EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69751
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 17: SENTIMIENTOS.

DEDICADO ESPECIALEMENTE PARA

CARO, KIMBERLY, NEMESIS

 

REGLA 15: Nunca mires directamente a tu Ama sin su permiso

Bella caminó sobre la alfombra roja que cubría la entrada del restaurante. Tengo una cita, pensó, todavía impresionada y asustada por ese hecho. Frías ráfagas de viento golpeaban y se arremolinaban contra el edificio y las frondosas plantas que lo decoraban. En el momento que dio un paso dentro del vestíbulo, el caliente aire la envolvió. Jacob intentó situarse a su lado, pero Edward se le adelantó. Todos siguieron a Rosalie cuando ella atravesó el débilmente nebuloso ambiente, mientras una suave música clásica sonaba de fondo.

Una maitre vestida con smoking apareció y, momentos más tarde, fueron conducidos a una mesa para cuatro personas situada en una aislada esquina. Por las altas y estrechas ventanas se podía ver un impecable jardín en flor y el centelleo de las blancas luces colocadas a través de la vegetación.

Edward instaló a Bella en un asiento cubierto de terciopelo, y a Rosalie la colocó a su lado. Cuando ambas mujeres estuvieron sentadas, reclamó la silla situada a la izquierda de Bella, dejándole a Jacob el asiento más apartado, alejándolo de cualquier toque o roce.

—Gracias, —murmuró ella a la maître mientras aceptaba la carta.

Bella estudió el menú mientras Jacob, suavemente, le hablaba sobre su belleza, su ingenio y su encanto. Él incluso había compuesto un soneto en su honor. Era todo que alguna vez había querido. Un sencillo y tímido hombre profunda e irrevocablemente atraído por ella. Pero no pudo reunir ni un fragmento de felicidad.

Jacob intentó inclinarse sobre la mesa para acercarse más a ella - ¿qué era ese extraño olor que le llegaba de su cita? - y el ceño de Edward se oscureció y se volvió más pronunciado con cada segundo.

Agradecida, su camarero llegó. Uno por uno, ellos hicieron sus pedidos. Jacob pidió exactamente lo mismo que ella, la sopa de mariscos y langosta rellena de setas en salsa de vino tinto. Edward y Rosalie optaron por la pasta de primer plato y luego costillas. Pero Edward llamó inmediatamente al camarero y dijo que tomaría ambas cosas de primero y luego la langosta. Después de que el hombre se alejara por segunda vez, Jacob se lanzó a otro soneto.

Bella creyó verlo ojear unas blancas tarjetas colocadas en su muslo, pero no estaba segura. Cuando él mencionó los gloriosos mechones de su pelo, besados por sol, que enmarcaba su cara tan bonita como un camafeo, ella se atrevió a echarle un vistazo a Edward. Sus rasgos eran duro granito y estaban tensos por un profundo ceño. Tengo que cambiar de tema, pensó.

Sonriéndole fugazmente a Jacob, lo interrumpió en mitad de un verso.

—¿Siempre te gustó cultivar un huerto? Lo digo porque veo que trabajas en tus plantas muy a menudo.

Él asintió, y durante un instante sus ojos perdieron ese brillo desesperado de yo-no-debo-dejar-de-hablar-de-ti.

—Encuentro la paz entre mis flores y plantas, sabiendo que enriquezco la belleza de la naturaleza. —Él echó un vistazo a sus piernas y luego se aclaró la garganta—. ¿Sabes?, te pareces a la luna y a las estrellas.

—Uh, gracias.

—¿Y en cuanto ti? —le preguntó—. ¿Disfrutas de la horticultura?

—Oh, la adoro, —le contestó Rosalie con una suave sonrisa, aunque la pregunta no fuera para ella—. A Bella no. Ella tiene La Mano de la Muerte. Las plantas simplemente no pueden sobrevivir a su cuidado.

El horror se reflejó en la cara de Jacob. Luego sacudió la cabeza, como si limpiara sus pensamientos, y le ofreció una media sonrisa.

—Estoy seguro de que tienes muchos otros talentos maravillosos, Bella.

Antes de que ella pudiera contestar, Rosalie se lanzó a hablarle sobre la civilización antigua que ella soñaba encontrar. Jacob intentó interrumpirla varias veces y prestarle su atención a Bella, pero su hermana no lo permitió.

Bella apoyó los codos sobre la mesa y descansó la barbilla entre sus manos. Aquí estaba todo lo que siempre había soñado, pero se sentía tristemente decepcionada. Había esperado, realmente lo había hecho, que con esta cita conseguiría desear a Jacob, al menos la mitad de lo que deseaba a Edward. Pero eso no iba a pasar, admitió finalmente.

Nunca.

El pensamiento debería haberla deprimido. En cambio, se sintió aliviada. Jacob no era el hombre ideal para ella, y ya no tenía energía para fingir más. De pronto, le echó un vistazo a su pecaminosamente delicioso esclavo del placer. La luz de una vela parpadeada a través de la mesa cubierta de lino, y siempre que él se movía, las sombras y la luz bailaban sobre sus rasgos, dándole a sus pómulos un duro aspecto, casi áspero. Ella no pudo apartar la mirada.

Lo amo, pensó.

Su aliento se congeló en sus pulmones, y las nauseas que sintió hacía unas horas regresaron. No, no, decidió luego con una sacudida de cabeza. Había demasiadas complicaciones, demasiados obstáculos. Pero… ¿Y si hubiera hecho lo inconcebible y se hubiera enamorado de su esclavo del placer?

¿Qué iba a hacer ella?

¿Qué iba a hacer él?

Desde el momento que Bella había aparecido en su habitación para enseñarle sus nuevos vestidos, Edward se había sentido preparado para luchar contra todos los habitantes masculinos de este mundo. Cada pieza de ropa que ella le mostró marcaba su exquisita figura, abrazando sus deliciosas curvas, revelando perfectamente todo lo que había por ver. Saber que ahora llevaba un vestido que él había escogido, y que lo llevaba para otro hombre, todavía bastaba para enfurecerlo.

Él la observó, en la brumosa atmósfera del restaurante, para medir sus reacciones ante su cita. Pero Bella ya no miraba a Jacob el Lector de Poesía, notó. Ella lo miraba a él bajo el rizado velo de sus pestañas. ¿Por qué? Quería saber qué es lo que inquietaba sus pensamientos.

Él se preocupaba por Bella, no podía hacer nada para evitarlo. No, no la amaba—se negaba a amarla, sabiendo que así sólo la perdería—pero ella de algún modo había logrado meterse bajo su piel.

La necesito entre mis brazos.

En el jardín, las parejas daban un paseo de la mano, con la suave música rodeándolos. Quería hacer eso con Bella, la quería toda para él, aunque fuera sólo durante un ratito. Extendió la mano.

—Vamos a ver el jardín, pequeño dragón.

Callada durante un momento, ella se mordió el labio inferior.

—Yo la llevaré, —dijo Jacob valientemente, poniéndose en pie.

La intensa mirada de Edward no abandonó la suya, ignorando a Jacob, y uso la fuerza de su voluntad para, silenciosamente, afirmar su predominio.

—Vamos, Bella.

Desistiendo, Jacob se hundió de nuevo en su asiento.

—Jacob, —dijo Rosalie, acariciando con los dedos el brazo del hombre—. Me muero por saber más cosas sobre tu jardín. Deja que Edward y Bella se vayan, y tú te quedas aquí y me entretienes. ¿De acuerdo?

Lentamente Jacob se derritió bajo el encantador mohín tú-eres-un-hombre-grande-y-fuerte- y- yo-una-débil-mujer en la expresión de Rosalie.

Edward agitó los dedos.

—Vamos. —dijo, sin dudar que ella obedecería su orden.

Bella colocó su mano sobre la suya. Con cuidado él la ayudó a levantarse, la condujo a través de un par de puertas con batientes franceses y dieron un paseo por el acristalado porche. En lo alto, la luna y las estrellas brillaban como diamantes sobre terciopelo negro. Las antiguas lámparas de aceite y los florecientes cactus tejían caminos entrelazados, sólo rotos por ocasionales estatuas de alabastro. El aire era frío y dulcemente fragante.

Él agarró a Bella por la cintura y, lentamente, pasearon por una serpenteante alfombra roja. Su cuerpo encajaba perfectamente con el suyo y la vulnerabilidad irradió de ella.

—¿Te preocupa algo? —le preguntó, dándole un ligero apretón con la mano.

Con un suspiro, ella apoyó la mejilla contra su hombro.

—Jacob no es el hombre ideal para mí.

Un primordial triunfo danzó por sus venas, pero logró ocultarlo en su tono.

—¿Y lo has descubierto ahora?

—Creo que lo supe todo el tiempo. Sólo que no quería admitirlo.

Edward paró y la afrontó. Él apartó un rizo de su mejilla y enganchó los sedosos hilos detrás de su oreja.

—Lo que necesitas es un hombre que vea la pasión que tanto intentas ocultarte, Bella. Un hombre que reconozca tu generosidad y tu bondad. Un hombre que comprenda lo bella que eres.

Ella apartó la mirada y preguntó desanimada,

—¿Y dónde encontraré a ese superhéroe con visión de rayos X?

—Ya lo tienes. —Él ahuecado su barbilla entre sus manos, forzándola a mirarlo de nuevo—. Ya lo tienes.

Ella parpadeó y él comprendió que no entendía lo que quería decirle.

—Te quiero, Bella. Yo veo quién eres realmente. Yo veo tu belleza. Y te deseo tanto que me duele.

—Pero las lecciones...

—No tienen nada que ver con lo que siento por ti. ¿Crees que te haría estudiar tanto si en realidad no te deseara? Nunca dudes de tu atractivo. Te quiero, y mi deseo no es educado, forzado o fingido. No, para mí eres la mujer más hermosa, preciosa, con la que jamás me he encontrado.

—¿Cómo puedes tú, un hombre que ha conocido a miles de mujeres, decir esas cosa sobre mí... o creértelas?

—Tal vez, cuando volvamos a casa, tendremos una pequeña charla para ayudarte a entenderlo, ¿¡hmmm!? —contestó con un oscuro ceño—. Junto con una demostración y todo. Créeme, Bella, cuando te digo que hay algo especial en ti, algo que nunca he encontrado antes.

Un largo rato pasó en silencio mientras ella lo observaba.

—Te creo, —susurró, y sus ojos se suavizaron con temor—. Lo hago.

—Bueno. Entonces voy a darte otra lección. Como librarse de las compañías indeseadas. —Edward la arrojó contra el marco de una ventana, ofreciendo a las personas del restaurante una perfecta visión de ellos. Se inclinó y con cuidado rozó sus labios contra los suyos. Luego sus dedos se enredaron en su pelo, y él inclinó su barbilla para besarla más profundamente. Cuando su lengua exploró su boca, sus labios exigieron toda su pasión. No estaba seguro de si ella sabía a vino o a menta, pero no le importaba. Solo anhelaba más.

Con Bella, siempre era una necesidad. Siempre era mágico.

Él apoyó sus caderas contra su cuerpo y, sin palabras, le exigió que reconociera que era la única persona para ella. Ella gimió. Él se tragó el sonido, luchando contra el impulso de llevarla a un rincón privado donde pudiera explorarla totalmente. Su pulgar jugó con la esquina de su boca, una silenciosa petición de que lo tomara más profundamente. Y más profundo aún. Él no le había mentido. Ella lo afectaba como ninguna otra mujer lo hizo nunca. Si él pudiera, le daría su corazón, su nombre. Le daría sus niños.

Antes de que su sangre se calentara hasta el punto del no retorno, él se obligó a retirarse. Sus brazos, de pronto, se sintieron huecos, vacíos. La excitación ardía en los ojos de Bella y tenía una expresión ausente por el deseo.

—Vamos, —dijo él—. Veamos si la lección ha sido la acertada. —Con una posesiva mano en su cintura, la condujo de vuelta a la mesa.

Jacob los miró con los ojos muy abiertos, horrorizados. Él se puso de pie de un salto y la silla cayó al suelo.

—No sé qué os dio la impresión de que soy un pervertido, pero os aseguro que no lo soy. Un tigre no tiene que estar de acuerdo con esta... esta rareza sexual. Tengo que irme.

—¿Tan pronto?—preguntó Edward, con un tono que claramente sugería que no era lo bastante rápido.

Al escuchar eso, Jacob arrojó su servilleta al suelo y se marchó apresuradamente.

Bella sintió alivio… y sólo un poco de culpa.

Rosalie jadeó.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Y dijo algo sobre un tigre?

—Sí. Lo hizo, —dijo Edward, inclinando la cabeza a un lado y mirando como Jacob se alejaba.

—¿Y él cree que nosotros somos los raros?

—Bueno… puede que sea porque yo le dije que Edward es nuestro hermano, —admitió Bella.

Su hermana ocultó una sonrisa detrás de su mano, y cuando esto no funcionó, permitió dar rienda suelta a sus carcajadas.

—No me extraña que él... —Otra risa se le escapó—. Vosotros dos sois malos. Muy, muy malos.

Relajado y solícito ahora, Edward ayudó a Bella a sentarse en su silla, y luego tomó asiento en la mesa. La comida llegó poco después tras una nube perfumada de cremosa mantequilla y salsa de limón.

Rosalie dio dos bocados a sus costillas y de pronto dejó caer su tenedor.

—Oh, acabo de recordar que me necesitan en el laboratorio. —Aunque su tono carecía de convicción, ella agarró su bolso y la chaqueta y salto sobre sus pies—. No os preocupéis por mí. Cogeré un taxi. —Con sólo un triste vistazo a su comida, ella salió precipitadamente del edificio.

A Bella le vino un ataque de risa que casi le robó el aliento de sus pulmones.

—De repente, la tarde está transcurriendo mejor de lo que esperaba, y casi me entran ganas de darte un achuchón.

Él no entendió lo que quería decir pero, a pesar de todo, sonrió ampliamente mientras rellenaba las dos copas con un vino oscuro, carmesí.

—La lección seis no tiene nada que ver con eso de los achuchones, pero sí con el descubrimiento. El descubrirnos el uno al otro.

Ella inspiró rápidamente, casi imperceptiblemente, pero él estaba tan armonizado con ella que supo que estaba excitada por sus palabras, por las imágenes que su admisión evocaban.

—¿Sabes? —dijo ella, con voz ronca ahora—. Realmente quiero ser una buena estudiante. La mejor.

La sangre se acumuló en su ingle mientras sus palabras caían sobre él, tan audaces y seductoras como una caricia real. Él se movió en la silla.

—La lección seis requerirá un profundo e intenso entrenamiento en la cama. —Con la punta del dedo, acarició su mejilla y luego su mandíbula—. ¿Qué dices a eso?

—Digo que me alegro. —Ella bebió un sorbo de vino, mirándolo sobre el borde del cristal. El pulso en su cuello se aceleró y él se murió de ganas por acariciarlo con su lengua.

Más tarde, se prometió. Más tarde. Ella nunca había tenido una —verdadera— cita, y él quería darle una.

El resto de la cena pasó en un silencio cargado sexualmente cuando ellos se miraban el uno al otro, anticipando lo que vendría después. Cuando sus platos fueron retirados, Edward pidió el postre, luego se inclinó sobre la mesa y continuó con la conversación como si nunca se hubieran callado.

—Háblame de tu niñez, pequeño dragón. Conozco muy poco de tu pasado.

Ella dejó su servilleta a un lado y lo observó.

—¿Qué quieres saber exactamente?

—Todo.

—¡Um! …bueno, yo tuve una niñez típica, supongo. Mis padres se separaron cuando yo tenía ocho años.

Cuando ella no continuó, él dijo,

—Eso no me dice nada. Dame la historia completa.

—La historia completa. Bien. No sé por qué mis padres tuvieron niños. Nosotras éramos un fastidio o algo así para ellos. Cuando no se estaban peleando entre ellos, se peleaban con nosotras. Durante los trámites de divorcio, discutieron sobre quien se quedaría la custodia de mí y de Rosalie, aunque no de la forma que te imaginas. Mamá quería que nos fuéramos con Papá, y él quería que nos fuéramos con Mamá. Terminamos con mi madre y nunca volvimos a tener noticias de mi padre.

No había amargura en su tono, sólo aceptación y pesar. Edward tocó su rodilla, dándole tranquilidad y apoyo. Había una vulnerabilidad en ella, una tristeza que la envolvía y que tocó su corazón... un corazón que él creía que había muerto hacía mucho tiempo.

—Cuéntame el resto, —la engatusó él.

—En realidad no hay mucho más que contar. —Trazando un círculo alrededor del borde de su copa, ella dijo,—aproximadamente cinco años después de la separación, mi madre volvió a casarse. Su nuevo marido era un comercial, no uno muy bueno debo añadir, pero él viajaba mucho por trabajo. Y a ella le gustaba irse con él. Rosalie y yo pasamos semanas y semanas solas. Es un milagro que el defensor del menor no se nos llevara.

Mientras ella hablaba, él acarició con los dedos su rodilla, ofreciendo consuelo por todo lo que había soportado.

—¿Alguna vez hablas con tus padres ahora?

—Raras veces.

—Lo siento. —Él quería borrar los dolorosos recuerdos, pero también quería aprender más sobre ella. Ya habría tiempo para olvidar más tarde, cuando él llenara su mente de pasión y placer. Ahora mismo, dijo—. ¿Me contarás lo de tu primera cita?

Ella lo hizo, soltando cada palabra con voz temblorosa.

Hacia el final de la historia, la furia recorría un camino traidor a través de las venas de Edward. La muerte del chico que le había hecho daño a su mujer no era castigo suficiente. Él quiso atar al idiota y lanzarlo desnudo colina abajo, y en el curso de su caída, que las diminutas criaturas se lo comieran vivo. En cambio, refrenó sus instintos guerreros y mantuvo sus emociones bajo un apretado confinamiento.

No tenía que arañar demasiado bajo la superficie de sus palabras para entender la angustia que ella había soportado. Ambos, su madre y su padre, la habían rechazado. El primer chico por el que mostró interés la había rechazado. Y ahora Bella, simplemente, esperaba ser rechazada. Eso explicaba mucho de su personalidad, y él se compadeció, ya que él mismo había soportado muchos de esos mismos rechazos cuando era un niño.

El camarero depositó su postre sobre la mesa y luego desapareció volando. Edward jugó con el tallo de una rechoncha fruta roja. Si estuvieran ellos solos, cubriría con el dulce suco toda su piel y luego lo limpiaría con su lengua. Pero como no lo estaban, pellizcó la fruta entre sus dedos y la sostuvo contra los labios de Bella.

—Abre.

La punta rosada de su lengua surgió, probó, y luego devoró.

—Mmm, está muy bueno. Gracias.

Él tragó aire.

—¿Y en cuanto a ti? —preguntó ella, inconsciente del fuego que continuamente revolvía dentro de su cuerpo. Ella partió un pequeño trozo de pastel con su tenedor y

se lo llevó a la boca—. ¿Cuál es la historia de tu vida?—Sus dientes se cerraron sobre la confección azucarada.

Él apartó la mirada de sus deliciosos encantos, pasó la amplia extensión de la pista de baile, y descansó sobre una lejana ventana que rendía homenaje a la noche cerrada, llena de estrellas.

—No querrías saberlo.

—Sí, lo quiero, —dijo ella sin vacilar—. Además, me lo debes. Yo te hablé de mi niñez. Ahora te toca a ti. Es lo justo.

Edward nunca había compartido esa parte de su vida con ningún otro, ni siquiera con Roake. Pero se negaba a mentirle a Bella, a endulzar los detalles. Ella quería saber cosas de él, así que se las contaría.

—Algunas veces, cuando yo era joven, lamentaba que mi padre no me quisiera. Nunca supe el por qué, pero siempre supe que él me odiaba.

—Seguro que no te odiaba.

—¿Entonces por qué me hizo esto? —Edward cogió su mano y la colocó bajo su camisa, luego dirigió sus dedos a su espalda, a sus cicatrices.

—Edward, —susurró, horrorizada, sin saber que más decir.

—Mis cicatrices no aparecieron por poder divino, Bella, —dijo Edward, con ojos feroces—. Él me odiaba, y lo demostró siempre que manejó la fusta.

—Oh, Edward. Lo siento tanto. —Ella quiso poner su boca sobre cada cicatriz, besarlas y hacer que se sintiera mejor mientras ella lamía con su lengua una marca, y luego otra. La tentación desplegó sus insidiosos hilos por todo su cuerpo mientras las lágrimas manaban de sus ojos. Ella se permitió un último golpe con la punta de sus dedos antes de retirarlos de debajo de su ropa y colocarlos en su regazo. Se imaginó a Edward como un joven muchacho, golpeado, magullado y jamás amado. Mientras que sus padres simplemente la descuidaron, su padre abusó físicamente de él. Ella sufrió por él, por lo que había perdido y soportado—. Lo lamento muchísimo.

—No llores por mí, pequeño dragón. —Su cólera y frustración por aquellos años todavía lo carcomían de vez en cuando, pero la compasión de Bella le ayudó a calmar su antiguo dolor—. No siempre conocí el odio. —Sonriendo gentilmente, limpió la humedad de sus ojos y de la curva de su pómulo—. Pasé los primeros cinco años de mi vida con mi madre. Ella me adoró.

—¿Cómo murió? —preguntó Bella suavemente.

—No lo hizo. —Sus ojos se oscurecieron a un color gris acerado, revelando secretos y dolor—. De donde soy, los guerreros son mirados con respeto y reverencia. Ella era una propiedad, sólo una esclava, y no podía enseñarme el arte de la guerra.

Con el tiempo, ella me confió al cuidado de mi padre de modo que yo pudiera adquirir el entrenamiento apropiado.

—¿Un niño de cinco años que se entrena para ser un guerrero? Tu niñez hace que la mía parezca un cuento de hadas.

—El sufrimiento viene de muchas formas. No menosprecies el tuyo propio. —Él colocó su servilleta sobre la mesa, terminando con eficacia aquella línea de conversación—. Dime por qué no has arreglado las cámaras superiores de tu casa.

Sus hombros se encogieron delicadamente y ella, amablemente, aceptó su cambio de tema.

—Cuando compré la casa, me imaginé viviendo allí con un marido y niños. Quise hacer arriba la habitación de los niños, un cuarto para un chico y otro para una chica, pero no lo hice aún porque verlo todo arreglado, sabiendo que nadie vivirá allí, duele. —Ella hizo una pausa—. ¿Parece estúpido, ¿verdad?

—¿Estúpido? No. —¿Desgarrador? Sí. Ya que él nunca podría darle los niños que ella tanto deseaba. Y de repente, tuvo muchas ganas de verla acunado a su hijo o hija entre sus brazos. Oh, ¿habría algo más dulce? Nunca debió de haber mencionado los cuartos, y si ella decía uno sola palabra más sobre ellos, podría prometerle cosas que no podría mantener. Podría caer de rodillas y maldecir a los cielos por todo lo que nunca experimentaría.

—¿Con qué más sueñas cuándo estás sola? —preguntó él con voz ronca—. ¿Cuál es tu mayor secreto?

—¿Además de otra cereza? —le preguntó, sonriéndole suavemente después de su ocurrencia.

—Sí. Además de eso. —Él pellizcó otra fruta y la colocó en el borde de sus labios. Mirándolo, ella masticó y tragó. Sus ojos se abrieron de golpe cuando él se inclinó y lamió los restos de la esquina de su boca—. ¿Y bien, cuál es la respuesta?

—¿Sobre qué? —preguntó ella jadeando.

Su aliento calentó su oreja.

—Tus sueños.

—Supongo que sueño con lo que toda mujer sueña. Encontrar el amor verdadero.

—Eso hace mucho que lo sé. —Bajo la mesa, él acarició su rodilla—. ¿No hay nada más que desees en este mismo momento?

Ella vaciló sólo brevemente, dándole una respuesta que no era cierta con sus siguientes palabras.

—No hay nada más que quiera.

—Entonces tendré que hacer todo lo que esté en mi poder para hacerte cambiar de idea ¿no crees? —Él no esperó su respuesta—. ¿Estás lista para irte a casa? —le preguntó, con las palabras para comenzar tu siguiente lección colgando indirectamente en el aire.

Esta vez, ella no vaciló con su respuesta.

—Sí. Estoy lista.

 

HOLA CHICAS ¿QUE LES PARECIO?......PORFIN ESTOS DOS SE EMPIEZAN A EMPAREJAR EL PROXIMO CAPITULO SE LLAMA "PELIGRO", TANYA HARA DE LAS SUYAS Y PONDRA EN PELIGRO A BELLA Y A EDWARD NO SE LO PUEDEN PERDER ESTA SUPER EMOCIONANTE.


AVISO: HE SUBIDO OTRA HISTORIA SE LLAMA "NO ME OLVIDES" ES UNA ADAPTACION NO ES MIA YO SOLO LA PUBLICO ADAPTADA CON LOS PERSONAJES DE CREPUSCULO......PERO ES UNA HISTORIA MAGNIFICA Y TE HACE LLORAR, DE VERAD QUE SI ES UNA HISTORIA CORTA SOLO TIENE DIEZ CAPITULOS PERO TE ATRAPA Y TE LLEGA AL CORAZON LA VERDAD ESPERO QUE SE PASEN A LEERLA CUANDO LA ACTIVEN OK

LES MANDO UN FUERTE ABRAZO DESDE MEXICO

Capítulo 16: CITA DOBLE Capítulo 18: PELIGRO.

 
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