EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69745
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 7: TRATO HECHO

Le dedico de todo corazon este capitulo a JENNI y a KIMBERLY

GRACIAS CHICAS

 

REGLA 6: Tú sólo existes para el placer de tu Ama

Edward casi se ahogó de la impresión mientras un montón de preguntas se agolpaban en su mente. Asombrado y rezando por haber escuchado mal, ordenó,

—Repite las últimas palabras.

De pronto, una palpable capa de valentía rodeó a Bella.

—Quiero que me enseñes como atraer a Jacob, mi vecino.

Por Elliea, Edward jamás había esperado esto. Cuando ella había mencionado a los hombres, las mujeres y las citas, estúpidamente había asumido que quería pedirle una.

A él.

—¿Deseas aliviar las necesidades de tu cuerpo, Bella? Aquí me tienes. Jacob... —escupió el nombre— ...no es necesario.

Ella se encendió, abriendo la boca y cerrándola con un chasquido.

—No se trata de cuerpos y necesidades. Se trata de amor. Y sí, Jacob es necesario.

—¿Amor? —se burló Edward, odiando la idea de que otro hombre recibiera los afectos de Bella, y odiando aún más que le importara—. No seas ridícula.

—¿Por qué? —Ella se erizó, y si hubiera tenido una espada, estaba seguro de que ya le habría cortado su miembro favorito—. ¿Por qué soy poco atractiva? —exigió saber—. ¿Por qué no digo siempre las cosas correctas?

Él juntó sus cejas en un ceño. ¿Cómo se atrevía esta mujer a decir algo tan absurdo sobre sí misma?.

—Eres perfecta tal y como eres y si alguien dice lo contrario es necesario que lo cuelguen de una pica. Simplemente no estoy seguro de que ese vecino tuyo pueda apreciarlo.

Sus hombros se relajaron, y las líneas tensas de alrededor de sus labios se suavizaron.

—Si nunca lo has visto, ¿cómo sabes cómo es?

—No tengo que verlo para saber que es un cobarde. ¿Por qué no ha echado la puerta abajo y ha exigido que me marche?

Ella hizo rodar los ojos.

—Él no sabe que estás aquí.

—Una cosa así no me impediría reclamar lo que es mío.

—Eso es lo más ilógico que jamás he escuchado. Además, esto es América. No derribamos las puertas.

—A través de los siglos he aprendido algo en esta materia. Si un hombre no tiene el valor de luchar por su mujer, entonces no es ningún hombre en absoluto.

—Él luchará por mí algún día, —dijo ella, con palabras seguras, pero con tono dudoso. Vacilante—. Así que, ¿me ayudarás o no?

Edward observó como el pecho de Bella subía y bajaba con su respiración. A lo largo de la noche, un ansia oscura y carnal había crecido en su interior, y ahora la deseaba con un hambre que sobrepasaba a la razón. Quería disfrutar de sus complejidades y contradicciones durante el tiempo que pasaran juntos. Ni siquiera saber que suspiraba por otro hombre consiguió que su hambre disminuyera. No, la deseó aún más. Deseaba a esta mujer divertida y compasiva, y por Elliea, que la tendría. ¿Ayudarla a conquistar a otro hombre? ¡No!

—¿Por qué no puedes atraer a ese tal Jacob tú sola? —Exigió, con una ceja arqueada—. ¿Lo has intentado y has fallado?

—No, no lo he intentado.

—¿Por qué no?

Los segundos pasaron. Ella deslizó la lengua sobre sus dientes y se removió en la silla, sus mejillas se sonrojaron por la vergüenza.

—No sé cómo, —susurró finalmente.

—¿Cómo que no sabes complacer a un hombre, pequeño dragón? Ya eres grandecita.

—Soy tímida.

—¿Tú? ¿Tímida? —Indudablemente estaba de broma. Sonriendo él dijo—. Eres muchas cosas, pequeño dragón, pero definitivamente no eres tímida.

Los mechones de su pelo, los que eran más claros, escaparon de su coleta y bailaron alrededor de sus sienes cuando ella negó con la cabeza.

—Si yo fuera audaz y valiente, ¿No conocería ya la forma de hablar y actuar con los hombres? ¿No tendría muchas citas, en vez de pasar las noches, sola, en casa? —Ya enfadada, golpeó con el pie—- Soy tímida, te digo.

Esta mujer que hacía que su cuerpo se endureciera y doliera, y que su sangre se acelerara con sólo pensar en ella, ¿necesitaba de su ayuda para ganarse los afectos de un macho? Increíble.

—No eres tímida conmigo, —se quejó él.

—Pero tú eres diferente.

—No soy diferente de cualquier otro hombre.

—Sí, lo eres. No sé explicarlo, pero eres diferente.

Edward quería una respuesta, no evasivas, pero el gesto obstinado de su mandíbula le indicó que no obtendría lo que buscaba en estos momentos. Así que abandonó esa línea de ataque en particular por otro.

—¿Alguna vez ha intentado Jacob el Débil conquistarte a ti?

Su barbilla se alzó de golpe.

—No, no lo ha hecho.

—Mencionaste el amor. ¿Lo amas?

Ella se mordisqueó su labio inferior, mientras sus dedos apretaron el borde del mostrador.

—Eso no es asunto tuyo.

—Si pides mi ayuda, se ha convertido en asunto mío.

—Está bien, te contestaré. ¿Amo a Jacob? No, aún no. Pero él es perfecto para mí. Nos parecemos en muchas cosas, y creo que puedo amarlo. Simplemente lo sé. —Antes de que él tuviera tiempo de asimilar sus palabras, ella le envió una mirada suplicante a través de sus pestañas—. Necesito tu ayuda, Edward. Ayúdame.

Sus dientes rechinaron con irritación. Finalmente ella demostraba ser justo como las demás, poniendo su voluntad antes que la suya. Y él era incapaz de hacer algo para cambiar las cosas, incapaz de hacer nada excepto obedecer.

—Haré como ordenas, desde luego, —contestó él, con tono apenado.

—No. —Despacio, con un movimiento casi imperceptible, ella sacudió la cabeza—. Te doy la opción de negarte. No te forzaré a hacerlo. Si me ayudas, será porque quieres, no porque seas mi esclavo.

Sobresaltado, sin todavía creérselo, Edward la miró fijamente.

—¿Me das el derecho a decir que no?

—Sí.

Que... desconcertante. Él pasó la mano por su pelo y maldijo por lo bajo. Tanta generosidad demostró ser más fuerte que cualquier orden, dejándole sólo una opción.

—Lo haré, —dijo arrastrando las palabras, deseando volver a tragárselas cuando éstas salieron de su boca.

—Oh, Edward. —Sonriendo ampliamente, ella aplaudió, saltó sobre sus pies y giró a su alrededor. Después se sentó de nuevo en su silla con un chillido feliz—. Gracias. Muchas gracias. No lo lamentarás. Te lo prometo. Seré la mejor estudiante que haya existido.

—Lo haré, —repitió él, inspirado de pronto—. Pero con mis propias condiciones.

Su sonrisa se borró lentamente, y ella perdió su brillo excitado.

—¿Qué quieres decir?

—Como cualquier profesor y estudiante, debemos poner las reglas de nuestra relación.

Su cuello se estiró ligeramente cuando ella se enderezó en la silla.

—¿Y cuáles son esos reglas?

—No podrás ver ni entrar en contacto con otro hombre hasta que yo no te diga que estás preparada —¡Lo que quería decir que nunca volvería a ver a Jacob el Débil otra vez!

—No creo...

—Soy el experto, —lanzó él—. Por lo tanto haremos esto a mi manera. Durante la lección, harás lo que te diga, cuando lo diga y como lo diga. Nada de excusas.

—¡Espera un maldito segundo!.

Él ni siquiera hizo una pausa.

—Me permitirás dormir en tu cámara.

Ella jadeó.

—Eso no va a pasar. Pido lecciones de coquetería, no las joyas de Dresden. —Los segundos pasaron pero él no respondió. Simplemente la miró, expectante, decidido. Finalmente ella cedió, aunque de mala gana.

—Está bien, —gritó—, tú ganas. ¿Eso es todo?

—No. Recordarás la primera regla en todo momento.

Ella dobló sus brazos sobre su cintura, haciendo que su camisa se estirara, acentuando la plenitud de sus pechos.

—¿Es todo?

—Por ahora.

—¿Qué te parece esto? Estaré de acuerdo con tus reglas, si tú estás de acuerdo con las mías.

Edward casi sonrió. Sin embargo, forzó a sus labios a permanecer en una línea recta, esperando parecer severo.

—Te escucho.

—Tú no puedes salir, ver, o tener ningún tipo de relación con otra mujer mientras me enseñas, —dijo ella, imitando su tono dominante.

—Concedido. —Él se abstuvo de mencionar que, ya que ella poseía su caja, no se le permitía frecuentar a otras mujeres. Eso habría estropeado la diversión.

—Me tratarás con respeto en todo momento, sobre todo en presencia de otros.

Él no tuvo que fingir su ceño esta vez. Sus palabras hirieron su orgullo masculino.

—Eso no es necesario pedirlo

—Sin embargo, me gustaría oír que estás de acuerdo.

Él asintió rígidamente con la cabezada.

—Lo acepto.

—No puedes contarle a nadie nuestro acuerdo.

—Concedido. —¿A quién se lo diría?

—Tú no… no… nunca llevarás tu espada en mi casa. —Ella sonrió triunfalmente, y él sabía que lo hacía porque esperaba que se negara o, al menos, negociaran.

Quiso hacerlo. Sin su arma era más vulnerable en caso de ataque, y él no sabía nada de este mundo, de su gente. Ese pensamiento lo frustraba, pero aún así dijo,

—Estoy de acuerdo con todas tus condiciones, Bella.

Ella hizo una pausa. Sorprendida, parpadeó con sus hermosos ojos de duende antes de que lo recompensara con otra sonrisa.

—Gracias, Edward.

—No me lo agradezcas todavía. —Él se puso en pie, y empezó a caminar hacia delante y hacía atrás a lo largo del mostrador de la cocina—. La primera lección será

como vestirse correctamente. Si las prendas que encontré en tu armario es una prueba de lo que normalmente te pones para impresionar a un hombre, necesitas algunos consejos. Y esto..., —él señaló sus pantalones y su blusa con un gesto de su mano—, es el atuendo que sólo un hombre debería llevar.

—Podemos ir al centro comercial. Allí hay una gran selección de ropa donde escoger.

—¿Qué es un centro comercial?

—Un edificio grande lleno de ropa, comida y otras cosas necesarias que la gente puede comprar.

—Ah, un mercado, —dijo él, con un tono tanto triste como resignado al mismo tiempo.

—Iremos esta tarde, después de que cierre la tienda, —dijo ella, luego se calló. Tenía que abrir la tienda en una hora. ¿Qué iba a hacer con Edward mientras trabajaba? Podría dejarlo aquí donde seguro que se aburriría y haría algo. Podría enviarle de vuelta al joyero, pero él la odiaría durante el resto de su vida.

Ella quería muchas cosas de él, pero el odio no era una de ellas.

Iba a tener que llevárselo con ella, comprendió con un cosquilleo de anticipación y un estremecimiento de temor. Sin embargo, primero necesitaba ropa nueva.

Tener un esclavo del placer se volvía más complicado a cada segundo.

Repasándolo de arriba a abajo, Bella se mordisqueó su labio inferior.

—Antes de que puedas salir de casa, tendremos que encontrarte ropa apropiada. —Preferentemente algo poco sexy, algo qué cubriera cada centímetro de su bronceada piel tipo ven-y-lámeme.

—¿Qué les pasa a mis drocs? —requirió él.

Ella le echó otro vistazo. Con aquellos leotardos de cuero, sin camisa, se parecía a un exótico bailarín que interpretaba a un granuja pirata y, perversamente, ella quiso que quedara así. Excepto que, de la misma forma, tampoco quería que ninguna otra mujer lo viera así.

—Son demasiado ceñidos, —le informó—. Puedo ver el contorno de tu… tu… simplemente puedo ver cosas que, se supone, no debería ver, ¿vale?

Sus brazos se cruzaron sobre su pecho, y él soltó un resoplido condescendiente.

—Si la ropa de un guerrero estuviera floja, sus enemigos podrían agarrarla con facilidad.

—No estamos en guerra.

—Dragón tonto. Los enemigos están por todas partes, algunos a la vista, otros ocultos.

—Está bien, —dijo ella con un suspiro—. Quédate con tus pantalones. Pero todavía necesitas una camisa.

—Quizás sería más fácil si simplemente nos desnudamos completamente y nos quedamos aquí.

—¡No!—gritó ella, aunque su cuerpo gritaba, Sí. Oh, sí.

—¿Me servirás de atuendo apropiado, pequeño dragón? —Su voz era puro, puro pecado y pareció sugerir que podría llevarla a ella.

Las imágenes de su desnudo cuerpo cubriéndolo, de sus brazos abrazando sus hombros y sus piernas rodeando su cintura, se colaron en su mente. Un delicioso estremecimiento le recorrió la columna y se mordisqueó el labio.

—No hagas eso, —gruño él de repente, con todo rastro de seducción borrado.

Confundida por su abrupto cambio de humor, Bella parpadeó varias veces.

—¿Que no haga qué? —¿No imaginarme encima de tu caliente y sudoroso cuerpo? Demasiado tarde.

—No te muerdas el labio. Es malo para ti.

—No lo es.

—Si sigues así, podría añadir otra regla. Nada de mordisquearte el labio... O mejor, nada de mordisquear tu propio labio. Los míos puedes mordisquearlos cuando quieras, —dijo él—. Ahora, sobre la ropa. Solicito que me traigas una camisa.

—Hay una tienda a un par de kilómetros de aquí que está abierta las veinticuatro horas. Tendrán todo lo que necesitas. —De nuevo, observó su grande y duro cuerpo de arriba a abajo—. Sólo espero que tengan tallas extra grandes.

—Nos marchamos inmediatamente. —Sin esperar respuesta, él giró sobre sus talones y caminó hacia la puerta.

—¡Espera! —Bella saltó y lo siguió, agarrándolo del brazo, algo estúpido, realmente, tratándose de un hombre de su tamaño, pero que surtió el efecto deseado. Él se paró.

—Tú no puedes ir, —le dijo. Con suerte, sólo estaría fuera una hora, probablemente menos, y eso no era tiempo suficiente para que él se metiera en problemas.

Él la afrontó, con las cejas arqueadas. Lo conocía desde hacía poco tiempo pero ya podía interpretar sus gestos. Cejas arqueadas significaban dos cosas: que estaba confundido, o que estaba enfadado. Lo uno o lo otro, ella no se dejaría convencer.

—¿Por qué no? —exigió él.

Enfadado. Definitivamente enfadado. Esperando calmarlo, ella suavizó su tono.

—Aquí en América, no podemos entrar en un establecimiento sin estar completamente vestido. Tenemos una norma de que no te atienden si no llevas camisa o zapatos.

—Esa norma no dice nada de llevar las piernas cubiertas. ¿Significa eso que una vez me encuentres una camisa y unos zapatos, debo quitarme mis drocs?

Sobre mi cadáver, pensó ella.

—Debes llevar las tres cosas al mismo tiempo.

—No me gustan las reglas de tu mundo.

—Pueden no gustarte, pero aún así debes obedecerlas. Así que te quedarás aquí y yo iré. Nada de quejas. Cuando vuelta, te cambiarás y luego nos marcharemos a mi tienda.

—No lo permitiré, una mujer nunca debe viajar sola.

—Sé manejar a los tipos malos.

—Tu karate no haría daño ni a un bebé inofensivo.

—Voy a fingir que no has dicho eso. Ahora, si quiero abrir la tienda a tiempo, tengo que apresurarme. Me estás retrasando. Y para tu información, soy cinturón negro, el más mortal de todo. —Una pequeña mentira, realmente. Aunque en verdad tenía un cinturón negro...de esos de cuero con una hebilla plateada al final—. Te quedarás aquí. —Avergonzada y odiando sus siguientes palabras, ella enderezó los hombros y lo miró a los ojos—. Te lo ordeno.

Su mandíbula se endureció al instante, y el calor de sus ojos se volvió helado, ausente, convirtiendo el violeta en frío acero. Ya no se parecía al guerrero que había llegado a querer, sino al esclavo que él mismo aseguraba ser. La tristeza rugió a través de ella, tan potente y viva como un repentino dolor.

—Haré como ordenas, por supuesto, —dijo él, con un tono desprovisto de emoción.

¿Cómo podía mirarla así… tan frío, casi brutal en su falta de sentimientos? Tengo que hacerlo, se recordó ella. Él no podía abandonar la casa vestido como estaba.

Sabiendo que no había nada que pudiera decir para aliviar su orgullo, cogió su bolso y las llaves. Edward era un hombre duro, uno que obviamente anhelaba ejercer su autoridad. Aunque la maldición le exigía obedecer sus órdenes, él no se doblegaba ni

se acobardaba. Ella no podía menos de admirarlo y desear poseer un poco de su fuerza interior.

Él se divertirá mientras no estoy, se aseguró ella. Jugará con su espada, tal vez daría un paseo… y exigiría el placer de todas las mujeres con las que se encontrara. Combatiendo una oleada de celos, ella se pellizcó el puente de la nariz. Tal vez la idea de dejar a Edward aquí, solo, no era una idea tan buena.

Podría ordenarle que regresara al joyero. Pasó un segundo. Dos. Con un suspiro, Bella rechazó la idea de nuevo. ¿Cómo podría ella, conscientemente, pedirle a otro ser humano encerrarse dentro de una caja diminuta? Mordisqueándose el labio -y por primera vez se dio cuenta de lo mucho que lo hacía- se puso un par de zapatillas de deporte y echó un vistazo sobre el hombro, sólo para encontrarse a Edward mirándola, con su expresión todavía en blanco.

—No debería tardar más de media hora, —dijo ella, con voz agarrotada—. No abras la puerta y por favor, por favor, no uses tu espada contra nadie.

—Todo lo que desees... ama. —Él dijo la última palabra en tono de burla—. ¿No te prometí ya el no usar mi espada en tu casa?

—Edward... —Ella cerró la boca de golpe. Él no quería disculpas, quería ir con ella. Sin embargo, se negaba a cambiar de idea. Y mientras el tictac del reloj de la pared resonando en sus oídos, ella se puso el abrigo—. Volveré pronto, —dijo ella—. Lo prometo.

Él se dio la vuelta, dándole la espalda.

El impulso de quedarse golpeó su sentido común. La pena le quemó mientras se esforzaba en poner un pie delante del otro. Ya afuera, una fuerte ráfaga de viento la golpeó de lleno. El pasar de estar felizmente caliente a extremadamente fría hizo estragos en su termómetro interno, y ella tembló. Después de juntar y apretar las solapas de su abrigo, guardó las llaves y salió del porche. Su mirada buscó automáticamente los arbustos. Gracias a Dios, todavía estaban vivos. Su hermana siempre decía que ella poseía La-Mano-Negra-de-la-Muerte. Toda cosa verde y frondosa dejado a su cuidado estaba destinada a morir. Bella suspiró. Edward no era verde, pero tenía problemas en darle los cuidados necesarios a su extraterrestre.

Edward luchó contra su furia mientras el silencio de la casa lo envolvía. Bella le había ordenado hacer su voluntad otra vez, tal y como él había esperado. Igual que todas las demás a las que había servido. Su descuidada indiferencia hacia sus deseos hizo que la bestia en su interior rugiera y pataleara por liberarse. Pero él era un

guerrero, ante todo, y un guerrero sabía cuando permitirse liberar a la bestia y cuando forzarla a replegarse.

Ahora mismo, él la replegó. Obedecería y no ofrecería más de sí mismo de lo que era exigido.

Había querido que Bella fuera diferente, pensó con los puños apretados. No lo era.

Haría bien en recordarlo.

Haría bien en no darle demasiada importancia a las cosas dulces que había hecho por él, al hecho de que los sentimientos que ella sentía hacía ese otro hombre, ese Jacob el Débil, habían despertado sus instintos posesivos más profundos.

Incluso ahora, le hervía la sangre.

Necesitaba hacer algo, algo que ocupara su mente hasta que Bella regresara. Él exploró la cámara. Quizás aplacaría su curiosidad y revisaría la casa de arriba abajo. Sus ojos se iluminaron al observar la luz de la mañana que entraba por las grandes ventanas, y asintió con la cabeza. Sí, aprendería la disposición de la casa, y descubriría más cosas de su guan ren.

Espejos de ébano con bordes chapados en oro colgaban de todas las paredes de la casa. Brillantes cojines color turquesa, verde esmeralda y lavanda estaban dispersados sobre una tarima mullida y rechoncha. Gruesas alfombras cubrían el pulido suelo de madera. Un hogar desprovisto de resentimientos y oscuridad, más bien luminoso. Sin duda, un hogar de profunda y oculta sensualidad. La mujer que había decorado este espacio no era cruel o malévola. Era audaz, apasionada y un laberinto de placeres sin explotar.

De repente, se sintió suavizarse de nuevo hacia ella, desvalido ante sus sensaciones. ¿Cómo lo hacía ella? ¿Cómo lo ataba con un nudo tan fuerte?

Él suspiró. Las desbordantes cajas que no había podido revisar la pasada noche recibieron ahora toda su atención. Se inclinó ante la más cercana y curioseó su contenido. Había juguetes, relojes y una vajilla de plata. En otra había libros... todas con imágenes de hombres y mujeres medio desnudos, algo que captó su interés, ya que estaban en la posición exacta en la que él quería estar con Bella. Él inclinado sobre ella, con su pecho a medio vestir mientras sus labios estaban separados a un suspiro de pasión.

En todas las demás cajas había platos, flores y floreros de porcelana, todo cuidadosamente embalado. Una coleccionista de tesoros, eso era ella, y no era nada asombroso que hubiera comprado su caja. ¿Había reconocido el valor... de él? Su respeto hacia ella creció.

¿Qué más descubriría sobre Bella? Terminando aquí su inspección, se paseó por todas las habitaciones de la casa, evitando la cocina, que ya la había visto. También, ya

había inspeccionado el dormitorio de abajo. Entonces él se encontró subiendo por una escalera que crujía y caminando después por un pasillo que conducía a dos dormitorios con las puertas cerradas. Abrió la primera... y ladeó la cabeza, inseguro de lo que veía o lo que creía ver.

La cámara estaba llena de viejos juguetes y una cuna. Un silencio parecido a una tumba saludó sus oídos. Las paredes eran blancas, el suelo sin brillo. Y la siguiente cámara era exactamente igual. Juguetes, una cuna y un pesebre. Pintura rajada y madera astillada. Por lo bajo, ella había arreglado con cuidado sus baratijas y muebles, creando un cierto ambiente. Aún así había dejado abandonado el cuarto en desorden, ahogando su luminosidad.

Un ruido estridente, chillón rompió el silencio, como un mensajero de muerte viniendo a reclamarlo.

Con alarma, listo para la batalla, Edward bajó corriendo las escaleras.

 

BIEN AQUI LES DEJO OTRO CAPITULO, ESPERO LES GUSTE SI ALGUNA TIENE ALGUNA DUDA AGAMELO SABE, YA ACLARE VARIOS TERMINOS QUE JENNI ME HABIA PREGUNTADO LOS ENCONTRARAN EN COMENTARIOS...........RECUERDEN QUE EDWARD ES DE OTRO PLANETA POR ESO ES QUE MUCHAS COSAS SON INVENTADAS Y NO LAS CONOCEMOS OK, EL TERMINO QUE EL USA MUCHO DE "POR ELLIA" PARA NOSOTROS ES COMO DECIR "POR DIOS" OK.

LES MANDO BESOS DESDE MEXICO.

Capítulo 6: JACOB EL DEBIL. Capítulo 8: TELEFONO ASESINO.

 
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