EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69758
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 3: INTENTANDO.

REGLA 2: Independientemente de tus sentimientos personales, tu Amo debe ser tratado con respeto

El lunes por la mañana Bella abrió su tienda treinta minutos tarde... por primera vez, ya que ella solía llegar una hora antes. ¿El problema? Se había dormido. Toda la culpa recayó sobre los deliciosos, apetitoso y completamente lamibles hombros, besados por el sol, del Sr. Cuerpo Medio-Desnudo, desde luego.

Durante toda la noche había tenido sueños vivos y muy realistas donde él le daba placer a su cuerpo, tocándola, acariciándola. Alcanzando el orgasmo. ¡Varias veces! Cuando su despertador estalló en un pitido chillón, simplemente había estado demasiado cansada para levantarse.

Al menos había estado sonriendo.

Ya no lo hacía.

Con sus pensamientos fijos en el Sr. Cuerpo, había arañado una antigua silla Victoriana de nogal, disminuyendo su valor en al menos en cien dólares. Después, había dejado caer un florero de los años 50, rompiendo el precioso cristal en mil pedazos diminutos...otros trescientos dólares a la basura. Pero lo mejor de todo, había pisado un montón de caca de perro a la hora del almuerzo. Ahora, aunque había limpiado su zapato, el olor de abono de cachorro la seguía a todas partes.

Bella soltó un suspiro. Necesitaba algo que mantuviera su mente distraída de este, cada vez, más horroroso día.

Como si alguien escuchara su silenciosa súplica, un misterioso silbido llegó desde la trastienda y saludó a sus oídos.

—No, no, no, —refunfuñó. Con una mueca, masajeó sus sienes para alejar el repentino dolor. Las tuberías del cuarto de baño de la tienda se habían roto de nuevo. Ella casi pataleó con fuerza. Esta no era la clase de distracción que quería. Sin otra opción, cogió el teléfono y marcó en el número de su casero. Después del tercer toque, una brusca y áspera voz contestó.

—¡Hola!

—Hola, Sr. Schetfield. Soy Bella Swan. Le llamo para saber si ha contratado a alguien que arreglara la fontanería aquí, en la tienda.

—¿La fontanería se rompió? —Una corriente de aire crujió sobre la línea, y ella se lo imaginó fumando uno de sus cigarros—. ¿Cuándo pasó eso?

Aspira profundamente y espira. Permanece tranquila. Intenta olvidar que lo llamaste tres veces la semana pasada para hablar de este problema. Podría ser peor, Bella. Podrías imaginarte el delicioso ombligo del Sr. Cuerpo y ese vello negro que se sumerge…

Argh.

—El váter no echa agua, —le recordó a su propietario—. La pica salta cuando le da la gana, y las tuberías hacen aquel ruido otra vez. Tiene que hacer algo, Sr.

Schetfield. Y pronto. —Ella se pellizcó el puente de la nariz, imaginándose otra semana cerrando la tienda para ir al establecimiento de al lado siempre que tuviera que hacer pis.

Situado en una zona principal, rodeada de restaurantes y pequeñas tiendas de moda, pagaba un alquiler desorbitado. Una cantidad desorbitada que no le importaba pagar porque le gustaba el viejo edificio estilo mexicano. Es más, esperaba ampliar pronto el negocio, y aquí había suficiente espacio para hacerlo. Pero la avaricia del Sr. Schetfield la empujaba al borde de su tolerancia.

—Me encargaré del problema, —dijo él—. No se preocupe.

Ya que era exactamente lo que le había dicho la última vez que ella llamó, Bella no esperaba que dijera la verdad.

—¿Por qué no me dice lo que está dispuesto a gastar? Llamaré a un fontanero y me aseguraré que no exceda sus límites.

—No. No se moleste. —La voz ronca del anciano se elevó a un nivel más alto—. Quiero que mi hijo, Morgan, haga el trabajo. Un buen muchacho, mi Morgan.

—Bien. —suspiró ella—. Por favor llámeme por la mañana y... —la campana sobre la puerta tocó, señalando la llegada de un cliente. Bella se apresuró a terminar la conversación—. Solo avíseme a qué hora llegará Morgan, ¿de acuerdo?

—Lo haré.

La conexión se cortó. Ella devolvió el teléfono a su horquilla y caminó deprisa hacia la tienda. Un hombre alto de mirada agradable y vestido con traje y corbata, estaba de pie en la entrada, expresando desconcierto en su cara.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarle? —preguntó Bella, llamando su atención.

—Sí. Sí, lo hay. —sonrió aliviado—. Le va a parecer extraño, pero busco un asno de cristal. Mi madre los colecciona, y su cumpleaños es mañana.

—¿Alguna preferencia en el color? ¿O en la forma?

La sorpresa agrandó sus ojos y él sacudió la cabeza.

—No. Compraré el que tenga. He ido a seis anticuarios diferentes. Usted es mi última esperanza.

—Tengo dos, —dijo ella, con evidente orgullo—. ¿Prefiere su madre el cristal soplado o grabado?

—No estoy seguro. —Él se pasó la lengua por los dientes—. ¿Por qué no compro ambos?

—Una opción excelente. —En el centro de la tienda, Bella se subió a un taburete gris y rebuscó en una estantería los artículos deseados. Unos segundos más tarde, el

tintineo del timbre sonó otra vez. Ella echó un vistazo sobre su hombro y sonrió calurosamente cuando vio quien había llegado—. Buena días, Sra. Danberry.

—Buenos días, querida. —La Sra. Danberry, una clienta regular de los Tesoros de Bella, dio una palmadita a sus característicos —rizos de anciana—. Inmediatamente los elásticos y plateados rizos regresaron a su lugar—. Vine para ver si tienes algo nuevo.

—Ayer adquirí una pipa de madera que creo que le gustará. La tendré lista para mostrársela en unos días.

—Oh, maravilloso. Aún así echaré una ojeada, podría haberme saltado alguna cosa la última vez que entré.

—Desde luego. —Continuando sonriendo ampliamente, Bella devolvió su atención al estante. Cuando encontró lo que necesitaba, levantó los asnos de sus perchas y los bajó al suelo—. Aquí están, —dijo ella, dándole ambos objetos al hombre—. ¿Es lo que tenía en mente?

Él sostenía cada uno en una mano diferente. Después de estudiarlos, soltó un aliento satisfecho.

—Sí, lo son. Son perfectos, en realidad.

—El primero es un modelo del siglo diecisiete hecho de...

—No hay necesidad de explicar nada, —lanzó él—. Me los quedo. Me ha salvado de una conferencia sobre la responsabilidad de un hijo hacía su familia.

Una risita cosquilleó en su garganta.

—Me alegro de haberle sido de ayuda.

Él inclinó su barbilla y tardó en hablar de nuevo. Se aclaró la garganta.

—Sabe, tiene unos ojos muy bonitos.

Sus palabras, aunque inocentes, hicieron que su lengua se espesara; una sensación familiar que siempre tenía cada vez que hablaba con la especie masculina sobre algo que fuera remotamente coqueto. Ella perdió rápidamente su buen humor.

—Uh, yo…uh...gracias. Usted, también. —Después de eso, la conversación se hizo imposible. Ella lo intentó de todos modos, emitiendo otro —uh— y dos gruñidos.

—¿Está usted bien? —él preguntó, preocupado.

Sus mejillas enrojecieron. Ella asintió, aunque lo que realmente quería hacer era escapar y esconderse. La admiración se borró lentamente de su cara. La miró de forma extraña, pagó por sus asnos y se marchó sin otra palabra.

—Realmente deberías trabajar tu técnica, querida, —dijo la Sra. Danberry, caminando hacía la caja—. Él podría haberte pedido una cita.

Bella cerró los ojos con fuerza y se cubrió la cara con las manos. ¿Era demasiado pedirle a Dios que la abatiera con un rayo?

Esa noche, Bella se sacudió y dio vueltas en su suave y confortable colchón. Cuando por fin se durmió, soñó de nuevo con que el Sr. Medio-Desnudo la tocaba y la besaba. Sus cuerpos desnudos y sudorosos se enredaban juntos con la pasión. Ella perdió la cuenta de cuantos—Oh, Dioses—había pronunciado.

¿Por qué se negaba su amante de ensueño a dejar su mente? ¿Y por qué estaba todavía ella en la cama, permitiéndole deslizar aquellas fantasmales manos sobre sus pezones, bajar por su estómago y resbalarse dentro de sus bragas? Rodeándola, acariciándola, hundiendo un dedo profundamente en su interior. Luego dos más—Oh Dioses, —Bella frunció el ceño y se levantó con movimientos torpes y fatigados, apartando el pesado cobertor color crema que cubría su cama. Necesitaba hacer algo, algo que fuera total y completamente desagradable.

¡Sus impuestos! Sí, eso era. Ella se dirigió a su oficina, agarró los libros y los llevó a la cocina, donde había más espacio para trabajar. Se sentó de golpe en la silla más cercana, un brocado banco del siglo dieciocho que había adquirido en una subasta hacía varios años.

Cinco minutos más tarde, apartó de un empujón los libros con un gruñido. Estaba cansada, irritable, y todavía despierta... y los números danzaban juntos. Necesitaba hacer otra cosa.

Ya que sus recientes adquisiciones todavía estaban esparcidas por la mesa, recogió el joyero. Ella nunca había descubierto lo que había en el interior, ¿no?, así que trató de apretar el pestillo de la tapa, pero sus dedos temblaron y rechazaron entrar en contacto. Frunciendo el ceño, lo intentó de nuevo. Una vez más, los temblores la pararon. ¿Cuál era el problema? No era como si el Sr. Medio-Desnudo y su espada pudieran aparecer otra vez.

Piensas en él de nuevo, le reprendió su mente.

—Por Dios, —refunfuñó, apretando el botón—. Esto es ridículo.

Las luces parpadearon por todas las partes de la casa. La niebla púrpura se elevó y un embriagador olor a masculinidad la rodeó. Esta vez, Bella no se levantó de un salto, no dejó caer con fuerza la caja sobre la tallada madera. Simplemente se mordió el labio inferior, observando fijamente con los ojos muy abiertos como el Sr. Medio-Desnudo realmente, de verdad, aparecía. Él todavía estaba medio vestido y todavía llevaba la espada.

—Oh, Dios mío. —Y no era del tipo agradable Oh-Dios-Mío-esto-se-siente-maravilloso que había invadido sus sueños. Si no del tipo malo Oh-Dio-Mío-que-diablos-está-pasando. Bella tragó aire—. Tengo una pesadilla. Eso es todo.

Ella se frotó la cara con las manos, parpadeó y sacudió la cabeza, creyendo que la magnífica criatura desaparecería cuando reenfocara la vista.

Su extraordinaria imagen ni siquiera vaciló.

Él no es real, recitó mentalmente, levantándose lentamente. No es real, no es de verdad, no es de verdad. Paso a paso, insegura, se acercó a la aparición perturbadoramente salvaje. Él llevaba una expresión Acabemos-con-esto… y no mucho más. Solo aquellos pantalones. Y aquella espada. Despacio, temblando, ella extendió la mano y empujó su pecho una vez, dos veces. El calor de su piel la quemó ambas veces, y finalmente se retiró, con la mandíbula floja.

No eran imaginaciones. No era un sueño.

¿Qué hombre podía aparecer y desaparecer en solo un segundo? ¿Qué hombre...? ¿Era humano? ¿Podría ser un genio? Ayer juró que podía hacer realidad todos mis deseos.

No, pensó ella. No era posible. Los genios eran un mito.

¿Pero y si los genios, de hecho, existieran de verdad? El pensamiento continuó rondando su mente, golpeando contra sus creencias. Su hermana, una arqueóloga sumamente respetada, ¿no decía a menudo que había un poco de verdad en todos los cuento?

Había sólo un modo de averiguarlo.

—Vete, —le susurró—. Vete ahora mismo.

Su semblante se frunció con ceño y desapareció en una nube de humo.

Tres minutos pasaron, luego cuatro. El único sonido era el tictac del reloj, y cada sonido golpeaba en sus oídos como un tambor de guerra. Cuando ella sintió que había transcurrido el tiempo suficiente, respiró un profundo aliento, extendido la mano y apretó el botón otra vez. Igual que antes, las luces parpadearon. La niebla púrpura estalló y la fragancia limpia, única del Sr. Medio-Desnudo invadió su nariz.

Entonces, de pronto, él la miraba con el ceño fruncido y con sus ojos violetas iluminados con la irritación..

—¿Qué deseas ahora, pequeño dragón? Estas tonterías del ir y venir deben cesar.

Un genio, pensó ella, intimidada. No podía negar su existencia y ni siquiera estaba segura del porque quería hacerlo. Él era un espécimen exquisito de virilidad. Tan exquisito, de hecho, que no se sorprendería si él tuviera grabado, en alguna parte, un sello que pusiera pura carne de ternera, cien por cien.

Reuniendo coraje, ella habló.

—Bienvenido a mi casa, genio.

Sus cejas se juntaron con confusión, y en ese momento, el no pareció tan amenazador.

—Soy un hombre. Un guerrero.

Ella hizo una pausa.

—Pero tienes poderes mágicos.

—Sólo en el arte de la seducción.

—¿Entonces no concedes deseos?

—No. No lo hago.

—Ah. —Sus hombros se hundieron con decepción—. ¿Qué haces exactamente?

—Eso ya te lo he dicho antes. Entretengo, converso y protejo. Pero lo principal es que suministro al cuerpo femenino –a tu cuerpo- una dicha indecible.

Él podría haber estado limándose las uñas ante el entusiasmo de su voz. De todos modos, la tranquila admisión del hombre de que podía....podía... Su lengua comenzó a sentirse pesada, anticipando la conversación. Este hombre, este no-genio, no se sentía atraído hacía ella, se recordó a sí misma. Él no le había pedido una cita. Lo más probable que éste peligroso y hermoso macho la encontrara poco atractiva. Incluso repulsiva. Aquel pensamiento alivió su incomodidad, haciendo que su lengua se sintiera normal de nuevo, pero un dolor hueco cobró vida en su pecho.

Ella lo estudió. Él parecía capaz de cualquier cosa, de todo en absoluto, y ella se preguntó cuales serían sus limitaciones.

—¿Entonces si digo que quiero que limpies el lavabo, lo harás?

—¿Lavabo?

—Servicio. Cuarto de baño. Aseo.

—Sí, he limpiado muchos de esos.

Ella quiso reírse ante su expresión disgustada, pero la espada atada a una correa en su cintura la mantuvo callada. Seguramente él no tenía que obedecer todos sus caprichos.

—¿Y si lo que quiero es que pulas el suelo de rodillas? ¿O qué quites el polvo de todas mis antigüedades con la lengua? ¿O… que te comas una tarta quemada porque me pasé una hora cociéndola en el horno?

—Si esas cosas te causan placer, —dijo él, con un destello salvaje en sus mágicos ojos—, será el mío hacerlos.

Sus palabras la sorprendieron y debieron de haberla hecho feliz, pero de pronto la compasión por él abrumó a Bella, siempre sometido a los placeres de otras. Otros hombres probablemente soñaban con disfrutar de tales circunstancias. Ser un objeto sexual. Pero no este hombre. Él estaba tenso y cortante, con el auto aborrecimiento irradiando de la dura postura de su cuerpo.

El silencio llenó la habitación durante mucho tiempo.

Bella no sabía que decir, no sabía que decirle para que la situación fuera más soportable para él. Se sintió bombardeada por la culpa al sugerir que él hiciera todas aquellas cosas horribles por ella. Bueno, no más. Realmente, ¿para qué necesitaba ella un esclavo? Para nada. Ella disfrutaba limpiando su casa, cocinando sus propias comidas -no tartas quemadas- y no le gustaba que otros tocaran sus antigüedades, a no ser que planearan comprarlas.

Ella no trataría a este hombre como un esclavo. Él era un ser humano y se merecía más. Lo trataría como al hermano mayor que siempre quiso tener.

Admítelo, Bella. Simplemente no tienes el suficiente coraje como para tomar lo que realmente te ofrece.

Ella inspiró.

—¿Cómo te llamas?

—La mayoría me llaman Esclavo de Placer, o simplemente Esclavo.

¿Esclavo de Placer?

—No te llamaré así. —El nombre era demasiado erótico, demasiado sexual—. ¿Tiene otro nombre que no tenga nada que ver con el dormitorio? Como John o Phil.

Una pausa, luego,

—Edward.

—Edward, —repitió ella, gustándole como sonaba. Eso la satisfizo, era tanto sensual como único—. Te llamaré así

—Si es tu deseo. —Él le dedicó una lenta y calmada sonrisa que sostenía una indirecta de auténtica apreciación.

Su corazón golpeó a mayor velocidad y casi se tambaleó ante aquella sonrisa de no-tomar-prisioneros. ¡Por Dios!, el hombre debería posar para una portada del GQ. Bella echó un vistazo a su espada. Bueno, olvídate del GQ. Él pertenecía a la primera página de Bárbaros Hunky.

—Escucharé tu nombre, pequeño dragón.

La molestia substituyó a la admiración y la devolvió rápidamente a la Tierra.

Puedes dejar de referirte a mí como un diminuto lagarto que expulsa fuego. No soy tan poco atractiva. Y para tu información, no soy bajita. Soy normal. Lo que pasa es que tú eres demasiado alto.

Sus labios se estiraron, y sus ojos cambiaron del lavanda al más puro azul.

—Entonces lo repito...Escucharé tu nombre.

—Llámame Bella, —contestó ella de mala gana—. O Bells, si prefieres.

—Lo recordaré. —Él unió sus manos detrás de la espalda—. Ya estoy listo para oír lo que deseas de mí.

—No quiero nada de ti, —se apresuró ella en asegurar—. Absolutamente nada.

Con sus rasgos tensos, él dijo,

—¿Por qué me convocaste en tres ocasiones distintas si no deseabas aprovecharte de mí?

Ella se encogió.

—La primera vez creí que eras un intruso.

—Ah. —Como si hubiera apagado un interruptor, él perdió su oscuro ceño y sus labios se estiraron de nuevo con diversión—. ¿Y creíste que podías defenderte de un guerrero de Imperia con ese karate tuyo?

Erizada por su tono de superioridad, ella cerró los puños sobre sus caderas y lo fulminó con la mirada.

—Mis manos son armas mortales, ¿sabes? Morirías si te diera un golpe de karate en el cuello.

—Te creo, —dijo él—. Estoy seguro de que moriría de risa.

Incluso mientras su corazón se aceleraba ante la cruda belleza masculina de él, Bella luchó contra una oleada de cólera. ¡El hombre tenía mucho morro! Primero le daba un susto de mierda. Luego la llamaba pequeño dragón... ¿realmente se parecía un lagarto? Y ahora se atrevía a insultar sus habilidades de auto-defensa.

Me moriría de risa, lo imitó silenciosamente.

Una oculta parte de ella quería pegarle a Edward en la cabeza con un martillo pero como la violencia física estaba castigada por la ley –no le gustaba la idea de ser encerrada en una celda con una mujer llama Bertha La Grande- Bella abrió la boca para ofrecerle una réplica picante. Pese a todo, su siguiente pregunta la detuvo.

—¿Dónde está tu marido? —pronunció por lo bajo, soltando una risita que, probablemente, calmaba y enviaba a las mujeres ronroneando a sus pies—. ¿No lo matarías con el karate, verdad?

Uh-oh. Pillada. La animosidad de Bella hacia Edward se esfumó cuando su pecado salió a la superficie. Un trozo deshilachado del dobladillo de su blanco top de pronto se volvió fascinante.

—¿Lo mataste? —Todo rastro de humor desapareció de la voz de Edward—. ¡Por Elliea, lo hiciste! ¿Dónde pusiste el cuerpo?

—Mira, —dijo ella, retorciendo la arrugada tela en nudos—. En realidad no estoy casada.

Edward parpadeó.

—¿Entonces dónde está tu hombre?

—Técnicamente, no tengo un hombre.

—¿Ni siquiera un padre? ¿Hermano? ¿Protector?

Con la mandíbula apretada y las mejillas rojas, ella sacudió la cabeza.

—Entonces me mentiste. —Eso era una declaración, no una pregunta, teñida de perplejidad más que de ira.

—Pensé que eras un intruso, ¿recuerdas? ¿Qué se suponía que tenía que decir? ¿Estamos absolutamente solos, así que no te preocupes de que los vecinos oigan mis gritos mientras me matas?

—Me alegro de que no tengas un hombre.

Bella tomó aire, sin gustarle la repentina y posesiva mirada que él le dirigió.

—¿Te importaría si preguntó el por qué?

—Los maridos celosos son un fastidio.

No era exactamente la respuesta que esperaba. De hecho, ella se sintió ofendida por todos los hombres y mujeres casados del mundo. A causa de la profesión de Edward, probablemente no sabía mucho de relaciones. Para proveerle de ese conocimiento, ella se lanzó a un discurso sobre los votos, la monogamia y las alegrías del compromiso. Su hermana a menudo decía que Bella debería haber sido abogado. La mirada de Edward pronto se volvió ausente y un bostezo se cernió en los bordes de su boca.

—¿No crees en la santidad del matrimonio? —terminó ella.

—Sí. Aún así debo obedecer las órdenes de cada guan ren. —Su tono acerado cortó el mismísimo aire de su alrededor.

Ella asumió que guan ren tenía que significar nueva ama.

—Lo siento, —dijo, esperando calmarlo—. Ser un esclavo debe ser duro a veces.

—Vivir así no es duro, —se quejó él—. Es una tortura. Cada minuto de cada día.

Señor, tenía que haber algún modo de ayudarle. La perspectiva de poseer a otro ser humano comenzaba a marearla.

—¿Hay algún modo de que pueda liberarte?

Él no contestó durante mucho tiempo, sus rasgos cambiando de expresión como el click de una cámara. Esperanza. Decepción. Cólera. Finalmente barrió toda emoción y simplemente dijo,

—No, no puedes. Lo que pretendes es imposible. Debo encontrar el amor verdadero.

—¿Por qué es tan imposible? —Seguramente este hombre había sido querido, y amado, por miles. Para la gente como él, tan magnífico y seguro de sí mismo, el amor era atraído como una fuerza magnética. Él no tendría ningún problema en encontrar a su compañera del alma. Si fuera corriente como ella, sin embargo, entendería su dificultad.

Aquel músculo se le marcó en su mandíbula otra vez, y ella pensó que no quería contestar. Entonces, como si fuera empujado por una fuerza mayor que él, habló.

—El amor es una emoción que soy incapaz de experimentar.

Ella parpadeó.

—¿Bromeas, verdad?

—No, no lo hago.

Él estaba mortalmente serio... y ya que tenía una espada, ella no iba a intentar que cambiara de idea. Bella se frotó las sienes. ¿Qué voy a hacer con este esclavo de placer alto, oscuro y pecaminosamente delicioso?

Ella entró en pánico.

No. No lo haría. Habiendo crecido con unos padres sumamente volátiles, ella prefería resolver sus problemas a través de la calma.

Ella podría devolver la caja al Rastrillo.

No de nuevo. El mercado sólo abría una vez al mes, y los vendedores siempre cambiaban. El dueño anterior podría no estar allí y, lo más probable, no le reembolsaría el dinero. Además, ella compadecía a Edward. No quería que ninguna otra mujer lo forzara a hacerle cosas. A besarla, a lamerla, a tocarla…

Bella enderezó la espalda y cuadró su mandíbula. No se cuestionaría eso, ella lo conservaría.

—Mira, —le dijo—. Seré honesta. No estoy interesada en tener un esclavo, pero me gustaría tener una especie de hermano mayor. —Sin hacer caso de su dudosa expresión, ella siguió—. De todos modos, tenemos que hablar, pulir algunos detalles.

—¿A sí? —preguntó él, aunque su expresión reflejaba lo suficiente de lo que realmente pensaba: Cállate la boca, moza.

—Tenemos que hablar de lo que esperamos, exactamente, el uno del otro. Donde te quedarás y lo que harás. Ese tipo de cosas. —Ella señaló con una ondulación de su mano la silla que estaba justo detrás de ella—. Por favor, toma asiento.

Aunque el ceño que él le ofreció decía que preferiría que lo ensartaran vivo con su espada, dobló sus largas y magníficas piernas bajo la mesa. La silla crujió en protesta.

Dándole una sonrisa agradecida, ella se sentó, también.

—¿Por dónde empiezo? —refunfuñó. Ella nunca había estado en esta situación antes, con un hombre medio desnudo delante suyo. ¿Debería comenzar con la disposición de los dormitorios, o sería mejor dar un rodeo sobre ese asunto?

Poco después, tomó las riendas de la conversación él mismo.

—¿Dónde estoy? —preguntó.

—América. Santa Fe, Nuevo México, para ser exactos.

—¿Santa Fe? ¿América? —Una ceja oscura se arqueó y la confusión revoloteó en las profundidades cristalinas de sus ojos—. No conozco esos sitios.

¿No conocía a la poderosa EE UU de América?

—¿Cuánto tiempo estuviste atrapado dentro de esa caja?

—La última vez que salí fue hace ochenta y nueve estaciones.

—¿Y antes de eso?

—Fui bendecido con doce estaciones a solas, luego surgí en Arcadia. ¿Antes de eso? Apenas lo recuerdo.

Las estaciones deben ser años, pensó Bella. Ella estudió la piel lisa de su cara.

—¿Cuántos años tienes, Edward?

—Casi mil quinientas estaciones, creo. —Él se encogió de hombros—. Dejé de contar hace varios siglos.

Su mandíbula casi llegó al suelo. Ella no había esperado eso. Él era una viva y respirante antigüedad, aunque de apariencia hermosa y viril.

—¿Cómo se come eso?

Su cabeza se inclinó a un lado.

—No te entiendo.

—Es que pareces tan joven. Demasiado joven para ser tan viejo.

La amargura endureció sus rasgos, como la seca arcilla de una cerámica.

—Una vez que fui atado al hechizo, dejé de envejecer. Una cortesía de la bruja de pelo negro, Tanya.

¿Bruja? ¿Atado al hechizo?

—¿Ella te maldijo? ¿Pero… por qué?

—¿Por qué maldice una mujer a un hombre?

Porque ella ha sido despreciada, pareció decir el aire.

—Esta Arcadia que mencionas, —dijo Bella—. ¿Eres de allí?

—No. Soy de Imperia.

Arcadia. Imperia. Ella no reconocía ningún nombre. El estómago de Bella se apretó cuando sus pensamientos se movieron en espiral en una dirección que no le gustó.

—¿Esos sitios, ummm, están en la Tierra?

Sus labios se tensaron en una línea apretada.

—No.

Vale. El pensamiento de vida, independientemente de si era de otro planeta o dimensión, estiró su imaginación al límite. Recuerda, Bella, tu propio esclavo personal del placer está sentado a pocos centímetros a tu alcance. Así que… ¿viajes interplanetarios? En realidad, no hacía falta esforzarse mucho para creerlo.

—Si somos de... —ella tuvo que tragarse su inquietud antes de continuar—... de planetas diferentes, ¿cómo conoces mi idioma?

—Otro hechizo, éste echado por un miembro exiliado de la sociedad Gillradian. Sea cual sea el lugar en donde esté, hablaré su lengua.

—Lenguaje mágico. Por supuesto. Me sorprende no haberlo adivinado.

Su sonrisita caliente, rica se deslizó sobre ella como una sedosa caricia.

—Creo que mientes otra vez, pequeño dragón. —Sonriendo todavía, recorrió con la mirada la cocina—. ¿Qué tipo de casa es esta?

—¿Qué quieres decir?

—Es … tan pequeña.

—¿Pequeña? —Una risa burbujeó por su garganta—. Tienes que estar de broma. Este sitio tiene tres mil pies cuadrados.

—De tus pies, quizás.

Considerando que ella había crecido en una choza de adobe de dos habitaciones, este lugar le satisfacía a la perfección.

—Debes saber que mi casa no es pequeña. De hecho, es la casa más grande de la vecindad.

—Estoy seguro de que es adecuado para alguien tan pequeña como tú.

—No soy pequeña, Conan.

Él sacudió la cabeza.

—Soy Edward, no Conan.

—No importa. —Ella agitó una mano a través del aire—. Sabes, para ser un esclavo del placer, careces de ciertas habilidades placenteras.

—¿Yo? —Con una gracia lasciva en desacuerdo con su gran tamaño, él se puso en pie—. Bueno, entonces, tendré que remediar esa impresión inmediatamente.

Bella casi saltó de su piel.

—No sé lo que planeas, pero sé que no me gustará.

—Te gustará, —se prometió a sí mismo—. He dado placer a las mujeres durante siglos, y sé exactamente dónde tocar para hacerlas gritar.

Oh, por todos los Santos.

—Estoy segura de que lo sabes, pero te juro por Dios que no necesito una demostración.

—Ah, creo que sí. —Y con lo cual, él se acercó, rodeando la mesa y dirigiéndose a zancadas hacia ella.

 

 

Hola chicas, bueno aqui les traigo esta historia, espero les guste tanto como a mi, tiene de todo, comedia, suspenso, amor, sensualidad, bueno tiene un poco de todo.

les prometo actulizar constantemente y entre mas comentarios o votos reciba, les prometo que sera mas pronto, cada dos o tres dias cuando mucho ok, de preferencia un comentario seria mejor recompenza, quiero saber que piensan, que les parecio, es muy bueno intercambiar ideas y opiniones.

bueno las veo la proxima. GRACIAS POR TOMARSE EL TIEMPO DE LEERME.

Capítulo 2: ESTO NO ESTA PASANDO. Capítulo 4: SEDUCCION.

 
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