EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69749
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 20: AMAME.

GRACIAS A TODAS LAS CHICAS QUE SE ANIMARON A COMENTARME POR PRIMERA VEZ "MUCHAS GRACIAS" NO SABEN LO FELIZ QUE ME ENCUANTRO EN ESTE MOMENTO

 

KDEKRIZIA, KIMBERLY, SPCULLEN, BELLS, JENNI, CARO, NEMESIS, PAJARITO, QUEQUETA, VINYET, ELIZSTWILING

 

DEDICADO ESPECIALEMTE PARA USTEDES

 

 

 

REGLA 18: Una vez que hayas adorado el cuerpo de tu Ama, hazlo de nuevo inmediatamente.

Las sombras de la tarde se filtraron a través de las aterciopeladas cortinas, creando un ambiente sombrío y erótico. La tormenta había pasado, aunque su esencia todavía envolvía el cuarto. Hacía sólo una hora que Edward había llevado a Bella a la cama, cubriéndolos completamente con la colcha y abrazándola en su refugio privado. Él había encendido el fuego en la chimenea, pero ahora sólo había rescoldos que emitían crujidos de vez en cuando.

Protegeré lo que es mío, pensó con ferocidad.

Aunque muriera en el intento, no permitiría que Tanya, o ninguna otra mujer, robara su caja. Tampoco permitiría que Bella saliera herida de tales tentativas. No, no lo permitiría. Primero tendrían que matarlo.

Protegeré lo que es mío, pensó de nuevo. Tanya ya había demostrado que no podía retenerlo por mucho tiempo. Y que sus poderes no eran lo suficientemente fuertes como para hacerle un verdadero daño a Bella, sólo a sus pertenencias. Pero…

Con pensar en ello solo conseguía que sus músculos se tensaran, preparándose par la batalla, así que se obligó a relajarse. Dándose media vuelta, enlazó su brazo alrededor de la desnuda cadera de Bella, encajándose contra su caliente y durmiente forma. Aspiró su exuberante fragancia y sus ojos se cerraron con rendición. Sus labios se levantaron en una media sonrisa. Había mantenido a su dragón muy ocupado durante horas, introduciéndolo en las muchas formas de hacer el amor. A horcajadas sobre él, de lado, en todas las posturas. Nunca había disfrutado tanto.

Con sus otras guan rens, había alcanzado la liberación sexual, sí, pero se había sentido insatisfecho. Siempre insatisfecho, como si algo fallara en su interior. Con Bella, había alcanzado la máxima satisfacción. Ella le hizo sentirse libre, le dio un atisbo de absolución. ¿Todavía se consideraba ella indigna? Él le había dado placer a muchas mujeres pero, hasta ahora, jamás había sostenido en sus manos tal potente sensualidad. Nunca ninguna mujer le había respondido tan completamente, con todas sus inhibiciones olvidadas. Antes de Bella, el sexo se había convertido en un monótono juego, y él estaba cansado de jugar. Con ella, había encontrado la completa satisfacción.

Él no era digno de Bella.

Tan cansado como estaba en los asuntos de la carne, esta experiencia con Bella la sintió más auténtica, más fresca, que incluso su primera vez, hacía tantos siglos atrás. La punta de sus dedos acarició su sedosa cadera y luego se deslizaron más abajo, a su centro. El hecho de que él fuera el primer hombre de Bella, el único, lo llenaba de un posesivo orgullo que no podía explicar.

Pero no la amaré, añadió misteriosamente. No permitiría que su hechizo de esclavo del placer se rompiera, ya que no quería volver a Imperia solo. Simplemente, se negaba a perder a la mujer que abrazaba. Él pronunció una risita sardónica. Que irónico era que prefiriera afrontar una eternidad de esclavitud simplemente por estar con esta mujer algo más de tiempo.

—Mía, —gruñó él, apretando su agarre sobre Bella.

El timbre sonó, como el aullido de una banshee.

Bella entreabrió los ojos y echó un vistazo a su despertador. Doce treinta y cuatro. Hora de comer. Estaba demasiado cansada para comer. O incluso para moverse, en realidad. Pero el timbre sonó de nuevo y ella se desperezó, esperando eliminar así las agujetas de sus desnudas extremidades. Estremeciéndose de dolor, soltó un gemido y se apartó el pelo de la cara.

A su lado, Edward cambió de postura, reclamando al instante su atención. Una suave sonrisa se formó en sus labios. Los oscuros mechones de su pelo caían en desorden, enmarcando su rostro. Sus largas pestañas hacían sombra sobre sus mejillas y una sábana de seda rosa cubría la mitad inferior de su bronceado cuerpo. Y aún así, nunca le había parecido más masculino.

Con un somnoliento y feliz suspiro, ella besó su lisa y afeitada mandíbula. Él era mucho más de lo que alguna vez había esperado para ella, pero sabía que nadie más la satisfaría. Por el resto de su vida, cada hombre que entrara en su vida sería comparado con Edward, y ninguno lograría superarlo.

Hice el amor con este hombre, pensó, atónita, aspirando su olor que todavía se adhería en su piel. Varias veces. El sosiego revoloteó en su interior, un sentimiento que ella creía que ya poseía- una especie de satisfacción por su vida, de aceptación. Pero se había engañado, se había convencido de que su vida era agradable tal y como era. Ahora sabía la verdad. Con él, ella se sintió viva, completa. Deseada.

Y Tanya podría intentar convocarlo de vuelta en cualquier momento.

La sonrisa de Bella se borró. ¿Cómo podría protegerlo de una mujer que no podía ni ver? ¿De una mujer que residía en otro tiempo y mundo?. No lo sabía. Todo lo que podía hacer era esconder su caja y agarrarlo tan fuerte como pudiera.

Otra ronda de campanadas sonó.

—Si es Jacob del Débil, —dijo Edward, con voz rasposa y frotándose la mandíbula con una mano—, tendré que matarlo. Muy lenta y dolosamente.

—No si yo lo mato primero, —refunfuñó ella. Sus pechos ya cosquilleaban, ansiosos por el toque de Edward mientras consideraba todas las formas en las que podría —agarrarse a él—. Él había instruido bien a su cuerpo, y ahora ella era adicta a su amor, en cualquier posición, ya fuera de forma tranquila o salvaje.

Una serie de golpes acompañó al timbre esa vez.

—Quienquiera que sea, no se marchará, —dijo Bella con aire taciturno.

—¿Mi joyero está en lugar seguro?

—Sí. No lo he movido.

Edward se sentó y tiró la sábana al suelo en un solo movimiento.

—Quédate aquí, —le dijo, echándole un lento y melancólico vistazo—. Me desharé de este enemigo. —Se puso en pie y caminó hacia la puerta del dormitorio.

—Edward, —Lo llamó Bella, todavía tumbada sobre el colchón, sin preocuparse de que su cuerpo estuviera completamente a la vista. No, ella se sintió poderosa y muy a gusto.

Sin vacilar, él se dio la vuelta. Le dio otra meticulosa inspección, y el deseo se arremolinó en las profundidades de sus ojos, haciéndolos brillar como dos orbes sobrenaturales de color lavanda.

—¿Sí?.

—Vístete antes de abrir la puerta, ¿vale?

Él le dio una sonrisa que la derritió.

—Por ti, lo que sea. —Girando de nuevo, él cruzó de una zancada el cuarto. A cada paso que daba, ella observó su apretado y desnudo trasero. Se le hizo la boca agua.

Riendo suavemente, Bella saltó de la cama y juntó su ropa, luego se la puso descuidadamente. Soy una mujer bien amada, pensó y quiso cantar y gritar de alegría por ello. Cuando estuvo completamente vestida con sus arrugados vaqueros y una camiseta, se calzó sus pies desnudos y se dirigió a la puerta de la calle. Voces, tanto masculinas como femeninas, llenaron sus oídos antes de llegar.

Edward, notó, sólo llevaba puesto un par de pantalones cortos grises, pero al menos sus partes más privadas estaban cubiertas. Con las manos detrás de la espalda y las piernas separadas, él había asumido una postura de batalla

—Déjame entrar, —exigió la mujer.

—No, —gruñó Edward, su tono tan agudo que podría contener cristales afilados.

Reconociendo la voz de la mujer, Bella hizo rodar sus ojos.

—Rosalie, —dijo, colocándose al lado de Edward—. ¿Te pasa algo?

—Sí, me pasa algo —dijo su hermana, con sus ojos entrecerrados—. Que este bárbaro de aquí no me deja entrar.

Edward dirigió a Bella una mirada avergonzada.

—Todavía no he terminado contigo, pequeño dragón, y no deseo tener audiencia.

Ella puso de nuevo los ojos en blanco —aunque también quiso hundirse entre sus brazos— y lo rodeó para agarrar a su hermana de la mano.

—Ven dentro. Haré un poco de café.

Ellas esquivaron a Edward cara-gruñona y se dirigieron a la cocina. Él las siguió, cerca de sus talones. Después de unos minutos, Bella ya tenía preparado el café y un profundo aroma a moca y canela flotaba en el aire.

—¿Qué le ha ocurrido a tu casa? —preguntó Rosalie—. Hay agujeros en la pared.

—Pinto. —Bella no le explicó nada más.

Reclamando el taburete con respaldo color borgoña al lado de su hermana, Bella echó un vistazo a Edward, que se reclinaba en el borde de la mesa y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Él la miraba con ojos ardientes. Ella se dio la vuelta y miró a Rosalie, que los estudiaba a ambos con chispeante diversión.

—¿Qué? —le exigió Bella.

—Bonito chupetón, —dijo su hermana.

—Oh. Oh, —dijo ella, tocando su cuello. Entonces muy remilgada y educadamente, añadió—. Gracias. Estoy bastante orgullosa de él.

Rosalie sonrió de oreja a oreja.

—Te juro que parece que resplandeces, —dijo ella con un malicioso brillo en sus ojos turquesa—. Así que… ¿qué habéis estado haciendo vosotros dos? ¿Además de pintar?

—Justo lo que estás pensando, te lo aseguro. — se mofó Edward

Bella le dedicó, a él y a su pecho besado por el sol, una hambrienta —–no, eso no iba a admitirlo— mirada enfadada. Aunque todos aquellos músculos y piel gloriosa a la vista, y que él llevara cuatro familiares marcas debajo de cada pezón y un pequeño chupetón al lado de su ombligo, no le ayudaron mucho.

—¿No tienes frío sin camisa?

—No. —Con una media sonrisa, él estiro lánguidamente los brazos sobre su cabeza—. De hecho, de repente me siento acalorado.

Yo, también, añadió ella ansiosa, y mentalmente dio un paso hacia él.

—Señor, ahorradme la sesión para adultos, —refunfuñó Rosalie, con voz cargada de impaciencia.

Bella tuvo problemas para apartar su atención de su amante. Estoy obsesionada, pensó. Realmente obsesionada. Con pesar y mucho esfuerzo, ella relajó sus rasgos y afrontó a su hermana de nuevo.

—Olvidé preguntarte por qué estás aquí.

Rosalie enganchó unos oscuros mechones detrás de sus orejas.

—Vine para que me contaras como fue el resto de la cita, pero ya veo que no es necesario.

Hablando de la cita…

—¿Terminaste tu trabajo de laboratorio? —preguntó Bella, alzando las cejas.

—Desde luego. —Sabiendo que la habían pillado, Rosalie se miró las uñas y dio un pequeño y fingido bostezo—. Termine hace apenas unas horas. Trabajé durante toda la noche.

Edward suspiró.

—Si vas a quedarte, Rosalie, —dijo él, cortando la conversación—, al menos podrías prepararnos algo de comer.

—De ninguna manera, —dijo Rosalie.

—Yo cocinaré. —Bella llenó tres tazas de humeante café y le dio una a su hermana, otra a Edward y la última para ella. Sus ojos se cerraron de placer, cuando tomó un tentativo sorbo y, decidiendo que la temperatura era perfecta, se bebió de un golpe el resto.

—Sé que es la hora de comer, pero me muero por un buen desayuno.

—Suena maravilloso,— dijeron Rosalie y Edward a la vez.

Ella echó una ojeada dentro de la nevera.

—Tenemos huevos y tocino, pero nada de salchichas.

—Puedo vivir con eso, —dijo Rosalie—. Estoy hambrienta.

—Yo, también.

Aunque ninguno de los dos se ofreció a ayudarla a cocinar, notó ella. Y, probablemente, fuera lo mejor. Rosalie no sabía ni hervir el agua, y si la comida de Edward era igual que su café… Ella se estremeció.

Tarareando por lo bajo, ella rápidamente frió el tocino, revolvió una docena de huevos, y roció varias tostadas con jalea.

—Eso huele muy bien, —dijo Rosalie, mirando la montaña de comida mientras su estómago rugía.

—El tuyo para luego. —Bella dio a Edward el plato—. Si no sirvo a Edward primero, él probablemente me coma a mí. —En cuanto las palabras abandonaron su boca, ella se congeló. Tragando. Recordado—. Uh-quiero decir...

—No hace falta que te corrijas, Bella, —dijo él con voz ronca. Sus dedos rozaron los suyos, haciendo que ella fuera totalmente consciente de él, y durante un silencioso momento, ellos se miraron fijamente, con el plato suspendido en el aire.

Cuando Bella estaba cerca, pensó Edward, él sólo podía pensar en los juegos de cama. Ahora mismo, aunque ya la había saboreado a fondo —varias veces—quería arrancarle la ropa con sus manos y apartarlas de sus atractivas curvas.

—Más tarde, —susurró ella como si escuchara sus pensamientos.

—No más tarde. Ahora. —Él cogió los huevos entre sus dedos y los llevó sus labios. Mientras masticaba, él la miró. Ella lo miró. Y ambos percibieron lo que el otro pensaba. Él le guiñó el ojo, y entornó sensualmente sus pestañas—. Tienes razón. Quiero comerte, ya que sé que esto sabrá mucho mejor sobre ti.

Su corazón latió de forma irregular en su pecho. Oh, soy una depravada.

—Lamentable, Rosalie, —dijo Bella sin echarle ni siquiera un vistazo a su hermana—. Voy tener que pedirte que te marches.

Varias gloriosas horas más tarde, Edward recostó a Bella contra él, su piel pegajosa por la jalea de fresa.

—Ya nunca miraré un desayuno de la misma forma, —murmuró ella con una sonrisa satisfecha.

—Ni yo. —Él rió. Cada segundo con esta mujer era una nueva experiencia—. Toda comida que consuma a partir de ahora será comparada con nuestro buffet carnal.

—Deberíamos tomar una ducha. —Ella arremolinó la punta de un dedo sobre su ombligo—. Tienes mermelada por todas partes.

—Primero… —De repente serio, la hizo rodar sobre su espalda y la fijó bajo él, con sus manos atrapadas encima de su cabeza. Palma contra palma. Pechos contra músculo—. Deseo hacerte una pregunta.

El cambio de posición colocó su creciente erección justo donde más le gustaba. Obviamente, ella sintió lo mismo, ya que calor llameó en sus ojos, y ella pronunció un sexy ronroneo.

—Pregúntame todo lo que quieras.

—¿Cuáles son tus sentimientos hacia mí?

Poco a poco, el calor se enfrió en su rostro. Ella se quedó inmóvil, mirando lejos.

—Me preocupo por ti. —Sus palabras fueron vacilantes y totalmente calculadas—. Ya lo sabes.

—Sí. Lo sé. —Pero él habría querido más. Él no podía darle una propia declaración de amor, pero quería escucharlo de sus labios. Quizás ere egoísta de su parte. Sin embargo, no podía controlar esa necesidad. Lamiendo su clavícula dijo—. Yo también me preocupo por ti.

—Yo... gracias.

—¿Me amas?

—¿Me amas tú? —le contestó, devolviéndole la pregunta.

Él quiso contestar pero, en cambio, decidió demostrarle lo que sentía por ella con su cuerpo. Sus dedos se movieron entre sus piernas, acariciando el rocío que allí encontró.

—Eres perfecta.

—Tú también, —jadeó ella.

Él la besó por todas partes, sin dejar ningún hueco por explorar. Él la tuvo retorciéndose, gritando, y cuando finalmente entró en ella, ambos gimieron por la perfección del momento. Él se tomó su tiempo amando su cuerpo, y sólo después de que ella alcanzara el clímax dos veces, se permitió su propia liberación. Cuando sus estremecimientos disminuyeron, se tumbó de espaldas y miró hacía el techo, manteniéndola a su lado.

—Yo... yo quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí.

Con la ternura iluminando sus ojos, ella acarició su mejilla.

—Nos hemos ayudado el uno al otro, Edward.

—Sí, pero no creo que sepas nunca lo mucho que tú me has dado. Un pedazo de mi alma. Mi orgullo. Mi honor.

—Y tú me has dado confianza y aventuras. Has agitado mi aburrida vida y has añadido un poco de chispa.

Él hizo una pausa.

—Pero no podemos darnos el uno al otro en matrimonio o tener niños, ¿verdad?

—No, —contestó ella tristemente—. Pero tenerte a ti es suficiente.

Sus palabras le llegaron al alma, y él capturó sus labios en un tierno beso.

—Una vez, cuando yo era un muchacho, soñé con esas cosas. Con una esposa que me sostuviera entre sus brazos cada noche mientras ella se ponía enorme con nuestro niño. Con un hijo que aprendiera el arte de la guerra de mi paciente mano. Con una hija que me sonriera y me permitiera que alejara su dolor con besos.

—Yo también quería lo mismo,—admitió ella—. Una familia, un lugar al que pertenecer.

—Siento mucho no poder darte todas esas cosas, pequeño dragón.

Bella cerró los ojos contra la alegría y el dolor de su admisión. Combinadas, las emociones la herían más profundamente que cualquier cuchillo, y a la misma vez alejaban el escozor.

—Y yo siento el no poder dártelos a ti.

—Menudo par que somos, ¿eh? —dijo él con un suspiro.

Cambia de tema, cambia de tema, cantó su mente, antes de que se derrumbara y se pusiera a llorar.

—Háblame de las mujeres de tu planeta. ¿Cómo son?

Él hociqueó en su cuello antes de contestar.

—¿Y si me niego a contártelo?

—Te daré un golpe de karate que nunca olvidarás.

—Entonces te lo diré —él apartó las manos de ella y Bella gimió por la pérdida—... después de que me hagas una demostración de ese karate tuyo. Me muero de curiosidad.

—Muy bien, entonces. —Ella avanzó lentamente por la cama y se puso de pie.

Cuando ella se inclinó para recoger su ropa, él protestó.

— Ah, ah, ah, Bella. Estoy seguro que ese karate es mejor practicarlo sin ropa que dificulte los movimientos.

—¿Estás seguro de eso, verdad?

—Sí. —Con expresión herida, él se apoyó sobre las almohadas—. Por mi honor.

—Bueno, ya que tu honor está en juego. —Reuniendo coraje, ella se puso frente a la cama. Él la observó como si no pudiera apartar los ojos, como si no pensara que ella era, bueno, un poquito rechoncha.

Soy hermosa, pensó, recordando el mantra que Edward le había enseñado. Incluso desnuda y cubierta de mermelada de fresa. Quizás las mujeres delgadas como palos eran consideradas desnutridas y patéticas en su planeta. Ella sonrió de oreja a oreja ante el pensamiento.

—¿Estás preparado? —le preguntó.

—He estado preparado desde que la primera vez que aparecí. —Él cruzó las manos detrás de la cabeza—. Ya puedes empezar.

Señor, ayúdame. Antes de que perdiera los nervios, ella realizó varios movimientos que había visto por la TV. Una alta patada. Un corte con los brazos.

Hasta fingió partir un bloque de madera por la mitad. Él no se rió. No, cuando ella terminó, gruñó,

—Ven y hazme eso.

Y ella lo hizo.

Más tarde ella se encontraba de nuevo acurrucada entre sus brazos.

—En verdad creo que me debes una gran y extensa descripción de las mujeres de tu planeta.

Su profunda y rica risa llenó el cuarto, pero la alegría pronto se esfumó. Un hondo pesar lo alcanzó, una tristeza por todo lo que había perdido o, quizás, por todo lo que nunca tendría.

—Mejor me explicas exactamente lo que quieres saber, así no entraré en minuciosos detalles.

—¿Son todas las mujeres tan hermosas como Tanya?

—Tanya no es hermosa. Es fea. Mala. Pero no, la mayoría de las mujeres no se parecen a ella. Son de diferentes formas, tamaños, colores y temperamentos.

—¿Y en cuanto a Imperia? Me has hablado de la magia que allí reside, pero no del modo en que es gobernada.

—Hay un Gran Lord que reina sobre los mortales, y un Sumo Sacerdote que reina sobre el Druinn. Su palabra es ley sobre su gente. Luego está la Elite, los soldados y los sirvientes. Yo serví de buen grado a mi Gran Lord, ya que él era un sabio y justo gobernante.

—¿Así que eras un soldado?

—Yo era un soldado de la Elite.

—Y tú, mi soldado de la Elite, ¿luchaste en muchas batallas?

—Sí. Verás, hubo una época en que los mortales y el Druinn luchaban continuamente. Entonces los dos dirigentes forjaron una forzosa paz: los mortales juraron que jamás destruirían la fuente de los poderes Druinn, el Cristal Kyi-en-Tra, y el Druinn juró de nunca dañaría a los mortales con su magia. Pese a todo, muchas personas, tanto mortales como hechiceros, estaban contra tal alianza. Cada uno quería que su propia raza gobernara a la otra. Cuando me marché, se preparaba una rebelión.

—Me pregunto si alguna vez estalló y si es así, quien ganó, —dijo ella—. Los rebeldes o los reyes.

—El Druinn tiene muchos poderes místicos, y los mortales los exceden en número, diez contra uno. Todos juntos podrían conquistarlos pero tendrían problemas para derrotar a la resistencia.

—¿Tenían los rebeldes algún tipo del arma mágica?

—No, ellos eran simplemente más tenaces. Y el mundo, rápidamente, perdió su vitalidad. Las continuas guerras entre las razas hicieron que las ciudades languidecieran y que muchas personas murieran. —Edward la acomodó mejor entre sus brazos—. Lo que una vez prosperó perdió rápidamente su fortaleza, debilitando a las clases y reforzando la rebeldía.

—Lo siento.

Él, con cuidado, apretó su cadera.

—Antes de mi maldición, mi Gran Lord me había llamado para luchar contra los rebeldes Druinn.

—Entonces, cuando estabas con Tanya, te acostabas con el enemigo, ¿no es así?

—Por aquél entonces, no éramos enemigos. Recuerda que nuestros reyes acababan de hacerse aliados. Y además de eso, yo siempre consideré a una mujer una mujer.

—Y por lo tanto incapaz de herirla o someterla, independientemente de sus orígenes, —terminó Bella por él.

Él asintió.

—¿Te gustaría saber lo qué pasó en Imperia una vez que te marchaste?

—Sí. Me gustaría. Imperia todavía es mi hogar.

El silencio siguió a eso.

Bella esperó un momento, dejando a Edward reunir sus pensamientos, antes de hablar de nuevo.

—Un día podrías tener la oportunidad de volver, sin la ayuda de Tanya, y terminar con lo que tu rey te ordenó hacer.

—No, —fue todo lo que él dijo.

—Quizás podríamos buscar la forma, —insistió ella, deseando visitar Imperia otra vez, bajo sus propios términos. Andar a través de la ondulante hierba blanca, sentir la brisa perfumada, ver a Edward en su ambiente natural y permitirle acabar con el objetivo de su vida—. Tal vez si encontramos un camino, yo podría ir contigo.

—No. —Con expresión oscura y los músculos tensos, él negó con la cabeza—. Nunca volveré, Bella, esa es mi maldición. Y no diré más sobre este tema.

—¿Podrías volver si la maldición fuera rota?

Él vaciló, pero finalmente contestó, aunque de mala gana,

—Sí.

—Edward...

—Basta, —dijo él.

Él decidía permanecer alejado de su hogar porque… ¿por qué? ¿Tenía miedo de Tanya? Bella reprimió un suspiro. Si él sólo se permitiese amarla y abrirle su corazón, la maldición podría ser rota y nunca tendría que ver a Tanya de nuevo. Así de fácil. Así de simple. Sólo ámame, gritó ella por dentro. En su obstinación sobre los asuntos del corazón, él perdía la vida que obviamente tanto adoraba.

—¿Estás listo para tu ducha ahora? —le preguntó ella, porque no sabía que más decir.

—No. Estoy listo para nuestra ducha

Más tarde, ellos se encontraban en patio trasero, mientras una fresca brisa remolineaba a su alrededor y disfrutaban silenciosamente del los últimos rayos del sol de la tarde. La caja de Edward todavía estaba escondida dentro del tiesto, donde se quedaría, por lo que ambos se sentían tranquilos y relajados. Se rieron y jugaron a rodar sobre un montón de húmedas hojas rojas. A causa de la tormenta, la tierra estaba blanda y mojada, y los dos estaban llenos de barro y gotas de agua.

Edward hizo el esfuerzo de quitar el fango y las ramitas del pelo de Bella mientras ella luchaba por contener la risa. Cada vez que ella sonreía, sus propios labios se estiraban, automáticamente, en otra sonrisa. No podía recordar un tiempo en el cual su vida hubiera sido más feliz o más despreocupada que en este momento. Ellos parecían niños, alegres y llenos de energía.

Cuando sus cuerpos le dolieron por sus payasadas, decidieron colocarse en el—balancín,—como Bella lo llamó. Para engañar al frío y permanecer calientes, se abrazaron el uno al otro, mientras Edward compartía los recuerdos de su madre y los problemas en los que siempre se metía cuando era un niño precoz y un poco travieso. Bella compartió sus anécdotas favoritas con su hermana.

—Antes de que mis padres se separaran, —dijo ella—, una día encontré el diario de Rosalie, copié las páginas y las colgué por todos los rincones de la casa. Aún no estoy segura de que me haya perdonado.

—Cruel, cruel, Bella, —bromeó él.

—Tenía que hacer algo para hacerla sufrir. —Casi distraídamente, ella jugó con los botones de marfil de su abrigo—. Mi hermana había entrado en mi habitación la noche anterior, y me había cortado todo el pelo.

Sus dedos se enredaron en la espesa masa, alzando su cabeza para mirarla a los brillantes ojos.

—Tal broma mereció un castigo severo. Hiciste bien.

Luego, él capturó sus labios con los suyos, un beso hambriento que llenó su alma y derritió sus huesos.

 

IMPERIA………..

Cuando Romulis apareció de nuevo ante Tanya, llevaba una piedra color turquesa del Cristal Kyi-en-Tra, la fuente de todo su poder. Una secreta satisfacción bailaba en las doradas profundidades de sus ojos cuando él afrontó su ira.

—¿Crees que Edward es la única persona que puede satisfacer tus deseos? —gruñó él.

—Sí, —contestó ella, aunque una duda saltó a la vida en su interior, pero rápidamente la aplastó—. Lo creo, —dijo ella con mayor fuerza, más para su propia benefició que para el suyo.

Él parpadeó y la acción, de algún modo, destacó más la satisfacción en sus ojos.

—¿Incluso si te demuestro más allá de toda duda que él desea a otra?

Su estómago se retorció ante el pensamiento, pero tenía que saberlo.

—¿Qué has encontrado?

—Observa, —le ordenó él—. Mira.

Él levantó el prisma. Con unas murmuradas palabras, múltiples rayos de colores explotaron hacia el techo. Rojo, rosado, azul, verde, el diamante completamente iluminado y casi cegador. Todos dieron vueltas juntos, chocaron, se mezclaron, y cuando se evaporaron, ella observó la imagen de Edward que se cernía sobre el aire.

Tanya lo miró jugar y reír con su guan ren. Edward tiró a la mujer al suelo, girando el cuerpo en el aire para recibir el impacto de la caída y que ella aterrizara sobre él. La mujer sonrió encima de Edward y él le devolvió la sonrisa, una llena de alegría y afecto. Entonces la besó apasionadamente.

Oleadas de emociones inundaron a Tanya, un mar de cólera y miedo, creciendo con una desesperación implacable, tan intensa que ella quiso gritar Me pertenece a mí.

—Lancé un hechizo para destruir a esa mujer, —dijo ella a través de los dientes apretados—. ¿Por qué está todavía viva?

—Tu magia era demasiado débil para hacer mucho daño.

—Pero la tuya no, y tú me ayudaste con el encantamiento.

—No. —lentamente, él negó con la cabeza—. Sólo te ayudé con tus poderes. No usé ningún hechizo propio.

Un odio puro la llenó. Hacía Romulis o hacía la mujer, ella no estaba segura.

—Mata a la mujer por mí, Romulis. Mátala.

Una furia mortal ardió sin llama en su intensa mirada, y él la estudió durante mucho tiempo.

—¿Así es como reaccionas? ¿No ves que estos dos están enamorados?

—Ellos no están enamorados, idiota, —escupió ella—. De otra manera, el hechizo se rompería.

—¿Por qué no puedes olvidarlo?

Sus uñas cortaron sus palmas.

—Lo olvidaré cuando esté muerto, y apenas.

—Tal vez eso se pueda arreglar, —dijo él engañosamente tranquilo y salió de una zancada de la habitación.

Tanya pasó la siguiente hora rompiéndose la cabeza averiguando como podía recuperar a Edward. Necesitaba su caja, y para conseguirlo, primero debía destruir a su nueva guan ren. ¿Pero cómo? ¿Cómo lograrlo cuando su magia seguía fallando? ¿Cuándo Romulis seguía rechazándola?

La respuesta estaba en Romulis. Él no podía rechazarla durante mucho tiempo, ya que se lo había prometido. Debía ayudarla.

Frunciendo el ceño, ella merodeó por los vacíos y silencioso vestíbulos, un prado de arqueados pasadizos, perfumados por el mar y con un fresco suelo de mármol color medianoche en contraste directo con las columnas de alabastro que se estiraban hacia arriba, altos hasta el techo.

Como ella no reconoció las gemas lamori, ellas la ignoraron, dejándola en la oscuridad. De todas formas, no necesita luz; conocía el camino. Sabía que todos los residentes de palacio dormían plácidamente en sus camas. A causa de su magia, asumían que nadie poseía el suficiente coraje para acechar en sus sagrados pasillos. Aquella autocomplacencia un día podría ser su caída, pensó con indignación.

Finalmente alcanzó la cámara privada de Romulis. Ella no se molestó en anunciar su presencia. Apartó a un lado la tenue y diáfana tela y entró precipitadamente en el interior. Ella se paró bruscamente, abriendo mucho los ojos. Su aliento quemó en su pecho cuando contempló la imagen que Romulis presentaba.

Él holgazaneaba en el agua del baño, con la cabeza reclinada contra el borde y el negro pelo desordenado sobre sus hombros. Completamente masculino. Hermoso.

Cuando él la vio, imperturbablemente, se levantó. Su mirada lo recorrió todo lo largo, contemplando toda esa viril dureza y dorados músculos. Los riachuelos de agua bajaban sobre los tendones de su abdomen, reuniéndose en su ombligo y luego perdiéndose en los rizos oscuros que rodeaban su creciente erección. Él olía a elsment, un afrodisíaco para su gente, y ella intentó resistir contra su encanto.

—¿Qué haces aquí? —exigió él con una calma que desmentían sus ardientes ojos. Salió de la tina de ópalo y caminó hacia los pies de la cama, donde descasaba su ropa.

Antes de que la alcanzara, ella cerró la distancia entre ellos y lo agarró del hombro. Él giró y la afrontó. Sin una palabra, ella lo empujó hacia atrás hasta que sus rodillas golpearon el borde de la cama. Y él la dejó hacerlo. Aunque él poseía la fuerza física para detenerla, le permitió que lo empujara. Él se cayó, desnudo, extendido sobre las sedosas pieles negras.

Sus piernas, de repente, parecían temblorosas, y ella quiso hundirse en él. Luchando contra tal impulso, lo fulminó con la mirada.

—Prometiste ayudarme. Exijo que lo hagas.

—Mi promesa no fue ofrecida por un tiempo ilimitado. Te ayudaré cuando yo lo decida, ni un momento antes.

—¡Arr! —chilló ella—. Eres peor que tu padre, siempre intentando frustrarme.

—¿Por qué debe ser todo por ti? —Romulis cruzó los brazos bajo su cabeza, su expresión todavía relajada, casi impasible—. ¿Qué pasaría si reclamo mi deuda ahora? ¿Si exijo que olvides a Edward y me des placer a mí?

—¿No tienes nada de orgullo? —dijo ella, menospreciándolo con sus palabras—. ¿Le darías la bienvenida a mi toque sabiendo que me imagino estando con otro hombre?

Sus ventanas de la nariz llamearon y sus labios se estiraron, enseñando la blancura de sus dientes.

—Vete. Ahora. Eres aún más idiota que yo, y ya estoy harto de tratar contigo.

Ella salió del cuarto. Si no podía ir hacía Edward esta noche, tendría que encontrar la forma de recordarle que era de su propiedad.

 

 

QUE LES PARECIO, EL SIQUIENTE CAPITULO SE LLAMA "NO TE PERDERE" TANYA VUELVE AL ATAQUE, Y BELLA INTENTARA CONVENCER A EDWARD DE LIBERARSE PERO EL ESTA DISPUESTO A SER UN ESCLAVO POR TODA LA ETERNIDAD CON TAL DE NO PERDERLA.......SERA UN CAPITULO MUY EMOTIVO YA LO VERAN.

LAS VEO MAÑANA

Capítulo 19: EL HOMBRE PERFECTO Capítulo 21: NO TE PERDERE

 
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