EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69766
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 12: INICIAN LECCIONES

QUE TAL CHICAS """AQUI ESTA LO QUE HABIAMOS ESTADO ESPERANDO, INICIAN LAS LECCIONES DE SEDUCCION AAAA ¿QUE PASARA?

GRACIAS POR SU APOYO, SUS VISITAS Y SUS VOTOS

PERO SOBRE TODO GRACIAS A LAS CHICAS QUE ME COMENTAN NO SABEN COMO ME AYUDAN A CONTINUAR Y NO DESEPCIONARME.

GRACIAS CHICAS

JENNI, SPCULLEN, NEMESIS, KIMBERLY, CARO.

 

 

 

REGLA 9: Obedecerás siempre a tu Ama, tanto si ella está presente como si no.

Edward se tumbó sobre el suave y aterciopelado sofá, con su nueva daga entre sus dedos y mirando al techo. En el centro, los rayos de luz caían como olvidadas lágrimas, su esencia cubierta por un cristal de Borgoña color crema. El ruido de voces le llegaba desde la caja parlante frente a él, y también escuchaba a los niños reír alegremente y corretear en el exterior, justo más allá de la ventana decorada con vidrieras de colores.

Parecían tan felices ahí afuera. Tan libres. Ellos ignoraban lo se sentía al tener que rogar por lo que se quería.

Pero Bella lo sabía. Ella le había suplicado.

En la tienda de ropa, le había pedido que la dejara sola, y cuando se negó, se lo había rogado.

Rogado.

Y se odiaba por ello, porque él sabía demasiado bien como se sentía uno al arrastrarse. Cuando las palabras —te lo ruego— había abandonado la boca de Bella, había querido arrancarse el corazón y entregárselo en ofrenda.

¿Cuántas noches había pasado él sobre sus rodillas, con las manos unidadas y las lágrimas derramándose sobre sus mejillas mientras le suplicaba a su padre las cosas que necesitaba? ¿Cuántas noches lo había pillado su padre en la ciudad, lo había atado a un poste, y lo había azotado hasta que sólo quedaban sobre su espalda delgados jirones de piel? ¿Todo por el salvaje placer de escucharlo gritar clemencia?

Innumerables veces.

El dolor de aquellos años incluso ensombrecía al dolor de ser un esclavo del placer. Podía fácilmente recordar la humillación. La depravación. Si necesitaba comer, rogaba. Si necesitaba una manta para calentar su cuerpo, rogaba. Si necesitaba descansar, rogaba.

Había días que se había arrodillado por voluntad propia para conseguir un simple gesto de afecto del padre que, se suponía, debería amarlo... un afecto que nunca recibió. Como pequeña venganza, había aprendido a reprimir las reacciones de su cuerpo, sin volver a gritar, sin volver a mostrar debilidad costara lo que costara, sin importar el cruel castigo infringido. Simplemente canalizó su energía en otra dirección. En la seducción. A una edad temprana, ya se convirtió en un amante de grandes talentos, aprendiendo los matices del cuerpo femenino y todos los secretos lugares que le proporcionaban placer a una mujer. A cambio, conseguía evadirse durante un corto tiempo de la cruda realidad que era su vida.

A los dieciséis palmos, encontró a Roake, un chico de su misma edad que había soportado su propia dosis de dolor, y emprendieron solos su camino. Los dos juntos se instruyeron en el manejo de la espada hasta que sus habilidades sobrepasaron incluso a las del Gran Lord. Luchando por su pueblo, despacharon a muchas tropas rebeldes y como recompensa, el Gran Lord Challann les dio sus propias tierras.

Finalmente Edward tenía el hogar que tanto había ansiado.

Entonces Tanya lo había arrojado a la esclavitud.

La salvación que siempre encontró en los brazos de una mujer al final resultó ser su perdición, pensó sombríamente; sus conocimientos sexuales lo habían llevado a esta existencia, y sin embargo eran su única vía de escape. Que irónico. Que cruel. Durante el primer palmo de su maldición, él dejó de pensar en el sexo como algo placentero, viéndolo en cambio como una obligación. Excepto con Bella. A él no le asqueaba la idea de estar con ella. No, anhelaba su desnudez y su toque con cada fibra de su masculinidad, y ni la obligación ni la evasión tenían nada que ver con ello.

¿Por qué continuaba ella resistiéndose?

Empezaba a creer que ni con toda la experiencia del universo podría ganarse su afecto. Y él quería ganárselo desesperadamente. Ella era una mujer de profundidades sorprendentes. Su sonrisa era una mezcla de calor, luz y de tal cautivadora belleza que todavía estaba intimidado por su grandeza. Su cólera era una mezcla de fuego y hielo, y a menudo se encontraba deseando provocar su ira simplemente para calmarla después.

A veces incluso parecía una mezcla volátil de excitadas emociones, miedo, seguridad, duda... como si en realidad no supiera cuáles eran sus propios deseos. Él

sabía que ella pensaba que era tímida, corriente e indigna de alguien que no fuera como ella misma. ¿Cómo podía pensar de esa manera? Para Edward, ella irradiaba bondad, generosidad y compasión. Su belleza interior aumentaba su belleza exterior, proporcionándole tanta luminiscencia, tanta serenidad, que ninguna otra mujer se le podía comparar. Era preciosa, mucho más digna de lo que ella se imaginaba.

Edward se pasó la mano por el pelo, con la mandíbula apretada. Empezaba a comprender que el amor no era el monstruo que pensaba que era. En el momento en que el pensamiento entró en su mente, parpadeó y meneó la cabeza. Incluso repitió la frase en voz alta.—El amor no es un monstruo.

Todos los músculos de su cuerpo se tensaron, esperando que negara las palabras, pero no pudo. No, no podía negarlo, ya que por fin podía ver las ventajas de tal emoción: saber que la sonrisa de una mujer le pertenecía sólo a él... observar las llamas de la pasión cobrar vida en sus ojos... saborear su dulzor durante el resto de su vida...

Pese a todo, sabía que amar a Bella sería igual o peor que cualquier tortura que hubiera soportado en el pasado. Amarla significaba perderla, ya que no había ninguna magia que los atara juntos, y él volvería a su mundo sin ella, sin volver a ver nunca más su sonrisa, o aspirar la frescura de su olor.

No, el amor no era un monstruo, pero aún así no quería saber nada de él.

Simplemente quería a Bella.

Su pasión se encontraba enterrada bajo su mojigato exterior, lo sabía, una pasión cruda, primitiva, que era tan caliente que solo hacía falta un beso para que ardiera. Todo su ser volvió a la vida con el recuerdo. ¿Qué haría falta para que volviera a estallar y arder de nuevo... para él y para ningún otro? ¿Qué haría falta para que olvidara a Jacob?

Su puño apretó la daga tan fuerte que la afilada cuchilla cortó su piel y un chorrito de sangre se deslizó por su brazo. Él la forzaría a que dejara de pensar en Jacob. El débil hombre no se merecía a la radiante Bella. Y ya era hora de que ella lo comprendiera.

Le daré su siguiente lección, pensó, aplaudiéndose por su propio ingenio. La lección número dos era la seducción y, como su tutor, era su deber, no, su obligación, hacer que estudiara. Encuéntrala, gritó su cuerpo.

Siguiendo el olor a especias, se dirigió a la cocina. La visión de Bella lo detuvo y lo mantuvo atrapado. Una oleada de ternura se estrelló contra él cuando la observó caminar silenciosamente hasta el fregadero y vaciar una olla de agua, con una expresión de intensa concentración.

La boca se le hizo agua por ella.

—¿Está lista la comida?

Con un jadeo asustado, ella se dio la vuelta. Un poco de salsa roja manchaba su barbilla.

—Estará preparada dentro de aproximadamente quince minutos.

Él asintió, preguntándose a que sabría su barbilla si lamía la salsa. La imagen lo dejó sin fuerzas y dolorido, con los músculos rígidos. En vez de acercarse, encerrarla entre sus brazos y aplastar sus labios contra los suyos, dijo:

—Me gustaría bañarme antes de que comamos.

—Oh. —Ella colocó la olla sobre el mostrador. El vapor ascendió, como una serpenteante nube y ocultó su cara fugazmente—. ¿Puedes esperar hasta más tarde?

—No. —Él necesitaba que su cuerpo estuviera limpio, lo suficientemente limpio para comer de... lo que tenía planeado.

—Bueno. Está bien. —suspiró ella—. Ya sabes dónde está el cuarto de baño. —Luego hizo una pausa—. ¿Sabrás usar la ducha?

—Sí. —Al menos, eso esperaba. Unos minutos más tarde, descubrió que realmente sabía utilizar las extrañas manillas. Eran parecidas a las que se usaban en los baños públicos de Gillradian, así que ajustó el agua hasta que cayó a chorros sobre la tina.

Edward se desnudó y dio un paso hacía dentro. El caliente líquido acarició su sensibilizada piel como la mano de un amante. Él estaba aún duro, empalmado, y mientras estuvo bajo la ducha, su excitación no hizo más que aumentar de dolor. Quería las manos de Bella sobre él, con sus dedos apretando su erección mientras su boca chupaba sus pezones. Luego, cuando ya no pudiera soportar más aquel tormento, apartaría su boca y sus manos para intercambiar lugares, y así sentir la caliente humedad de su lengua acariciar la longitud de su polla una y otra, y otra vez.

Sus manos se cerraron en puños. Si no paraba esas fantasías, su entrenamiento de guerrero pronto lo abandonaría completamente. Él podría echársele encima, hacerle daño, y eso le dolería más a él que a ella. Pero su imagen se negó a marcharse. En cambio, su imaginación la desnudó y la metió en la tina con él. Su piel lisa y pálida brilló con la humedad, siendo sus rosados pezones y los oscuros rizos entre sus piernas la única nota de color. En su imaginación ella le regalaba una pequeña sonrisa secreta mientras le permitía que sus dedos se arremolinaran alrededor de su ombligo... y luego más abajo. Sus músculos se tensaron mientras una oleada de placer lo atravesó.

Sin poder detener su siguiente acción igual que no podía evitar el respirar, y mientras el fragante vapor ondeaba a su alrededor y riachuelos de agua se derramaban sobre su pecho, él agarró su pene con una mano, imaginándose que era la mano de Bella, y se acarició desde la base hasta la punta con el puño apretado. Casi pudo sentir sus dientes raspar sus endurecidos pezones, casi pudo sentir sus labios deslizándose

por todas las partes de su cuerpo. Pero sólo cuando se imaginó su gemido de placer al tocarlo, encontró la liberación.

Un pobre sustituto, lo sabía, pero eficaz en todo caso. No se sentía completamente satisfecho, pero sí más tranquilo, de nuevo controlado.

Frunciendo el ceño, salió de la tina seguido de una nube de vapor y usando de correa la delgada tira de tela, se ató su daga al muslo. Luego se enrolló un paño más grande alrededor de la cintura. Un deseo de ver a Bella, de oír su voz, lo llenó y se encontró caminando a zancadas de vuelta a la cocina. Por Elliea, era hora de comenzar su siguiente lección.

Cuando él la vio sentada a la mesa, esperándolo, con los platos y la comida encima de la mesa, algo en su pecho se oprimió. Como deseaba a esta mujer. Toda ella. Con las manos dobladas frente a ella, tenía una relajada expresión soñadora.

—Estoy listo, —dijo él, su tono reflejando exactamente como de listo estaba.

Sus pestañas parpadearon cuando ella alzó su mirada hacía él. Su boca se inclinó un poco y una aturdida expresión se reflejó en sus ojos.

—Uh, Edward...

Él cortó sus palabras antes de que se formaran.

—Todo parece y huele delicioso, Bella.

Ella arrancó su fija mirada de su toalla.

—Espero que tengas hambre.

—Yo siempre tengo hambre.

—Eso está bien. —Oh, sí, eso está muy, pero que muy, bien, pensó Bella, echándole otra ojeada a la bronceada perfección de Edward. Gotitas de agua goteaban de su pelo, cayendo sobre su duro, esculpido pecho y sobre los músculos de su abdomen. Una simple toalla blanca protegía sus muslos, cintura y pene.

Ahí estaba. Ella, por fin, había usado esa palabra asociándola a él. Pene, pene, pene. La exaltada victoria cedió paso a un aumento del deseo. Su boca, de pronto, se sentía seca y pastosa.

—¿Te gusta la lasaña? —logró graznar ella.

—Me gusta cualquier cosa que tú prepares. —Aquella traviesa toalla se separó ligeramente cuando él se deslizó en su silla.

No mires, Bella. No, aprovéchate. Maldita sea, no mires. Finalmente ella lo hizo.

—¿No deberías vestirte antes de que comamos? —Mientras esperaba su respuesta, sus dedos retorcieron y arrugaron su servilleta, y su pierna dio un golpe contra la mesa cuando sofocó el impulso de enlazarla alrededor de su cintura.

—No, —dijo él, sin echarle un vistazo—. ¿Este es un atuendo apropiado en casa de uno, no?

—Supongo. —¿Pero cómo, se suponía, se concentraría ella en la cena si sólo podía imaginárselo tumbado sobre la mesa, como una especie de buffet masculino disponible para su propio disfrute personal? Nunca seré capaz de hacerlo. Su hambre de comida se convirtió rápidamente en hambre de —ella le echó otro rápido vistazo y se sintió caliente, muy caliente— otra cosa.

Pese a todo, él no parecía tener problemas de concentración. Silbando entre dientes, se sirvió en su plato un buen montón de ensalada, palitos de pan y pasta. Sus rasgos faciales estaban tan relajados que ella incluso temió que pudiera dormirse.

Durante toda la cena, su incontrolable mirada acarició sus pequeños pezones marrones endurecidos por el frió aire, para luego deslizarse más abajo. Más abajo todavía. Ella quiso deshacerse de su toalla para así poder resbalar sus manos sobre su abdomen... y sobre todo lo que encontrara a lo largo del camino. Incluso quería sus dedos sobre su cuerpo, quizás desabrochando sus vaqueros, resbalándolos por sus piernas y metiéndolos bajo sus bragas. Que maravilloso sería tener esa fuerza y calor extendido encima de todo su cuerpo.

Su rodilla rozó la suya.

El toque inocente impulsó lanzas de fuego a través de su sangre y jadeó.

—Mis disculpas, —murmuró él, sin echar una sola mirada en su dirección.

—Ningún problema, —pudo decir ella.

Cuando él lo volvió a hacer una vez, y otra vez, y luego otra, Bella dejó caer su tenedor con un sonido seco y metálico. Ella inspiró de forma irregular. Uno. Dos. Tres. Y su cuerpo contestó con su propia mantra. Sexo. Sexo. Sexo. Cada nervio de su cuerpo, de pronto, gritó excitado y, cuando ella descubrió que estaba acariciando un palito de pan y que Edward la miraba, se ruborizó.

—¿No te gusta la cena? —preguntó él, todo inocencia.

—No. Digo, sí. Esta buena. —¿Sabía él lo que le estaba haciendo? No, no podía saberlo, pensó. Estaba demasiado ocupando comiéndose la bandeja entera de lasaña. Concéntrate, Bella. No eres ninguna ninfómana por mucho que a veces desearas serlo. Sus manos temblaron mientras levantó su tenedor y fingió interés por la comida.

Ella lo miró dos veces más, y dos veces más le golpeó él la pierna por accidente. Todavía parecía completamente relajado, a gusto, mientras que el deseo se encendía en su interior, a punto de irrumpir en llamas. Su húmeda piel gritaba por caricias, por suaves manos que limpiaran todo rastro de humedad. Su boca pedía a gritos caliente y húmedos besos.

De hecho, lo que realmente quería era, más o menos, saltar sobre la mesa y arrancar la toalla de su cuerpo cuando el timbre sonó. Salvada, aplaudió ella mentalmente, dejando caer su tenedor y brincando sobre sus pies.

—Vuelvo enseguida, —dijo—. Tenemos visita.

Con su corazón latiendo de forma irregular dentro de su pecho, abrió de golpe la puerta. El frenético golpeteo redujo su marcha, y ella pudo volver a hacer la necesaria acción de respirar. Jacob sonrió cuando la descubrió.

—Hola, Bella, —dijo él, con tono tímido y vacilante, y un brillo de temor en sus ojos color avellana—. Tu hermano no está, ¿verdad?

—Está en la cocina. Completamente absorbido en su cena, —añadió ella cuando Jacob dio tres precipitados pasos hacia atrás.

Sus hombros se relajaron y se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, haciendo tintinear unas monedas.

—Advertí tu coche en el camino de entrada y me pregunté si le gustaría...

Edward, que de repente estuvo de pie directamente detrás de ella, ladró,

—Estamos ocupados. —Y cerró la puerta en la cara atontada y horrorizada de Jacob con más fuerza de la necesaria.

Con una mueca, Bella apoyó la frente contra la madera de cerezo con un golpe.

—Eso fue increíblemente grosero.

—¿Y no fue grosero interrumpir nuestra cena? Ahora, ven. —Edward la condujo de regreso a la mesa, como un silencioso recordatorio de que ellos no hablarían de su vecino.

Ella soltó un suspiro y se acomodó en su silla. ¿Cómo le explicaría, después, esto a Jacob? ¿Cómo haría para que entendiera que era él a quien quería? Mentirosa, mentirosa, cantó su mente, antes de que toda pregunta y pensamiento se acallaran. Edward tocó su rodilla de nuevo, una caricia más profunda, más persistente, y si lo hizo a propósito o por casualidad, ella aún no lo sabía. Y no le importaba. Una y otra vez, una parte de su cuerpo se unía al suyo, lanzando temblores eróticos por su columna vertebral.

Cuando sus dedos de los pies rozaron su pantorrilla, una abrasadora necesidad se estrelló contra su cuerpo como si fueran relámpagos. Un jadeante chillido, que reconoció como suyo, llegó hasta sus oídos y el sudor perló su frente. ¡Si simplemente él se olvidara de la pasta que tenía delante suyo y se diera un banquete con ella! Señor, ¿Cuándo se había vuelto ella tan sexual, pensando sólo en el sexo? Otro temblor la recorrió, pequeño y deliciosamente decadente.

—Pequeño dragón, —dijo él lánguidamente.

—Sí, —contestó ella jadeando. Oh, sí, sí, sí.

—¿Has visto, por casualidad, algo que desees?

—Sí. —Ella se obligó a concentrarse, a pensar en algo plausible—. Cogiste mi palito de pan. Lo quiero de vuelta.

La luz se reflejó en sus ojos, haciéndolos centellear con una emoción que ella no pudo identificar. ¿Risa? ¿Pasión? ¿Travesura?

—Ni siquiera te has comido lo que tienes delante.

—Oh. —Ella miró hacia abajo, en su plato se amontonaba toda la comida—. No tengo hambre.

Él rió una risa suave, sensual que escondía promesas y conocimiento, maldad y encanto.

—Tal vez pueda ofrecerte otra cosa, un bocado más apetitoso que un mero pedazo de pan.

—No creo que puedas, pero puedes intentarlo, —dijo ella, temiendo y rezando para que dijera algo perverso.

Una larga pausa la dejó suspendida sobre el borde de su silla.

—Quizás, pueda interesarte... yo.

¿Estaba el cuarto de repente más caliente? ¿Más brillante? Ella estiró el cuello de su camiseta y se forzó a permanecer sentada, no fuera que se lanzara sobre él.

—Hice el postre, —ofreció ella sin convicción—. Bueno, no lo cociné. Sólo abrí la caja y puse los bombones helados sobre el mostrador.

—Tráemelos, —la engatusó, su voz como rico y suave terciopelo.

Usando el postre como distracción, Bella se enderezó sobre sus piernas inestables, agarró la bandeja de dulces y lo puso sobre la mesa con un ruido sordo. Más equilibrada ahora, ella se volvió a sentar. Él miró el banquete de chocolate con evidente placer, y ella lamentó no haberlo untado sobre su cuerpo desnudo.

Soy sólo una guan ren para él, se recordó. El medio a un fin que debía perseguir porque ese era su único objetivo en la vida. La seducción. Para él, ella no era especial, ni bonita, ni siquiera deseable. Qué patética seria si aceptara tal indiferencia y no se exigiera más a sí misma... o a él.

Sin apartar nunca su violeta mirada de ella, Edward levantó un bombón y lo lamió por el centro.

—Déjame alimentarte con el postre, —dijo él tan sedosamente que ella reprimió un suspiro soñador.

Resiste. Concéntrate en resistir.

—No estoy segura de que eso sea una buena idea, Edward.

—No me importa que sea sabio o no. Sólo me importa tu placer. —dijo con los párpados entrecerrados, desnudándola mentalmente y lamiendo cada pulgada de su cuerpo—. Si no puedes aceptar que te alimente de mi mano, ¿aceptarías al menos un beso?

Su corazón latió acelerado por el entusiasmo, y la excitación despertó en su interior irrumpiendo en calientes llamas que la lamieron por todas partes. El aguijón de la anticipación se clavó a lo largo de toda su piel. Realmente, ¿qué tenía de malo un beso más? ¿Sólo un simple beso? Nada, contestó su mente con impaciencia.

—¿Un beso? —ella preguntó con deseo, sin aliento.

—Solo uno. —Él la tocó otra vez, esta vez deliberadamente, un simple roce de sus nudillos que propago una reacción en cadena de sensaciones. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo lo hacía para parecer que ella era la mujer más deseable con la que se había encontrado nunca? Oh, como lo quería.

¡Espera! Tú quieres a Jacob.

¿Quién es Jacob?

—No hay espacio en esta habitación para la reflexión, —dijo Edward, como si temiera que ella se alejara—. Hemos derrotado tu propensión a emitir discursos. Ahora debemos derrotar ese habito tuyo de pensar demasiado las cosas.

Inclinándose, él metió su dedo índice en el centro del bombón y luego remontó la crema de vainilla alrededor del contorno de sus labios, por la curva de su mandíbula y por su cuello, acariciándola tan suavemente que ella sintió la frescura del helado más que el toque real. Bella tembló mientras el derretido dulce se extendía por su piel. Su aliento atascado en su garganta.

—Ven a mí, —exhaló él. Su dedo se deslizó hacia abajo, luego a su alrededor, parándose en la base de su cuello y provocando que ella se inclinara hasta que la mitad de su cuerpo quedó sobre la mesa—. Te necesito desesperadamente.

Esas fueron las palabras que finalmente rompieron su resistencia. Él la necesitaba. ¡A ella! Sin romper el contacto, logró maniobrar alrededor de la mesa y cerrar el espacio restante entre ellos. Él se quedó sentado, así que ella bajo la mirada para observarlo detenidamente. Sus labios parecían suaves, y ella estuvo orgullosa de sí misma al notar la erección que empujaba entre sus piernas.

—Pon tus brazos alrededor de mí, —dijo él suavemente.

Sus rodillas se doblaron, y ella se dejó caer sobre el frió suelo de madera, con su cuerpo entre sus rodillas y su cara a la altura de su esternón. Sus manos se acercaron a los tensos músculos de su pecho, saboreando la tardanza, luego se enlazaron en su cuello tal y como él había exigido.

El contacto fue eléctrico. Se sintió pecaminoso y erótico y ella quiso que el momento durara para siempre. Él olía tan bien, a jabón, chocolate y vainilla. Sus brazos bajaron a su cintura, atrapándola en el lugar, pero tal cosa no era necesaria. En ese momento, no había ningún otro sitio en el que ella prefiriera estar, y este grandioso y real hombre que tenía entre sus brazos hacía mucho que lo deseaba.

Lentamente él acercó su boca a la suya, a un suspiro de distancia.

—Puedo sentir el temblor de tu cuerpo, pequeño dragón. ¿Tienes frío?

Ella sacudió la cabeza.

Ligeramente, como una pluma, él besó su mejilla, un mero roce de labios contra su carne.

—¿Excitación?

—Sí. —¿Cómo podía negarlo cuando su cuerpo se sentía tan vivo, tan impaciente?

Él lamió el contorno de sus labios.

—¿Quieres mi boca sobre la tuya?

De algún modo ella logró asentir.

—Dímelo. Di las palabras.

—Sí, creo que sí.

—Ah-ah-ah. Nada de pensar, ¿recuerdas?

Perdida en un mundo de sensaciones, donde las inhibiciones y la vergüenza no tenían lugar, ella se permitió ser atrevida. Le dolía, tanto, lo anhelaba tanto, que finalmente confesó.

—Necesito tu boca, tus labios y tu lengua. Bésame, Edward. Bésame.

Él rió suavemente, un estruendo embriagador que ronroneó con un poder apenas reprimido.

—Esa es una orden que disfrutaré obedeciendo. —Su lengua se encontró con la suya, mezclando el chocolate con la vainilla. Él empujó en su boca, todo calor y dulzor, y Bella le dio la bienvenida con impaciencia.

Igual que antes, en el momento en que él empezó a mover su lengua, la pasión explotó en su interior y gimió, abrazándolo más fuerte. Edward debió sentir su desesperación porque la agarró de la cintura y la sentó en su regazo con un rápido movimiento. Ahora estaban pecho contra pecho. Dureza contra suavidad. Instintivamente, ella extendió las piernas, pasándolas por debajo de los brazos de la silla y alrededor de su cintura. Incluso a través de su toalla de algodón, el calor de su erección la chamuscó. Él era grueso y duro, y su lado lujurioso quiso tomar toda su longitud en su boca, succionándolo de la base hasta la punta para luego bajar otra vez.

No debería hacer esto, pensó ella. No con él. Lo detendré justo... en un… minuto …

Curiosamente, ella se sentía sexy, deseable y puramente femenina, una embriagadora mezcla de poder, y con estas sensaciones combinadas, su cabeza se llenó de confianza. Sus dedos se hundieron en su espeso pelo al mismo tiempo que la mano de él se movió al interior de su camisa, deslizándola hasta que rozó la curva de su pecho. Su gran palma ahuecó su peso y con cuidado lo amasó, haciendo rodar su pezón entre los dedos.

Entonces él se movió. Un simple balanceo de sus caderas.

Sus uñas se clavaron en su cuero cabelludo. Con intensidad, el placer corrió de una parte a otra de su cuerpo, consumiéndola. Esto, unido a los años de privación, la empujó más allá de su control. Ella se volvió hambrienta por su toque, su toque, y lo apretó desesperadamente con los muslos, ansiando el contacto. El maravilloso contacto.

Como si también estuviera en el límite, Edward siguió moviendo su boca abierta contra la suya, su lengua agresiva, su sabor caliente y masculino. Él lamió, mordisqueó y succionó, alternando las tres cosas, devorándola como un sabroso bocado todo el tiempo.

El beso era feroz y salvaje y compensó todos los bailes a los cuales ella no había asistido en la escuela, a cada partido al que nunca fue invitada y a cada noche que pasó sollozando porque nadie la deseaba. Justo aquí, en este momento, ella era Afrodita, la diosa pagana del amor y la belleza, y los hombres la adoraban a sus pies. Vida y vitalidad golpeaban a través de sus venas.

—Edward, —raspó ella—. Necesito más.

Él arrancó su boca, jadeante,

—Entonces tendrás más. —Él hizo una pausa durante un momento y luego la miró fijamente, sólo la miró. ¿Saboreándola, quizás?—. Si hubiera sabido lo salvajemente que responderías, —dijo él, con tono duro—, habría comenzado la lección hace dos noches.

—¿Lección? —murmuró ella, intentando recuperar sus labios como propios.

—¡Um!, seducción. —La humedad caliente de su lengua dejó un camino de fuego líquido a lo largo de su clavícula antes de que él reclamara sus labios de nuevo.

Pero poco a poco, pequeñas dosis de cordura regresaron a ella, aclarando sus sentidos aturdidos por la pasión. Viejas dudas e inseguridades se mofaron en una esquina de su mente e, indecisa, ella aflojó su agarrare de Edward, obligándose a concentrarse en sus palabras y no en su toque.

Todo se juntó inmediatamente. Él la había besado como si su boca poseyera todo el oxígeno que él necesitaba para sobrevivir, sólo por una lección. Una necia y estúpida lección. Él no la deseaba a ella, a Bella Swan. No realmente. Simplemente se comportaba como su tutor. Ella ya lo había sospechado desde un principio, pero fácilmente se había dejado convencer de otra cosa. Pero, aún así, escuchar las reales palabras de su boca la hería profundamente.

Con un revoltijo de necesidad y mortificación, ella saltó disparada de su regazo, consciente ahora del dulce y pegajoso chocolate sobre su piel. Con un movimiento rápido y vacilante, se apartó el pelo de la cara y lo fulminó con la mirada.

—Cambié de idea. —dijo ella, intentando aparentar confianza y seguridad, aunque sin conseguirlo exactamente. Todas sus dudas existentes sobre por qué debería resistirse a este hombre crecieron en intensidad.

Extendiendo la mano, él intentó abrazarla de nuevo pero ella esquivó sus brazos con rapidez.

—Ven aquí, —dijo él—. Tu lección no ha acabado.

—He aprendido todo lo que tengo que saber sobre la seducción, —dijo ella. Por favor, Dios, no permitas que mi voz suene tan inestable y decepcionante para Edward como lo hace para mí.

—Puedo enseñarte mucho más, —pronunció él, suavizando su tono, usando un perfecto y sexy timbre.

—No estoy interesada.

—No mientas, Bella. Estás interesada.

—Te equivocas. —Ella intentó sofocar la furia que quemaba en sus ojos. No estaba enfadada con Edward. No, no podía enfadarse con él. Edward sólo hacía lo que ella le pidió que hiciera: enseñarle a seducir a un hombre. Pero se había olvidado de eso, y se odiaba por su estupidez, y por el dolor en su pecho—. Y mucho.

—Tú eres la que se equivoca, Bella, —dijo él a través de sus dientes apretados. Apoyó los codos sobre los brazos de la silla y juntó sus manos—. Te mientes a ti misma y me gustaría saber el por qué.

—Simplemente he tenido suficiente placer por un día, eso es todo.

Él chasqueó la lengua.

—Nunca una mujer ha necesitado más que tú, dulce. Dos veces hasta ahora te has alejado por un simple beso. Y ni una sola vez mis dedos o mi miembro han entrado en tu cuerpo. Tú quieres el placer que puedo darte. Admítelo.

Bella se dio la vuelta, escapando tan rápidamente como sus pies se lo permitieron. A donde se dirigía, no lo sabía. Sólo sabía que si ella no se marchaba ahora, podría derrumbarse completamente, darle a Edward todo lo que quisiera y olvidarse de todo lo que ella necesitaba. ¿Cómo podía él ser tan apasionado un momento, y tan frío al siguiente, como si fueran dos personas distintas?

—Bella, —la llamó él, corriendo detrás de ella. Cuando la alcanzó, la agarró por los hombros y la hizo girar para afrontarlo. Su expresión estaba ensombrecida por el remordimiento, y era otra vez el sensible y apasionado guerrero que ella había besado—. No quería hacerte daño.

Forzando una media sonrisa, ella miró más allá de él, más allá de la ventana de la sala de estar.

—Está bien. De verdad.

Su fuerte y callosa mano ahuecó su mandíbula, obligándola a mirarlo.

—Todo guerrero sabe que las palabras —está bien— en su mujer significan pena de muerte. Dime lo que hice mal, y te pediré perdón.

—No hiciste nada mal. —No a propósito, al menos.

Él se arrepentía de haberle hecho daño, pero en verdad no tenía ni idea de que acababa de arruinar la mejor experiencia de su vida.

—Sólo avísame cuando quieras comenzar con otra lección la próxima vez, —dijo ella suavemente—. Pensé que tú realmente... —Su boca se cerró de golpe. Ella no quería en absoluto que él se enterara de que creía que la había besado porque lo deseaba, porque la encontraba atractiva.

Sus cejas se juntaron y su confusión aumentó.

—¿Qué importancia tiene que te avise de las lecciones?

—Tengo derecho a saberlo, esto es todo.

Los dedos sobre sus hombros se tensaron, y sus ojos se entrecerraron peligrosamente.

—Esto no es sobre las lecciones, ¿verdad?. Esto es por Jacob el Débil. ¿Pensaste en él mientras te besé? ¿Deseaste que fuera Jacob quien te tocaba? ¿Te lo imaginabas a él, y cuándo dejaste de hacerlo, te separaste de mí?

—¿Y qué si lo hice? —dijo ella, mirándolo con falso alarde.

—Como tu instructor, te prohíbo que pienses en Jacob el Débil.

—No eres dueño de mis pensamientos. Yo decido en quién y qué pienso.

—¿A sí? —preguntó él, su tono sospechosamente tranquilo.

—Sí. —Alzándose sobre su metro sesenta y tres de altura, ella lo fulminó con la mirada—. Así es.

—¿Entonces qué piensas de esto? Me gustó la forma en que tus pezones se endurecieron contra mis manos. Me gustó el modo en que presionaste tu cuerpo fuertemente contra el mío. Me gustó la forma en que te abriste de piernas y las enlazases a mí alrededor, colocándote firmemente contra mi erección. Me gustaron todas esas cosas, Bella. A mí. No a Jacob.

—A mí también me gustaron, —admitió ella antes de que pudiera detener las palabras—. Me gustó todo eso y que fueras tú quien me las hicieras.

Todo en él se ablandó.

—Entonces dime por qué huiste del placer que te di.

—Porque pensé que tú me querías de verdad ¿vale? —susurró ella—. Pensé que las lecciones no tenían nada que ver con nuestro beso. —Dirigiendo la mirada a sus manos, ella soltó una carcajada carente de humor—. Supongo que fue estúpido de mi parte esperar que estuvieras dándote a ti mismo y no satisfaciendo los caprichos de tu amo, ¿huh?

—¿Qué es esto? —Las palabras explotaron de su boca—. ¿Crees que yo veo tu cuerpo como una obligación? Maldita sea, mujer. Imágenes de ti han poblado mis sueños y me han mantenido erecto durante toda la noche. Te deseo, y no he dejado de desearte desde la primera vez que aparecí. —Él la tiró al duro círculo de sus brazos—. Al igual que tú me deseas.

—No, no. No más. —Niégalo, susurro su mente. Si no lo hacía, se perdería completamente de nuevo. Él la deseaba, le concedía eso por ahora. ¿Pero, realmente, era suficiente? ¿Se olvidaría de sus propios sueños y de Jacob? Ya notaba como su resistencia disminuía—. No. —dijo ella otra vez, más para sí misma que para él.

—Jacob no está aquí, —gruñó Edward—. No es él quien puede darte un orgasmo. Soy yo. Tu cuerpo ya lo sabe y siempre te traicionará.

La verdad de aquellas palabras la atravesaron, y durante un momento, sólo un momento, ella pensó, ¿Por qué negar lo inevitable? Pero el instinto de conservación ganó. Escápate mientras puedas.

—¿Por qué no crees en el amor, Edward? —se encontró, en cambio, preguntando.

Él parpadeó. Un músculo se marcó en su mandíbula, y sus manos se retiraron de ella.

—Es una emoción que simplemente no puedo permitirme experimentar.

El silencio llenó el cuarto. Sus miradas permanecieron fijas. Finalmente ella suspiró y apartó los ojos. Permanecer aquí con él, discutiendo los beneficios del amor

no le haría cambiar de idea. Él parecía demasiado distante ahora mismo y también disgustado.

—Tengo que cuadrar mi contabilidad, —dijo ella—, así que estaré en mi oficina. No sé a qué hora me acostaré, pero tú puedes permanecer despierto el tiempo que quieras. —Ella se obligó a apartarse de su toque y a alejarse.

—Cuando vayas a tu dormitorio, —la llamó él con tono acerado—, deja la puerta abierta.

Un cosquilleo de alarma recorrió su cuerpo y ella se congeló, de espaldas a él.

—¿Por qué?

—Acordamos que dormiría contigo.

Apelando a cada onza de fuerza que poseía en su interior, Bella se giró de golpe y le clavó una furiosa mirada.

—La palabra clave aquí es dormir. Y para tu información, no dije exactamente donde dormirías, sólo que sería en mi habitación. Te haré una cama en el suelo.

Sus ojos se estrecharon.

—Ganaste esta vez, dulce. La próxima vez no dejaré espacio para la interpretación.

Cuando Edward se tumbó sobre el suelo del dormitorio de Bella, miró al techo. Odiaba que aquel beso se hubiera terminado tan bruscamente. Aunque, quizás, fue lo mejor. Ahora lo comprendía. Casi había perdido el control. La había tocado, la había probado, y había querido darle todo lo que tenía para dar y Bella rápidamente podría destruir esa parte íntima de él, la parte que él mantenía oculta.

La parte de él que lo mantenía cuerdo.

Un sudor frío estalló por todo su cuerpo.

Capítulo 11: COMPRAS Capítulo 13: LA ALUMNA SUPERO AL MAESTRO

 
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