Advertencia: Capitulo con escenas fuertes, LEER bajo su propia responsabilidad.
Si, se que ya lo leyeron, pero las invito a hacerlo de nuevo, al final hay una sorpresa.
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Capítulo beteado por Manue Peralta, Betas FFAD;
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James
BPov
— ¡El niño Ethan necesita ayuda! —gritó Jordán separándose de la puerta.
Richard y compañía corrieron de nuevo dentro del centro comercial.
—Mi bebé —exclamé con la respiración entrecortada.
Me desmonté de un salto de la camioneta.
Al tocar mis pies el suelo, una fuerte punzada me atacó en el bajo vientre haciéndome jadear por el repentino dolor.
—Señora Cullen, no. —Jordán se movió rápidamente, me tomó en sus brazos y me subió a la camioneta nuevamente. Le dijo unas palabras a Randall y la camioneta cobró vida.
— ¡No! —vociferé forcejeando con la puerta—. Abran la maldita puerta.
—Tengo órdenes de sacarlas de aquí, señora Cullen —informó Randall.
—No te atrevas, no dejaré a mi bebé. Detén la maldita camioneta o te meto un disparo en la frente en cuanto tenga oportunidad. ¡Randall! —clamé al ver que subía el vidrio, quedando fuera de mi alcance.
Lo mataría muy lentamente.
Mi corazón se desgarró. Mi bebé estaba en peligro y ellos no me permitían ayudarlo.
—Mami —me llamó mi gatita con voz temblorosa. Volteé en su dirección con la vista nublada por las lágrimas—. Tony estará bien. ¿Verdad, mami? —se le escapó un fuerte sollozo.
Más le vale a Jordán proteger a mi bebé. Por el bien de él y de su familia.
Asentí con la cabeza.
—Claro que sí, bebé. —aseguré con voz llorosa.
La atraje con mis brazos hacia mi regazo. Al realizar dicho movimiento, sentí de nuevo la pequeña punzada en mi bajo vientre.
Apreté los dientes e inhalé profundo.
—Mami, ¿estás bien? —preguntó mi gatita acariciando mi mejilla, mientras que con su otra mano limpiaba sus lágrimas.
Asentí soltando el aire poco a poco.
Ella se removió en mi regazo, sentándose a horcadas, lo que ocasionó otra pequeña punzada.
No lo pude evitar y solté un pequeño quejido.
—Mami —exclamó preocupada acariciando mi rostro.
—No es nada, nena —garanticé cerrando mis ojos y recargando mi frente en su cabeza.
— ¿Son mis hermanitos? —inquirió acariciando mi vientre.
—Sí nena, pero no le digas nada a papi —le supliqué apretándola contra mi pecho.
—Ok. —accedió soltando un pequeño sollozo—. Yo estoy aquí y no permitiré que nadie los lastime —susurró sobre mi vientre antes de besarlo.
Levantó su hermoso rostro hacia el mío. Le sonreí y ella correspondió mi sonrisa.
La camioneta se detuvo.
Dirigí mi vista hacia la ventana. Estábamos frente a nuestra casa.
Click. Sonó el seguro de niños al ser quitado.
Observé a mi gatita y ella me regaló una media sonrisa.
—Papi lo traerá a salvo, ya lo verás mami. —declaró mi gatita abriendo la puerta.
Me tragué un sollozo.
Me bajé con suavidad luego de mi nenita.
Randall no estaba a la vista.
“No te salvaras de mí,” pensé furiosa. “Me la cobraré y con creces”.
—Vamos, mami —me animó Lizzy halándome del brazo.
A pasos lentos nos dirigimos dentro de la mansión.
—Señora —pronunció Dexi con voz ansiosa en cuanto cruzamos el umbral—. El señor Cullen quiere que lo espere aquí. Él ya viene de camino y se encargara de todo.
Asentí sollozando.
—El niño Ethan estará bien. El señor Cullen no tolerará que nada malo le pase. —trato de tranquilizarme con voz temblorosa—. Vengan conmigo, les tengo preparado una taza de té y una taza de chocolate caliente.
—Gracias, Dexi —agradecí con voz temblorosa dejándome guiar por ella.
Mi gatita encabezaba la marcha hacia el comedor.
—El señor Cullen no estaba en casa porque había salido con el señor Montenegro a no sé qué. Al parecer ese señor le dijo algo que el señor Cullen iba a confirmar —contó colocando la taza de té de manzanilla frente a mí en la mesa del comedor, a mi gatita le pasó su taza de corazones rosas con chocolate caliente—. ¿Quiere malvaviscos, niña Lizzy?
Mi gatita y yo sollozamos en el mismo instante.
A mi campeón es el que le gusta tomarse el chocolate caliente con malvaviscos.
—Lo siento —se disculpó Dexi antes de retirase a pasos apresurados.
Mi gatita me miró y yo le devolví la mirada.
— ¿Por qué no vas a descansar un poco, nena? —sugerí minutos más tarde al ver que no tomaba su chocolate. Ni siquiera lo había probado.
—Está bien —acordó levantándose con lentitud—. ¿Mami?
— ¿Sí, nena? —susurré abrazándola.
—Nada —musitó negando con la cabeza—. Te amo mucho, mami.
—Yo también te amo, nena. A todos mis hijos —declaré besando su mejilla.
Coloqué los brazos sobre la mesa y apoyé mi cabeza en ellos. Comencé a llorar de nuevo en cuanto estuve sola.
Mi pequeño bebé estaba solo, en peligro y yo no estaba junto a él para protegerlo.
Al transcurrir un par de minutos en esta posición sentí una pequeña punzada en mi bajo vientre. Apreté los dientes, y con mucha suavidad acaricié mi vientre.
—Deben esperar un poco más, mis amores —balbuceé entre lágrimas—. Mami está muy preocupada por su hermano y sé que eso los tienen un poco estresados. Pero deben esperar, aún no es tiempo para ustedes —sollocé con fuerza.
Mi más grande temor hecho realidad: usarán a mi hijo en contra de su padre y de sus abuelos.
Mis sollozos aumentaban a medida que transcurría el tiempo.
—Oh Dios mío mi bebé. —exclamé sollozando.
Virgencita, por favor cuida a mi hijo, te lo ruego. No permitas que nada malo le pase.
Comencé a rezar en mi mente, aquel rezo que me enseñó mi Bubú cuando era una niña: Virgen María, ilumínalos con tu luz, cúbrelo con tu manto que lleva corona y cruz. Que las personas malas que lo tienen, si tienen ojos, que no lo vean. Si tienen oídos, que no lo oigan. Si tienen boca, que no le hablen. Si tienen manos, que no lo toquen. Si tienen pies, que no lo alcance. Amén.
Lo repetí una y otra vez en mi mente.
—Dios, te lo suplico, cuida de mi niño. —imploró.
No sé cuánto tiempo había acontecido, lo cierto es que sentía como si fueran horas.
Me limpié las lágrimas y con pasos lentos me dirigí hacia el recibidor a esperar a mi hijo.
No había llegado al sofá cuando escuché el sonido de las llantas sobre la gravilla.
Corrí fuera de la mansión.
“Mi bebé”.
El corazón me latía desbocado contra las costillas.
Las camionetas se detuvieron, pero solo me interesaba la que se había estacionado al comienzo de las escaleras de entrada.
La miré expectante.
La puerta trasera se abrió y Edward emergió de ella. Sus bellos orbes esmeraldas rehuyeron mi mirada.
Mi corazón se detuvo.
Mi peor temor echo realidad.
— ¡Mi bebé no! —grité soltando un fuerte sollozo, mis brazos abrazaron mi torso porque en ese momento sentí que mi corazón se estaba partiendo en mil pedazos.
Mis piernas flaquearon, ellas fueron incapaces de seguir soportando mi peso por lo que me precipité hacia el suelo.
Unos fuertes brazos impidieron mi caída. Ellos me acunaron con amor.
—Lo siento. Amor, perdóname —me suplicó Edward con voz lastimera, apretándome contra su pecho.
—Edward, mi bebé —lamenté enterrando mi rostro en su pecho mis brazos se apretaron entorno a su torso.
Con un suave movimiento me alzó en sus brazos, besó el tope de mi cabeza y nos guió dentro de la mansión.
— ¡No! ¡Mi hermano no! —escuché el grito de mi gatita.
Separé mi rostro del pecho de Edward y la observé con la vista borrosa.
Ella se encontraba al inicio de las escaleras, su rostro estaba surcado de lágrimas, sus mejillas sonrojadas, y su pequeña nariz respingona coloreada de un rojo intenso. Sus hermosos rizos revueltos.
— ¡Esto es tu culpa!—corrió hacia Jordán y, en cuanto estuvo frente a él, comenzó a golpearlo con fuerza con sus puños cerrados—. ¡No lo protegiste!
Emmett apareció de la nada. No lo había visto llegar junto a Edward. La tomó en sus brazos con mucha suavidad.
—Los mataré, tío —gruñó mi gatita apretando sus puños con fuerza—. A todos y cada uno que lastime a mi hermano —exclamó muy seria—. Los haré sufrir. Suplicarán clemencia.
—Nena. —la llamé con voz suave, pidiendo interiormente que mi voz no temblara. Me removí en los brazos de Edward, indicándole que me bajara. Ignoré la pequeña punzada en mi bajo vientre.
Edward me dejó sobre mis pies con mucha delicadeza.
—Mami —lloriqueó en el momento que Emmett la colocaba en el suelo.
Corrió hacia mí abrazándome con mucha fuerza, todo lo que mi redondeado vientre le permitió.
—Amor. —le habló Edward con suavidad, colocándose a su altura. Le acarició los brazos con ternura—. Te prometo, no, te juro que traeré a tu hermano sano y salvo a casa.
Mi gatita hipeó.
Lanzó sus brazos entorno al cuello de Edward y los enroscó como dos boas constrictor. Su pequeño cuerpo fue sacudido por los sollozos.
Mis ojos se nublaron de nuevo. De mi garganta brotó un pequeño sollozo, mis lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.
— ¿Es cierto? —rumió una voz conocida desde el umbral de la puerta.
— ¡Abuelo! —Lizzy se separó con brusquedad de Edward y corrió a su encuentro.
Entre lágrimas vislumbré a Don Carlisle Cullen entrar a mi casa emanando una furia asesina por cada uno de sus poros.
Alzó a mi gatita, sin apartar sus furiosos ojos verdes de Edward y le besó ambas mejillas.
—Estoy aquí, nena, como te prometí. —le dijo acariciando su espalda—. ¿Dónde carajos estabas tú, Edward? —gruñó acercándose de forma amenazadora—. Tu mujer embarazada y tus hijos se ven envueltos en un enfrentamiento. ¿Dónde demonios estabas tú para protegerlos? Se han llevado a tu hijo, maldita sea. ¿Eso fue lo que te enseñé? ¿Dejar desprotegida a tu familia?
Mi gatita sollozó enterrando el rostro en el cuello de Don Carlisle, sus brazos se apretaron con fuerza en torno a él.
—Papá. —la voz de Edward se quebró al pronunciar la palabra.
Don Carlisle suavizó su expresión y en dos zancadas cerró la distancia que los separaba, abrazándolo con fuerza.
—Iremos por Ethan, y que se cuide quien se atrevió a tocar a mi nieto. —aseveró sosteniendo a Edward por su cabeza cerca de su rostro.
Se volvió hacia mí sin soltar a su hijo.
—Esme vendrá dentro de un rato para que no estés sola, Isabella.
Asentí con la cabeza.
No podía articular palabra. Sentía un nudo en la garganta.
Tragué grueso.
—Gracias —mi voz salió llorosa y temblorosa.
Los brazos de Edward me rodearon en cuanto Don Carlisle lo soltó. Me besó en el cuello con cariño.
— ¿Espero que sus mujeres estén bien encuarteladas? —preguntó Don Carlisle mirando a Emmett y a Jasper.
—Alice probablemente no me hablará por el resto de lo que me queda de vida, pero ella y la niña están protegida, papá.
Don Carlisle sonrió asintiendo con la cabeza.
—Las Swan tiene, genio y carácter, ¿eh? —comentó sin borrar la sonrisa de su rostro.
—Ni lo que digas, papá. —dijo Jasper acariciando su mejilla.
—Rosalie fue comprensible. Le expliqué la situación a mi modo de ver y lo entendió. Ella y Emerson también se encuentran protegidos.
Don Carlisle asintió.
—Jordán. —llamó sin elevar la voz.
El aludido dio un paso al frente mirándolo con respeto.
—Tú te quedarás y protegerás a mi nuera y a mi nieta con tu vida, si es necesario.
—Sí, señor —declaró Jordán sin dudar.
—Elige a los diez mejores hombres que permanecerán contigo. ¿Le avisaron a la familia de Jeffrey y Jackson lo que ocurrió?
—Sí, señor, yo mismo me encargué de eso —contestó Garrett esta vez, dando un paso al frente—. Jenks se está haciendo cargo de la indemnización de cada familia.
—Bien. Andando, mi nieto nos espera. —Don Carlisle le entregó mi gatita a Jordán y se dirigió a la entrada de la mansión, la cual estaba repleta de hombres fuertemente armados. Hasta ese momento no había sido consciente de ellos.
—Lo siento, Jordán —se disculpó Lizzy, pasando sus brazos por el cuello de Jordán y apretando su cintura con sus piernas.
—No se preocupe, niña Elizabeth. —la tranquilizó con una pequeña sonrisa.
Edward me dio la vuelta con suavidad entre sus brazos.
Sus labios se posaron sobre los míos con ternura, un suave roce, demostrando todo el amor que siente hacia mí.
—Ten mucho cuidado —le supliqué apretando mis brazos a su alrededor. Dejé un beso en su pecho—. Vuelve en una pieza con nuestro hijo.
—Así será. —prometió apretándome con suavidad.
Solté un suspiro lastimero.
Edward me besó en el cabello.
—Tony estará bien —aseguró en mi oído, entretanto acariciaba suavemente mi abultado vientre.
Los bebés se hicieron notar, pateando el lugar exacto donde Edward posó su mano.
— ¿Estás seguro, Edward? Tengo mucho miedo —manifesté cerrando mis ojos mientras recargaba mi frente en su pecho.
—Claro que sí. —señaló volviendo a deslizar la mano por la curva de mi vientre—. Ellos tienen tú fortaleza. Son tus hijos, fuertes como tú. Deja de preocuparte por Ethan, lo traeré de vuelta. Debes estar tranquila, aún no es tiempo para ellos. —pude entrever su sonrisa en la voz al sentir otra patada—. Volveré con Tony. —me beso dulcemente en la frente—. Ni Elizabeth ni tú saldrán de casa.
—Está bien —acepté con una media sonrisa, tragándome las lágrimas.
—Te amo. —me besó en los labios antes de dar media vuelta y dirigirse junto a sus hombres, los de su padre y sus hermanos fuera de la mansión.
—También te amo —susurré acariciando mi vientre.
Edward, al pasar por el lado de nuestra gatita, la tomó en sus brazos, le llenó su hermoso rostro de besos, le dijo algo al oído y dejó un piquito en sus labios. Con suavidad, la devolvió a los brazos de Jordán.
—Te amo, nena —declaró acariciando su mejilla.
—Te amo, papi —secundó mi gatita comenzando a llorar.
Edward la besó en la frente.
—Tu mamá, tus hermanos y tu son lo mejor que me ha pasado en la vida. —al decir esto, dio la vuelta y desapareció por el umbral de la puerta sin mirar atrás.
Jordán me miró antes de dejar a mi gatita sobre sus pies.
—No se preocupe, señora Cullen, cuidaremos de ustedes —dijo con convicción.
Se dio media vuelta y salió de la mansión.
—Entonces, señorita… —comencé limpiando mis lágrimas.
—No estás enojada porque haya llamado a los abuelos, ¿verdad mami? —me preguntó retorciendo sus dedos.
Me tensé.
— ¿Abuelos? —exclamé atragantándome.
—El abuelito Charlie también lo sabe —comentó como si nada—. En cuanto llegue a la ciudad, le pateará el trasero a los que se llevaron a Tony.
—Charlie. —jadeé en busca de aire.
—Él y la Bubú están fuera de la ciudad por no sé qué. No me lo quiso decir.
— ¿Cómo supiste el número de tus abuelos? —interrogué sentándome en el sofá, anonadada por lo que mi hija fue capaz de hacer.
—Sé utilizar una guía telefónica —respondió encogiéndose de hombros—. Además, al decir mi nombre en la empresa del abuelo Charlie, corrieron a darme su número.
Estaba con la boca abierta. No podía pronunciar una sola palabra. Mi padre venía dispuesto a salvar a mi hijo.
El timbre de la mansión retumbó por toda la habitación.
Mi gatita me miró ansiosa corriendo a mis brazos.
—Mami —exclamó escondiendo su bello rostro en la base de mi cuello.
—Shhh, estoy aquí.
Dexi apareció por el pasillo de la cocina. Tenía los ojos un poco enrojecidos. Fue a ver quién era.
Sé que no eran ninguno de los hombres de Edward, puesto que ellos tienen una entrada por el lateral de la mansión.
—Espero que no te moleste que haya venido, Isabella. —dijo Doña Esme entrando con paso vacilante al recibidor.
Negué con la cabeza.
Ella me regaló una media sonrisa.
Miró a mi hija con adoración.
—Hola, princesa.
—Hola, abuela.
Lizzy salió de la jaula protectora de mis brazos.
—Ven, siéntate aquí. —ella señaló sentándose en el sofá frente a mí.
Esme le sonrió abiertamente e hizo lo que mi nenita le indicó.
—Siento mucho lo que está pasando con Ethan. —expresó abrazando a mi gatita, pero mirándome a mí—. Edward debió ser más cuidadoso.
—La culpa la tengo yo, no Edward —la atajé molesta por lo que había dicho.
Edward no había tenido la culpa de nada. Era mi culpa, yo debí proteger mejor a mi bebé.
—Como haya sido. Edward debía estar aquí para proteger a mi nieto.
—Doña Esme…
—Solo Esme, Bella, ¿te puedo decir Bella? Entiendo lo que dices, pero es el deber de Edward protegerlos.
—No quiero que vayan a pelear —expuso mi gatita levantándose e interponiéndose entre Esme y yo—. Los culpables son los que se llevaron a mi hermano, ni mi mami ni mi papi tienen la culpa, abuela.
Esme asintió con una media sonrisa.
—Tranquila, princesa, no pienso discutir con tu mami. Ella no debe alterarse en estos momentos, eso les haría mal a tus hermanitos. —la tranquilizó Esme acariciando sus brazos.
Mi gatita asintió.
—Bueno, Bella… un pajarito por ahí me contó que tú quieres hacerme una pregunta. —dijo mientras sentaba a mi gatita nuevamente, pero esta vez en su regazo.
Tragué grueso.
¿Enserio? ¿Ahora, cuando no tengo cabeza para nada más que para mi hijo?
—Mi mami quería saber por qué ella y mis mamás están teniendo más de un hijo —le preguntó mi gatita por mí.
Le sonreí a mi nenita. Ella me devolvió la sonrisa.
—Yo solo puedo responder por el lado de la familia Cullen. Tengo un poco de conocimiento de tu familia, Bella, pero no me corresponde a mí hablar sobre ello. Pregúntale a Doña Marie, ella es la más indicada.
Asentí.
—No sé si estás enterada, pero yo tengo dos hermanas. Jessenia Echeverría es mi hermana mayor por cuatro años. Ella es hija del primer matrimonio de mi madre. Carmen Masen es mi hermana menor por tres minutos. Ella y yo somos morochas. Compartimos el útero en el mismo momento, pero no la placenta, de allí que compartimos ciertos rasgos, pero no somos idénticas.
—La mamá de Tanya es su morocha.
—Por lo que veo conoces a Tanya. Así que asumo que ustedes la ayudaron con su matrimonio con Daniel. Por eso Carmen y Eleazar no dieron con ella hasta que ya estuvo casada con ese muchacho.
Mis mejillas se tiñeron de rojo.
—Aunque eso no viene al caso ahora. Sí, ella es mi melliza. Carlus era el hermano gemelo de Carlisle, pero falleció cuando tenían tres años a causa de meningitis.
— ¿Don Carlisle tenía un gemelo? —exclamé asombrada.
Esme asintió con una sonrisa.
—Lo he visto en fotos, era un hermoso niño rubio de ojos azules, que se parece un poco a mi Jasper —contó. Pude entrever un poco de adoración al pronunciar el nombre de mi cuñado—. Emmett, mi niño rústico, se parece más a la familia Masen, aunque haya sacado los hermosos ojos verdes de su padre. En cambio, Jasper, mi niño pacífico, es rubio con los ojos verdes como los Cullen. Mi pequeño Edward, el niño de mamá, es más parecido a los Platt. Mi madre es la que tiene el cabello broncíneo y los ojos color esmeralda. —me sonrió—. Espero que no te importe que te cuente esto.
—No, claro que no. —negué con la cabeza con una pequeña sonrisa.
—El embarazo de Emmett fue planeado. Teníamos un año de matrimonio y estábamos ansiosos por ser padres. Mi amiga Lilliam había tenido a su primer hijo, Alexander; un precioso bebé. Él despertó en mí el instinto materno, así que una noche le dije a Carlisle que deseaba tener un bebé. Quería ser la madre de su hijo. —sonrió con picardía—. Nueve meses después, un treinta de marzo a las cuatro y media de la madrugada, nació nuestro pequeño de mejillas regordetas y rizos oscuros. Carlisle no cabía de la felicidad y yo estaba que reventaba de dicha. Mi bebé era mucho más hermoso de lo que había soñado. Teníamos dos años de feliz matrimonio y un precioso bebé, nuestra vida era plena. Cuando Emmett tenía un año, el hermano mayor de Carlisle, Albert, falleció en un enfrentamiento, por lo que Carlisle tuvo que asumir el mandato de la organización —su sonrisa ahora era nostálgica—. Me enfadé con él, yo no sabía que la familia de mi marido, el padre de mi precioso bebé, pertenecían a la mafia. Lo dejé. Tomé algunas cosas, al niño y desaparecimos durante un mes. Lo que no sabía era que en ese tiempo toda esta mierda de la mafia lo iba a corromper. Nos encontró, por supuesto; nunca lo había visto tan furioso. Temí por mi vida y la de mi hijo. Ladró órdenes a sus hombres que le llevaran el niño a María. Yo no sabía quién era esa tal María. Mi corazón se rompió, él ya tenía otra y se llevaba a mi hijo, ¿y a mí qué? ¿Me iba a matar? Le reclamé a gritos su engaño. Hacía un mes que lo había dejado y ya tenía a otra. Le grité que lo mataría si intentaba separarme de mi hijo. También le cuestioné su manera de amarme, pues a la primera oportunidad le abría las piernas a otra. Le aseguré que eso me importaba una mierda, pero no iba a permitir que se llevara a mi hijo. Nuestro hijo, me recordó con suavidad. Al escucharlo hablarme de esa forma, me dio el valor para mirarlo a la cara. La incredulidad brillaba en esos bellos ojos verdes que tanto amaba. Mujer, estás loca, exclamó antes de besarme con rudeza. —continuó aún con la sonrisa en sus labios—. Me hizo cosas que no diré delante de mi nieta. Te digo que nunca en la vida había disfrutado tanto. Me llevó con él, aunque no salimos de esa cabaña por tres días. Allí supe que María era su nana y había cuidado de mi pequeño. Un mes después me enteré que estaba embarazada de Jasper.
—El abuelo y tu hicieron el amor, ¿cierto? —le preguntó mi gatita con curiosidad, ocasionando que mis mejillas de tornaran de un rojo intenso.
Esme se atragantó con su saliva.
—Hubo un problema en el colegio con un niño, por lo tanto, tuve que contarles a mis hijos que era el sexo —aclaré.
Esme asintió con lentitud.
— ¿Cómo fue el embarazo de mi papi? —curioseó mi gatita ilusionada.
—El embarazo de Edward fue un poco complicado. Cualquier movimiento brusco acabaría con la vida de mi bebé.
— ¿Por qué, abuela? —había un deje de tristeza en su voz.
—Fue la primera y única vez que los enemigos de Carlisle intentaron algo contra nosotros. Esa mañana había amanecido con un enorme antojo de comerme una hamburguesa. Nunca me ha gustado ese tipo de comida, pero las inmensas ganas de comerla me traían como loca. Así que dejé los niños con María, tomé mi coche y salí en busca de mi antojo. Encontré un McDonald y no lo pensé dos veces. Me comí dos enormes hamburguesas con bastante kétchup, aunque las haya devuelto en el servicio de señoras en cuanto me las acabé. Salí del establecimiento y todo iba bien, pero cuando ya iba llegando a mi casa, un coche me envistió por detrás y me impacté de lleno contra un poste de luz. Cuando me atendieron, los doctores me informaron de mi embarazo y que tenía un leve desprendimiento de placenta, por lo que mi embarazo era de alto riego, cualquier movimiento brusco acabaría con la vida de mi pequeño. Me sentí feliz y asustada al mismo tiempo. Carlisle estaba furioso y se encargó de todo. Nunca más mis hijos y yo fuimos blancos de alguno de ellos.
—Con permiso, señoras —interrumpió Dexi colocando en la mesita una bandeja con zumos de naranjas y unas galletas.
—Gracias, Dexi, pero me gustaría un pedazo de pastel de chocolate. —pidió mi gatita tomando el vaso de zumo de naranja.
—Claro que sí, niña, venga conmigo.
Dexi y Lizzy se encaminaron hacia la cocina.
Esme me miró con una pequeña sonrisa en los labios, se levantó y se sentó en el sofá a mi lado.
—Tony va a estar bien. Edward lo traerá de vuelta —aseguró Esme acariciando mi cabello.
Hipeo sorbiendo por la nariz de forma nada elegante.
—Tengo miedo de que la hagan daño a mi bebé antes de que Edward llegue —expresé con un nudo en la garganta.
Ese era mi más grande temor, que Edward llegara demasiado tarde.
—Carlisle estás con él. Nadie tocará a Ethan. —cuando Esme finalizó de decir eso, escuchamos una pequeña explosión.
Ambas nos miramos fijamente colocándonos de pie.
Mi corazón comenzó a martillar contra mi pecho.
Escuché el vidrio chocar contra el suelo. Volteé buscando de dónde previno el sonido. Me encontré a mi gatita en el comienzo del pasillo que da a la cocina. En el suelo, frente a ella, se hallaba los vidrios y un charco. Ella me miraba aterrada.
—Él viene, mami —articuló en un hilo de voz, que me costó un poco oírlo, antes de correr a mis brazos que ya la esperaban abiertas.
¿Quién venía?
—Señoras Cullen. —Jordán entró de forma apresurada al recibidor. Él traía su arma preparada—. Deben ir de inmediato a la habitación de seguridad.
Fruncí el ceño.
¿Habitación de seguridad?
Abrí mi boca para preguntarle de qué rayos hablaba.
—Estoy consciente de que el señor Cullen no le informó de nada. Casi nadie lo sabe, solamente el señor, Garrett y yo. Al final del pasillo, deben mover el cuadro del paisaje, allí encontraran un tablero. Al marcar el código, la puerta se abrirá. No sé cuál es el código. El señor dijo que usted sabría. Deben ir ahora, han volado el portón principal y no deben tardar en llegar hasta aquí.
¿Habitación de seguridad al final del pasillo?
—Vamos, mami —me apremió mi gatita con ansiedad en la voz halándome del brazo.
—Vayan, señoras Cullen —dictaminó de nuevo Jordán escudriñado por la ventana.
— ¡Abuela, vamos! —gritó mi gatita al darse cuenta que Esme no se había movido de lugar.
—No, nena, yo lo distraeré. Tú y tu mami vayan al cuarto de seguridad. —replicó Esme colocándose al lado de Jordán.
—Señora Cullen, debe ir también —le indicó Jordán.
—Él es malo, abuela. Te hará daño. —trató de mediar mi gatita.
—Ve, Elizabeth —le ordenó Esme ignorando a Jordán.
—Esme… —comencé.
Ella no podía quedarse. Edward a pesar de estar molesto, la ama y yo no podía estar tranquila sabiendo que ella está en peligro. Es la abuela de mis hijos.
—Váyanse, Bella —decretó.
—Señora Cullen, por favor. —Jordán me miró preocupado.
—Vamos, Gatita, debemos ponerte a salvo. —me dirigí al pasillo todo lo rápidamente que podía. ¿Cuál será el código? ¿La fecha de nacimiento de nuestros hijos?—. Ve nena, tú puedes ir más rápido. Intenta con tu fecha de cumpleaños.
Ella asintió antes de correr. La vi llegar al cuadro, subirse a la mesa cercana y moverlo con un poco de dificultad. Se vio un tablero digital. Marcó el código, el tablero emitió un pitido tornándose de color rojo.
La vi marcar de nuevo y el tablero se iluminó con una luz verde.
La pared de al lado se abrió sin ningún sonido.
Mi gatita saltó al suelo.
—Vamos, mami, apresúrate. —urgió.
— ¡No! —grité al ver que un hombre aparecía de la nada y tomaba a mi gatita en sus brazos.
— ¡Mami! —ella trataba, inútilmente deshacerse de su agarre.
—Al fin tengo el placer de estar frente a frente de la perrita de Isabella Swan. Espero que seas tan sabrosa como tu hermana. —al escuchar esa voz, supe quien estaba frente a mí.
Me estremecí sin poder evitarlo.
¿Qué hacía James, el hermano de Sara, aquí? ¿Por qué dice esas cosas?
—Suéltala —exigí con la mandíbula apretada.
Si se atrevía hacerle algo a mi bebita, lo mataría. Me importaba una mierda que fuera el hermano de mi mejor amiga y el tío de mi sobrina. Si daña a mi hija, no vivirá para contarlo.
—No —negó con la cabeza—. Iremos a dar un paseo los tres. Ella… —señaló moviendo a mi gatita—. Es mi seguro. Tú no harás nada si no quieres que ella sufra las consecuencias.
James se me acercó y me agarró bruscamente por el brazo.
Me estremecí de asco por su toque.
—Andando, perrita —dijo comenzando a arrastrarme.
Lizzy lloraba intentando soltarse.
— ¡No! —grité horrorizada llevándome las manos a la boca al entrar al recibidor.
Un hombre de tez morena con el cabello en trenzas, apuntaba a Esme en la cabeza con una nueve milímetro. Ella se encontraba de rodillas al lado del cuerpo de Jordán. Este tenía un agujero en el pecho por donde borboteaba sangre sin parar.
Ella, al vernos, jadeó.
—No, déjalas fuera de esto. Ellas no tienen nada que ver. —se intentó levantar pero el otro hombre no lo permitió—. Es conmigo, tu venganza es conmigo. Fui yo la que le dijo a Carlisle que te despidiera.
James se rio de forma macabra.
Así que James el hermano de Sara, era el mismo James con el que Edward se había enfrentado cuando nos separaron.
—No es por eso, estúpida vieja. Tu querido hijo tiene una factura conmigo y me la voy a cobrar. —repuso toscamente, haciéndonos caminar hacia la puerta de entrada.
—Sí. Es Edward, no ellas. —tanteó Esme nuevamente.
—Ellas son su talón de Aquiles.
—No dejaré que te las lleves. —desafió Esme, colocándose de pie a pesar de los intento de otro hombre porque no lo hiciera.
— ¡No! —chillé al ver como James, en un movimiento rápido, me soltaba el brazo, sacaba su arma y le disparaba a Esme.
Bang.
— ¡Abuela! —clamó mi gatita, soltándose de James y corriendo hacia Esme. Pero James fue más rápido y la tomó de nuevo en sus brazos.
Bang.
Se escuchó otro disparo y noté a James tambalearse. Volví mi vista a Esme, ella tenía un arma en la mano y, a pesar de tener un disparo en el pecho había herido en la pierna a James.
—Maldita —gruñó James apretando más a mi gatita.
Se volvió y le disparó de nuevo antes de que ella siquiera tratara.
— ¡No, abuelita! —aulló Lizzy llena de dolor—. Abuelita, por favor, levántate —sollozó.
James se rio a carcajadas.
—Nunca más lo hará. —cojeó un poco al caminar. Me observó con ojos llenos de repugnancia; se volvió hacia el otro hombre—. Fue un placer trabajar contigo, Laurent, pero no necesito testigos —dijo para más tarde dispárale en la frente. Bang—. Ahora que todo está casi resuelto, es hora de irnos, perrita. Si no quieres que tu mocosa termine igual, me obedecerás.
Salimos fuera de la mansión. Allí había dos camionetas negras y unos seis hombres fuertemente armados.
—Misión cumplida. —apuntó James acercándose a una de las camionetas—. Vayamos por su pago. —se rio.
Subió a mi gatita en la parte trasera y me ordenó que le siguiera, apuntando a mi nenita en la cabeza con su arma.
Lo obedecí sin chistar.
Él se trepó a la parte delantera en el asiento de copiloto, en el otro iba una mujer encapuchada. Lo supe por sus senos.
—Estos tontos creen que les pagaré. —se rio mirando hacia atrás.
También lo hice.
Vi a los seis hombres subirse a la otra camioneta y en cuestión de segundos esta explotó, lanzando pedazos por los aires.
Me estremecí.
Dios, que hombre tan malo.
—Solo quedas tú. Si no quieres tener el mismo final, es mejor que te atengas al plan —dijo mirando a la mujer.
Ella asintió sin quitar los ojos de la carretera.
—Mami. —lloriqueó Lizzy acurrucándose a mi cuerpo.
James se rio de forma macabra por un par de minutos.
El celular de la mujer comenzó a sonar minutos más tarde.
James se lo arrancó de la mano de manera brusca.
— ¿Diga? —contestó sonriendo abiertamente mientras volteaba a mirarnos a mi gatita y a mí.
Lo fulminé con la mirada, logrando que su sonrisa creciera aún más.
—Bien —dijo antes de colgar la llamada—. Dirígete a la pista, todo está preparado para marcharnos. —se dirigió a la mujer.
Esta asintió.
James apuntó con su arma a mi bebita en la cabeza mientras pasaba por el medio de los dos asientos hacia el trasero donde estábamos nosotras.
—Elizabeth —llamó apuntándome a mí—. Ven conmigo, Elizabeth, o le disparo a tu mami.
Mi gatita se tensó, pero levantó su cabeza como si hubiesen activado un resorte.
Lo miró detenidamente y asintió.
Se movió hacia él a pesar de que mis brazos se lo impedían.
—Cualquier movimiento, Isabella y le meto una bala en la cabeza —me advirtió sentado a mi gatita en su regazo con brusquedad.
La mujer le pasó una bolsa de lona color negro: James saco unas… ¿qué era eso?
—Esto, Isabella, son abrazaderas, para mantenerte a ti y a tu mocosa en su lugar.
Haló los brazos de mi gatita por las muñecas, manteniendo estas juntas, y las ató con las abrazaderas.
Lizzy hizo una mueca por la presión.
Luego, sin previo aviso, James le vendo los ojos con una venda negra.
—Muy bien. Te ves preciosa así, mocosa —declaró con una sonrisa sádica. Se volvió hacia mí—. Tu turno, perrita.
Lo fulminé con la mirada.
—Las manos al frente. Tu hija está en medio de nuestros cuerpos, Isabella. Cualquier movimiento tuyo y le meto una bala en la cabeza.
Llevé mis muñecas hacia él, a pesar de que traté mi rostro reflejó una mueca de incomodidad al colocarme las abrazaderas.
Colocó a mi gatita a mi lado antes de vendarme los ojos con otra venda negra.
Como no podía ver, mis otros sentidos se agudizaron, podía escuchar la respiración agitada de mi gatita, las risitas burlonas que James emitía y la respiración pausada de la mujer.
Escuché un click antes de escuchar música.
—Veamos si lo anuncia por radio. —oí la voz de James, pero esta vez venía del asiento delantero.
Escuché cómo cambiaba la estación de radio.
—Una explosión. —resonó la voz del locutor al sintonizar una estación. James soltó una carcajada y le subió volumen.
—Escucha esto, perrita.
—Hace aproximadamente una hora se produjo una explosión en unos edificios de embarque a las afueras de la ciudad. —el hombre informaba—. Según fuentes cercanas, se había visto la llegada de Carlisle, Emmett, Jasper y Edward Cullen a la zona, por lo que los organismos competentes creen que fue un atentado contra dichos empresarios.
Mi corazón se paralizó.
Mi gatita jadeó sollozando.
“Edward y mi bebé, no. Por favor, Edward y mi bebé no” pensé negando con la cabeza.
La venda se empapó de mis lágrimas, las cuales comenzaron a fluir como si se hubiera desbocado una presa.
—Aún no sabemos si los empresarios Cullen estuvieron presentes cuando se produjo dicha explosión. Les estaremos informando. Ahora, sigamos con un tema de Thalia, Entre el mar y una estrella.
Ja, Ja, Ja, se carcajeó James.
—Claro que estuvieron cuando se produjo la explosión, no creas lo contrario, Isabella. Tu querido hijo estaba sentado encima de la bomba, si lo movía… Bum. Y al parecer lo movieron. —se burló James.
De mi garganta brotó un fuerte sollozo.
En mi mente comencé a repasar cada momento con mi hijo, desde el momento que supe que venía en camino y los momentos con mi Edward.
“No, Edward y nuestro hijo están bien. Edward, tú lo prometiste” pensé con decisión.
Ellos estaban bien, Edward protegería a nuestro hijo, mientras yo me encargo de proteger a nuestra hija y a nuestros bebes.
No iba a perder las esperanzas. Edward y Tony sobrevivieron a la explosión del almacén. Mi corazón me decía que ellos se encontraban bien.
La puerta se abrió, me arrebataron a mi nenita de mi lado.
—Mami —chilló mi gatita llorando.
—James, devuélveme a mi hija —demandé con la mandíbula apretada.
—No te preocupes, perrita, tú vas con ella.
Me halaron violentamente del brazo y me bajaron de un tirón de la camioneta.
Apreté los dientes al sentir una punzada en mi bajo vientre.
A trompicones, subí una escalerilla.
—Listo para despegar.
—Sí, señor James.
— ¿Señor James? —escuché la voz de un hombre lejana.
Creo que era por radio que se estaba comunicando.
—Dime, Dalton —contestó James—. Siéntala al lado de la mocosa, necesito curarme la pierna. Maldita vieja. Gracias a Dios solo fue un rozón.
Mi brazo lo agarró otra persona que me trató con más suavidad.
—Puedes sentarte. No te preocupes, la niña está a tu lado.
No hacía falta que me lo dijera, podría sentir a mi bebita a kilómetros de distancia.
Me senté con un poco de dificultad.
—Mami —susurró mi gatita acurrucándose contra mi brazo.
—Estoy aquí, no permitiré que nadie te lastime. —la tranquilicé.
—Es la dosis recomendada —percibí la voz de una mujer muy cerca de nosotras.
Me tensé. ¿Qué dosis?
—Sí, no le pasara nada al bebé.
Bebé.
Noté un tirón en el brazo, para luego sentir un pequeño pinchazo.
Me removí con violencia, pero me sostuvieron con firmeza.
A los pocos segundos, advertí cómo mis párpados pesaban y mi cuerpo se hacía más liviano.
— ¡Mami! —es grito de mi princesa fue lo último que aprecié antes de caer en la inconsciencia.
—Muy bien, perrita; abre los ojos, ya estás en casa. —la asquerosa voz de James fue lo primero que escuché al ser consciente de mí alrededor nuevamente.
Me tensé.
¿Y Lizzy?
Abrí los ojos y me topé con la sonrisa de suficiencia de James.
—Elizabeth —mi voz salió ronca mientras la buscaba con frenesí.
Solté un suspiro de alivio al verla.
—Las dejo, espero que estén cómodas.
James salió de la lúgubre habitación, dejándola tenuemente iluminada por una lámpara de gasolina.
Mi nenita se encontraba sentada en el sucio suelo, a un metro y medio más o menos lejos de mí, encadenada. El grillete le aprisionaba su tobillo derecho y el otro extremo estaba sujeto a la pared.
Yo me encontraba esposada por mis muñecas, las esposas se comunicaban con una gruesa cadena que cuelga de un arnés fijo a las vigas del techo. Mis brazos los tenía tensos, cansados, casi adormecidos. Apenas y los sentía; mis pies casi no tocaban el sucio piso.
Fui consciente del dolor en mi bajo vientre, esta vez era más intenso, pero de mis labios no saldría ni un pequeño quejido. No iba a asustar más a mi bebita.
Hacía mucho rato que no sentía a los bebés moverse y eso me aterraba, pero más el hecho de no tener noticia de Tony ni de Edward.
—Me tenías asustada, mami. No despertabas.
—Lo siento, chiquita. ¿Sabes cuánto tiempo dormí?
—No. Me dolió, mami, cuando me inyectaron.
—Lo sé, princesa. Te juro que los haré pagar.
— ¿Mami? —me llamó Lizzy en un susurro.
— ¿Sí, mi amor? —le pregunté de la misma manera.
—Tengo sed, mucha sed —me respondió en un susurro tembloroso.
Pude escuchar cómo evitaba un sollozo, lo que ocasionó que más lágrimas rodaran por mis mejillas.
No supe proteger a mi bebé y evitar que esto le estuviera ocurriendo, si hubiese llegado a tiempo a la habitación, sin detenerse a esperarme. James solo me tuviera a mí.
Yo no sabría decir desde hace cuantas horas James nos tenía en su poder. En esta habitación no entrada ni un pequeño rayo de luz, y no sé cuántas horas hemos estado inconscientes. Aunque llevaba horas en esta misma posición.
También tenía mucha sed, mis labios estaban resecos y resquebrajados. Por lo que entiendo cómo se siente mi gatita.
—Me gustaría poder darte un poco de agua, princesa. —sollocé
—Lo sé —murmuró hipeando.
De repente, una idea llegó a mi mente.
—Bebé —la llamé.
—Humm…
—Solo tengo esto —le indiqué bajando la mirada a mis pechos.
Me hizo un puchero.
—Es todo lo que te puedo ofrecer, amor. —aseveré con una pequeña sonrisa.
Lo que me preocupaba es que si las cadenas le permitirían llegar hasta mí.
Con un mohín en sus labios, se levantó con un poco de dificultad y se acercó a mí, quedando a solo centímetros. Me incliné ignorando el intenso dolor en mis muñecas y le sonreí influyéndole valor.
Ella me regaló una pequeña sonrisa antes de bajar el escote de mi vestido junto con mi brassier, dejando mi seno izquierdo descubierto.
Acercó su rostro y sus labios instintivamente se cerraron en torno a mi pezón, teniendo mucho cuidado con sus dientes.
La temperatura de la habitación comenzaba a descender, hacía mucho frio.
Mi gatita comenzó a succionar suavemente, y las lágrimas no tardaron en rodar por sus mejillas.
—No llores, amor —dije con voz maternal—. No sería la primera vez que te alimentas de ellos.
—Mmm…
Me tensé al igual que mi gatita al escuchar ese ronroneo.
—Elizabeth. —se escuchó una voz macabra por toda la habitación.
Mi gatita cerró sus ojos, pero a pesar de eso, las lágrimas seguían rodando por sus mejillas y comenzó a succionar con más fuerza.
—Elizabeth. —en esa ocasión sí reconocí esa maldita voz.
James.
Ella comenzó a emitir pequeños sollozos.
—Qué mala eres. ¿No piensas compartir? Yo también quiero chuparle las tetas a tu madre.
Me estremecí de asco de solo imaginarlo.
La mano derecha de mi gatita voló a mi otro seno, cubriéndolo. Negó con la cabeza, sin dejar de succionar y sollozar.
—Maldita mocosa. Yo también le chuparé las tetas a tu mamá y tú verás cómo lo hago.
— ¡No! —el grito de mi gatita me sobresalto—. ¡No! —repitió sollozando antes de volver a tomar mi pezón en su boca.
Ja, Ja, Ja.
La risa burlona de James hizo que la temperatura del lugar bajara aún más, o así lo sentí yo, puesto que me estremecí sin poder evitarlo.
—Elizabeth —la llamó con voz burlona.
—Ignóralo, bebé, nadie va a tocarme. —aseguré tranquilizándola.
—No estés muy segura, Isabella.
— ¡Cállate y déjanos en paz! —vociferé llena de rabia, luchando contra mis ataduras.
El muy maldito debía de tener una cámara en la habitación.
Sentía rabia, frustración y miedo; mi respiración era rápida y superficial. Pero al transcurrir los segundos, la succión de mi gatita comenzaba a relajarme. Todo estaría bien, siempre y cuando ella se encontrará cerca de mí.
La puerta chirrió al ser abierta.
Me tensé.
Lizzy paró de succionar, y en un movimiento rápido me cubrió el seno.
Algo cayó dentro de la habitación con un golpe sordo, luego rodó hacia nosotras quedando a unos metros.
La puerta volvió a chirriar al ser cerrada.
—Un pequeño regalo de mi parte. —la voz de macabra de James volvió a escucharse por toda la habitación.
Enfoqué mi vista en lo que había dejado y era una botella de agua potable pequeña.
Mi gatita me miró ansiosa.
—Tómala, pequeña —le indiqué.
Mi gatita se agachó y gateó hasta llegar a ella, estirándose un poco para poder llegar a tomarla. Luego, con rapidez regreso a mi lado.
Con manos temblorosas la destapó.
—Toma, mi amor —la animé con una pequeña sonrisa.
Negó con la cabeza y la acercó a mis labios.
—Debes tomar tú, princesa —le indiqué rehusando a tomar agua. A pesar de las inmensa sed que tenía, mi bebita estaba primero.
—No, mami. Tú primero —rebatió, llevando la botella de nuevo a mis labios resecos y bajando el escote de mi vestido.
Me miró suplicante a través de sus pestañas al momento en que sus labios se cerraban entorno a mi pezón y comenzaba a succionar.
Tomé un pequeño sorbo, mojando mis labios en el proceso. Esperé unos segundos antes de tomar otro poco. Aguanté las ganas de tomarlo todo de sopetón o terminaría vomitado y eso sería mucho peor.
—Gracias, princesa —le agradecí en un susurro luego de tomar otros sorbos de agua. Mi voz ya no sonaba tan ronca y rasposa—. Ahora tú toma un poco. —sugerí con una sonrisa.
De mis pechos sale un poco de leche, pero no la suficiente, aunque si ella sigue estimulando, tal vez le salga un poco más.
Se alejó de mi pezón, tomó un sorbo de agua, tapó la botella retomó a guindarse de mi pezón.
Le sonreí antes de comenzar a tararear mi nana.
Luego de unos minutos sus ojitos se cerraron, pero aún continuaba de pie, frente a mí, tomando en sus puños pedazos de mi vestido y haciendo pequeñas succiones.
Chirriaron unas cadenas asustándome, antes de sentir mis brazos comenzar a descender.
Solté un suspiro, ya no sentía mis brazos.
—Así podrías descansar un poco mejor. —resonó la voz de una mujer por toda la habitación—. Hasta que James despierte. No puedo hacer más por ti, James está loco, si te ayudo es capaz de matarme. Ahora entiendo que mi hermano Riley buscó lo que ocurrió.
—Gracias —susurré cuando pude bajar mis brazos, dejando a mi nenita dentro de ellos.
—Espero que llegues a perdonarme, Isabella. Si yo hubiese estado al tanto que James haría esto, no lo hubiera ayudado. —se disculpó, pude entrever que era sincera.
—No te preocupes. Gracias de verdad. No creo que hubiese podido estar más en esa posición —le dije sintiendo la sangre fluir de nuevo a mis manos.
Mi gatita dejo mi pezón, subió mi escote y brassier antes de comenzar a hacerme masajes en las manos.
Tenía mis muñecas casi a carne viva.
Con un poco de dificultad pude sentarme en el pequeño sofá que estaba a mi lado.
Mi gatita se sentó como pudo en mi regazo.
— ¿Qué hiciste, maldita? —el grito enojado de James se escuchó.
Mi gatita se tensó y comenzó a llorar.
—Shhh, mi amor, shhh —la tranquilice.
—James, —la voz ansiosa de la mujer era de súplica.
—Mami. —hipeo mi gatita.
Con manos temblorosas le acaricié el rostro.
—Amor, ¿qué nombres quieres para tus hermanos? —le pregunté distrayéndola.
No importaba los nombres que Edward haya escogido, les podría los que mi gatita dijera. Quería que olvidara lo que ocurría afuera. Sé que a Edward no le importaría.
Se escucharon más golpes, muchos golpes, maldiciones por parte de James, quejidos y suplica por parte de la mujer.
—Mírame —le indiqué colocando mis manos en sus mejillas haciendo que me mirara a los ojos—. ¿Qué nombre quieres? —cuestioné abrazándola.
—Le toca a papi, creo que él ya los buscó. —dijo estremeciéndose.
—No importa, le pondremos el que tú escojas. —informé sonriendo al ver que ya no prestaba atención a los sonidos de golpes.
—Me gusta Kiara y Wilson.
Arrugué la nariz.
Mi gatita soltó unas risitas.
—Edward y Bella —sugirió con una sonrisa.
—No. —me quejé sonriendo.
—Valentina y Orestes, Chiquinquirá y Franklin, Gabrielle y Gabriel. Humm… Alexander y Alexandra.
—No me gusta ninguno —le dije con una sonrisa.
—Nathalie, Andy, Beatriz, Beiker, Wilmary, Wilde, Eduardo, Edgar, Elisandro, Emmanuel.
— ¿Tienes una lista? —le pregunté haciéndola recostar un poco en mis brazos.
—Sí, pensaba ayudar a papi —me respondió bostezando mientras sus manos jugaban con mi cabello.
Desde hacía unos minutos que ya había dejado de escucharse los golpes, quejidos y maldiciones.
—Brenda, Caroline, Erik, Joseph.
— ¿Qué tal si seguimos más tarde y ahora tratamos de descansar un poco? —le pregunté acariciando su húmeda mejilla.
Asintió repetidas veces.
Frotó su rostro contra mi pecho.
—Mami. —murmuró mirándome intensamente.
Le sonreí y asentí.
No hacía falta que me preguntara.
Descubrió mi seno derecho, metió mi pezón en su boca y comenzó a succionar.
Acaricié su mejilla al momento que cerraba sus bellos ojos.
Me recosté a la pared ignorando el dolor en mi bajo vientre.
Mi gatita quedado en una posición muy incómoda para ella, por mi enorme vientre, pero al parecer eso a ella no le importaba porque cayó rendida a los pocos segundos.
Cerré mis ojos y traté de descansar un poco, sintiendo cómo mi pequeña succionaba, dejaba de succionar y al rato retomaba su acción.
—Te ves hermosa mientras duermes, perrita. —esa asquerosa voz fue lo primero que escuché al despertarme. No sabría decir si minutos o horas más tarde.
Abrí mis ojos y me topé con su repugnante mirada lasciva.
—Lástima que tienes a esos mocosos encima de ti, sino te pondría de espaldas, me acomodaría entre tus muslos y me enterraría profundo en ti, hasta ese culo que tienes lo disfrutaría. Lástima —gimió con fingido pesar—. Pero... quizás pueda degustar tu cuerpo luego de que me des a ese maldito mocoso.
Me tensé apretando a mi gatita contra mi pecho al sentirla estremecer.
James sonrió abiertamente mostrando sus asquerosos dientes al mover una cajita de pastillas.
—Esto me servirá para mi propósito. —señaló moviendo la cajita nuevamente—. Necesito a tu mocoso para enviarlo junto con el video a Edward. Si el muy maldito sobrevivió al igual que tu otro mocoso. Pero no te alegres mucho. ¿Sabes qué es esto? Apuesto a que no lo sabes. Esto, perrita, es Cytotec —comentó con voz burlona.
Lo miré fijamente sin mostrar ninguna expresión en el rostro.
Edward. Mi Edward estaba vivo, por ende mi pequeño bebé también lo estaba. Mi corazón latió más de prisa, pero ahora era por felicidad.
Mi Edward estaba vivo y vendría a buscarnos. Solo debíamos ser fuertes hasta que él llegara.
— ¿Sabes para qué sirve? Me imagino que no. Ni siquiera la conoces. Bueno... querida Isabella, esto nos servirá para que ese mocoso que tienes adentro nazca hoy.
Al escuchar eso mi corazón comenzó a latir desbocado.
Apreté a mi gatita más contra mi cuerpo, en medio de ambas no podía pasar ni el aire. Mi mano derecha cubrió mi vientre de forma protectora.
Apreté los dientes al sentir la ligera punzada en mi bajo vientre.
Hice todo eso sin que mi rostro cambiara de expresión.
Si el supiera que mis bebés, porque eran dos, no uno como él pensaba, nacerían muy pronto sin la ayuda de esa maldita pastilla.
— ¿Sabes por qué debe ser hoy? Apuesto a que esta sí te la sabes. Hoy es veinte de junio, y ¿qué significa? El cumpleaños de Edward. Qué mejor regalo que recibir a su bebé en pedacitos junto con el video donde se ve claramente que su preciosa hija, la princesita de papá, es la responsable de dicho nacimiento al colocarle las pastillas a su madre. Además de ver cómo te follo ese coño y ese culo que tienes. El que él tanto ama.
— ¡No pienso hacerlo daño a mi mami y a mi hermano! —le gritó mi gatita furiosa.
—Oh sí, claro que tú lo harás ¿O prefieres que se las meta yo en el coño a tu mamita? —manifestó con voz burlona.
Mi gatita se paralizó y comenzó a jadear.
—Shhh, tranquila, nena. Él no va a tocarme. Nunca lo permitiré. —la tranquilicé a pesar que mi corazón me martillaba contra las costillas.
—Mi papi te matará —declaró Lizzy mirándolo con desprecio.
—Lo mataré yo primero, princesa, si te toca a ti o a tus hermanos —aseveré en su oído, besando sus enredados rizos.
—Bien, empecemos. Debes meterle cuatro pastillas bien al fondo casi llegando al útero.
—Ni lo pienses, James. No haré algo que lastime a mi bebé.
— ¿Ah no? Bien —tocó un botón que extrajo de su bolsillo trasero y de inmediato mis brazos se sacudieron dirigiéndose al techo, dejando a mi gatita desprotegida.
Las cadenas me tiraron con brusquedad colocándome de pie, por lo que mi bebita cayó contra el suelo sobre su trasero.
Me miró horrorizada. Yo le devolví la mirada de la misma forma.
—No quería llegar a esto, Isabella, pero tú me obligas —exclamó con fingido pesar, sacudiendo la cabeza hacia los lados.
—No, aléjate de ella —bramé furiosa al verlo acercarse a mi gatita.
Mi bebita se acurrucó contra mis piernas.
—Mami —susurró mi gatita con terror en la voz.
James la miraba como si él fuera el cazador y mi bebita la presa acorralada.
—James, no te atrevas a tocarla —lo amenacé con voz afilada.
Me sonrió de forma perversa.
Sonrisa que me causó escalofríos.
— ¡James! —grité forcejando contra las cadenas al verlo arrastrar con brusquedad del cabello a mi nenita hacia una silla que tenía esposas en las dos patas delanteras.
Mi nenita jadeó por el dolor.
Ella me miró con lágrimas en los ojos y rodando por sus mejillas.
—Lo siento. Perdóname —le supliqué con un sollozo con solo el movimiento de mis labios al no poder protegerla de ese maldito.
—Hazlo o ella paga las consecuencias. —se inclinó sobre la mesa.
—No te atrevas a tocarla —le advertí con la mandíbula apretada.
—Lo harás —exigió como poseído.
—No dañaré a mi bebé. —rebatí mirándolo con desprecio.
— ¡Lo harás por qué lo digo yo! —gruñó como loco antes de tomar en sus manos lo que parecía una barra de hierro—. Te advertí que si no lo hacías, ella pagaba las consecuencias.
—Aléjate de mi bebé. —demandé forcejeando contra mis ataduras cuando lo vi caminar hacia mi gatita, mis bebés se movieron de forma brusca—. Si te atreves a tocarla, te mataré con mis propias manos.
—No lo harás. A ver si no lo haces después de esto. —murmuró tomando bruscamente el brazo izquierdo de mi nenita.
— ¡James! —le grité al ver como bajaba con fuerza la barra de hierro sobre el brazo de mi niñita.
— ¡Mami! —el grito de dolor que soltó mi bebita hizo que se me helara la sangre.
—Maldito, te mataré, te mataré —gruñí forcejando contra las cadenas.
— ¿Lo harás o no lo harás? —me preguntó de nuevo alterado tomando ahora el brazo derecho de mi nena.
Cerré mis ojos y suspiré.
Debía hacerlo.
— ¿Lo harás? —gritó furioso.
— ¡Sí! —grité rendida—. Lo haré, pero no lastimes más a mi bebé —sollocé.
Los sollozos de mi gatita se escuchaban por toda la lúgubre habitación.
—Lo haré, pero déjala a ella fuera de esto —confirmé soltando un fuerte sollozo y dejando caer mi cabeza derrotada.
Debía encontrar la forma de mantener vivos y a salvo a mis tres hijos, hasta que Edward llegara.
La risa triunfal por parte de James se escuchó por toda la habitación.
Levanté la vista al escuchar el jadeo de dolor de mi Gatita. James la había tomado por su cabello y la arrastraba hasta donde yo me encontraba.
Tocó el botón y las cadenas chirriaron al bajar.
—Muy bien, perrita, siéntate y abre bien las piernas. Vamos, mocosa.
Mi Gatita gritó de dolor en el momento que James le tomó el brazo golpeado.
— ¡James! —vociferé removiéndome con brusquedad.
—Oh cállate, perrita —exclamó para luego estamparme una bofetada. Pude sentir un sabor como de óxido y sal en mi boca. Sangre, pensé un poco aturdida por el movimiento brusco.
—Quítale las bragas a tu mamá. No quiero quejas, o se las quitaré yo —le habló con voz brusca a mi Lizzy.
Ella me miró con sus bellos orbes enrojecidas y mojadas por las lágrimas.
Asentí con un nudo en la garganta.
Con la mano derecha me subió un poco el vestido y comenzó a bajarme las bragas. Le sonreí infundiéndole valor.
Mis bragas cayeron al suelo.
—Siéntate, Isabella, y abre las piernas —me ordenó James, sacando las pastillas de la caja.
Inhalé profundo, ignorando una fuerte contracción; ya no eran punzadas, sino contracciones que iban y venían cada pocos minutos.
Hice lo que me indico.
Lizzy soltó un fuerte sollozo.
—Ya sabes, bien al fondo —le indicó James, colocando las pastillas en la mano de mi nenita—. Si no lo haces tú, lo haré yo. Y tú no quieres eso, ¿verdad?
Mi Gatita negó con la cabeza.
James la hizo caer de rodillas en medio de mis piernas con brusquedad. Mi nenita hizo una mueca.
Respiró profundo y me miró suplicante.
—Hazlo, bebé. —la animé con una sonrisa.
James me las pagaría. Sufriría el doble de lo que ella ha sufrido.
—Rápido, Elizabeth. O lo hago yo.
Mi Gatita respiró profundo y sentí sus pequeños dedos con timidez en mi entrepierna.
—Quítate de ahí. Yo lo haré —aseveró James con dureza, quitándola de en medio de mis piernas. Las cerré de inmediato.
—No, yo lo haré. —negó mi gatita retorciéndose.
James la tomó del cabello, haciéndola jadear de dolor. Pateé a James en la pierna donde Esme le rozó con la bala.
— ¡Maldita! —exclamó gruñendo de dolor.
—Suelta a mi bebé —le exigí con la mandíbula apretaba.
Sin soltar a mi gatita me abrió las piernas con brusquedad.
Por instinto las cerré.
—Sino las abres, perrita, le parto el cuello a tu mocosa —gruñó tomando con sus asquerosas manos el cuello de mi nenita.
Abrí las piernas sin chistar.
—Dame las pastillas, Elizabeth —le exigió con un gruñido.
Mi Gatita negó con la cabeza.
—No, yo lo haré.
—Perdiste la oportunidad —replicó, quitándoselas de la mano con un movimiento tosco.
Me miró con una gran sonrisa de suficiencia y, sin previo aviso, hundió sus asquerosos dedos en mi interior.
Hice una mueca de asco y de molestia.
—Dios, Isabella, te sientes tan rica —expresó con un gemido.
Me estremecí sin poder evitarlo al sentir recorrer en todo mi cuerpo una sensación de asco y repulsión. Me sentí sucia en ese momento.
Lizzy sollozó con fuerza y, en un movimiento rápido, lo empujó lejos de mí.
—Aléjate de mi mami —demandó mi Gatita sollozando.
James se carcajeó, llevándose sus asquerosos dedos a su boca.
—Humm… Isabella, sabes delicioso. Mucho mejor que tú hermana.
Lo miré confundida. Era la segunda vez que nombraba a mi hermana.
—Como escuchas, perrita, soy el padre de tu sobrino. ¿Crees que no me daría cuenta y no sacaría conclusiones? Vicky, al enterarse, me dejó. Me dijo que no podría vivir conmigo sabiendo que voy dejando hijos regados. La muy maldita se fue con el hermano de Laurent. Fui yo quien abusó de tu hermana, aunque te confieso que no era a ella a quien quería, pero tú siempre andabas con tus malditos mocosos y más escoltada que el mismísimo presidente, no solo con tus hombres, sino también con los del maldito de Cullen. No eras tú, pero no iba a perder mi oportunidad. Obtuve a una Swan después de todo.
Lo observé con la boca abierta y la furia corriendo por mis venas, no podía creer que ese maldito hombre fue quien abusó a mi hermana. Ese maldito hombre es el padre de Emerson.
—Tú violaste a Rose —escupí con rencor.
Se carcajeó.
—Oh sí, y lo disfruté mucho. Como lo haré contigo cuando llegue el momento. —se volvió hacia la cámara—. ¿Viste lo que hice, Edward? Probé a tu querida perrita. —se pavoneó James, mirando a la cámara con una enorme sonrisa de suficiencia.
Dirigí mi vista a mi nenita. Las lágrimas de frustración y dolor se deslizaban por mis mejillas. Me dolió el corazón verla rehuir mi mirada.
—Dentro de unas dos horas vendré a colocarte las otras cuatro pastillas. —Dicho eso salió de la habitación.
Mi Gatita lloriqueó, lanzándose a mis brazos.
—Lo siento, mami. Perdóname —me suplicó enterrando su rostro en la base de mi cuello.
—Shhh… déjame ver —le pedí con voz llorosa.
Movió su bracito con suavidad dejándolo a la altura de mi rostro. Pude apreciar un gran hematoma. Oh Dios, se veía fracturado.
—Me duele mucho, mami —murmuró con voz llorosa.
—Lo siento, princesa. Perdóname por no protegerte —rogué llorando. La rodeé como pude con mis brazos y la apreté contra mi cuerpo.
—Sácanos de aquí, mami —me suplicó—. No quiero que él les haga daño a mis hermanitos.
Asentí con el rostro surcado de lágrimas.
—Sí, princesa, debemos salir de aquí, pero necesito tu ayuda —declaré en un susurro, divisando un pedazo de madera que sobresalía debajo de unos escombros en un extremo de la habitación. Miré a Lizzy, transmitiéndole el mensaje con la mirada—. Necesito tu ayuda —susurré solo para ella mientras besaba su bracito lastimado.
Ella asintió lentamente.
Le indiqué con la barbilla hacia dónde tenía que mirar.
Ella se dio la vuelta con lentitud, pegando su cuerpo a mi vientre. Miró con disimulo hacia el lugar que le había indicado.
—Debes acercarme ese trozo de madera. Tenemos que prepararnos para cuando regrese. Él va a pagarme lo que te hizo, mi amor. —al terminar de decirle eso, jadeé al sentir una fuerte contracción.
Las cadenas hicieron clic y me liberaron del arnés.
—Para que puedas moverte, perrita. Las pastillas te darán fuertes calambres y, por lo que leí, tendrás más rápido al mocoso si estás en movimiento.
Te jodiste, James, pensé con una sonrisa al verme liberada de mis ataduras. Solo conservaba las esposas en mis muñecas, pero ellas no serían impedimento para vengarme de James por lo que le hizo a mi hermana, pero sobre todo, lo que le hizo a mi hija.
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