Diclaimer: Esta historia es totalmente mía, solo los personajes pertenecen a S. Meyer.
Capitulo Beteado por Manuela Peralta, Betas FFDA;
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¡Enfréntame como hombre, Demetri! Voy a matarte con mis propias manos.
EPov.
—Edward, mis bebés, mis bebés —repetía mi Bella sollozando. De pronto recargó la frente en el asiento a mi espalda—. Mis bebés —susurró en un hilo de voz.
—Los mataré, te lo juro —juré apretando los dientes y los nudillos contra el volante; pisé más el acelerador—. Cada persona que lleve la sangre Vulturi, lo eliminaré. No quedará nadie, te lo aseguro.
Y así sería. La ira homicida que recorrería mi cuerpo en estos momentos me teñía la vista de rojo. Esos malditos desgraciados pagarían por cada lágrima que hayan derramados mis hijos, desollaría vivo al detestable que se atrevió a colocarle una mano encima a mi niña.
Dios, mi pequeña Leen…
En el sobre había una foto de mis hijos. Se encontraban con los ojos vendados, un maldito trapo sucio en sus bocas, Leen en las piernas de Lizzy, Tony sentado al lado de su hermana con el pequeño Tory en medio de ellos. Sus manos estaban atadas a su espalda. La foto fue tomada en el exacto momento en que una lágrima rodaba por la mejilla derecha de mi gatita. A Leen se les notaba las mejillas húmedas, su mejilla izquierda se comenzaba a formar un hematoma. Tory se notaba asustado, pero mi niño no estaba llorando, no aún.
Tony…
Tony estaba furioso, lo sabía por la postura tensa de su cuerpo y la expresión de su rostro.
—Los niños, Edward —sollozó Bella soltando un grito de impotencia—. Mis bebés —repitió casi sin voz.
Por el espejo retrovisor vi cómo su cuerpo era atacado por los espasmos producidos por su llanto.
Los haré pagar por hacer llorar y sufrir a mi mujer de esa manera.
—Era una trampa, una maldita trampa —bramé golpeando el volante con fuerza, ignorando el dolor que eso me causó—. Caí como un tonto.
—Cómo no me di cuenta. No debí dejar a mis hijos, no debí dejarlos —me reprendí mentalmente.
La camioneta alcanzó los 200 km por hora, el viaje a casa lo hicimos en cuestión de minutos. Derrapé al detenerme en la entrada de la mansión. No me preocupé por apagar la camioneta, me bajé de un salto nada más llegar, seguido por mi Bella.
Jordán se encontraba sentado al inicio de las escaleras de la entrada, respirando con dificultad mientras apretaba el celular contra su oído, una mano apoyada contra sus costillas, un labio partido, una gran contusión en su mandíbula y un pequeño corte en su ceja izquierda y pómulo derecho.
—Señor Edward —jadeó al momento de notar nuestra presencia, tratando de ponerse de pie. Me apresuré a ayudarlo—. No contestaba, nadie lo hacía, mandé a un par de hombres con la esperanza de que llegaran antes de que abordaran —explicó de forma atropellada.
—¿Qué pasó, Jordán? Dime qué sucedió —le suplicó mi Bella apresurándose a nuestro lado.
—Le fallé de nuevo, señora. No pude evitar que se los llevaran —se disculpó jadeando y sosteniéndose las costillas. Jordán se tambaleó y apreté mi agarre—. Luché, traté de evitarlo, pero era demasiado tarde. Cuando sometí al hombre, los niños ya no estaban.
Apreté los dientes con ira.
Los malditos se atrevieron a invadir mi casa y llevarse a mis hijos.
A mis hijos.
Nadie toca a mis niños y sale impune. Hasta aquí llegó el Clan Vulturi, no debieron siquiera dedicarles un solo pensamientos a mis hijos.
Los hijos de Edward Cullen son intocables.
Bella lloró abrazándolo y Jordán dejó escapar un pequeño quejido de dolor, pero abrazó a mi esposa de vuelta.
—Había alguien dentro, todo fue muy perfecto —nos informó en el momento en que las camionetas de nuestra familia se detenían detrás de nosotros—. No he dejado salir a nadie, están todos en el gimnasio, el hombre está en el sótano.
Maldita sea, tenía un traidor dentro de mi casa, en mi jodida casa.
¿Cómo se atrevió a traicionarme? ¿A entregar lo más valioso de mi vida?
Me volví de forma brusca impactando mi puño derecho contra el pilar de la entrada y sobresaltando a mi esposa en el proceso.
—¡Malditos, voy a acabar con todos! —grazné apretando los dientes. Iría a Italia y exterminaría al Clan Vulturi. Ningún miembro de ese Clan quedara respirando cuando vaya a recuperar a mis hijos, así fallezca en el proceso.
—¡¿Pueden decirnos qué rayos está pasando?! —exigió Rose con molestia acercándose a nuestra posición, seguida por Alice, mis hermanos, mi suegro, Black y, por último, mi padre.
—¿De qué va todo esto, Isabella? —cuestionó Charlie a su vez deteniéndose al lado de Rose.
Mi padre me interrogaba con la mirada justo como Jasper lo hacía. Si fuera en otro momento me hubiese reído por cómo lo hicieron, ambos al mismo tiempo. Mi hermano era tan parecido a mi padre.
—¡Se han llevado a los niños! —grité halándome del cabello con frustración e ira—. Los malditos Vulturi se han llevado a mis hijos —bramé impactando de nuevo mi puño derecho contra el pilar de la entrada.
—Malditos Vulturi.
Alice soltó un grito aterrado aferrando inconscientemente el brazo de Black. Rose, en cambio, se paralizó, parecía que no respiraba. Reinó un silencio sepulcral luego de mi estallido.
Parecía que nadie respiraba.
Mi cuerpo lo sentía entumecido. Un frío me calaba hasta los huesos.
Un sollozo escapó de la garganta de mi Bella, rompiendo el silencio. Y fue lo que rompió el hielo que se había instalado en mi cuerpo.
Me apresuré a su lado.
—No, no, no, nena —murmuré con ternura, borrando sus lágrimas con mis pulgares y acariciando sus mejillas en el proceso. Deje un emotivo beso sobre sus tercios labios—. No llores, amor. Te prometo que los traeré de vuelta.
Dejaría mi vida en el proceso de ser necesario.
—Mis bebés —susurró enterrando su rostro en la base de mi cuello y rodeando mi cintura con sus brazos. No dudé en responder y la abracé fuertemente.
—Se han llevado a mis nietos. —Mi padre fue el primero en reaccionar. Sus nudillos se tornaron blancos y el rostro se le distorsionó por la ira. Bella asintió contra mi pecho.
—¿Cómo ocurrió? —cuestionó mi suegro con la mandíbula apretada, dando un paso al frente.
Jordán se adelantó, sosteniéndose las costillas.
—No sé cómo los sacaron de la casa, señor. Cuando me percaté que los niños no estaban en la sala de juego donde los había visto por última vez, los busqué por todas partes y no los encontré. Llamé inmediatamente a Erick por radio para que verificara las cámaras y encontró a un hombre en el lateral izquierdo de la casa con Eider en brazos y Lizzy a su lado; él tipo se disponía a pasar al niño por la pared. Me dirigí hacia allí. Lo encontré mientras pasaba a la niña por encima. No sé cuántos había del otro lado ni quién los recibía. Luché contra el hombre y, cuando lo sometí, los niños ya no estaban; como era la hora de la Cena, los hombres se hallaban en la cocina. Salimos a investigar y no había nadie. Todo fue muy perfecto, por lo que debe haber alguien dentro. ¿Cómo se llevaron a los niños sin que nos percatáramos? ¿Cómo entraron a la casa sin activar ninguna alarma? No he dejado salir a nadie, están encerrados en el gimnasio y el hombre está encerrado en el sótano esperando que lo interroguen —contó jadeando, hizo una mueca y apretó su agarre en las costillas.
—¡Jackson! —llamé sin poder disimular la ira en mi voz, una vez más Jordán necesitaba ayuda—. Lleva a Jordán a que lo atiendan.
—Por supuesto, señor. —El aludido dio un paso al frente, pasó el brazo por la cintura de Jordán y lo ayudó a caminar apoyándolo en él hacia una de las camionetas. Me encargaría personalmente de interrogar al maldito que se atrevió a llevarse a mis hijos. Le sacaría toda la información que necesitaba antes de matarlo de forma lenta y dolorosa, muy dolorosa.
Suavemente retiré mis brazos de entorno a mi Bella, dejándola a un lado de Rose con delicadeza. Besé su cabello antes de soltarla por completo.
—Hijo… —mi padre llamó mi atención en cuanto emprendí la marcha hacia dentro de la mansión con paso energético. Me detuve, volviéndome hacia él despacio; ya no era el Edward Cullen cariñoso que conocía mi esposa, mis hijos, mis cuñadas, mi madre; era el Edward Cullen representante del Clan Cullen, padre de los niños que los Vulturi se tomaron el atrevimiento de tocar. Era el mafioso que todos ellos tanto le temían. Mi padre me dio una larga mirada especulativa antes de comenzar a hablar—. Deja que… —se interrumpió mirando a mi suegro, aunque no desvié la mirada, por el rabillo del ojo los vi asentir a ambos con entendimiento—, que Charlie, tus hermanos y yo nos encarguemos.
¿Qué carajos estaba diciendo? ¿Qué no me metiera en esto? ¿Qué me quedara de brazos cruzados? ¡Eran mis hijos, maldita sea!
Mi expresión no cambió ni un ápice.
Apreté la mandíbula con fuerza.
—No serás capaz de controlarte, Edward, te dominará la ira y terminarás matando al hombre antes de que sepamos el paradero de los niños.
Lo miré fijamente con incredulidad.
¿De verdad mi padre me estaba pidiendo eso, que permaneciera a un lado?
—¿Acabas de decirme que…no me meta en esto? —pregunté incrédulo. Mi ira aumentaba cada vez más.
—No te lo dije —aclaró dando un paso al frente e imponiéndose—. Fue una orden. No interrogarás al hombre, no vas a involucrarte en nada que tenga que ver con él. Podrás observar, pero solo eso.
Maldición. No podía llevarle la contraria. No podía comenzar una guerra contra mi padre. Lo necesitaba, necesitaba su ayuda para traer a casa a mis hijos.
—Maldición, Edward, vas a destrozarte la mano —me reprochó Emmett acercándose y evitando que volviera a golpear el pilar.
—Has todo el berrinche que quieras, Edward Anthony. No tocarás a ese hombre. —Mi padre permaneció firme en su decisión—. Jasper —llamó a mi hermano sin alzar la voz. Jasper era letal en casos como este. Tenía una mente fría y calculadora que no se quebranta bajo presión. Era el más indicado para idear el plan de rescate.
—¿Sí, papá? —Mi hermano prestó toda su atención de inmediato, a pesar de estar consolando a mi cuñada.
—Ya sabes qué hacer —espetó mi padre asintiendo.
—De acuerdo —aceptó sin vacilar, cambiando su postura de inmediato. De pronto el ambiente se sentía distinto, como siempre ocurría cuando mi hermano tenía una misión importante.
Debería sentir esperanza, sabía que daría con mis hijos antes de que les hicieran daño, porque en esta parte de nuestros negocios mi hermano era el mejor. Pero no era así, mi cuerpo se sentía que iba a explotar en cualquier segundo; esta ira, este odio me estaba ahogando.
—Bella. —Se volvió hacia mi esposa, recordándome su presencia, le brindó una pequeña sonrisa, reconfortándola—. No debes preocuparte, encontraremos a los niños.
Jasper se volvió hacia mi suegro, quien se encontraba ladrando órdenes. Se miraron a los ojos por unos segundos.
—Mi casa —decidió Charlie antes de dirigirse a su camioneta y marcharse.
Mi padre asintió conforme.
—Muchachos. —Alzó la voz para hacerse escuchar. Todos permanecían expectantes, ansiosos por comenzar a acatar las órdenes—. Nos movemos a la casa de Charlie. Jeffrey, Stan y Camilo transporten al hombre.
Me tragué mi disgusto por un momento. No era momento de actuar, lo haría cuando estuvieran distraídos. Debía consolar a mi esposa, dar a entender que había aceptado la orden de mi padre.
Bella se sobresaltó cuando rodeé su cintura con mis brazos.
—Lo siento —me disculpé por olvidarme por completo de su sufrimiento y concéntrarme solo en el mío. Dejé un beso en su frente, ella respondió recargando su cuerpo contra el mío.
—¿Te duele? —preguntó tomando mi mano con delicadeza entre las suyas, llevándola a sus tersos labios y dejando pequeños besos. Hasta ese momento no fui consciente del latido en mis nudillos, el dolor pasó de cero a mil en cuestión de segundos.
—No —respondí de inmediato besando su frente e instándola a caminar hacia la camioneta, no la iba a preocupar más de lo que ya estaba. Cuando miré a mi alrededor, todos se hallaban camino a sus puestos.
Genial.
Ayudé a Bella a subir a la camioneta, sonriéndole, con mi sonrisa torcida que sé que le gusta. Cerré la puerta con suavidad, me volví de inmediato y corrí con dirección a la casa, tomando a todos desprevenidos.
Nadie me impediría enfrentar al desgraciado que ayudó a secuestrar a mis hijos.
—¡Deténganlo! —Escuché el eco lejano del bramido de mi padre, pero era demasiado tarde.
Entré de forma apresurada dirigiéndome de inmediato al sótano, cortando el camino con mis largas zancadas. Abrí la puerta de un tirón, me disponía a bajar cuando un peso aplastante me impactó de lleno por la espalda, tirándome de frente contra la pared. El aire abandonó mis pulmones, el lado izquierdo de mi rostro fue el que se llevó todo el golpe cuando impacté contra la pared, unas fuertes manos se cerraron como grilletes en mis muñecas halándolas con brusquedad tras mi espalda. Un sabor a óxido llenó mi boca.
Solté una maldición en mi mente y, sin poder evitarlo, por mi boca.
—Lo siento, hermano, pero es necesario. —La voz entrecortada de Emmett estaba detrás de mí.
—Emmett, por favor, déjame bajar —supliqué contra la pared retorciéndome. Su agarre en mis muñecas se apretó, amenazando con paralizar mi flujo sanguíneo.
—No, Edward. —Se mantuvo firme, llevándome con brusquedad hacia afuera.
Mi padre estaba en la puerta principal de mi casa fulminándome con la mirada, aunque no dijo absolutamente nada en cuanto Emmett me arrastró a su lado.
Al salir al exterior, mi camioneta con mi esposa adentro no estaba a la vista. Me volví hacia Emmett interrogante.
—Papá ordenó que se fuera —explicó abriendo la puerta trasera de su camioneta y empujándome dentro. En cuanto cerró la puerta, esta emprendió la marcha a toda prisa.
—Dalton, para el coche —ordené con los dientes apretados, haciendo una mueca al sentir un aguijonazo de dolor en la mandíbula.
—Lo siento, señor, tengo órdenes —me contradijo acelerando el coche.
—Soy tu jefe —bramé golpeando el asiento delantero.
—Técnicamente no, señor. Mi jefe es su hermano Emmett —rebatió sin vacilar—. Así que, si no quiero terminar con un disparo en las pelotas, debo acatar la orden de su hermano.
Lo fulminé con la mirada.
Fue en ese momento que me di cuenta de que Rose se encontraba allí, con los ojos rojos e hinchados, su mirada se nubló cuando posé mis ojos en ella. Me tragué mi disgusto y permití que nos llevara donde Charlie.
—Los buscaré, Rose, y los traeré de vuelta. También mataré a todo aquel que se atrevió a siquiera voltear a mirarlos. —Tranquilicé acariciando su rubio cabello. Ella no dudó en lanzarse a mis brazos, enterrar su rostro en mi pecho y comenzar a llorar. La apreté contra mí, inhalando con brusquedad por el repentino dolor que sentí en mis costillas—. ¿Crees que mi hermano se enojaría mucho conmigo si trato de quitarle a su chica? —murmuré contra su cabello, ocasionando que comenzara a reír y se enderezara—. Eso está mejor —alabé acariciando su mejilla con ternura.
—Eres un tonto —musitó golpeando mis costillas.
Auch.
Su sonrisa se amplió siguiéndome el juego.
—Creo que Emmett no tanto a como lo haría Lizzy. Eres solo de ellas tres, ¿lo recuerdas? Ninguna otra mujer tiene cabida en tu vida, Edward. No quiero estar en el foco frente a la ira de la gran Elizabeth Cullen, es nuestra princesa, todos vemos eso, pero no nos damos de cuenta que nuestra niña es más fuerte de lo que creemos. Será la más temida de todos. Ethan es consciente de eso y por eso trata de salvar a su hermana de la tentación. Ella será una buena predecesora.
Mi pecho se hinchó de orgullo.
—Lo sé —coincidí. Mi niña tiene una fiereza por dentro que su hermano no poseía, o quizás sí, pero en menor medida, aunque tal vez aún no terminaba de desarrollarla.
Después de eso, me dediqué a observar por la ventana y acariciar con ternura el rubio cabello de mi cuñada, que recargó su cabeza en mi hombro. En cuestión de minutos nos deteníamos frente a la mansión de mi suegro. Bajé de un salto y ayudé a Rose a descender. Pasábamos por la puerta principal, mi brazo rodeando la cintura de Rose, escudándola de cualquier peligro, en el momento en que se detenía la camioneta de mi padre y mi hermano se apresuró a llegar a nuestro lado. Rose se detuvo a esperarlo, por lo que seguí mi camino.
Un pequeño cuerpo impactó contra mis piernas en cuanto puse un pie en el recibidor.
—Hola, hermosa —murmuré con ternura inclinándome para tomarla en mis brazos. La alcé, mis manos fueron a parar a sus muslos desnudos.
—Tito guad —exclamó mi princesa pasando sus pequeñas manos por mis mejillas y sobre mi barba incipiente. Soltó un par de risitas tontas que calentaron mi frío corazón.
Amaba con locura a esa niña.
—¿Qué haces desnuda, princesa? —le pregunté haciéndole cosquillas en su descubierta barriga, ella respondió con una carcajada.
Mi princesita solo estaba cubierta por unas bragas rojas de volados en el trasero y su cabello rubio alborotado.
—Tito guad —repitió lanzando su precioso rostro contra mi cuello sin dejar de reír.
—¿Estás coqueteando con mi hija, Edward? —La voz de Emmett retumbó por todo el recibidor. Me volteé hacia él sin dejar de hacerle cosquillas a la niña, quien respiraba con dificultad—. Rose, agárrame que lo mato. Ha desnudado a nuestra hija, el muy pervertido.
Mi hermano enroscaba su brazo en la cintura de mi risueña cuñada. Ella se zafó de su abrazo y se acercó a donde estábamos.
—¿Volviste a quitarte el pijama, señorita? ¿Qué tienes contra la ropa ahora? —reprocho tomándola en brazos, mi chiquita se fue gustosa con su madre.
—Mami... —murmuró riendo y recargando su cabeza en el cuello de Rose.
Pasos se escucharon provenientes de la cocina, era Doña Marie, quien venía caminando con una taza humeante en las manos, su expresión era pura tristeza.
Tragué grueso por el nudo que se formó repentinamente en mi garganta.
—¿Y mi Bella?
Mi padre entró en ese momento, asintió hacia Doña Marie, quien a su vez le señalaba hacia un lado específico de la casa.
—Charlie te está esperando en el despacho, Carlisle.
—Siéntate en el sofá, Edward, voy a buscar lo necesario para curarte esas heridas —ordenó Rose pasando a mi lado con la niña en brazos.
—Buscaré a Bella —anunció Doña Marie subiendo las escaleras—. Haz caso, muchacho, tienes el rostro todo hinchado.
—Vamos, hermanito. —Me sobresalté al escuchar la voz de Emmett muy cerca de mí, su mano en mi hombro empujándome hacia el sofá—. Recuerda la orden de papá.
Inhalé con brusquedad por el movimiento.
—Lo siento —se disculpó Emmett sin una pizca de arrepentimiento. Le mostré el dedo medio—. Que no te vea Enderson —dijo dejándose caer en el sofá en forma de L—. A ese niño le dio por repetir todo lo que ve, Rose creerá que fui yo y me cortará los huevos.
—El vocabulario, Emmett —reprocho Rose acercándose con una bandeja en la mano, Doña Marie y mi Bella descendían las escaleras.
—Amor. —Me apresuré a su lado, rodeé su cintura con mi brazo y la conduje al sofá, con suavidad la senté a un lado de Emmett.
—No te hagas el tonto, Edward, siéntate acá y déjame curarte —farfulló Rose con fastidio.
Doña Marie se sentó a un lado de mi Bella, quien recargó su cabeza en su regazo.
Rose comenzó a limpiar mis heridas, la del pómulo picó un poco al ser limpiada.
—Se llevaron a mis niños, a mis bebés, Bubú —sollozó mi Bella. Mi ira aumentó otro grado al escuchar el sufrimiento de mi esposa.
—Ya no llores más, mi Nina —susurro Doña Marie acariciando su espalda.
Rose pasó el algodón con alcohol por mi labio, solté un quejido de dolor.
—No llores como bebé. —La voz de Rose tenía un deje de fastidio—. Emerson se comporta mejor que tú cuando curo sus heridas.
Puse los ojos en blanco.
—Es tu hijo, lo tratas con... Auch. —Volví a quejarme—. Cariño…
—Eso te pasa por impulsivo —reprochó Emmett, levantándose del sofá—. Voy a bajar.
Mi Bella de pronto saltó y estuvo de pie en cuestión de segundos, yo también la imité, apartando la mano de Rosalie con suavidad. Quería entrar a ese sótano. Necesitaba estar en ese sótano.
—Voy contigo —exclamamos a la misma vez.
—Bella, cariño —masculló Emmett caminando hacia ella, acarició sus brazos con ternura. Bella se veía tan diminuta al lado de mi hermano—. Es mejor que tú no bajes. —Besó la frente de mi esposa y se volteó hacia mí indicándome que podía bajar con él.
Bella se liberó con brusquedad de sus manos y se encaminó hacia el sótano.
Doña Marie me miró suplicante.
—Detenla —articuló con los labios.
Caminé hacia mi esposa.
—Amor —llamé rodeando su cintura e impidiendo su avance—, no deberías bajar —dije con suavidad.
Ella intentó soltarse de mi agarre.
—Voy a bajar, Edward, y nadie, ni siquiera tú, me lo va a impedir —gruñó con determinación.
Mi Bella estaba sufriendo demasiado con esta situación, no debería excluirla, eso solo haría que sufra más. No debería causarle más pesar.
—En ese caso, vamos juntos —susurré a su oído con ternura, apretándola contra mi cuerpo.
—Edward, no creo que sea conveniente —replicó Emmett siguiéndonos muy de cerca.
Ambos lo ignoramos.
Al llegar a la puerta del sótano, un hombre de Charlie detuvo nuestro avance.
—Lo siento, señor Cullen, pero tenemos orden de no dejarlo entrar.
Bufé y di un paso amenazante hacia él.
Este pelele no iba a impedir que entrara a ese sótano.
De pronto, un grito penetrante de dolor se escuchó detrás de la gruesa puerta de madera. El cuerpo de mi Bella se interpuso entre mi cuerpo y el hombre.
—Permiso, Corín, vamos a entrar —aclaró Bella con un tono de voz que no dejaba réplica.
—Señora Isabella… —Comenzó el aludido dando un paso vacilante atrás.
La puerta se abrió y por ella se asomó Sam, quien nos miró interrogante.
—Déjalos pasar —rugió abriendo la puerta por completo—. No será bonito, Bella —aseguró antes de desaparecer dentro de la habitación.
El hombre se hizo a un lado y asintió.
Insté a mi Bella a entrar antes de que cambiaran de opinión.
En cuanto puse un pie en la habitación me llegó de lleno el desagradable olor de orina y sangre. Mi Bella se ubicó al lado de Sam, yo la seguí, abrazándola e instando a esconder su rostro en mi cuello, ese olor iba hacer que se pusiera mal, pero ella no me lo permitió.
Miré con toda la ira y el odio que sentía al hombre encadenado en la silla justo en medio de la habitación, bajo el foco de la única luz, con el rostro casi desfigurado. Apenas y se abría en una pequeña rendija su ojo izquierdo, un hilo de sangre bajaba de forma constante de su nariz, sus labios hinchados, rotos en varias partes. Volteó la cabeza un poco a la derecha y escupió sangre. Soltó un quejido de dolor, encogiéndose hacia adelante, al momento en que Garrett lo golpeaba en el estómago.
El agarre de mi Bella en mi brazo izquierdo se apretó de forma inconsciente.
—Te lo preguntaré una vez más. ¿Dónde llevaron a los niños? —Garrett gruñó la pregunta agarrando un puñado de su cabello, ubicando su rostro frente al desgraciado.
Apreté los dientes. Yo quería estar allí haciendo las preguntas.
—No lo sé. —El hombre soltó la respuesta de forma despectiva.
Garrett volvió a golpearlo en el rostro.
—Respuesta equivocada, amigo. ¿Dónde están los niños Cullen?
—¿Dónde están mis hijos, maldito? —gruñí entre dientes. Mi Bella se apretó más contra mí, tragándose un sollozo—. Cálmate, cielo. Te enfermarás —supliqué en su oído—. Sigo creyendo que no deberías estar aquí —le dije con suavidad. Ella negó con la cabeza, apretándose más contra mí. Eso era lo que me impedía dejar fluir mi ira y moler a golpes al maldito perro ese.
—Quiero estar aquí —me contradijo contra mi piel.
—¿Dónde llevaron a los niños de Edward? —preguntó Garrett luego de otra tanda de golpes y que el hombre perdiera un par más de sus uñas en manos de Gastón, lo que ocasionó que soltara un nuevo alarido de dolor.
—Me cansé de esta mierda. —La voz de Jasper retumbó por toda la habitación mientras entraba con un taladro en las manos—. Veamos si con esto sigue negándose a hablar. —Le tendió el cable a Thiaron y este se apresuró hacia la pared—. Dame un lado, Garrett. Jackson, corta la electricidad de la silla.
Nada más Jasper estuvo bajo el foco de luz el taladro comenzó a sonar al ser accionado.
—¿A dónde llevaron a mis sobrinos Félix y Demetri? —Le hizo la pregunta, colocando una mano en la rodilla del hombre y ubicando la mecha del taladro a escasos centímetros de ella.
—Vamos hermano, sácale la información, ya que yo no puedo —pensé—. Consigue la ubicación, haz que hable.
—¡No lo sé, maldito, no lo sé! —gritó el hombre dejando caer la cabeza, su mentón tocó su pecho.
Jasper me lanzó una mirada indicándome con ella que apartara a la mirada de mi Bella. La ubiqué suavemente contra mi pecho, y con mi mano izquierda la insté a esconder su rostro en mi cuello.
El hombre soltó un grito de agonía que me caló hasta los huesos, pero no iba a desistir. Me importaba un pepino lo que estuviera sintiendo, quería la ubicación de mis hijos.
El sonido de la piel siendo desgarrada por la velocidad de la mecha era horrendo, hacía que se te pusieran los pelos de punta.El sonido del taladro paró al tocar el hueso, lo sabía porque el sonido cambió al encontrar un obstáculo más duro.
—¿Dónde están los niños? —insistió Jasper con los dientes apretados.
—Ya. Te. Lo. Dije. No lo sé. Mi orden era sacarlos de la casa y entregárselos a la mujer, y eso fue lo que hice —confesó con un hilo de voz.
El cuerpo de mi Bella se tensó en el momento exacto que el mío.
¿Qué. Mujer?
—¿Qué mujer? ¿A quién se los entregaste? —Jasper hizo eco de mis pensamientos. El sonido del taladro volvió mucho más fuerte que antes, el sonido del hueso al ser perforado era escalofriante. El hombre gritó de dolor. Segundos después el sonido se detuvo, Jasper casi había traspasado la rótula—. ¿A qué mujer se los entregaste? —Jasper volvió a preguntar con un gruñido.
—No sé su nombre, solo debía sacarlos y llevarlos con ella, nada más. —El hombre respondió jadeando, el dolor se le distinguía en la voz.
—¿Cómo hiciste para llevártelos sin que se dieran cuenta? —Jasper prosiguió ubicando la mecha en su otra rodilla, pero el hombre habló antes de que mi hermano accionara el taladro.
—Eso fue fácil, la gente se vende por un poco de dinero, sabes… —El hombre hizo una pausa, la saliva ligada con sangre le corría por la mandíbula—. Dalia cogió el teléfono de la señora Swan y le escribió a ella —señaló a mi esposa. Gruñí, no quería que el maldito la mirara, por su culpa ella y mis hijos estaban sufriendo—. Le hizo creer que era mejor que los dejara en casa. Y Scarlet de decirle a la señora Swan que los niños preferían pasar la noche en casa, que estaban llorando mucho, que no querían hacerlos sufrir más… Entonces fue mi oportunidad. No me tomó tanto, con solo agarrar a la pequeña niña, los demás me siguieron sin chistar. Me los llevé al jardín donde ya los esperaban. Juro por Dios… que no fui yo quien golpeó a la pequeña, sino la mujer. Lo juro, no fui yo.
Apreté los dientes y los brazos entorno a mi esposa. Alguien se atrevió a ponerle una mano encima a mi bebita, mi pequeña Leen.
La cazaría y la desollaría viva.
Mi Bella comenzó a sollozar de nuevo.
—Edward, mi bebé —murmuró apretando más sus brazos entorno a mi cuerpo.
—Shhh… No llores, amor —le hablé con ternura, arrullándola con amor.
Se escuchó un pequeño estruendo y el inconfundible sonido del hueso al romperse. Levanté la mirada y vi a Jasper hacer una mueca y sacudir la mano derecha, antes de acercarse y acariciar con ternura la espalda de mi Bella. Le había dado un puñetazo al hombre.
—Tranquila, Bella, encontraremos a los niños. —Jasper le habló con suavidad, tranquilizándola—. Vamos afuera, estará inconsciente un rato. Luego regresaremos y te prometo que nos dirá a dónde llevaron a mis sobrinos.
Asentí de acuerdo con mi hermano, mi Bella necesitaba estar alejada por un momento de esto.
—Vamos, amor —le indiqué, caminando junto a ella, mi mano posesivamente en su cintura.
—Edward —me llamó Garrett haciéndome detener al inicio de las escaleras—, no podemos seguir esperando. El tiempo corre, debemos dar con los niños lo más pronto posible.
Lo sabía, cada segundo que trascurría significaba que mis niños estaban sufriendo. Cada segundo que pasaba era crucial para su supervivencia.
Mi Bella soltó un sollozo apretando su rostro contra mi pecho. Mis brazos instintivamente se apretaron más entorno a su cuerpo.
Le lancé una mirada a Garrett para que cerrara el pico y dejara de preocupar más a mi esposa.
—Lo siento, Bella. —Garrett acarició su espalda—. Debemos sacarle la información cueste lo que cueste.
De pronto mi Bella se soltó de forma brusca de la jaula protectora que formaban mis brazos, sobresaltándome en el proceso, y subió las escaleras del sótano como alma que lleva el diablo. Me disponía a seguirla, pero la mano de Jasper me lo impidió.
—Deja que se calme, Edward. Las chicas se encargarán de ella. Yo te necesito aquí.
Asentí mirando anhelante las escaleras. Si no fuera sido por mi incompetencia al proteger a mis hijos, mi esposa no estuviera pasando por este calvario. Ellos estuvieran al lado de su madre.
Me volví con determinación hacia Jasper y Garrett.
—Despiértalo —exclamé con la mandíbula apretada. La postura de mi cuerpo había cambiado.
Garrett sonrió en grande al notar el cambio y se encaminó con paso energético de nuevo hacia el sótano.
El hombre de Charlie volvió a atravesarse.
—Lo siento, pana, tengo ordenes de mi jefe y, si yo fuera tú, no me interpusiera en su camino. No si quieres seguir con vida —comentó Garrett dando saltitos de alegría al pasar por su lado.
Di un paso al frente, pero la mano de Jasper en mi brazo izquierdo me detuvo.
—¿Qué piensas hacer? Recuerda la orden de papá.
Batí su mano sin medir mi fuerza.
—Haré que hable. A partir de ahora seré yo quien haga las preguntas —rugí con los dientes apretados regresando al sótano.
Sam me miró interrogante, pero no sé qué expresión traía en ese momento, que se mantuvo callado a un lado de la pared detrás del hombre, mirándome fijamente.
Garrett ya había hecho que el hombre despertara, estaba un poco desorientado, pero consciente. Me retiré el anillo de bodas, mi reloj, la muñequera Cullen y se los pasé a mi hermano.
El hombre me miró y se rio de forma burlona.
—Al fin tendré el placer de charlar contigo, señor Cullen, pensé que tus hijos no valen ni un segundo de tu tiempo.
Apreté los dientes al escucharlo hablar.
—Cálmate —me apremió Jasper removiéndose nervioso—. Recuerda lo que es importante. Tus hijos dependen de ti, recuerda eso. No te dejes llevar.
Asentí.
Me volví hacia el desgraciado que se atrevió a irrumpir en mi casa y llevarse a mis niños.
Su sonrisa se amplió.
Me troné los dedos, justo antes de lanzar el primer puñetazo. La cabeza del hombre se fue hacia atrás por el impacto. La adrenalina corría como loca por mi sistema.
—¿A dónde se llevaron a mis hijos? —gruñí la pregunta lanzando mi puño contra su rostro de nuevo—. ¿Cuál era tu orden?
Lo halé del cabello para que centrara su vista en mí. Sentí a Jasper revolotear tras de mí, Garrett justo a mi derecha y Sam a mi izquierda, dispuestos a saltar sobre mí si sentían que me excedía.
—Mi orden —respondió con burla— era verte destruido, verte arrastrar por el suelo y ya la cumplí. No llegarás a tiempo. No para evitar que le metan una bala en la cabeza a tu hijo. No evitarás que sofoquen a tus bebés hasta morir, que su cuerpo se retuerza tratando de liberarse y buscar un poco del oxígeno que necesitan. No evitarás el sufrimiento de tu hija al pasar de mano en mano, de polla en polla, hasta que la revienten por dentro. No lo harás, oh, gran Edward Cullen.
Lo vi todo rojo, solté un gruñido de ira desde lo más profundo de mi alma.
Mi puño impactó contra su cara, una, dos, tres veces, antes de que todo el mundo se pusiera en movimiento. Sam impidió que le diera el cuarto puñetazo al atravesar su brazo, se interpuso entre el hombre y yo, le ordenó algo a Garrett y este de inmediato me sostuvo también. Jasper me agarró por la parte de atrás y entre los tres me alejaban del hombre.
El hombre comenzó a reírse de forma histérica, a decir una y otra vez que no llegaría a tiempo.
—Cálmate, Edward. —Escuché la voz de mi hermano como un eco lejano. Por mi parte, luchaba por soltarme y sacarle la lengua a ese maldito por decir eso, hacerlo sufrir. Vislumbré el rostro de mi hermano Emmett frente a mí—. Regresa Edward. Céntrate, los niños te necesitan —susurraba mirándome—. Yo me encargo de él, Sam. Tú has que se calle o no lograremos contener a Edward.
El maldito continuaba repitiendo que no llegaría a tiempo, que ni siquiera vería el cuerpo inerte de mis hijos. Sam fue reemplazado por Emmett, y de pronto el hombre se calló, solo reía de forma histérica.
La voz de Jasper penetró en mis oídos.
—¡Maldición, Edward, creo que me rompiste la nariz! —se quejó sin soltarme.
—Edward, por el amor de Dios, no caigas en sus provocaciones. —Garret habló esta vez.
No le presté atención y me removí con más brusquedad. Sentía el aire atorado en la garganta.
—Edward —susurró mi Bella justo frente a mi rostro. La vi a través de la neblina de ira. Ella era mi estrella fugaz, que cruzó el horizonte para traer luz y alegría a mi vida. Ella me había obsequiado la felicidad más inmensa que podía aspirar. Era la mujer más importante de mi vida. Era la madre de mis hijos.
Detuve el movimiento del brazo, estaba por zafarme de Jasper pero no quería lastimar a mi esposa en el proceso. Sabía que si lanzaba el brazo con fuerza hacia adelante para liberarme la lastimaría.
—Isabella, cielo, no te acerques. —Vi a Garrett colocar sus manos en sus hombros, llevándosela un paso atrás con él.
Aproveché la distancia para removerme con brusquedad, probando si mis hermanos ya me habían soltado.
—Suéltame, Garrett —Mi Bella se removió intentando soltarse. Garrett le dijo algo que solo ocasionó que mi Bella negara con la cabeza y le respondiera palmeando su mano—. Él nunca me lastimaría. Edward, amor —masculló colocando sus manos con ternura en mis mejillas. Al sentir sus manos sobre mi piel paré de moverme, no lastimaría a mi Bella. Enfoqué mis ojos en esos pozos chocolates que tanto amaba—. Amor...
Apreté la mandíbula y cerré mis ojos para tratar de controlar esta ira homicida que sentía.
Me concentré en la voz de mi Bella.
—Debes calmarte, cielo. No le des lo que ellos quieren, por favor —suplicó mientras me acariciaba las mejillas con ternura.
Eso es amor, sigue hablando. Regrésame la cordura.
—Tú no debes romperte, cariño. Te necesito fuerte, porque si no, ¿quién me va a sostener? ¿En quién me apoyaré? No me falles ahora… —murmuró sobre mis labios, había recargado su frente en la mía. Podía saborear su delicioso sabor cada vez que exhalaba—. Eso es, cariño, cálmate.
Mis hermanos, al ver que ya estaba controlado, que mi Bella me había regresado la cordura al cuerpo, me dejaron ir, sabían perfectamente que no haría nada estando ella presente.
Al sentirme libre, rodeé su cintura con mis brazos y la acerqué a mi cuerpo, enterrando mi rostro en la base de su cuello. Su aroma terminó de desvanecer la ira que había sentido.
—Shhh, amor. —Acarició mi desordenado cabello con ternura—. Te amo —susurró en mi oído.
—Yo también te amo —pensé dejando un pequeño beso en su cuello y apretando más mi abrazo.
Alguien se aclaró la garganta.
—Dáselo a Jasper —indicó de pronto mi Bella, confundiéndome—, no preguntes —continuó como si nada.
—Los vamos a encontrar, ¿verdad? —murmuré solo para ella.
Su sonrisa vaciló por unos segundos.
—Claro que sí —respondió con determinación.
Respiré profundo y asentí.
Debía mantenerme firme. Mis hijos estaban esperando que fuera a rescatarlos y los trajera de nuevo junto a su madre. Me incliné y besé su nariz respingona.
—También te amo —declaré contra su piel. La amaba más que a mi propia vida—. ¿Qué tramas? —cuestioné sonriendo. Quería saber qué se le había ocurrido, qué se había fraguado en esa cabecita que sirviera para encontrar a nuestros hijos.
—Quiero intentar algo que me dijo Caled —respondió bajando la mirada. Sabía que aún le dolía la muerte de su hermano así hayan pasado tantos años.
Besé sus labios.
—Adelante, amor —dije retirando los brazos de su cintura. Era momento de que ella tomara la batuta.
Mi Bella se acercó a mis hermanos, pidiendo su ayuda.
Sam estaba ubicado justo al frente del intruso, obstruyendo mi vista de este. Lo fulminé con la mirada.
—¿Quién te dijo esto? —cuestionó Jasper de pronto asombrado recordándome que mi Bella estaba hablando con ellos en voz baja. Debía ser algo realmente bueno para obtener esa reacción en mi hermano—. No lo quiero de enemigo.
—Mi hermano —se regocijó mi Bella—. ¿Me ayudarán? —cuestionó con duda.
—Por supuesto. —Mis hermanos aceptaron de inmediato.
—Genial.
Mi Bella acortó la distancia que nos separaba y se dirigió hacia el maldito, quien comenzó a insultarla cuando se percató de su presencia. Rechiné los dientes, la ira que mi esposa había controlado se manifestó de nuevo con más intensidad.
La mano de Emmett impidió el avance de Bella.
—Debes sacar a Bella de aquí —ordenó Jasper dándome un ligero empujón hacia mi esposa.
—Lo haremos, pero sin ti en esta habitación —respondió Emmett a mi Bella. Esta sacudió su agarre con furia.
Respiré profundo y me acerqué a ella. Si Jasper ordenaba que la sacaran, era algo grande lo que se iba hacer.
—Emm… —Comenzó su protesta, cuando mis brazos rodeaban su cintura.
—Eso no está en discusión —aseveré, cargándola como una novia y dirigiéndome hacia la puerta. Claramente su protesta no tardó en llegar. Negué con la cabeza—. No participarás en esto, mis hermanos se encargarán.
Permanecí firme mientras subía las escaleras del sótano.
Ella no entraría más allí, había sido suficiente.
Bella comenzó a sollozar contra mi pecho.
—No me hagas esto —suplicó con voz rota.
Mi decisión flaqueó, no quería que sufriera más de lo que ya lo estaba haciendo. En ese momento me encontré de frente con Black. Si me Bella me seguía suplicando iba a acceder.
—Lo hago porque te amo —le dije contra su cabello—. Llévatela —le indiqué a Black con los dientes apretados, necesitaba que sacara a Bella de mis brazos—. No la dejes acercarse al sótano.
—Ed… —Comenzó a protestar mi Bella removiéndose, apreté más mi agarre para evitar que se lastimara y la pasé con mucha facilidad a los brazos de Black.
—Enciérrala si es necesario —le ordené a Black dándome media vuelta, necesitaba estar al lado de mis hermanos, sacarle la información al hombre.
Me encaminé con paso energético al sótano.
Cuando entré de nuevo al sótano, mis hermanos ya tenían todo preparado; el intruso estaba acostado sobre una mesa con las manos y pies amarrados, mientras algunos hombres lo sostenían para que no se movieran. Un cilindro de metal estaba ubicado en su estómago desnudo y Jasper tenía un soplete en la mano, calentando el metal. El hombre gritaba y se retorcía, del cilindro salían unos horribles chillidos.
Miré a Emmett, interrogante.
—Tu esposa tiene una mente sádica —comentó con una sonrisa de orgullo.
—¿A dónde llevaron a mis sobrinos? —preguntó Jasper con los dientes apretados. Me acerqué más a la mesa—. Sabes qué pasará si esto continúa calentándose… Solo hay una manera de salir —dijo Jasper con burla.
El hombre tenía la cara roja.
—Está bien —gritó de pronto sacudiéndose del dolor—. Aro ordenó que los llevaran a su mansión en Roma.
¡Roma! —grité en mi mente—. Mis hijos están en Roma, en medio de todo el Clan Vulturi.
Solté un grito de furia, dirigiéndome a las escaleras. Las subí de dos en dos, ignorando el llamado de mis hermanos; me encontré con mi padre, Charlie y Billy Black, los tres se atravesaron en mi camino el tiempo suficiente para que Emmett pasara su brazo de acero por mi cuello, arrastrándome hacia el recibidor.
Me removí tratando de liberarme, pero fue imposible.
—Amor. —La voz de mi Bella atravesó en mis oídos. Paré de moverme y la busqué con la mirada; ella seguía en los brazos de Black, quien estaba parado al lado de Charlie. Mi Bella se bajó con rapidez y llegó a mi lado.
Rodeé su cuerpo con mis brazos nada más estuvo a mi alcance, mi hermano no aflojó su agarre.
—Ya sabemos dónde los tienen —declaré alzando un poco la voz para que todos escucharan.
Mi Bella se tensó entre mis brazos.
—¿Dónde están? —exigió mirando entre mis hermanos y yo.
—En Roma, en casa de Aro —le respondí apretando mi abrazo y disfrutando de su calor. Necesitaba que ella me dijera que estaría bien, que me esperaría aquí, mientras yo traía a nuestros hijos a salvo.
Era una misión suicidad, pero la enfrentaría con la frente en alto. Si mis hijos volvían con su madre así yo me quedara en el proceso, me daba por servido.
—Vamos por ellos —exigió alternando su mirada entre todos los miembros de la familia.
—Iremos —aceptó Charlie haciéndole señas a Sam.
—Ahora —exigió mi Bella cruzándose de brazos.
—Primero nos organizaremos. —Fue el turno de hablar de mi padre.
—Tú no irás —aseveré con rudeza. Ella se quedaría aquí, en casa, a esperar a nuestros hijos—. No te quiero en el mismo espacio que ellos.
Me fulmino con la mirada. Se veía realmente molesta. Se removió con brusquedad.
—Suéltame, Edward. Voy a ir y nadie me lo va a impedir. —Forcejeó tratando de salir de mi agarre.
—No, Isabella. No irás —gruñí molesto apretando la mandíbula y mi agarre en torno a ella. En esto no cambiaría de opinión. Necesitaba saber que ella estaría a salvo.
—¡No, Edward Anthony Cullen Masen! —vociferó, finalmente fuera de mis brazos—. Iré por mis hijos y mataré a todo aquel que se atrevió a siquiera dirigirles una mirada.
No sé cómo lo hizo, pero con tan solo un pequeño movimiento, tomó mi arma de la cintura de mis vaqueros y se dirigió con paso decidido hacia la puerta de la entrada.
—Detenla, Edward —dijeron mi padre y Charlie al mismo tiempo.
La seguí con solo unos segundos de diferencia.
Crucé el umbral de la puerta en el momento en que ella les ordenaba a todos nuestros hombres:
—Acaben con todo aquel que se interponga en su camino. Si alguno de ustedes tiene la oportunidad de salvar a mis hijos y no la aprovecha, los volveré picadillo junto con su familia con mis propias manos. Hoy se metieron con lo que más amo. Y por eso yo, Isabella Swan de Cullen, me encargaré de exterminar hasta el último del Clan Vulturi. —Al terminar de hablar ya estaba a su lado intentando detenerla, pero no me lo permitió. Me enfrentó con una feroz determinación que nunca había presenciado en ella—. Escúchame bien, Edward. Voy a ir contigo por nuestros hijos y no me lo vas a impedir —gruñó las palabras entre dientes, furiosa—. Me prometiste que estarían seguros y no fue así. No fue así —susurró mientras otro sollozo abandonaba su cuerpo.
Quedé paralizado.
Ella tenía razón, no conseguí proteger a nuestra familia. Por mi culpa, ella y nuestros hijos estaban sufriendo.
—Lo sé y lo siento. Perdóname, amor —supliqué con voz rota rodeando su cintura con sus brazos. Nunca hacía nada bien con mi familia. Primero había permitido que nos separaran por diez largos años, luego que James lastimara a mi hija y a mi esposa, y ahora que los Vulturi se llevaran a nuestros hijos.
No los merecía.
—No, no, no. Lo siento, perdóname tú a mí —murmuró contra mi pecho. No había nada qué perdonar, ella tenía razón—. Tú no tienes la culpa, no debo reprocharte nada. No tienes la culpa.
—Irás —acepté contra su cabello—, pero harás lo que diga —le indiqué con determinación.
Asintió contra mi pecho, besando mi piel expuesta.
—Te amo, amor —suspiró buscando mis labios. Le correspondí el beso solo unos segundos.
Necesitábamos organizarnos y ponernos en movimiento.
—También te amo, cielo —declaré contra sus labios—. Pero antes de partir debemos prepararnos, necesitamos armas y dinero.
Me dirigí al grupo que nos rodeaba. Debíamos movernos a mi casa o a la de mi padre para buscar lo que necesitábamos.
—Síganme —dijo de pronto Charlie, encaminándose dentro de la mansión de nuevo.
Obedecimos sin vacilar.
Nos llevó hasta una habitación en la planta baja, muy cerca de la cocina. Introdujo el código de seguridad, colocó su huella dactilar y la puerta se abrió, revelando todo un arsenal tan grande como el mío. La habitación estaba dotada completamente de un sinfín de variedad de armas: revolver, pistolas, pistolón; metralletas, carabina, escopetas, ametralladoras, fusiles de precisión, fusiles automáticos, fusiles de asalto; así como de espadas, hacha, cuchillos, sable, granadas, balas de todos los tamaños, chalecos antibalas, cascos protectores, guantes.
Había mucha variedad para escoger.
—En los cajones hay dinero suficiente —nos informó Charlie mientras tomaba un arma de la repisa y la cargaba de balas.
—Charlie —lo llamé volviéndome hacia él—. Todo será repuesto.
Mi suegro le restó importancia con un movimiento de la mano.
—No hace falta.
Me volví hacia mi Bella cuando se acercó a los cajones, solté una risita al escuchar su exclamación de asombro al ver la enorme cantidad de dinero que había en ese pequeño espacio.
Gracias a Dios nunca se había topado con mi habitación en nuestra casa. Era tan grande como esta.
Tomó un pequeño fajo de billetes, deslizando sus dedos en él, si mis cálculos no eran errados, en ese había apropiadamente un millón de dólares.
Agarré un 9 mm, revisé que el cargador estuviera lleno, el seguro puesto, y se la coloqué a mi Bella en la cintura de sus vaqueros.
—Permanecerás atrás y harás todo lo que yo diga, si te ordeno que salgas de allí con los niños, no vaciles, no dudes. —Comencé con las indicaciones, ella era la primera persona que debía salir de allí pitando nada más tuviera a nuestros hijos en su poder. Sin mirar atrás, sin importar que nosotros nos quedáramos en el fuego cruzado.
Asintió vacilante.
Tomé un chaleco antibalas de la pared más o menos de su talla y se lo puse. Le sonreí con picardía al sujetar los ganchos a la altura de sus pechos, que aproveché para rozar con mis dedos. Alcancé otra 9 mm de la repisa y se la puse en sus manos, mientras llenaba el chaleco de cartuchos de bala y suficientes fajos de dinero.
Necesitaba que ella estuviera preparada.
—¿Estamos listos? —les pregunté en cuanto terminé de guardar mis armas, llevaba una en el tobillo izquierdo, una en el muslo derecho metida en una funda táctica de pernera con cierre asegurado y cargador de color negro, algunas en la cintura de mis vaqueros —en la espalda y en el frente— y una en mi brazo izquierdo en una funda sobaquera táctica para pistola de color negro. Recogí un fusil de asalto de la pared y pasé la correa por mi torso, el cual quedó justo en mi espalda, unos fajos de billetes y me los guardé en los bolsillos. No necesitaba tanto dinero como mi Bella, todo el mundo me conocía.
—Listo —respondieron al unísono cargando el arma que llevaban en la mano.
—¡En movimiento! —gritó mi padre encabezando la marcha.
Le coloqué la mano en la espalda baja de mi Bella y la insté a caminar.
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En el avión privado de Charlie ideamos el plan, cada uno ya sabía lo que tenía que hacer.
Mi Bella iba profundamente dormida a mi lado. Charlie de vez en cuanto le lanzaba una mirada y negaba con la cabeza. Sabía lo que estaba pensando, pero cómo negarle algo a mí esposa.
Mi padre llamó mi atención colocando la mano en el hombro. Me sonrió cuando nuestros ojos se encontraron.
—Todo saldrá bien, los niños volverán a casa. Después de esto, nadie osará a meterse con ellos ni con nadie de nuestra familia.
Asentí con un nudo en la garganta. Me dio un pequeño apretón antes de irse a ubicar a su asiento.
—Recuerda, Edward, Bella siempre debe permanecer atrás, alejada de la casa —dijo de pronto Charlie.
Asentí nuevamente con entendimiento.
—Abróchense los cinturones, señores, es momento de aterrizar —informó Sam, tomando asiento a un lado de Charlie.
Con suavidad moví el cuerpo de mi Bella para abrochar su cinturón. Ella se removió, sobresaltándose.
—Shhh, tranquila, amor. —Besé su frente con ternura—. Solo voy a abrocharte el cinturón, estamos por aterrizar. —Bostezó cubriendo su boca con la mano, y me miró como esos bellos ojos chocolates somnolientos—. Recuerda, te quedarás atrás y serás la primera en salir pitando de aquí con los niños, ¿entendido? —le ordené muy serio. La muy graciosa hizo un saludo militar, sonreí sin poder evitarlo—. Graciosa —articulé sobre sus labios, deleitándome con su suavidad y su sabor.
No sabía si esta era la última vez que iba a besar a mi esposa.
—Prométeme que te cuidarás. Promételo, amor —pidió acariciando mis mejillas al momento de separarnos.
—Te lo juro. Regresaré a ti en una pieza y con vida —juré de forma solemne. Haría todo lo que esté a mi alcance para poder regresar al lado de mi familia.
—Más te vale, Cullen, o yo misma te reviviré para volverte asesinar si no cumples con tu promesa —aseveró muy seria sin dejar de acariciar mi rostro.
—Los tenemos localizado, señor. —La voz de Sam nos interrumpió, sacándonos de nuestra burbuja personal. Le brindé toda mi atención, tenía la laptop en sus piernas—. Están a veinte kilómetros del lado norte, cerca del hangar donde aterrizaremos. Ya deben saber que vamos por ellos.
Nos pusimos en movimiento en cuanto el avión aterrizó, ya nos esperaban las camionetas que nos llevarían hacia la mansión Vulturi. Coloqué la mano en la espalda baja de mí Bella, instándola a caminar hacia la más cercana y ayudándola a subir.
—Garrett. —Este apresuró a nuestro lado—. No te apartes de Bella, no la dejes hacer nada estúpido ni arriesgado. En cuanto tengan a los niños, tráela al hangar y sácalos de aquí.
Garrett asintió, aceptando la orden sin vacilar y se subió al asiento de copiloto.
Le sonreí a mi Bella, con la sonrisa torcida que sabía que era su favorita, y dejé un pequeño beso en sus labios; cerré la puerta asintiéndole a Garrett, me volví y me dirigí hacia donde estaban todos reunidos.
Se repasó el plan de nuevo, cada uno debía seguirlo al pie de la letra, dar con mis hijos y ponerlos a salvo junto a su madre.
—No se les olvide: nada más tengan a los niños, los llevan con mi Bella y se aseguran que salgan a salvo y despeguen en el jet —recordé mirándolos a todos fijamente.
Todo el mundo asintió en acuerdo.
—Nos vamos —indicó Charlie dirigiéndose a una camioneta.
—Tú te vienes conmigo, Edward —dijo mi padre sin derecho a réplica, halándome del brazo y llevándome junto a él. Emmett me palmeó la espalda antes de irse con Jasper en la camioneta.
Emprendimos la marcha una vez todos estuvieron en su lugar, la camioneta de mi Bella fue la última en moverse.
Solo un par de kilómetros me separaban de mis hijos, solo un par de segundos para poder estrecharlos en mis brazos y sacarlos de las garras de los Vulturi.
Ya voy niños, solo aguanten un poco más, papá ya va a buscarlos.
—Papá —pronuncié de pronto, levantando mi cabeza de la ventanilla y mirándolo a los ojos—. No importa si yo me quedo atrás, la prioridad es sacar a mis hijos a salvo de allí.
Él me dedico una pequeña sonrisa y puso su mano en mi hombro con afecto.
—¿Crees que tu madre me dejará vivo si dejo a su bebé atrás? —Pasó su mano con ternura por mi cabello y palmeó con suavidad mi mejilla derecha—. Yo no podría seguir viviendo en paz. Entramos todos, salimos todos. Aro no es idiota, es un estratega, él no va a hacerles daño a los niños. Son un medio para un fin. No los tocara hasta el final y nosotros estaremos allí en medio para defenderlos.
—Le fallé a mi esposa, papá. —Solté un pequeño gemido lastimero—. Permití que lastimaran a nuestros hijos.
—Todos les fallamos a Isabella, hijo, pero enmendaremos nuestro error al regresarle a los niños. Ethan es un Cullen, él mantendrá a sus hermanos a salvo. —Soltó una risilla burlona—. Los Vulturi la subestiman, pero Elizabeth se los lleva en los cachos a todos. Ella los hará lamentar el día que decidieron tomarlos como blanco. En ella encontraron una digna adversaria —comentó con orgullo en la voz—. Nos acercamos a la mansión Vulturi —notificó enderezándose en el asiento y sacando su arma. Lo imité de inmediato.
—¿Entramos, señor? —cuestionó Archer señalando con la barbilla la reja abierta.
—Sí —exclamamos mi padre y yo al mismo tiempo.
—¿Preparados? —habló mi padre por la radio con postura tensa—. No nos recibirán con bombos y platillos.
Lancé una última mirada a la camioneta donde quedaba la mitad de mi corazón, mi hermosa Bella.
En cuanto la primera camioneta entro —una de los Black—, comenzó la primera ráfaga de disparos.
Mi padre comenzó a ladrar órdenes al igual que mi suegro, cada camioneta se alineó en un fuerte unido, pero nadie pudo detener la camioneta negra que salió de forma brusca.
—¡Deténganla, no la dejen alejarse, los niños! —bramé abriendo la puerta de mi lado, me agaché protegiéndome con la misma y comencé a responder los disparos con el rifle de asalto.
—¡Garrett la intersectó! —informó uno de los hombres de mi suegro por la radio.
Una bala chocó contra la carrocería de la camioneta y muy cerca de mi cabeza.
—Protégete mejor, Edward —sugirió Emmett llegando a mi lado luego de haberle disparado al tipo que me tenía en su mira—. No quiero ensuciarme con tus sesos. —Me dio un leve empujón y me dedicó una enorme sonrisa—. Vivo para esta mierda.
Le correspondí la sonrisa y le devolví el empujón de forma juguetona.
—Avanzando —anunció Sam a los hombres haciendo señas. Ellos emprendieron la marcha hacia dentro de la mansión. Todos nosotros, mi suegro, mi padre, Black, mis hermanos y yo los seguimos, con el grupo de Dalton cubriendo nuestras espaldas.
Todo estaba oscuro, las gruesas cortinas no dejaban entrar ni un rayo de luz.
—La prioridad es encontrar la ubicación exacta de los niños —murmuró Sam por la radio, apenas y se escuchó por el resonar de los disparos. Escuchamos claramente cómo uno de los hombres de Black emitía un quejido lastimero.
—Le dio a Dan... —informaron por el radio. —Veo movimiento en las escaleras —dijo Jasper de pronto—. Sí, es Félix. Desgraciado... Cúbreme, Emmett, voy tras él.
Emmett detuvo a Jasper colocando una mano sobre su hombro.
—No, Félix es mío. —Se miraron fijamente.
—Demetri es mío —gruñí entre dientes, disparándole a un tipo que se disponía a herir a mi suegro—. En movimiento, cúbranme.
Me moví agachado con el rifle de asalto en posición. Le disparé a unos cuantos justo en la cabeza, abriéndome camino hacia el sótano. Era el primer lugar que comprobaría.
Una maldita granada explotó de pronto, lanzándome de lleno contra una pared a mi izquierda, por lo que perdí el agarre del rifle. La oscuridad me envolvió por completo por no sé cuánto tiempo. Desperté desorientado, con un horrible pitido en los oídos y cubierto de escombros, me dolían demasiado las costillas. En la radio no paraban de repetir mi nombre.
—Maldita sea, Cullen, te mataré si no respondes —gruñó Black muy molesto cerca de mí.
—Estoy bien —grazné sin aliento, sosteniéndome la cabeza mientras me sentaba recostado en la pared—. Malditos Vulturi —gruñí entre dientes, poco a poco volvía mi audición.
—Sí, malditos Vulturi. —Black se arrodilló a mi lado. Tenía un feo corte en la frente—. El imbécil de Félix le lanzó una granada a Emmett.
Abrí mis ojos como platos.
—No te preocupes, Emmett está bien, un poco mallugado. Se lanzó de las escaleras y evitó lo peor —me tranquilizó recargando su arma.
—Gracias —murmuré cuando me ayudó con su cuerpo a ponerme de pie, mientras sacaba una 9 mm de mi espalda.
Black asintió, levantando su arma y disparando en el proceso mientras se abría paso por un corredor. Seguí mi camino, disparándole en la cabeza a todo aquel que se me atravesaba. Llegué al final del pasillo, donde este se dividía en dos caminos, derecha e izquierda. Suspiré profundo, sosteniéndome las costillas y me estremecí al sentir su protesta por mi inhalación. Me decidí por el pasillo de la derecha de forma cautelosa.
—¡Papi! —Me detuve en seco al escuchar el chillido de alegría de mi gatita.
Volteé de forma brusca, ignorando las punzadas de dolor que me recorrieron por todo el cuerpo, buscándola con la mirada. Justo detrás de mí, a unos veinte metros de distancia, se encontraban mis niñas, mis pequeñas niñas, Eileen en brazos de Elizabeth.
—¡Papi! —Mi gatita soltó con un sollozo estrangulado, su pequeño cuerpo era sacudido por pequeños estremecimientos—. ¡Papi! —repitió jadeando por aire.
En un parpadeo había acortado la distancia que nos separaba y caí de rodillas frente a ellas, dejando el arma a mi alcance, y las estreché entre mis brazos.
Finalmente.
—Mis niñas, oh, Dios, mis niñas, mis nenitas —clamé tomando a Eileen en mis brazos.
Ella no vaciló en rodear sus brazos en mi cuello y sus piernas se apretaron en mis costillas. Me levanté estrechándola contra mi pecho. Necesitaba sentirla contra mí, confirmar que se encontraban a salvo. Mi gatita enroscó sus brazos entorno a mi cintura.
—Se lo llevó, papi. Se lo llevó —murmuró Lizzy contra mi pecho una y otra vez—. Se lo llevó, papi —repitió con un sollozo entrecortado.
Me acuclillé nivelando su rostro justo a la altura del mío, con mi pulgar en un suave y tierno movimiento eliminé todo rastro de lágrimas y un poco de suciedad.
Mi nena hermosa. Mi chiquita. Mi nenita preciosa.
—Respira profundo, nena —le pedí con ternura acariciando su cabello. Ella lo hizo de inmediato—. Ahora dime, nena, ¿quién se lo llevó? ¿A quién te refieres? ¿A Ethan o a Eider?
Sorbió nada elegante por la nariz, la cual se tornó rojo intenso.
—Tory, papi. —Hipeó con mucha tristeza—. Demetri se llevó a Tory. —Volvió a hipear—. Me lo quitó, papi —sollozó nuevamente.
Tragué grueso. Un escalofrío de terror me recorrió el cuerpo.
Mi niño todavía se encontraba en peligro.
¿Dónde carajos estaba Tony?
Asentí para que notara que la había escuchado y me armé de valor. Lo primero que debía hacer era sacar a mis niñas de este lugar, luego regresaría por mis hijos.
Sostuve a Lizzy entre mis brazos.
—No. —Se soltó de inmediato, dando un paso atrás. Mi corazón se rompió. Ella me culpaba de esto y tenía razón. Todo era mi culpa, mi maldita culpa, no supe protegerla a ella y a sus hermanos. No sé qué expresión se reflejó en mi rostro, pero ella me acarició la mejilla con ternura, regalándome una pequeña sonrisa—. Es que no quiero ensuciarte, papi —aclaró con su tierna vocecita. Un suave rosado apareció en sus mejillas.
Bajó la mirada y la seguí. Su pantalón de pijama estaba manchado de sangre entre sus piernas.
Me costó tragar el nudo que se formó de repente en mi garganta.
—Nena. —Mi voz salió estrangulada. Tragué saliva con dificultad—. Gatita, bebé. ¿Ellos te hicieron daño? ¿Te tocaron?
Esperé con el corazón acelerado su respuesta.
Ella negó con la cabeza.
—No. Tony no permitió que él me tocara, papi —me respondió en un suave murmullo. Le acaricié la mejilla y la cargué, ignorando su protesta—. Bájame, por favor —me suplicó removiéndose.
Apreté más mi agarre y negué con la cabeza.
—¡Suelta a mis hermanas! —La voz furiosa de mi hijo atravesó mis oídos.
—Tony, ¡no! Es papá. —Me aturdió el grito alarmado de mi niña.
Me di la vuelta a tiempo para ver a mi hijo soltar un tubo de metal al suelo, mirándome aterrado.
—¡Papá! Papá, lo siento, no sabía que eras tú —articuló de forma atropellada. Se nos acercó y enredó con sus brazos entorno a mi cintura.
—Tony, ¿qué te sucedió? —indagué en cuanto se separó de mí. Mi hijo traía un ojo un poco hinchado, el labio inferior también estaba roto, sangre brotaba por la herida. Su brazo se encontraba mallugado y cojeaba un poco.
—Estoy bien, papa. Él acabó peor. —Se acarició el pecho vacilante—. No volverá abrir los ojos nunca más.
Lo miré asombrado.
Él suspiró e hizo una mueca.
—No permitiría que lastimara a Lizzy —dijo mirándome con firmeza.
Negué con la cabeza y asentí al mismo tiempo.
—No le digas eso a tu madre o se volverá loca, me costó convencerla de que se quedara fuera.
Asintió con una sonrisa, claramente animado al escucharme nombrar a mi Bella.
—Lo que digas, papá. —Frunció el ceño, y miró a los lados—. ¿Y Tory?
Mi gatita se estremeció.
—Tu hermano aún sigue en manos de los Vulturi. Necesito asegurarlos primero, luego iré por él.
Tony asintió con el cuerpo tenso.
—Vamos —indiqué bajando a mi gatita, y le tendí la niña a Tony—. Detrás de mí.
Tomé el arma del suelo, le quité el seguro y nos dirigimos hacia la salida.
Mi gatita iba colgada de mi cintura.
Nos dispararon desde otra dirección, lo que ocasionó que Leen soltara un gritito aterrado y Lizzy se apretara mi cintura.
—¡Al suelo! —gruñí con la voz tensa, buscando con la mirada al perro que se atrevió a dispararle a mis hijos.
—¡Edward! —exclamó de pronto Jasper, eliminando al maldito Vulturi, y apresurándose a nuestro lado—. Oh, gracias al cielo los encontraste, pero ¿dónde está Tory?
Me volví hacia mi hermano.
—Debo ir por él —dije guardando mi arma en la cintura de mis vaqueros. Tomé a Eileen en mis brazos con el fin de intentar calmar a mi niña. —Ya, bebé, no llores. Papá está aquí y no permitirá que nadie te lastime. —Le besé los cabellos, acariciando su mejilla en el proceso—. Demetri se lo ha llevado. —Me volví hacia mi hermano—. Por favor, saca a los niños de aquí. Ethan. —Miré a mi hijo que se había ubicado al lado de su tío. Jasper lo tenía estrechado entre sus brazos—. Gracias por mantener a salvo a tus hermanos, pero ahora es mi turno de ir por Eider, ve con tu tío Jasper y lleva a las niñas con tu madre. —Le pasé a Leen, quien se fue de buena gana, rodeando el cuello de su hermano con sus regordetes brazos. Me volví hacia mi hermano—. Cuídalos, por favor, Jasper. Ellos son mi vida. —Solté los brazos de mi gatita de mi cintura y la guie hacia Jasper, mi hermano fue a tomarla en sus brazos.
—No, tío, te ensuciaré —protestó mi hija dando un paso atrás. Mi hermano la ignoró, sujetándola en sus brazos y asegurándose que estuviera bien. Su expresión se oscureció al ver la sangre entre sus piernas.
—No es lo que estás pensando, Jasper. Es solo su menstruación —le aclaré acariciando sus rizos.
Las mejillas de Lizzy llameaban coloradas.
—¿Estás seguro, Edward? —indagó acariciando la espalda de mi gatita y apretándola contra sí.
—Completamente. Ethan protegió muy bien a sus hermanas. Ahora, por favor, llévatelos —le ordené tomando mi arma de nuevo.
Jasper asintió conforme.
Di media vuelta y me encaminé en dirección contraria, apuntando todo el tiempo.
—Tengo a los niños. Necesito el camino libre a la puerta principal. Voy por el pasillo sur. —Lo escuché murmurar por la radio mientras me alejaba.
—En camino —murmuraron por la radio Sam y Jarred a la misma vez.
Había recorrido una buena distancia desde donde había dejado a Jasper con los niños, terminado con la vida de unos cuantos hombres en el camino, cuando una bala rozó mi brazo derecho, haciéndome rechinar de los dientes de dolor y molestia.
Estaba en una especie de recibidor. Estaba sin balas, por lo que me acuclillé detrás de un grueso pilar y saqué el cartucho de los bolsillos del chaleco; estaba introduciéndolo en la recámara cuando escuché el resonar de los disparos.
—¿Lo quieres, Cullen? Ven por él.
Se me heló la sangre al escuchar el chillido desgarrador de mi niño.
Recargué con rapidez el cartucho a tiempo para ver cómo Demetri subía otro juego de escaleras.
—Voy por ti, perro —grité de vuelta continuando mi avance.
—Te estas tardando —respondió, desapareciendo de mi vida.
Le disparé a dos hombres más y subí de dos en dos las escaleras, en esta parte de la casa parecía no haber nadie, reinaba un silencio sepulcral, el cual fue roto de pronto por el inconfundible llanto de un niño.
Eider, pensé apresurándome hacia el sonido.
Mientras más me acercaba, me percaté que no se trataba del llanto de mi hijo, estos sollozos eran sofocados por algo. Entré a una habitación que parecía más bien una sala de juego, siguiendo el llanto.
—Hey… —susurré al dar con el origen. Guardé el arma en la cintura de mis vaqueros—. ¿Te encuentras bien, princesa? —pregunté sacándola de su escondite. La pequeña tendría un año, como mucho, menor que mi hija. Una hermosa niña, de tez blanca, cabello lacio de color castaño claro que le llega hasta su cintura y unos hermosos ojos de color verde oliva.
—No encuentro a mi mami —susurró pasando sus brazos por mi cuello—. Tengo miedo, esos sonidos me asustan.
—Te pondré a salvo, no te asustes —tranquilicé alzándola en mis brazos—. ¿Cómo te llamas? —le pregunté dirigiéndome a la salida, debía seguir a Demetri y encontrar a Eider, pero primero la pondría a salvo.
—Camille, Camille Vulturi —murmuró escondiendo su rostro en la base de mi cuello.
Me paralicé por un momento, cerrando mis ojos. Sé que le prometí a mi esposa y a mí mismo acabar con cada persona que llevara la sangre Vulturi, pero ella...
Negué con la cabeza.
Era una niña, una bebé que me recordaba mi hija.
—Bien, Camille, mi nombre es Edward Cullen. No voy a hacerte daño, te pondré a salvo —dije acariciando su espalda.
Yo no era un monstruo como esos desgraciados, no era capaz de ponerle encima un dedo a un niño. No tenía la sangre tan fría, ni el corazón tan negro.
—Mi papi tiene a tus bebés. —Cerré mis ojos al escuchar su tierna voz contra mi cuello.
Tengo en mis brazos a la hija de Demetri Vulturi.
A la hija de Demetri.
Oh, pequeña.
Suspiré profundo.
—No me hagas daño, por favor —suplicó con voz llorosa, mirándome fijamente con aquellos preciosos ojos anegados en lágrimas. Tenía un tierno y adorable puchero en los labios.
Cerré mis ojos.
—No pienso tocarte, nena —apacigüé pasando mi mano izquierda con ternura por su cabello.
Apretó su agarre en mi cuello y recargó su cabeza en mi hombro.
Seguí mi camino, arma en mano y lista para disparar; tomé el pasillo de la derecha, me imaginaba que el malnacido de Demetri había llevado a mi hijo por allí, muy pendiente si veía a uno de mis hombres para que pusieran a la pequeña Camille a salvo.
Iba terminando de cruzar el pasillo cuando resonó un disparo y la bala se estrelló contra la pared muy cerca de nuestras cabezas. Camille se encogió, apretando su agarre. Me agaché, ignorando el dolor en mis costillas, y respondiendo al disparar mi arma en la dirección donde un hombre de tez blanca estaba oculto.
—¿Qué creías, Edward Cullen, que al llevar a la estúpida niña no te íbamos a disparar? Estás muy equivocado, no nos tiembla el pulso ni el corazón al acabar con la vida de un niño. Estoy seguro de que mi primo me lo agradecerá, esas niñas son muy estorbo en su vida —vociferó disparando—. Camille, ¿dónde coño está Cailin? Esa niña tiene una cuenta pendiente conmigo.
Camille se estremeció, apretando sus brazos más entorno a mi cuello.
—Tranquila, no te hará nada —le aseguré encogiéndome en mi lugar cuando comenzó una nueva ráfaga de disparos.
Separé el rostro de Camille con dificultad de mi cuello, me partió el corazón al verla llorar en silencio con tanto sentimiento.
—No dejes que me agarre, me matará —susurró con voz llorosa—. El tío Diego no nos quiere.
Le hice seña colocando mi dedo índice sobre mis labios, ella asintió.
—Quédate aquí —le ordené suavemente en el oído. Negó frenéticamente con la cabeza.
—Necesito acabar con él, debes esperarme aquí —expliqué bajándola de mi regazo sin exponerla—. No tardaré.
—Camille, ¿dónde está Cailin? ¡Respóndeme, carajos! Estúpida niña, nunca haces nada bien. —El hombre continuó con su parloteo mientras nos disparaba.
—La cabeza abajo —le indiqué antes de alejarme y comenzar a rodear al hombre.
—¡Maldita seas, Camille! ¡Voy a acabar contigo, Edward Cullen, eso no lo dudes!
—No lo creo —contradije colocando el cañón de mi arma en la parte trasera de su cabeza, el hombre se paralizó—. No tocaras a esas niñas, Diego, no le harás daño, no lo voy a permitir —gruñí apretando el gatillo. La sangre y fluidos salpicaron por todas partes, su cuerpo se desplomó en el suelo con sonoro crac.
Me acerqué de nuevo hacia la pequeña y le acaricié el pelo con ternura, tenía los ojos cerrados, los manos tapando sus oídos; se enrolló lo más que pudo, metiendo la cabeza en medio de sus piernas.
—Debemos seguir —la alenté, poniéndola de pie y cargándola entre mis brazos.
—Por favor, por favor, no le hagas daño a mi bebé. —Me paralicé al escuchar la voz suplicante de una mujer detrás de mí.
Me volví y encontré a una mujer rubia muy hermosa con una nena de unos cuatro años en sus brazos con el rostro escondido en la base de su cuello, las mejillas de la mujer estaban manchadas de maquillaje, las lágrimas habían dejado un rastro.
—Mami… —susurró Camille separando su rostro de la base de mi cuello.
—Por favor, te lo suplico, devuélveme a mi bebé —rogó acomodando mejor a la pequeña en sus brazos. Asentí bajando a la pequeña sobre sus pies—. Camille —la llamó con urgencia, moviendo la mano instándola hacia su cuerpo. La pequeña corrió a sus brazos. La mujer la estrechó con fuerza en cuanto la tuvo a su alcance—. Eres Edward Cullen, ¿verdad? —preguntó sobre la cabeza de la niña.
—Sí, soy Edward Cullen y vengo por mis hijos —le respondí.
—Mi nombre es Alessandra Ross, mis hijas Camille y Cailin no tienen culpa de lo que haya hecho Demetri, por favor no le hagas daño. —Apretó a ambas niñas contra su cuerpo. La pequeña me observaba fijamente, es una hermosa niña, cabello castaño claro lacio, de tez blanca, con unos hermosos ojos azul cielo, aunque estuvieran rojos e hincados—. Permítenos marcharnos, por favor.
Suspiré profundo, pasando mi mano libre por mis cabellos.
—Necesito apoyo en el tercer piso —hablé por radio; se escuchó el sonido de estática, luego la voz de mi padre.
—¿Estás bien, Edward? —Se escuchaba la angustia en su voz.
—Sí, papá —lo tranquilicé. Levanté la vista hacia la mujer y las niñas, todas me miraban fijamente—. Solo necesito que escolten a una mujer y dos niñas fuera de la mansión.
—¿Estás seguro, Edward? —inquirió dudoso Carlisle.
—Sí —confirmé sonriéndole a la mujer. Esta se relajó de inmediato. Camille me premió con una enorme sonrisa—. Quiero que las escolten a un lugar seguro —ordené apretándome el puente de la nariz.
—Por supuesto, hijo —aceptó mi padre sin dudar.
—Estarán en el tercer piso, la primera puerta a la derecha, su nombre es Alessandra. Dense prisa. Yo voy por Demetri —indiqué acercándome a la puerta.
—Demetri está en la azotea. —La voz de la mujer detuvo mi avance—. Lo vi dirigirse allí cuando iba por Cailin hace solo unos minutos.
—Vendrán por ustedes y las pondrán a salvo. —Asentí y me apresuré a salir de la habitación. La mujer cerró la puerta en cuanto traspasé el umbral—. Papá, me dirijo a la azotea, Demetri se encuentra allá —dije a la radio mientras corría por el pasillo.
—Charlie y yo nos dirigimos hacia allá, hijo. Espéranos, estamos por llegar.
Lo ignoré y corrí. Llegué al último tramo de escalera que me separaban de mi hijo, lo podía escuchar llorar, eso solo me incentivó a correr con más fuerza.
Traspasé la puerta e inmediatamente me paralicé en mi lugar nada más visualizar a Demetri.
—Demetri, pon al niño en el suelo y resolvamos esto. Tú y yo —demandé con el corazón en la garganta.
Demetri estaba en el borde de la azotea sosteniendo a mi hijo con su brazo izquierdo.
—Suelta el arma, Edward, o lo dejaré caer —amenazó moviendo al niño hacia el vacío.
Sus dudarlo, me agaché lentamente sin hacer movimientos bruscos, coloqué el arma en al suelo antes de patearla, alejándola de mi alcance.
—¡Enfréntame como hombre, Demetri! Voy a matarte con mis propias manos. —gruñí entre dientes.
—Papi. —El chillido de mi bebé me partió el corazón.
Me moví lentamente, acercándome más hacia ellos.
—No des un paso más —habló Demetri con voz fría, haciendo ademán de dejarlo caer.
Me detuve.
—Ay Edward, Edward, Edward. —Chasqueó la lengua con disgusto—. Todo este sufrimiento de tus hijos por tu culpa —continuó hablando—, tantas mujeres en el mundo y te tenías que fijar en una Swan. Tenías que unir las dos familias más poderosas de Chicago y sobrepasar el poder del Clan Vulturi —manifestó con molestia.
La puerta a mi espalda sonó al ser abierta de nuevo, pero no me volví para ver quién era, amigo o enemigo no quitaría la vista de Demetri y de mi hijo.
En cambio, Demetri sí fijó su atención en el recién llegado.
—Ah, los abuelos al rescate —exclamó con fastidio, dirigiendo a mi bebé de nuevo al vacío.
Di otro paso hacia adelante, ahora que él no me estaba prestado atención, acortando la distancia que nos separaba.
—No te muevas, Edward —aseveró de pronto.
—Demetri, tu bronca es conmigo, no con mi bebé —declaré con molestia, apretando los nudillos con mucha fuerza.
—Tu familia ha caído, muchacho, deja ir a mi nieto —ordenó de pronto Charlie con voz autoritaria.
Demetri se volvió hacia mí de nuevo, dirigió a mi hijo de nuevo hacia el vacío y se llevó la mano libre a su espalda.
Me preparé para saltar si lo dejaba caer.
La distancia que nos separaba era tan poco, menos de dos metros.
—¿Lo quieres, Cullen? Ven por él —dijo sacudiendo a mi hijo.
Se me heló la sangre al escuchar el chillido desgarrador de mi niño.
Me moví sin pensarlo y con rapidez. Mi mano se aferró al pie de Eider desde que lo tuve a mi alcance, en el justo momento en que sentía una desgarradora punzada en mi abdomen, justo debajo del borde del chaleco antibalas.
—¡Hijo! —Escuché el bramido de mi padre a mi espalda con horror.
Como si fuese en cámara lenta, Demetri sonrió de forma burlona, bajé la mirada y vi salir la hoja afilada del cuchillo de mi piel, empapado en sangre, segundos antes de volver a entrar desgarrando todo a su paso. Levanté la mirada de nuevo al rostro triunfante de Demetri mientras la hoja nuevamente penetraba mi piel.
Resonó un disparo y la expresión de Demetri se congeló, sangre corriendo de su frente. El impacto lanzó su cuerpo hacia el vacío, llevándose a mi hijo con él, por lo que apreté el agarre en la pantorrilla de Eider, arrastrándome con ellos.
Los tres caímos al vacío.
—¡Edward! —gritaron mi padre y mi suegro al unísono, pero ya era tarde.
De pronto algo sostuvo con firmeza mi tobillo. Choqué con fuerza contra el lateral de la casa, el aire abandonando mis pulmones, mi vista se volvió borrosa, pero no solté el agarre, mis dedos parecían soldados a la pantorrilla de mi hijo.
Eider soltó un chillido que me hirió los tímpanos al chocar con el muro. Ambos estábamos colgando cabeza abajo en el vacío. Como pude miré hacia arriba, mi padre había saltado tras nosotros, sujetándome por el tobillo con una mano, y con la otra sosteniéndose del borde de la azotea. En ese momento agradecí los gustos extravagantes de Aro, toda la casa tenía un diseño en hierro forjado y en las esquinas había estatuas de gárgolas. Charlie ayudaba a mi padre a sostenerse.
—Te tengo, hijo —aseguró mi padre con determinación.
—Necesitamos subirlos —ordenó Charlie segundos antes de ver el rostro asustado de Emmett por el borde—. Edward está herido, puede dejar caer al niño.
Mi agarre en Eider se apretó más al escucharlo hablar.
—Tranquilo, Tory —le hablé con ternura. Mi bebé soltó un pequeño sollozo—. Todo estará bien, pronto estarás en los brazos de tu madre —seguí, ignorando el dolor en mi abdomen y en mi mandíbula.
—Papá, necesito que flexiones el brazo lo más que puedas, acércame la pierna de Edward —habló Emmett, sosteniéndose al borde e inclinándose lo más que podía—. Edward, no sueltes al niño.
Apreté los dientes con molestia.
—No pienso hacerlo, Emmett —gruñí entre dientes.
¿Cómo creía que yo sería capaz de soltar a mi hijo?
—Jacob y yo tiraremos de Edward en cuanto me lo pases, papá. Debes agarrar a Eider nada más lo tengas a tu alcance. Se lo pasas a Charlie, Sam te ayudará a subir. ¿Listos? Ahora.
Me moví unos centímetros hacia arriba, luego más y más.
—Un poco más, papá. Jacob, sostenme —demandó Emmett antes de sentir mi cuerpo subir con más rapidez.
—Suéltalo, hijo, ya lo tengo —aseguró mi padre. Así lo hice—. Charlie.
—Aquí estoy, Carlisle.
Jacob y Emmett terminaron de subir mi cuerpo, la sangre me pitaba en los oídos. Me recostaron con suavidad en el piso y alguien de inmediato hizo presión en la herida de mi abdomen. Mi vista se nubló y la inconciencia amenazó con envolverme.
—Eider… —susurro en un hilo de voz.
—Aquí está, muchacho —dijo Charlie arrodillado a mi lado—. Un poco mallugado, pero está bien.
Con la vista borrosa, miré a mi bebé en los brazos de mi suegro. Luché contra la negrura que me envolvía y, con mucho esfuerzo, levanté mi brazo y acaricié el rostro de mi hijo.
—Edward necesita un médico. —Escuché a lo lejos el bramido de mi padre—. Hay que trasladarlo a un hospital.
Fue lo último que escuché, con el rostro de mi hijo en mi mente la inconsciencia me envolvió por completo.
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Elizabeth POV
Mamá y papá se marcharon, dejándome en el comedor con mis hermanitos. Desconocía el paradero Tony.
Limpié mis lágrimas y me acerqué a Tory, lo bajé de su sillita, tomé a Leen en mis brazos y salimos en búsqueda de Tony.
—¡Tony! —lo llamé en un grito—. ¿Dónde estás, Tony?
—Niña Elizabeth. —Rosa se apresuró a nuestro lado desde la cocina.
—Solo quiero a Tony —declaré con ganas de llorar de nuevo, una lágrima rodó por mi mejilla sin poderlo evitar, Leen la borró al pasar su mano por mi mejilla. Me sonrió y le correspondí con una pequeña.
—¿Mami? —exclamó Tory buscándola con la mirada. Leen comenzó a mirar ansiosa por todas partes.
De pronto apareció Tony bajando las escaleras a la carrera.
—Salió, pero volverá pronto —pronunció acercándose a nosotros—. Yo cuidaré de ustedes —proclamó con convicción, quitando a Leen de mis brazos—. Quieren ver una película mientras esperamos a la Bubú.
Asentí tragándome un sollozo. Me incliné, sostuve a Tory en mis brazos y seguí a mi hermano a la sala de juegos. Estábamos viendo la película Aladdin cuando Leen se bajó del regazo de Tony, se acercó a los estantes y agarró entre sus manos el juguete chillón que le regaló el abuelo Charlie y que mamá odiaba.
Me sobresalté al ver el extraño hombre que apareció de pronto y sujetó a Leen entre sus brazos. En un parpadeo Tony estaba delante de mí, protegiéndonos con su cuerpo a Tory y a mí.
—Suelta a mí hermana —bramó furioso, apretando los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
—No hagas un alboroto si no quieres que le haga daño a la niña y sigue mis instrucciones sin chistar. —Ese hombre puso su mano en el cuello de Leen y apretó.
—Haremos lo que digas, pero no la lastimes —aceptó Tony con su cuerpo tenso.
—Bien —murmuró el hombre apartando la mano—. Síganme.
Me levanté sin vacilar con Tory en brazos y seguí al hombre detrás de Tony. Nos sacó al jardín sin que nos topáramos con ninguno de nuestros escoltas.
Se acercó a la pared más alejada.
—Ya los tengo, preparados para recibirlos.
—Sí. —Se escuchó una voz detrás de la pared.
Se acercó a una especie de escalera improvisada, cruzó a Leen por encima de la pared y se la entregó a alguien, se escuchó el chillido de protesta de mi hermana, luego la voz de una mujer que le decía que se mantuviera en silencio, seguido de un fuerte golpe, me estremecí y apreté más a Eider contra mí.
Tony dio un paso adelante, con todo su cuerpo tenso.
—No te hagas el valiente, recuerda que ella está del otro lado. —Lo detuvo con molestia el hombre. Se acercó a tomar a Eider y di un paso atrás.
Me fulminó con la mirada.
—Iré yo primero. —Tony se interpuso entre él y nosotros.
—Bien, como tú quieras. —El hombre lo tomó con brusquedad del brazo y lo obligó a subir la escalera, para luego empujarlo hacia el otro lado.
—¡Tony! —Di un paso al frente—. Aventaste a mi hermano —le reclamé con los dientes apretados.
—Sí, sí, sí —dijo con fastidio, se acercó y me arrebató a Tory de los brazos—. ¡Ahí va el niño! —avisó antes de subirse a la escalera y pasar a Eider por encima—. Es tu turno, princesita.
Lo miré con odio.
Me sujetó con mucha fuerza por el brazo izquierdo y me hizo subir a la escalera. Al otro lado había un auto negro, una mujer y un hombre estaban allí de espaldas a la pared.
—La palomita que falta —anunció el hombre, lo que hizo que el del otro lado se volviera y se preparara para recibirme.
—Lizzy. —Escuché el grito de Jordán, me volví a tiempo de ver cómo corría hacia nosotros.
—¡Jordán! —grité al momento en que el hombre me empujaba y caí a los brazos del otro tipo, quien no me supo atrapar, y me golpeé la cadera con la acera—. Auch.
—Vete —gritó el hombre al otro lado de la pared.
El hombre se movió con rapidez, me dejó en el asiento trasero junto con mis hermanos y puso el coche en marcha.
La cadera me latía horrible. Abracé a Eider que se trepó a mi regazo.
El coche avanzaba rápido entre el tráfico.
—Haremos un pequeño viaje —declaró la mujer haciendo que la mirara, se encontraba sentada en el asiento del copiloto.
—Abuela —exclamé sorprendida al detallar bien a la mujer.
—Hola, Elizabeth. —La mujer sonrió en grande.
—¿Por qué nos haces esto? ¿Por qué nos alejas de mamá? —reclamé sollozando.
—Cállate, Elizabeth, detesto a los niños llorones —gruñó molesta, lanzando su brazo atrás con fuerza y golpeándonos a Eider y a mí.
—No golpees a mis hermanos. —Tony se atravesó. Renée lo agarró por el cabello y lo empujó hacia el asiento.
—Se me callan los cuatro —masculló el hombre molesto—. Contrólate, Renée.
Eider se apretó contra mi pecho y comenzó a llorar en silencio.
El coche se detuvo en una especie de galpón. El hombre nos sacó de arrastras del coche, nos sentaron en una especie de sillas; a Leen la colocaron en mi regazo, a Tory en medio de Tony y de mí y nos amarraron las manos detrás de la espalda, y cubrieron nuestros ojos y bocas con un manto.
—Sonrían —cantó burlón un hombre diferente. Sentí que me agarran, luego de quitarme a Leen de mis brazos; sin querer me quejé de dolor, pero el paño en mi boca impidió que se escuchara sonido alguno.
El dolor de una aguja atravesando mi piel hizo que me quejara nuevamente.
—En cuestión de minutos estarán fuera de base —dijo el hombre alejándose de nosotros.
Me comencé a sentir entumecida. No podía mover mis piernas.
Mami, grité en mi mente antes de caer en la inconsciencia.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
Desperté desorientada, sentía el cuerpo entumecido y mallugado, y hacía frío. Abrí mis ojos, pero todo estaba oscuro, una tenue luz iluminaba la habitación.
La puerta estaba cerrada.
—Ichi.
Me senté buscando a Leen con la mirada. Estaba de pie a mi lado, como mis manos ya estaba libres de nuevo, la abracé y senté en mi regazo.
Tony estaba despierto, muy cerca de nosotras, con Eider en su regazo. Me sonrió antes de arrimarse y abrazarme.
—Estaremos bien, cuidaré de ustedes —declaró sobre mis cabellos.
Nos mantuvimos acurrucaditos, tratando de mantener nuestro calor, y esperando que mamá y papá vinieran por nosotros pronto.
La puerta se abrió sobresaltándonos, por ella entró un hombre con el cabello negro azabache, el rostro arrugado, tez blanca y ojos color azul intenso. Se acercó a nosotros sonriendo en grande.
—La dinastía Cullen Swan —ponderó con deleite.
—¿Quién es usted? —Tony gruñó molesto.
—Calma, mi joven Ethan. Soy Aro Vulturi. —Se acuclilló a nuestra altura, así que retrocedí llevándome a Leen hasta que la pared impidió mi avance—. Contra ustedes no tengo nada, mi querida niña. No me temas, solo son el medio para un fin. Estarán el tiempo necesario aquí de visita en mi sótano. —Se enderezó, dirigiéndose a la puerta—. Es a sus padres y abuelos a los que quiero.
Me volví hacia Tony acurrucándome de nuevo contra él.
—Papi ven… da a bus… canos ¿vedad, Ichi? —dijo de pronto Leen. la apreté más contra mí y juntas nos estremecimos por el frío.
—Es… Eso… es… pe… ro —le contestó Tony tartamudeando.
Sentí a Leen estremecerse con más violencia.
—Ti papi venda, sino mami —articuló Tory estremeciéndose en los brazos de Tony.
Me castañearon los dientes.
—Sip, mami… ven… drá a busca… rnos —acordé tratando de sonreírle a mi hermanito a pesar de estar casi entumecida.
Los cuatros nos encontrábamos en el sótano húmedo de la mansión Vulturi, nuestros pijamas húmedos por el frío.
Me acerqué más a Tony, cubriendo el cuerpo de Leen con el mío.
Sentía que mis dientes reventarían en cualquier momento por el violento castañeo.
El tiempo pasaba demasiado lento acá adentro.
Ya no sentía mi cuerpo, estaba demasiado entumecido. No sentía el calorcito de Leen en mi regazo, mi hermanita estaba tan quieta; le acaricié la mejilla con ternura, ella me miró y apenas me dio una pequeña sonrisa, tenía los labios ligeramente morados.
Hubo de pronto un estruendo sobresaltándonos. Miré confundida a Tony.
La puerta se abrió y por ella entró un joven, de unos 16 o 17 años. Nos miró y sonrió ampliamente. La temperatura se sintió más fría de pronto.
Tony se puso de pie, interponiendo su cuerpo entre él y nosotras, Tory permaneció de pie a nuestro lado.
—¿Quién eres tú y qué haces aquí?
La sonrisa del chico creció, asustándome aún más. Algo dentro de mí decía que él estaba aquí por mí, para hacerme daño.
—Mi nombre es Alex Vulturi y vengo por tu hermana. —Su voz era hielo.
Tony lo observó detenidamente, toda su postura tensa. Se estaba preparando para alejarlo de nosotras.
—Para llegar a ellas debes pasar por encima de mí.
El tal Alex dio un paso al frente, aceptando el reto.
—Acabaré contigo en tan solo unos segundos y las tendré solo para mí.
De inmediato comenzó la pelea entre ellos. A pesar de que él era más grande que mi hermano, Tony no se dejaba vencer, ambos golpeándose con fuerza. De pronto Eider se soltó de mi mano y corrió a la esquina más alejada, tenía una expresión de terror.
Solo quité mis ojos unos segundos de la pelea, pero eso bastó para que Alex pusiera a Tony debajo y lo dominara. Se volvió hacia nosotras, por lo que retrocedí asustada, Leen colgada de mi cuello.
—No te acerques —demandé en un hilo de voz. Mi corazón latía violentamente contra mis costillas. No sé con qué tropecé, pero caí sobre mi trasero.
—¡Alex, no te atrevas a tocarla! —advirtió Tony, pero Alex no desistió, en cambio sonrió más grande, lamiendo sus labios, y continuó caminando hacia nosotras, mientras se bajaba el cierre del pantalón—, Te mataré, Alex. Te juro por Dios que si la tocas... —continuó Tony con su amenaza.
—Aléjate de nosotras —exigí en un hilo de voz. Apreté más a Eileen contra mi pecho, arrastrándome hacia el rincón. Su expresión me provocaba terror—. ¡Tony! —grité con miedo al momento en que tomó mi pierna derecha y haló con brusquedad hacia él, haciendo que me cayera de espalda en el suelo. Mi cabeza rebotó contra el suelo y el aire abandonó mis pulmones.
Eileen soltó un chillido que me hirió los tímpanos.
Justo cuando Alex intentó bajar mi pantalón del pijama apareció Tory y, con sus pequeños puños, comenzó a golpearlo. Alex loempujó, y él cayó sentado.
Leen se estremecía entre el cuerpo de Alex y el mío.
—Déjame —supliqué con voz rota mientras él trataba de quitarme la ropa.
De pronto el cuerpo de Alex se alejó de nosotras.
Me enderecé con dificultad. Tony tenía a Alex debajo de él, golpeándolo con fuerza.
—Vete —me gritó de pronto—. Sal de aquí con los niños. —Me levanté tambaleante, agarré la mano de Eider y me apresuré hacia la puerta. Me volví a mirar a Tony, no quería dejarlo—. Te lo advertí, te dije que si las tocabas… —aseveró Tony con los dientes apretados, cara a cara de Alex—, te iba a matar. ¡Fuera, Lizzy!
Le di una última mirada y corrí todo lo que Eider podía.
Afuera reinaba el caos, había mucho ruido, resonaban disparos, había polvo en el ambiente dificultándonos la respiración. Cargué a Eider como pude y subimos el tramo de escaleras, la cual nos llevó a una especie de recibidor. Elegí el pasillo izquierdo, puesto que se escuchaban menos disparos; caminamos hasta que visualizamos otro juego de escaleras. Al subir nos encontramos de frente con un hombre, tenía la misma complexión física que mi papá. Sonrió en grande en cuanto nos vio.
Di un paso atrás.
—No te vayas tan rápido, pequeña —dijo tirando a Tory por el brazo y arrebatándolo de mis brazos.
—Devuélveme a mi hermano. —Mi voz tembló sin poder evitarlo.
El hombre sonrió antes de acariciar mi mejilla.
—Necesito que entregues un mensaje —susurró acariciando mi cabello y cerca de mi oído—. Dile a tu padre que Demetri Vulturi tiene a tu hermano, que venga a buscarlo, solo a él se lo entregaré.
Puso su mano en mi hombro y me empujó hacia el pasillo de la izquierda.
—Sigue derecho y llegarás justo donde está Edward Cullen.
Lo vi alejarse apresurado con Tory en sus brazos.
No sabía si había dicho la verdad o fue para quitarme a mi hermano, pero hice lo me indicó y seguí el pasillo. A unos cincuenta metros, nos encontramos con mi papá.
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Adelanto del siguiente capítulo…
—Eso es hermanita, mirame. Se trata de Edward. —dijo lo ultimo soltando un sollozo.
—Ed... Edward —tartamudee un poco mirando entre mi Bubu y ella.
—Si, Bella, es Edward, —Rose solto un suspiro lastimero—. Edward resulto herido al rescatar a Tory, esta muy grave en el hospital. No creen que sobreviva. Se esta muriendo Bella. Edward se esta muriendo.
Saber que no era mi bebe sino Edward, no mejoraba la situacion, se trataba de mi esposo. El padre de mis hijos, Mi Edward.
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