El amor siempre vence a pesar de todo (+18)

Autor: isakristen
Género: Romance
Fecha Creación: 17/01/2013
Fecha Actualización: 25/08/2022
Finalizado: NO
Votos: 187
Comentarios: 473
Visitas: 338883
Capítulos: 40

Summary: Dos poderosas familias de la mafia enfrentadas desde hace generaciones por dominar la ciudad. Pero serán las hijas Charlie Swan: Rosalie, Alice e Isabella y los hijos de Carlisle Cullen: Emmett, Jasper y Edward quienes decidan que ya era hora de acabar con ese absurdo enfrentamiento Sin ser consciente del horror que se desataría al final, al enfurecer al que creían su mayor aliado.

 

Prologo:

Bella una adolescentes de 14 años, hija menor de Charlie Swan uno de los mafiosos más peligrosos de Chicago. Novia de Edward Cullen un adolescentes de 16 años hijo del mafioso Carlisle Cullen.

Su amor puro e inmenso era amenazado por sus familias, quienes desde hace años tenían una rivalidad por el dominio del poder. Ellos al enterarse de la relación amorosa de los jóvenes deciden separarlos y enviarlos lejos. Sin saber que su amor ya había dado frutos, unas pequeñas personitas que iban protegidas en el vientre de su madre, la cual los unirían para siempre. Dos niños con la marca del sol naciente en el brazo izquierdo de los Swan como la media luna en el brazo derecho de los Cullen.

Diez años después su amor seguía intacto, más grande que antes y ellos estarán listos e dispuestos a luchar por él y por su felicidad, uniendo así ambas familias. Quienes tendrían que unirse y luchar por la misma causa. Dos niños intocables por ambos bando, siendo su talón de Aquiles. Y sus enemigos no dudaran en utilizarlos, matando así dos pájaros de un tiro; rompiendo en el camino el acuerdo llegado desde hace generaciones de no incluir en la rivalidad a las mujeres y a los niños.

  


 "Los personajes más importante de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer pero la trama es mía y no esta permitido publicarla en otro sitio sin mi autorización"

 


 

 Historia registrada por SafeCreative bajo el código 1307055383584. Cualquier distribución, copia o plagio del mismo acarrearía las consecuencias penales y administrativas pertinentes.

 


 

 Traíler de esta historia ya esta en youtube y en mi grupo  en facebook "Entre mafiosos y F.B.I"


Link del grupo de Facebook

https://www.facebook.com/groups/1487438251522534/

 Este es el Link del trailer: 

http://www.youtube.com/watch?v=BdakVtev1eI&feature=youtu.be

 

 


Hola las invito a leer mi Os se llama: Si nos quedara poco tiempo.

http://lunanuevameyer.com/salacullen?id_relato=4201

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Capítulo 26: Compromiso

Capítulo beteado por Manue Peralta, Beta FFAD;

www facebook com / groups / betasffaddiction

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Compromiso

BPov

 

Estaba sentada en una tumbona frente a la piscina con mis lentes de sol puestos y un rico vaso de limonada sobre la mesita a mi lado derecho. Mi gatita yacía sobre mi pecho con sus piernas a mis costados. Se había quedado dormida mientras jugaba con mi anillo de compromiso.

 

Desde hace dos semanas estaba comprometida con Edward.

 

La piedra es un óvalo grande decorado con filas oblicuas de brillantes piedrecillas redondas. La banda, de oro, delicada y estrecha, tejía una frágil red alrededor de los diamantes.

 

Nunca había visto nada parecido.

 

Dejé mi mente volar, recordando esa preciosa noche.

 

FlashBack:

 

Edward se encargó de que Lizzy se quedara en casa de Alice y Tony en casa de Rose por todo el fin de semana.

 

Era un fin de semana para nosotros solos.

 

El lugar donde me llevaría era desconocido para mí.

 

Es una sorpresa, fue su único alegato. Y por más que le pregunté no dio su brazo a torcer. Por lo que me vi obligada a utilizar mi arma masiva. Esa arma que desde hacía dos semanas atrás me había enterado que poseía. Usé a Elizabeth y su ingenio, pero la muy condenada se pasó al bando enemigo y todo por una enorme mansión de Barbie y accesorios incluidos.

 

Así que el viaje fue a ciegas.

 

Sin embargo, para mi sorpresa, me llevó a una hermosa casa de playa en Miami. Desde la entrada de la mansión hasta nuestra habitación, hermosos ramos de flores indicaban el camino.

 

—Edward, esto es hermoso —exclamé mirando fascinada todo a mi paso.

 

Él me sonrió con mi sonrisa torcida favorita. Rodeó mi cuerpo con sus brazos, haciéndome descansar mi espalda contra su pecho y besó mi cuello.

 

—Te mereces hasta el cielo. Esto solo muestra parte del inmenso amor que siento por ti.

 

Volteé mi rostro buscando sus carnosos labios, quienes no me hicieron buscar tanto, ellos salieron a mi encuentro.

 

Nuestro beso era apasionado, profundo.

 

Edward era una droga para mí. Era… ¿Cómo diría? Mi marca personal de heroína. Siempre ansiaba más y más. Cuando mi piel hace contacto con la suya, es como si un compuesto químico entrara a mi sistema nublándome la mente. Y solo quedara el pensamiento de que quiero más de él y nunca me cansaría.

 

—Aguarda —murmuró. Pasé mis brazos sobre su cuello y mi cuerpo se amoldó al suyo—. Si seguimos a ese paso mi sorpresa quedará de lado. —suspiró aire con fuerza. Recargó su frente en la mía. Ambos respirábamos con fuertes jadeos.

 

— ¿Hay más? —le pregunté luego de dejar un casto beso en la comisura de los labios.

 

—Mucho más —respondió luego de besarme profundamente—. ¿Por qué no vas a cambiarte de ropa, mientras yo superviso que todo esté listo y en su lugar? —indicó antes de mordisquear mi labio inferior.

 

—Ok —acordé—. ¿Prefieres algo en específico?

 

—No soy exigente… —beso—. Pero sobre la cama está lo que quiero que vistas.

 

Sonreí negando con la cabeza.

 

Me incliné colocándome de puntitas y manteniendo el equilibrio al sostenerme de sus anchos hombros y lo besé invadiendo su boca con mi lengua.

 

—Amo cuando tomas la iniciativa —dijo y me devolvió el beso, esta vez él dominándolo por completo—. Sube, o no me hago responsable de mis actos, y de verdad esta sorpresa es importante para mí.

 

Acaricié su mejilla y rocé con mi pulgar su labio inferior. Me di vuelta y subí emocionada las escaleras.

 

Llegué al vestíbulo, el cual crucé rápidamente hacia la habitación que Edward me había orientado como la nuestra. Abrí la puerta y todo estaba oscuro; busqué el interruptor y encendí la luz.

 

Te amo, estaba escrito en medio de la cama con pétalos de rosas rojas. A un lado había una caja blanca con un moño rojo y una nota con la perfecta caligrafía de Edward.

 

Usa esto.

 

Eliminé el espacio que me separaba de la cama, tomé la caja y la abrí. Dentro de ella había un hermoso vestido blanco, ligero, de tirantes finos y sandalias de plataforma a juego. La falda del vestido era holgada, me llegaría a cuatro dedos sobre las rodillas. Su diseño en la parte del corpiño acentuaría mis pechos.

 

En una esquina de la caja, había una cajita más pequeña forrada de satén rojo. La abrí. Dentro había una hermosa cadena de oro blanco con un bello diamante en forma de lágrima y unos pendientes a juego. Era exquisito. También había una nota doblada.

 

Espero que te guste.

Sé que Elizabeth tiene el corazón de diamantes

y quiero que mis dos mujeres tengan algo que les recuerde a mí.

 

Sonreí como tonta.

 

Dejé la caja sobre la cama y corrí a darme una ducha. No quería hacerlo esperar.

 

Me agarré el cabello en un moño improvisado y me di una ducha rápida. No tenía necesidad de depilarme. Alice me había torturado el día de ayer. Las tres nos tomamos el día y nos fuimos a un Spa, pero ella se encargó de pedir todos los servicios, incluyendo la depilación con cera.

 

Odié cada minuto que duró mi suplicio y juré no volver nunca.

 

Corrí a la habitación buscando mi bolso de mano. Allí estaba guardada mi plancha para el cabello y la de mi gatita para hacer rizos. Tomé ambas y regresé hacia el baño.

 

¿Qué me iba hacer en el cabello? Suspiré frustrada y volví corriendo a la habitación por mi móvil.

 

Ella sería mi salvación.

 

Uno, dos, tres timbres.

 

—No digas que soy yo —pedí—, o mamá Alice se burlará de mí.

 

—Ok —dijo mi gatita y por su voz pude entrever que estaba sonriendo.

 

— ¿Estás sola?

 

—No. Mamá Alice, Jass y yo jugamos a tomar el té.

 

Al otro lado de la línea pude escuchar cuando Alice le preguntó con quién hablaba. Gracias a Dios dijo que con su padre.

 

— ¡Por Dios, Edward, ella está bien! ¡Disfruta! —gritó Alice, a lo que mi nenita rio.

 

— ¿Puedes ir a un lugar seguro donde puedas hablar? Hija, esto te sonará raro, ya que eres tú la que debe llamarme a mí por ello. Pero… necesito tu consejo.

 

Me deleité con el sonido de la risa de mi bebé.

 

La imagen del espejo me sorprendió. En ella había una mujer con un brillo especial en los ojos y una enorme sonrisa en el rostro. Así debe verme todo el mundo cuando hablo de mis hijos o estoy con ellos.

 

—Ok, dime, ¿en qué me necesitas?

 

—Bebé, la verdad no sé qué hacerme en el cabello.

 

— ¿Dónde están?

 

—En Miami.

 

— ¿En qué parte?

 

—En la costa. Es una mansión en la orilla de la playa.

 

— ¿Papi te va a llevar a cenar?

 

—Creo que sí.

 

— ¿Crees? ¿No estás segura?

 

—No, la verdad no.

 

— ¿Qué te vas a colocar?

 

—Un vestido blanco con sandalias de plataforma y un juego de pendientes y collar de diamantes.

 

—Vístete o se te dañará el peinado. ¿Te llevaste las horquillas?

 

—Sí —afirmé buscándolas en la habitación. Cogí con delicadeza el vestido, las sandalias y mi braguita de color blanco de la maleta.

 

Entré de vuelta al baño, me coloqué mi braguita y las sandalias, luego el vestido.

 

—Listo. —Con las horquillas toma dos mechones de cabello y lo acomodas a la misma altura de tus orejas.

 

Coloqué el móvil en altavoz, lo dejé sobre la repisa e hice lo que me indicó.

 

—Hecho.

 

— ¿Te llevaste mi plancha de rizos?

 

—Ajá. —conecté la dichosa plancha y la encendí.

 

—Ahora, crea rizos medianos en todo el cabello sin quitarte las horquillas.

 

Y así lo hice. No podía creer que mi nenita de nueve años me estuviera diciendo cómo peinarme, a mí, una mujer de veinticinco años.

 

—Listo, amor.

 

—Te ves hermosa, lo sé. No tengo necesidad de verte. Ahora maquíllate con gloss rosa en los labios y rímel negro en las pestañas.

 

—Gracias, mi amor —agradecí quitando el altavoz—. Te amo y te extraño, al igual que a Tony. ¿Sabes cómo se encuentra?

 

—Yo también te amo, mami. Tony está bien, hablé con él hace rato. Mami, debo irme o mamá Alice sospechará.

 

—Cuídate, bebé.

 

Busqué mi perfume y eché un poco en las muñecas, en el valle de mis senos y en mi cuello. Tomé una pulsera que me había regalado Charlie hace tanto tiempo, pero que no salía sin ella, el collar y los pendientes.

 

Suspiré profundo y salí del cuarto de baño.

 

Fruncí el ceño al encontrarme la habitación a oscuras, solo iluminada tenuemente por velas aromáticas formando un camino.

 

Sacudí la cabeza.

 

Edward había estado allí y no había sentido su presencia.

 

Sigue el camino que forman los pétalos.

 

La nota estaba sobre la cama, y una flecha hecha de pétalos en la parte inferior señalando el camino iluminado por las velas.

 

Con una sonrisa adornándome el rostro y el corazón latiendo tan rápido como las alas de un colibrí, bajé las escaleras. No sabía qué se proponía Edward con tanto misterio, pero la ansiedad comenzaba hacer mella en mi cuerpo.

 

El camino cruzaba el pasillo lateral de la mansión y salía por las enormes puertas de vidrio que llevan a la costa.

 

Al llegar a la arena, los pétalos de rosa fueron reemplazadas por lámparas de lava que culminaba en una mesa cubierta por un mantel de color blanco y una diversidad de platillos. Amarradas en cuatro postes había una sábana de color blanco sirviendo de cubierta para la mesa.

 

Edward salió de pronto (no sé de dónde) vestido de blanco. Pantalones holgados, camisa manga larga con los tres primeros botones desabrochados. Su cabello más despeinado que de costumbre. Una enorme sonrisa adornaba su hermoso rostro. Sus ojos, como esmeraldas, iluminados con un brillo que jamás le había visto.

 

Venía hacia mí a pasos lentos. Cerró la distancia que nos separaba.

 

—Estás hermosa —me alabó tomando mi mano, para llevarla a sus labios y dejar un beso.

 

—Tú estás muy guapo —susurré perdiéndome en sus ojos.

 

— ¿Quieres comer algo? —Edward señaló la mesa.

 

Hasta ese momento no me había dado cuenta que ya estábamos a mitad de camino.

 

—Sí, gracias. —sonreí—. Todo está hermoso, Edward.

 

—Todo esto es para ti —comentó ayudándome a sentar.

 

En la mesa había de todo un poco, pero se me hizo agua la boca al ver mi platillo favorito.

 

Edward me tendió una copa de champagne.

 

—Gracias.

 

Me sonrió torcidamente.

 

Y esas fueron las únicas palabras que se dijo en la mesa.

 

No sabía qué decir y Edward estaba muy nervioso. Comió muy poco de su plato, no me miraba a los ojos y se pasaba repetidas veces las manos por el cabello. Fruncía el ceño y resoplaba.

 

— ¿Qué ocurre, Edward? —demandé dejando suavemente el tenedor sobre el plato.

 

— ¿Qué? —preguntó confundido.

 

—Estás distraído —reproché mirándolo fijamente.

 

—Todo está bien. Vuelvo en un momento —anunció levantándose de un salto. Prácticamente corrió hacia la mansión.

 

Estuve mirando fijamente por donde había desaparecido. No obstante, las fresas con chocolate eran una tentación difícil de resistir.

 

Bebí un poco de champagne y mordí una fresa abarrotada de chocolate.

 

Volteé a mirar el mar mientras me llevaba la copa a los labios.

 

¿Qué le ocurre a Edward? ¿Por qué estaba tan nervioso?

 

—Bella —susurró Edward.

 

Desvié mi mirada.

 

Edward tomó mi mano y me levantó de la silla. Él estaba plantado frente a mí con una de sus manos en la espalda.

 

Dejé la copa sobre la mesa.

 

Edward se inclinó levemente y me besó. Un beso tierno.

 

—Edward —jadeé, mientras él se colocaba en una rodilla en el suelo. Respiré hondo.

 

—Isabella Swan. —me miró a través de aquellas pestañas de una longitud imposible. Sus ojos eran tiernos y, a la vez, abrazadores—. La seguridad de la firmeza de nuestro amor, la energía que me dan las risas compartidas con nuestros hijos, la calma de las confidencias y la vitalidad de nuestros planes e ilusiones, me llevan a preguntarme muchas cosas. Pero especialmente una. —sacó su mano de su escondite, mostrando un plato blanco con una rosa roja. Quedé sin aliento al leer las palabras “Quieres casarte conmigo” escrito con sirope de chocolate. El hermoso anillo de compromiso venía dentro de un pedazo de pastel de chocolate—. Prometo amarte para siempre, todos los días de mi vida. ¿Quieres llevar nuestro amor al próximo nivel y convertirte, finalmente, en mi esposa?

 

Estaba anonadada. Parecía que iba a explotar de felicidad.

 

Esto era lo que me estaba ocultando.

 

—Sí —acepté sonriendo.

 

—Te amo —declaró dejando el plato sobre la mesa.

 

Tomó el anillo y lentamente lo deslizó en mi dedo corazón. Besó mi mano antes de besar mis labios.

 

Fin del FlashBack.

 

Amaba tanto a Edward. Creo que más o igual que el amor que él siente por mí.

 

Alejé la mirada de la piscina hacia la mesita.

 

Tomé el vaso y tragué unos cuantos sorbos del delicioso líquido. Devolví el vaso a la mesita y cogí las revistas que Sandra, la chica encargada del servicio, había dejado muy amablemente.

 

La portada de la revista Peopple era una foto de Edward, los niños y yo. Edward me abrazaba con su brazo izquierdo, mientras que su mano derecha apretaba suavemente el brazo derecho de nuestra gatita. Tony estaba de pie a mi lado.

 

La foto fue tomada de improviso. Si no es porque Tony vio al fotógrafo luego de tomar la foto, no me doy cuenta. Pero Edward decidió no hacer nada. Él no nos iba a ocultar. Somos una familia y todo el mundo debía saberlo.

 

En la portada decía:

 

Confirmado: Familia Cullen Swan.

 

También había una foto de Edward y Elizabeth, la misma que salió en la prensa días atrás.

 

Al igual que Brad y Angelina y la demanda de las hermanas Kardashian.

 

Un artículo abarcaba toda la página cuatro donde también se mencionaba nuestro compromiso. En la otra revista salíamos Edward y yo tomados de las manos.

 

Las dos familias más poderosas y multimillonarias han unido sus fuerzas.

Comprobado: Edward Cullen de 26 años e Isabella Swan de 25 son los padres de dos hermosos niños: Ethan Cullen Swan y Elizabeth Cullen Swan de 9 años.

 

El artículo abarcaba toda una hoja. Fotos de Edward conmigo y la foto de los niños en el lanzamiento de la colección de Alice, hace años atrás.

 

Los primeros y hasta el momento únicos nietos de los empresarios Charlie Swan y Carlisle Cullen.

Aún no se conoce la razón que llevó a ambas familias a esconder todos estos años a la dinastía Cullen Swan.

¿Dónde habrán estado?

¿Por qué motivo los ocultaron?

¿Habrá sido una violación?

Éstas son algunas de las preguntas que todos queremos respuestas.

 

Solté las revistas sobre la mesita nuevamente al sentir como mi gatita se removía contra mí. Acaricié tiernamente su pequeña espalda.

 

— ¿Qué pasa, bebé? —pregunté en su oído.

 

—Estaba soñando con la Bubú. La extraño. ¿Crees que a papi le moleste que la visitemos?

 

—No creo que a Edward le moleste. Aunque… creo que a Charlie, sí —remarqué colocando un mechón de su cabello tras su oreja.

 

Mi gatita se estremeció entre mis brazos.

 

—No quiero que mi papi y mi abuelo se enfrenten otra vez, mami —suplicó mi gatita cerrando sus ojitos.

 

Yo también me estremecí por las imágenes que volvieron a mi mente.

 

Aquella escena que vivimos hace casi un mes. El día que mis dos grandes amores se enfrentaron por mí.

 

Mi padre, Charlie, con el propósito de llevarme de nuevo junto a él; y Edward, el amor de mi vida, evitando que nos alejaran de nuevo.

 

FlashBack:

 

Me desperté asustada por el sonido que hizo la puerta al abrirse de forma precipitada. Me senté en la cama llevándome a Tony conmigo.

 

Edward ya estaba fuera de la cama hablando en voz baja con Garrett cerca de la puerta.

 

—Mami —murmuraron mis hijos al mismo tiempo.

 

Mi gatita gateó hasta llegar a mi regazo.

 

Edward le dijo algo a Garrett y este salió rápidamente de la habitación dejando la puerta abierta.

 

—Edward —llamé al verlo quitarse los pantalones del pijama y colocarse unos vaqueros de forma apurada.

 

Él no me contestó, sino que se limitó a entrar al armario para salir minutos después con una camisa blanca con rayas negras y unas botas. Fue hasta la mesita de noche y tomó sus armas.

 

En todo momento ni mis hijos ni yo le quitamos la mirada de encima.

 

Se acercó a la cama y quitó a nuestra gatita de mi regazo. Su rostro no mostraba ninguna expresión.

 

—Vamos —apremió tomando a Tony de la cama.

 

Algo malo estaba ocurriendo.

 

—Edward, ¿qué ocurre? —inquirí levantándome y calzándome las pantuflas.

 

Se volvió hacia mí y dejó un casto beso en mis labios.

 

—No te preocupes, yo lo resuelvo —aseguró guiándonos hacia las puertas francesas que dan al estanque privado.

 

—Edward —murmuré con pánico en la voz.

 

Comenzaba a sentir mucho terror.

 

Al salir de la habitación nos guió hasta una camioneta que se hallaba custodiada por seis hombres.

 

—Jordán, si les llega a ocurrir algo… date por muerto —advirtió Edward subiendo a Tony, luego a nuestra gatita.

 

Se volvió hacia mí.

 

—Todo estará bien. Nos vemos más tarde. Te amo —murmuró abrazándome. Enterré mi rostro en su pecho e inspiré su aroma. Apreté mis brazos entorno a su cintura.

 

—Por favor, dime qué ocurre —supliqué contra su camisa.

 

Levantó mi mentón con su dedo índice, inclinó su cabeza y sus labios rozaron los míos. Un suave roce.

 

—Sube —ordenó sobre mis labios.

 

Se separó de mí y me ayudó a subir, bloqueando con su cuerpo el campo de visión de sus hombres, pues de otro modo verían mis bragas. Cerró la puerta a mi espalda. Dio vuelta y a pasos apresurados llegó hasta las puertas francesas y desapareció por ellas.

 

Tony y mi gatita permanecían arrodillados en el asiento mirando hacia donde había desaparecido Edward.

 

Volteé hacia el hombre que iba a conducir.

 

— ¿Qué ocurre? —él me ignoró deliberadamente. Estaba concentrado mirando al frente.

 

Jordán subió en el asiento del copiloto.

 

—Jordán, ¿qué ocurre? —cuestioné ansiosa.

 

Pero él también me ignoró.

 

Un hombre salió por el lateral de la cabaña e hizo una seña, la camioneta cobró vida saliendo rápidamente de su escondite.

 

Al pasar frente a la cabaña, mi corazón se saltó un par de latidos.

 

En medio de sus hombres armados se encontraba Edward con aire arrogante mirando fijamente a mi padre, quien estaba en la misma pose que Edward.

 

—Detén el auto —exigí sin desviar la mirada.

 

Los hombres de Edward apuntaban a los de mi padre y viceversa. No quería que hubiera un enfrentamiento.

 

Amaba a esos dos hombres.

 

Además, Edward tenía menos hombres que mi padre en ese momento.

 

— ¡Detén el auto! —exclamé al ver que dejábamos atrás la cabaña.

 

—Lo siento, pero tenemos orden de llevarla a un sitio seguro, señora Cullen —replicó Jordán.

 

—Aún no soy la señora Cullen y me importa un pepino la orden que tengas. Detenga la camioneta, ¡ya!

 

Pero en vez de detenerse, aumentaron la velocidad.

 

—Maldita sea, ¡dije que paren! —golpeé el asiento. Me volteé hacia la puerta e intenté abrirla. Pero fue en vano.

 

—No podemos, señora Cullen. A menos de cien metros nos sigue una de las camionetas de su padre —informó el chofer.

 

Mi cabeza giró hacia el vidrio trasero y noté la camioneta gris de Billy o Jacob.

 

Pero estaba segura que no era de mi padre.

 

—No es de mi padre, es de Billy o Jacob Black, aunque no los vi al lado de mi padre —agregué mirando a Jordán.

 

—No tiene nada que temer, los protegeremos —me tranquilizó Jordán.

 

La camioneta se detuvo de un momento a otro.

 

Jordán saltó fuera sin que se detuviera por completo. Abrió mi puerta y me hizo salir. Bajó a Tony y cargó a mi gatita.

 

La camioneta volvió a cobrar vida y en menos de cinco segundos se perdía en una curva.

 

Jordán nos guió e introdujo en el bosque. Cinco minutos después escuchamos la camioneta pasar.

 

Después nos condujo unos cincuenta metros dentro del espeso bosque, llegamos a una especie de claro no muy grande, en él había estacionada una camioneta plateada. Quitó la alarma, abrió la puerta trasera y metió a mi gatita, se volvió y ayudó a Tony a subir. Cuando fue mi turno decliné la oferta. Mi cuerpo solo estaba cubierto por la camisa de Edward y mis bragas; no quería que él viera más de la cuenta.

 

En cuanto cerré la puerta arrancó la camioneta.

 

Recorrimos un par de metros y salimos de nuevo a la carretera principal.

 

—El peligro ya pasó, nadie sabrá que van aquí. Los llevaré a un lugar seguro hasta que el señor Cullen me llame —informó Jordán manejando tranquilamente.

 

Asentí para que viera que lo había escuchado.

 

—Gracias, Jordán —murmuré sentando a mi gatita en mi regazo.

 

Él me miró por el espejo retrovisor y asintió.

 

—Mami, ¿papi y el abuelo estarán bien? —preguntó mi gatita mirándome fijamente.

 

—Eso espero, bebé —le respondí sinceramente.

 

—El abuelo se veía muy enojado —comentó Tony acurrucándose en mi costado izquierdo.

 

—Tranquilos, el abuelo y su papá estarán bien —aseguré apretándolos contra mí. Cerré mis ojos y descansé mi mentón en la cabeza de mi gatita.

 

—Ejem… —Jordán se aclaró la garganta—. Es el sitio más seguro que se me ocurre.

 

Levanté la vista para toparme con Carlisle Cullen de pie en la entrada de la mansión Cullen, en un pijama gris y camiseta blanca, con cara de recién levantado. Pero aún así parecía una estrella de cine.

 

Dios… Mi suegro estaba como quería.

 

—Jordán, no creo que a Edward le guste que nos trajeras aquí —declaré negando con la cabeza.

 

—Lo sé, pero sus hermanos quedan muy lejos, por lo tanto, más peligroso —replicó abriendo la puerta de la camioneta.

 

—Jordán —lo llamé en el momento que cerraba la puerta y caminaba al encuentro de Don Carlisle Cullen. 

 

Comenzaron a hablar en voz baja o eso creía yo, ya que no me llegaba ningún sonido.

 

Don Carlisle gesticulaba con las manos, luego se enfureció (o eso deduje por la expresión de su rostro) por algo que Jordán le dijo. Hizo señas, dictó algunas órdenes y un grupo de seis camionetas llenas de hombres armados salieron a toda prisa.

 

Don Carlisle dijo unas cuantas palabras; Jordán asintió antes de volverse hacia la camioneta.

 

—Mami, ¿crees que el abuelo nos deje quedarnos aquí? —me preguntó Tony sin apartar la mirada de su abuelo.

 

—No lo sé —respondí sinceramente.

 

—Señora Cullen —murmuró Jordán en cuanto abrió la puerta—. El señor Cullen no ve ningún inconveniente que esperemos al señor Edward aquí. Informó a Rosa que están aquí, por ello su desayuno pronto será servido.

 

—Gracias, Jordán. Pero me gustaría esperar a Edward aquí en la camioneta.

 

—Pero, mami, tengo hambre —replicó mi gatita haciendo sonreír a Jordán.

 

—Venga, señorita Elizabeth, su abuela querrá verla —la animó ignorando mi mala cara.

 

Mi gatita se levantó de mi regazo.

 

—Elizabeth —la llamé sosteniéndola al enredarse un poco entre los dos asientos delanteros.

 

—No dejaremos ir a Lizzy sola, ¿verdad, mami? —inquirió Tony con la mano en la manija de la puerta.

 

—No, campeón, no la dejaremos —respondí abriendo mi puerta, Tony imitó mi acción.

 

Me daba un poquito de pena que Don Carlisle me viera vistiendo solo la camisa de su hijo.

 

Tony se apresuró para colocarse delante de mí.

 

—Buenos días, Isabella —saludó Don Carlisle enmarcando una de sus rubias cejas. Medio sonrió y negó con la cabeza.

 

—Buenos días, Don Carlisle.

 

—Carlisle, llámame Carlisle —me aclaró inclinándose para tomar en sus brazos a mi gatita.

 

—Solo si usted me llama Bella.

 

—Bella —asintió—. Hey, hermosa, ¿te sacaron de la cama? —murmuró abrazando a mi gatita—. ¿No le das un abrazo al abuelo?

 

— ¿Quieres un abrazo? —preguntó mi gatita con una sonrisa.

 

—Sí, muchos abrazos y quizás también… muchos besos.

 

— ¿De verdad?

 

—De verdad. —la sonrisa de mi gatita creció iluminando su bello rostro. Abrazó fuerte a Carlisle y le llenó el rostro de muchos besos.

 

—Pensé que no querías que te tocara —comentó mi gatita dejando sus brazos alrededor de su cuello.

 

— ¿Por qué pensaste eso? ¡Claro que quiero los abrazos que quieras darme! —Carlisle se veía un poco confundido, pero no dejaba de acariciar los cabellos de mi nena—. Tú, Ethan, ¿no quieres darme un abrazo?

 

Mi campeón volteó a verme. Asentí a su pregunta silenciosa. A pesar que me sentía incómoda, ellos eran parte de mis hijos.

 

—Hola, abuelo. —Don Carlisle lo estrechó sin soltar a mi gatita.

 

—Carlisle —llamó una voz femenina con un toque de ansiedad.

 

—Vayamos adentro, no creo que Edward tarde mucho —pidió haciéndome ademán para que lo siguiera. Lo cual hice, pero a pasos vacilantes con Jordán a mi lado.

 

Tenía cierto recelo. Además, me daba un poco de pena que la señora Cullen me viera vestida como andaba.

 

En el recibidor se encontraba Esme. Su rostro se iluminó al ver a mis hijos. Parecía como si fuera la mañana de Navidad y ella hubiera recibido el mejor de los regalos.

 

A su lado había una mujer que nunca antes había visto y un hombre unos metros más atrás. La mujer era hermosa, con un cierto parecido a Doña Esme; su cabello largo, al igual que los del hombre, eran color negro. Tez blanca, ambos con nariz recta, perfilada. Los ojos del hombre, que me miraban atento, eran de un color avellana, mientras que los de la mujer un verde claro muy hermoso.

 

—Buenos días —saludé en un hilo de voz.

 

La señora Cullen vio nuestra vestimenta y de inmediato el reconocimiento se vio en su rostro.

 

— ¿Qué pasa, Carlisle? —preguntó ansiosa.

 

—Nada de qué preocuparse cariño, Edward lo tiene bajo control. Ahora, ¿por qué no le damos de desayunar a los niños y a Bella? Pero primero, Isabella, ellos son Eleazar y Carmen Denali, los tíos de Edward. Eleazar, Carmen, ella es Isabella Swan y ellos Ethan y Elizabeth, mis nietos.

 

Cuando nos separaron hace diez años, Edward fue enviado con ellos a Londres. Lo que significa que son los padres de Tanya, y al parecer están aquí para impedir su boda con Daniel.

 

—Señorita Swan.

 

—Señor Denali.

 

—Isabella.

 

—Señora Denali.

 

—Carmen, llámame Carmen. Tus hijos son hermosos.

 

Asentí con una media sonrisa. Me sentía cohibida.

 

—Niños, saluden.

 

—Hola —dijeron los dos al mismo tiempo.

 

Mi gatita se bajó de los brazos de Carlisle y junto a Tony se acercó a mí.

 

Tony se paró delante de mí tapando la visión de mis piernas desnudas.

 

—Chloe —llamó la señora Esme alzando un poco la voz, sin apartar la mirada de mis niños.

 

—Tony, Lizzy —susurré. Ambos voltearon a verme—. ¿No piensan saludar a su abuela? —vi entrar al recibidor a una chica de no más de treinta años por el pasillo que da a la cocina, con el típico traje de servicio.

 

Tony vaciló un poco, pero a pasos cortos caminaba hacia Doña Esme mirándolos con adoración, en cambio mi gatita corrió.

 

—Hola, abuela —saludó dándole un abrazo.

 

—Hola, mi princesa.

 

—Hola, abuela —dijo Tony vacilante.

 

Doña Esme lo haló antes de estrecharlo en sus brazos.

 

—Hola, campeón.

 

—Chloe, acompaña a Bella a la habitación de Edward —indicó de pronto Carlisle, antes de voltearse hacia mí—. Creo… —vaciló un poco—. Creo que te gustaría vestirte antes de desayunar.

 

—Sí, gracias —asentí.

 

—Por aquí, señora.

 

Subimos a la habitación de Edward. Busqué en el armario algo de ropa cómoda. Me vestí, doblé la camisa de Edward y la tiré en el cesto de ropa sucia. Aún estaba ahí la del día anterior.

 

Mis niños no quisieron cambiarse el pijama. Al llegar de nuevo al recibidor Doña Esme estaba triste y miraba a mis hijos con ansiedad y tristeza.

 

Un poco más alejados estaban Don Carlisle y Jordán, que por sus semblantes parecían estar molestos.

 

Carmen y Eleazar no estaban a la vista.

 

—Señora Cullen, debemos irnos —informó Jordán en cuanto terminamos de descender las escaleras—. El señor Edward nos está esperando en la salida.

 

— ¿Edward está aquí? —pregunté a nadie en especial.

 

—Sí, Bella. Edward está aquí. Sé que mi hijo está muy molesto, y él tiene razón para estarlo, pero me gustaría que no le quitaras a Esme ver a sus nietos. Toda la culpa es mía. Soy yo el que debe pagar ese error.

 

Se escuchó el fuerte sonido de una bocina.

 

—Será mejor que salgamos, señora Cullen —comentó Jordán muy serio.

 

—Hasta pronto, abuelo, abuela —murmuraron mis niños mientras los abrazaban.

 

Salí con ellos de las manos.

 

Jordán abrió la puerta trasera de la camioneta. Montamos y segundos después nos alejábamos de la mansión Cullen.

 

Fin del FlashBack.

 

—Señora Cullen, su abuela está aquí —la voz de Jordán me sacó de mis recuerdos.

 

Mi cabeza junto con la de mi gatita se alzó al mismo tiempo.

 

Allí, en la puerta lateral de la mansión, se encontraba mi Bubú con una enorme sonrisa en su rostro.

 

Mi gatita se levantó como si hubiera tenido un resorte en su trasero y corrió hacia mi Bubú.

 

— ¡Bubú! —chilló mi gatita estrechando su pequeño cuerpo contra el de mi Bubú, quien no dudó en rodearla con sus brazos.

 

Me levanté con una sonrisa al verlas abrazarse fuertemente.

 

—Hola, Bubú. —besé su mejilla y abracé fuerte.

 

—Hola, mi Nina. Los extraño mucho —comentó besando el tope de la cabeza de mi gatita.

 

—Nosotros también te extrañamos, Bubú. Ven, vamos a sentarnos y a tomar un poco de limonada.

 

—Traje algo para Edward —expresó mi Bubú mientras emprendíamos la marcha hacia las tumbonas.

 

— ¿Qué le trajiste a papi, Bubú? —curioseó mi gatita saltando a su lado.

 

Mi Bubú la llevaba tomada de la mano.

 

—Algunas fotos de Tony y de ti —le respondió acariciando su sonrojada mejilla.

 

—Gracias, Bubú.

 

—Estas son todas las fotos que pude sacar. Las que tenía Leah. En cuanto Charlie me encontró buscando los álbumes en tu habitación, se volvió como loco. Hecho una furia pegó gritos al aire. Los tomó de tu cama, salió dando un portazo y buscó los de Rose y Allie —contó pasándome un sobre con fotos de mis hijos.

 

Saqué la primera foto, la cual me arrancó una sonrisa.

 

—Recuerdo e sta. Rose me la tomó sin darme cuenta —comenté mirando la foto de mi campeón a los diez meses sentado frente a mí, sus manitas apoyadas en mi abdomen, mientras tomaba de mi pecho—. ¿Los videos? —pregunté levantando mi mirada de la foto.

 

—Junto con tus fotos. Están guardadas en la caja fuerte privada de Charlie. —hizo una mueca.

 

—No entiendo por qué Charlie se comporta de esta manera. Él debe entender que Edward y yo nos amamos, nuestro amor no disminuyó ni un ápice. Al contrario, debería alegrarse por mi felicidad, no intentar acabarla —dije triste.

 

¿Cuándo Charlie iba a entender que ya no somos unos adolescentes que él y Don Carlisle lograron manejar a su antojo?

 

—Dale tiempo —aconsejó mi Bubú abrazando a mi gatita y dándole pequeños besos—. ¿Y Tony?

 

—En la práctica de esgrima. Debe estar por llegar. Edward iba a buscarlo.

 

— ¡Cómo extraño a mis bebés! —exclamó apretando a mi gatita.

 

—Bubú, tengo una competencia de danza dentro de unos días, mi antigua profesora habló con mi nueva profesora, quien de inmediato me dio un solo. ¿Quieres ver la corografía? Tiene muchos saltos y giros, un poco difícil, pero me gustan los retos.

 

—Claro, princesa. Muéstrame —dijo mi Bubú emocionada como siempre.

 

Nos encanta verla bailar. En varias competencias, nos ha hecho llorar.

 

Mi gatita comenzó a danzar en el pasto. Le costaba hacer los giros.

 

— ¡Ten cuidado! —grité al verla hacer los giros en el piso del lado lateral de la piscina.

 

Mi nenita ya había practicado esta coreografía con la música, y lo estaba haciendo como si la escuchara; definitivamente lo hacía en su mente.

 

— ¡Elizabeth! —el grito de alegría de Edward nos sobresaltó a las tres.

 

Mi corazón se saltó un latido al ver cómo mi niña no alcanzaba a tomar suficiente impulso y caía al piso, recibiendo un fuerte golpe en la cadera.

 

Temí lo peor.

 

Me levanté de un salto y corrí hacia ella. Una de sus compañeras tuvo el mismo accidente y se fracturó.

 

Edward, mi Bubú y yo llegamos al mismo tiempo.

 

— ¡Lizzy! —bramó Tony unos metros retirado, antes de sentirlo a mi lado segundos después.

 

—Me golpeé la cadera, mami. Me duele mucho —dijo mi gatita con voz llorosa, sus mejillas estaban empapadas por las lágrimas que brotaban de sus bellos ojitos.

 

Edward la tomó en sus brazos y comenzó a caminar a pasos apresurados.

 

Mi Bubú, Tony y yo lo seguíamos unos pasos más atrás.

 

— ¡Nos fuimos! —gritó Edward entrando por la puerta de vidrio hacia la mansión.

 

Por mi visión periférica noté dos bolas de pelo, una de color blanco con marrón y otra de color blanco con un lazo de color rosado. Pero no tenía tiempo, luego confirmaría mis sospechas.

 

Cuando salimos por la entrada, cuatro camionetas ya estaban listas para salir. Edward caminaba hacia la primera.

 

Mi Bubú tomó la mano de Tony y se encaminaron hacia la segunda, mientras yo iba hacia la primera.

 

Jordán abrió la puerta trasera. Edward esperó hasta que llegara a ella.

 

Me subí en la camioneta. Con suavidad dejó a nuestra gatita sobre mi regazo y cerró la puerta.

 

—Mami —chilló mi gatita abrazándome fuerte.

 

—Shhh… No llores. No te preocupes. No pasó nada grave. Verás que será solo un golpe. —traté de tranquilizarla, aunque por dentro me estuviera muriendo de ansiedad.

 

Edward rodeó la camioneta y subió por la otra puerta.

 

—Gatita, ¿puedes mover la pierna? —le preguntó Edward con ansiedad en la voz.

 

—No. Me duele mucho, papi —respondió mi gatita hipeando.

 

El rostro de Edward mostraba muchas emociones al mismo tiempo, pero la que más perduraba era el miedo.

 

Llegamos al hospital cinco minutos más tarde.

 

Edward saltó fuera de la camioneta, tomó de nuevo a nuestra gatita en sus brazos y se apresuró a entrar.

 

Bajé y lo seguí. Mi Bubú y Tony venían detrás de mí.

 

— ¡Necesitamos un médico! —gritó Edward llamando la atención de varias enfermeras y otras personas.

 

— ¿Qué sucede, señor? —preguntó una de las enfermeras acercándose.

 

Llegué al lado de Edward.

 

—Se cayó y se golpeó fuerte la cadera —contó Edward acostándola en la camilla que habían acercado.

 

— ¿De dónde se cayó, señor? —inquirió la enfermera.

 

—Estaba haciendo un salto frontal y me caí sobre la cadera. Me duele mucho. —mi gatita fue quien respondió.

 

La enfermera asintió.

 

—Llévenla a Rayos X —indicó—. Señores, vengan por aquí. Necesitan llenar los papeles de ingreso.

 

Caminamos hacia la recepción.

 

La enfermera comenzó las preguntas, las cuales contesté sin dudar. Nombre completo. Edad. Si es alérgica a algún medicamento. Entre otras cosas.

 

Al finalizar:

 

Por allí queda la sala de espera, en un rato saldrá un doctor y les dirá cómo está la niña. —señaló el camino.

 

—Edward… —murmuré.

 

 —Ella estará bien —aseguró abrazándome.

 

Suspiré profundo apretándome contra su cuerpo. Su calor era reconfortante.

 

— ¿Tienes frío? —preguntó en mi oído. Me estremecí, pero no de frío.

 

—Un poco —dije apretando mis brazos entorno a su cintura.

 

Me besó en la frente; se retiró un poco, lo necesario para quitarse la camisa y pasarlas por mis brazos, él mismo comenzó a abrochar los botones. Se quedó con una camiseta del mismo color que la camisa.

 

—Con esto y mis brazos estarás calientita —susurró abrochando el último botón y halándome hacia su pecho.

 

—Mami —me llamó Tony detrás de mí.

 

—Dime, bebé —dije sin quitar mi frente del pecho de Edward.

 

Le hice espacio entre nuestros cuerpos.

 

Edward colocó su mano en el hombro de nuestro campeón.

 

—Lizzy estará bien, ¿verdad?

 

—Sí, bebé. Lizzy estará bien —le respondí apretándolo contra nosotros.

 

Así pasaron un par de minutos. No sabría decir cuántos en realidad. No quería abrir los ojos.

 

— ¿Familiares de Elizabeth Cullen?

 

—Aquí. ¿Cómo está mi bebé? —la doctora se acercó a nosotros.

 

—No se preocupe, no ocurrió nada grave. La niña está bien, solo fue un golpe. Con un poco de gel y reposo por unos días estará más que lista.

 

Solté el aire que estaba reteniendo, al igual que Edward y mi Bubú, quien se había mantenido un poco alejada.

 

—Firmaré el alta y en unos minutos podrán llevársela.

 

—Gracias, doctora. —la doctora asintió y se alejó.

 

—Ves, amor. Ella está bien —recalcó Edward sorprendiéndome con un abrazo. Tony quedó en medio de ambos.

 

Asentí con una sonrisa.

 

— ¿Edward?

 

— ¿Sí, amor?

 

— ¿Le compraste un perro a cada uno? —pregunté separándome de él.

 

Me sonrió con mi sonrisa torcida favorita.

 

—Sí, amor. ¿Estás molesta? —preguntó acariciando mi mejilla. El calor no tardó en subir hasta mis mejillas. Debía estar más roja que un tomate.

 

—No. —cerré los ojos y recosté mi mejilla en la palma de su mano.

 

—A Lizzy le compró una perrita, una Poodle color blanco. A mí un San Bernardo blanco con manchas marrones. Son muy lindos, mami —comentó Tony.

 

—Bella —llamó mi Bubú. Volteé a verla.

 

—Ahora que sé que Elizabeth se encuentra bien, debo irme. Charlie no tardará en llegar.

 

—Ok, Bubú. Espero que vuelvas con más tiempo y gracias por las fotos. Ambas nos abrazamos fuerte.

 

—Te quiero mucho, Bubú.

 

—Yo también te quiero mucho, mi Nina. Cuídate. Adiós, Tony. —mi Bubú lo abrazó—. Cuídate campeón y a tu hermana. Te quiero mucho.

 

—De acuerdo, Bubú. Yo también te quiero mucho.

 

—Edward… —murmuró buscándolo con la mirada.

 

— ¿Sí, Doña Marie?

 

—Cuídalos, son mi mayor tesoro.

 

—Y los míos, señora.

 

—Bubú, ¿cómo te vas? —cuestioné.

 

—Tomaré un taxi, mi Nina.

 

—No, Doña Marie —contradijo Edward—. Jordán y algunos de mis hombres la llevarán.

 

—Edward, gracias, pero no.

 

—No aceptaré un no por respuesta, señora. Jordán y Jeffrey la escoltarán hasta su casa.

 

—Como digas, Edward.

 

No lo podía creer. Doña Marie aceptaba algo sin protestar tanto.

 

Jordán y Jeffrey la escoltaron fuera del área de espera.

 

— ¿A qué fotos se refería? —preguntaron Edward y Tony al mismo tiempo.

 

—Algunas fotos de los niños. Charlie guardó las demás en la caja fuerte y los vídeos. —hice un mohín—. En cuanto lleguemos, recuérdamelas pues las olvidé en la tumbona.

 

—Claro que sí, amor. Estoy ansioso por verlas.

.

.

.

Que rico es tomar una ducha luego de un día un poco ajetreado.

 

Elizabeth y Ethan ya se encontraban dormidos en sus respectivas camas. Edward andaba por algún lado de la mansión.

 

Tomé el frasco de shampoo, eché un poco en mi mano para luego comenzar a lavarme el cabello.

 

Estuve debajo del agua minutos.

 

Unas fuertes, pero suaves manos (que reconocería donde fuera) se posaron en mi cintura, antes de halarme hacia un fuerte pecho.

 

—Gracias —murmuró Edward quitándome el cabello de mi hombro izquierdo.

 

Abrí los ojos.

 

— ¿Por qué? —inquirí estremeciéndome al sentir sus cálidos labios sobre mi húmeda piel.

 

—Por darme esos dos hermosos regalos. Gracias por darme a mis hijos —respondió volteándome a verlo.

 

—Edward, fuiste tú quien me los dio —contradije con una sonrisa.

 

—No.

 

—Claro que sí.

 

—Admito que tuve algo que ver, pero ellos están aquí gracias a ti. Los defendiste con uñas y dientes, aún lo haces. No me alcanzará la vida para agradecértelo.

 

—No, Edward.

 

—Shhh… —susurró antes de colocar suavemente sus labios sobre los míos—. Te amo. —beso—. Te amo. —beso—. Te amo.

 

—Yo también te amo —dije sobre sus labios, antes de invadir su boca en un beso voraz.

 

Sus manos dejaron mi cintura, segundos antes de sentir sus brazos rodeándola. Sus cálidas manos, acariciaban mi espalda. Tiró de mí de forma un poco brusca hacia su desnudo cuerpo. Su excitación en su pleno apogeo quedó rozando mi vientre.

 

Estábamos sin aliento, pero ninguno de los dos quería abandonar el beso. Edward levantó mi cuerpo para no tener que inclinarse. Mis piernas de forma instintiva rodearon su cintura, haciendo que nuestros sexos, anhelantes de atención, se rozaran y nos hiciera gemir a ambos.

 

Los labios de Edward abandonaron los míos, pero no se separaron de mi ardiente piel. Dejaron un sendero de besos desde mi mandíbula hasta el lóbulo de mi oreja, mordisqueando esta última.

 

—Edward. —suspiré estremeciéndome.

 

Sus besos descendieron por mi cuello hasta llegar a mis sensibles pechos. Chupó y lamió mi pezón izquierdo, antes de darle una pequeña mordida.

 

— ¡Oh, Edward! —gemí al sentirlo introducirse mi pezón a su caliente y húmeda boca.

 

—Mi Bella. —comenzó a hacer pequeñas succiones que ganaban un poco de intensidad, para luego disminuirlas.

 

Mis brazos rodeaban su cuello. Mis dedos se enredaban y desenredaban en su cabello. Mis caderas se movieron buscando atención. Nuestros sexos se rozaron, haciéndome sentir un intenso placer, que segundos después cambió a una cierta molestia. Ya no sentía placer sino un poco de dolor.

 

—Para, por favor. Me duele, Edward —me quejé halando suavemente de su cabello para que soltara mi adolorido pezón.

 

El cuerpo de Edward se tensó y de inmediato detuvo la acción. Suavemente soltó mi pezón, lo besó antes de subir su mirada hacia mi rostro.

 

Su expresión ya no mostraba deleite, sino miedo y ansiedad.

 

— ¿Te hice mucho daño? —preguntó con ansiedad en la voz.

 

Negué con la cabeza.

 

—Solo me duelen un poco los senos. Están muy sensibles. Mi periodo debe estar por llegar.

 

Asintió no muy convencido.

 

Rápidamente busqué sus labios. El beso comenzó vacilante, pero a medida que transcurrían los segundos, se volvió nuevamente más intenso y ardiente.

 

Edward me apoyó en la pared de la ducha; sentí su mano entrar en medio de nuestros cuerpos, hasta llegar a mi mojada entrepierna.

 

—Edward… —jadeé con el aliento atorado en la garganta.

 

Sus dedos separaron mis pliegues y acariciaron mi piel sensible.

 

—Caliente, húmeda e hinchada. —lamió la piel de mi hombro—. Preparada solo para mí.

 

—Edward —protesté retorciéndome sobre su mano.

 

Sus dedos abandonaron su tarea y fueron reemplazados por la punta de su miembro. Odiaba cuando me hacía sufrir. Lo quería dentro de mí, en cambio, él prefería jugar, subiendo y bajando la punta de su miembro por toda mi piel sensible.

 

—Edward, por favor —rogué retorciéndome.

 

Sus labios abandonaron mi cuello, para posarse sobre los míos en un beso voraz. Entró en mí de una fuerte y certera embestida.

 

—Dime si te hago daño —pidió con la voz ronca por el deseo.

 

Asentí. No me creía capaz de hablar.

 

Su miembro comenzó a retirarse lentamente haciéndome suspirar.

 

Edward casi lo había retirado por completo, sentía dentro de mí solo la punta. Se introdujo de la misma forma que salió.

 

—Edward, por favor, más rápido. Odio cuando vas tan lento —me quejé mordiendo su labio inferior.

 

— ¿Te gusta así? —preguntó retirándose para luego entrar rápido y fuerte.

 

Una, dos, tres veces seguidas.

 

— ¡Oh sí, me encanta! —chillé saliendo al encuentro de sus embestidas.

 

A partir de ese momento sobraron las palabras. Nuestros cuerpos hablaban por sí solos. Besos, caricias; entiéndase en la danza tan antigua como el mundo.

 

Nos besamos profundo para acallar los gritos del otro.

 

Nuestra gatita tenía tres semanas durmiendo sola en su habitación por decisión propia. Pero había llegado a nuestra cama unas dos veces, por lo que aún debíamos ser cuidadosos y precavidos. Pero no por eso dejábamos de aprovechar nuestros momentos libres.

 

—Te amo —dijo Edward saliendo de mí. De pronto alejó mi cuerpo de la pared para dejarme debajo de la ducha.

 

—Yo también te amo —exclamé tomando el jabón de la repisa y comenzar a hacer espuma en mis manos.

 

Edward me sonrió. Se quedó de pie delante de mí, cerró los ojos y permitió que lo lavara entero. Su semi erecto miembro volvió a cobrar vida bajo mi mano cuando lo lavaba.

 

Solté unas risitas.

 

Retiré el jabón. Me fui hacia su rostro acariciando su vientre, su abdomen, esos hermosos y apetecibles chocolatitos (como los llama mi gatita).

 

A Edward, Tony y mi gatita le encantaban bañarse en la piscina todas las tardes.

 

Recorrí con mis manos su pecho, hasta por su cuello. Me puse de puntitas y besé su mandíbula. Acaricié con mis manos sus mejillas, su perfilada nariz, por último sus párpados. Me separé lentamente. Edward abrió los ojos oscurecidos por el deseo.

 

—Te gusta torturarme, ¿verdad? Mírame. Observa cómo me pones. —señaló su miembro haciendo un divertido puchero. Sonreí negando con la cabeza.

 

—Lo siento, señor Cullen. Me encargaría de eso, sin embargo, hoy me encuentro muy sensible —dije haciendo un mohín.

 

— ¿Te lastimé? —cuestionó acariciando mi labio inferior.

 

—Nop. —para enfatizar mis palabras moví levemente mi cabeza—. Solo que no creo que lo podamos volver a repetir. No ahora, pero se me ocurre…

 

No le di tiempo a pensar.

 

Me arrodillé frente a él. Su miembro quedó justo donde lo quería. Lo tomé con ambas manos, moviéndolas suavemente desde la base hasta la punta.

 

—B-Bella —tartamudeó estremeciéndose.

 

Me incliné hacia adelante, hasta su miembro. Mis labios besaron su punta. Por ella apareció una gota de líquido pre seminal. La lamí.

 

—Humm… —ronroneé antes de introducirme el glande en mi boca.

 

—Bella… —jadeó llevando sus manos a mi cabeza.

 

Succioné levemente, luego lo solté ignorando su protesta. Lamí desde la base hasta la punta unas tres o cuatro veces. Lamí y succioné sus testículos sosegadamente.

 

—Oh Dios… —gimió apartándome el cabello de la cara.

 

Retomé de nuevo mi labor, chupando de forma lenta al principio, pero aumentando la intensidad a medida que transcurrían los segundos. Arremoliné mi lengua en la punta.

 

Edward suavemente me indicaba cómo le gustaba moviendo mi cabeza. Aún no lo hacía del todo bien, pero me encontraba un poco más avanzada que hace un mes.

 

Edward se tensó, estaba cerca. Lo podía sentir crecer en mi boca. Chupé con más fuerza.

 

Se estremeció cuando alcanzó el orgasmo, liberando su semen en mi boca.

 

Podría decir que Edward no tenía mal sabor. Pero era mi parecer. Había leído en internet que el semen era amargo.

 

Limpié con mi lengua toda su longitud y lo liberé.

 

Edward me ayudó a colocarme de pie.

 

—Te amo —musitó con vehemencia antes de besarme profundamente. Nos separamos cuando nos hizo falta el aire.

 

Edward cerró la ducha. Tomó una toalla y secó mi cuerpo, pasándola suavemente entre mis piernas, luego me envolvió en ella. Yo hice lo mismo con él.

 

Nuestro cuarto de baño es espacioso, la decoración es de color marrón y blanco. Ambos tenemos nuestro propio lavamanos. La ducha es enorme, suficientemente espaciosa para que la compartamos los dos. Pero lo que llama la atención es nuestro jacuzzi privado, ubicado en medio de la habitación del lado norte, junto al ventanal, cubierto por una gruesa cortina de color marrón.

 

Salimos a la habitación.

 

Nuestra habitación, por otro lado, es un sueño. Sus paredes pintadas de color blanco, con un enorme ventanal. La cama es de tamaño exorbitante. También había un juego de muebles que encajaban a la perfección. Una mesita de color blanco al pie de la cama. Una gruesa alfombra gris con blanco cubría el piso de madera.

 

Sobre la cama, estaba el pantalón de pijama que usaba Edward para dormir y mi camisa que pertenecía a Edward, pero me encantaba dormir con ella.

 

Busqué el cepillo, que estaba al lado del sobre con las fotos que trajo mi Bubú.

 

Edward ya las vio junto con los niños en la cama de Elizabeth.

 

Cogí el cepillo y desenredé mi maraña de cabello.

 

Ya no me colocaba mi braguita para dormir, porque en estas tres semanas, Edward se había encargado, con mucho placer, bajar las reservas de mi gaveta. Todas las noches las rompía. Así que desde hace una semana decidí dormir sin ellas.

 

— ¿Ya le mandaste las fotos a Tanya? —pregunté a Edward caminando hacia la puerta.

 

Tanya y Daniel se casaron hacía ya quince días. Hubo que retrasar la boda unos días, por culpa de los padres de Tanya. Por lo tanto no quedó remedio que viajar los ocho más los niños a Las Vegas.

 

En ese momento Edward se negó. No quiso que nos casáramos como lo hicieron Emmett y Rose, Jasper y Alice. Según él no quería una boda secreta, yo no me lo merecía. Ya éramos dos adultos, y nuestros padres no nos pueden manejar a su antojo. Por lo que esperaríamos para tener una boda como Dios manda. Por él, por los niños, pero principalmente, por mí.

 

—No. ¿Me ayudas a escoger cuál enviarle?

 

—Claro, pero primero voy a ver a los niños.

 

Crucé el largo pasillo.

 

La primera habitación a mano derecha, es la de mi gatita.

 

La habitación es amplia. Tiene su propia área de juego. Las paredes están pintadas de color verde manzana, el techo blanco. Una gruesa alfombra fucsia cubre el piso de madera. Su cama blanca es de tamaño matrimonial. Su cobertor es blanco con puntos de color verde manzana, rosa y fucsia. Del lado norte está ubicado un gran ventanal, cubierto por una gruesa cortina rosa con bolados; al igual que el mosquitero en la pared, que cae en la cabecera de la cama. Del sur, está su cuarto de baño y el armario. Del lado oeste se encuentra una estantería donde reposan sus libros, algunos de los trofeos y tiaras ganados en las competencias de Danza, su laptop junto a una lámpara de mesa y una silla de color rosa. Mi nenita no quiso una habitación como normalmente le gustaban. Según ella ya no era un bebé, quería una habitación de niña grande. Pero aún así, justo al lado de la estantería estaba la mansión de juguete que Edward le compró. La mansión de tres plantas, es de color rosa, por lo que encaja perfectamente con la decoración junto con los accesorios.

 

Sonreí negando con la cabeza al recordar cómo había conseguido esa mansión.

 

Abrí suavemente la puerta, la lámpara de noche estaba encendida y mi nenita dormía plácidamente.

 

Me acerqué a la cama.

 

—Te amo, bebé —murmuré besando su frente.

 

Me alejé sigilosamente para no despertarla y cerré la puerta sin hacer ruido.

 

Caminé unos pasos, a mi izquierda un poco más alejado estaba la habitación de Tony. La cual es del mismo tamaño que la de mi gatita. Sus paredes están pintadas de color azul, con dibujos de nubes en el techo. El piso de madera está cubierto por una gruesa alfombra verde musgo. Una enorme estantería abarca toda la parte este, donde reposan sus libros, algunos de los trofeos que ha ganado (Leah me hizo el favor de traernos algunos), su laptop, junto a una lámpara de mesa. Su cama es de tamaño matrimonial, de color negro, con un compartimiento en la parte de abajo. Su ropa de cama es gris con azul, al igual que el cobertor. Del lado norte, está ubicado el ventanal, cubierta por una gruesa cortina gris. Del lado sur está ubicado su cuarto de baño y el armario. Era una habitación más juvenil.

 

Abrí la puerta y Tony dormía profundamente, me acerqué, lo arropé y besé su frente.

 

—Te amo, bebé.

 

Salí de vuelta a mi Edward.

 

La mansión es extraordinaria. Dos plantas, cinco habitaciones más la principal, con sus respectivos cuartos de baños en la planta superior. Todo el lado norte lo cubren grandes ventanales en lugar de paredes, al igual que la parte que da al recibidor.

 

En la planta inferior, un enorme recibidor con paredes blancas, piso de madera cubierto en algunas partes por una alfombra gris, siguiendo un patrón. Una lámpara de araña justo en el centro y otra muy cerca de la chimenea, detrás de las escaleras. Ese pasillo llega a la cocina. La cocina es espaciosa, los muebles al igual que el piso es marrón con gris.

 

La biblioteca está conectada al recibidor.

 

El bar es lo más cerca a la piscina. Paredes blancas al igual que el juego de sofá. El piso de madera oscura. Una barra de color negro y cinco butacas alineadas. Una estantería con todos los licores.

 

El gimnasio tiene todo tipo de artefactos de última tecnología.

 

Fuera tiene dos hermosos jardines, una preciosa y colosal piscina con diez tumbonas ubicadas muy cerca de ella y un jacuzzi. Está cercada con una pared de casi cuatro metros de alto. La entrada de la mansión está a casi cien metros de la salida. Para entrar y salir se requiere atravesar el portón y los guardias; quienes están vigilantes las veinticuatro horas, los siete días de la semana.

 

Edward no se tomaba como un juego nuestra seguridad.

 

Sacudí la cabeza y entré a la habitación.

 

Edward estaba acostado en la cama con la laptop en su regazo. Levantó la mirada y me sonrió indicando el lugar a su lado.

 

Cerré la puerta y me apresuré a llegar a la cama. Besé suavemente sus labios.

 

—No me decido —dijo mostrándome las fotos—. Quiero enviárselas todas.

 

Él las había escaneado para poder enviarlas por correo.

 

—Ni se te ocurra enviarle mi foto —protesté al ver la foto que Alice me tomó sin darme cuenta. En ella estaba frente a la ventana en la casa de Forks pensando en Edward, mientras acariciaba mi vientre.

 

— ¿Por qué? Te ves hermosa.

 

Negué con la cabeza.

 

—Envía las que quieras.

 

—Todas —dijo sin vacilar.

 

—Envíalas todas, entonces —acordé con una sonrisa. E

 

staban todas mis ecografías, Lizzy y Tony recién nacidos que fue tomada por Doña Esme al llegar a Forks. Había de mis niños durmiendo, tomando de mi pecho, en la piscina; con sus primeros disfraces: Tony de una cebra y Lizzy de una conejita. Tony como un hermoso dragón y mi nenita como una hermosa flor. Una foto de cada uno en su silla en mi carro. De ellos dormidos, su primer cumpleaños, ambos jugando en la piscina cuando tenían tres años; una de los dos juntos en la casita de juego de mi gatita y dos pequeñas niñas, amigas de mi hija...

 

En fin, innumerables fotografías.

.

.

Dos semanas después.

 

—Creo que a papi no le gustará que salgamos solos, mami —dijo mi gatita deteniéndose en la puerta del garaje al lado de Tony.

 

—Papá dijo que no podíamos salir sin un escolta —secundó Tony.

 

—Me importa un comino lo que haya dicho Edward. Mamá Rose me necesita. Así que apúrense —los apremié quitando la alarma de mi coche.

 

Mis hermanas y yo habíamos logrado recuperar nuestros autos de la casa de Charlie con la ayuda de mi Bubú. Solo faltaban algunas de nuestras cosas de la mansión de Los Ángeles, pero nos encargaríamos este fin de semana.

 

—Creo que deberíamos esperar, mami —insistió Tony.

 

—Campeón, no tengo culpa que Edward nos haya dejado aquí solo con cuatro estúpidos escoltas que no quieren obedecer mi orden —aseveré abriendo la puerta del copiloto del Aston Martin—. Adentro.

 

—Esto está mal, muy mal —murmuró mi gatita subiéndose al coche, seguida por Tony.

 

— ¿Alguna vez he dejado que algo malo les pase? —dije acelerando y sacando el coche de garaje.

 

Tuve que esquivar a dos tontos de los que Edward había dejado para nuestra protección. Pero aún así no reduje la velocidad. Crucé el portón de la entrada antes de que se cerrara.

 

—No, nunca —respondieron los dos negando con la cabeza.

 

—Y no pienso comenzar ahora —aseguré sonriéndoles.

 

— ¿Qué le pasa a mamá Rose? —interrogó mi gatita mientras encendía el reproductor de música.

 

—Se ha estado sintiendo mal y como se halla sola, mamá Alice y yo quedamos en ir allá —respondí deteniéndome en un semáforo.

 

—Papi y los tíos están haciendo una entrega, ¿verdad? —curioseó Tony.

 

—Sí. —mi semblante cambió radicalmente. No me gustaba cuando iban, algo podría salir mal y Edward resultar herido.

 

—Papi estará bien, ¿verdad, mami? —preguntó mi gatita con ansiedad en la voz.

 

—Sí, él prometió que todo iba a estar bien e iba a cuidarse —señalé mirando por el espejo retrovisor.

 

No se veía ninguna de las camionetas de Edward. Solo un coche negro y un BMW plateado. Estos tontos no sabían cuál de los tres caminos tomé.

 

Sonreí con cierta satisfacción.

 

Iban a estar en problemas y todo por no obedecerme.

 

Aceleré el coche y me fui por el carril más rápido de la autovía.

 

Me encantaba este coche por la velocidad a la que puede llegar. A este paso, no demoraríamos ni veinte minutos en llegar a la mansión de Rose.

 

—Mami, no me da buena espina ese coche —destacó Tony diez minutos más tarde haciendo que volteara a verlo y mi gatita dejara de cantar.

 

— ¿Cuál coche, corazón? —pregunté mirando por el espejo retrovisor.

 

Detrás de mí venía una Hummer gris, un Porsche blanco, una cuatro por cuatro azul oscuro y un Mercedes negro.

 

—El coche negro nos viene siguiendo desde que salimos —informó volteando a ver dicho coche.

 

— ¿Estás seguro, campeón? —subí un poco más la velocidad (160 Km/H.)

 

Asintió enérgicamente.

 

—Mami. —desvié mi mirada del coche negro hacia mi gatita—, papi se molestará con nosotros si nos pasa algo.

 

—No pasará nada, amor —tranquilicé, aunque había hablado demasiado pronto—. ¡Mierda! —mascullé pisando a fondo el freno.

 

Otro maldito Mercedes negro salió de la nada y se nos interpuso en el camino.

 

— ¡Mami! —el grito de mis niños me hizo doler los oídos.

 

Moví la palanca para retroceder y el otro coche se interpuso por detrás.

 

—Mami —lloriqueó mi gatita.

 

— ¿Están bien? —con la mirada buscaba una salida.

 

—Sí —respondieron los dos al mismo tiempo.

 

—Mami, tengo miedo —gimoteó mi gatita en el instante en que del coche de adelante se abría la puerta del copiloto y un hombre alto, casi como Edward, salía de él con una sonrisa maligna en el rostro, que me dio escalofríos.

 

El hombre estaba a dos pasos de llegar a la puerta del copiloto de mi coche, cuando resonó un disparo que impactó muy cerca de él.

 

Por inercia, el hombre se agachó y retrocedió unos pasos. Suspiré aliviada al ver dos camionetas de Edward a unos veinte metros.

 

Al disparo le siguieron muchos más. Todos sin rozar mi coche.

 

Del coche del frente y del de atrás respondieron.

 

El hombre logró llegar de nuevo a su coche sin un rasguño.

 

— ¡Abajo! —grité al ver un disparo impactar en el parabrisas sin llegar a traspasarlo, solo dejando la bala a la vista de todos.

 

Con mi cuerpo cubrí un poco a mis hijos.

 

Escuché el rechinar de llantas.

 

Levanté la vista y no vi el coche donde estaba el hombre, pero sí el de atrás de nosotros, las camionetas les cerraron el paso y tenían a tres tipos contra el asfalto apuntados con sus armas.

 

Bueno… Al parecer no eran tan tontos que digamos.

 

Luego de amarrarlos con cuerdas y taparles la cabeza con lo que parecían fundas de color negro y los subían a una de las camionetas, uno de los tontos se acercó a mi ventanilla, luego de quitar la bala. Creo que se llamaba Jackson, Jeffrey o algo así.

 

— ¿Están bien, señora Cullen? —preguntó muy serio.

 

—Estamos bien. Gracias por llegar a tiempo —respondí con una media sonrisa.

 

Asintió con desgana.

 

—Es nuestro trabajo. Ahora… Dé la vuelta, regresaremos a la mansión.

 

No he llegado hasta aquí para devolverme, pensé un poco molesta.

 

Asentí dándole a entender que estaba de acuerdo. En cuanto dio media vuelta aceleré el coche dejando una nube de polvo.

 

Papi se molestará —aseguró mi gatita con un mohín en los labios.

 

Acaricié sus rizos.

 

—No más que mami por dejarnos con esos tontos —dije acelerando más.

 

Estaríamos a salvo en cuanto cruzáramos el portón de la entrada de la mansión de Rose.

 

—Buenas tardes, Dalton —saludé al jefe de vigilancia bajando la ventanilla del coche.

 

—Buenas tardes, señora Cullen —respondió abriendo el portón.

 

—Aún no lo soy, Dalton. Faltan unas semanas. —sonreí levemente.

 

—Para nosotros es como si lo fuera, señora —replicó.

 

— ¿Ya llegó mi hermana Alice? —solté el pie del freno y el coche se movió lento, entrando.

 

—Sí, señora. Hace unos cinco minutos entró con la pequeña Cullen.

 

—Gracias, Dalton.

 

—A sus órdenes, señora Cullen, señorito Cullen, señorita Cullen. —inclinó la cabeza y se tocó la gorra.

 

Emmett y Jasper se encargaron que Emerson y Jasslye llevaran el apellido Cullen, cosa que hizo que a Charlie casi le diera un ataque al corazón y se formara la tercera guerra mundial. Gracias a Dios mi Bubú logró controlarlo.

 

Pero las tres comprendíamos que la reacción de Charlie se debía a que Emer pasara a llevar el Cullen. Pues a pesar de saber que Jass también es su nieta de sangre, era como si para él tampoco existiera, al igual que mis hijos. Como Emer también es un Cullen lo ha dejado de lado. Ahora son el cuarteto de los renegados del abuelo. R

 

ecorrí los cien metros que separan el portón de la entrada de la mansión.

 

Rose, Emer, Allie y Jass nos esperaban en la puerta de entrada.

 

Mi gatita soltó el cinturón de seguridad y Tony abrió la puerta segundos antes de saltar fuera del coche.

 

— ¡Mamá Rose! ¡Mamá Alice! —saludaron mis niños antes de perderse dentro de la mansión con sus primos.

 

—Hey, ¿qué pasó? ¿Eso es un disparo? —exclamó Alice acercándose.

 

—Dios, Bella, ¿están bien? —preguntó Rose envolviéndome en sus brazos.

 

—Sí, estamos bien, les cuento adentro, me gustaría tomarme una taza de té. Dios… Creo que estoy comenzando a temblar un poco —declaré estremeciéndome levemente.

 

—Vamos —dijo Rose haciéndome caminar a su lado con Alice también flanqueándome.

 

Ninguno de los niños estaba en el recibidor cuando lo cruzamos dirigiéndonos hacia la cocina. Pero se podía escuchar las risas y los gritos de alegría desde la planta superior.

 

Cruzamos el pasillo hasta llegar a la sala de estar.

 

Rose y yo nos sentamos en el sofá de tres cuerpos frente a Alice, que estaba en el sofá individual.

 

—Ahora, cuéntanos. ¿Qué pasó? —demandó Rose.

 

—Como saben, Edward no está. Bueno… nos dejó con un cuarteto de tontos, aunque ya no tanto. Lo cierto es que dejó órdenes específicas que ni los niños ni yo debíamos abandonar la mansión hasta que él regresara. Hola, Jessenia. —me distraje al verla entrar con una bandeja con lo que parecía ser té y galletas.

 

—Hola Bella. Les traigo té y galletitas. Amanda está llevándoles a los niños chocolate y galletas.

 

—Gracias, Jessenia —dijimos mis hermanas y yo al mismo tiempo.

 

Les conté lo que nos sucedió viniendo para acá. Luego de eso conversamos de cosas triviales, haciendo que pasáramos lo que restaba de la tarde entre charlas muy amenas.

 

Nos pusimos de acuerdo en viajar el sábado a la mansión de Los Ángeles por el resto de nuestras cosas.

 

— ¿Ya te llegó, Bella? —cuestionó Alice luego de tomar unos sorbos de jugo de naranja.

 

De la sala de estar habíamos pasado a la piscina. Los niños se bañaban entre risas en ella.

 

Ethan, Elizabeth, Emerson y Jasslye usando sus protectores hacían competencias a ver cuál de los cuatro aguantaba más tiempo la respiración bajo el agua.

 

Mi gatita y Tony siempre quedaban empatados.

 

—No, aún no. ¿Y a ustedes? —devolví la pregunta.

 

—Tampoco —respondió Rose.

 

—Debió llegarnos hace más de tres semanas —remarcó Alice—. Yo no sé ustedes, pero Jazz sí se protegió. Usamos condón. La píldora la iba a comenzar a tomar de nuevo cuando me viniera. Esos días que duramos para llegar aquí, no las tomé.

 

— ¡Usaron condón! —gritamos Rose y yo al mismo tiempo, haciendo que nuestros hijos voltearan a vernos.

 

—Mami, ¿qué es un condón? —preguntó mi gatita haciendo que me atragantara con la saliva.

 

—No es nada, Elizabeth, sigan jugando.

 

Los niños volvieron a concentrarse en su juego.

 

—Alice, ¿de verdad usaron condón? —comencé a negar con la cabeza.

 

—En ese momento no presté mucha atención, pero sí, Jasper se protegió. Por eso dudo que esté embarazada, aunque esté retrasada.

 

—Bueno… Emmett y yo no nos cuidamos. Así que estoy segura que este retraso significa que estoy embarazada.

 

—Estoy igual que Rose, no he querido decirle nada a Edward hasta que no lo haya confirmado.

 

—Eso les iba a decir, viniendo para acá me detuve en una farmacia. En mi bolsa hay dos pruebas para cada una. Y concreté una cita con una ginecóloga para las tres el lunes, después del viaje a Los Ángeles —comunicó Alice sacando las seis muestras y dejándolas sobre la mesita.

 

Rose y yo asentimos.

 

—Me parece perfecto. Por cierto, ¿qué te dijo Jasper cuando le dijiste que se quedaría todo el fin de semana cuidando de Jass?

 

—“Marie Alice Swan, yo no sé nada sobre niños. ¿Cómo voy a cuidar de ella?” —dijo Alice imitando la voz de Jasper.

 

—Emmett y Emerson están de lo más contentos, un fin de semana jugando en la consola sin mi quejadera.

 

Las tres rompimos a reír.

 

—De los tres, Elizabeth es la que está más emocionada. Sé que a Edward le da un poquito de miedo quedarse solo con los niños. Él preferiría enfrentarse a los Vulturi que estar solo con los niños el fin de semana. Pero no podemos quejarnos, esto es nuevo para ellos.

 

La tranquilidad del ambiente se rompió al escuchar el rechinido de unas llantas seguido de un grito.

 

— ¡Bella!

 

Era Edward y se escuchaba realmente enojado.

 

—Creo que don gruñón se enteró de lo que pasó.

 

—Mami —murmuró mi gatita sentándose en mi regazo—. Papi está muy enojado.

 

—No te preocupes, gatita, ¿por qué no vas y sigues jugando? —la tranquilicé.

 

Jass llegó y se sentó en el regazo de Alice.

 

Emer hizo lo mismo con Rose.

 

Tony se paró a mi lado, acariciando la espalda de Lizzy.

 

— ¡Bella! —ese grito venía de dentro de la mansión.

 

— ¿No vas a responder? —preguntó Rose negando con la cabeza.

 

—No, yo no hablo con trogloditas de las cavernas —respondí sonriendo.

 

— ¡Bella! —ahora el grito era de reconocimiento y se escuchó muy cerca de nosotras.

 

Volteé a verlos. Edward venía con una expresión de ferocidad. Traía unas ansias de sangre, asesinas. Su expresión me asustó un poco, solo un poco.

 

Si iba a correr sangre, no sería la mía.

 

Edward de pronto se quedó pasmado, al igual que Jasper y Emmett quien venían unos pasos más atrás.

 

Los tres mirando fijamente el mismo punto.

 

Seguí la mirada de Edward y me topé con las pruebas de embarazo.

 

— ¿Qué pasa, Edward? ¿Por qué los gritos? —pregunté de forma inocente quitándome los lentes de sol.

 

Él sacudió la cabeza.

 

—Solo estaba asustado. Quería comprobar con mis propios ojos que estaban bien —dijo sin apartar la mirada de las pruebas.

 

—Lizzy, Tony, despídanse de mamá Rose y mamá Alice, pues papi nos va a llevar a cenar. —indiqué a mis hijos.

 

Ellos me obedecieron de inmediato.

 

Me levanté de la tumbona y tomé las dos pruebas que eran para mí.

 

—Les aviso en cuanto me dé el resultado —informé a mis hermanas.

 

No me importó que Edward escuchara. Esto lo manejaría a mi favor. Sabía perfectamente cuánto quiere Edward que vuelva a quedar embarazada. Él quiere vivir la experiencia del embarazo conmigo, como no lo pudo hacer con Lizzy y Tony.

 

—Espero que ustedes hagan lo mismo —pedí antes de caminar hacia Edward.

 

Irme en traje de baño era el menor de mis problemas. El vestido ligero me tapaba un poco, aunque estuviera húmedo por el traje de baño de Lizzy.

 

Vi como Edward ayudó a colocarse el vestido a nuestra gatita sin apartar su mirada de mi mano. Tony se colocó la bermuda, pero no la camiseta.

 

—Adiós, Emmett —me despedí dándole un besito en la mejilla—. ¡Parpadea hombre!

 

Escuché la risa de Rose.

 

—Adiós, Jasper. —di un beso en su mejilla. Pasé mi mano frente a sus ojos, pero ni con eso parpadeó. Sacudí la cabeza.

 

—Vamos, Edward —le apremié al verlo todavía de pie en el mismo sitio, pero ahora no miraba mi mano, sino mi vientre con una sonrisa de tonto en el rostro—. Tenemos hambre, Edward, queremos… ¿comida china? —pregunté a mis niños bajando la mirada hacia ellos.

 

—Yo quiero pizza Margarita —dijo mi gatita.

 

—Yo también, mami. —agregó Tony.

 

—Bueno… Yo quiero comida china.

 

—Lo que quieras, pídelo y lo tendrás —murmuró Edward caminando hacia nosotros con una enorme sonrisa.

.

.

.

— ¿Estás segura? —Edward estaba paseándose por toda la habitación.

 

Tony y Lizzy se estaban duchando, mientras esperábamos la pizza. Yo pensaba hacer lo mismo, pero Edward tenía otra idea.

 

Me hizo hacerme los dos test de embarazo. Por más que hice pucheros y le di largas, todo con el único propósito de fastidiarlo por dejarme prácticamente encerrada en mi propia casa.

 

Le hice prometer que nunca más diera la dichosa orden de no salir si él no estaba en la ciudad, a cambio me haría los test.

 

El tema del intento de secuestro quedó olvidado. Pero sé que no debo alegrarme, Edward lo recordará más pronto que tarde.

 

—Edward, debemos esperar cinco minutos. Ya hice esto antes.

 

—Estoy demasiado ansioso. Creo que voy a ver a los niños. No, mejor me quedo, ya no debe faltar mucho.

 

—Edward, ¡por Dios, siéntate que me estás mareando!

 

Suspiré de alivio al ver que me hacía caso y se sentaba a mi lado en la cama, aunque su cuerpo estaba tenso y su espalda muy recta.

 

Parecía la cuerda de un arco. Listo para lanzar la flecha en cualquier momento.

 

Lo cual hizo. Saltó fuera de la cama cuando sonó la alarma que indicaba que los cinco minutos habían transcurrido.

 

Me levanté lentamente al verlo atravesar las puertas del cuarto de baño, ignorándome por completo.

 

— ¡Sí! —escuché su grito de alegría y apenas iba a mitad de la habitación.

 

 


 

Perdón por la demora

¿Qué les pareció el capítulo?

¿Estará Bella embarazada o no?

¿Quién trataría de llevarse a Bella y a los niños. 

 

Capítulo 25: La cabaña y La visita de Tanya Capítulo 27: Estoy embarazada

 


Capítulos

Capitulo 1: El comienzo de esta historia de amor: Capitulo 2: Cumpleaños de Bella: Capitulo 3: La separación: Capitulo 4: Forks: Capitulo 5: Sospecha de embarazo: Capitulo 6: El primer movimiento de los bebés: Capitulo 7: La reacción de Charlie y Angustia por Edward: Capitulo 8: La visita de Don Carlisle Cullen: Capitulo 9: Por fin noticias de Edward: Capitulo 10: Día de las madres: Capitulo 11: El parto de Bella: Capitulo 12: Elizabeth Marie y Ethan Anthony Cullen Swan: Capitulo 13: Bautizo de los bebés y El viaje a Bostón: Capitulo 14: El prrimer cumpleaños de los bebés y La aparición de Jacob: Capitulo 15: Paseo con Ethan y Elizabeth: Capitulo 16: El embarazo de Rosalie: Capitulo 17: Altercado con Charlie y El parto de Rosalie: Capitulo 18: Desde el inicio de la relación hasta el encuentro con Elizabeth: Capitulo 19: Una visita inesperada: Capitulo 20: Búsqueda de Bella: Capitulo 21: Jasslye Anthonela ¿Swan? Capitulo 22: Después de diez años vuelvo a verte: Capitulo 23: Es Bella y ¿Son mis hijos? Capitulo 24: Una maravillosa noche Capitulo 25: La cabaña y La visita de Tanya Capitulo 26: Compromiso Capitulo 27: Estoy embarazada Capitulo 28: El gran día Capitulo 29: Luna de miel y Celos Capitulo 30: Enfrentamientos, Risas y Amenazas Capitulo 31: ¿Que es el sexo? Capitulo 32: James Capitulo 33: El secuestro de Tony, Bella y Lizzy Capitulo 34: Parto de Bella Capitulo 35: Regreso del pasado Capitulo 36: Alianza inesperada Capitulo 37: Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte! Capitulo 38: ¡No debieron tocar lo que más amo! Capitulo 39: ¡Enfrentame como honmbre Demetri! Voy a matarte con mis propias manos Capitulo 40: No me dejes, Edward

 


 
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