EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69759
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 2: ESTO NO ESTA PASANDO.

Santa Fe, Nuevo México

Los Caminos del Esclavo del Placer

REGLA 1: El capricho más leve de tu Ama es tu más elevada ley.

 

Sonó un bocinazo. Otra vez.

Bella Swan agarró el volante de su sedán y echó un vistazo a su velocímetro. Seis kilómetros por hora sobre el límite de velocidad. El conductor de detrás encontraba esto completamente inaceptable y pitó otra vez, demandando que saliera del camino o que corriera más.

El sol de la mañana aún tenía que hacer su aparición, pero la menguante luna y las altísimas farolas revelaban dos abiertos y fácilmente accesibles carriles. No había ninguna razón para que siguiera detrás de ella.

De todos modos el bocinazo persistió durante otro kilómetro.

Para entonces, los nervios de Bella estaban exhaustos y su pie temblaba sobre el acelerador. Ella hizo rodar los hombros y aspiró profundamente, pero ninguna de esas acciones logró relajarla. Ella subió el volumen de La Bohème.

Eso tampoco ayudó.

Soy una mujer tranquila, racional, se recordó. No me acobardaré por unos pocos bocinazos.

Bocinazo. Bocinazo. Bocinaaaaaaaazo.

Sus dientes rechinaron. Ella no tenía mal temperamento; realmente no lo tenía. No por lo general, de todos modos. Pero ahora mismo quería pisar de golpe el freno y darle a aquel conductor una demostración de las-pruebas-de-choque-del-maniquí. En cambio, hizo que su coche redujera gradualmente la velocidad.

—¿Qué piensas de esto, Don Rápido? —preguntó con aire de suficiencia.

Al parecer, no le gustó mucho. Su pequeño Mustang finalmente viró al otro carril, acelerando rápidamente. Cuando sus coches se alinearon, él bajó su ventanilla y comenzó a gritar y agitar el puño. Cuando se dio cuenta, Bella olvidó que creía en eso de pensar antes de actuar. Olvidó que ella prefería comportarse racionalmente en todas las situaciones.

Ella le enseñó un dedo.

Así es. Ella levantó el puño y alzó el dedo medio. En un silbido de furia, el deportivo rojo se alejó rugiendo.

El asombro todavía la atravesaba cuando alcanzó su destino. Ella, una mujer que estaba orgullosa de su comportamiento tranquilo y racional, acababa de tumbar a un competidor más grande.

Y se había sentido bien. Deliciosamente bien.

Riendo entre dientes, aparcó el coche. Su diversión se borró, sin embargo, cuando vio que había otro coche en esa parte... un Mustang rojo.

Se le escapó un gemido de la garganta mientras recogía su bolso y daba un paso en la fría mañana de Santa Fe. Un fuerte viento bramó inmediatamente, haciéndole temblar. Ella tiró de las solapas de su abrigo, apretándolo más y se apresuró hacia el único edificio a la vista.

El dueño del Mustang esperaba cerca de las puertas metálicas. Cuando la descubrió, la miró airadamente a través de unos pequeños ojos oscuros. La hostilidad irradiando de él.

Ella se paró abruptamente y lo miró con cautela. Por cinco, seis o siete centímetros, él no era mucho más alto que ella. El fino pelo de su cabeza brillaba con una gruesa película de grasa, y un vientre redondo sobresalía de la cinturilla elástica de sus pantalones arrugados.

El mismo impulso salvaje que le había golpeado en el coche le golpeó ahora. Él está más bajo. Decidió ella, cuadrando los hombros. Y será el momento de darle el golpe final. Él debió de sentir su determinación a apartarlo, porque colocó un pie delante del otro y se agachó ligeramente. La clásica postura de lucha.

Eso significaba guerra.

Ella fue inflexible con su resolución, rechazando el volver corriendo a la seguridad de su coche. Lo miró fijamente con los ojos entrecerrados, no dispuesta a apartar la mirada o incluso parpadear. Hacerlo demostraría debilidad, y su deseo de ganar esta batalla, de pronto, había crecido a dimensiones inimaginables. Mientras que él estaba más cerca de la puerta, ella era unos buenos veinte años más joven y cincuenta kilos más ligera.

Él no tenía ninguna posibilidad.

De pronto un chasquido reverberó a través del silencio.

El Rastrillo Kreager acababa de abrir las puertas.

Saltando a la acción, Bella empujó y le dio un codazo al hombre al pasar por delante suyo y se deslizó por las puertas de doble hoja una fracción de segundo antes de que él lo hiciera. ¡Sí! Victoria. Riendo con orgullo, agarró una cesta y comenzó su caza del tesoro.

Antigüedades. Ah, aquella era una palabra que tenía el poder de enviar olas de placer por su espina dorsal. Durante los años la habían llamado muchas cosas. Acumuladora de baratijas. Devota de las tiendas todo a cien. Adicta a la casa de subasta. Ella había acumulado tantas cosas que sólo había tenido dos opciones: comprar una vieja tienda para vender sus mercancías o enterrarse viva en su colección.

Había decidido crear su propia tienda.

Los Tesoros de Bella abrió el día que cumplió veintitrés y había prosperado en los dos años siguientes. Era su orgullo y alegría, un lugar donde había encontrado el éxito y la felicidad. A diferencia del resto de su vida, añadió un rincón oculto de su mente.

—¡Eh!, —dijo ella, pero luego presionó los labios. Soy feliz con el resto de mi vida. Aunque tuviera el pelo de un simple color marrón, ojos de un verde indefinido, y un cuerpo bajito y redondeado que no inspiraba admiración. Aunque no tuviera ningún sentido de la moda y no supiera atraer a un hombre—. Soy feliz, —repitió con firmeza.

Mientras vagaba por el mercado, sus viejos y cómodos zapatos de lona chirriaron, llamando la atención de varios compradores que intentaron atraerla. Sabiendo exactamente lo que quería comprar - y lo que no - los ignoró. Evitó una mesa de muñecas de porcelana y no miró dos veces la estantería cargada de cristales de la época de la Depresión.

Detrás de ella, próximo a un poco usado estuche color cereza, descubrió una vieja pipa de madera. Ella examinó la vieja madera por todos lados, luego la acercó a su nariz y aspiró. El débil olor a tabaco fue a la deriva hasta las ventanas de su nariz. Sonrió ampliamente, tenía al cliente perfecto en mente.

Eufórica, colocó con cuidado la pipa en su cesta. Después examinó un vistoso carrusel de cristal, pero decidió renunciar a la compra de un artículo tan caro cuando no tenía pensado ningún comprador. El resto de los artículos sobre la mesa recibieron un vistazo superficial antes de que un objeto en particular captara su interés. Hizo a un lado un jarrón de flores de plástico que le impedía contemplar lo que parecía ser un antiguo joyero cuadrado.

Los lados estaban astillados, y la capa externa, que en cierta época probablemente había sido de un brillante marfil, era ahora de un apagado y amarillento marrón. Dónde alguna vez hubo cristales de colores, o tal vez incluso gemas preciosas, ahora sólo había agujeros. En general era una cosa bastante fea, pero algo en ella la atraía. Mordiéndose el labio inferior, acarició con la yema del dedo la superficie. De improviso, el frío exterior envió un soplo de ardiente e invitador calor por su brazo. Aleteó bajando por su espalda, haciendo que temblara. Cautivada, intentó levantar la tapa, pero la obstinada cosa se negó a moverse.

Eso no la disuadió. Ella quería esa caja. Incluso rota.

—¿Hay algo que le guste, muchacha? —preguntó una voz con leve acento escocés.

Bella alzó la mirada. Un hombre que parecía estar en los principios de los sesenta, con una nariz picuda y unos ojos que se inclinaban hacía los pómulos la observaba con expectación. Aquellos ojos, pensó ella… eran tan impenetrables y azules como un océano, y ella juraría que veían su alma. Ella suprimió su inquietud.

No queriendo que él supiera lo mucho que deseaba la caja, obligó a su cara a mostrar nada más que una leve curiosidad.

—¿Cuánto pide por este joyero? —preguntó.

Él rió, causando que las arrugas alrededor de sus labios se hicieran más profundas

—Sólo por hoy, muchacha, te lo dejaré por cincuenta dólares.

—¿Cincuenta dólares? ¿Cuándo faltan las piedras y la tapa está rota? —Ella se rió—. Le daré cinco.

Él hizo un sonido como de ahogo, y cuando habló de nuevo, su acento fue más pronunciado.

—No puede ser. ¿Quién podría dejar un premio como éste por una suma tan pequeña? No cuando hay una leyenda que viene con ella. —Él meneó sus espesas y plateadas cejas. —¿Quieres saberla?

—Bueno… —Segura de que sólo quería hacer subir el precio, Bella apretó los labios y suspiró, despreocupada—. En realidad no creo en los cuentos de hadas.

—Ah, éste te gustará. No hay ninguno como él. Te lo prometo.

Después de una larga pausa, ella dijo,

—Bueno¿ por qué no?

Sus ojos se iluminaron con diversión, como si él adivinara su juego.

—La historia es, que cuando una mujer posea este joyero, encontrará el mayor placer jamás conocido.

Bella esperó que continuara. Cuándo no lo hizo, ella preguntó,

—¿Ya está? ¿Esa es la gran historia? ¿Poseo la caja y encuentro el placer supremo? —Por cincuenta dólares, ella había esperado una historia sobre bailarines desnudos, bolas de cocaína y orgías salvajes. La decepción la envolvió—. ¿Cómo sabes que es el mayor placer jamás conocido?

—La verdad es que no lo sé. —Él se rascó la barba, y una brisa de perfumada lluvia, como la calma después de la tormenta, acompañó al movimiento—. Deduzco que el placer es diferente para cada uno. ¿Quién lo puede decir?

—El último dueño femenino.

—Bien, la verdad, ella perdió su alma hace mucho tiempo, así que no puede responder a la pregunta, ¿no?

—Oh, murió. Siento mucho su pérdida, —dijo ella suavemente—. No quería traerle recuerdos dolorosos.

—No, no. No hay necesidad de lamentarlo. Se podría decir que ella era un antepasado mío. Me gusta llamarla la Abuelita Avara. —Él rió entre dientes ante propia broma—. La leyenda familiar dice que ella creó la caja y que la mantuvo en su poder en todo momento, sin alejarla jamás de su vista. Cuando murió, tuvieron que arrancarle la maldita cosa de los dedos—. Él apenas hizo una pausa antes de agregar—, ¿Cómo te llamas, muchacha?

—Bella Swan.

—Bien, Bells, mí muchacha, seré honesto contigo. Creo que necesitas esta caja más de lo que crees. El placer supremo pondrá algo de color en tus mejillas. Tal vez incluso ponga un poco de brillo en tus ojos. Así que ¿estás interesada en la compra o no?

Bella trató de no sentirse insultada; realmente lo hizo. Ella no tenía ninguna afición fuera del trabajo, así que podía pasar todas las tardes en la cama, leyendo sexys novelas románticas y viendo películas en la tele, pero ella realmente disfrutaba de la vida. Aunque en este momento, simplemente no podía recordar donde.

—Treinta, —dijo una voz nasal detrás de ella. Bella giró en redondo. El dueño de Mustang le dedicó una sonrisa satisfecha tipo Yo-golpeo-esta-vez—. Pagaré treinta.

—¿Y bien, muchacha? —le incitó el dependiente, dándole una posibilidad de pujar.

Después de regatear el precio durante media hora, Bella finalmente pagó setenta y tres dólares... más quince por la pipa. Le había robado, lo sabía, así como también sabía que su opositor realmente no había querido la caja. Él quería venganza, y ella había sido incapaz de marcharse sin poseer—el placer supremo.

En el momento en que llegó a casa, una anticipación demasiado familiar la invadió. Con cuidado colocó sus nuevas adquisiciones sobre la mesa de la cocina y agarró un trapo y los productos de limpieza. El ladrido de un perro perforó el aire y el sol del mediodía dibujó sombras a través de las cortinas color zafiro, que cubría el sobresaliente ventanal de la pared más alejada. Acomodándose en una silla de terciopelo dorado y de alto respaldo, prestó toda su atención al joyero, limpiando cada pulgada con cuidado y suavidad. Había algo casi… mágico en él y juraría por Dios que aquello ronroneaba cada vez que ella acariciaba los bordes.

Mientras comenzaba a pulir la superficie externa, notó un diminuto botón oculto bajo el borde. Sus dedos se inmovilizaron y su corazón latió de forma irregular en su pecho. El entusiasmo golpeó a través de sus venas. ¿Abriría eso la tapa? ¿Y si es así, qué encontraría dentro? ¿Joyas? ¿Cartas amorosas? ¿Nada?

Con dedos inestables, dejó a un lado el trapo y presionó el botón.

En el momento en que hizo contacto, las luces parpadearon por todos los rincones de la casa y las sombras y los destellos danzaron sobre el empapelado color rosa. Con un golpe, una violácea niebla estalló en sus manos y alumbró toda la cocina.

Asustada, Bella se puso de pie de un salto, dejando caer el joyero como si fuera un desecho nuclear. En vez de romperse, aterrizó sobre las tablas de roble color miel, con un ruido sordo. Ella arrancó su mirada fija de la caja… y se congeló de terror.

Un hombre... un hombre enorme... un hombre muy grande estaba de pie justo delante de ella. ¡Y no llevaba nada más que un par de pantalones negros y muy ajustados! Y...¡Oh, Dios mío!, una espada larga y amenazadora colgaba de su cintura. Un grito subió por su garganta en el mismo momento que se le formaba un duro nudo, impidiendo a cualquier sonido salir. Aterrorizada, exploró la cocina, buscando una salida. La puerta de atrás estaba cerrada con llave. Las ventanas también estaban cerradas. El sudor perló su frente.

Eso no quería decir que el hombre no fuera, bueno… magnífico, y que su atractivo no la golpeara como un torbellino incontrolable. Pero él no debía estar aquí, no debía estar en su casa. Solo. Con ella. Intensificándose su pánico, asumió una posición de karate y rezó con cada fibra de su ser aparentar ser amenazadora y mortal.

¿Por qué nunca había tomado lecciones de auto-defensa?

Estúpida, estúpida, estúpida.

—Sé karate, —dijo ella a la fuerza—. Mi cuerpo es un arma peligrosa.

Él simplemente arqueó una ceja.

Sabe que miento Al menos podría memorizar su descripción por si acaso sobrevivía. Se concentró.

Su enorme altura se alzaba hacia el techo. El negro pelo le llegaba por los hombros y enmarcaba una frente fuerte, una nariz recta y unos altos y afilados pómulos.

Aunque fueron sus ojos lo que realmente llamaron su atención. Eran de un pálido violeta, parecidos a la lavanda. Eran azules, con un brillo acuático. No, no. Eran de un verde esmeralda. No, tampoco era eso. Ella parpadeó y sacudió la cabeza al comprender que sus ojos no eran de un solo color. Eran de todos esos colores, brillando como el mar que constantemente cambia del púrpura, al azul y al verde. Brillando con vida propia, hipnotizándola tanto que casi olvidó dónde estaba...y por qué estaba allí.

Mira el resto de él, Swan.

Su piel era bronceada, atractiva y surcada de músculos. ¡Señor, qué fuerza! Los músculos de su estómago formaban una V que incitaban a sus ojos a bajar más y más, directamente entre sus piernas. Ella tragó aire. Él parecía un salvaje guerrero de sus novelas románticas que cobraba vida en su casa. Todo él rezumando carnalidad aunque también gritando peligro.

Él la observó durante mucho tiempo antes de dar un paso hacia ella.

Ella retrocedió.

La silla detuvo su huida. Una lenta sonrisa levantó las esquinas de sus labios llenos y apetitosos, revelando sus perfectos y blancos dientes. Por alguna razón, la sonrisa no pareció auténtica, sino depredadora.

Su galopante corazón se saltó un latido.

—¿Me convocante? —preguntó él.

¿Convocar a este guerrero magnífico? En sus fantasías más salvajes, quizás, pero no en la realidad. Ella incluso ignoraba que tal belleza existía. Además, el hombre tenía una espada que, por lo que parecía, podía cortarla por la mitad en menos tiempo de lo que se tarda en parpadear. ¡Él quería matarla, o hacerle algo peor! Bella no lo había convocado.

—¿Yo? ¿Convocarte? —Con los ojos muy abiertos, ella sacudió la cabeza—. Prometo que no hice tal cosa.

Él no hizo caso de su negación como si no la hubiera escuchado o no le importara.

—¿Qué deseas de mí?

Ella tenía que escapar. Con la puerta de atrás cerrada, sólo tenía una opción... la entrada de delante. Quizás si se movía poco a poco alrededor de la silla… ella dio un diminuto paso a la derecha. Dos.

—¿Beso ahora tu cuerpo desnudo o te dejo besar el mío? —Su tono, con un leve acento, destilaba aburrimiento pero, de todos modos, consiguió que su voz fuera lo más irresistible y erótica que hubiera escuchado jamás. Como rica y caliente miel, como un refugio en una noche tempestuosa.

Aún así, la palabra desnudo retorció su estómago de terror.

Ella ganó otro paso. ¿Planeaba violarla? Tenía que saberlo, tenía que prepararse.

—¿Qué quieres de mí? —Cada palabra desgarraba su garganta—. ¿Por qué estás aquí?

—Para tu placer, por supuesto.

—No quiero tu placer. Incluso no te quiero a cien metros cerca de mí. —Otro paso.

Él la estudió y frunció el ceño.

—¿Te asusto?

Nunca admitas tu miedo. Una y otra vez las palabras de su hermana taladraron su mente. Nunca admitas tu miedo. Bella tragó aire y se movió poco a poco hacía la derecha. Sólo un poco más.

—Sí. ¡Quiero decir, no! No te tengo miedo. No tengo miedo de nada.

—Está bien.—Asintió él—. Ya que yo nunca te haría daño.

—No te conozco. Nunca te he visto antes. Y estás en mi casa. —dijo ella medio histérica, con una risita desesperada—. No te invité, y aún así aquí estás. No, no tengo miedo. Nada me asusta. Nada en absoluto.

Una sonrisa burlona jugó en las esquinas de sus labios.

—¿Entonces por qué, mi pequeño dragón feroz, aumentas la distancia entre nosotros mientras hablamos?

Ella se congeló, incapaz de contestar.

—Te he dado mi palabra, —dijo él—. No te haré daño. —Entonces le guiñó el ojo, haciendo que su estómago revoloteara—. A no ser, desde luego, que tú me lo pidas.

—No, no. —Ella levantó los brazos más alto, cerrando sus puños de —destrucción de masas— y colocándolos directamente en su línea de visión. Él no pareció impresionado.—Definitivamente no quiero que me hagas daño, —dijo ella—. Definitivamente, tampoco te quiero aquí. Solo quiero que te marches. Por favor.

Mirándola confuso, él dobló los brazos sobre su musculoso pecho.

—Estoy atado a ti. Me quedo donde tú estés.

Atado.

—No nos precipitemos, —dijo ella apresuradamente, soltando una risita fácil, despreocupada. Aunque sonó más bien como una asmática que corre a través de un campo lleno de polen—. Nadie tiene que ser atado, vale.

—Ya te he dicho que ningún daño te sobrevendrá de mi mano.

Ella no le había creído la primera vez que lo dijo, y no lo creyó ahora tampoco. El hombre tenía una monstruosa espada del tamaño de un pequeño país.

—A ver, pequeño dragón. Dime lo que deseas de mí. ¿Caricias? ¿Palabras eróticas?

Bella buscó en su mente algo que le impidiera —acariciar— su cuerpo y le dijera guarrerías mientras lo hacía.

—Mira, empecé mi período y tengo calambres y no me he depilado las piernas en tres semanas. En realidad, ni me he bañado. Confía en mí, no quieres acariciarme.

—Entonces te entretendré de otro modo. —pronunció él con un suspiro resignado—. No estoy aquí solo para tu placer sexual. Debo entretenerle, conversar contigo y protegerte.

Él insistió.

—¿Bailo desnudo sobre la mesa? ¿Te alimento de mi mano? ¿Poso para que puedas pintarme?

Mientras todos aquellas cosas parecían bastante agradables en otras circunstancia, ahora no le atraían en absoluto.

—Mi marido está en la sala de estar. Es enorme. Y malo. Y odia que otros hombres se acerquen a mí. Mató al último que lo intentó. Fue una muerte violenta. Y muy sangrienta.

Indiferente, el intruso se encogió.

—Estoy aquí para tu placer. No el suyo. Además, la fuerza de tu marido no es comparable a la mía. —Su tono no insinuaba nada de orgullo. Sólo verdad—. A no ser que ese sea tu deseo, —añadió él, con sus pálidos ojos violeta acusadores, aunque resignados—. ¿Deseas que mate a tu compañero?

Ella casi se desmayó en ese momento.

—Preferiría que nadie fuera asesinado en mi casa, —logró graznar.

—Será como desees.

—Uh, ¿gracias?

Él cambió con impaciencia de un pie a otro.

—Decide lo que quieres que haga. No me gusta esta espera. Haré lo que más te guste. A ti, —añadió él, —y a nadie más. Ni siquiera a tu compañero.

El hombre probablemente planeaba su tortura, —la de ella , no la de su inexistente marido— y con total seguridad planeaba matarla. Aunque estuviera ahí de pie, hablándole como si ella fuera su ama y él su esclavo.

—Haré lo que quieras, —repitió él.

Seguramente aquella declaración era demasiado buena para ser verdad. Ella arqueó una ceja y lo estudió.

—¿Cualquier cosa? ¿Todo lo que quiera?

—Sí. —Apretó su mandíbula, como si sus siguientes palabras fueran de algún modo dolorosas—. Tus deseos son los míos. Independientemente de lo que quieras, lo haré.

Bien, ella sabía exactamente lo que quería.

—¿Quieres complacerme? Entonces sal de mi casa. Eso es todo lo que quiero.

Sus ojos se ampliaron con la sorpresa para luego entornarse por la sospecha.

—¿Todavía no has probado la dicha de mi toque, y ya me ordenadas que me marche?

No, quédate y mátame, casi gritó ella. Morir era un precio demasiado alto por el toque de este delicioso hombre.

—Mira, cuanto antes te vayas, —dijo ella, sorprendiéndose de su tranquilo tono—, más contenta estaré.

—¿Dejarte? ¿Sin tocarte?

Ella alzó su mano derecha.

—Juro que no quiero que me toques.

Todo en el intruso se relajó. Él sonrió francamente de nuevo, esta vez de forma amplia y auténtica.

—Tendrás tu deseo, pequeño dragón. —Con esto, él desapareció, dejando una nube perfumada de masculinidad a su estela.

Los ojos de Bella recorrieron la cocina, yendo de una esquina a otra. Bueno, ¿qué acababa de pasar aquí? ¿Cómo podía el Sr. Déjame-Tocar-Tu-Cuerpo-Desnudo simplemente aparecer, y luego desaparecer? Un segundo había estado sola, y al siguiente ya no lo estaba, y ahora, en menos que canta un gallo, estaba sola otra vez.

Totalmente confundida, se hundió en la silla. Había sólo dos explicaciones para lo que acababa de ocurrir. O un gran hombre con reflejos muy rápidos y una espada mortal, realmente, había invadido su casa. O ella necesitaba psicoterapia intensa.

Después de pensarlo un momento, Bella se inclinó por lo segundo. El escuchar la leyenda asociada al joyero de algún modo había hecho que su mente se lo imaginara. De ahí, todas esas tonterías del —placer— y —de las caricias—. Eso también explicaba lo de la niebla púrpura, porque ¿qué fantasía estaba completa sin una iluminación erótica?

El alivio la inundó, pero se evaporó rápidamente.

Ningún asesino pervertido había invadido su cocina. Oh, no. Simplemente, es que estaba loca. Maravilloso. Realmente maravilloso.

Capítulo 1: EL HECHIZO. Capítulo 3: INTENTANDO.

 
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