EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69750
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 6: JACOB EL DEBIL.

le dedico este capitulo especialmente para JENNI y MICKEY

GRACIAS CHICAS

 

REGLA 5: Un esclavo nunca debe vacilar cuando recibe una orden

 

La luz del sol lanzó sus indeseables rayos a través de la ventana del cuarto de baño de Bella, iluminando el espacioso lugar y resaltando su fatiga. Ella observó su pálido y cansado reflejo en el espejo. Ojos rojos. Labios tensos. Una calmante ducha no había hecho nada para mejorar su aspecto de he-estado-toda-la-noche-imaginándome-a Edward-desnudo.

—Café —se dijo. Su voz se quebró y su boca se inflamó ante la mención de la bebida—. Necesito café. —Luego, Dios le ayudara, le hablaría a Edward de Jacob

Sólo pensar en la inmediata conversación hizo que su estómago se revolviera con ansiedad. Intentando ignorar la incomodidad, se dijo que no había ninguna razón para atormentarse. Después de todo, tenía un plan. Ella iba a tratar a Edward tan dulcemente como una niña ante un helado con nata montada. Ella usaría muchas sonrisas y un apacible tono de voz.

¿Cómo podría rechazarla?

¿Cómo podría decirle que no?

Concéntrate, Bella. Tú puedes hacerlo. Tú puedes. Con coraje renovado, se enrolló el pelo todavía húmedo en una cola de caballo, se puso un par de pantalones de vestir beige, una camisa blanca y escotada y caminó a zancadas hacía la puerta.

Dulce como un helado, dulce como un helado, dulce como un helado…

Al dar dos pasos en el pasillo, su pie chocó contra un objeto grande e inmóvil. Ella cayó pesadamente de cara y aterrizó con un ruido sordo sobre el duro suelo de madera. El aire de sus pulmones salió disparado como los cohetes del Cuatro de Julio. Aturdida, sacudió la cabeza y parpadeó varias veces. Finalmente, recuperó el aliento y su vista se aclaró. Cuando consiguió enfocar, vio que la espada de Edward estaba justo frente a ella, brillando de forma amenazante.

—Bella, —dijo él, con la preocupación tiñendo su voz—. Háblame. Dime que estás bien.

—¿Qué diablos haces en el suelo? —Ella lo fulminó con la mirada—. Te dije que durmieras en el cuarto de invitado.

—No, me dijiste que la cámara de invitados es la mía, no que tenía que dormir allí.

—¿Por qué tienes todavía la espada? Se suponía que la guardarías.

—¿Y dónde exactamente debo guardar un arma tan grande en una casa tan pequeña?

—En tu joyero.

—¿Es una orden?

—Una petición.

—Realmente es lo mismo. —Sus labios se tensaron con un ceño feroz y, mientras ella miraba, el aire de alrededor de la espada osciló y se espesó, como si fuera niebla, y luego el metal plateado desapareció en una espiral de humo—. Hecho—, dijo él.

Ella debería de haberse sobresaltado ante la desaparición, pero estaba demasiado aliviada. Levantándose, mantuvo sus ojos fijos en los suyos. Este no era el modo en que se había imaginado comenzar el día. Dulce como un helado, ¿recuerdas? Excepto que, ahora, la nata estaba extendida en el suelo. Ella se forzó a sonreír, como si ser prácticamente cortada por la mitad fuera algo que le ocurriera todos los días.

—Tenemos que hablar. —dijo con voz suave—. Hay algo que tengo que preguntarte.

—Mi atención es tuya. —Él estaba de pie, con las piernas separadas y los brazos doblados. Una postura anterior a una batalla, estaba segura—. Puedes comenzar.

Acariciando su larga coleta, puso mentalmente en orden su planeado discurso. Inspiró profundamente y, lentamente, liberó cada molécula de aire.

—En América, cuando un hombre y una mujer se atraen mutuamente, comienzan a salir juntos. La cita puede incluir una cena romántica, seguido de un paseo por la playa, o un...

—Alto ahí, pequeño dragón, —dijo él, cortando sus palabras—. Debemos comer antes de que me sermonees, ya que estoy desesperadamente necesitado de sustento.

Ella frunció el ceño.

—Te informo de que no te doy una conferencia. Simplemente expongo un hecho.

—Esos hechos pueden ser expuestos después de que desayunemos.

Cierto, pero sus nervios podría derrumbarse para entonces. De todos modos ella murmuró dulcemente,

—Desde luego, —como una buena niña pequeña.

En la cocina, los rayos del sol se filtraban a través de las grandes ventanas, envolviendo la habitación con un ambiente alegre. Ella agarró una magdalena de arándanos del mostrador y se dio la vuelta, ofreciéndoselo como si fuera un tesoro de enorme valor.

—Aquí tienes… —Sus afiladas palabras se cortaron. Un rayo de luz iluminaba el cabello de Edward, creando un brillante halo alrededor de su cara. En ese mismo momento, era Hércules cobrando vida, sólo que tenía más grande… bueno, todo en él era más grande.

No podía ser bueno, pensó ella, que un hombre fuera tan hermoso.

—Te lo agradezco, —dijo él, aceptando la magdalena.

Suspirando, ella giró hacía el mostrador y comenzó su ritual matutino. Llenar la cafetera de agua. Colocar el filtro. Echar las cucharadas.

—Siéntate, —ordenó Edward. Él dejó su magdalena a un lado y le quitó la lata de café de sus manos... una acción que nunca nadie había hecho y había vivido para contarlo. Sus dedos rozaron su mano, causando que corrientes de electricidad se precipitaran por su brazo—. Yo haré esa tarea.

Ella tragó aire y soltó.

—¿Sabes hacer café?

Sus rasgos se iluminaron con mordaz diversión.

—Los conocimientos que obtuve en otros lejanos planetas, sobrepasan a los de América.

—Tus conocimientos provienen de hace casi un siglo, —advirtió ella.

—Es suficiente.

—¿Entonces sabes lo qué hacer?

—He viajado durante años, pequeño dragón. Puedo lograr preparar una bebida matutina.

Bien, entonces. Sin otra palabra, Bella se dejó caer sobre un taburete, detrás del mostrador. De todos modos, su nueva posición le permitía una mejor vista. Cruzando y descruzando las piernas, observó como los anudados músculos del estómago de Edward se contraían con cada movimiento. Observó la forma en que sus pezones se endurecían por el frío aire de la mañana. Luego lo observó caminar descalzo por el suelo de azulejos y pararse frente al grifo, revelando su desnuda espalda.

Ella jadeó. Para encubrir el sonido, irrumpió en una rápida tos. Dando gracias porque él pareció no haberlo notado, estudió su espalda con más atención. Gruesas y desiguales cicatrices surcaban cada centímetro de su carne. Algunas entrecruzadas, otras solas, pero todas ellas eran marcas de dolor. Ella ya había notado leves señales en su pecho, pero esto… ¿Cuánto había sufrido?

Examinando su espalda con más detalle, notó un pequeño tatuaje sobre la parte superior de su omoplato izquierdo. Un símbolo negro, aparentemente Oriental, absolutamente provocativo y endiabladamente sexy. Otro tatuaje, muy similar al primero, decoraba la curva de su cintura y descendía más abajo, ocultado por sus pantalones.

—¿Qué significan esos símbolos?

Él la miró sobre su hombro.

—Conquistar y destruir.

Muy apropiado.

—¿Te levantas siempre tan temprano? —preguntó él.

Ella desvió su atención de su espalda y echó un vistazo al reloj de la pared. Las seis y media.

—Hoy es día de trabajo. Tengo que madrugar.

—Pero apenas dormiste anoche.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Cómo sabes tú que no me dormí? ¿Entraste en mi habitación?

—No. Te oí a través de la puerta. Los suspiros y los puñetazos a la almohada. —Él echó otro vistazo sobre su hombro, con sus claros ojos de otro mundo, llenos de insinuación sexual—. ¿No te lo dije, pequeño dragón? Sin mí, no serías capaz de dormir.

—Si me escuchaste, quiere decir que tú tampoco conseguiste hacerlo. —¡¡Aja!! Mentalmente, ella se dio palmaditas en la espalda por aquella observación.

—Estoy acostumbrado a no dormir. En Imperia, me quedaba despierto la mayor parte de la noche, disfrutando del libertinaje y la diversión.

Yo debería intentarlo algún día. Cuando las palabras aparecieron en su mente, ella sacudió la cabeza con sorpresa. Tal pensamiento no era propio de ella. Quizás en su interior, su lado salvaje estaba al acecho, esperando liberarse. Además, ¿por qué sentía un cosquilleo siempre que se imaginaba haciendo esas traviesas cosas con Edward? Por supuesto, si alguna vez intentaba eso del libertinaje y la diversión, sería con Jacob, no con Edward.

Mientras el café se hacía, llenando la casa con el suave olor de la cafeína, Edward se sentó a su lado y devoró su magdalena, con el entusiasmo de un hombre que no había comido en mucho tiempo. Cuando terminó, le pidió otra. Y otra. Y otra. Él las acompañó con un gran vaso de leche.

—¿No tienes otra? —preguntó con esperanza, después de tragarse hasta la última migaja de la cuarta magdalena.

—Lo siento. Es todo lo que tengo, —dijo ella—. De todos modos, ¿Cómo puedes comer tanto?

—Pues comiendo.

Ella alzó los ojos al techo.

—¿Qué comías dentro de la caja?

—La magia me sostenía. —Con un feliz suspiro, él se acomodó en su silla—. Ahora puedes sermonearme.

Yo soy la que no está preparada.

—Sí, por supuesto.—Ella se aclaró la garganta—. Necesito que tú... —Espera, así no estaba bien—. Mi vecino... —Así tampoco.

—Lo más probable sea que tu capacidad oratoria te haya abandonado.

El calor quemó sus mejillas.

Y mientras su rubor se hacía más intenso, su diversión también. El humor chispeó en las profundidades de sus ojos, haciéndolos más claros y luminosos, como un océano a la salida del sol.

—Independientemente de lo que haya puesto ese rubor en tus mejillas, has despertado mi curiosidad.

—Es sobre una cita...

—Oh, no. Esto empieza a parecer serio. Si lo que quieres es pedirme una cita, entonces puedes hacerlo. Incluso podría decirte que sí.

Él se burlaba de ella, estaba segura, y eso hizo que se le encresparan los nervios, ya de por sí alterados. Ella quiso regañarlo hasta que le ardieran las orejas pero, en cambio, usó su tono más dulce para decirle.

—Antes de continuar, tomemos café, ¿de acuerdo?

—Una idea magnífica, —dijo él, parodiando su tono demasiado cortés.

Además de ser demasiado atractivo, demasiado perfecto y un maestro sexual, era un graciosillo. Fabuloso.

—Traeré tu bebida al instante. —Él se levantó, se dio la vuelta hacía la cafetera, se detuvo y luego la afrontó de nuevo. Con cara seria, le dijo,

—¿Te he dicho ya lo hermosa que estás esta mañana? Tus labios están rosados y húmedos, tus ojos soñolientos y hueles como los pétalos de gartina.

—¿A qué huelen los pétalos de gartina? —preguntó ella. Por favor, que no diga a queso mohoso.

—Como el roció después de una tormenta.

Oh, Señor. Incluso aunque probablemente le dijera lo mismo a todas las mujeres que poseían la caja, Bella se derritió bajo su encanto. Era la cosa más agradable que alguien le había dicho nunca, y ella saboreó las palabras, sin importarle que él no las pensara en realidad.

—Gracias, —dijo, quebrándosele un poco la voz.

—De nada.

Dándole de nuevo la espalda, él vertió una taza de humeante café. Su boca se hizo agua, pero no por la bebida. Por Edward. Él era pura perfección masculina. Sus músculos eran tan… deliciosos. Su broceada piel se parecía al satén, ondulante en

algunos sitios, lisa en otros. Para un hombre de su tamaño, se movía con gracia y agilidad, logrando parecer tanto angelical como diabólico a la vez.

Y ahora mismo, le pertenecía.

Ella se lamió los labios. Durante un segundo, sólo un segundo, se permitió desnudarlo con la mente. Fuera el cinturón. Abajo los pantalones. ¡Oh, sí! Esa seductora línea de vello negro… esos ondulantes músculos… esa dura erección sufriendo por su toque. Sólo tardó un momento en comprender que, esa enorme y dura erección de su imaginación, realmente estaba allí, estirando sus negros pantalones de cuero.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó él con una oleada de diversión.

Su mirada fija se apartó de su entrepierna y, sin atreverse a mirarlo, la deslizó hasta la ventana.

—Uh, yo sólo estaba...

—¿Admirando la vista?

—Claro que no. Hay reglas en este planeta que deberías conocer. Reglas sobre ser visto en público con una prenda tan...ceñida. Y yo sólo decidía si realmente quiero pedirle una cita a alguien.

Él le ofreció una sonrisa desvergonzada, atractiva.

—Dime, pequeño dragón. ¿Cómo lo quieres?

Ella jadeó.

—No puedo creer que me hayas preguntado eso.

—Es una pregunta completamente inocente. Simplemente pretendo saber cómo quieres que te lo haga. ¿Fuerte? No, creo que no. ¿Suave? —Él le guiñó el ojo—. Tal vez. Sí me lo pides amablemente.

Ella tenía problemas para respirar y se estiró el cuello de su camisa.

—Hablar de sexo en la mesa de la cocina puede estar bien de dónde vienes, pero no aquí.

—Bella, Bella, Bella. Qué mente más calenturienta tienes. Me refería al café. Pero ya que parece ser que te gusta el tema, hablaré de sexo contigo.

—No, gracias. —Café. Él había querido saber cómo tomaba el café, y ella había asumido que quería saber de qué forma hacía el amor con los hombres. Bueno, esto lo confirmaba con total seguridad. Oficialmente su mente residía en los bajos fondos—. Lo tomaré con nata y azúcar, por favor.

Pasaron unos segundos hasta que él colocó una humeante taza de café delante suyo. Agradecida por la distracción, lo agarró rápidamente, sopló, le dio un tentativo

sorbo.....y casi se atragantó. Sus ojos se abrieron y se tragó una tos. Era el peor café que había probado nunca. ¿Había usado el filtro, siquiera? ¡¡¡Agggg!!!

Edward se sentó a su lado y giró su silla para mirarla de frente.

—Ya tienes tu bebida, —dijo él.

—Sí, —le aseguró ella, esperando haber ocultado su aversión. No quería herir sus sentimientos insultando sus habilidades para preparar café—. La tengo.

Él rió entre dientes, y el profundo sonido se vertió sobre ella, tan suavemente como caramelo sobre mantequilla derretida.

—Puedes comenzar tu discurso.

Bella soltó aire lentamente. Había llegado el momento de decidirse. O le pedía a Edward que le enseñara como atraer a Jacob, o se olvidaba del plan totalmente. ¿Era una mujer o una gallina?

Un vistazo a los perfectos rasgos cincelados de Edward y supo la respuesta.

Gallina. Definitivamente gallina.

Lo más probable, es que a su esclavo del placer no lo hubieran rechazado en la vida. No sabría lo que se sentía cuando otros se ríen de él, le insultaban y lo atormentaban todas las horas del día. Ella sí. Ella lo sabía. Sus emociones estaban marcadas por las cicatrices.

—Cuando te dije que primero debíamos tomar café, —le dijo ella—, me refería a la taza entera. —Aunque pensar en beberse todo el contenido de su taza, le hacía estremecerse. Dirigir su propia tienda significaba que no podía permitirse el lujo de pernoctar en el hospital por culpa de una intoxicación alimentaria.

—No deseo esperar, —dijo Edward—. Estoy ansioso por conocer más cosas de esa cita.

—Vale, vale. —Ocultando otro estremecimiento, ella apartó su café—. Tengo algo que preguntarte.

—Eso ya me lo has dicho.

—¿A sí?

—Sí, lo has hecho.

—Bien, aquí va. —Bella revisó por última vez su discurso mentalmente. Puedo hacerlo, pensó justo antes de que un estremecimiento de pánico la sacudiera, haciéndole flaquear en su decisión. Los latidos de su corazón aumentaron; su respiración se volvió jadeante. ¿Era la luz que entraba por la ventana, de pronto, más brillante?—. ¿Te gustan los rollos de canela? —soltó—. ¿No? ¿Y los croissants? Los preparo en un momento.

—No tengo hambre.

—Y un...

—Bella. —Su nombre abandonó sus labios con un suspiro de exasperación.

—Vale. —Concentrando toda su energía en sus siguientes palabras, consiguió atenuar el temblor de su cuerpo. Mantuvo la vista sobre el suelo y se sentó perfectamente recta. Edward llevó su taza a sus labios, y ella sintió la expectación de su mirada. Esperando.

La necesidad de una mujer de ser amada, pensó ella, mirándolo, no es compatible con el orgullo.

—¿Me enseñarás a seducir a mi vecino?

 

AAAAAAAAAAAA  ¿QUE TAL CHICAS?¿QUE CREEN QUE HAGA EDWARD? verdad que esto se esta poniendo cada vez mejor, GRACIAS POR LEERME.

Capítulo 5: EL PLAN. Capítulo 7: TRATO HECHO

 
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