EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69743
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 5: EL PLAN.

Este capitulo va dedicado especialmente para Jenni

 

REGLA 4: Sólo debes decir dos palabras en cualquier conversación: Sí y Amo

Edward se paseó por el pequeño vestíbulo durante mucho tiempo. Y a cada paso, maldecía a todas las mujeres por su inconstancia. También se maldijo a sí mismo. No se había mantenido apartado. Deseaba a Bella y había intentado convencerla. Un pequeño pecado, realmente, comparado con el suyo. Ella había hecho a su cuerpo arder por el clímax, para luego alejarse.

Esto no habría pasado en Imperia, donde las mujeres se arrojaban a sus pies.

Imperia. Sólo pensar en el nombre causaba que una oleada de pérdida y soledad se estrellara contra él, hiriéndolo tan profundamente que sentía como si lo partieran en dos. Nunca vería de nuevo su hogar, la ondeante hierba blanca, el multicolor cielo. El

vuelo de los dragones. Nunca miraría el amanecer de sus cuatro soles ni la salida de sus lunas. Jamás sabría si su amigo Roake se había casado, o si tenía hijos.

Nunca conocería de la vida -y la muerte– de sus amigos más queridos ni de los sufrimientos de su familia. O más bien, de lo que habían sufrido. Todos estaban muertos para él, ya que ellos habían vivido hacía más de mil años en su otra vida. La gente y los lugares que habían sido importantes parecían borrarse de su mente, a veces eran fuertes y tangibles, y otras se desdibujaban tanto que sólo era capaz de evocar un ligero recuerdo o una fragancia.

De todos modos le dolía su pérdida. Le dolía porque nunca sería capaz de cultivar de nuevo una verdadera amistad, o de tener una casa propia, sólo conocería los caprichos y siempre cambiantes deseos de sus guan rens.

La amargura rugió a la vida, una emoción que raras veces se permitía, pero que no pudo detener, envolviéndolo en una desesperación tan absoluta que casi gimió por el dolor físico. Con una expresión virulenta, él miró fijamente el espacio vacío que lo rodeaba... un vacío que reflejaba el que sentía en su interior, pero que por norma general lograba ocultar. Había perdido su futuro. A sus seres amados.

Quizás hasta su alma.

¿Qué le esperaba excepto una eternidad de esclavitud? El desaliento unido a la amargura, emprendiendo una desesperada batalla contra su determinación, cada emoción clavándose en su interior, dejándolo desnudo y herido. Sólo su orgullo le impidió rendirse, manteniéndolo desafiante e impidió que gritara a los cielos y le pidiera a Zirra que lo liberara. No es que ella fuera a oírlo, pero el deseo aún permaneció. Sí, sólo el orgullo lo detenía, un sentimiento que le había acarreado tanta desesperación… pero el único sentimiento que lo mantenía cuerdo.

Mientras continuaba con su caminata, sus pasos se volvieron más cortos, inquietos. Sus mismos huesos quemaron con el tormento de sus emociones. Tenía que distraerse, tenía que perderse en una mujer... en el cuerpo de Bella. El sexo borraría de su mente los agrios pensamientos de su pasado y de su futuro, ya que, como él controlaba el placer, controlaba a la mujer. Aunque sólo fuera durante un tiempo.

Pero Bella no lo deseaba.

Él colocó las manos sobre sus caderas. De acuerdo, tendría que usar todas las armas de seducción que poseía para seducirla. Manteniendo todo el tiempo sus emociones a un lado.

Con el ceño fruncido, se acercó a su puerta y se detuvo. Sin su permiso, no podía entrar en su habitación. Aquel pensamiento lo irritó aún más. Por Elliea, odiaba que le dijeran lo que hacer. Siempre lo hizo. Él había sido un soldado, el líder de La Elite, y todos estos años de esclavitud no habían conseguido destruir sus instintos guerreros.

Un guerrero daba órdenes, no las recibía.

Con el cuerpo tenso por la frustración, tanteó el pomo y se encontró con que el metal de plata giraba con facilidad.

—¿Puedo entrar, Bella? —Las palabras abandonaron su boca rápidamente, ya que él despreciaba el mal sabor que le dejaban.

—¿Por qué? —le llegó la apagada respuesta—. Ya te lo he dicho. Tú y yo no somos… no somos …

—No vine para rogar por tus favores, si eso es lo que quieres. —Él había pasado demasiados años de su infancia sobre sus rodillas, rogando por ropa, por comida y afecto, y sus esfuerzos fueron recompensados con dolor y humillación. Pero darle de buen grado ese poder a otro… No, no lo haría. Él ya se lo había demostrado a Zirra, y ahora se lo demostraría a Bella.

—No quiero nada de ti, —dijo ella—. Solamente quiero dormir. Sola.

Entonces ella no quería que él se arrastrara. Sus músculos se liberaron de la tensión.

—Debo comprobar que tu cámara esté correctamente protegida contra los intrusos. —Antes de que te desnude completamente y te seduzca.

Una larga pausa espesó el ambiente. Finalmente ella soltó un sufrido suspiro.

—Está bien. Puedes pasar.

Él se lanzó hacía dentro. La luz fluía como lágrimas de cristal de una fuente elevada, iluminando con intensidad el pequeño cuarto. En Imperia la luz provenía de las gemas lamori, una piedras que estaban vivas, aunque en sus viajes a otros mundos ya había visto fuentes de iluminación parecidas a estas, incluso algunas más sofisticada, así que no le prestó mucha atención. Bella estaba sentada sobre una cama pecaminosamente decadente de cuatro columnas, con sábanas de seda rosas y cojines de color verde menta. Sus rodillas estaban pegadas a su pecho, y su largo pelo de tonos miel, le caía en cascada como rayos de sol sobre su cara, hombros y delgados brazos.

Por un instante, sus ojos se encontraron, pero ella apartó rápidamente la mirada.

Después de respirar profundamente, lo afrontó de nuevo.

—No era mi intención ser tan borde, —dijo ella—. Simplemente estoy… no sé. Hace dos días golpeé y empujé a un hombre, sólo para cruzar las puertas del Rastrillo antes que él. Y luego conjuré a un pervertido asesino con una espada… ese eres tú, aunque ya no pienso en ti como un asesino.

Él arqueó una ceja.

—¿Pero todavía piensa en mí como un pervertido?

—No, desde luego que no. —Ella soltó un suspiro desanimado—. ¿Qué me pasa? Por lo general soy muy reservada. Y jamás levanto la voz. Pero te he insultado varias veces, y lo siento. Lo lamento mucho. No quería hacerte daño.

Él había esperado cólera y resistencia por parte de ella, pero en vez de eso le pedía disculpas. Era la única mujer que, alguna vez, le ofrecía tal cosa. Por un momento, cerró los ojos, inseguro de cómo responder.

¿Qué iba a hacer con esta mujer? Seducirla ahora le parecía mal. Ella se merecía más de lo que él podía darle.

—No tienes que pedir perdón, pequeño dragón. He disfrutado de todo el tiempo que he pasado contigo.

—Sé que, en verdad, no piensas eso, —dijo ella tímidamente, contemplándolo con esperanza—, pero te lo agradezco de todos modos.

Él abrió la boca para contestar, pero sus siguientes palabras lo detuvieron.

—También siento lo del beso. No debí hostigarte, ni permitir que la cosa se descontrolara.

Ella lo miraba tan seria, tan preocupada por sus sentimientos. Primero sus disculpas, ahora esto. La preocupación en una guan ren… era algo nuevo para él, y esta era la segunda vez que Bella procuraba calmar su ego.

—¿Me perdonas? —preguntó ella.

Él no podía rechazarla.

—Estás perdonada, Bella. Como inexperta, no sabías lo que hacías.

Sus rasgos se contrajeron, y su barbilla comenzó a temblar.

—¿Lo notaste, huh? ¿Que soy novata, quiero decir?

—Sí. Nuestro beso terminó demasiado rápido. Una mujer con más experiencia lo habría sabido y habría continuado besándome.

—Oh… oh. —El entendimiento despuntó.

Su risita resonó en sus oídos mientras él comprobaba ambas ventanas, asegurándose de que estaban bien cerradas y con el cerrojo echado. Miró bajo la cama, encontrando sólo viejas y polvorientas cajas. Rodeó una cómoda de caoba oscura y revolvió en el armario. La cantidad de vestidos que contenía el diminuto espacio casi se lo tragó entero. ¿Era posible que una hembra tan pequeña se pudiera poner tantas prendas?

—Um, perdona, —dijo Bella, esfumándose todo rastro de humor—. Eso que estás mirando son mis cosas. Mis pertenencias personales.

—Tus pertenencias personales necesitan organización. Diez hombres podrían ocultarse aquí y nunca lo sabrías.

—Nadie se oculta en mi armario.

—Con tales pensamientos pronto serás pillada desprevenida.

Ella se puso rígida.

—Para tu información, miro ahí cada mañana.

—Entonces dime, pequeño dragón, qué es esto. —Él surgió sosteniendo un vestido estampado con flores amarillas, verdes y naranjas. Una gran cantidad de hojas pintadas cubrían un lado—. Esta es la prenda de vestir más horrible que jamás he visto ¿Realmente lleva tu gente estas cosas?

Ofendida, ella levantó la nariz en el aire y él tuvo la clara impresión de que quería darle otro discurso. Pero no lo hizo, se conformó con decir.

—Eso es un auténtico vestido de los años sesenta.

—Esto es una auténtica mierda. —Él sabía que sus ojos brillaban de alegría mientras le lanzaba el vestido—. Póntelo.

—Definitivamente no, —dijo ella, recogiendo el material—. ¿Por qué no te lo pruebas tú?

—Los hombres llevan armadura y armas, Bella. No llevan ropa de mujer.

—Algunos hombres lo hacen.

Seguramente ella bromeaba, aunque su expresión no mostraba ningún rastro de humor.

—¿Qué hombre se pavonearía con un vestido de su mujer? —exigió él.

—A algunos hombres les gusta llevar vestidos, ¿vale? Dejémoslo así. Ahora, por favor ¿abandonarías mi cuarto? Es hora de dormir. Y no vuelvas por ninguna razón, —añadió ella por precaución.

—¿Por ninguna razón?

—Así es.

Él cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Y si una bruja trata de hervirte viva?

—Le golpearé en la cabeza con su escoba.

—¿Y si los demonios te atacan por la noche?

—Gritaré hasta que se marchen.

Él chasqueó la lengua.

—No, si yo estuviera contigo, pequeño dragón, gritarías una y otra vez. Pero ya que estarás sola, no harás nada más que imaginártelo.

Con aquellas palabras, Edward la dejó. Cerrando la puerta con un portazo.

Maldito hombre, pensó Bella.

No harás nada más que imaginártelo, le había dicho, y por Dios, que tuvo toda la razón.

Durante toda la noche dio vueltas y más vueltas, imaginándose su desnudo cuerpo apretado contra el suyo, con su lengua y manos haciéndole cosas pecaminosas. En esas fantasías, ella era una mujer salvaje. Totalmente insaciable. Arañando su espalda, gritando su nombre con fuerza y succionando toda su longitud con su boca.

En su sueño, susurraba,

—Más. Dame más.

—Por ti cualquier cosa, —contestaba él con voz sedosa.

—Más duro. Más duro, —pedía ella.

Él se reía suavemente.

—Oh, adoro tu pasión.

—Nada de conversación. Sólo sexo.

En varias ocasiones casi lo llamó para suplicarle que convirtiera sus sueños en realidad, pero al final, sufrió en silencio. ¿Una estupidez de su parte? Probablemente.

Su cuerpo podría ansiar al hombre, pero su orgullo le exigía que sólo se entregara a un hombre que sintiera auténtica lujuria por ella. Como un esclavo del placer, Edward se vería forzado a complacerla como amante aunque la encontrara poco atractiva, y Bella no quería ser sólo una obligación. Sería patética si lo hacía.

Sí, patética. En un secreto rincón de su corazón, siempre soñó con vivir como en los cuentos de hadas, con un hombre que pensara que ella era la mujer más bella del mundo, que la amara profundamente y con locura. Que adorara su hermosura. Bueno, esto último era demasiado, pero aquel sueño de felices-para-siempre, nunca se había desvanecido y jamás lo haría.

Tenía que haber alguien para ella por ahí. Por favor deja que allá alguien para mí, rezó. Si lo encontrara, tal vez entonces podría volver a sentirse feliz.

Cerrando los ojos, bloqueó la imagen de Edward de su mente e imaginó el tipo de hombre que la encontraría deseable, y que no la intimidaría. Sus rasgos eran simples, pero era apacible y de risa fácil. De altura estaría por debajo de la media, no mucho más alto que ella. Era amable y sensible y un poco tímido. Y lo más importante, nunca le haría sentirse estúpida, poco atractiva e indigna.

¿Pedía demasiado?

—No, no lo hago, —refunfuñó ella. De hecho, cuanto más pensaba en ese hombre, modelo de virtudes, más le recordaba a Jacob, su nuevo vecino de al lado. Jacob tenía el pelo castaño, amables ojos color avellana, y siempre sonreía bondadosamente. Oh, no es que le atrajera físicamente, pero realmente se sentía cómoda en su presencia. El único problema era que, las pocas veces que habían hablado, Jacob no había actuado como si estuviera interesado en ella.

Tú tampoco actúas como si estuvieras interesado en él, se recordó.

Un suspiro resbaló de sus labios. ¿Cómo reaccionaría Jacob si lo llamara ahora mismo y le preguntara si quería salir con ella? ¿Cayendo de rodilla en agradecimiento? ¿O le pediría que nunca lo llamara otra vez? En un arranque de osadía, decidió que no se preocuparía de cómo reaccionaría. Simplemente cogería el teléfono y lo invitaría a cenar. Ahora. Hoy. Este mismo momento.

Bueno, tal vez por la mañana.

Con su confianza agotándose rápidamente, se hundió más profundamente entre las sábanas y recordó la primera y única cita que había tenido. Cuando tenía dieciséis años, era una chica muy tímida y un poco torpe. Brian Davidson, el muchacho más popular de la escuela, la había invitado a cenar. Ya que había estado colada por él durante años, tontamente aceptó.

La noche de su cita, compartieron una pizza en un restaurante de las afueras. Él la trató con tanto cuidado, fue tan amable, que ella flotó sobre un arco iris de sueños, imaginándose las flores, los bombones y el romance en su futuro. No le dio ninguna importancia a sus continuos vistazos hacía la puerta, o a su risa, que sonaba demasiado aguda y un poco forzada.

Más tarde, Brian la condujo a su casa. Sus padres estaban fuera de la ciudad, así que ellos estarían solos. O así lo creyó ella.

Hablaron algo más, y Bella admitió tímidamente cuánto le gustaba y que quería que su primera vez fuera con él. Él sonrió, con los ojos fríos, y se inclinó para besarla. Un segundo antes de que sus labios se encontraran y de que todos sus sueños se hicieran realidad, ella oyó una profunda voz decir,

—Joder, Bri. ¿Realmente no irás a besar a Bella Ghoulie, no? Te desafiamos a ser visto con ella en público, no a que te la tiraras.

Hunter Stevens, el mejor amigo de Brian, estaba de pie en el vestíbulo, con otros tres muchachos más detrás de él. Todos partidos de la risa.

—Brian, eres tan maravilloso —la imitó uno de los chicos—. Hombre, si la oía decir eso una vez más, iba a vomitar.

Brian se apartó, mirándola con aire culpable.

—Quería que se callara ¿vale? Y tíos ¿Por qué tardasteis tanto? Otro segundo más y habría tenido que hacer algo desesperado.

Mientras los muchachos continuaron burlándose y riéndose, Bella reunió todo su orgullo y se fue de la casa, con la cabeza bien alta. Pero con cada paso que se acercaba a su casa, la presa que contenía sus emociones se resquebrajaba un poco más. Finalmente, la humillación y la desesperación la consumieron y se hundió en el suelo, sollozando hasta que sus pulmones parecieron a punto de explotar de tanto llorar.

Aquella noche habían destruido cada fibra de seguridad en sí misma que poseía... y no es que hubiera mucha, para empezar. Ella había sido tímida antes, pero ese día se convirtió en la idiota de lengua-pegada que era ahora.

¿Cómo podía un hombre enamorarse de una mujer corriente, nerviosa y torpe?

No podía.

Pero…

Quizás ahora, las cosas podrían cambiar. Sus hombros se enderezaron, y ella parpadeó rápidamente, con la esperanza revoloteando en su estómago. Sí. ¡Sí! Las cosas podrían cambiar; Edward podría ayudarla. Él poseía una enorme cantidad de experiencia en tratar con el sexo opuesto, y ella podría aprovecharse de sus conocimientos. No de la forma que él quería, desde luego, pasando ardientes hora tras hora bajo las sábanas, pero sí de una forma mejor. ¿Mejor? Dejémoslo en una forma más productiva. Él podría darle clases de como atraer a un hombre… Como atraer a Jacob.

Y aunque no deseaba a su vecino de la misma forma que deseaba a Edward, pues, tendría que conformarse. Ella necesitaba a Jacob. Él era tan parecido a sí misma, tan solitario y reservado, tan corriente e inexperto. Tan seguro.

La pregunta era, ¿estaría dispuesto Edward a ayudarle? Ella rechazaba completamente el obligarlo debido a su condición de Esclavo del Placer. Insegura, Bella observó el exterior por la ventana, con una almohada apretada contra su pecho. Las estrellas centelleaban en el negro cielo aterciopelado. Edward había dejado sus intenciones hacia ella muy claras. Ella era su ama, por lo tanto, creía que ella debía estar en su cama... con él. Y con ningún otro. Así que ¿Cómo iba a convencerlo de que le ayudara a atraer a otro hombre?

 

Hola chicas aqui les traigo otro capitulo, como ven no me estoy tardando nada en actualizar, por eso les pido que si creen que merezco por lo menos un comentario se los agradeceria infinitamente, Me gustaria saber que piensan, GRACIAS POR LEERME. les mando un abrazo  desde Mexico

Capítulo 4: SEDUCCION. Capítulo 6: JACOB EL DEBIL.

 
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