EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69761
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 13: LA ALUMNA SUPERO AL MAESTRO

HOLA AQUI ESTOY OTRA VEZ, MUCHAS GRACIAS POR TODOS SUS COMENTARIOS, NO SABEN COMO ME LEVANTAN EL ANIMO.

 

KIMBERLY, NEMESIS, CARO, JENNI, SPCULLEN, BELLSSWAN.

"GRACIAS CHICAS, SIN SU APOYO YO NO SE QUE HARIA".

 

 

 

REGLA 11: Debes agradecer a tu Amo inmediatamente y con frecuencia cualquier favor o castigo.

Su resolución de mantener a Edward alejado de los Tesoros de Bella se desmoronó.

Ella no quería enviarle de regreso a la caja ni tampoco dejarlo solo en casa. De todos modos, él había protestado vehementemente esas opciones, y sin ganas de escuchar sus quejas y estando desesperadamente falta de sueño —había tenido que escuchar su respiración durante toda la noche mientras su crudo olor masculino la envolvía— ella decidió hacerle feliz.

Así que al día siguiente Bella lo arrastró a trabajar con ella.

¿Y cómo se lo agradeció él? Pues no haciéndole caso en toda la mañana y, encima, rompiendo otro teléfono.

—¿Es qué vas a destruir todos los teléfonos del mundo? —le exigió ella en el momento en que su último cliente se marchó.

Desde su taburete detrás de la caja registradora, Edward la observó con una mirada tipo por qué-no-estás-sobre-tus-rodillas-para-agradecérmelo.

—Preferiría caminar sobre un mar de afiladas dagas que escuchar ese horrible y chillón pitido de nuevo.

Su nariz se arrugó con disgusto.

—¿Destruiste mi teléfono porque simplemente sonó?

Impasible, él se encogió de hombros.

—Es el segundo que has matado.

—De nada.

—No te lo estaba agradeciendo. —Frunciendo el ceño, ella comenzó la limpiar un estante de vistosos jarrones de cristal—. Esto es un negocio. Ahora mis clientes no tendrán ninguna forma de ponerse en contacto conmigo.

—Un motivo de celebración, con total seguridad.

—Los teléfonos no son baratos, ¿sabes?, —se quejó ella. Bueno, no eran tan caros—. Te lo descontaré de tu sueldo.

—Ya que me niego a coger tu dinero, —dijo él, con un tono tan ácido como su humor—, la situación trabaja a mi favor. Y mientras estoy de humor para hablar, explicarme por qué llevas drocs en vez de un vestido nuevo.

—Estos pantalones son nuevos.

—Yo no los escogí.

—La ropa sexy no es apropiada en el trabajo.

La campana encima de la puerta sonó, impidiéndoles continuar. Edward y su ceño cruel fueron olvidados mientras Bella enfocaba su atención en la Sra. Danberry y la pequeña niña de cabello oscuro que sostenía.

—¿Necesitas protección? —preguntó Edward.

Bella le echó un feroz vistazo sobre su hombro.

—No. Por Dios, quédate dónde estás. —Obligando a su cara a relajarse, ella devolvió su atención a su cliente—. ¿Puedo ayudarles?

Con Bella distraída, Edward tiró los pedazos del teléfono a la basura y luego se recostó sobre su taburete, con las manos unidas tras la cabeza. ¿Qué iba a hacer con esta mujer? Todavía no lo sabía.

Este amanecer, ella había saltado de la cama después de un pacífico y tranquilo descanso. Él sabía, exactamente, lo bien que ella había dormido porque había estado en el suelo, sin poder dormir, escuchando su respiración mientras dormía. Varias veces, mientras se preparaban para otro día en la tienda, ella había intentado entablar una conversación hablando del tiempo y de su casa, pero él no le había respondido. La inseguridad todavía lo carcomía.

Él se sentía como si estuviera de pie sobre un precipicio: a veces dispuesto a olvidar su control y disciplina y simplemente disfrutar de ella, y al siguiente deseoso de demostrar que era inmune a las emociones más tiernas. Las dos necesidades guerreaban en su interior, luchando una contra la otra. Con cualquier dirección que tomara, sospechaba que terminaría lamentando el no haber escogido la otra.

Como se alegraría Tanya si conociera su grado de frustración.

Él nunca se había sentido tan indeciso, y ninguna mujer se le había resistido tan rotundamente. ¿Dónde estaban sus legendarias habilidades seductoras con las cuales ninguna mujer podía resistírsele? Él creyó una vez que entendía a las mujeres y, aun así, no dejaba de pensar, una y otra vez, que no estaba preparado para tratar con Bella y su esperanza de conquistar a Jacob el Débil.

Una marea de posesividad se estrelló contra él, azotándolo con la fuerza de una poderosa ola. Quiero disfrutar de ella, admitió finalmente, apretando los puños con tanta fuerza que casi se rompió los huesos, y al diablo con la disciplina. La respuesta fue clara, como si la supiera desde hacía tiempo, incluso aceptado que tenía que ser de esa forma.

Él quería a esta mujer, quería abrazar cada matiz de ella y no reprimir nada de sí mismo. En vez del horror que había previsto ante tal admisión, sintió una extraña especie de paz. Él sería el hombre que soltara la contenida pasión de Bella, que le mostraría lo maravillosos que podían ser los placeres de la carne. Sería él quien saborearía sus reacciones.

No Jacob el Débil.

Aquel idiota no estaba a la altura de ella. Edward lo sabía y, pronto, también Bella.

¿Pero cómo se ganaría a esta mujer obstinada y completamente ilógica?

Quizás todo lo que necesitaba era ser más convincente, una mano apacible que la dirigiera, pensó él, relajándose en el duro asiento de madera. Una sonrisa encorvó sus labios, y cerró los ojos. Él había aprendido, a través de la experiencia, que Bella respondía más favorablemente a las medidas demostrativas. Mmm… ¿cómo podría demostrar la indulgencia sensual?

La anticipación picó en sus dedos y mil posibilidades invadieron su mente. Por Elliea que las intentaría todas.

Bella intentó concentrarse en su cliente. Realmente lo hizo. Pero su atención continuamente se apartaba hacia Edward, todo puro músculo y fuerza masculina. Con sus rasgos relajados y su boca curvada en una media sonrisa, parecía tan dócil, casi infantil y engañosamente inocente. No el maestro sexual que sabía que podía ser.

Una mujer podría hacerse adicta al fuego y al placer que encontraba en sus brazos. Él sabía justo dónde besar, succionar y lamer; simplemente sabía exactamente donde tocar, tanto suavemente como con más fuerza, para alcanzar el máximo placer. Bella intento ocultar sus pezones, ahora duros como guijarros, detrás de una estantería de estatuillas Orientales. Resistírsele resultaba ser cada vez más difícil, pero debía oponerse a su encanto.

Jacob era su primera prioridad. Este lado licencioso que sólo ahora descubría, un lado que se revolvía en su interior y que exigía la liberación cada vez más a menudo, que le exigía que se entregara ya de una vez y experimentara la pasión con Edward, debía de ser ignorado. ¿Qué podría tener con él además de la momentánea pasión? Una vida de inseguridades, eso era todo.

—Ah, es maravilloso, —dijo una voz femenina, interrumpiendo sus pensamientos. La Sra. Danberry sostenía a la niña de una mano, y la pipa de madera en la otra.

—Me alegro de que le guste, —dijo Bella—. En el momento en que lo vi, pensé en usted.

—Oh, no, querida. No la pipa. El hombre. —La Sra. Danberry señaló a Edward con una inclinación de cabeza—. Maravilloso espécimen, realmente. Es un solomillo de primera calidad. Nada que ver con mi Weston. No, Weston es más bien tofu. Una imitación barata. También me gusta la pipa, por supuesto. Es encantadora. —La niña tiró de su mano.—No te alejes de mí, Shonna, y no toques nada. Mi nieta Shonna, ¿sabe?—le dijo a Bella—. Este querido ángel es la luz de mi vida.

—Puedo ver por qué, —contestó Bella—. Es preciosa.

—Gracias. —La Sra. Danberry giró su atención al tubo—. Debo tenerlo en mi colección. Pero usted ya lo sabía, ¿verdad?

Bella rió y miró fijamente a la niña que parecía tan tímida mientras estaba en silencio, allí de pie, al lado de su abuela.

—¿Puedo darle a Shonna una piruleta?

—Oh, sí, desde luego, —le llegó una distraída respuesta.

Arrodillándose, Bella le dijo con su tono más apacible,

—¡Hola! Me encanta tu vestido. Es muy bonito.

Los grandes ojos azules de Shonna se ensancharon, y ella cambió su peso de un florido zapato al otro.

—¿Quieres una piruleta? Tengo de chocolate, de fresa, de algodón de azúcar y de sabor tropical.

La niña pegó dos dedos a su boca, echó un vistazo a su abuela, que cabeceó de modo alentador, y luego miró a Bella asintiendo también con la cabeza.

—Puedes escoger el sabor que quieras. —Bella cogió su pequeña y delicada mano y la condujo a la caja registradora donde guardaba un frasco de cristal lleno de caramelos. Shonna escudriñó cada uno, y pronto los mechones color medianoche de su pelo cayeron sobre sus mejillas.

Con su cabello, ella podría pasar fácilmente por hija de Edward.

Por un espacio de tiempo indeterminado, Bella se olvidó de respirar mientras una oleada de deseos la inundó. ¿Cómo sería tener al bebé de Edward? ¿Convertirse en su esposa? Su mente fácilmente suministró la respuesta a ambas preguntas: divino. Un débil gemido creció en su garganta mientras su mente formulaba dos preguntas más: ¿Qué tipo de mujer podría hacerle olvidar su aversión a enamorarse y ganarse su corazón?

¿Y sería tan malo enamorarse de Edward?

Su estómago se contrajo lenta y dolorosamente cuando comparó las ventajas contra las desventajas. ¿Malo? Oh, no. Aquella palabra ni se acercaba a la descripción de dicho acontecimiento. ¿Terrible? Cerca. ¿Desastroso? Sin lugar a dudas. Una relación con él estaba condenada al fracaso y a dejar un rastro de dolor... su dolor... en su estela.

—Tengo pipi, Abuela, —gritó Shonna de repente, el agudo poder de sus pulmones resonando desde el suelo hasta el techo.

La Sra. Danberry le envió una suplicante mirada a Bella.

—¿Puede usar su lavabo, querida?

—Lo siento, pero todavía está roto. —Ella iba a pulverizar a su casero, al avaro idiota. Aunque podría poner a Edward a jugar al manitas... si él supiera que herramientas utilizar. Pero probablemente no lo sabía, los conocimientos Arcadian no serían tan avanzados—. Hay uno aquí al lado.

—Oh, gracias. Bueno, mejor nos apresuramos. Shonna acaba de dejar los pañales, ya sabe. —La Sra. Danberry pagó por la pipa y empujó a su nieta hacia la puerta—. Ya la veré pronto, querida, —dijo ella, agitada—. Dele usted un beso travieso a ese hombre tan sexy de mi parte. —Con aquellas últimas palabras de despedida, desapareció por la puerta.

Bella se encontró de nuevo a solas con Edward. Y otra vez se encontró con que su cuerpo se animaba con la excitación. Hora de terminar sus lecciones. Antes de arrepentirse de su resolución, ella cuadró los hombros y se dirigió hacia la silla de Edward.

—Edward, —dijo, su determinación una presión tangible dentro de su pecho.

Lentamente sus párpados se abrieron, y ella se encontró hundiéndose en las profundidades de sus claros ojos violetas.

—¿Sí?, —dijo él, su voz rasposa, sexy.

—Estoy lista para aprender a coquetear. —Las palabras se precipitaron de su boca—. ¿Me enseñarás?

—Sí, te enseñaré el licencioso juego —dijo él. Entonces murmuró algo que sospechosamente sonó como—. Casi me lo pones demasiado fácil, dulce.

¿Demasiado fácil para qué? En cambio, ella preguntó,

—¿Está listo para comenzar? —Mejor terminar esto cuanto antes. Oh, por favor. ¿A quién intentas engañar, Bella Swan? La anticipación tarareada justo debajo de su piel. Anticipación por su atención, por su beso, por su toque… y por el de ningún otro.

Él la estudió atentamente, como si pudiera ver su interior, como si viera más de ella que cualquier otra persona que conociera.

—¿Quieres empezar aquí? ¿Ahora?

—Ahora. —Confirmó ella.

Él se levantó, con su cara de repente desprovista de emoción. La ausencia de sentimiento que reflejaba le otorgaba un aura de misteriosa y peligrosa resolución. Él apoyó una cadera contra el mostrado y la camiseta blanca que llevaba marcó sus bíceps, perfilando cada músculo, y sus desteñidos vaqueros bajaron sobre su cintura, con el botón superior desabrochado. Su mirada la recorrió entera.

—Necesitas un vestido para lo que tengo en mente, —dijo él.

Una marea de inquietud atravesó su mente.

—Tengo una falda en la trastienda. —Ella siempre guardaba una muda de ropa para casos de emergencia—. Pero no me cambiaré.

Sus cejas se alzaron en desafío.

—Como soy responsable de la lección, harás lo que te diga, y digo que te cambies.

—Está bien. —Ella lanzó las manos al aire. ¿Por qué se molestaba en discutir con él? Él siempre ganaba—. Te encontraré en mi oficina cuando termine.

—Si necesitas mi ayuda, simplemente llama.

—Sí, seguro, —dijo ella secamente mientras recordaba su afición a espiarla, así que cerró la puerta del almacén antes de desnudarse. Incluso aunque sospechaba una jugada sucia por parte de Edward, se enfundó la simple falda marrón que le llegaba hasta los tobillos—. Mejor que no intentes nada gracioso, —le dijo mientras entraba en la pequeña oficina. Las luces estaban medio apagadas—. Esto no es un juego. La coquetería es un asunto serio.

Observándola, completamente tranquilo, él se reclinó en la silla giratoria que había detrás del escritorio y frunció el ceño.

—Me tomo mi papel de educador muy en serio, pequeño dragón.

—Entonces deberías saber que aprendo más rápido con las lecciones orales.

—Sí, me gusta muchísimo tu idea de la educación oral. —Dos dedos acariciaron la lisa piel de su mandíbula, con una expresión pensativa—. ¿Cómo haremos esto?

—Nosotros...

—Ah-ah-ah, Bella. —Él se inclinó hacia adelante. Las sombras velaron sus rasgos, aunque un solo haz de luz de la lámpara le iluminó los ojos—. Como soy el profesor, la respuesta la decido yo.

Ella le dio un sarcástico saludo estilo militar.

—Sí, señor

Esto le ganó otro alzamiento de cejas.

—Te observaré andar.

—¿Qué? —La decepción sonó alta en su tono—. ¿Así es cómo vas a enseñarme a coquetear? ¿ Mirando cómo me paseo?

—Sí. Hay muchas formas de atraer a un hombre, y un contoneo apropiado es una de ellas.

—Ah. —De manera extraña, eso tuvo sentido—. Muy bien, entonces. —Concentrada en cada paso, ella caminó a zancadas por delante de él, giró, y luego

volvió sobre sus pasos. Cuando terminó, él estaba sentado sobre el borde del escritorio, sacudiendo la cabeza.

—No estoy exactamente seguro de si estabas andando o marchando al ritmo de un tambor de guerra. Inténtalo otra vez. Más despacio esta vez, y mientras avanzas, menea las caderas.

—Bien. —Atenta a sus instrucciones, ella se deslizó, exagerando y balanceándose con efecto. Cuando el talón de un zapato golpeó el dedo del pie del otro, Bella se lanzó hacia adelante, con la cara primero. Ella aterrizó en un montón en el suelo.

Sus tobillos no sobrevivieron.

Ni su orgullo.

Edward pronunció un sufrido suspiro.

—Tal vez deberíamos perfeccionar tu paso más tarde, —dijo él.

Mortificada, se masajeó los pies y maldijo a sus tobillos palpitantes.

—Jamás podré andar de nuevo.

—Tampoco exageres. Con algo más de entrenamiento, tus caderas tendrán un contoneo seductor cuya llamada ningún hombre podrá resistir.

—¿De verdad?

—De verdad. —Edward ocultó su diversión tras su mano. Excepto por la caída, Bella había dado su último paseo como una auténtica seductora.

Sin embargo, él planeaba hacer durar esta lección durante días, semanas, meses si era necesario, y hasta entonces él no le confesaría su encanto femenino.

—Aunque por ahora, le daremos tiempo a tus rodillas para curarse.

Él se puso de pie y rodeó el escritorio. Cuando alcanzó a Bella, cerró sus manos bajo sus brazos y la levantó. Más y más alto.

—¿Qué haces? —jadeó ella, con sus pies colgando unos buenos metros del suelo.

Él no le ofreció ninguna explicación, simplemente colocó sus nalgas sobre el borde del escritorio, consiguiendo que los amontonados papeles llovieran hasta la alfombra. Sin hacer una pausa, él deslizó su falda sobre sus rodillas, por encima de sus muslos, revelando la cremosa longitud de sus piernas. Él le echó un vistazo a su nueva posición y luego sonrió.

—Mucho mejor.

—Para ti, tal vez. —Atrapada en el lugar como estaba, Bella se sintió desvalida, vulnerable y excitada. Una permanente sensación que experimentaba siempre que Edward estaba cerca, comenzó a comprender—. ¿Debería coger apuntes o algo?

—No. Recordarás todo lo que te enseñe.

—Pero y si...

—Suficiente. —Él esperó a que sus labios se cerraron antes de continuar—. Gracias a nuestro acuerdo, estoy en mi derecho de darte órdenes y tu obligación es aceptarlas. —A él le gustaba recordarle ese hecho—. Lo recordarás.

—Bueno...

Rápido como el rayo, él cubrió su boca con la mano.

—Ningún sermón a no ser que primero te hayas ganado mi permiso. ¿Entendido?

—Está bien, —le llegó una apagada respuesta. Ya que él había pasado los últimos mil años obedeciendo órdenes, Bella se imaginó que estaba deseoso de dar unas cuantas. Aunque no le importaba, después de todo, hacía esto para ayudarla.

—Comencemos de nuevo. —Con un satisfecho asentimiento él quitó su palma—. Agita las pestañas para mí.

—¿Agitar las pestañas? Las mujeres, en realidad, ya no hacen eso ¿no?

Un suspiro exasperado separó sus labios.

—Como te dije antes, la tentación es más que simples palabras. Debes usar cada parte de tu cuerpo. Ahora agítalas.

Ella hizo como le ordenó.

Él sacudió su cabeza y frunció el ceño.

—Basta de juegos, pequeño dragón. ¿Cómo puedo enseñarte si te niegas a cooperar?

Insultada, ella se encendió,

—No juego. Este es el mejor y maldito aleteo que puedo dar.

—¡Hmmm!. —Durante mucho tiempo sus dedos acariciaron su mandíbula—. Entonces tenemos mucho por hacer.

Ella gimió y se mordisqueó el labio inferior con los dientes.

—¿Cuánto tiempo llevará esto?

—Muchos ciclos, quizás, —dijo él, su lavanda mirada oscureciéndose—. O tal vez incluso una estación completa.

¿Muchos meses, quizás hasta un año entero, de intensas prácticas de coquetería con Edward? ¿Podrían sus nervios soportarlo?

¡No!

Lo que significaba que tendría que trabajar más duro. Así que pasó la siguiente hora practicando diligentemente su agitación de pestañas. Y habría sido una lección bastante inocente si Edward no hubiera mantenido sus dedos en sus muslos.

Siempre que un cliente entró, ella tuvo que empujarlo para apartarlo, saltar al suelo y aparentar ser una responsable mujer de negocios, lo que quería decir bajar la falda de su cintura y borrar la lujuria de sus ojos. Lo cual sólo aumentaba la anticipación por continuar con la lección. En el instante en que ella y Edward se quedaban solos de nuevo, ella siempre saltaba de regreso a la mesa, impaciente por continuar por donde lo habían dejado. Con vagar de manos y todo.

Finalmente Edward consideró su aleteo aceptable y siguió adelante.

—Después, trabajaremos en tu sonrisa “ven aquí”.

—Excelente. —Una sonrisa seductora era algo que toda mujer necesitaba tener en su arsenal caza-hombres. ¿Cómo podría ella atraer a un hombre como Jacob si no podía sonreír correctamente?—. ¿Qué debo hacer?

—Debes sonreír, desde luego.

Bien.

—¿Así? —Las esquinas de su boca se levantaron ampliamente.

—No, no, no. Con los labios cerraron. —Con manos suaves, él movió sus dedos para formar una media sonrisa en sus labios. El calor de las yemas de sus dedos envió corrientes de necesidad por todo su sistema nervioso—. Mucho mejor. Ahora, usa sólo la expresión de tu cara, hazme creer que deseas lamer mi cuerpo entero.

¡No debería ser un problema ya que el deseo de hacer eso exactamente la bombardeó de repente! Que fácil era imaginarse a Edward desnudo bajo sábanas de seda. La piel caliente, húmeda, a la luz nebulosa de una vela. Con música suave y lírica. Su cuerpo moviéndose poco a poco sobre él, y su lengua y dientes raspando contra su piel.

Edward observó los ojos de Bella oscurecerse con ensueño y los bordes de su boca ablandarse por el deseo. Un duro nudo se formó detrás de su garganta y tragó aire.

—Es suficiente. —Su voz surgió ronca, entrecortada. Cuando ella no cambió de expresión, ordenó—. Parpadea, maldita sea, parpadea.

Bella parpadeó y la nube de deseo que la rodea se esfumó.

—Vamos a continuar con algo un poco más fácil, —refunfuñó él después del aclarar su garganta—. He decidido que la expresión sensual no es para principiantes.

—¿Lo hice mal? —preguntó ella, su tono destilando decepción—. Dame otra oportunidad, Edward. Por favor. Puedo hacerlo. Sé que puedo.

—No. —Si ella volvía a mirarlo así otra vez, la desnudaría y la tomaría aquí y ahora, y al infierno con sus clientes—. Practicarás la expresión tú sola. Ahora estudiaremos la conversación erótica. Cierra tu mente a todo lo demás y piensa en lo que le dirías al hombre que deseas. Un hombre que deseas en tu cama.

—Yo, uh, nunca he tenido una auténtica cita, así que no estoy segura de lo que sería adecuado.

—Me alegro que no hayas practicado con otros. Sus torpes enseñanzas sólo obstaculizarían tu progreso. —Él acarició con cuidado su mejilla con los dedos, tiernamente—. No te preocupes. Lo haremos paso a paso.

—Paso a paso, —estuvo ella de acuerdo. El calor cosquilleaba de forma ardiente en el lugar exacto en que la tocó. Él tenía manos grandes, pensó ella, manos capaces de destruir todo lo que se pusiera en su camino. Y aún así la trató con infinito cuidado, manteniendo su auténtica fuerza firmemente controlada.

—Finjamos por un momento que intentas seducirme, —dijo él.

Espasmos nerviosos retorcieron su estómago, y por un momento, su lengua se espesó, haciendo cualquier discurso, sobre todo erótico, imposible. Ella tragó aire.

—No estoy segura...

Él la cortó.

—Haremos esto a mi manera, Bella.

—A tú manera. —Ella no se molestó en explicarle que sus palabras le recordaban su deseo primitivo y prohibido de hacer exactamente lo que él decía y seducirlo. O que el aire a su alrededor, de pronto, parecía sofocante y ligeramente perfumado de excitación. O del deseo que se reunía entre sus piernas, y que en su mente se imaginaba que su cuerpo se hundía sobre él, mirando como sus hipnóticos ojos violetas se oscurecían de pasión mientras ella lo montaba.

Edward inspiró un áspero aliento.

—Cesarás con esto inmediatamente, —ladró él.

Su fiereza la sorprendió, y ella volvió a la realidad con un jadeo.

—¿Qué? ¿Qué hice?

—Tenías otra expresión erótica. Recuerdo haberte prohibido expresamente que lo hicieras en mi presencia.

—Lo siento, —dijo ella. En este momento, ella era sumamente consciente de sus endurecidos pezones, de la dolorosa excitación que recorría sus venas, y la forma en que su piel se sentía demasiado apretada contra sus huesos. Irritada de repente con él... y con ella... le sacó la lengua.

—Cuidado, pequeño dragón, o yo podría aceptar tu oferta y succionar esa lengua tuya en mi boca. —Con los ojos brillando por el calor, el se dio golpecitos en su barbilla con un dedo—. Así que. ¿Deseas seducirme, o no?

Lección peligrosa, se lamentó ella, tragándose y encerrando su crudo deseo.

—Sí, deseo seducirte.

Él asintió, sonriendo.

—Admitir tu deseo es el primer paso.

—¿Y el segundo?

—Pensar en las palabras que incitan el hambre sexual. Palabra como erección, pechos, éxtasis y dicha.

Una marea de éxtasis y dicha siguieron a sus palabras, junto a las imágenes de sus manos sobre sus pechos, y las suyas propias sobre su erección. Ella tuvo problemas para respirar.

—¿Y qué hago con esas palabras?

—Úsalas. Es el tercer paso. Puedes comenzar.

—¡Espera!

—Si tienes éxito, practicaremos el flirteo después. —Satisfecho y muy seguro de su fracaso, él cruzó los brazos sobre su pecho—. Si no, comenzaremos de nuevo mañana. ¿Estás preparada para el desafío?

—Creo que sí, —mintió ella.

—¿Entonces qué es lo primero que dirás para atrapar mi atención?

— Yo, bueno, yo…

—Mal.

—¿Te quiero?

—Mejor. —Él le dio una sonrisa derrite-huesos de aprobación—. ¿Qué más?

—¿Me haces sentir caliente?

—¿Y?

Como él pensaba que sus palabras eran fingidas, se sintió revestida de libertad, deshaciendo sus reservas y erradicando todo sentimiento de cohibición. Ella lo miró fijamente a los ojos, buscando su alma.

—Me vuelves loca siempre que entras a una habitación. Haces que mi pulso lata y que mi cuerpo tiemble. Te diría que eres sensible, compasivo y apacible, que me siento a salvo cuando estoy contigo. Te diría que te necesito más de lo que necesito respirar...............

 

¿QUE TAL?, ESTO SE ESTA CALENTANDO Y SE ESTA PONIENDO CADA VEZ MEJOR ¿NO CREEN?...

GRACIAS POR SUS VISITAS Y SUS VOTOS PERO AUN MAS A LAS LAS CHICAS QUE ME COMENTAN

Capítulo 12: INICIAN LECCIONES Capítulo 14: RENEGOCIANDO.

 
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