EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69763
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 21: NO TE PERDERE

HOLA CHICAS HOY ESTOY DE MUY BUEN HUMOR JAJAJA ES POR ESO QUE ESTOY ACTUALIZANDO TEMPRANITO (BUENO AQUI EN MI PAIS)


LE DEDICO ESTE CAPITULO A LAS CHICAS QUE ME COMENTARON EL DIA DE AYER

JENNI, KIMBERLY, SPCULLEN, KDEKRIZIA

 

 

 

 

REGLA 19:Protege a tu Ama con tu propia vida

 

El lunes, Bella abrió la tienda una hora y diez minutos tarde, que no está nada mal en su opinión, teniendo en cuenta que se había olvidado completamente de su negocio. Desde luego, culpó a Edward de esto. El hombre constantemente consumía su mente, cuerpo y alma. En la cama y fuera de ella.

Quizás un poco de su preocupación por él era debido a que casi lo había perdido. Esa Tanya lo quería lo suficiente como para lanzarlo a través del tiempo y el espacio, lo quería lo suficiente como para destruir los bienes de su guan ren.

Quizás las mismas preocupaciones taladraban la mente de Edward, porque él permaneció a su lado, sus ojos siempre observando la caja fuerte de su tienda, donde ella había guardado su caja. Ninguno de los dos había querido dejarla en casa. Él permaneció tenso y protector, como si esperara que un monstruoso alienígena volara hasta su tienda y los atacara, que era exactamente lo que ella pensaba que Tanya era. Un monstruoso alienígena con complejo de Dios que necesitaba que alguien le diera un puñetazo o dos.

La imagen de hacer justo eso destelló en su mente, y ella sonrió. Y mientras sonreía, recordó todos los otros motivos que tenía para hacerlo. ¡Primero y el más importante era el hecho de que tenía un amante! Ella. Bella Swan. Lo había hecho. Había tenido tantos gloriosos orgasmos y le había dado a su amante numerosos orgasmos también.

Prácticamente saltando, fue a la caja registradora, levantó el frasco de los caramelos y seleccionó varios... todos ellos de chocolate. Se merecía un premio por su fantástico comportamiento de esta mañana. Se comió el primero lentamente, atormentando a sus papilas gustativas, recordando a Edward. Cerrando los ojos con rendición, se comió el segundo y luego el tercero.

Momentos más tarde, ella sintió a Edward alzarse detrás de ella.

—Deja de gemir cada vez que te los comes, —dijo él con ferocidad, su caliente aliento cosquilleando en su oreja.

Un hormigueo le recorrió la piel. Gracias a Dios, estaban solos en la tienda.

—¿O qué? —Ella se dio la vuelta para afrontarlo, con cara desafiante mientras luchaba contra una corriente de sensaciones que se arremolinaban entre sus piernas—. ¿Me golpearás?

Él acerado guardián que había sido durante todo el día, se fue, y en su lugar hubo un hombre que sólo podía describirse como sensual. Su calor se filtro en su interior, enviando un delicioso cosquilleo por todo su sistema nervioso.

—Sí, —dijo él—. Te golpearé en lo más profundo.

La forma en la que dijo esas palabras le hicieron pensar en fustas y cadenas, y en cualquier cosa más que él pudiera necesitar para castigarla correctamente. ¿De dónde salía este juguetón y licencioso coqueto? se preguntó, asombrada de sí misma. ¡La corriente y simple Bella, finalmente se había convertido en una bromista!

Él parecía tan hermoso, bullendo con sensualidad, vida e intención carnal.

Con voz ronca le dijo,

—¿Prometes hacer que el dolor sea bueno?

Él agarró un perdido mechón de su pelo entre sus dedos y lo pasó sobre su mejilla.

—¿Que le ha pasado a esa tímida doncella que intentó defender su honor con el karate?

—Tomó lecciones de un maestro de la seducción. —Riendo, ella colocó sus manos sobre su pecho—. Me he vuelto mala desde que las lecciones terminaron.

—¿Cómo te atreves a decir tales cosas? —contestó él con fingida ira—. Las lecciones nunca terminaron. Hay mucho que tengo que enseñarte.

—Oh, ¿de verdad? —Sus dientes mordisquearon su labio inferior de la forma que sabía que tanto le gustaba. Ella jugueteó con sus dedos sobre la cinturilla de sus vaqueros y luego los deslizó más abajo, ahuecándolo—. ¿Qué más tienes que enseñarme?

Él silbó entre dientes.

—Tendrás tu castigo por jugar con tu hombre. Más tarde, —le prometió—. Serás mía.

Oh, sí. Lo era. Y él era suyo.

—Ahora, si no cambiamos de tema, —añadió él—, no seré responsable de mis actos.

Aunque esto requirió de todas sus fuerzas, Bella se apartó. Su tienda no era lugar para la seducción. Al menos, no durante las horas de trabajo. Con un suspiro, echó una ojeada a su reloj de pulsera.

—El hijo de mi propietario, se suponía, arreglaría hoy las tuberías del cuarto de baño, y llega —Oh, gran sorpresa— tarde. ¿Ya que tus conocimientos son tan avanzados —ella casi se ahogó al decir esto— ¿te importaría echarle un vistazo?

—No me importa, —dijo. Él se lamió los labios con maliciosa intención—.Es decir, no me importa… si acordamos que me pagarás por mis servicios.

Todavía traspasada por el entusiasmo, ella se echó el pelo sobre un hombro y actuó despreocupadamente.

—¿Qué tipo de pago?

—Del tipo lascivo, desde luego.

Ella trató de parecer poco dispuesta, aunque realmente lo estaba.

—Bien, —dijo, esperando que su tono sonara menos impaciente de lo que se sentía—. Pero sólo porque estoy desesperada por tener las tuberías arregladas.

—Será un gran placer el recibir mi pago.

Como para ella dárselo, estaba segura.

—¿Sólo por curiosidad, ¿alguna vez has hecho labores de fontanería?

—No, pero mis conocimientos son...

—Extensos. Lo sé. —Ella colocó sus manos sobre las caderas—. Debería supervisarte.

—Pero déjame trabajar. —Él se sacó la camiseta por la cabeza, exponiendo su cuerpo de cintura para arriba. Sus músculos, intensamente bronceados, ondularon con el movimiento.

Se le hizo la boca agua ya que conocía exactamente qué gusto tenía toda esa piel. Sólo esa mañana, ella había lamido cada pulgada, sabía que su sabor era mucho mejor que el chocolate. Era tan hermoso, tan sexy, que hasta el aire en sus pulmones quemaba por él. Señor, no hacía ni seis horas, que ese cuerpo que ahora se comía con los ojos se había presionado contra ella, haciéndole cosas maravillosas.

El hombre simplemente tenía que quitarse una pieza de ropa, y ella se ponía caliente. No, el hombre sólo tenía que mirarla, y ella ardía. Casi temblando por el deseo, lo siguió al cuarto de baño y lo observó trabajar. Ella fue golpeada de nuevo por su cruda masculinidad, por la gracia de sus movimientos semejantes a los de una pantera, incluso mientras hacía tareas manuales.

Pero media hora más tarde, fue despertada de golpe de su ensueño cuando Edward comenzó a maldecir a la tubería a gritos. Jadeó cuando vio que se había cortado

la mano. Preocupada, se precipitó a su lado. La sangre brotaba de la herida, corriendo de forma constante.

Apartando su miedo, Bella recogió su camisa del suelo y rápidamente la envolvió alrededor de su mano. Pronto el líquido carmesí tiñó el blanco material y goteó hasta el suelo.

—Necesito otra venda. Ésta es inútil. ¿Todavía guardas ropa de recambio en tu oficina? —

—Sí. Iré a...

—No hay tiempo. Sangro demasiado. Quítate la blusa y dámela, —exigió él, su atención centrada en la herida.

—Por supuesto. —Su preocupación por él aumentó. Ella tiró de su camisa y le ayudó a envolver de nuevo su mano.

—Ahora dame las bragas, —dijo él.

Esta vez ella hizo una pausa y se inclinó sobre él.

—¿Qué?

Él se estremeció. ¿Tal vez de forma un poco exagerada?

—Dame tus bragas, —repitió él.

Ella estudió sus rasgos, y las sospechas crecieron en su mente.

—Déjame ver tu mano.

—No hay tiempo. Necesito tus bragas.

—¿Qué tipo de necesidad?

—Estoy dolorido, mujer, ¿y te entretienes haciéndome preguntas?

Ella no dudaba que sintiera dolor. De lo que dudaba era que clase de dolor. Había un brillo malicioso en sus ojos, y ella sabía que su fina tira de encaje no ofrecería protección alguna a su herida. Aún así, dispuesta a seguirle el juego, Bella echó un rápido vistazo por todos los rincones de la tienda para asegurarse de que no había entrado ningún cliente. Todavía estaban solos.

Sintiéndose atrevida y desinhibida, se quitó el tanga rosa y le dio la diminuta prenda a Edward. El frío aire sopló sobre su ardiente centro, provocándole temblores… Deliciosos estremecimientos recorrieron su piel.

—Ya está, —dijo ella, tratando de ocultar su creciente excitación—. ¿Contento?

—No. También necesito tu falda.

No deseando que fuera demasiado fácil para él, cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Para qué?

—Ven aquí y te lo mostraré.

—De ninguna manera. Sólo te pagaré cuando las tuberías estén arregladas. Y aún no lo están.

—Verdad, pero servirá para inspirarme.

Bueno, ¿cómo podía discutir eso? Si el hombre necesitaba inspiración… una neblina de anticipación la envolvió mientras cerraba la distancia entre ellos. Sonriendo ampliamente, él la alzó y la colocó sobre el mostrador del lavabo.

—Así está mejor, —dijo él.

Con movimientos lentos, deliberados, él se desenvolvió la camisa de su mano y la tiró al suelo. Ella fijó la mirada en su palma. Mientras miraba, su herida comenzó a curarse. Los tejidos se juntaban, se entrelazaban y sellaban. Pronto no hubo ninguna señal de que se había hecho daño.

Su mandíbula cayó.

—¿Cómo hiciste eso?

—Una cortesía de la maldición. —Él sacó la falda de su cuerpo y la dejó caer con un solo movimiento. Él siguió sosteniendo su tanga.

—Esto es mío.

—Vale. Pero deberás darme algo a cambio.

—¡Um!, me gusta los tratos de tu mundo. ¿Qué me dices si me quedo tus bragas y a cambio hago que te corras dos veces?

¡Como si tuviera que pensarlo!

—Suena a buen negocio.

A través de la tela de su sujetador, él rodeó con la punta de sus dedos sus pezones, y tal como ocurría siempre que la tocaba, el calor de su piel abrasó su corazón. Ella jadeó.

—Te deseo, Bella. ¿Estás demasiado dolorida?

Sí, pero la excitación pulsaba a través de ella de todos modos. Era como si se fundiera, disolviéndose entre calientes llamas.

—Te deseo, —dijo ella—, y estoy dispuesta a apostar que tú puedes hacerme olvidar cualquier incomodidad que pueda sentir.

—Esa será mi misión personal. —Él colocó embriagadores besos a lo largo de sus pechos, humedeciendo su sujetador, causando una deliciosa fricción, luego hostigó a sus pezones con la lengua.

—¿Cerraste la puerta de la calle?—le preguntó ella de pronto.

Él negó con la cabeza y le dio un suave y dulce beso que capturó su aliento.

—No.

—Entonces no me hagas gritar, ¿vale? Tengo que saber si alguien entra.

—Si no puedo hacerte gritar, pequeño dragón, no soy digno de ser tu amante. —Con esto, él se introdujo en su interior. Cinco minutos más tarde, ella gemía. Diez minutos más y ella le ordenaba que se moviera más rápido.

Quince minutos después ella gritó muchas veces, el sonido resonando por las paredes.

Ninguno oyó la campana del carillón de la puerta.

—Uh, perdone, —una profunda y ligeramente acentuada voz masculina la llamó—. ¿Está usted bien? Oí gritos. ¿Debería llamara a la policía?

Bella echó un vistazo a Edward, luego miró hacia abajo, a sus cuerpos todavía unidos. Esto no estaba pasando, no podía estar pasando.

Pero lo estaba…

Ella acababa de tener un orgasmo que quitaba el sentido. Edward acababa de tener un colapsante orgasmo. Y había alguien en el vestíbulo de la tienda, queriendo saber si todo iba bien. Sus mejillas ardieron. Aquí estaba ella, con la ropa amontonada a sus pies, un hombre medio desnudo entre sus muslos, y el eco de sus gritos resonado en sus oídos.

¿Por qué, oh por qué, no había cerrado la puerta y coloca el cartel de Cerrado?

¿Y cuánto tiempo había estado allí el cliente? ¿Qué había oído? Lo suficiente como para querer llamar a la poli, obviamente.

Edward, el muy idiota, parecía totalmente indiferente ante el hecho de tener audiencia. Sonriendo, empujó la puerta del cuarto de baño, cerrándola con el pie, y siguió agarrando sus caderas entre sus manos.

—¿¡Hola!? —dijo la voz de nuevo—. Marco el 911 ahora mismo.

—¡No! —gritó Bella—. Estoy bien. De verdad. Yo, uh, ya voy. —Ella apartó a Edward.

—¿Necesita ayuda? —preguntó el forastero.

—No, no. Quédese donde está.

—Permíteme ayudarte, pequeño dragón. —Edward recogió su falda y la ayudó a ponérsela

—También necesito mis bragas, —susurró ella.

—No. —Con ojos oscurecidos, él sacudió la cabeza—. Me las diste.

—Bueno, ahora quiero que me las devuelvas.

—Lucharé a muerte por conservarlas.

Sus dientes se apretaron. Sin su ropa interior, el frío aire seguía besando su expuesta piel, un fuerte recordatorio de todo lo que habían hecho. ¿Cómo iba a enfrentarse con este cliente con aquel fresco recuerdo en su mente?

Una vez creyó que tener un novio solucionaría todos sus problemas. Ahora comprendía que un novio creaba un montón de nuevas complicaciones, las cuales jamás se había imaginado.

Edward miró el juego de emociones cruzar la cara de Bella. Vergüenza. Satisfacción. Sí, hasta entusiasmo. Aunque protestara, disfrutaba de todas las nuevas aventuras que se cruzaban en su camino. Y le gustó que eso le gustara.

—¿Está segura de que no puedo ayudarle?—dijo el hombre.

— ¡Estoy segura! —gritó Bella.

El buen humor de Edward se esfumó rápidamente cuando recordó que ese hombre estaba solo en la tienda y que ahora mismo podía estar buscando su caja. En este momento, Edward sospechaba de todos, macho o hembra, ya que una mujer fácilmente podía contratar a un hombre para que hiciera el trabajo sucio.

—Espera aquí, Bella, mientras interrogo a este recién llegado.

—No, Edward, yo...

Él se fue antes de que pudiera terminar.

Sus dedos se movieron a la velocidad del relámpago, abrochándose de nuevo los botones. Ella gimió cuando vio las manchas rojas de sangre seca que cubrían el centro de su blusa. Demasiado tarde para hacer algo. Se negaba a saludar a su cliente en sostén. Si él simplemente regresaba en este momento, podía cambiarse con la ropa de repuesto que tenía en el almacén—. Edward. —lo llamó.

Edward la ignoró. En el centro de la tienda descubrió a un alto hombre rubio. Estaba vestido con ropa desgastada y descolorida, que acentuaba sus músculos de guerrero. También llevaba una caja roja rectangular que transportaba… ¿armas? ¿Armas para matar o para romper la caja fuerte? O tal vez ambas cosas. La fija mirada de Edward exploró el artículo en cuestión. Parecía inofensivo. Él buscó por el resto de la tienda. Otras tres personas, dos hembras y un macho, vagaban por ella, inspeccionando la mercancía.

Edward concentró su atención sobre el musculoso hombre de la caja roja y se maldijo por colocar a Bella en peligro. Nunca debió haber relajado la guardia. Pero, maldita sea, la mujer era toda una tentación, toda una distracción incapaz de resistir.

Cuando ella se había metido el caramelo en la boca, su expresión había sido la misma que cuando tenía un orgasmo. Y, a partir de ese momento, él sólo había pensado en acostarse con ella.

—¿Qué haces aquí?—le exigió al hombre de la caja.

Antes de que el hombre pudiera contestar, Bella entró precipitadamente y lo rodeó.

—¡Hola! —dijo ella, luego se calló—. Estaba, uh …bueno, soy Bella. La dueña. —Ella suspiró e hizo un visible esfuerzo por juntar sus ideas—. ¿En qué puedo ayudarle?

Edward se estiró para cogerla, seguramente para empujarla detrás de él, pero ella fácilmente lo esquivó.

—Vengo a arreglar las tuberías, —dijo el hombre.

Su voz le era extrañamente familiar, pensó Bella. Y sus ojos… eran profundos y azules, insondables, y tan claros como trozos de hielo. Ellos les resultaban conocidos, sin embargo, jamás lo había visto en vida. Lo recordaría. Él era magnífico, casi demasiado hermoso para ser real, como si llevara una máscara exquisitamente tallada.

—Creo que me esperaba, —añadió él.

—Oh, sí. —Ella le ofreció una sonrisa de bienvenida—. Morgan Schetfield, ¿verdad?

Él hizo una pausa durante un momento, luego asintió.

—Así es. Soy Morgan Schetfield.

Edward todavía no relajó su postura de guerrero.

—Tendré que ver su identificación, —dijo él, tomando a Bella por los hombros y obligándola a ponerse a su lado.

Su ceño se dirigido en su dirección.

—Estoy segura de que eso no es necesario.

—Es muy necesario.—Edward le dedicó al hombre una penetrante mirada.

—Claro, —dijo Morgan tranquilamente. Él murmuró algo por lo bajo y luego le dio una delgada tarjeta que se parecía mucho a la American Express de Bella.

Edward la cogió, la estudió por todos lados y luego le entregó el vistoso y delgado cuadrado a Bella. Ella le echó un vistazo y dijo.

—Él es Morgan Schetfield, nacido el dos de diciembre de mil novecientos setenta y cinco. Su licencia expira exactamente dentro de tres meses. ¿Quieres saber algo más, Edward? —le preguntó ella secamente.

—Es suficiente. —Pero él planeaba vigilar, tanto a ella como al hombre, hasta que se hubiera asegurado de la seguridad de Bella.

—El problema está detrás, —dijo Bella—. Si me acompaña…

Edward la siguió. Él casi sonrió cuando sus mejillas enrojecieron cuando ella entró en la cámara del baño. Él realmente se regodeó. Sus zapatos estaban tirados al azar por el suelo y Bella rápidamente se los puso.

—¿Cuál es exactamente el problema? —preguntó Morgan.

Bella le explicó lo de las cañerías que gemían y que el váter no echaba agua.

—¿Cree que puede arreglarlo?

—Sé que puedo. —Morgan saltó al trabajo, charlando todo el tiempo, preguntándole cordialmente a Bella sobre su vida, si era feliz y muchas otras cosas que nada tenían que ver con su negocio.

Eso irritó a Edward, que el hombre mostrara tal interés por su mujer. Lo que le irritó más, sin embargo, fue el hecho de que el hombre logró terminar lo que él mismo había sido incapaz de hacer, causando que el fontanero pareciera un héroe a los ojos de Bella. El maldito hombre arregló las tuberías, tal y como había dicho.

Incluso cuando su trabajo estuvo hecho, Morgan siguió sonriéndole a Bella, riendo y hablando de personas y lugares que Edward no conocía. Y eso no le gustó. Él reprimió el impulso de golpear la cara del fontanero contra los rajados azulejos del suelo. A ver si el hombre se reía con sus dientes hechos polvo en el suelo.

Contrariamente a su inquietud inicial, Bella fue absolutamente amable con Morgan; no como la mujer tímida y nerviosa que había descrito ser una vez. Ella no parecía dudar más de sí misma, si no que parecía una amiga. Mientras que estaba orgulloso de su progreso interior, no le gustó la facilidad con la que trataba a este otro hombre.

Cuando Morgan se marchó, Edward bullía de indignación. No estaba celoso. No, estaba furioso. Bella era suya, y él no permitiría a otro hombre cazar en su coto privado.

Bella rápidamente aplacó su perturbación. Cuando el último cliente se marchó, ella envolvió los brazos alrededor de su cuello, se apretó contra él y susurró todas las cosas que quería hacerle. Sólo a él. Cuando ella pronunció la última palabra, un brillo de sudor cubría todo su cuerpo.

—Vamos a casa, —pidió él.

Sus labios se levantaron en una lenta sonrisa, y ella asintió.

Bella volaba por la carretera. Ella y Edward estaban casi en casa, casi en la cama. Ella acarició su bolso, suspirando contenta cuando sintió el consolador bulto del joyero.

Le echó un vistazo a Edward, y su relajado buen humor desapareció. Sus ojos estaban cerrados, y su piel estaba inusitadamente pálida. El sudor perlaba su frente y sus labios tenían un tono azulado.

—¿Edward? —le dijo, alternando su atención entre el camino de delante y el hombre a su lado.

Él no respondió.

Su estómago se encogió de miedo.

—¿Edward? —Ella gritó su nombre esta vez, y el sonido resonó por todo el Sedán. Luego, marcó la palabra con un golpe en su muslo—. ¡Edward!

Edward estaba perdido en un mundo de luz y oscuridad, una cosa u otra, no podía decidirlo. Sólo sabía que su cuerpo ardía, en un infierno de crujientes llamas. Estaba atrapado en alguna especie de prisión, tumbado sobre la fría y dura tierra.

De repente, Tanya estaba a horcajadas sobre su cuerpo, usándolo cruelmente para obtener su placer, pero negándole el suyo propio. Él estaba casi contento de que le negara la liberación ya que, mientras rezaba por ella, se despreciaba por darle cualquier parte de él.

No, gritó su mente. Esto no es real. No está pasando. Lucha contra ello.

—¿Ves cómo te controlo? —dijo ella con voz ronca—. ¿Lo ves?

—Sí.

—Sé que te gusta. Sé que te gusto. ¿Cómo puedes negarlo?

Su mandíbula se cerró con rebeldía.

—Dilo, —exigió ella—. Dime come te gusta mi dominación.

—Me gusta. —La mentira salió a la fuerza de sus labios ya que el hechizo le obligaba a complacerla, y su admisión seguro que la complacía, aunque él intentó desesperadamente contenerse las palabras. Tanya no merecía tal confesión, mentira o no. Sólo se merecía palabras de odio.

—Qué buen pequeño esclavo eres, —lo elogió ella, arañándolo en el pecho con sus uñas, no como una amante, sino como una ama le haría a alguien indigno de ternura—. Ahora dime cuánto me amas.

—Te amo, —gruñó él, añadiendo silenciosamente, te aborrezco.

—Mentiroso, —gruñó ella, enseñando los dientes en una mueca feroz—. Eres un mentiroso. El hechizo se rompería si lo dijeras sinceramente. ¿Cómo osas mentir a tu ama? Serás castigado, no lo dudes. —Ella lo montó con fuerza, golpeando contra él con una intensidad dolorosa. Cuando se corrió, echó la cabeza hacia atrás y gritó. Con rabia y placer. Victoria y regocijo.

Él no quería correrse. Luchó contra ello. Siempre luchaba contra ello, pero al final, su cuerpo lo traicionó de nuevo.

Los espasmos de Tanya cesaron poco después que los suyos y ella lo fulminó con la mirada.

—Todo lo que siempre te he dado es amor, y aún así, tú constantemente me lo lanzas a la cara. —Ella se puso de pie y se vistió. Su cabello cayó sobre los hombros cuando se dio la vuelta y lo miró enfadada.

—¿Por qué estás todavía en la cama, esclavo? Inclínate ante mí. Agradéceme el placer que tan generosamente te concedí.

Él se movió automáticamente, muriendo un poco más con cada movimiento, y tomó su lugar ante ella.

Bruscamente, Edward se encontró encadenado a una pared. Su entorno le era familiar. Ya había estado aquí antes, pensó, confuso. Una progresión de mujeres desfiló ante él. Permitieron a cada hembra tocar, probar, hacer cualquier cosa que desearan mientras caminaban delante suyo. La línea pareció infinita. Él aguantó crueles pellizcos, tirones impacientes, palmaditas picantes, y para el final, su piel era una masa de contusiones púrpuras y azules. Incluso los campos de batalla de Gillirad no lo habían herido tan profundamente.

—Soy tu ama, tu verdadera amante, —dijo Tanya cuando la última mujer abandonó la cámara—. ¿Volverás otra vez a enojarme?

—Sólo si me ordenas que lo haga, —soltó él entre dientes.

Sus ojos parecieron fuego azul.

—Por esto pasaras el resto de la noche dónde estás.

Otra vez la imagen cambió.

Los colores se arremolinaron detrás de sus ojos y se entremezclaron, girando y girando, arrastrándolo a otro fragmento de su vida.

Él se encontró desnudo de pie ante una cama. Tanya se reclinaba sobre el colchón, con blancas almohadas tras su espalda.

—Edward, ven aquí, querido.

Sin vacilar, obedeció. Él avanzó lentamente sobre la cama y se cernió sobre ella, quedándose de rodillas como sabía que le gustaba a ella.

—Tengo necesidad de ti, —ronroneó ella.

—Independientemente de lo que desees, sabes que lo haré.

Sus rasgos se suavizaron.

—Dime que me quieres.

—Te quiero.

—Dime lo hermosa que soy.

—Eres hermosa. —Él no dijo ni hizo nada más que lo que ella le pedía. Tendría que forzar cada uno de sus movimientos, no le daría nada de buen grado, nada de él que no fuera exigido, ya que ese era el único control que tenía sobre sí mismo.

—Ámame, —susurró ella, colocando besos sobre su pecho y cuello.

Él despreció cada toque, quería huir corriendo de esta cámara y vomitar el contenido de su estómago cada vez que ella lo miraba de esa forma.

—Amor es algo que no tengo para darte, Tanya. Ya lo sabes. Tu hechizo sobre mí era para dar placer a mi guan ren. No decía nada de amarlas. Un error con el que debes vivir, ya que nunca te ofreceré mi corazón. —Dijo él con mucha satisfacción sus siguientes palabras—. Me pones enfermo.

Las uñas que suavemente habían arañado su espalda ahora se hundieron en su carne, causando que gotitas de sangre se deslizaran por su espalda.

—¿Quién te posee?

—Tú lo haces.

—¿Quién gobierna tu destino?

—Tú lo haces.

—Nunca lo olvides, Edward, o te haré sufrir por ello.

Edward oyó vagamente a alguien, una hembra, que lo llamaba por su nombre desde un lejano lugar. Esa no era una voz a la cual se sentía obligado a responder. Pese a todo, su boca se negaba a moverse.

La voz siguió resonando en su cabeza. Era Bella, comprendió, y estaba asustada por algo. Lo necesitaba. En su miedo por alcanzarla, luchó por abrirse camino a través de la oscura neblina que envolvía su mente. Mientras luchaba, se dio cuenta que su cuerpo estaba empapado en sudor y temblaba. Inspiró profundamente.

¿Qué acababa de pasar? Iba dentro del coche de Bella, viendo el paisaje de este planeta que estaba empezando a admirar. Las colinas rojas, las casas de piedra, el limpio y fresco aire. Entonces una presencia oscura había invadido su mente y había sido incapaz de detener su presencia en sus recuerdos.

Sí, recuerdos. Eso era. ¿Pero cómo había vuelto a vivirlos tan detalladamente?

Ya sabía la respuesta.

Tanya. Ella lo obligó a recordar. Ya que había fallado en reclamarlo, le recordaba que estaba ahí, buscando la manera de devolverlo a su maldición.

—Edward. Por favor, mírame.

Poco a poco, él abrió los ojos. Bella estaba agachada entre la puerta abierta del coche, su encantadora cara sobre él. A su izquierda, los coches pasaban volando por delante de la ventana.

—¿Está permitido aparcar aquí? —le preguntó con voz ronca.

Un sollozo salió de su garganta, mitad risa mitad desesperado llanto.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir?

—Sí.

—Bien, la respuesta es sí. Estamos a un lado del camino. Ahora dime qué te pasa.

—Un sueño. Sólo fue un sueño, —le dijo a la fuerza.

—No. —Ella negó con la cabeza—. No fue sólo un sueño. Estabas en alguna especie de trance.

—Estoy bien.

Aunque su expresión continuaba siendo poco convencida, ella soltó un vacilante suspiro.

—¿Estás seguro?

—Estoy bien, —repitió él—. El pasado simplemente exigió atención. —Su cabeza cayó contra el respaldo del asiento, su energía abandonándolo rápidamente. Él se sintió hundirse en el sueño—. Llévame a casa, Bella. Llévame a casa.

Cuando ellos alcanzaron la casa, Bella ayudó a Edward a tumbarse en el sofá, escondió su caja dentro del tiesto y luego corrió a la cocina para llevarle un vaso de agua. Él se lo bebió de un trago y dejó el vaso a un lado, estiró las largas piernas y ella se acurrucó contra él, sus brazos sosteniéndola cerca.

Bella jamás había visto nada parecido a lo ocurrido en su coche. Era como si hubiera estado muerto, apenas respirando. Alternando entre la palidez y un ardiente calor.

Agradece a Dios que haya despertado solo.

Dios te doy las gracias.

No sabía lo que habría hecho si no lo hubiera hecho.

Aunque, cuando sus ojos se habían encontrado con los suyos, ella casi había querido que se hundiera de nuevo en el trance... cualquier cosa con tal de no ver ese horror y dolor en su cara.

¿Qué había causado tal mirada?

Con la punta del dedo, ella jugó con el fino vello de su brazo.

—¿Edward?

Él no se movió, no la miró.

—¿¡Um!?

—Dime que pasó. Quiero ayudarte.

Silencio.

El silencio fue como una espesa y opresiva niebla que descendió sobre todo a su alrededor.

—Hablar de lo que te pasó podría ayudarte a aliviar el dolor. No te juzgaré, ni me reiré. Simplemente escucharé.

Más silencio.

Y luego él habló.

—Tanya, la mujer que me atrapó y me guardó durante varias estaciones... —comenzó él vacilantemente—. Era una amante cruel. Exigía mi amor y cuando no se lo daba, me castigaba.

Él siguió, contándolo como sus guan rens lo habían herido emocionalmente con su crueldad. Él describió horrores que ella jamás se habría imaginado, terrores sufridos por este fuerte y orgullos hombre, cuyo único pecado era su belleza. Ella escuchó cada vacilante palabra, esperando poder absorber un poco de su dolor.

—Al final, —dijo él—, perdí mi voluntad para luchar. Simplemente acepté mi destino y lo que me esperaba. Mi único control era el placer que yo podía dar y el modo en que respondía.

—Ya no eres un esclavo del placer, —dijo ella suavemente—. Eres un hombre, el hombre de Bella, y yo soy tu mujer.

—Bella... —dijo él, su tono teñido de pesar.

—No. No niegues mis palabras o me digas que eso es en lo que Tanya te convirtió, que lo que tenemos no puede durar. Sé que no es así.

—Podemos impedir que roben la caja, pero no podemos impedir el paso del tiempo. Nunca envejeceré, jamás moriré. Y tú sí, Bella. Tú lo harás.

—Y si... ¿y si me amaras? El hechizo sería roto y serías mortal. Igual que yo.

—Oh, eso podría funcionar, dulce dragón. Pero no te amo y nunca lo haré.

Ella se tragó las lagrimas.

—¿Por qué? —La palabra salió quebrada, ronca—. ¿soy tan difícil de amar?

—No, —él dijo con ferocidad, cogiendo sus manos entre las suyas—. Nunca pienses tal cosa. Eres la mujer más preciosa con la que jamás me he encontrado. Pero si te amo, te perderé. Y me niego a perderte.

La confusión se mezcló con el temor, retorciéndose en su interior.

—No entiendo.

—La magia se rompería y no habría nada que me atara a este mundo. Como no tengo magia propia, regresaría a Imperia sin ti.

Otra tortura que él tendría que sufrir, pensó ella, luchando contra una oleada de dolor. De todas las cosas que había tenido que soportar, seguramente ésta sería la peor. Perder a la persona que amaba. No era asombroso que rechazara entregar su corazón. Amar y perder. Él sería libre, pero a qué precio.

Aunque, ¿no era eso mejor, que pasar una eternidad como esclavo?

—Quieres irte a casa, Edward. Sé que quieres. Lo dijiste tú mismo.

—Sí. Me gustaría andar de nuevo por las tierras de mi patria, pero soy feliz aquí contigo. De hecho, prefiero quedarme aquí a tu lado.

Ella cerró los ojos contra un ataque de picantes lágrimas. Él estaba dispuesto a soportar una eternidad como esclavo del placer para pasar un corto espacio de tiempo con ella. Ella apretó su abrazó. Este hombre la amaba. Él no podía reconocer o admitir la emoción, pero lo hacía.

¿Qué hice para merecerlo? Las palabras llenaron su mente incluso cuando comprendió que no podía, no debía, aceptarlo. Forzarlo a soportar una vida de esclavitud… no. No mientras hubiera un modo de salvarlo.

Y lo había.

Dejándolo.

Oh, el conocimiento la despedazó por dentro, desgarrando su corazón, cuerpo y alma. Ella tendría que vivir sin él, porque iba a hacer todo lo necesario para conseguir su libertad. Sin él, sufriría, lo sabía, pero lo amaba con tanta fuerza que lo soportaría, sabiendo que él era libre.

No le permitiría sacrificar su propia libertad por ella. Eso, jamás podría hacerlo.

Esa noche, Bella estaba tumbada al lado de Edward dentro de los límites de su cama. Los dos estaban desnudos. Él no quería nada de ropa entre ellos mientras dormían y, francamente, ella tampoco. Ella jugueteó con un mechón de su pelo, acariciando los hilos de medianoche entre sus dedos.

Sé lo que tengo que hacer.

Iba a obtener su confesión de amor. Y él iba a desaparecer de su vida para siempre. Ella tembló mientras la punta de sus dedos se deslizaba sobre sus pómulos, a lo largo de su mandíbula. Él no se despertó. El latido de su corazón resonó en la quietud de la habitación.

—Edward —susurró ella. Incluso ella notó la corriente de deseo y determinación en su voz.

Muy despacio, él despertó de su soñoliento sueño, y ella repitió su petición. Antes de que ella pudiera tomar aliento, él la arrastró sobre su pecho. La unión de sus muslos descansó contra su creciente erección y él ahuecó su trasero.

—Dime, dulce dragón, dime exactamente lo que necesitas.

—A ti. Sólo a ti.

—Entonces tómame. —Su ronca voz se hizo más profunda por su propia excitación.

Centímetro a centímetro ella se bajó por su cuerpo, deteniéndose en el objeto de su fascinación. Ella lo tomó en la boca. Sabía a macho y calor, y no podía saciarse de él. Una y otra vez movió su boca arriba y abajo por toda su longitud, hasta la cima de su pene, para luego lamer un camino hasta la base, saboreando el ardiente grosor y ahuecando su pesado saco en la mano.

—Bella, —dijo Edward con voz ronca—. Bella.

—¿Sí?

—Bésame. —Él la agarró por los hombros y tiró de ella. Luego capturó sus labios, al mismo tiempo que empujaba hacía arriba, entrando en ella, empujando larga y profundamente—. Quiero correrme dentro de tu cuerpo, no de tu boca.

—Más tarde, entonces, —dijo ella—. Quiero saborearte.

Gruñendo ferozmente, él mordió el hueco de su cuello, y luego la lamió para alejar el escozor.

Sin aliento, Bella cerró los ojos. Ella arqueó la espalda, enviándolo más profundamente en su interior. La suavidad encontró la dureza en una gloriosa explosión de sensaciones.

Esto es el éxtasis, pensó ella, subiendo y abajo sobre su rígida erección al ritmo desesperado que él le marcaba. Pero ella quería prolongar el momento, hacerlo durar para siempre. Así que cuando lo montó hacía abajo, se detuvo. Él gimió. Poco a poco ella se levantó. Abajo. Arriba. Muy, muy despacio.

Edward agarró sus caderas, animándola. Él sudaba.

—Esta es la tortura más dulce que jamás he soportado. Pero si no te tengo ahora moriré. Lo juro.

—Te amo, —susurró ella.

Él dejó de de moverse completamente y simplemente la miró.

Ella ahuecó su mandíbula entre sus manos.

—Y quiero que tú me ames, también. No lo digo como una orden, sino como una auténtica petición. ¿Admitirás que me amas?

Él la hizo rodar sobre su espalda, fijándola contra la suavidad de las sábanas de seda. Sus hombros estaban tensos, las líneas de su cara rígidas.

—Ya sabes que no te amaré.

—No te creo. Creo que ya lo haces, que simplemente no lo admites ante ti mismo.

—No. ¿No lo entiendes, Bella? Si admito tal cosa, te perderé. ¿Quieres perderme?

El horror de que él pensara eso hizo que gritara,

—¡No! —Y demasiado tarde comprendió que tendría que haber mentido, que debería haberle dicho que estaba harta de él, algo, algo para hacerle anhelar el marcharse—. Necesito las palabras, Edward. Las necesito.

Un profundo tormento se formó en las profundidades de sus ojos y ella vislumbró su lucha interior.

—Dime otra vez que me amas, —dijo él jadeante.

—Te amo, —dijo ella—. Te amo muchísimo. Jamás lo dudes. Ahora dime lo que tú sientes.

Ella esperaba que le ofreciera la misma confesión, pero él simplemente resbaló su mano entre sus cuerpos y apretó contra el corazón de su deseo. Ella jadeó, ante el exquisito y doloroso placer.

—¿Me amas, pero estás dispuesta a perderme?

Ella se tragó su dolor, y no intentó negar lo que ambos sabían.

—Sí. Estoy dispuesta a perderte.

Él estudió su cara.

—Entonces, tal vez, mi pequeño dragón, tendré que convencerte de otra forma.—Su voz fue una ondulación ronca que ronroneó contra su piel.

—¿Qué... qué piensas hacer?—preguntó ella.

Él se arqueó y se elevó en su interior a la vez que sus dedos rodeaban su clítoris.

—Oh… Edward… —Ella jadeó entrecortadamente mientras él se movía dentro de ella una y otra vez.

—Esto va así, Bella. Las necesidades de tu cuerpo son mías, siempre necesitarán al mío. ¿Puedes sentir como se aprieta a mí alrededor? ¿Puede sentir cómo tu cuerpo me llama a gritos?

—Sí, —jadeó—. Sí.

—Dime que me quieres para el resto de tus días. Ya sabes lo que dice tu cuerpo, ahora escucha a tu corazón.

Gimoteando, ella agarró la seda de debajo.

—¿Me amas, Edward?

Él vaciló. Un dolor tan grande que fue casi físico iluminó de nuevo sus ojos, haciendo que su iris color lavanda remolineara con la fuerza de una tormenta.

—No. No te amo. —Él se sumergió en ella tan profundamente que sintió su esencia vibrar desde la cabeza hasta los pies—. Sin embargo, estaré contigo durante el resto de tu vida. Estoy dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para convencerte de ese hecho.

Y era un hombre de palabra

 

 

¿QUE LES PARECIO CHICAS? verdad que es un amor mi EDDY, miren que sacrificarse a toda una vida de esclavitud con tal de no perder a su pequeño dragon :( hasta me hace llorar.

El siguiente capitulo se llama "NUNCA TE OLVIDARE" "aaaaaa" y es el capitulo cuspide de esta historia, donde se enfrentan cara a cara Tanya y Bella, donde Edward tiene que tomar una dificil decicion por salvar a su pequeño Dragon....... No les cuento mas, solo que tengan listos sus pañuelos a la mano, estara super genial ya lo veran ;)

MUCHAS GRACIAS A TODAS POR LEERME LES MANDO UN FUERTE ABRAZO DESDE MEXICO

Capítulo 20: AMAME. Capítulo 22: NO ME OLVIDES.

 
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