tanya, el siguiente capitulo se llama "EL HOMBRE PERFECTO" es muy divertido este capitulo ya lo veran, las veo mañana las invito a pasar a leer la otra historia que publique se llama "NO ME OLVIDES" es una hermosa historia que las ara llorar creanme espero que pasen a leerla.

les mando un fuerte abrazo desde Mexico.

Capítulo 17: SENTIMIENTOS. Capítulo 19: EL HOMBRE PERFECTO

 
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