EL ESCLAVO DEL PLACER.....(+18)

Autor: Monche_T
Género: + 18
Fecha Creación: 06/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 18
Comentarios: 123
Visitas: 69764
Capítulos: 25

"FINALIZADO"

 

Cuando la anticuaria de Santa Fe Isabella Swan  fue curiosamente dirigida a comprar un abollado joyero, nunca hubiera imaginado que este contendría su propio y personal esclavo para el amor. Especialmente el alto, oscuro, pecaminoso y guapo Edward (un hombre difícil de resistir, decidido a cumplir todos sus deseos). Aunque Edward era un pícaro tanto en la batalla como en el dormitorio, hacer el amor a Bella no se parece a nada qué haya conocido. Sin embargo, revelar la verdad de su corazón podría romper el hechizo de siglos de antigüedad y separarlos para siempre. Y Edward haría lo que fuese por quedarse como amante de Bella..… aún siendo un esclavo por toda la eternidad.

 

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptacion del libro "The pleasure Slave" de Gena Showalter.

 

Mi otra historia: "No me olvides" http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3552

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Capítulo 19: EL HOMBRE PERFECTO

HOLA CHICAS YA ESTOY POR AQUI OTRA VEZ, AYER NO ACTUALICE PORQUE ESTABA UN POCO DEPRIMIDA, PERO EN COMPENSACION LES TRAIGO UN CAPITULO BASTANTE LARGO SON DOS CAPITULOS EN UNO, ESPERO LOS DISFRUTEN

 

DEDICADO A:

JENNI, KIMBERLY, PAJARITO, SPCULLEN, BELLSSWAN, CARO, NEMESIS, KDEKRIZIA, VINYET

"GRACIAS SIN USTEDES ESTARIA TODAVIA MAS DEPRIMIDA JAJAJA"

 

 

 

 

REGLA 16:Pide permiso antes de hacer algo

En algún rincón de su conciencia, Bella escuchó una serie de truenos y a la lluvia golpear rítmicamente contra el cristal de la ventana. La neblina soñolienta que nublaba sus pensamientos comenzó a despejarse. Y, tal vez, debido a la suavidad del colchón, o a que el masculino olor de Edward envolvía sus sentidos, fuera cual fuera la razón, su mente comenzó a catalogar todos sus más íntimos deseos.

1. Hacer el amor con Edward - Él encima

2. Conseguir un tatuaje. Algo sexy

3. Hacer el amor con Edward - Ella encima

4. Ir a nadar desnuda. Con Edward

5. Hacer el amor con Edward - Él detrás de ella

Espera. Él detrás de… realmente había un caliente cuerpo masculino apretándose contra su espalda. Ella se acurrucó más profundamente contra él, recordando que le había pedido a Edward que durmiera en su cama. Pero mientras lo hacía, su cuerpo comenzó a encenderse, a excitarse. Sus párpados se abrieron lentamente en pequeñas rendijas. La luz del sol entraba en su dormitorio, despiadada e implacable. Un caliente aliento acariciaba su cuello y un bronceado y musculoso brazo descansaba sobre su cadera. Ella luchó contra el impulso de resbalar su mano más abajo, hasta que él la tocara donde más lo necesitaba, donde la humedad se reunía entre sus piernas.

—Por fin la Bella durmiente despierta de su pacífico sueño, —dijo Edward con su somnolienta voz ronroneando a lo largo de su columna—. Después de todo lo que pasó, temí que fueras incapaz de descansar.

El árbol… el corto viaje a Imperia… no, dijo ella interiormente. No quiero recordar. Pero, de todos modos, los recuerdos la inundaron: la destrucción, el miedo. Levántate, gritó su mente. Haz algo. Alejando la persistente neblina de su sueño, saltó de la cama. No había nada que pudiera hacer sobre el otro asunto, el viaje al otro mundo, pero por Dios, que podía cuidar de su casa.

Con rápidos movimientos ella se puso una transparente bata azul alrededor de su cuerpo, cubriéndose de seda de los hombros a los tobillos. Por ahora, la caja de Edward estaba a salvo. Tenía que confiar en ello. De otra forma, pensar en su rapto —ya que eso es lo que sería— la atormentaría y consumiría durante el resto del día, y no podía permitirse el preocuparse en estos momentos. Había demasiadas cosas por hacer. Tenía que limpiar todas las habitaciones, cortar el árbol y quizás avisar a su compañía de seguros para que sustituyeran los artículos rotos.

Seductor como siempre, Edward se estiró y luego se sentó sobre la cama. Tenía unas oscuras ojeras, como si no hubiera dormido nada en absoluto.

—¿Adónde vas? —le preguntó, su voz rasposa y cargada de un delicioso bostezo.

Pensando en todo lo que tenía que hacer, Bella no le echó ni siquiera otro vistazo. Tampoco notó que no tenía que esquivar nada, que no había ninguna rama de árbol.

—Tengo que organizarme y limpiarlo todo. No puedo permitirme el cerrar la tienda también mañana, así que tengo que arreglarlo todo hoy.

—No hay nada que tengas que hacer excepto meterte de nuevo en la cama.

—Mira, —suspiró ella—, no tengo tiempo para jugar. Todo lo que tenía en esta casa está destruido, y tengo que limpiar todo este lío. —Ella agarró las primeras piezas de ropa que encontró, que resultaron ser unos pantalones de deporte y una camiseta de Edward. Ella se vistió en el cuarto de baño. De repente, sintió su sangre hervir a fuego lento por el deseo cuando inhaló su persistente olor en la tela.

Cruzando a zancadas toda la casa, notó como la tenebrosa luz del sol se filtraba a través de las cortinas abiertas. Otra ronda de truenos estalló en todo su esplendor. Bella se paró en medio de un paso, observando el interior de su casa. Los suelos, recién pulidos, brillaban. Cada mueble y estantería estaba limpio y sin una mota de polvo. Excepto por algunas antigüedades que faltaban, la ausente TV, y algunos agujeros en las paredes, todo el cuarto parecía absolutamente normal. Una manta cubría el resto del tronco del árbol.

Confusa y asombrada, se sentó de golpe sobre un taburete de cocina. No había soñado la destrucción, ni tampoco se la había imaginado. Lo que quería decir... que mientras ella había dormido durante toda la noche, Edward había reparado todo el daño. Ella no le había ordenado que lo hiciera. Simplemente había salido de él

Que… dulce

Ella quiso llorar.

Nadie la había tratado nunca con tanta bondad, y saber que él se preocupaba por ella lo suficiente como para hacer esto, provocaba que cada célula de su cuerpo despertara con el deseo y la ternura.

Edward la adelantó, acariciando su espalda con sus dedos cuando pasó a su lado. Él sólo llevaba puestos un par de calzoncillos. Ella tembló. Su atractivo nunca dejaba de asombrarla y cautivarla; la fuerza de su cuerpo, la gracia de sus movimientos. Sus magníficos ojos. Sin una palabra, él comenzó su ritual matutino de hacer café, que no había mejorado, pero que ella no tenía el corazón suficiente para decírselo o impedírselo.

—Intenté decirte que ya había hecho lo que querías hacer, —dijo él, sin mirarla siquiera.

—No, —ella negó con la cabeza—. Me dijiste que tenía que regresar a la cama.

Él arqueó una ceja.

—¿No es lo mismo?

No, no lo era. Otra vez ella examinó todo el cuarto.

—Lo que hiciste… me ha dejado sin palabras, Edward, no sé qué decir.

—Dime que jamás volverás a parecer tan abatida, que confiarás en mí para que cuide de ti.

—Confío en ti, de verdad. —le dijo, y sabía que creía cada palabra—. Más de lo que nunca he confiado en otra persona.

Una sonrisa apareció en sus labios.

—Eso me complace.

—¿Cómo lo hiciste? —Ella efectuó un amplio arco con los brazos—. No oí nada.

—Mis habilidades como limpiador han sido perfeccionadas durante años. Fresia, una mujer a la que una vez serví, me obligaba a fregar su casa de arriba abajo siempre que le disgustaba.

—Que horrible, —refunfuñó Bella, más alterada por la mención de otra mujer que dictaba sus acciones que por el trabajo que se vio forzado a hacer. Que retorcida soy, pensó.

—Horrible es una descripción apropiada, —contestó él—. Tu oficina...

Ella jadeó.

—¡Mi oficina! Por favor dime que no limpiaste mi oficina. —Si hubiera tirado, sin querer, sus discos de seguridad o sus libros de contabilidad…—. No quiero parecer desagradecida, pero...

Él la cortó antes de que pudiera entrar en un ataque de pánico.

—Dejé esa cámara para ti, ya que no sabía dónde colocar esas cosas.

—Gracias. —El olor del café llegó a las ventanas de su nariz, mientras se relajaba con sus palabras—. Por todo, —añadió. Mientras él parecía salvaje e intocable en el exterior, Bella veía al tierno y amable hombre que realmente era. No era asombroso de que lo amara... ¡Oh, Dios mío!

Amor.

Ella había contemplado esa posibilidad la pasada noche, pero se dijo que estaba bajo la influencia del vino. Aún así, no hubo ninguna duda a la luz del día. Lo hacía. Lo amaba. La rotundidad de sus sentimientos sonó en su interior como un tintineo de campanilla, una combinación de alegría y tristeza, añoranza y dolor agridulce. Ella quiso reír y llorar al mismo tiempo.

Ella lo amaba.

Y no sabía qué hacer al respecto.

Si se lo decía a Edward, él podría compadecerla, o peor aún, despreocupadamente rechazar su amor como insignificante. Después de todo, él no le daba ningún valor a esa emoción. ¿Y por qué debería? Añadió su mente concisamente. Confusión. Duda de sí mismo. Deseo por lo imposible. Todas esas tres cosas eran componentes del amor. Bella pronunció un suspiro. Ella siempre se imaginó ese sentimiento como flores y bombones, risas y felicidad... y no hablemos del matrimonio y los bebés.

Ella tenía dos opciones, comprendió, cerrando los ojos. Podía ocultar sus sentimientos hacía él y fingir que no pasaba nada, o podría darle todo lo que tenía para ofrecer.

La respuesta cobró vida antes incluso de que terminara de pensarla. La número dos, gracias. Él era todo lo que siempre soñó, y todo lo que creía que nunca tendría. Su sonrisa iluminaba hasta el peor de sus días. Sentía como si lo hubiera esperado toda su vida. Su generosidad tocaba su corazón, la hacía temblar y sudar, la volvía loca de deseo.

Decidida, ella lo afrontó. Aunque no le contara que lo amaba para no asustarlo, quería demostrarle como se sentía. Simplemente le diría, —¡Eh!, tú. Quieres poseerme—no, eso no era lo adecuado.

¿Cómo conseguiría sus atenciones? De repente, no podía recordar ni una sola de las lecciones que le había enseñado. ¿Debería acariciar con sus dedos los duros músculos de su abdomen?

¿Rodar sus endurecidos pezones bajo sus dedos? La humedad se reunió entre sus piernas, caliente y exigente. Sus manos ansiaron tocarlo, tenían que tocarlo.

—Sabes, Bella, he estado pensando, —dijo él, al mismo tiempo que ella extendía la mano. Ella dejó caer su brazo a un lado. En el mostrador, él cambió de postura, con sus brazos apoyados cerca de ella—. Ya que Jacob el Débil ya no forma parte de tu vida, debemos hacer una lista de exigencias para tu nuevo hombre.

Ella sintió... ¿Sorpresa? ¿Cólera? ¿Dolor? Sí, todas aquellas cosas. Ella quería hacer el amor con él, y él quería ayudarle a elegir a otro hombre para seducir. Tal vez lo había entendido mal.

—¿Quieres ayudarme a escoger a otro hombre para seducir?

—Sí, —contestó él sin vacilar.

¿Y lo de la pasada noche? ¿Y las maravillosas cosas que me dijiste, que me hiciste? Su corazón latió con un herido y vacío golpeteo en su pecho. Ella escuchó cada latido, un eco de su estupidez y dolor.

—No tengo tiempo de hacer una lista, —dijo ella entre dientes, sin saber cómo fue capaz de responder.—Tengo que limpiar mi oficina y ver que se puede salvar. —Ella intentó levantarse, pero él la mantuvo en el lugar con una mirada furiosa.

—Tu oficina puede esperar hasta más tarde. Como esto será una lección, yo doy las órdenes. Lo que diga, lo harás sin quejarte, y digo que nos quedaremos aquí y haremos una lista.

—Está bien, —dijo ella con voz rota, tragándose sus lágrimas.

—Me he tomado la libertad de traer tinta y papel.

—Por supuesto. —Sus palabras flotaron en la distancia, cubiertas de fingido entusiasmo. Agarró la pluma y las hojas que le ofrecía y las dejó caer frente a ella—. Estoy lista para empezar.

—He pensado mucho en este asunto —dijo él—, y creo que la exigencia número uno debería ser la belleza.

Ya que Bella no estaba en el humor para juegos, murmuró,

—No. Pondré “no demasiado feo”.

Edward hizo un sonido tras su garganta que sonó sospechosamente como si se ahogara.

—Es una lista de deseos, si recuerdas.

—Lo sé. Pero hoy en día una mujer no puede ser demasiado exigente.—Sobre todo yo.

Él frunció el ceño, pero continuó.

—¿Qué me dices de un hombre que apele a tus sentidos? Gusto. Toque. Olor.

Ella negó con la cabeza, y en cambió, escribió,

—Si no apesta, lo tomaré.

El ceño de Edward se hizo más profundo.

—¿Es importante que tu hombre te dé joyas y pieles?

—El dinero no importa. —Eso era verdad. Ella tenía el suficiente dinero para mantenerse a sí misma.

Por alguna razón, sus palabras le hicieron sonreír.

—La mayoría de las mujeres se derriten por un hombre que preste atención a sus palabras y deseos ¿Qué dices a eso?

Bella mordisqueó la punta de la pluma mientras fingía meditarlo.

—Me conformaré con alguien que no se duerme mientras hablo.

Esto borró la sonrisa de su cara. De hecho, él apretó los dientes.

—¿En cuanto al ingenio? Un hombre que pueda hacerte reír es una rara gema.

—Ingenioso es un modelo demasiado alto. Me gustaría un hombre que domine el arte de la risa cuando diga una broma, incluso aunque no la entienda.

—Necesitas a alguien fuerte, un hombre capaz de protegerte.

—Si puede reorganizar mis muebles, es perfecto.

—¿Quieres a un hombre que comparta tus intereses?

—Me conformaré con un hombre que no beba directamente del cartón de leche.

Edward comenzó a pasearse, una oscura nube de tormenta cerniéndose sobres sus hombros. Sus manos se cerraron detrás de su espalda, sus pasos rígidos. Pronunciando un suspiro frustrado, él deslizó una mano a través de su pelo y algunos mechones cayeron sobre su frente.

—Algunos hombres son sorprendentemente atentos. ¿Eso te complacería?

—Oh, sí. El recordar cerrar la tapa del retrete es obligatorio.

Él gruñó.

—Debes ser más exigente, Bella. Eres una mujer hermosa, fascinante. Muchos hombres te encuentran deseable.

—Está bien. ¿Quieres honestidad? Aquí va. Quiero a un hombre que se preocupe por mí. Que excite mi cuerpo y tambalee mis sentidos. Un hombre que me quiera tanto como yo lo quiero.

Congelado en el sitio, Edward la miró con una caliente mirada.

—¿Es realmente lo que deseas?

—Sí. —Ella le fulminó con la mirada—. ¿Tienes algún problema con eso?

—¿Algún problema? No. No cuando reúno todas tus exigencias.

—¿Qu... qué?

Él nombró sus atributos.

—No soy demasiado feo. No huelo asquerosamente. ¿Alguna vez me he dormido mientras tú hablabas?

—No, —contestó ella, todavía impresionada por su anuncio.

—Soy lo suficiente fuerte como para mover tus muebles. Me preocupo por ti. Y te he complacido con mi toque. Muchas veces. Soy perfecto para ti. —Él sonrió, lentamente, de manera seductora, enviando una corriente de deseo por todo su cuerpo—. Así que ahora me seducirás.

Él todavía me desea, fue su primer pensamiento.

¿Por qué estoy todavía aquí sentada? Fue el segundo.

La alegría la envolvió como un capullo de seda. Su hambrienta mirada se deslizó sobre ella. Su hambrienta mirada se deslizó sobre él. Ambos se desnudaron mentalmente, prenda a prenda, y ambos sabían lo que el otro hacía.

Recordando en el último momento las técnicas que él le había enseñado, Bella aleteó sus pestañas.

—Quizás espere a ver si, de hecho, realmente reúnes todas mis exigencias. ¿Puedes excitarme?

Diabólicos y maliciosos, sus ojos brillaron de placer, iluminando su iris como fuego de cristal.

—Eso tendremos que averiguarlo ¿no crees?

—Con esto, él simplemente se alejó.

 

REGLA 17: Adora el cuerpo de tu Ama

 

Sin palabras, Bella observó cómo se marchaba. Él le había prometido que la seduciría y, aún así, la dejaba aquí sola. No lo entendía, ¿se suponía que debía empezar sin él?

Antes de que empezara a ponerse histérica, Edward apareció de nuevo.

—Ven aquí, Bella, —dijo, y de algún modo consiguió darle a sus palabras un tono especial... como si pudiera atraerla a la cama simplemente con su voz.

Y así era.

En trance, ella se acercó, ansiando la esencia de su toque. Deseando la culminación de su pasión.

—No tengas miedo, —dijo él, moviéndose detrás de ella.

Una oleada de incertidumbre la invadió ante sus siniestras palabras, pero asintió.

Él le puso una venda sobre los ojos y la oscuridad la inundó. Él ató la tela, con cuidado de no tirar de su pelo. El nerviosismo pronto se mezcló con el deseo, provocándole un estremecimiento.

—¿Qué haces? —preguntó suavemente.

—¿Aún confías en mí?

—Sí. —dijo sin dudar.

—Entonces nada de preguntas.

—Ninguna pregunta. —Bella inspiró profundamente, tratando de acostumbrarse a la oscuridad. Sólo cuando se relajó completamente escuchó el hipnotizante ruido de la lluvia que caía en el exterior. Olió el masculino olor de Edward con mayor intensidad, y sintió con más fuerza su calor.

—Repite después de mí, —dijo él. Oh, su voz se parecía al caro brandy y a los buenos cigarros, tan embriagadora que se sintió borracha de excitación—. Soy hermosa.

—Soy hermosa.

—Soy digna.

—Soy digna.

—Soy preciosa.

—Soy preciosa, —susurró ella.

Sus halagos, y su propia confirmación, entraron en su conciencia y, por primera vez en su vida, se los creyó. Era hermosa. Era digna. Era preciosa. Brian no había sido digno de ella.

—¿Sabes lo que me haces? —susurró él en su oído, luego colocó un firme beso en su cuello y ella absorbió su calor—. ¿Cómo me haces arder? Si no lo sabes, pronto lo harás, ya que planeo hacer que te derritas en cualquier parte que te toque. Mis dedos estarán calientes y quemaran tu piel mientras exploran cada curva, cada hueco… cada deliciosa pulgada.

El fervor de su promesa la hipnotizó, creando un hechizo de amor y lujuria en los límites de su mente. Esto era con lo que había soñado todos aquellos años que había pasado sola por las noches, esperando, deseando,

—Una vez que nos unamos, dulce dragón, sólo querrás más, —le prometió él—. Mucho más.

Pequeños y delicioso temblores la recorrieron.

Pero él no había terminado.

Moviendo la mano, él amasó uno de sus pechos a través de su camisa, suave como una pluma.

—Te tocaré aquí. —Su otra mano se deslizó hacia abajo por su estómago, deteniéndose sólo cuando alcanzó la cima de sus muslos, sin llegar a tocarla entre las piernas, aunque ella pudo sentir su calor—. También te tocaré aquí. Y por todas las partes que encuentre en el camino.

Su aliento acarició su cuello, tan sedoso, tan estimulante. Intensas corrientes de pasión navegaron a través de su sangre, consumiendo cada célula de su cuerpo. Él desabrochó el botón de sus pantalones, y el grueso material cayó a sus tobillos. Toda inseguridad que sintiera alguna vez, también cayó, y ella se sorprendió de que no quisiera cubrirse. No, quería desnudarse completamente.

Él le ayudó a salir de los pantalones. El aire era frío, pero ella se sintió caliente. Muy caliente. Cuando se estabilizó de nuevo, él introdujo los dedos dentro de sus bragas, moviéndose más y más abajo, hasta que su mano descansó sobre sus rizos.

Ella jadeó. El contacto era tan íntimo, tan nuevo. Con movimientos tiernos, él acarició el sedoso vello, suavemente, con fuerza, suavemente de nuevo. Sus caderas se mecieron ligeramente con su toque, impulsándolo a ir más profundo.

—¿Quieres que te lleve al orgasmo? —le preguntó.

Incluso susurrando, él poseía una voz muy sensual; un barítono profundo y rico que la envolvió al igual que lo hacía la venda sobre sus ojos. Siempre que él hablaba su aliento soplaba sobre su oreja, enviando imágenes de sábanas enredadas y pieles sudorosas, a través de su mente.

—Sí, —contestó ella jadeando—. Sólo si vienes conmigo.

Sus dedos finalmente rozaron su clítoris. Ella jadeó. Sus otros sentidos permanecieron aumentados, sumamente sensibles. La áspera y callosa piel de Edward envió temblores de placer hasta los dedos de sus pies cuando la acarició.

Luego, se detuvo.

Ella esperó con impaciencia, suspendida en un tiempo y lugar donde sólo ella y Edward existían.

Después… sus dedos comenzaron a atormentarla de nuevo, acariciándola, subiendo y bajando por sus húmedos pliegues. Casi. Casi donde más lo necesitaba. Un gemido bajo y necesitado resbaló de sus labios. Nada pudo haberla preparado para este ataque sensual a sus sentidos, para esta búsqueda de la culminación y el éxtasis. Nada.

Otra vez, él paró.

Otra vez ella esperó, aumentando su desesperación por más.

—¿Alguna vez has hecho el amor sobre una silla, Bella?

Lentamente ella negó con la cabeza.

—Nunca he hecho el amor con nadie. En ninguna parte. —Su voz estaba ronca por el deseo.

—Me alegro, —dijo él, besando otra vez su cuello. Su abrazó se apretó más aún mientras hablaba—. Tus piernas deben engancharse sobre los brazos de la silla, abriendo tu centro. Luego me tomas en tu interior, tan profundamente que gritas. Y gritas de nuevo. Una y otra vez.

Las fantasías de ella y Edward en una silla, haciendo exactamente lo que él describía, la conquistaron, haciendo que su garganta se cerrara. Tengo que tenerlo en una silla.

—Dime que me deseas, pequeño dragón. Di las palabras.

—Te deseo, —susurró ella. Quería besar y lamer sus cicatrices, consolarle y ayudarle a cerrar sus heridas. Quería deslizar la lengua sobre cada uno de sus tatuajes y oírlo jadear—. Quiero hacer el amor contigo tantas veces que no esté segura de donde termina mi cuerpo y empieza el tuyo.

Edward la giró entonces.

—Dame tu boca. —Ahora su tono era crudo, primitivo. Él no le dio tiempo a contestar. Su cabeza bajó bruscamente, y su boca devastó la suya. Dando la bienvenida a su fuerza, a su dureza, ella devolvió el empuje de su lengua con el suyo propio, apretando las manos contra su espalda.

Siempre. Para siempre, pensó ella.

—Siempre, —dijo él, como si hubiera escuchado la promesa en su mente. La apretó contra él, su corazón tambaleándose con un cúmulo de sensaciones. Con Bella entre sus brazos, su pasado no podía afectarlo. No se preocuparía de que otra mujer intentara robarlo. Sólo se preocuparía de este momento. El sentir la piel de Bella provocaba que todos sus nervios saltaran, con fuerza y necesidad. Su olor lo conducía al borde de la locura. Quería a esta mujer y nada más importaba.

—Déjame tocarte, —dijo ella con la respiración entrecortada.

Él supo lo mucho que le costó decir tal audacia, y le habría dado el mundo entero ahora mismo si ella se lo pidiera.

—¿Dejarte? No, Bella. —Él lamió el contorno de sus labios—. Necesito que me toques.

Él guió su mano a través de los músculos de su pecho, de su ombligo, y la sumergió por debajo de su ropa interior. Le ayudó a que su palma envolviera su pene, ya duro por la excitación, y le mostró cómo tenía que acariciarlo. Aprendía rápido, su Bella, y pronto movió su mano de arriba abajo con una precisión exquisita.

—Sí, dragón, —la elogió él, luego gimió—. Justo así.

Sostenerlo entre sus manos le hizo descubrir a Bella su gran poder femenino, con el cual ella se deleitó. Aquí estaba este hombre, un maestro de la sensualidad, que le respondía como si nunca pudiera tener suficiente de ella.

Un pensamiento embriagador, la verdad.

En un segundo, él le levantó y quitó la camisa por los brazos, exponiendo sus desnudos pechos a su vista. El frío aire besó su acalorada piel, provocando que sus pezones se endurecieras y le dolieran.

Ella oyó como Edward retenía su aliento y decía,

—Eres la criatura más delicada que jamás he contemplado.

—No, yo... —comenzó a decir por costumbre, luego se paró de golpe.

Él rodeaba el borde externo de su pezón con la lengua y su dedo acariciaba su ombligo. El resto de sus palabras murieron de una súbita muerte. El cuerpo de Bella estalló en llamas. Necesitando más, arqueó la espalda, dándole un mejor acceso. Edward succionó el endurecido pico en la caliente humedad de su boca y su mano se arrastró por su estómago. Ella tembló.

Por último Edward le quitó el resto de su ropa: las bragas. Bella gimió, no por incomodidad o vergüenza, algo que todavía le sorprendía, sino por deseo. Ahora mismo, este hombre le pertenecía. Sólo a ella. Para otras él podría ser un esclavo del placer. Pero para ella era simplemente Edward, un hombre sexy que marcaba su cuerpo de la misma forma que había marcado su corazón.

Él le plantó embriagadores besos a través de su cuello y clavícula, y el vello de su pecho cosquilleó en su piel. Durante sólo un segundo, él se retiró y ella sintió una suave ráfaga de aire cuando se quitó su ropa interior. Entonces, uno de sus brazos se ancló bajo sus rodillas y el otro tras su espalda. Cuando la levantó en brazos, su mundo se inclinó y ella tuvo la sensación de flotar en una nube, así que lo abrazó por el cuello en busca de apoyo.

Edward se quedó inmóvil durante un momento, empapándose de la vista de la mujer que había consumido sus pensamientos desde el primer instante que la vio. Ella lo cautivaba, lo llevaba a nuevos niveles de sensualidad, y tenía que obligarse a reducir la marcha antes de que las cosas acabaran demasiado rápido. Era la primera vez de Bella y, por Elliea, ella disfrutaría de cada segundo.

Sus pechos eran llenos y exuberantes, creados para el toque de un hombre. Su toque. Sus pezones acababan en atractivos picos, preparados, expectantes. Llamándole. Sus piernas no eran largas, pero eran capaces de hacerle subir al cielo. Pronto esas piernas envolverían su cintura, exprimiéndolo y empujándolo fuertemente dentro de su vaina.

Tan poderoso fue ese pensamiento, que casi cayó de rodillas.

El hambre lo condujo a la sala de estar tan rápidamente como sus pies pudieron llevarlo. El fragor de un trueno explotó, luego la llamarada de un relámpago. Él no se detuvo hasta que llevó a Bella a una suave y acolchada silla reclinable. Se sentó y la ajustó sobre su regazo hasta que sus piernas se acomodaron a horcajadas sobre sus muslos y sus rodillas descansaron sobre los brazos de la silla.

Él no podía dejar de besarla. Quería absorber cada centímetro de ella. Lentamente, sus manos de movieron hacía abajo, acariciando la suave curva de su estómago. Luego la rodeó y acarició la sedosa redondez de su trasero. Su gemido le dijo lo mucho que le gustó eso.

Perdiendo rápidamente la cordura, exploró de nuevo su humedad, su centro femenino, torturándola con breves caricias. Ella pronunció un gemido bajo, gutural. Sus caderas siguieron sus dedos, buscando cualquier cosa que él quisiera darle. Él estudió su cara, observando la forma en que sus labios se separaban sin inhibiciones. La forma en que arqueaba su espalda, exigiendo silenciosamente más.

—Eso es, pequeño dragón. Muévete para mí.

—Edward… —comenzó ella, para jadear después cuando él lamió con su lengua un endurecido pezón. Ella estaba abierta para él, tanto su boca como cuerpo. Esta mujer lo afectaba como ninguna otra. Tan sólo el escuchar su nombre de sus labios era más intenso que hacer el amor con cualquier otra. Bella de algún modo lo hacía sentirse completo, entero, como si simplemente hubiera nacido para conocerla.

Ella gimió otra vez mientras su desnuda piel se frotaba contra la suya, exaltada, consumiéndose, provocando que se intensificara el dolor que sus dedos causaban. Pronto ella se estuvo retorciendo, buscando la liberación de las intensas sensaciones que querían explotar en su interior.

—Casi estoy, —dijo. Todo dentro de ella posesionándose para la liberación. Esta muy cerca del borde, tan increíblemente cerca—. No pares. —Su respiración salió en entrecortados jadeos—. En todos los sitios que me tocas, estallan las llamas bajo mi piel. No quiero que dejes nunca de tocarme. ¿Me lo prometes?

—Con todo mi ser. —Él gimió profundamente en su garganta, y la vibración la recorrió entera.

Él la acarició sólo un poco más fuerte, pero fue suficiente. Sus músculos internos se apretaron y un feroz placer estalló con la fuerza de una avalancha.

— ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!

Mientras su orgasmo aún la estremecía, él enterró dos dedos profundamente en su interior, estirando las paredes de su feminidad y preparándola para su invasión. Su otra mano agarró su cadera, arrojándola sobre él, ayudándole a imitar el ritmo del sexo. Una vez. Dos veces. Él empujó sus dedos más profundamente. Una y otra vez retirándolos y hundiéndolos de nuevo. Su necesidad de él la asombraba. No sólo su toque, sino a él. Su voz, su risa, su felicidad.

Habiendo estado su cuerpo privado de placer durante tanto tiempo, ahora le exigía que lo compensara. Necesito más, pensó. Ella ansiaba todo de él; quería que esta vez experimentara la liberación con ella.

—Por Elliea, Bella, nunca he sentido nada tan caliente —la elogió él—. Es tan malditamente bueno, tan apretado.

Las puntas de sus dedos se pusieron más calientes, empujando más profundo, atormentándola y torturándola. La sensación eclipsó al tiempo. El ardiente placer creció en su interior, los rescoldos casi inextinguibles. Cada movimiento que hacía servía sólo a un objetivo. Ganarse la liberación del dulce tormento que él continuamente le infligía.

—Ven dentro de mí, Edward. Te necesito.

Él quitó sus dedos y miró su cara.

—Primero quiero probarte.

Probarte primero. Eso llevó sólo un momento para que la embotada mente de Bella, registrara lo que en realidad quería decir. Cuando la comprensión llegó, la sensual neblina se evaporó. Se arrancó la venda de los ojos y lanzó el negro material al suelo. Asustada, ella se echó hacia atrás y juntó las rodillas.

—No. —negó rápidamente con la cabeza—. No puedo dejarte hacer eso. —La idea, aunque placentera en la imagen que evocó, le causaba toda clase de dudas.

—Sí. —Edward vio la cautela grabada en la expresión de Bella, y eso encendió un fuego en su interior que quemó bajo su piel. Sus brazos envolvieron su cintura para impedir que se largara—. Déjame probarte, —dijo él—. Déjeme darte placer con mi lengua.

Incapaz de hablar, ella negó con la cabeza. Sus piernas se cerraron con más fuerza. Si se movía un centímetro más, notó él, sus rodillas golpearían contra su hinchada carne.

Con cuidado, ahuecó su barbilla entre sus manos y se inclinó.

—¿Bella?

Ella no contestó, ni se relajó.

—Antes te pregunté si confiabas en mí, —dijo él con voz ronca—. ¿Recuerdas tu respuesta?

De algún modo ella asintió débilmente con la cabezada. Simplemente pensar en él lamiéndola hacía que un perverso deseo latiera entre sus piernas pero... ¿le permitiría el acceso a su lugar más privado? ¿A que lo mirara? ¿Lo saboreara?

Él deslizó sus manos entre sus cerradas piernas, empujando suavemente para apartarlas. Luego, con la esperanza de que las familiares sensaciones consiguieran calmarla, introdujo de nuevo dos dedos en su interior. Sintió la humedad que allí se reunió y casi se corrió. Requirió de cada onza de instinto de conservación que poseía para controlar su intensa hambre.

—Nunca te haría daño, pequeño dragón. Déjame. Déjame amarte con mi boca.

—¿Pero y si no te gusta? —le preguntó, expresando finalmente su miedo.

—Me gustará, —dijo él con ferocidad—. Te lo prometo.

La rica persuasión de su tono la relajó, y la convenció a que se enfrentara a lo desconocido, al miedo. Poco a poco, aflojó los músculos de sus muslos, dándole el acceso que él tanto ansiaba.

—Si estás seguro, —dijo ella suavemente.

Su voz pareció drogada, sin aliento, por la pasión, y rica miel por la incertidumbre. Él bajó, al mismo tiempo que la levantaba a ella hasta que puso sus rodillas encima de los brazos de la silla, sus manos apoyadas en el respaldo. Su aliento cosquilleó sobre los rosados pliegues un segundo antes de que ella sintiera el calor de su lengua. Él lamió, acarició y succionó, creando una fricción exquisita. Sus huesos se licuaron, sus nervios chisporrotearon, y en ese momento, Bella supo que jamás volvería a sentir tal deliciosa agonía. Sus desenfrenados gemidos llenaron el cuarto, mezclándose con el estruendo de los truenos.

Su cabeza giraba de un lado al otro, haciendo que su pelo se derramara desordenadamente por su espalda, y eso incluso sirvió de estimulante. Los sedosos mechones acariciaron su acalorada piel, rozándola y haciéndole cosquillas.

Edward se alejó.

—Noooo. —Sus muslos se apretaron, intentando retenerlo en el sitio hasta que satisficiera la pulsante necesidad que recorría sus venas.

—Te gusta, ¿verdad? —dijo él soltando una ronca risita, pero el sonido pronto se convirtió en un gemido—. A mí también, pequeño dragón. —Una vez más su lengua acarició y sondeó—. Nunca probé algo más dulce, —susurró él contra su mojada carne—. Tan perfecto.

Temblando, ella se arqueó contra él.

—Mmm… —hablar era imposible.

Tanto… tanto... placer … Todo en su interior explotó. Luces destellaron. Los músculos se tensaron. Este orgasmo le llegó al corazón, más fuerte que incluso el último. Incapaz de mitigar los efectos de este poderoso ataque, ella gritó su nombre.

—Vas a matarme, —respiró ella.

Él nunca se había sentido tan salvaje, tan… caliente.

—Te necesito, Bella, —dijo él.

—Sí. Sí.

—Eres tan pequeña. ¿Seguro que estás preparada?

—Lo estoy, Edward. Hazlo ahora.

Él la bajó, apenas capaz de refrenar su desesperación, y colocó sus rodillas a los lados de sus muslos. Con un rugido, él se alzó y enterró su carne en su húmedo interior, rompiendo la barrera de su inocencia. Ella se puso rígida durante sólo un instante, luego se fundió completamente contra él. Durante una eternidad, él se quedó inmóvil, dándole tiempo a que su cuerpo aceptara su invasión.

Por un momento, él la sintió, no sólo su cuerpo, sino también sus emociones, incluso su alma. Sintió su hambre, su temor. Su necesidad. Ellos eran uno, dos mitades que se hacían un todo.

—¿Estás bien? —le preguntó, el sudor perlando su frente.

—Estoy donde quería estar. Formando parte de ti.

Sus labios se tensaron por el esfuerzo de contenerse.

—¿Puedes tomar más?

—Tomaré todo lo que tengas para dar.

Él empujó un poco más hondo. Ella se arqueó. Entonces él se introdujo hasta la empuñadura y ella jadeó.

Perfecto, pensó él.

Él comenzó a moverse más y más profundamente, levantándola y bajándola, igual que había hecho con sus dedos. Poco a poco, aceleró el ritmo. Más rápido. Más rápido aún. La tomó con avidez, casi brutalmente, golpeando contra ella tal y como había soñado hacer las pasadas noches. No podía controlarse; la deseaba con demasiada desesperación. Ella lo dejaba indefenso, lo consumía. Un gemido salió de su garganta cuando ella giró sus caderas, tomándolo en un ángulo diferente.

—Haz eso otra vez, —la animó él.

—¿Así? —Lo hizo de nuevo.

Él se mordió el labio inferior.

—Justo así.

Bella sonrió con malicia, pero rápidamente cambió su sonrisa por un gemido de placer. La anchura de su pene la estiraba, pero el sentimiento de pertenencia que él le provocaba sobrepasaba cualquier incomodidad. Ahora, él era una parte de ella, profundo y sólido, su cuerpo uno con el suyo, y ese conocimiento era más potente que una droga. Ella había soñado con este momento, con estar con él, pero sus fantasías palidecían comparadas con la realidad.

Su mano se introdujo entre ellos, encontró su clítoris y lo apretó. Moviendo con maestría sus dedos, consiguió que olvidara cualquier rastro de incomodidad.

—Dime como te sientes, —ordenó él con voz ronca—. Dime cuanto te gusta lo que te hago.

Él bombeó dentro y fuera de ella, aumentando la velocidad, aumenta la urgencia, incluso mientras seguía estimulándola con los dedos.

—Me gusta… me gusta… —La parte inferior de su cuerpo se movía con él, después contra él, elevándose cuando él se retiraba, sólo para bajar de nuevo cuando él se alzaba. No podía pensar, sólo podía empujar hasta conseguir la liberación. Por Dios, que jamás se negaría este placer de nuevo.

—Háblame, —respiró él, aumentando el ritmo más y más rápido—. ¿Te gusta?

Ella abrió la boca para explicarle que había alcanzado la cima de los cielos, pero un gemido rasgó profundamente de su interior cuando alcanzó otro orgasmo. Una mezcla de sensaciones se enredaron y enredaron, más y más rápido.

Las paredes internas de Bella se apretaron alrededor de su mojado eje enviando a Edward también la culminación. El clímax, totalmente masculino e infinitamente poderoso, liberó un salvaje rugido de su garganta antes de que él se derrumbara en la silla, arrastrando a Bella contra él, ambos agotados.

Cuando él fue capaz de tomar una bocanada de aire, susurró contra los sedosos hilos de su pelo.

—Bueno, mi pequeño dragón. Supongo que te gustó.

 

 

POR FIN JUNTOS JAJAJA ERA LO QUE TODAS ESPERABAN, PERO NO CREAN QUE AHORA SERA TAN FACIL, AL MENOS NO CON TANYA INTERVINIENDO,

COMO LES DIJE AL PRINCIPIO, SI ESTABA DEPRIMIDA POR LOS POCOS COMENTARIOS QUE RECIBO Y SE LOS AGRADEZCO DE TODO CORAZON A ESTAS CHICAS MARAVILLOSAS QUE SE TOMAN SU TIEMPO EN ESCRIBIRME "MUCHAS GRACIAS"..........ahora entiendo a las escritoras que abandonan sus historias por la poca participacion :(

PERO YO NO LO PIENSO HACER, CREO QUE ESE LAPSO MOMENTANIO DE DEPRESION YA SE ME PASO AYER, NO PIENSO DEJAR LA HISTORIA POR RESPETO A LAS CHICAS QUE SI ME COMENTAN Y ME VOTARON, CONTINUARE FIRME HASTA EL FINAL AUNQUE YA DESPUES YA NO ME QUEDEN GANAS DE ESCRIBIR MAS.

ESTA HISTORIA VA A TENER 24 O 25 CAPITULOS TODAVIA NO ESTOY SEGURA ASI QUE YA CASI SE TERMINA, CON ESO DE QUE PONGO UN CAPITULO DIARIO EN UNA SEMANA YA SE TERMINO. OK

LES MANDO UN FUERTE ABRAZO :) DESDE MEXICO

P.D: LAS INVITO A LEER MI OTRA HISTORIA "NO ME OLVIDES" ES PARA LAS SENTIMENTALES QUE LES GUSTA LLORAR TANTO COMO A MI JAJAJAJ.

 

Capítulo 18: PELIGRO. Capítulo 20: AMAME.

 
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