El amor siempre vence a pesar de todo (+18)

Autor: isakristen
Género: Romance
Fecha Creación: 17/01/2013
Fecha Actualización: 25/08/2022
Finalizado: NO
Votos: 188
Comentarios: 473
Visitas: 363018
Capítulos: 40

Summary: Dos poderosas familias de la mafia enfrentadas desde hace generaciones por dominar la ciudad. Pero serán las hijas Charlie Swan: Rosalie, Alice e Isabella y los hijos de Carlisle Cullen: Emmett, Jasper y Edward quienes decidan que ya era hora de acabar con ese absurdo enfrentamiento Sin ser consciente del horror que se desataría al final, al enfurecer al que creían su mayor aliado.

 

Prologo:

Bella una adolescentes de 14 años, hija menor de Charlie Swan uno de los mafiosos más peligrosos de Chicago. Novia de Edward Cullen un adolescentes de 16 años hijo del mafioso Carlisle Cullen.

Su amor puro e inmenso era amenazado por sus familias, quienes desde hace años tenían una rivalidad por el dominio del poder. Ellos al enterarse de la relación amorosa de los jóvenes deciden separarlos y enviarlos lejos. Sin saber que su amor ya había dado frutos, unas pequeñas personitas que iban protegidas en el vientre de su madre, la cual los unirían para siempre. Dos niños con la marca del sol naciente en el brazo izquierdo de los Swan como la media luna en el brazo derecho de los Cullen.

Diez años después su amor seguía intacto, más grande que antes y ellos estarán listos e dispuestos a luchar por él y por su felicidad, uniendo así ambas familias. Quienes tendrían que unirse y luchar por la misma causa. Dos niños intocables por ambos bando, siendo su talón de Aquiles. Y sus enemigos no dudaran en utilizarlos, matando así dos pájaros de un tiro; rompiendo en el camino el acuerdo llegado desde hace generaciones de no incluir en la rivalidad a las mujeres y a los niños.

  


 "Los personajes más importante de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer pero la trama es mía y no esta permitido publicarla en otro sitio sin mi autorización"

 


 

 Historia registrada por SafeCreative bajo el código 1307055383584. Cualquier distribución, copia o plagio del mismo acarrearía las consecuencias penales y administrativas pertinentes.

 


 

 Traíler de esta historia ya esta en youtube y en mi grupo  en facebook "Entre mafiosos y F.B.I"


Link del grupo de Facebook

https://www.facebook.com/groups/1487438251522534/

 Este es el Link del trailer: 

http://www.youtube.com/watch?v=BdakVtev1eI&feature=youtu.be

 

 


Hola las invito a leer mi Os se llama: Si nos quedara poco tiempo.

http://lunanuevameyer.com/salacullen?id_relato=4201

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Capítulo 34: Parto de Bella

Capítulo beteado por Manue Peralta.

(www Facebook com /groups/betasffaddiction)

.

El parto de Bella.

BPov.

—Para que puedas moverte, perrita. Las pastillas te darán fuertes calambres y, por lo que leí, tendrás más rápido al mocoso si estás en movimiento.

Te jodiste, James, pensé sonriendo al verme liberada de mis ataduras. Solo conservaba las esposas en mis muñecas, pero ellas no serían impedimento para vengarme por lo que le hizo a mi hermana, pero sobre todo, lo que le hizo a mi hija.

Tomé con suavidad a mi gatita por los hombros y nos guie hacia el sofá, donde me senté con ella en mi regazo. Mi bebita no tardó en acurrucarse contra mi cuerpo todo lo que mi gran vientre le permitió.

Me daban fuertes calambres al sentir a su pequeño cuerpo moverse para conseguir una mejor posición, pero a pesar del dolor, ni una mueca hice, no me quejé para nada. No quería asustar más a mi bebé y alertar a James de lo que me pasaba.

—Te dije que caminaras. —la voz del desgraciado resonó por toda la habitación a través de los parlantes.

Mi gatita se tensó.

Acaricié sus brazos con suavidad antes de dejar un tierno beso en el tope de su cabeza.

—Púdrete, James —hablé con los diente apretados.

—Isabella, Isabella, no deberías hablarme de esa manera delante de tu mocosa, mucho menos sabiendo que yo tengo el control y en cualquier momento la puedo desaparecer si me da la maldita gana.

—Déjanos en paz, James, aunque sea por unos minutos. —mi voz salió con desganas.

Lo haré, solo porque el estrés retrasaría todo y no tengo mucho tiempo. No me serviría de nada enviar al mocoso tarde, si el cumpleaños de Edward es prácticamente hoy. Falta tan poco para ser veinte de junio. ¿No te alegra eso, Elizabeth? Pasarás tu cumpleaños con tu tío favorito.

—No eres mi tío —replicó mi gatita con resentimiento en la voz.

Eso es lo que tú piensas —la contradijo con voz siniestra.

— ¿De qué estás hablando, James? —le pregunté acariciando mi vientre con suavidad.

Aun no es tiempo para que sepas, perrita. Nos vemos dentro de un par de horas. —la voz desapareció y la habitación volvió a sumirse en silencio.

Mi gatita y yo comenzamos a planear todo en silencio.

—Nena —le susurré al oído—, cuando James cruce por esa puerta, quiero que te mantengas lo más alejada posible de él.

Ella asintió con un movimiento apenas perceptible. No sabíamos si James nos observaba en silencio.

—La madera pesa mucho, mami. No podremos levantarla. Yo no puedo —musitó en mi oído, de espaldas a la cámara—. Y quiero hacer pipí.

— ¿Puedes tratar de aguantar un poquito, nena? —le pedí acariciando sus mejillas con mis pulgares. Aparté un mechón de cabello de su angelical rostro. En ese momento recordé que James salió de la habitación sin la barra de hierro—. Nena, la barra —le dije sin voz, solo moví mis labios.

Ella me miró con expresión aterrada. Sus labios se pusieron pálidos y comenzaron a temblar ligeramente.

—Has sido muy fuerte, nena; y muy, muy, muy valiente, estoy tan orgullosa de ti. Sé que te duele el brazo, pero debes ayudarme, amor. Debes salir de aquí.

Su expresión perduró por un par de minutos, luego fue sustituida por determinación.

Respiró profundo y asintió; se levantó de mi regazo y con sigilo se dirigió hacia donde James me la había maltratado.

—Él no podrá hacerte daño nunca más, nena —le prometí con ternura en la voz.

Mi gatita volteó a mirarme y asintió.

—Lo sé —susurró y me regaló una pequeña sonrisa.

-o-o-o-o-o-o-

James entró en la habitación con una sonrisa de burla adornando su asqueroso rostro, su cuerpo irradiaba un aura de superioridad.

Quería comenzar ya con mi plan, debía sacar de inmediato a mis hijos de aquí, pero la interrogante no desaparecía de mi cabeza. No me dejaba en paz. Así que, sin hacer el mínimo movimiento que me delatara, me mantuve pasiva lejos de su alcance, con el corazón acelerado al ver su proximidad hacia mi hija.

—James —le hablé en voz baja. No me iría sin saciar mi curiosidad—. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué odias a Edward?

Su carcajada me dio escalofríos.

—Por haber existido, supongo. Por haber hecho que me echaran de la organización. —su voz salió irónica.

Lo miré sin entender. Su mirada de desprecio y furia me aterrorizó.

—Yo debía ser el jefe de la organización Cullen, no el malnacido de Edward. —lo contemplé sorprendida con la boca abierta. ¡¿Que carajos estaba diciendo?!—. Si el desgraciado de mi padre hubiera formalizado su relación con la zorra de mi madre, yo fuera asumido el mandato al cumplir los veintiún años, y los hijos del maldito de Carlisle Cullen no tuvieran nada que ver.

—No entiendo —susurré, inhalando aire por la nariz al sentir la contracción.

Sin vacilar se arremangó la manga derecha de su camisa y sentí una bofetada en el rostro.

—Eres un Cullen —jadeé sin aire. No lo podía creer, parpadeé para ver si así desaparecía la marca de media luna en su brazo derecho.

— ¡Bingo! La perrita se ha ganado la lotería. Soy el hijo bastardo de Albert Cullen, jefe de la organización Cullen, antes de que la asumiera el hijo de puta de Carlisle Cullen.

—Pero no eres Harrinson como Sarah. —mi voz salió en un murmullo de incredulidad.

Sonrió mostrando sus asquerosos dientes.

—Al poco tiempo de que Albert muriera, mi madre conoció a Jesús Harrison, el padre de mi hermanita, él se casó con ella y me dio su apellido. El mundo es tan pequeño. Tú, la perra Swan, terminó enredada con mi primo. Cómo saboreé el momento en que le dije a Carlisle lo que hacía su preciado hijo a escondidas.

—No —bufé con sorpresa—. ¿Fuiste tú? ¿Tú le dijiste a Carlisle de nuestra relación?

Su asquerosa sonrisa se incrementó.

—Cómo disfruté de ese momento, viéndolos destrozados en ese prado. El gran Edward Cullen, el niño de mami y papi que nadie debía tocar, ni respirar cerca de él, a punto de llorar como un maricón al verse alejado de la perra que tenía. ¿Quieres saber desde cuanto tenía conocimiento de su relación?

No hablé, no hice ni un pequeño movimiento. El corazón me latía de forma violenta contra mis costillas. El nudo que se había formado en mi garganta me hacía imposible respirar.

—Desde la noche del trece de septiembre. Qué buen cuerpo tenías en ese momento, perrita.

Cerré mis ojos, el recuerdo de esa noche llegó a mi mente. Mi perfecta noche se ensombreció al saber que James estuvo cerca de nosotros.

—No sabía si Edward solo quería jugar contigo, follarte y luego largarse. Pero su actitud y la tuya los delató. No eras un juego para él, muy al contrario, eras muy importante. Así que espere un mes, reuní la evidencia y le informé a Carlisle. El resto tú ya lo sabes. Con lo que no contaba era con enfrentarme a Edward al día siguiente y que la perra de Esme le exigiera a Carlisle que me echara. A mí, James Cullen, quien debía ser el jefe.

— ¿Cómo pudiste? —mi voz salió entre dientes por la furia que sentía en ese momento—. Destruiste mi vida, la de mis hijos y la de Edward.

Sonrió en grande.

—También la de la perra de tu hermana, la del desgraciado de tu hermano y la de la zorra de mi hermana.

Lo miré sin comprender.

—Como ya te había dicho, el mundo es del tamaño de un pañuelo. La zorra de mi hermana acabó enredada con el desgraciado de tu hermano. Eso complicó mis planes por un tiempo, pero me encargué de ellos. No debía dejar cabos sueltos.

— ¿Qué les hiciste? —le exigí con el cuerpo temblando por la ira.

—Tu querido hermano, no sé cómo, pero se enteró de que fui yo quien abusó de su hermana, me confrontó, pero yo era más fuerte que él y más inteligente. Actué antes de que me expusiera, le estropeé el coche y me di a la tarea de seguirlos. Pensaba acabarlos con mis propias manos, pero el camión se encargó de hacer el trabajo. No pensé en ese momento que la mocosa fuera a sobrevivir al impacto, pero lo hizo. Al igual que en el hospital. En eso Sarah ganó, la perra me juró antes de morir que la mocosa sobreviviría. Le hubieses visto sus ojos cuando acabé con ella.

—Tú mataste a Sarah y a Caled —confirmé soltando un sollozo.

Mi hermano y mi amiga.

Asintió sonriendo con burla.

—Ya ves, perrita, yo siempre gano —se pavoneó—. Luego de acabar contigo y tus mocosos, iré y acabaré con lo que empecé. La mocosa no tiene mucho tiempo para disfrutar de la luz del sol. Me llevaré a mi hijo lejos, él aprenderá a odiar tanto a los Cullen como a los Swan.

Limpié mis lágrimas con el dorso de mi mano y sonreí con altanería.

—No esta vez, James, no esta vez. ¡Elizabeth! —mi hija ya sabía qué debía hacer al yo pronunciar su nombre.

Sin vacilar levanté la barra de hierro y, antes de que James reaccionara, le di con mucha fuerza en la pierna donde Esme le había disparado.

Por toda la habitación resonó su grito de dolor, como también el del hueso al romperse.

El cuerpo de James perdió el equilibrio y se precipitó hacia el suelo, tumbando todo lo que estaba sobre la pequeña mesa ratonera.

—Eres una maldita perra —maldijo en medio del dolor.

—Te lo advertí, James. Si le tocabas un solo cabello a mi hija me la ibas a pagar y yo no amenazo en vano —gruñí lo último sosteniéndome el vientre por la fuerte contracción que me atacó.

—Despídete de tu mocosa —exclamó sacando un arma que antes no había visto.

No lo pensé dos veces, levanté de nuevo la barra y la impacté contra su cuerpo dos veces seguidas.

—Perra —se quejó gimiendo por el dolor.

Por mi vista periférica observé cómo mi nena pateaba el arma fuera del alcance de James, pero no fue muy rápida en alejarse de él.

Le brindé toda mi atención en el momento en que él la tomaba de su tobillo derecho y la hacía caer sentada de golpe sobre su trasero.

—Descuartizaré al mocoso en tus narices, verás cómo violó y luego degollo a la perra que tienes por hija —amenazó sacando una navaja—. Después sigues tú, te violaré a ti de todas las maneras posibles.

En un parpadeo había levantado la barra y de nuevo la impactaba contra su cuerpo. Una, dos, tres, cuatro… perdí la cuenta de cuantas veces lo hice.

Me detuve jadeando por el dolor al sentir otra contracción. Cada vez eran más seguidas. Debíamos salir de aquí.

James tosió y por su boca brotó mucha sangre, la cual manchó su pecho de carmesí.

—Eso, James —exclamé jadeando—, fue por mi hija, por mi hermana, mi hermano, mi amiga y mi suegra.

—Mami. —mi Gatita se levantó tambaleante—. Mami —exclamó con horror.

Alejé mi vista de James y la posé en ella.

—Mami, hay fuego —me informó señalando la habitación.

Mis ojos vagaron por la habitación, la cual no estaba en penumbra. Mi corazón se aceleró por el miedo. No sabía cómo había ocurrido, pero la lámpara de gasolina había caído al suelo volviéndose pedazos, la mitad de la habitación estaba ardiendo por las llamas.

James se echó a reír, pero se interrumpió por un ataque de tos y más sangre salió de su boca.

—Nos vamos a morir todos, perrita —se regocijó haciendo una mueca de dolor.

—Mami. —mi niña me miraba con terror en sus bellos ojos. No permitiría que el fuego dañara a mi hija. Si ella sobrevivía, nada más importaba.

Lo siento, fue mi pensamiento al recordar a los bebés. No, no permitiría que nada dañara a ninguno de mis hijos.

—Para tu información, James, el único que morirá abrazado por las llamas, serás tú. —solté la barra. Comenzaba hacer mucho calor—. Y antes de irme quiero decirte una cosa. No es un bebé, sino dos.

—Eres una perra y morirás como una. —comenzó a arrastrarse hacia nosotras.

Tome a mi Gatita por su bracito bueno y nos dirigí hacia la puerta.

—Espera, mami —me atajó soltándose de mi agarre. La vi agacharse muy cerca de James, tomó algo del piso y se puso de pie, mirándolo fijamente—. Te dije que mi papi te haría pagar, se me olvidó decirte que mi mami es peor que él.

Sonreí al escuchar sus palabras.

—Maldita mocosa, te cortaré la lengua —la amenazó James intentando agarrarla. Con el corazón en la garganta vi a mi nenita esquivar las manos de James—. Ven aquí con tu tío Elizabeth.

—Eres primo de mi papi, eso no te convierte en mi tío.

—Lo soy —replicó James con brusquedad antes de toser.

—No —lo contradijo mi gatita con los dientes apretados.

—Soy tu familia, Elizabeth, aunque eso te cause asco y repulsión.

—Lamentablemente lo eres, pero no pienses que te voy a reconocer.

—Nena, vámonos —la apremié. El fuego avanzaba muy rápido. Todo se consumía en segundos.

Mi nena se levantó de donde estaba arrodillada y se acercó a mí con una sonrisa.

—Mira, mami —dijo señalando una diminuta llave—. Creo que son de las esposas.

Le sonreí.

—Debemos salir, nena.

James se rio, ahora sin muchas ganas.

—No podrás salir de aquí, perra.

Sin darle la espalda a James salí por la puerta luego de que mi nena lo hiciera.

La vi agacharse y tomar algo que estaba muy cerca de la puerta.

—Así no podrá salir —señaló tendiéndome una soga.

—Brillante —le dije tomando la soga atando la manilla de la puerta, antes de voltearme a buscar un lugar donde poder atar el otro extremo. Pero al hacerlo sentí como si un balde de agua fría me cayera encima y un jadeo estrangulado salía de mi boca.

Yo conocía perfectamente esa decoración.

—Es la cabaña de papi. —la incredulidad se distinguía en su tono de voz.

Mi nenita no podía creer lo que estaba viendo, a decir verdad yo tampoco lo podía creer.

Mi lugar feliz, James se había encargado de convertirlo en mi lugar de pesadilla.

La soga que tenía en la mano se tensó y la puerta se buscó abrir. Mi nenita soltó un grito aterrador, y eso fue suficiente para ponerme en movimiento de nuevo. Até con mucha rapidez la soga en la manilla de la puerta de la habitación de enfrente. Las manos me temblaban, la respiración era rápida y superficial, y mis piernas parecían gelatina.

Dirigí mi atención a mi nena.

—Lo bueno de esto, princesa, es que cualquiera que nos vea nos reconocerá y nos llevará a casa. Sea nuestra casa, o la de tu abuelo Charlie o la de tu abuelo Carlisle.

— ¡Ah! —se escuchó un grito de dolor desgarrador—. ¡Las mataré, perras!

Las paredes de la habitación comenzaron a oscurecerse.

Esto no es bueno, pensé colocando mis manos en los hombros de mi niña, el fuego va demasiado rápido.

La insté a caminar.

— ¿Cómo saldremos? —me preguntó mi nena con ansiedad al ver la puerta trabada con clavos y candados.

Miré ansiosa por toda la habitación. Con la puerta sería inútil, no teníamos algo con qué forzarla.

Bum, Bum, Bum.

Se escucharon unos disparos. Mi nenita sollozó apretándose contra mis piernas. Me volví mirando ansiosa por el pasillo. Pero suspiré aliviada unos cuantos segundos más tarde al no ver a parecer a James.

—Nena —le hablé en un susurro—. Cuando el arma se calienta se dispara, bebé.

Bum, Bum, resonaron dos disparos más. Con suavidad pasé mis manos por su rostro eliminando el sudor, luego besé su frente. Me dirigí hacia la ventana. Maldije en mi fuero interno al verla trabada también por clavos, pero la diferencia entre estos y los de la puerta, eran que los de la ventana estaban por fuera. ¿Cómo rayos los puedo sacar?

La habitación comenzó a llenarse de humo.

—Mami —susurró mi princesa muy cerca de mí abrazando con su bracito bueno al que James le había lastimado, a su torso—. Tengo miedo.

Coloqué mis manos en sus hombros y la acerqué a mí.

—Nada va a pasarnos, ¿vale?

—Vale.

—Ahora, hazte para atrás.

— ¿Que harás? ¿Cómo saldremos? —me preguntó con ansiedad en la voz.

—Voy a romper los vidrios de la ventana y tú saldrás por ahí

—Pero tu no —exclamó lo evidente dando un paso atrás—. No me iré sin ti, mami.

—Debes hacerlo.

— ¡No! —su "no" fue rotundo—. Si tú no te vas conmigo, nunca te lo perdonaré.

—Elizabeth Cullen, saldrás por esa ventana y no protestarás. Soy tu madre y decido que tu vida vale más que la mía.

—Pero no más que la de mis hermanos.

—Nena, no lo hagas más difícil.

—No, Isabella Swan, no me iré sin ti... —mi nena se cortó a mitad de frase y comenzó a toser, el humo cada vez era más denso.

Hasta yo misma comencé a toser.

—Nena... —comencé.

—Papi nunca me lo perdonaría —sollozó.

—Pri... —me corté a causa del humo y tuve un ataque de tos—. Mami, nadie te odiaría.

—Claro que sí —me contradijo jadeando—. El abuelo me odiaría más, hasta Tony me odiaría.

—Tu padre entenderá la razón por la que lo hice —la tranquilicé topando mi nariz con parte de mi vestido. Mi nena me imitó.

—Pero yo no —se quejó sollozando.

—Cuando seas mamá lo entenderás.

—Tengo calor y no puedo respirar. —su voz apenas fue un murmullo.

Dejé de discutir con ella, porque sé que es un caso perdido; ella es tan necia, terca y testaruda.

Con la mirada busqué algo contundente que pudiera romper el vidrio.

—No lo hagas porque no saldré. Si tú te quedas, yo también.

—Nena, si hubiera algún modo de que salgamos de aquí juntas...

—El estanque, claro, ¿por qué no lo recordábamos?

— ¿Qué estanque? ¿Ahora de qué hablas, Elizabeth?

—Las puertas que dan al estanque. Por allí saldremos, mami.

La miré incrédula.

No me lo podía creer, lo había olvidado por completo.

El humo hacía difícil respirar y hacía un calor de los mil demonios. Pero solo eso no era el problema, las llamas ya salían por el pasillo. ¿Cómo nos devolvíamos sin quemarnos?

Volví a recorrer la habitación con la mirada, visualizando aquello que el humo era capaz de dejarme ver. En ese momento sentí una contracción muy fuerte que me hizo inclinarme hacia adelante, sosteniéndome el vientre y soltar un fuerte jadeo. Un líquido caliente me recorría por los muslos.

No, no, no, no. Pensé negando con la cabeza, antes de mirar mis piernas. No era un líquido blancuzco como lo fue con Lizzy y Tony, esto era de color carmesí. Esto no era bueno.

—Mami. —mi nenita me miraba con terror pintado en el rostro.

—Estoy bien, nena. Estoy bien —aseguré en un gemido estrangulado—. Salgamos, nena.

De un solo tirón arranqué la cortina de la ventana. El grifo estaba caliente, pero no lo suficiente como para hacerme mucho daño en la mano. Remojé la cortina, me acerqué a mi princesa y a ambas nos cubrí. Cuando nos disponíamos a ir al pasillo, vislumbré una caja roja que nos podía llegar a ser de mucha utilidad. Me acerqué y la tomé. En el pasillo las llamas estaban altas, la cortina comenzó a cercarse rápidamente.

El corazón me latía desbocado contra las costillas, podía escuchar mis latidos pitando en mis oídos. La manilla estaba al rojo vivo. Si la tocaba con mi mamo tendría una quemadura muy considerable.

Piensa, Bella. Vamos, piensa, Bella, me animé mentalmente. Mi nenita me sorprendió al lanzarse contra la puerta. Esta crujió y cayó al suelo con un golpe sordo. Ella me miró bajo sus pestañas de forma tímida.

—No quiero que acabemos como pollo rostizado, mami —graznó con voz ronca.

La animé a entrar de forma apresurada, la cortina estaba seca y se comenzaba a calentar. La habitación está completamente destrozada, todo está en el suelo, roto o rasgado. James había destruido todo lo bueno y hermoso que viví en este lugar.

Nos acercamos a las puertas francesas y, para mi desgracia, éstas también están trabadas.

—No hay salida. —mi nenita sollozó, pero terminó teniendo un ataque de tos—. Ahora sí es definitivo, mami. Quedaremos como pollo rostizado. Nadie nos reconocerá, ni siquiera papi.

—Tu padre te reconocería así estuvieras a cien kilómetros, nena.

— ¿Cómo me reconocería si estoy echa carbón?

—Porque es tu papá. Y nosotros los padres, sabemos cuando se trata de nuestros hijos.

—Si eso fuera verdad, el abuelo te reconocería a ti, mami —comentó con una pequeña sonrisa.

Asentí, con una mueca en vez de una sonrisa.

—Sí, me reconocería, nena.

El calor se hizo más intenso. Los cristales se oscurecieron. Los cristales.

—Nena, busquemos algo con que romper los crista... —no pude terminar, tuve que apretar los dientes al sentir una fuerte contracción. Con esta me llegaron las ganas de pujar.

No, mis bebés, pensé acariciándome el vientre, deben esperar un poco más.

—Mami, la lámpara —indicó mi gatita señalándola.

—Creo que eso servirá.

Mi nenita me alcanzó lo que quedaba de lámpara y yo le tendí el botiquín de primeros auxilios.

Espero que esto funcione.

Me acerqué.

—Elizabeth, cúbrete los ojos.

—Mami, hay sangre en tus piernas.

—Cúbrete los ojos, Elizabeth. —repetí.

— ¿Estás herida? ¿Te hizo daño y no me di cuenta? Mami, perdóname. No te defendí —sollozó.

—No te preocupes, nena, no me hizo daño —la tranquilicé.

Más de lo que nos hizo.

—Entonces... ¿por qué la sangre? Hay demasiada.

—Son las pastillas y tus hermanos que ya quieren nacer. Elizabeth, seguiremos hablando, pero afuera, nena.

Me volví y, con toda la fuerza que tenía en este momento, golpeé el vidrio con la lámpara. Se escuchó un gran estruendo y el vidrio se volvió añicos. Una ráfaga de aire entró, dejándonos tomar un poco de aire puro, pero al mismo tiempo se desató el infierno. Las llamas crecieron y todo se consumió mucho más rápido. Un trozo de madera cayó muy cerca de mi hija lanzando chispas por los aires y cayendo encima de ambas.

—Quema, mami, quema —se quejó mi nena sollozando.

Me acerqué y rápidamente le quité la zapatilla que comenzaban a quemarse.

Tomé a mi niña por su bracito bueno y nos saqué de la cabaña. Nos dirigí al bosque.

—No. —mi nena retrocedió—. Es de noche y está oscuro. Me da miedo.

—Nena, no podemos ir por la carretera, no sabemos si James logró salir. Y además... —jadeé por la contracción—. Tus hermanos quieren nacer ahora y tú tendrás que ayudarme.

— ¿Yo? —preguntó escéptica.

—Sí. —tomé aire—. Por favor, cariño, ya no aguanto.

—Bien —aceptó dudosa—. Pero no sé nada, tendrás que decirme.

—Por supuesto, bebé. No sueltes el botiquín.

Caminando apoyada a los árboles, un pensamiento cruzo mi mente como un rayo. James no es el padre de Emerson, si lo fuera, el niño tuviera la marca de media luna en su brazo derecho como cualquier Cullen, pero no es así. ¿Quién es el padre de mi sobrino? ¿Cuál de los otros dos desgraciados es?

—Mami. —la voz de mi niña se escuchaba ronca.

— ¿Sí, princesa?

— ¿De verdad James es primo de papi? —me preguntó aun confundida.

—Así parece —le respondí con sinceridad, tosiendo un poco al final.

—Yo no sería capaz de hacerle daño a Jasslye, y sé que Tony tampoco a Emerson. ¿Por qué lo hizo?

—No lo sé, James no está bien de la cabeza, nena.

—Mami, Emer…

—No digas nada, princesa. No ahora.

—Está bien.

Los árboles comenzaron a escasear y a pocos metros encontramos un claro.

Eso era algo bueno, ya no podía ser caminando. Sentía la cabecita de mi bebé allí justo en mi entrada. Si cerraba las piernas, podría hacerle daño.

Bum. Se escuchó una fuerte explosión que me desorientó por un momento. Me acerqué al árbol más cercano y me senté.

—Bien, corazón... —comencé subiendo mi vestido—. Siento a tu hermanito allí, está que nace, bebé. Debes ayudarlo. Todo lo que puedas.

—Vale. —su pequeña manito temblaba.

—Abre el botiquín, nena. —no lo pude seguir evitando, así que pujé.

—Ok. —lo abrió lo rápido que pudo—. Mami, tengo miedo. —mi nenita hipeó limpiando las lágrimas de sus mejillas con el dorso de su mano derecha.

Apreté mis dientes al sentir una contracción. El dolor era insoportable, mucho más fuerte de lo que recordaba.

— ¿Duele mucho, mami? —me preguntó mi nena acariciando mi vientre.

Asentí inspirando aire por la nariz.

—Nunca tendré un bebé, mami. Nunca. Ya no quiero —juró con voz seria.

—Nena, es solo un poquito de dolor, luego cuando él está afuera pasa. Escuchar su llanto por primera vez, ver su rostro. Es algo tan maravilloso, tan hermoso e indescriptible. Yo quiero que me prometas que me darás un nieto, a su tiempo, pero me lo darás. No quiero que esto te traume, porque si es así, James ganó, nena.

Me hizo un lindo y tierno puchero.

—No te miento, duele, amor.

—Es que hay tanta sangre —se quejó estremeciéndose.

—Lo sé, pero no es siempre así. Ahora lo hay es… por las pastillas, nena. Cuando tú y tu hermano nacieron no lo hubo.

— ¿Así que cuando yo tenga un bebé no la habrá? —me preguntó ladeando la cabeza.

Apreté los dientes y tomé aire al sentir la contracción.

—Lo habrá, pero poca —le respondí luego de unos segundos.

—Está bien. —suspiró de forma resignada—. Te lo prometo. Tendré dos bebés. —me regaló una pequeña sonrisa—. Solo dos bebés. —repitió ahora con expresión seria—. Y… no me pidas más.

—Con eso me conformo, princesa… —me llegó una fuerte contracción y pujé con todas mis fuerzas.

Sentí como una parte —pienso que la cabeza—, de mi pequeño bebé salió de mí.

—Mami —susurró con ansiedad en la voz.

Inhalé aire por la nariz.

— ¿Q-qué? —tartamudeé pasándome el dorso de la mano derecha para eliminar el sudor de mi frente.

La observé tragar saliva.

—Hay… hay algo enrollado en su cuello.

Mi respiración se volvió rápida y superficial. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta. Esto no podía estar pasando. No mi precioso bebé.

Llegó otra contracción y con ella las ganas de seguir pujando, pero puse toda mi fuerza de voluntad para evitarlo.

—Nena, debes quitárselo.

— ¿Qué? —exclamó con expresión horrorizada.

—Si no lo haces, el bebé de ahorcará.

—No —sollozó—. Eso no, mami. No quiero que mi hermanito muera.

—Debes quitárselo —le ordené con ansiedad.

—Está bien. —haciendo una mueca de asco sentí sus pequeños dedos en mi entrepierna. Frunció el ceño con concentración—. No tendré bebés, no tendré bebés, no tendré bebés. —repitió como mantra.

—Lo prometiste —le recordé suavemente.

Hizo una mueca muy graciosa. Sentí la pequeña mano de mi hija en mi entrepierna vacilante. El sudor corría por mi frente, así que levanté mi mano temblorosa y lo eliminé. Mi nenita fruncía el ceño con concentración.

—Listo —exclamó triunfante segundos después, me miró a los ojos y sonrió abiertamente.

— ¿Estás segura? —le pregunté preocupada. Mi voz salió jadeante y ronca.

—Sip, solo tenía una vuelta y ya se la quité.

Asentí con un leve movimiento, justo en ese momento me llegó otra contracción y no dudé en pujar. Confiaba en mi hija, y sé que ella no permitiría que a su hermano le ocurriera nada.

El dolor era tan intenso, por lo que apreté mis dientes para no gritar y delatar nuestra posición en dado caso de que James nos estuviera buscando. Mis fuerzas iban menguando. Estaba cansada, muy cansada. Me provocaba cerrar los ojos y dormir. Dormir por mucho tiempo. Solo mi fuerza de voluntad me mantenía a flote. No podía dejarme caer en la inconsciencia, mis bebés aún seguían dentro de mí y no podía dejar a mi gatita a merced de James.

Tomé una respiración profunda y, en cuanto sentí la contracción, pujé, pujé fuerte con las energías que me quedaban de reserva.

Sentí cómo mi bebe salía de mi.

No sé cómo lo hizo mi nenita, pero sostuvo a su hermano solo con su bracito bueno sin dejarlo caer al suelo.

—Apóyalo en mi vientre, nena. Debes limpiarle con un poco de gasa el rostro y la boca.

—Bien.

Mis manos la ayudaron a dejarlo sobre mi cuerpo, mientras buscaba lo que necesitaba y hacía lo que le indiqué.

El bebé comenzó a llorar, primero suave, apenas perceptible, pero con el paso de los segundos se escuchaba fuerte, saludable. Supe de inmediato que mi niño estaría bien. Pero teníamos que hacer que dejara de llorar.

Muah, Muah, Muah, Muah.

—Nena, trata de calmarlo —le indiqué con voz pastosa.

—Eso intento, pero no puedo, mami.

Escuché un ruido seguido de un fuerte jadeo, lo que ocasionó que mi corazón latiera violentamente contra mis costillas, y mi rápida respiración se enganchara en mi garganta.

Mi nenita perdió todo el color de su rostro y comenzó a temblar, apretando el cuerpecito de su hermano contra su torso. Me volví buscando el sonido, esperando encontrarme con James y su sonrisa sádica de victoria en el rostro por habernos encontrado justo en el momento en que nacía mi precioso bebé.

Mis ojos se toparon, anclándose de inmediato en esas bellas orbes esmeraldas que tanto amaba.

Edward, mi Edward estaba aquí. Él nos había encontrado.

Solté un ruido suspiro de alivio al verlo de rodillas justo en el comienzo del claro, mirándonos con miedo, adoración y amor. El arma que traía en su mano derecha sin más cayó en el suelo con un suave golpe, como si su cuerpo hubiera perdido la fuerza.

— ¡Papi! —chilló nuestra hija con emoción en la voz.

Eso fue lo que lo hizo reaccionar. Se levantó con rapidez y en unas cuentas zancadas había recorrido la distancia que nos separaba. Se acuclilló al lado de su princesa.

El bebé continuaba llorando en los brazos de nuestra gatita, pero no tanto como al principio. Era como si él sintiera la presencia de Edward. Como si supiera que estando su padre presente estaríamos a salvo.

Edward miraba fijamente a nuestro pequeño bebé. Sus manos temblaban y a la vez estaban como anhelantes de tocarlo y asegurarse de que estuviera bien.

Volteó a verme. Su rostro era un mar de emociones.

—Aún no era tiempo —exclamó casi sin voz.

—Lo sé —confirmé en un suspiro.

— ¿No es lindo, papi? —le dijo nuestra hija haciendo que desviara su atención de nuevo a ella.

—Sí, nena. Es hermoso —declaró sonriendo levemente y posando su gran mano con delicadeza sobre la cabecita de nuestro bebé.

Mi nenita sin querer, y fue un acto reflejo, movió su brazo lastimado.

Ella soltó un grito desgarrador.

— ¿Qué? ¿Qué ocurre? —le preguntó Edward frenético, pasando sus manos en cada parte de la piel de nuestra hija. Ella no respondió. Sus hermosas facciones se distorsionaban a causa del dolor tan intenso que estaba sintiendo.

—Tiene el brazo izquierdo fracturado, Edward —le informé con voz llorosa.

Me miró fijamente solo unos segundos y asintió levemente con el cuerpo tenso.

—Fue James, ¿no es cierto? —nos preguntó con un gruñido acariciando las mejillas de nuestra niña, eliminando en el proceso todo rastro de lágrimas. Se inclinó de le beso los cabellos enmarañados.

—Sí —le respondí bajando la mirada—. Lo siento, Edward, perdóname. No pude defenderla. Es mi culpa.

Su cabeza giró tan violentamente hacia mí que debió dolerle el cuello.

— ¿Tu culpa? —exclamó anonadado—. No fue tu culpa, amor. Todo es culpa mía. Yo soy el único culpable de todo —habló en voz baja con ira contenida.

Sus manos acariciaron mis mejillas con suavidad. Apreté mis dientes al sentir una contracción.

Se inclinó y dejó un tierno beso en mi frente.

—Aún no hemos acabado aquí. Nos falta nuestra princesa, cielo —susurró sobre mi piel.

Asentí con una pequeña sonrisa.

Se volvió hacia nuestros hijos.

—Edward —lo llamé.

—Dime, amor —apartó un par de mechones de mi rostro.

— ¿Y Tony? —le pregunté titubeante.

Sonrió abiertamente.

—Él está bien, amor. No te preocupes.

— ¿Seguro?

—Completamente. Está en casa de Emmett con tus hermanas y tu Bubú —contestó con una sonrisa.

Se acercó a nuestra hija y con suavidad la trasladó en sus brazos desde el medio de mis piernas hasta al lado de mi cabeza.

Se quitó la chaqueta y envolvió al bebé sin darme tiempo de poder observarlo. Apreté los dientes al sentir otra fuerte contracción.

Observé cómo tomaba un par de vendas del botiquín, colocó al bebé en los brazos de su hermana, ubicó su brazo sano debajo de la parte superior del cuerpecito de nuestro bebé, sosteniendo firmemente su pequeña cabecita. Movió con suavidad el bracito lastimando de nuestra nenita, pero aun así, ella soltó un grito silencioso.

El dolor tan intenso que se reflejaba en su angelical rostro me hizo sentir como la peor madre del mundo por no haber podido defenderla.

Gatita, princesa, si quieres gritar, hazlo —expresó Edward con ansiedad en la voz.

Nuestra gatita trabó su mandíbula en la manga de la camisa de su padre y negó con la cabeza, su respiración era rápida y superficial. No podría decir si estaba mordiendo o no su piel, lo cierto es que Edward no soltó ninguna queja.

Gatita, bebé —murmuré llamando su atención, luego de haber tomado una respiración profunda al sentir otra fuerte contracción—. Dile a papá qué nombre escogiste para los bebés.

Ella apretó la mandíbula y negó con la cabeza.

—Anda, princesa, dime el nombre de tu hermanito —rogó Edward acariciando sus enredados rizos.

La vi tomar una respiración profunda, en el mismo momento que yo apretaba mis dientes al sentir otra contracción.

Ella fue soltando poco a poco sus dientes de la camisa de su padre.

—E… —tartamudeó—. Eider… Anthony —le respondió con voz temblorosa—. ¿No te molesta, papi?

—Claro que no, princesa. Me encanta. Es perfecto. —la tranquilizó Edward terminando de vendar los brazos de nuestra gatita al cuerpecito de Eider. Le besó ambas mejillas y una de sus sienes. Besó la cabecita de nuestro bebé, y le regaló una pequeña sonrisa. Luego su rostro se volvió serio y con rapidez se ubicó en medio de mis piernas. A pesar que lo intentó, pude detectar en sus facciones una expresión de terror—. Amor, en la próxima contracción, puja —me indicó con una pequeña sonrisa, pero en sus orbes esmeraldas reinaba el miedo, la incertidumbre.

Llegó la contracción y pujé con fuerza.

Había pujado unas cinco veces más, pero ya no sentía mi cuerpo, mis extremidades las sentía pesadas, la vista un poco borrosa y los párpados comenzaban a cerrarse.

—Ya no puedo más, Edward —susurré sin fuerzas.

— ¿Qué? No, amor, no te rindas. Dame a la bebé, sí, por favor. Dame a nuestra hija —apremió desesperado—. Isabella Marie Swan, te prohíbo que te rindas. Piensa en nuestros hijos. Piensa en mí.

Mis hijos, ¿qué sería de ellos si yo llegase a faltar? Sabía perfectamente que Edward estaría allí para ellos, pero aun así el corazón me dolía de solo pensar no volver a ver los bellos ojos de mis hijos. De mi Edward.

Con una determinación que me llegó de repente pujé, sacando fuerzas de donde ya no tenía.

—Veo su cabeza, le falta poco, amor, sigue así, vamos. Elizabeth, recuérdale a mami cómo llamaremos a tu hermanita.

Nuestra gatita tragó un sollozo.

— ¿Lo recuerdas, mami? —me preguntó con ansiedad en la voz.

Asentí con lentitud.

Mi pequeña princesa. Mi pequeña niña. No debería estar viviendo esto tan horrible.

—Díselo a papi, él aún no lo sabe —le indiqué en voz baja, luchando contra la pesadez de mis brazos logré acariciar su humedad mejilla.

—Eileen… Eileen Marie.

—Bien, amor… una más y tendremos a Eileen con nosotros —me animó Edward.

Pujé fuerte hasta que sentí cómo mi bebita abandonaba mi cuerpo. Observé a Edward trabajar frenético sobre ella, pero no lograba entender qué le hacía. Mi lento corazón se aceleró por el susto al no escuchar el llanto de mi bebita.

No, pensé con terror. Por favor, no. Que ella esté bien.

—Edward… —mi voz salió en un susurro tembloroso.

Muah, Muah, Muah, Muah.

Suspiré de alivio al escuchar el fuerte llanto de mi segunda princesa.

Edward se rio. Una risa alegre y aliviada. Me miró con sus esmeraldas vibrantes de felicidad haciéndome saber que ella se encontraba bien. La dejó sobre mi vientre. Tomó unas cosas del botiquín y cortó el cordón umbilical.

Se quitó su camisa, quedando solo con una guardacamisa del mismo color que la prenda con la que envolvía a nuestra bebé. Al terminar la dejó en mi pecho.

Mis débiles manos no tardaron en rodear su pequeño y frágil cuerpo.

Trabé mi vista en mi pequeña princesa, ella estaba cubierta de sangre. Mucha sangre en realidad. Solo su pequeño y perfilado rostro estaba limpio gracias a su padre. Su cabecita estaba cubierta por una espesa capa de rizos ensangrentados y enmarañados, por lo que no podía diferenciar el color. Sus ojitos estaban cerrados mientras que lloraba a todo pulmón acompañando a su hermano.

Podía sentir a Edward mover sus manos en mi entrepierna, haciendo no sé qué. Luego se levantó y colocó a nuestra gatita de pie, para luego girarse hacia mí.

—No la dejes caer —demandó antes de tomarme en sus fuertes brazos.

Apreté mis débiles manos entorno a nuestra pequeña hija.

—Elizabeth, sígueme —indicó a nuestra gatita antes de comenzar a caminar a pasos apresurados—. Amor, trata de descansar un poco —me susurró en mí oído al yo apoyar mi cabeza en su pecho.

Mis labios apenas y se estiraron en una pequeña sonrisa.

Me sentía muy agotada. Traté de descansar manteniendo la inconciencia a raya. No podía dejar caer a mi pequeña bebita. Su calorcito se sentía tan bien, tan cálido, tan confortable. La apreté contra mi pecho.

—Elizabeth —murmuró Edward de pronto aminorando el paso—, ¿todo bien? —le preguntó deteniéndose.

—Sí, papi.

—Ya falta poco, amor —la animó volviendo a emprender camino.

—Ok, papi.

— ¿El bebé respira? —contuve el aliento al escuchar la repentina pregunta de Edward.

—Sí, papi.

Solté el aire que había retenido.

— ¿Bella? —ahora su pregunta iba dirigida a mí.

No contesté de inmediato. Dejé que mis sentidos se agudizaran, pude sentir la lenta respiración de nuestra segunda princesa.

—Sí, Edward.

Lo escuché respirar aliviado.

—Papi. —Elizabeth llamo su atención.

— ¿Si nena? —le preguntó volviendo a reducir el paso.

—Si yo estuviera reducida a carbón, ¿me reconocerías? —le preguntó a su padre como si fuera la cosa más importante del mundo.

El cuerpo de Edward se tensó, como mi oído iba pegado a su pecho pude escuchar cómo su respiración se entrecorto.

—Solo respóndele —le susurré con voz pastosa.

—Sí, nena, te reconocería. —su voz vaciló.

—Me alegro, yo también a ti, aunque no seas mi hijo, pero eres mi papi.

A pesar de lo que acabábamos de pasar, solté una pequeña carcajada a la que Edward no pude evitar imitar.

—Mi papi. —repitió—. Solo mío, de mi mami y de mis hermanos.

—Soy solo de ustedes, nena —le confirmó Edward mirándome con amor—. Ustedes son mis chicas. Te amo —susurró lo último sobre mis labios. Me dio un tierno beso.

—Yo también te amo —exclamé recargando mi cabeza de nuevo en su pecho.

Caminamos un par de minutos más. La verdad no veía muy bien hacia donde nos dirigíamos.

Me sentía muy cansada. Mis ojos se cerraban por sí solos, haciéndome imposible saber la dirección que Edward estaba tomando. Hubo movimiento delante de nosotros. El ruido hizo que me espabilara.

Le rogaba a Dios que no fuera James.

—Black —murmuró Edward deteniendo su avance.

Alcé mi cabeza como si tuviera un resorte.

Pude apreciar en la oscuridad una silueta de un hombre que se nos acercaba. Todo estaba muy oscuro, apenas iluminado con los rayos de luz de luna y el reflejo de las llamas a unos cuentos metros.

—Cullen. —la voz de Jacob Black se escuchaba mas cerca—. ¡¿Las haz encontrado?!

— ¡Sí! ¿Podrías ayudar a Elizabeth?

—Por supuesto. —la voz frente a mí me sobresaltó.

Levanté mi cabeza del pecho de Edward para ver a Jacob Black de pie frente a nosotros mirándome con expresión aliviada.

—Te ves fatal —comentó recorriendo mi cuerpo con la mirada.

—No estuve en un Spa precisamente —contraataque de forma mordaz.

Él sonrió abiertamente.

—A que James no le gustó tu afilada lengua, mujer —replicó soltando una pequeña carcajada.

— ¿Qué haces aquí? —le pregunté molesta.

Aún no olvidaba sus intentos de enamorarme. Su expresión se tornó seria en cuestión de segundos.

—Buscarte. Charlie también está aquí. ¿Qué pensabas, que nos quedaríamos de brazos cruzados, esperando recibir tu cuerpo sin vida y el de Elizabeth? Yo no permito que nadie dañe a mi familia.

—Charlie y Jacob nos ayudaron a buscarlas —me informó Edward besando mi frente, tratando de tranquilizarme.

Respiré profundo unas tres veces. Fruncí el ceño al darme cuenta de algo.

— ¿Familia? —pregunté confundida.

—Olvida lo que dije —exclamó rodeándonos.

Edward dio media vuelta, así podía observar a Jacob acercarse a mi hija. Mi nenita dio un paso atrás.

—No pasa nada, nena. No te haré daño.

—Tú no me caes bien —le dijo mi gatita mirando a su padre.

—Elizabeth, deja que Black te ayude.

Mi nenita hizo un mohín.

—Ven con tío Jake, princesa —dijo cargando a mi gatita—. Qué desgraciado, mira cómo te ha dejado. Espero que tú y Bella le hayan dado una buena paliza antes de morir. Eh, eres una Cullen Swan, lo hiciste sufrir, ¿verdad?

—Sí —contestó mi gatita con un deje de renuencia en la voz—. Mami lo hizo sufrir.

Jacob sonrió abiertamente.

—No se esperaba menos, es una Swan —dijo Jacob con orgullo en la voz.

—Sigues cayéndome mal, a pesar de que te deje llevarme —le recordó mi gatita.

La risa de Edward retumbó en mi oído. Dio media vuelta y se encaminó de nuevo.

—El helicóptero está esperando —informó Jacob en el momento que escuché el inconfundible sonido de hélices.

Edward dejó atrás los árboles, saliendo en un lateral de donde se ubicaba la cabaña, la cual las llamas habían consumido. Charlie y mi suegro esperaban expectantes; en cuando nos vieron Charlie se apresuró a nuestro encuentro.

— ¿Están bien? —su voz salió jadeante.

Edward dudó.

—Estoy bien. —lo tranquilicé—. Estamos bien.

—Hay que llevarlos de inmediato a un hospital —habló Edward ignorándome.

Charlie se volvió con rapidez.

—Nos vemos. Edward y Jacob irán con Bella y los niños en el helicóptero, nosotros nos vamos en las camionetas.

Todo el mundo hasta los hombres de la familia Cullen se pusieron en movimiento. Don Carlisle se nos acercó cuando Edward se dirigía al helicóptero.

—Tu tía la está esperando en el Northwestern Memorial Hospital. Tu madre también está allí.

— ¿La abuela está bien? —preguntó mi gatita con voz llorosa.

Don Carlisle se volvió hacia ella. Lo vi acariciarle la mejilla y los cabellos.

—Tu abuela está bien. Te está esperando. Quiere llevarte a pasear cuando se recupere, si tus padres no tienen ningún inconveniente —dijo lo ultimo mirando a Edward.

—Ahora no hablaremos de eso. La prioridad es llevar a Bella y a los niños a un centro médico. —exclamó Edward de forma brusca subiéndose al helicóptero conmigo en sus brazos sin necesitar ayuda de nadie. Aunque Garrett y Sam estaba allí por si lo necesitaba.

Jacob con un pequeño salto estuvo al lado de nosotros.

—Descansa —me alentó Edward cuando las hélices cobraron intensidad.

No pensaba hacerlo. De verdad aún no me sentía en confianza de tratar de descansar dejando a mis hijos sin mi protección. Pasaría un largo tiempo para que yo pueda volver a dormir tranquila.

Lo intenté, pero el cansancio y la pérdida de sangre me ganaron.

La oscuridad me envolvió.

 

 

 

 


Mil disculpas por no actualizar, pero varias situaciones en mi vida privada me obligaron a dejar la escritura por un tiempo, pero aquí estoy de regreso y espero que no suceda nada que me impida escribir.

Les aviso que a la historia no le queda mucho, esta por terminar. Máximo unos cinco o seis capis, a parte del Epilogo.

Les dejo un adelantico del siguiente capi que esta en proceso.

— ¿Estas bien? —me pregunto la señora sacándome de mis pensamientos, su mano izquierda comenzó a acariciar tiernamente mi cabello.

—Sí. —le respondí retorciendo los dedos de mi mano derecha con la sabana que me cubría y alejándome de su toque.

— ¿Sabes algo de tú mamá? —me pregunto sonriendo ignorando el hecho de que no quería que me tocara, me tomo la mano derecha.

— ¿Quién eres tú? —le pregunte mirándola fijamente—. Te me haces conocida, pero no recuerdo de dónde.

Nos leemos pronto.

Capítulo 33: El secuestro de Tony, Bella y Lizzy Capítulo 35: Regreso del pasado

 


Capítulos

Capitulo 1: El comienzo de esta historia de amor: Capitulo 2: Cumpleaños de Bella: Capitulo 3: La separación: Capitulo 4: Forks: Capitulo 5: Sospecha de embarazo: Capitulo 6: El primer movimiento de los bebés: Capitulo 7: La reacción de Charlie y Angustia por Edward: Capitulo 8: La visita de Don Carlisle Cullen: Capitulo 9: Por fin noticias de Edward: Capitulo 10: Día de las madres: Capitulo 11: El parto de Bella: Capitulo 12: Elizabeth Marie y Ethan Anthony Cullen Swan: Capitulo 13: Bautizo de los bebés y El viaje a Bostón: Capitulo 14: El prrimer cumpleaños de los bebés y La aparición de Jacob: Capitulo 15: Paseo con Ethan y Elizabeth: Capitulo 16: El embarazo de Rosalie: Capitulo 17: Altercado con Charlie y El parto de Rosalie: Capitulo 18: Desde el inicio de la relación hasta el encuentro con Elizabeth: Capitulo 19: Una visita inesperada: Capitulo 20: Búsqueda de Bella: Capitulo 21: Jasslye Anthonela ¿Swan? Capitulo 22: Después de diez años vuelvo a verte: Capitulo 23: Es Bella y ¿Son mis hijos? Capitulo 24: Una maravillosa noche Capitulo 25: La cabaña y La visita de Tanya Capitulo 26: Compromiso Capitulo 27: Estoy embarazada Capitulo 28: El gran día Capitulo 29: Luna de miel y Celos Capitulo 30: Enfrentamientos, Risas y Amenazas Capitulo 31: ¿Que es el sexo? Capitulo 32: James Capitulo 33: El secuestro de Tony, Bella y Lizzy Capitulo 34: Parto de Bella Capitulo 35: Regreso del pasado Capitulo 36: Alianza inesperada Capitulo 37: Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte! Capitulo 38: ¡No debieron tocar lo que más amo! Capitulo 39: ¡Enfrentame como honmbre Demetri! Voy a matarte con mis propias manos Capitulo 40: No me dejes, Edward

 


 
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