Capítulo beteado por Manue Peralta, Beta FFAD;
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La cabaña.
BPov:
En cuanto los niños corrieron hacia la entrada fue el momento que mi cuerpo logró reaccionar. Me precipité hacia la entrada, al igual que Rose. Llegamos a esta en el mismo momento que los niños entraban.
Tony con Jasslye de la mano los encabezaba. Esta última se arrojó a los brazos de Rose, al igual que Emer, que venía detrás de ellos.
Se me partió el corazón al ver lágrimas en los ojos de mi princesa. Ella era la última de todos.
La tomé en el mismo momento que saltaba a mis brazos.
Tony enroscó sus bracitos en mi cintura en un abrazo demoledor, enterrando su bello rostro en mi costado izquierdo.
—Mami —lloriqueó mi gatita—. No quiero que papi se enoje con los abuelos. No quiero que ellos me dejen de querer.
—Shhh. No llores, princesa. Tus abuelos te aman, y así será por muchos años —la tranquilicé mientras con uno de mis brazos apretaba a Tony contra mi cuerpo.
Los gritos de Edward no tardaron en escucharse.
Mi gatita se encogió en mis brazos, enterró su carita en la base de mi cuello y comenzó a llorar con más fuerza.
—¡¿Por qué?! ¡¿Dime por qué, Carlisle?! —le exigía Edward a gritos.
—Edward, cálmate. —se escuchó la voz de Emmett.
—Señoras Swan, vengan conmigo. Vamos a darles un pedazo de pastel de chocolate a los pequeños. —di un respingo al escuchar la voz de Rose. Se notaba que ella estaba muy nerviosa y preocupada.
Rose caminó hacia la cocina con Jasslye en sus brazos y tomando a Emerson de la mano.
Me moví para seguirla, apretando a mis hijos contra mí.
Con la agilidad propia de ella —en este momento deseaba que hubiera sacado mi pastosidad—, mi gatita saltó de mis brazos y se dirigió fuera de la mansión.
—¡Elizabeth! —la llamé soltando a Tony (sin hacerle daño), y corrí detrás de ella.
—¡Papi, no! ¡Papi, no! ¡Papi, no! ¡Papi, no! —gritaba mi gatita.
Al salir de la mansión, me detuve al ver la escena que tenía delante de mí.
Edward tenía sus hermosas facciones distorsionadas por la ira, mientras que sostenía bruscamente a Don Carlisle por la solapa de su chaqueta y lo zarandeaba.
La señora Cullen miraba aterrorizada la escena: su hijo menor confrontaba a su padre mientras que el mayor los intentaba separar, que pese a lo que Edward estaba haciendo, Don Carlisle no trataba de defenderse.
El pequeño cuerpo de mi gatita chocó contra el cuerpo de Edward al momento que sus pequeños bracitos se enroscaban en su cintura.
—¡Papi! —lloriqueó mi gatita haciendo que Edward se paralizara—. ¡No papi, por favor!
—¡Elizabeth! —exclamó la señora Esme acercándose a ellos, con la intensión de quitarla de en medio de la disputa.
—No te atrevas a tocarla, Esme. —La atajó Edward con voz afilada.
—Papi, suelta al abuelo, por favor —suplicó mi gatita con voz llorosa.
Apreté a Tony contra mi cuerpo, cuando vi que se adelantó un paso hacia ellos. A mi campeón no le gustaba ver a su hermana sufriendo y en este momento ella estaba sufriendo en grado sumo.
Tony se removió de forma brusca entre mis brazos.
—¡Suéltame, mami! —me exigió tratando de soltarse.
—No. —Lo atajé apretándolo contra mí.
— ¡Suéltame, por favor! Lizzy me necesita. —Su voz se quebró al final. Lo abracé más fuerte.
—Ethan, Elizabeth está bien. Edward no dejará que le pase nada —lo tranquilicé.
— ¡Papi, por favor! —Volvió a suplicar mi gatita, haciendo que desviara mi vista hacia ellos de nuevo.
Edward comenzó a soltar lentamente la solapa de la chaqueta de Don Carlisle. Pero en su rostro se reflejaba la ira homicida que sentía él en ese momento hacia su padre.
Suspiré de alivio al ver que Edward le hacía caso a mi gatita. Porque, a fin de cuentas, Don Carlisle es su padre y merece respeto.
Se alejó un paso de su padre, mi gatita se movió con él, como si fuera una parte de Edward.
Me di cuenta que ella le regresó la cordura al cuerpo. Mientras ella se encontrara cerca de él, mantendría su furia a raya.
Edward, sin dejar de mirar a sus padres, se inclinó, la tomó en sus brazos para volverse hacia mí.
—Jordán —llamó con la mandíbula apretada.
Fue allí que me di cuenta que todos sus hombres estaban alerta, muy cerca de ellos.
Edward era su jefe, así como lo fue en su momento Don Carlisle. Su orden era proteger a los Cullen. Me preguntaba si esa orden incluía protegerlos de ellos mismos.
—Bella —me llamó Edward caminando hacia mí. Al llegar a mi lado, tomó la mano de Tony y se encaminó hacia el garaje.
Volteé hacia donde aún se encontraban los señores Cullen, y pude apreciar cómo la señora Esme lloraba desconsolada en los brazos de Don Carlisle, mientras que él trataba de consolarla.
Desvié mi mirada hacia Edward, su cuerpo se notaba tenso, sus pasos eran bruscos. Se veía que estaba sufriendo con todo esto.
Suspiré profundo y lo seguí a pasos lentos.
Llegué al garaje al momento que Edward subía a Tony en la parte trasera de una de las camionetas y luego hizo lo mismo con nuestra gatita.
Me encaminé hacia ella y abrí la puerta del copiloto.
—Aquí tiene, señor Cullen. —Volteé a ver a Jordán venir con unos juegos de llaves en las manos. Le pasó una a Edward y otra a Emmett.
Rose, Jass y Emer ya estaban dentro de la camioneta. La primera tratando de consolar a los dos últimos.
—Bella —me llamó Edward desde el asiento del piloto.
Me subí a la camioneta y nada más cerrar la puerta, Edward arrancó con un chirrido de llantas.
—Mami —murmuró mi gatita antes de pasar por el medio de los asientos.
Se sentó ahorcadas sobre mi regazo para luego enterrar su hermoso rostro en la base de mi cuello. Mis brazos la envolvieron, apretándola contra mi pecho.
—Jasper. —Giré hacia Edward al escuchar su voz—. ¿Dónde están? —preguntó Edward con voz contenida—. Vamos para allá, no vuelvas a la mansión, están Carlisle y Esme. No —atajó a lo que Jasper le decía—. Ella está bien, viene con Rose y Emmett. Nos vemos allá en unos minutos. —Colgó lanzando el móvil al salpicadero.
Me volteé a mirar a Tony que venía muy callado.
Mi pequeño campeón estaba muy serio, mirando por la ventanilla.
—Mami, tengo frío —se quejó mi gatita acurrucándose contra mí.
¡Mierda!
Mis hijos solo estaban con su ropa interior y para completar, esta se encontraba mojada.
—Ya vamos a llegar con tío Jasper y tía Alice y se podrán vestir —informó Edward, soltando una de sus manos del volante y llevarla a los botones de su camisa, se los desabrochó, y se la quitó, para luego pasármela (con su rico olor impregnado en ella), quedando solo con una franelilla del mismo color que la camisa.
Se la puse a mi gatita mientras que Edward le subía unos grados más a la calefacción.
—¿Tienes frío, campeón? —le preguntó Edward a Tony mirándolo por el espejo retrovisor.
—Estoy bien, papá —respondió sin mirar a Edward—. Papá, ¿a dónde vamos a ir? —preguntó volteando a verlo.
—Vamos a mi cabaña —contestó Edward mirándome con una sonrisa. Sonrisa que le correspondí—. Pero primero vamos a buscar sus cosas, las que Alice compró para ustedes.
—Ok —aceptó Tony—. ¿Podemos pasar por un helado?
—Por supuesto, campeón. ¿Qué dices, Lizzy? ¿Quieres un helado? —preguntó Edward mirándola al mismo tiempo que yo lo hacía.
Mi gatita estaba dormida en mis brazos. Se veía tan tierna y tan hermosa. Pero se me partió el corazón al ver sus hermosos ojitos rojos e hinchados.
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Llegamos al centro comercial quince minutos más tarde.
Alice y Jasper ya nos esperaban cerca de la camioneta donde habían viajado, rodeados de los hombres encargados de la protección de Jasper.
Al bajarme, dejando a mi gatita dormida en el asiento, pude observar cómo los hombres que cuidaban a Edward nos rodeaban.
Alice caminó a pasos apresurados hacia Rose. Esta última llevaba en sus brazos a Jasslye dormida.
—¿Así que mamá y papá regresaron? —preguntó Jasper deteniéndose frente a nosotros.
—Sí —respondió Edward con la mandíbula apretada.
—Y Edward casi golpea a papá. Elizabeth impidió semejante locura —contó Emmett abrazando a Rose por la espalda—. No sé qué estabas pensando, Edward, es papá.
Edward gruñó.
Me acerqué a él y rodeé su cintura con mis brazos. Recosté mi cabeza en su torneado pecho. Sus brazos no dudaron en rodear mi cintura y atraer mi cuerpo hacia el suyo.
—Alice, ¿compraste ropa para los niños? —le preguntó Edward cambiando de tema. Sabía que aún seguía muy enojado.
—Sí, está en la camioneta —respondió Alice de inmediato.
—Vamos, los niños tienen frío —la apremié saliendo de la jaula protectora en que se habían convertido los brazos de Edward, no sin antes darle un casto beso en los labios.
—Yo las acompaño —murmuró Rose separándose de Emmett, al momento que Alice le pasaba la niña a Jasper.
Solo debíamos caminar unos cuantos pasos para llegar a la camioneta de Jasper. Unos diez metros quizás.
Alice se ubicó en medio de Rose y yo, dejándome en la punta a la derecha, hacia la salida del estacionamiento.
Pero no lo hicimos solas. Tres hombres de Edward iban muy cerca de mí, dos de Emmett con Rose y dos de Jasper con Alice.
Volteé hacia la camioneta de Edward donde nuestros hijos dormían. Tony se había quedado dormido a tan solo cinco minutos para llegar al centro comercial. Y esta, estaba custodiada por cuatro hombres: uno en la parte delantera, uno en la parte trasera, y los otros dos a cada uno de sus costados.
No habíamos llegado a la camioneta, cuando unos disparos resonaron en el aire muy cerca de nosotras.
No sé quién fue, solo fui consciente de cómo alguien me lanzó hacia el suelo —mis manos instintivamente amortiguaron la caída—, y no había transcurrido un segundo, cuando esa misma persona cubría mi cuerpo con el suyo.
Mis pensamientos se juntaron con mis temores. En ese momento solo pensé en mis hijos y en Edward.
Más disparos se escucharon, unos chocando contra la carrocería de los coches y otros contra las paredes del estacionamiento.
—Mis hijos —exclamé forcejeando con el hombre sobre mí para que me dejara levantar—. Suéltame, mis hijos —susurré con los dientes apretados.
—Ellos están bien, deje de moverse. Mi deber es protegerla —aseveró deteniendo mis muñecas con fuerza, pero sin dañarme.
Más disparos se escuchaban de un lado a otro.
Parecía como si estuviéramos en medio de todo este huracán.
Pude escuchar la voz enojada de Edward ladrando órdenes, antes de escuchar más disparos.
Solo podía pensar en mis hijos y rogaba que estuvieran bien.
—Suéltame, maldita sea —dije retorciéndome bajo su enorme y pesado cuerpo.
—Señora Cullen, deje de moverse. ¡Ay, mierda! —se quejó, dejándome paralizada en mi lugar. Fue un quejido lastimero. Un quejido de dolor.
Sobre la piel de mi costado derecho, comencé a sentir algo líquido y caliente.
—No se mueva, por favor, señora Cullen —rogó con la mandíbula apretada. Asentí con un poco de miedo.
Parecía ser que uno de los disparos impactó contra él. Pero reconocer eso aumentó mi temor por la vida y la seguridad de mis hijos. Solo quería levantarme y correr a protegerlos.
Unas llantas rechinaron y los disparos se disiparon.
—Listo —murmuró el hombre que seguía sobre mí—. Ha terminado.
Escuché unas puertas cerrándose con mucha brusquedad y luego unos rechinidos de llantas.
—Bella —me llamó Edward con angustia en la voz.
—Edward —dije al momento que dejaba de sentir el cuerpo del hombre sobre mí.
—Bella, ¿estás herida? —preguntó llegando a mi lado. Su expresión era entre asustado y enojado.
—No —respondí con voz entrecortada.
Al mirar la sangre —que no era mucha—, me comencé a marear, por lo que decidí respirar por la boca.
—Richard, ¿estás herido? —le preguntó Edward abrazándome como si su vida dependiera de ello.
—No se preocupe, señor. La he tenido peores —comentó Richard apretando la herida con su mano.
A su lado ya se encontraban dos de los hombres de Edward para auxiliarlo.
—¿Mis hijos? —pregunté separándome de Edward antes de correr hacia la camioneta.
—Bella. —Escuché la voz de Edward detrás de mí.
Pero no me detuve.
Necesitaba saber si mis hijos estaban bien.
Choqué contra la puerta trasera de la camioneta. Solo pasó un segundo cuando la estaba abriendo de forma brusca.
Comencé a llorar de felicidad al verlos dormir tranquilamente.
—Ellos están bien —susurró Edward abrazándome por detrás—. La camioneta es blindada. Estuvieron seguros en todo momento.
Me abrazó fuerte, enterrando su rostro en mi cuello e inhalando profundamente.
—Estaba tan preocupado por ti —dijo besando mi cuello, haciéndome estremecer.
—Estoy bien —susurré cerrando mis ojos.
—Le debo mi vida a Richard —comentó besando mis mejillas.
—¿Cómo? —pregunté confundida.
Edward había estado en peligro. Pero este tal Richard no estaba conmigo en el momento de la balacera. ¿O había dos Richard?
—Te protegió, y al hacerlo, protegió mi vida —respondió dejando un casto beso en los labios.
—¿Quiénes eran, Edward? —pregunté cerrando la puerta de la camioneta—. Mis hermanas, ¡oh Dios, mis hermanas!
—Ellas están bien, no les pasó nada —me tranquilizó Edward.
Suspiré aliviada.
—Al parecer tú eras su objetivo —me informó con la mandíbula apretada.
—Estoy bien —susurré acariciando su mejilla. Su barba me hizo cosquillas en la mano. Edward recostó su rostro contra la palma de mi mano.
—No sé qué sería de mi vida si llegara a perderte —dijo con los ojos cerrados.
—No me perderás —aseguré recargando mi frente en su pecho.
Sus brazos me apretaron más contra él.
—Nunca permitiré que te hagan daño. —Levantó mi barbilla con su dedo índice—. Nunca —juró antes de unir nuestros labios.
Sus labios se movían de forma ansiosa sobre los míos, como queriendo asegurarse que estaba bien a su lado. Pero al pasar los segundos se convirtió en un beso tierno, demostrando su amor hacia mí. Hice lo mismo, dejé que mis sentimientos fluyeran en ese beso. Estaba feliz porque él no había resultado herido y estaba junto a mí. Ninguno de los dos hizo el intento de profundizar el beso.
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Los niños seguían dormidos mientras que recorríamos el camino que llevaba a la cabaña de Edward.
—No he vuelto a venir a este lugar desde hace mucho tiempo. Me trae tan buenos recuerdos, y algunos dolorosos por los que me juré nunca más volver —comentó volteando a verme.
—¿Dolorosos? —pregunté sacando mi rostro de los rizos de nuestra gatita.
—Me dolía tanto tu ausencia que sería una tortura volver solo a este maravilloso lugar. Pero aún así nunca me deshice de él.
Le sonreí.
—¿Cuánto tiempo estaremos aquí? —interrogué acariciando su mejilla.
—No mucho, ya Jenks se está encargando de encontrar un lugar mejor y más seguro. Aunque la cabaña tiene detector de movimiento a un alcance de cincuenta metros. El mejor sistema de seguridad. Y a eso le agregamos mis hombres. Pero aún así no los expondría a ningún peligro.
—¿Un mejor lugar? —pregunté interesada.
—Una mansión, donde podamos vivir los cuatro juntos. Con comodidad y seguridad —me respondió deteniéndose frente a la cabaña, que se encontraba tal cual la recordaba.
—No ha cambiado —susurré para mí.
—No quise cambiar nada, pero si quieres puedes cambiar lo que quieras —murmuró dándome un casto beso—. Llevaré a Tony adentro, luego vengo por Lizzi.
Asentí con una sonrisa.
Edward se bajó de la camioneta, abrió la puerta trasera, sacó a Tony y se encaminó hacia la cabaña.
Cuatro de los hombres de Edward se pararon en cada lado de la camioneta cuidándonos a mi gatita y a mí, mientras que tres acompañaban a Edward, uno entró primero y salió un par de minutos más tarde, fue entonces que Edward logró entrar a la cabaña.
Abrí la puerta de la camioneta y esperé a Edward.
—¿Desea que la ayude, señora Cullen? —preguntó el hombre que estaba ubicado en ese lado de la camioneta.
—No, gracias…
—Darriel, a sus órdenes.
—No, gracias, Darriel, yo me encargo —dijo Edward llegando hacia nosotros.
Darriel asintió y volteó hacia otro lado.
Edward cargó a nuestra gatita y me ayudó a bajar.
Puso su brazo por mis hombros y nos encaminó hacia la cabaña.
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—Mami, ¿te puedo ayudar a hacer la cena? —Mi gatita llegó corriendo a la cocina.
—Claro, amor.
La tomé en mis brazos, besé sus mejillas al igual que ella a mí.
Le hice cosquilla con mis labios en su cuello antes de dejarla sobre la barra.
—Papi me dijo que mañana podemos bañarnos en el estanque —comentó mi gatita muy alegre.
—Sí —contesté revolviendo la olla con el espagueti.
—Sí, y que podemos llamar a Emer y Jass. —Mi gatita asintió enérgicamente.
—Los llamas tú —dije buscando el móvil que me compró Edward.
—Solo a Jass, Tony dijo que él le hablaba a Emer —me corrigió tomando el móvil en sus manos—. ¿Mami?
—¿Humm? —Levanté mi vista de la salsa que estaba preparando.
—¿El lunes vamos al colegio?
—La verdad no he pensado en eso —respondí acercándome a ella.
Me ubiqué en medio de sus piernas.
—Yo quiero volver a mis clases de danza. ¿Crees que papi me dejará? —me preguntó pasando sus manos por mi cabello.
—Claro que sí, mi amor —respondí acariciando sus muslos desnudos—. Tu papi te daría todo lo que le pidieras.
—¿Incluso un perro? Porque yo quiero un perrito —comentó jugando con mis zarcillos.
—Claro que sí. Que yo sepa él no es alérgico como tía Rose.
—Tony también lo quiere, pero tenemos miedo de preguntarle a papi. No quiero que se vaya a enojar —murmuró mordiéndose el labio inferior.
—No creo que Edward se vaya a enojar —aseguré con una sonrisa.
—¿Tú crees? —preguntó dudosa.
—Claro que sí. ¿Por qué no vas y le preguntas? —le animé.
—En la cena le pregunto. Te amo mami. —Me besó en ambas mejillas.
—Yo también te amo, princesa. —Tomé su carita en mis manos, le besé ambas mejillas, los párpados, la frente y le di un piquito en los labios.
Soltó unas risitas.
—Voy a terminar la cena —le comenté acercándome a la estufa nuevamente.
Escuchamos la risa de Tony y ambas volteamos hacia la sala de estar.
—Papi está jugando con Tony —me informó mi gatita tomando un poco de queso en su mano para luego metérselo a la boca.
—¿Te quieres bajar? —le pregunté volteando a verla.
—No, me quedo contigo.
—¿Por qué? —le pregunté desaguando el espagueti.
—Quiero que papá esté con Tony —respondió con la mirada baja.
Dejé la pasta de nuevo en la olla y fui hacia ella.
—¿Qué ocurre? —le pregunté levantando su carita con el dedo índice.
—No lo sé, solo… no quiero que Tony piense que yo quiero a mi papi solo para mí —respondió bajando de nuevo la mirada.
Le volví a subir su carita.
—¿Por qué piensas eso? —le interrogué acariciando su mejilla con mi pulgar.
Se encogió de hombros.
—¿Elizabeth?
—En la piscina, Emerson se estaba burlando de él. Le decía que él iba a tener a mi tío Emmett solo para él, en cambio Tony tendría que compartir a su papi conmigo y como yo era una niña, mi papi me iba a preferir a mí más que a él. Y yo no quiero eso. No quiero que Tony vaya a sentir que papi no lo quiere.
La abracé fuerte contra mí.
—No pienses eso, amor, Edward y yo los amamos por igual. ¿Alguna vez yo prefiero alguno de los dos por encima del otro?
—No.
—Y Edward tampoco lo va hacer. No debes preocuparte por eso. Los amamos a los dos por igual.
—¿Ya está la cena, mami? —preguntó Tony desde el umbral de la puerta con Edward parado detrás de él—. Tenemos mucha hambre.
—Sí, amor. Solo falta colocar la mesa —respondí con una sonrisa.
Mis dos hombres cargaban el cabello más alborotado de lo normal.
—Papi y yo la colocaremos —comentó Tony halando a Edward hacia la mesa.
Edward me sonrió con mi sonrisa torcida favorita. Miró a nuestra gatita y frunció el ceño.
—¿Quieres ayudarnos, princesa? —le animó acercándose a ella.
Tony miró a mi gatita y también frunció el ceño, del mismo modo que su padre.
—¿Te pasa algo, Lizzi? —le preguntó mirándola fijamente.
—No, Tony. Papi, prefiero ayudar a mami.
—Gracias, princesa. Pero, ¿por qué no ayudas a tu papi y a tu hermano? ¿Sí?
—Está bien. —Se encogió de hombros.
Edward la ayudó a bajar, luego la abrazó fuerte.
—Te amo. —Escuché cómo le murmuró en su cabello.
—Yo también te amo —le dijo mi gatita a su vez.
Miré a Tony y mi campeón estaba sonriendo y sacudió la cabeza.
Mi bebé es muy inteligente y sé que ya notó lo que pasaba, al igual que Edward.
La cena pasó entre charlas muy amenas.
Mi gatita se animó y le pidió el perro a Edward, quien quedó en comprarle uno a cada uno en cuanto esté listo el lugar donde vayamos a vivir.
Mi gatita y mi campeón lavaron los trastes, y quedaron los dos cubiertos de agua y jabón. En ese momento Edward y yo solo nos deleitamos con sus risas.
Edward acompañó a Tony mientras se duchaba en el baño de la habitación que ambos iban a ocupar, mientras que yo lo hacía con nuestra gatita en el baño de nuestra habitación.
Le coloqué el pijama, peiné sus rizos y los sequé muy bien con una toalla.
Tomadas de la mano fui a la otra habitación donde Tony terminaba de colocarse su pijama.
Los cuatro nos metimos en la cama, acompañando a los niños hasta que cayeron profundamente dormidos.
—Elizabeth cree que si pasa tiempo contigo Ethan llegue a pensar que tú la quieres más a ella —le comenté a Edward acariciando la espalda de mi gatita.
—¿Cómo? ¿De dónde sacó eso? —preguntó Edward confundido—. No quiero que piense así, los amo a los dos.
—Lo sé —murmuré con una sonrisa.
—Mañana hablaré con ambos. Por cierto, Emmett y Jasper traerán a los niños para jugar en el estanque. Luego tendremos que salir.
—¿Ocurrió algo? —pregunté asustada levantándome de la cama.
—Nada de lo que tengas que preocuparte —me tranquilizó pasando su brazo por mis hombros.
Cerró la puerta de la habitación donde los niños dormían sin hacer mucho ruido. Atravesamos el pasillo hacia la nuestra.
Me detuve en el umbral de la puerta, la habitación estaba tal y como la recordaba, la enorme cama en el centro; al lado derecho estaban ubicadas las puertas francesas que dan hacia el estanque privado; y del lado izquierdo, dos puertas: la del armario y la del cuarto de baño.
—Está como la recordaba —le comenté a Edward al momento que sentía que apartaba mi cabello dejando al descubierto mi hombro desnudo, para depositar besos húmedos, mientras sus manos se introducían por debajo de mi top y acariciaban tiernamente la piel de mi vientre, haciéndome estremecer.
Sus tiernas caricias abandonaron mi vientre, sus manos lentamente subieron hasta llegar a mis senos, los cubrió con sus calientes palmas. A pesar de usar el brasier pude sentir el calor que desprendían. Sus dedos pellizcaron mis pezones por encima de la tela.
—Edward… —Suspiré recostando mi espalda en su pecho. Su erección quedó en mi baja espalda, muy cerca de mi trasero. Me volteé rápidamente dejándolo un poco sorprendido. Pero no le di tiempo a pensar. Estrellé mis labios en los suyos en un beso salvaje. Mi lengua asaltó su boca cuando la abrió para soltar un gemido por ver colocada la palma de mi mano sobre su erección, y le daba un par de apretones.
Lo sentía caliente y duro bajo mi mano.
—Eres una chica atrevida. Mi chica atrevida —dijo sobre mis labios metiendo la mano por la cintura de mis vaqueros, sus ágiles dedos acariciaron mi húmeda entrepierna.
—Edward —gemí sosteniéndome de sus hombros—. Te necesito ahora. Hazme el amor.
Edward soltó un gruñido gutural del fondo de su garganta.
Me tomó en sus brazos y mis piernas se enroscaron en su cintura.
Besándonos apasionadamente llegamos hasta la cama.
—Te amo —susurré desabrochándole los botones de la camisa.
—Te amo —secundó sacando mi top por encima de mi cabeza.
Mis manos sacaron su camisa acariciando su piel en el proceso.
Con un ágil movimiento se deshizo de mi brasier dejando mis senos a su merced.
Se alejó de mí, abrí mis ojos para encontrar su penetrante mirada verde recorriendo todo mi cuerpo, el cual se encontraba desnudo de la cintura para arriba.
—Eres tan hermosa y mía. Solo mía —aseveró inclinándose para besarme nuevamente.
—Solo tuya —recalqué cuando liberó mis labios.
Sus labios dejaban besos húmedos en mi cuello. Me estremecí de placer cuando mordisqueó el lóbulo de mi oreja.
Sentía mi entrepierna húmeda y resbaladiza entre mi braguita.
—Edward —me quejé retorciéndome bajo su cuerpo.
—Ya voy, amor, ya voy —murmuró besando mi cuello, sus labios bajaron hasta llegar a mis senos. Los envolvió con sus manos, haciendo círculos en mis pezones con sus pulgares, lamió mi pezón derecho, luego se lo introdujo en su boca, haciéndome soltar un gritito de sorpresa.
Succionaba como un bebé hambriento, alimentándose.
Suspiré de placer.
Se veía tan erótico verlo amamantándose de mi seno.
Mis manos tomaron en puños los mechones de su cabello y lo atraje hacia mí. Cambió de pezón haciéndome jadear en busca de aire. Sentía mis pezones duros, hasta causarme un poco de dolor.
Mi entrepierna palpitaba como si tuviera pulso propio.
—Edward —gemí retorciéndome.
Se alejó de mi pezón izquierdo, no sin antes mordisquearlo, sin causarme algún dolor.
Sus besos bajaron por mi abdomen, mi vientre, hasta llegar a mis caderas.
Desabrochó el botón de mi vaquero, bajó el cierre con una lentitud exasperante.
—Edward Cullen, te quiero dentro de mí, ¡ya! —le reproché retorciéndome.
Escuché su risa contra mi cadera.
—Edward. —Volví a quejarme.
Se apresuró a sacar mis vaqueros con mi braguita al mismo tiempo.
Al sentir libre de la restricción de la ropa, abrí mis piernas para él. Comenzó a repartir besos húmedos desde mi pie izquierdo, subiendo por mi pantorrilla, mordisqueó mi rodilla y subió hasta mi muslo.
Se alejó para hacer lo mismo con mi pierna derecha.
—Caliente, húmeda y resbaladiza, solo para mí —murmuró pasando sus dedos sobre mi entrepierna.
—Edward —suspiré pasando mis manos por sus rebeldes cabellos.
Sus dedos acariciaban mi entrepierna, arriba y abajo. Repitió el proceso un par de veces.
Contuve el aliento cuando sus dedos fueron reemplazados por sus labios y su húmeda lengua.
—Mmm… Sabes tan bien como lo recordaba —ronroneó.
Cerré mis ojos y suspiré profundo.
Me estremecí cuando pasó su lengua por toda mi intimidad.
—Muy rico —suspiró sobre mi piel sensible.
Sus dedos separaron mis húmedos pliegues dándole más acceso a su lengua, la cual se enroscó en mi punto más sensible, haciéndome sobresaltar por la intensidad de las sensaciones.
—Edward —jadeé apretando la ropa de cama en mis puños.
Edward se entretuvo en mi entrepierna, lamiendo, chupando, mordisqueando.
Mis caderas se elevaron cuando comenzó a penetrarme con su lengua.
—Mmm… Edward.
Su lengua fue reemplazada por dos de sus dedos.
—Edward, por favor —supliqué arqueando mis caderas, estaba cerca de llegar a mi orgasmo. La presión en mi bajo vientre se intensificaba cada vez más—. ¡Edward! —protesté cuando se alejó de mí.
Solo pasaron un par de segundos, cuando sentí su penetrante mirada en mi rostro.
Abrí los ojos, para verlo ceñido sobre mí, mirándome intensamente. Su miembro erguido, caliente, duro e hincado rozando la base de mi cadera.
—Te amo —dijo ubicándose en medio de mis muslos.
—Yo también te amo —susurré sobre sus labios al momento que lo sentía introducirse lentamente hasta que estuvo todo dentro de mí.
Rodeé su cintura con mis piernas, mis manos acariciaron su ancha espalda, sus hombros, dejé mis manos sobre su cuello.
Mordisqueé su labio inferior al sentir cómo salía y volvía a entrar de forma lenta.
Su mano izquierda acarició desde mi rodilla hasta llegar a mi entrepierna. Sin llegar a detener sus lentas pero profundas embestidas.
Mordí su hombro cuando su pulgar estimuló mi clítoris, haciéndome estremecer de placer.
El remolino en mi bajo vientre hizo su aparición nuevamente. Mis paredes vaginales aprisionaban el miembro de Edward.
Jadeé de la sorpresa por el repentino movimiento.
Un segundo estaba bajo el cuerpo de Edward y al siguiente estaba encima.
De esta manera lo sentía más profundo.
—Hazme el amor —murmuró apretando mis senos y pellizcando mis pezones.
No sabía qué hacer. Lo miré confundida.
Tiró de mis pezones con su dedo pulgar e índice, y por instinto me moví. Ambos jadeamos.
Coloqué mis manos en su pecho, acomodé mis piernas y subí y bajé de forma lenta.
Me estremecí y arqueé mis caderas.
Volví a repetir la misma acción, solo que un poquito más rápido.
Así comencé a cabalgar su cuerpo, tomando impulso con mis piernas. Arriba y abajo, hacía círculos y luego arriba y abajo. Con ese patrón nos llevaba a la cima del placer.
Las manos de Edward abandonaron mis senos para tomar mis caderas y ayudarme con los movimientos.
Me incliné hacia adelante buscando sus labios. Nos besamos de forma lenta.
Su brazo rodeó mi cintura dejándome recostada sobre su pecho y aceleró sus embestidas.
Jadeábamos en la boca del otro.
—Edward —gemí convirtiéndome en gelatina en sus brazos al alcanzar el clímax.
Mis paredes vaginales apretaron el miembro de Edward, quien con una última embestida derramó su cálido semen en mi interior, apretándome fuerte contra él, soltando un profundo gruñido desde el fondo de su garganta.
Nos quedamos abrazados con su miembro dentro de mí.
No tenía fuerzas para moverme y no lo haría ni aunque con ello consiguiera mi muerte.
Me sentía plena, completa teniéndolo en mi interior.
—Amor. —Apenas y escuché el susurro de Edward contra mi cabello.
Estaba muy cansada y solo quería dormir abrazada a él.
—Humm…
Escuché su risa.
—¿Estás cansada? —me preguntó besando mi cabello.
—Ajá —respondí sin abrir los ojos acomodándome en su pecho.
—Primero debes vestirte. Elizabeth puede llegar a medianoche —comentó acariciando mi espalda desnuda.
“Elizabeth”, pensé abriendo mis ojos, me levanté sintiendo mis piernas temblar un poco, busqué una braguita en mi maleta y una camisa de Edward en la suya.
Le pasé un bóxer negro y un pantalón de pijama gris a Edward.
Edward me ayudó a cambiar la ropa de cama, dejando la sucia en un rincón de la habitación.
Fui al cuarto de baño, cepillé mis dientes y mi maraña de cabello, vacié mi vejiga y volví a la habitación.
Edward me esperaba recostado en la cama con un brazo debajo de su cabeza y el otro abierto para mí.
No dudé en trepar en la cama y ubicarme a su lado, con mi cabeza sobre su hombro.
—Hasta mañana, amor —susurró besando mi cuello.
—Hasta mañana —susurré cerrando los ojos.
Al pasar los minutos el sueño me fue venciendo, así que me acurruqué contra Edward, mi espalda estaba pegada a su desnudo torso, una de sus piernas estaba entre las mías, y su brazo izquierdo apretaba posesivamente mi cintura.
Me desperté al sentir cómo la sábana que me cubría era levantada, para después sentir cómo el colchón bajaba por el peso de unos de los hijos. No me hacía falta abrir mis ojos para saber quién era, su rico olor era inconfundible.
Rodeé su pequeña cintura con mi brazo izquierdo y la atraje hacia mi cuerpo, recosté su cabecita en mi hombro antes de enterrar mi rostro en su cabello.
Edward se removió un poco, sacó su brazo de en medio de ambas, para dejar posesivamente su mano en la pequeña cintura de nuestra gatita.
Me acurruqué más hacia Edward, atrayendo a mi gatita hacia mí.
El sueño no tardó en envolverme de nuevo.
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Tony, Lizzy, Emer y Jass se encontraban en sus trajes de baño, en el estanque privado de la cabaña. Los de mis princesas eran de color rosa, lo que los diferenciaba era que el de Jass tiene una mariposa de color blanco y el de mi gatita una flor de color verde. El traje de baño de Tony es tipo bóxer de color negro, mientras que el de Emer era de color azul.
Mientras ellos se bañaban y jugaban con una pelota playera, me encontraba en una tumbona leyendo un libro de la biblioteca de Edward, en un traje de baño de dos piezas, de color azul celeste y mi pareo de color blanco. Protegía mi vista con los lentes de sol.
Edward hacía unas dos horas salió —a no sé qué—, con Emmett y Jasper.
Levanté la vista del libro al escuchar unas camionetas acercándose, no era el mismo sonido de las de Edward.
Los hombres encargados de nuestra seguridad se pusieron en movimiento.
Los niños dejaron de jugar para estar pendiente de quién llegaba.
—Señora Cullen. —di un respingo al escuchar la voz de Matt acercándose a mí. No me parecía de lo más apropiado que todos ellos me llamaran así. Yo aún no me he casado con Edward, de hecho él no me lo ha propuesto—. La señorita Denali desea verla.
Asentí un poco confundida.
¿Qué hacía una de las primas de Edward aquí? ¿La noticia llegó tan pronto allá?
Dejé el libro en la pequeña mesita, a mi lado derecho, donde reposaba mi vaso de limonada y la de los niños, y me levanté con la frente bien en alto, no dejaría que nadie me intimidara.
El cuarteto de diablillos encabezó la marcha hacia dentro de la cabaña. Entramos por las puertas de vidrio de la habitación donde Edward y yo dormimos anoche, exactamente la misma donde ambos perdimos la virginidad y concebimos a nuestros hijos.
Nada más entrar a la pequeña sala, nos encontramos con una chica de tez blanca, con cabello rubio fresa, de ojos color verde aceituna, con buen cuerpo. Llevaba unos vaqueros de color azul que se moldeaban a sus esbeltas piernas, lo acompañaba de un top de color blanco, que acentuaba su cintura y resaltaba sus senos, de calzado llevaba unas botas de color negro. A su lado estaba un chico, guapo —no lo puedo negar—, tez blanca, cabello castaño oscuro —más oscuro que el mío—, de ojos color avellana, que nos miraban a los cinco con mucha curiosidad.
Bueno… Eso era antes de que la chica se abalanzara hacia mis hijos.
Tomó a mi gatita entre sus brazos y la alzó en vilo, no le importó que mi nenita estuviera mojada y llena de lodo.
—Eres tan hermosa —susurró besando sus sonrojadas mejillas—. Eres una hermosa princesita y tú, te pareces tanto a Edward —exclamó, pero esta vez mirando a Tony, antes de atraerlo a su cuerpo también.
—Mamá —me llamó Jass levantando sus brazos para que la alzara. Esto atrajo la atención de la chica.
—Pero qué desconsiderada, soy Tanya Denali, la prima de Edward. Isabella, ¿cierto? —extendió una mano hacia mí, dejando libre a Tony, quien aprovechó para alejarse de ella y acercarse a mí, quedando al lado de Emerson.
—Sí, pero prefiero Bella. —Estreché su mano un poco confundida con su visita, me quedé paralizada cuando besó mi mejilla.
—Él es Daniel, mi prometido —señaló con un movimiento de cabeza al chico.
—Daniel Thatcher, es un placer conocerte. Edward nos ha hablado mucho de ti. —me estrechó la mano y me dio un beso en la mejilla.
Sonreí para mis adentros.
Quisiera decir lo mismo.
—¿Me puedes bajar, por favor? —pidió mi gatita removiéndose en los brazos de Tanya.
—Por supuesto, hermosa princesa —exclamó dejándola sobre sus pies.
—Tomen asiento, Edward no está, pero no creo que tarde en llegar. —Les indiqué los sofás. Uno en forma de L como para ocho personas y otro de tres cuerpos.
—Gracias, la verdad tenemos prisa en hablar con él —dijo Tanya sentándose al lado de Daniel en el sofá de tres cuerpos.
Me senté frente a ellos, junto con el cuarteto de diablillos. Jass en mi regazo, Emer a mi derecha, luego mi gatita, y Tony a mi izquierda.
—Mamá —me llamó Emer. Bajé mí mirada a él—. ¿Es prima de mi papi también? —me preguntó en un susurro en el oído. Jasslye también me miraba interrogante, a pesar de tener sus ojitos casi cerrados por el sueño. Asentí a ambos, lo que ocasionó que se relajaran.
—Son hermosos tus hijos, Bella —alabó Tanya con una sonrisa. Le sonreí.
En ese momento escuchamos el sonido de unas llantas ya muy conocidas para mí.
—¡Papi! —exclamó mi gatita levantándose de un salto y corriendo hacia la entrada.
—¿Puedo jugar un rato? —me preguntó Tony señalando el Xbox.
—Claro, bebé —respondí acomodando a una somnolienta Jass en mis brazos.
Emer se acostó en el sofá recargando su cabecita en mi regazo. Comencé a pasar tiernamente mis dedos por su rubio cabello, por su hermoso y pequeño rostro.
—¡Tanya! —exclamó Edward con sorpresa acercándose hacia nosotros con mi gatita en sus brazos.
—¡Edward! —Ella se levantó y lo abrazó lo que pudo, mi gatita quedó en medio de ambos. Tanya besó a Edward en ambas mejillas.
—Esto sí que es una sorpresa —murmuró Edward pasando su brazo por sus hombros. —Te extrañaba y ya que tú no vas a visitarme, me tocó a mí hacerlo. Además, ya me enteré de tu razón para ir; los querías ocultar de mí, ¿verdad? ¿Qué ocurre? ¿Tienes miedo a que me prefieran a mí? —retó quitándole a mi gatita de sus brazos.
Daniel soltó un par de risitas; yo solo sonreía.
—Hola, Edward. —Se levantó del sofá para estrechar su mano.
—Hola, Daniel —saludó estrechando su mano—. Claro que no tengo miedo, son mis hijos, es obvio que me prefieren a mí —le dijo Edward dirigiéndose a Tanya antes de arrebatarle a mi gatita. Mi nenita solo sonreía. Al verse de nuevo en los brazos de su padre, le rodeó el cuello con sus pequeños brazos y su cintura con sus pequeñas piernas.
—Mi papi —susurró besando la mejilla de Edward. Este miró a Tanya con expresión de te lo dije.
—Tuyo, gatita —le susurró Edward apretándola antes de besar sus mejillas.
—Y de mami —lo corrigió mi gatita con una sonrisa volteando a verme. Le sonreí a mi princesa.
—Y de mami —acordó Edward con una sonrisa.
—Me alegra verte tan feliz, Edward —expresó Tanya—. Te lo mereces.
—¿Cómo van ustedes dos? —le preguntó Edward sentándose a mi lado, quedando Emer en medio de ambos—. Hola, amor —saludó con un casto beso.
Le sonreí sin dejar de acariciar a un dormido Emer.
—Muy bien, tan bien que venimos a pedirte un favor —respondió Tanya muy animada.
Tony se volvió a sentar a mi lado y recargó su cabecita en mi hombro, al lado de la de Jass.
—¿Cuál? —preguntó Edward intrigado.
—¡Daniel y yo nos vamos a casar! —chilló Tanya muy emocionada, logrando que Jass y Emer se removieran y que Tony abriera sus ojitos, que solo hacía un par de segundos que los había cerrado.
Edward sonrió abiertamente.
—Ya era hora —murmuró levantándose con mi gatita en brazos para abrazar a su prima y estrechar las manos con Daniel.
—Veníamos a pedirte que fueras nuestro padrino, pero ahora no solo eres tú. Bella, ¿serías nuestra madrina? La boda será íntima, tú y Edward, Emmett y Rosalie, Jasper y Alice, y unos amigos de Daniel.
—¿Y eso? ¿Por qué tan repentino? —preguntó Edward con una ceja alzada—. ¡No me digas que van a tener un bebé!
—No. Pronto, pero no. Papá y mamá quieren casarme al final del mes con Pierre Dnechinelle. Como sabes, Irina se casó con Abraham Bolognesi y tiene a Aarón. Kate tiene seis meses de embarazo de una nena, Allisson, y dos años de matrimonio con Francois Russo. Ellos creen que es hora y quieren que les dé nietos. Yo no amo a Pierre, pero mamá y papá no aceptarán a Daniel.
—¿Tío Eleazar y tía Carmen te van a obligar a casarte con este tipo? —le preguntó Edward repentinamente serio.
Tanya asintió.
—Es por esa razón que Daniel y yo nos casaremos dentro de tres días aquí. Ya conseguimos el juez que nos casará por lo civil, y hablamos con un párroco que nos casará por la iglesia. Bella, para mí sería un honor que tus hijos fueran mis pajecitos, ¿puedes dejarlos?
—Por Ethan y Elizabeth no hay problema. Claro que los dejo —respondí asintiendo para enfatizar mis palabras—. Por Emerson y Jasslye, deberás preguntarles a Rose y a Alice.
—¿No son tus hijos? ¿Los cuatro? —preguntó confundida.
—No —respondimos Edward y yo al mismo tiempo.
—Emerson es hijo de Rose y Jasslye es hija de Alice —expliqué con una sonrisa—. Míos solamente son Ethan y Elizabeth.
—Gracias, Bella, eres un amor. Edward, ¿dónde puedo encontrar a Emmett y a Jasper?
—Si quieren los esperan, no deben tardar en llegar. Ni a Rose o a Alice les gusta estar mucho tiempo alejada de este par —respondió Edward acariciando la espalda de Emer y la de Jass.
—Mira quién lo dice. ¿Quién fue el que no permitió que Lizzi y Tony fueran a pasar el día con sus tías? —dije con una sonrisa. Tanya y Daniel comenzaron a reír.
Edward me miró con los ojos entrecerrados, pero con mi sonrisa torcida favorita.
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En cuanto los niños se despertaron los acompañé a cambiarse de ropa, al igual que yo. Tony y Emer se ducharon en un cuarto de baño, mientras que Jass, mi gatita y yo en el cuarto de baño que Edward y yo compartimos.
Regresamos a la sala de estar en el mismo momento que Emmett, Rose, Jasper y Alice llegaban.
Hicimos café, té y chocolate, lo que acompañamos con las galletas que trajo Alice.
Conocí a Tanya, es una chica muy agradable. Nos contó cómo se conocieron ella y Daniel, y de cómo han vivido su amor secreto por tantos años.
Ninguna de mis hermanas se negó en cuanto a que Emer y Jass fueran los pajecitos de Tanya, al igual que Tony y mi gatita, quienes ya no dudaban en acercarse a Tanya y recibir sus mimos.
Quedamos que a la mañana siguiente las cuatro encargaríamos nuestros trajes y el de los niños y las demás cosas que se necesitaban para la boda, mientras que los chicos iban con Daniel a encargarse de los suyos.
Rose y Alice iban a ser las testigos de la boda civil, junto con Emmett y Jasper. Edward y yo seríamos los padrinos del matrimonio por la iglesia.
Eran aproximadamente las diez de la noche, los niños tenían una hora de haber caído rendidos de cansancio. Mis hermanas, mis cuñados, Tanya y Daniel ni señas de querer irse, y yo la verdad quería que todos tomaran sus cosas y se fueran, para así aprovechar estar a solas con Edward, antes de que nuestra gatita se despertara.
—Al fin solos —murmuró Edward cerrando la puerta de la cabaña tras mis hermanas, los niños, Emmett, Jasper, Tanya y Daniel la cruzaran.
Al parecer no era la única impaciente. Pero si no hubiera sido por Edward, aún estuvieran sentados en los sofás charlando muy tranquilamente.
—No tanto —le recordé señalando el pasillo que conduce a las habitaciones—. En una de esas dos habitaciones nuestros hijos duermen.
—Lo sé —afirmó con una sonrisa—. Pero no me molesta compartirte con ellos. En cambio, con tus hermanas, mis hermanos y mi prima, sí.
—¿Por qué no dejas de quejarte y vienes a hacerme el amor antes de que tu princesa se despierte y se pase para nuestra habitación? —me quejé con los brazos cruzados, pero con una sonrisa burlona.
—Cierto, se me olvidaba —aceptó acercándose a mí con paso lento pero decidido.
Me tomó de la cintura y me atrajo hacia su fuerte y torneado pecho, mientras que sus labios atacaban los míos y mis manos iban a parar detrás de su cuello, atrayéndolo hacia mí. Mis dedos comenzaron a juguetear con su cabello, entrelazándose en él, tomándolo en mis puños y dando pequeños tirones.
Entreabrí mi boca dándole total acceso a ella, su lengua no tardó en acariciar a la mía.
Me tomó en sus brazos, mis piernas se enroscaron en su cintura. Me llevó a pasos apresurados hacia nuestra habitación.
No sé cómo abrió la puerta, pero sus manos en ningún momento abandonaron mi cuerpo o eso creía yo. Cerró la puerta con el pie y sin romper nuestro beso apasionado comenzamos a quitarnos la ropa.
Mordisqueó mi labio inferior y solté un suave gemido mientras me movía sobre su erección creando una deliciosa fricción.
Me tendió en el centro de la cama ciñéndose sobre mí.
Sus labios abandonaron los míos, bajando por mi cuello, dejando besos húmedos en el proceso. Sus manos acariciaron suavemente mis senos. Sus ágiles dedos pellizcaron mis pezones, haciéndome retorcer por las sensaciones tan intensas que me producían, haciéndolos erguirse hasta causarme dolor.
Me estremecí cuando sus palmas calientes elevaron mis senos, sosteniéndolos. Sus dedos fueron remplazados por sus labios, besó mi pezón derecho mientras que atendía el izquierdo con su mano. Pasó su húmeda lengua por él, mojándolo en el proceso. Sopló su aliento en mi pezón, haciéndome estremecer, antes de introducírselo a su cálida boca y comenzar a succionar de forma lenta, luego más rápida. Parecía un sediento del desierto que había descubierto un gran oasis.
Solté su nombre en un gemido, mis manos pasaron de sus hombros hasta sus cabellos, enredé mis dedos en él, y lo atraje hacia mí.
No quería que parara lo que estaba haciendo. Se sentía tan bien, era tan placentero.
—Edward —suspiré al momento que intercambiaba de pezón.
Me retorcí bajo su cuerpo. Mi húmeda entrepierna rozó su miembro erguido creando un anhelo, no pude evitar gemir de placer.
—E-Edward —jadeé.
Ambos lugares ansiaban un poco de atención.
Sus labios abandonaron mis pezones erguidos como dos cimas rosadas, bajando por mi vientre, este se contrajo y temblé de anticipación. Mordió la base de mi cadera y jadeé en busca de aire. Parecía que mis pulmones se quedaron sin sus reservas.
—Oh Dios, Edward —exclamé retorciéndome cuando sentí su cálido aliento en la piel sensible de mi entrepierna.
—Mmm… —ronroneó cuando pasaba su lengua por toda mi intimidad—. Estás tan mojada y resbaladiza para mí. —Volvió a pasar su lengua pero esta vez en mi punto más sensible.
Arqueé la espalda, mientras jadeaba en busca de aire y mis puños apretaban la ropa de cama.
—Edward —gemí retorciéndome cuando Edward dio un lengüetazo, para luego succionar mi clítoris y penetrarme con sus largos y ágiles dedos.
—Mmm… Sabes delicioso —murmuró sobre mi piel sensible causando que vibraciones placenteras se extendieran por todo mi cuerpo.
Lamió, mordisqueó, chupó todo lo que él quiso conduciéndome al borde de un viaje sin retorno.
—Edward —gemí fuerte arqueando mi cuerpo al llegar a mi arrollador orgasmo.
Edward se irguió sobre mi cuerpo buscando mis labios, quienes no tardaron en salir a su encuentro. Era un beso profundo, cargado de amor y mucha pasión.
Pude saborearme a mí misma en ese beso.
—Hazme tuya —repetí sobre sus labios las mismas palabras que dije cuando estuvimos la primera vez en esta misma habitación.
Edward se ubicó entre mis muslos, su miembro rozó mi entrepierna, arriba y abajo mientras me besaba profundo. Sus labios abandonaron los míos, besó mis mejillas, mis párpados y mi frente y comenzó a introducirse lentamente en mí.
Pasé mis brazos por sus hombros y lo atraje hacia mí con el único propósito de besar sus labios nuevamente.
Cuando su miembro estuvo todo dentro de mí, Edward esperó unos segundos, dejándome acostumbrar a él. Abracé su cintura con mis piernas.
Salió de mí, sin romper el beso y entró nuevamente de forma lenta. Pero a medida que pasaba el tiempo sus embestidas comenzaron a ganar un poco más de velocidad. Mi cuerpo no se quedó atrás, mis caderas salían a su encuentro.
Edward me estaba haciendo el amor de forma tierna, adoraba mi cuerpo como si fuera su templo, su posesión más preciada.
De mis labios solo salía su nombre mezclados con suspiros de placer, mientras mi cuerpo se retorcía debajo de él, por las sensaciones tan intensas que me producía con sus labios, su lengua, sus manos, su miembro.
—Te amo —gimió de forma entrecortada en mi oído.
—Te amo —dije buscando sus apetitosos y carnosos labios.
Sentía esa presión —que ya se me hacía conocida—, formarse en mi bajo vientre. Ese volcán que amenazaba con hacer erupción con cada caricia de Edward. Estaba cerca, mis paredes vaginales cada vez más aprisionaban su miembro dentro de mí, no queriendo dejarlo ir. Podía sentir que él no tardaría en seguirme, lo sentía palpitar dentro de mí.
Edward aceleró la velocidad de sus embestidas. Se movía frenéticamente. Mis manos acariciaron su sudorosa espalda, sus anchos hombros, llegando a los cabellos de su nuca donde tomé un par de mechones en mis puños, mientras jadeaba en busca de aire.
Ambos estábamos muy cerca de llegar a la cima del clímax.
—Bella —jadeó Edward enterrando su rostro en la base de mi cuello y repartía húmedos besos en él.
—Edward —suspiré de placer en el mismo instante que la puerta de la habitación se abría de forma violenta y chocaba contra la pared con un estrépito sonido.
Edward, en un ágil movimiento, se quitó de encima de mí, se movió tan rápido. Tomó su arma y apuntó hacia la puerta en el mismo momento que el cuerpecito cálido de nuestra gatita se estrellaba contra mi cuerpo desnudo y sudoroso. Mis brazos instintivamente la rodearon apretándola contra mí, su carita se apretó en la base de mi cuello.
Edward me miró entre asustado y confundido.
Nuestra excitación en ese momento pasó a mejor vida, ya que el silencio tenso de la habitación fue llenado con un chillido desgarrador proveniente de nuestra nena, mientras que su cuerpo era sacudido por los fuertes sollozos.
—Shhh. Ya estás con mamá. Estás a salvo. Nadie te va hacer daño —susurré acariciando su maraña de cabello peinándolo con mis dedos.
—¡Mami! —chilló enroscando sus bracitos en mi cuello como dos boas constrictoras.
—Ya todo está bien. Mamá y papá están contigo. Solo fue un mal sueño —dije de forma tranquilizadora mientras acariciaba tiernamente su pequeña espalda empapada de sudor.
Levanté mi vista al sentir la mirada de Edward, estaba de pie delante de mí, con expresión de extrema preocupación. Ya se había vestido, con solo un pantalón de pijama gris, corte a la cadera, se veía la cintura de su bóxer blanco. Su pecho desnudo y bronceado en toda su extensión, cubierto por una capa de vellos cobrizos.
Estiró los brazos en una petición silenciosa.
De forma reticente lo dejé tomarla en sus brazos.
Mi corazón lo sentía apretujado. No sabía qué había asustado tanto a mi bebita. Y eso me hacía sentir mal, triste.
Me levanté de la cama mientras que Edward la mecía y le tarareaba su nana, me vestí solo con una braguita rosada y una camiseta azul oscuro de Edward.
Me acerqué a pasos lentos hacia dos de mis tres amores. Edward había corrido la cortina de las puertas francesas que daban al estanque privado y estaba contemplando fijamente la luna, mientras movía en un suave vaivén a nuestra gatita, ya más calmada.
Coloqué mi mano en su brazo, él se volteó a verme y me sonrió con mi sonrisa torcida favorita.
—Ya se calmó y está dormida, o eso creo —dijo acariciando mi mejilla.
Asentí, pero aún así le tendí mis brazos.
Edward sacudió la cabeza con mi sonrisa aún en sus labios y me la pasó.
Apreté a mi gatita contra mi pecho, mi nenita entreabrió sus ojitos y de inmediato se le llenaron de lágrimas un par de ellas rodaron por sus mejillas. Borré con mis besos cualquier rastro de ellas.
Me senté en el cabecero de la cama con mi nenita a horcajadas sobre mí.
Edward se sentó a mi lado y me tendió un vaso con agua.
Lo tomé y le indiqué a mi gatita que tomara un par de sorbos.
—A ver, amor, dile a mami qué pasó —incité en un susurro besando su frente.
Mi gatita respiró profundo, con la punta de la manga de su pijama se limpió el par de lágrimas que había derramado segundos antes. Sus bellos ojitos estaban rojos e hinchados.
—Mami —hipeó sorbiendo por la nariz—. No quiero que el abuelo Charlie lastime a mi papi.
Se lanzó de nuevo contra mí, llorando, la abracé fuerte y miré a Edward. Él tenía su ceño fruncido y los labios en una apretada línea.
—Edward —susurré recargando mi cuerpo en su pecho.
Sus manos, de forma distraída, acariciaban mis brazos.
—Elizabeth, mi amor —llamó minutos después pasándola de mi pecho al suyo—. Estoy bien, nadie va hacerme daño.
—Es que había tanta sangre y yo no podía hacer nada, nada —dijo en un murmullo mi gatita apretando su carita en el cuello de Edward.
—Mami —me llamó Tony desde el umbral de la puerta.
—Ven, amor, ven a dormir con nosotros —lo llamé mientras escuchaba a Edward decirle como mantra a mi gatita: “Estoy bien. Nadie va a lastimarme. Te lo juro. Nunca voy a dejarte”.
Mi campeón se subió a la cama y lo ubiqué entre el cuerpo de Edward, con nuestra gatita sobre su pecho, y el mío.
—¿Qué le pasó a Lizzy? —preguntó mi campeón colocando su cabecita en mi hombro.
—Tuvo un mal sueño, mi amor —respondí en un susurro apretándolo a mi cuerpo, mi brazo rodeaba su pequeña cintura. Besé su frente y acaricié sus rebeldes cabellos.
Tony asintió y suspiró profundo cerrando sus hermosos ojitos.
Comencé a tararear mi nana, mientras que mis manos no abandonaban la tarea de acariciar los cabellos de mi bebé.
—Ya se durmió. —El susurro de Edward me sobresaltó un poco.
Levanté mi vista hacia él y asentí.
—¿Esto sucede a menudo? —preguntó en un susurro acariciando los rebeldes cabellos de nuestro campeón.
Negué con la cabeza.
—Es la primera vez que pasa —respondí viendo cómo mi nenita suspiraba profundo y se acomodaba en el pecho de su padre. Su puño derecho se cerraba sobre los vellos del pecho de Edward. Era un gesto posesivo. Ella quería saber que él seguía junto a ella. Y al parecer a Edward no le incomodaba esa acción.
—Está asustada por todo esto. Teme la reacción de Charlie, hasta yo lo hago —murmuré bajando mi mirada a Tony.
—¿Sabes cómo hacer que se sienta más segura? —me preguntó Edward recostándose sobre el colchón.
—No. La única vez que mostró algo de miedo fue cuando ocurrió la agresión de Rose. Aunque solo era de día, cuando no estaba con ella. En las noches estaba muy tranquila. Nunca ha sufrido de pesadillas —respondí encogiéndome de hombros.
—Porque siempre ha dormido contigo —comentó Edward muy serio—. Hoy es su tercera noche durmiendo sola. Se siente indefensa. Por eso acudió a nosotros anoche y antenoche. El catalizador de esto fue mi enfrentamiento con Carlisle. Anoche me di cuenta que llegó un poco nerviosa. No quiero que esto vuelva a ocurrir. No quiero verla sufrir nunca más de esta manera. Dormirá con nosotros, al igual que Tony —sentenció Edward de forma solemne—. ¿Te molestaría? —me preguntó nervioso.
—Claro que no —respondí con una sonrisa acariciando su mejilla. Su barba me hizo cosquillas en la mano.
—Naturalmente, encontraremos momento para nuestra intimidad. Tenemos la ducha, cuando ellos tomen la siesta, cuando estén en el colegio y las noches que los dejemos con sus tíos y primos.
—Por supuesto, amor. —Me incliné y dejé un casto beso en los labios—. Te amo, Edward —susurré acomodándome para dormir.
—Yo también te amo, Bella.
Cerré los ojos con una sonrisa de satisfacción bailando en los labios. Transcurrió un par de minutos y me dejé envolver por los brazos de Morfeo.
Como no estoy en mi compu no podré nombrarlos en este capítulo, pero les prometo que para el próximo los nombro.
Por fa deja un comentario, significa mucho para mí.
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