El amor siempre vence a pesar de todo (+18)

Autor: isakristen
Género: Romance
Fecha Creación: 17/01/2013
Fecha Actualización: 25/08/2022
Finalizado: NO
Votos: 188
Comentarios: 473
Visitas: 363025
Capítulos: 40

Summary: Dos poderosas familias de la mafia enfrentadas desde hace generaciones por dominar la ciudad. Pero serán las hijas Charlie Swan: Rosalie, Alice e Isabella y los hijos de Carlisle Cullen: Emmett, Jasper y Edward quienes decidan que ya era hora de acabar con ese absurdo enfrentamiento Sin ser consciente del horror que se desataría al final, al enfurecer al que creían su mayor aliado.

 

Prologo:

Bella una adolescentes de 14 años, hija menor de Charlie Swan uno de los mafiosos más peligrosos de Chicago. Novia de Edward Cullen un adolescentes de 16 años hijo del mafioso Carlisle Cullen.

Su amor puro e inmenso era amenazado por sus familias, quienes desde hace años tenían una rivalidad por el dominio del poder. Ellos al enterarse de la relación amorosa de los jóvenes deciden separarlos y enviarlos lejos. Sin saber que su amor ya había dado frutos, unas pequeñas personitas que iban protegidas en el vientre de su madre, la cual los unirían para siempre. Dos niños con la marca del sol naciente en el brazo izquierdo de los Swan como la media luna en el brazo derecho de los Cullen.

Diez años después su amor seguía intacto, más grande que antes y ellos estarán listos e dispuestos a luchar por él y por su felicidad, uniendo así ambas familias. Quienes tendrían que unirse y luchar por la misma causa. Dos niños intocables por ambos bando, siendo su talón de Aquiles. Y sus enemigos no dudaran en utilizarlos, matando así dos pájaros de un tiro; rompiendo en el camino el acuerdo llegado desde hace generaciones de no incluir en la rivalidad a las mujeres y a los niños.

  


 "Los personajes más importante de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer pero la trama es mía y no esta permitido publicarla en otro sitio sin mi autorización"

 


 

 Historia registrada por SafeCreative bajo el código 1307055383584. Cualquier distribución, copia o plagio del mismo acarrearía las consecuencias penales y administrativas pertinentes.

 


 

 Traíler de esta historia ya esta en youtube y en mi grupo  en facebook "Entre mafiosos y F.B.I"


Link del grupo de Facebook

https://www.facebook.com/groups/1487438251522534/

 Este es el Link del trailer: 

http://www.youtube.com/watch?v=BdakVtev1eI&feature=youtu.be

 

 


Hola las invito a leer mi Os se llama: Si nos quedara poco tiempo.

http://lunanuevameyer.com/salacullen?id_relato=4201

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Capítulo 29: Luna de miel y Celos

Disclaimer: Esta historia es totalmente mía, solo los personajes pertenecen a S. Meyer.

Capítulo beteado por Manue Peralta, Betas FFAD;

www facebook com / groups / betasffaddiction

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Luna de miel y celos

BPov

 

—Mami, no te vayas —me suplicó mi gatita por milésima vez mientras la acomodaba para dormir.

 

—Amor, solo serán unas días, tres como máximo; y no vas a quedarte sola, Tony y la Bubú estarán contigo y Jordán cuidará de ustedes.

 

—Mami.

 

— ¿Sí, amor?

 

— ¿Puedo dormir en tu cama? —sonreí negando con la cabeza con diversión.

 

—Está bien, amor, vamos.

 

La ayudé a bajarse de su cama.

 

Sus pequeños brazos rodearon lo que pudieron de mi cintura.

 

Como iba con sus ojos cerrados, la guie hasta mi habitación.

 

Al entrar, me encontré con Edward con tan solos unos bóxer azules, en sus manos sostenía su pantalón. Se estaba cambiando el traje de la boda para ir más cómodo en nuestro viaje.

 

Aún no sabía a dónde rayos iba a llevarme.

 

Arqueó una ceja en nuestra dirección.

 

Le sonreí inocente.

 

Asistí a mi princesa a acomodarse en nuestra cama.

 

Se ubicó en el centro de la misma, reposando su cabecita en mi almohada mientras abrazaba la de Edward.

 

— ¿Qué pasó? —inquirió Edward abrazándome por detrás, descansó su quijada en mi hombro.

 

—No quiere que nos vayamos —le informé colocando mis manos sobre las suyas, las cuales acariciaban mi vientre—. Le prometí que volveríamos en tres días como máximo.

 

—Está bien —acordó enterrando su rostro en la base de mi cuello—, me conformo con eso. Tres días solo para mí.

 

—Solo para ti, no —repuse—. La mitad de tus hijos están dentro de mí, lo que significa que me tendrás que compartir con ellos.

 

—Si hubiera una manera de dejarlos, lo haría, te quiero solo para mí. —soltó unas risitas sobre la piel de mi cuello logrando que me estremeciera.

 

—Espérame, voy a dejarle mi abultado vientre a mi Bubú —dije con burla antes de soltar unas risitas.

 

—Nunca podría quejarme de compartirte con nuestros hijos, son parte de mí, así que siempre estás conmigo. —me besó en el cuello—. Voy a terminar de vestirme.

 

Se alejó de mí, después de dejar una suave palmada en el trasero.

 

—Oye. —me quejé volteando a verlo.

 

— ¿Qué? —pregunto con diversión.

 

—Voy a darle unas instrucciones a mi Bubú —le informé saliendo de la habitación con una enorme sonrisa en los labios.

 

Me la pagaría en nuestra luna de miel.

 

Pasé de nuevo por la habitación de Tony, cerciorándome de que continuara dormido. Luego me encaminé el recibidor.

 

Sabía que mi Bubú se encontraría en este.

 

Ella había accedido a quedarse con mis niños mientras Edward y yo estuviéramos fuera, Alice y Rose no estaban en condiciones, y mis niños están más que encantados de pasar un tiempo con su Bubú, la extrañaban demasiado.

 

Bajé al recibidor a pasos lentos, pero seguros.

 

Encontré a mi Bubú leyendo un libro muy cómodamente en mi sofá de tres cuerpos.

 

—Bubú —la llamé caminando hacia ella.

 

—Ya sé lo que dirás, yo misma las he dicho hacía mucho tiempo. Los cuidaré muy bien, tú solo ve y disfruta a donde quiera que vayas.

 

Sonreí negando con la cabeza.

 

—Lizzy está en mi habitación, de seguro querrá dormir todas las noches allí.

 

—Está bien, mi Nina —murmuró abrazándome—, estoy muy feliz por ustedes. Se merecen ser felices.

 

—Gracias, Bubú. —le correspondí el abrazo.

 

—Listo, nos vamos —exclamó Edward terminando de bajar las escaleras con una enorme sonrisa en los labios—. Doña Marie… —comenzó Edward, pero mi Bubú lo interrumpió.

 

—Ya lo sé, Edward, ve y disfruta de mi nieta. A partir de ahora, ya no la tendrás solo para ti. Dentro de pocos meses solo la verás por rato.

 

Edward sonrió.

 

—Gracias, Doña Marie. Queda como en su casa.

 

Edward me colocó la palma de su mano en mi espalda baja y me dio un pequeño empujón.

 

—Te quiero, Bubú —expresé volviendo a abrazarla.

 

—Yo también, mi Nina. Ve —indicó sonriendo abiertamente.

 

Edward abrió la puerta de la mansión.

 

Me estremecí al salir al frío de la noche, el brazo izquierdo de Edward pasó por mis hombros antes de atraerme hacia su pecho, protegiéndome de la temperatura.

 

Había tres camionetas esperándonos ya encendidas, pero solo la del medio permanecía con la puerta trasera abierta.

 

—Jordán —llamó Edward buscándolo con la mirada.

 

—Señor Cullen. —Jordán se detuvo delante de nosotros.

 

—Todas las órdenes de Doña Marie deben ser acatadas —aseveró con voz imponente.

 

—Sí, señor, avisaré a todos. —inclinó la cabeza.

 

—Garrett —llamó Edward esta vez.

 

El aludido se acercó a nosotros.

 

— ¿Le diste todos los teléfonos a Jordán donde puedan contactarnos? —interrogó Edward acariciando mis brazos.

 

—Sí, señor, todo está organizado.

 

—Bien, nos vamos. Jordán.

 

Este detuvo su avance hacia la mansión.

 

—Lo que le pase a mis hijos, a ti te pasará diez veces peor.

 

—Entendido, señor.

 

—Nos fuimos —exclamó Edward alzando un poco la voz mientras me hacía caminar hacia la camioneta.

 

Todos los hombres se pusieron en movimiento.

 

Edward me ayudó a subir a la camioneta, haciendo lo mismo él después de mí.

 

La camioneta cobró vida de inmediato.

 

Miré hacia la mansión, pude ver a mi nenita mirarnos desde la ventana de mi habitación.

 

Dije adiós con la mano, a pesar de saber que ella no podía verme.

 

—Ellos estarán bien —me tranquilizó Edward atrayéndome hacia su pecho.

 

—Eso espero —susurré acurrucándome en su pecho—. ¿A dónde vamos?

 

—Es una sorpresa —respondió en mi oído haciéndome estremecerme.

 

—Por favor —supliqué haciendo un puchero luego de haberle dado un casto beso—. Dime, por favor. ¿A dónde vamos?

 

— ¿Por qué será que nunca puedo negarte absolutamente nada? —renegó con una sonrisa—. Vamos a Nuevo Vallarta, México.

 

Mi boca se abrió.

 

— ¿En serio? —pregunté con una sonrisa.

 

Me besó castamente.

 

—Sí, señora Cullen.

 

—Edward, es lejos. Nunca he dejado solos a los niños y… es demasiado. Saldremos del territorio de los Estados Uni… —me interrumpió con un beso.

 

—Shhh todo estará bien, ellos estarán bien, te lo juro.

 

—Edward… —me frenó con un beso profundo que me dejo aturdida.

 

¿De qué estábamos hablando?

 

—Estaremos a menos de seis horas, amor, no te preocupes —aseguró besando el tope de mi cabeza.

 

Asentí un poco aprehensiva.

 

Recosté mi cabeza en su hombro. Solo descansaría la vista cinco minutos, a pesar de sentir mi cuerpo demasiado cansado. Pasamos la noche en vela, no pude dormir junto con mi Edward, ya que las locas de mis hermanas lo estipularon así. Y últimamente solo dormía bien si lo hacía sobre su pecho. La mañana fue ajetreada con los estilistas, quienes me dejaron impresionante para mi boda. La estresada tarde al recibir la vista de Charlie. La recepción de la fiesta, aunque fue pequeña, los niños y Edward hicieron que la pasara en grande.

 

Estaba haciendo mucho frío. El vello de mis piernas lo sentía erizado. Eso y el movimiento fue lo que me despertó.

 

Abrí mis ojos un poco desorientada y me encontré en los brazos de Edward, mientras él caminaba hacia las escalerillas del Jet.

 

—Edward, tengo frío —musité con voz ronca acurrucándome contra su pecho, inspirando profundo para oler la suave fragancia que había dejado su piel en su chaqueta.

 

—Ya casi llegamos, allí estarás más calientita. De eso me encargo yo —comentó en mi oído haciéndome estremecer de anhelo.

 

—Listo para despegar, señor Cullen.

 

Dirigí mi vista hacia el hombre que acaba de hablar.

 

Un señor de unos cincuenta y tanto, de tez morena, cabello corto y complexión gruesa, desde esta distancia, por la poca iluminación no pude fijarme el color de sus ojos.

 

—Señor Thomas, le presento a mi esposa, Isabella Cullen.

 

—Es un gusto conocerla, señora Cullen. Dick Thomas a su servicio. —se presentó quitándose el gorro e inclinando la cabeza en forma de saludo.

 

Mis mejillas se tiñeron de un rojo intenso.

 

Me dio mucha vergüenza que me viera en los brazos de Edward, cubierta por su chaqueta mientras que mis piernas iban descubiertas.

 

El vestido que cargaba me llegaba cuatro dedos por encima de las rodillas. Ajustado en mis senos, mientras que la falda era holgada.

 

Solo pude regalarle una pequeña sonrisa, ya que Edward continuó su avance y comenzó a subir por las escalerillas.

 

Volví a recostar mi cabeza en su pecho.

 

—Señores Cullen, soy Lorraine Wall y seré su azafata. —se anunció una chica de no más de treinta años, tez blanca; por los mechones que salían de su moño, pude entrever que era rubia. Sus ojos eran de un azul cielo, muy hermoso.

 

—Lorraine —el murmullo de Edward retumbó en mi oído—, ¿podrías traer una manta para mi esposa?

 

—Por supuesto, señor Cullen.

 

Levanté mi vista para apreciar el jet por dentro, era muy espacioso y de tonos cálidos. Ya había estado en él en una ocasión, pero recuerdo perfectamente que, como ahora, tenía mucho sueño.

 

Edward caminó por el largo pasillo.

 

Se inclinó para dejarme cómodamente en un sofá, besando mi frente antes de apartarse.

 

—Iré a verificar que todo marche perfectamente. Asentí con la cabeza acurrucándome en el sofá. Abrí mis ojos segundos después, al sentir una manta cubrir mi cuerpo. Edward me regaló mi sonrisa torcida favorita.

 

—Gracias —farfullé cerrando mis ojos.

 

Sentí sus labios sobre mis cabellos.

 

—Te amo. —escuché su murmullo en un eco muy lejano. En pocos minutos, caí profundamente dormida.

.

 

Me desperté, no sabía si minutos u horas después, ya no estaba tan cansada como antes. Su aroma se coló por mis fosas nasales y otra esencia, olía a mar.

 

—Edward —susurré desperezándome.

 

Sus brazos se ciñeron más fuerte entorno a mi cuerpo, allí me di cuenta que iba en sus brazos.

 

Abrí mis ojos y me topé con esos bellos orbes esmeralda que tanto amaba, y que en estos momentos, me miraban tan intensamente.

 

—Bienvenida al Resort de Riviera Nayarit, amor —expresó antes de darme un casto beso.

 

Separé mi vista de él a regañadientes y colisioné con una hermosa imagen, un hermoso amanecer, el mar se encontraba a menos de diez metros de distancia. El agua se veía cristalina de un hermoso color azul.

 

Edward se dio la vuelta y miró hacia abajo, buscó mi mirada hasta que nuestros ojos se encontraron, sólo después avanzó hasta cruzar el umbral conmigo entre sus brazos.

 

La habitación era grande y blanca, la pared más lejana era casi toda de cristal. Afuera, el sol apenas iluminaba la arena blanca, y justo unos cuantos metros más allá de la habitación, refulgían las olas. Pero apenas me di cuenta de eso. Estaba más concentrada en la tremenda e inmensa cama blanca que había en el centro de la habitación, sobre la que colgaban nubes vaporosas de un mosquitero.

 

—Nuestra habitación —señaló Edward dejándome sobre mis pies en el suelo.

 

La habitación era cálida.

 

Caminé lentamente hasta que pude llegar y tocar la red espumosa.

 

—Edward, esto es hermoso —manifesté en un hilo de voz, volteando a verlo con los ojos brillantes.

 

Edward me sonreía con mi sonrisa torcida preferida.

 

— ¿Quieres ir a nadar? —preguntó, mostrando las puertas francesas que daban hacia la playa privada.

 

No le respondí, en su lugar me lancé a sus torneados brazos buscando sus labios. En cuanto hicieron contacto con los míos, nos fundimos en un beso voraz.

 

No perdería ni un solo segundo más, solo teníamos tres días para nosotros y los iba a aprovechar al máximo.

 

Mis brazos se enroscaron en su cuello, mis dedos jugueteaban con sus rebeldes cabellos, enredándose en sus mechones.

 

Succioné su labio inferior entre los míos.

 

Sus manos se colaron por dentro de mi vestido y acariciaban mi espalda, mis costados, mi trasero, donde dieron un pequeño apretón; luego me haló haciendo chocar nuestras caderas.

 

Mis caderas tomaron vida propia y comenzaron a moverse contra las suyas, creando una deliciosa fricción.

 

—Fuera ropa —exigí arrancándole su playera.

 

Soltó unas risitas.

 

— ¿Impaciente? —cuestionó mordisqueando mi cuello.

 

—N-No… —le respondí inclinando mi cabeza para darle mejor acceso.

 

Mis manos fueron a parar al cierre de sus vaqueros, del cual me deshice en cuestión de segundos. Soltó unas risitas contra mi ardiente piel, haciéndome estremecer. Rápidamente quedamos completamente desnudos.

 

Me alzó en brazos, cruzó la habitación y me depositó con suavidad en medio de la vaporosa cama.

 

Se recostó a mi lado, antes de fundirnos en un apasionado beso. Nos separamos cuando nos hizo falta el aire.

 

Sus labios y su lengua hacían maravillas sobre la piel de mi cuello, mis sensibles pechos, logrando que casi llegara a mi orgasmo sin tocar esa parte de mi cuerpo que ardía con necesidad. Una necesidad que solo él podía satisfacer.

 

—E-Edward —gemí.

 

Tomé en mis puños la ropa de cama.

 

Sus labios atormentaban mi pezón izquierdo, mientras que sus hábiles dedos hacían lo propio con mi pezón derecho.

 

—Oh Dios… Edward, por favor —imploré viendo cómo se ubicaba en medio de mis piernas y su potente erección se apretaba contra la curva de mi vientre.

 

— ¿Qué deseas? —preguntó con mi pezón en su boca, pude sentir a penas sus dientes en mi sensible carne.

 

—A ti… Edward Cullen, a ti —pedí estremeciéndome de necesidad.

 

Sus labios abandonaron mis endurecidos pezones, bajaron por mi vientre, besó mi cadera, la cara interna de mis muslos…

 

—Edward. —suspiré pasando mis manos por sus rebeldes cabellos.

 

Su gran palma abarcó toda mi entrepierna.

 

—Humm… —ronroneó—. Caliente, húmeda y resbaladiza.

 

Sus dedos acariciaban mi entrepierna, arriba y abajo, arriba y abajo.

 

—Edward —jadeé al sentir su aliento caliente en mi sensible piel, cuando sus dedos fueron reemplazados por sus labios y su húmeda lengua—. Oh, Edward. —cerré mis ojos y suspiré profundo.

 

Me agité cuando pasó su lengua por toda mi intimidad.

 

—Deliciosa —murmuró sobre mi piel sensible causando que vibraciones placenteras se extendieran por todo mi cuerpo.

 

Sus dedos separaron mis húmedos pliegues, dándole más acceso a su lengua. Dio un lengüetazo antes de enroscar su húmeda lengua en mi punto más sensible, haciéndome sobresaltar por la intensidad de las sensaciones.

 

—Edward —jadeé apretando sus rebeldes cabellos en mis puños.

 

—Solo mío. —escuché su regocijo para luego sentir cómo se lo introducía a su boca. Comenzó a succionar mi clítoris y penetrarme con sus largos y ágiles dedos.

 

— ¡Edward! —grité presa de la sensación.

 

Lamió, mordisqueó y chupó todo lo que él quiso, conduciéndome al borde de un viaje sin retorno.

 

Mis caderas se elevaron cuando comenzó a penetrarme con su lengua en vez de con sus dedos. No soportaba ese inmenso placer.

 

—Edward, por favor —supliqué arqueando mis caderas, estaba cerca de llegar a mi orgasmo. La presión en mi bajo vientre se intensificaba cada vez más, sentía a mis paredes vaginales contraerse alrededor de sus dedos—. ¡Edward! —gemí fuerte arqueando mi cuerpo al llegar a mi arrollador orgasmo. El catalizador fueron sus dientes al apretar con suavidad mi pequeño y sensible botón.

 

Mi cuerpo quedó lazo, a la deriva, luego de haber bajado de esa hermosa montaña rusa.

 

—Edward, por favor —rogué con voz ronca luego del mejor orgasmo de mi vida.

 

Con los ojos entrecerrados lo observé separarse de mi entrepierna, repartiendo besos por cada centímetro de mi piel.

 

Besó con adoración mi vientre, el lugar donde nuestros bebes se hallaban calientitos y resguardados.

 

—Los amo. —lo escuché susurrar antes de dejar un último beso.

 

Sus labios subieron y llegaron a mis sensibles pechos, con los cuales se detuvo un buen momento logrando excitarme hasta causarme dolor.

 

— ¿Estás segura? ¿No crees que les haría daño a los bebés?

 

—Estoy segura. No les pasará nada.

 

Me besó con pasión, y de un momento a otro pasé de encontrarme bajo su magnífico cuerpo, a ubicarme encima de él.

 

Lo miré con una ceja alzada.

 

—Tú controla la profundidad —indicó.

 

Sonreí negando con la cabeza.

 

Con mi mano derecha conduje su miembro en mi entrada.

 

Apoyé mis manos en su abdomen y comencé a deslizarme sobre él, poco a poco. La sensación de ser llenaba por él era totalmente increíble. Ya no podía recibirlo completamente dentro de mí con comodidad, pero Edward no me presionó, ni se quejó. Al contrario, la expresión de éxtasis de su rostro demostraba su placer. Mientras yo controlaba la penetración, él me sujetó por las caderas, me movió suave y rítmicamente. Arriba y abajo.

 

—Oh Dios, Bella, te sientes tan bien.

 

—E-Edward —jadeé incrementando la velocidad.

 

Me movía en patrón: arriba y abajo y giraba mis caderas.

 

—Me estas matando —gimoteó retorciéndose.

 

Lo sentí crecer y endurecerse dentro de mí. Siseé al sentir el contacto de las yemas de sus dedos en mi botón de placer. Arqueé mi espalda ofreciendo mis sensibles pechos. Él no dudo en succionar de mis pezones como si su vida dependiera de ello.

 

—E-Edward —clamé estremeciéndome e incrementando a un ritmo frenético mis movimientos.

 

En un par de movimientos más, ambos llegamos juntos al paraíso.

 

— ¡Edward! —grité.

 

— ¡Bella! —gruñó Edward derramándose en mi interior.

 

Caí exhausta sobre su sudoroso pecho, giré mi rostro y repartí un par de besos a este.

 

Había adorado cada momento.

 

Esta había sido mi segunda mejor experiencia maravillosa.

 

Sus brazos rodearon mi cuerpo atrayéndome más hacia él.

 

Nuestras respiraciones eran aceleradas, de mis labios salían pequeños jadeos.

 

Cerré mis ojos y mi oído quedó justo encima del martilleo desenfrenado de los latidos de su corazón.

 

—Eso fue increíble —murmuró; pude entrever en su voz, que sonreía.

 

—Estoy de acuerdo —concordé—. Amor, te superaste.

 

Mi cuerpo sintió las pequeñas vibraciones que causó su risa.

 

—Eres tú la que me sorprende cada día más —rebatió.

 

—Aumentas mi ego —bromeé antes de soltar unas risitas.

 

Sus brazos se apretaron más contra mi cuerpo y me concentré en escuchar los latidos maravillosos de su corazón. No sé en qué momento me abrazaron los brazos de Morfeo.

.

 

Me desperté por el sonido irritante del teléfono móvil de Edward.

 

Sentí removerse a Edward bajo mi cuerpo.

 

— ¿Diga? —contestó con voz pastosa.

 

Me removí y dejé mi rostro escondido en la base de su cuello.

 

—Edward. —oí la voz ansiosa de mi Bubú.

 

De fondo se advertían claramente los alaridos de mi nena.

 

—Doña Marie —respondió Edward sentándose con rapidez, llevándome con él.

 

Separé mi rostro de su cuello y lo miré preocupada.

 

Edward me devolvió la mirada de la misma forma.

 

—Es Elizabeth.

 

Cuando escuché eso, le arrebaté el móvil a Edward.

 

—Bubú, ¿qué sucede?

 

—Ay, ni Nina, no sé qué le ocurre a Lizzy, estaba dormida y se levantó llorando y gritando. Clama por ti.

 

¡Mami!

¡Mi mami!

¡Mami!

 

Se me estrujó el corazón al escuchar los gritos de mi gatita.

 

Nunca la había escuchado gritar con tanto dolor.

 

— ¡Comunícala, por favor! —demandé con voz rota.

 

Hasta ese momento no me había dado cuenta que pequeñas lágrimas rodaban por mis mejillas.

 

—Mami. —escuché el susurro tembloroso de mi princesa, el cual hizo que me sintiera como la peor madre del mundo. Mi bebita y yo estábamos separadas por muchos kilómetros en el momento que ella más me necesitaba.

 

— ¿Sí, mi amor? —traté de que no notara la preocupación en mi voz.

 

—Él viene, mami. Él viene, mami —repitió nerviosa.

 

Me tensé.

 

Los brazos de Edward se apretaron más en torno a mi desnudo cuerpo, atrayéndolo hacia su pecho.

 

— ¿Quién viene princesa? —le pregunté con voz temblorosa.

 

—E… E-El ho…hombre ma…malo, m-mami —articuló.

 

—No hay ningún hombre malo, bebé —la tranquilicé.

 

—Claro que sí —arguyó—. Él viene por nosotras, mami. —al decir eso, se quebró.

 

Sus fuertes y desgarradores sollozos resonaron del otro lado de la línea, así como las palabras tranquilizadoras de mi Bubú.

 

Mi corazón hizo crack.

 

Me levanté como un rayo, ignorando la sensación de placer que sentí al separarme de Edward, ya que aún lo había tenido dentro de mí. Comencé a buscar mi ropa por toda la habitación. En ningún momento paré de decirle palabras tranquilizadoras a mi bebé.

 

Me coloqué un pantalón de chándal color negro, polo azul y zapatillas deportivas. Mi cabello desordenado lo até en una coleta alta.

 

—Princesa, mami ya va para allá, pero… por favor, cálmate.

 

Volteé a ver a Edward y lo encontré al pie de la cama, vestido de la misma manera que yo, ladrando órdenes a través de mi móvil mientras terminaba de cerrar nuestro equipaje.

 

Me agradecí mentalmente no haberlas deshecho horas atrás.

 

Me importaba una mierda la luna de miel, mi prioridad era mi pequeña hija.

 

—Mami.

 

—Bebé, mami va saliendo al aeropuerto —le informé cuando vi a Edward terminar.

 

—No me dejes, mami —me suplicó con voz temblorosa.

 

—No lo haré, mi amor —le prometí.

 

Y cumplí con mi promesa. Le dije palabras tranquilizadoras todo el camino al aeropuerto.

 

—Bebé.

 

— ¿Sí?

 

—Mami debe colgar.

 

— ¡No! —gritó con dolor—. Por favor, mami, no.

 

Me tapé la boca con la mano para acallar mi sollozo.

 

—Solo será un momento, el jet va a despegar y necesito colgar. Cuando me encuentre en el aire te marco, princesa.

 

Las manos de Edward acariciaban mi espalda tiernamente, sus labios dejaban cariñosos besos en mi cabello.

 

Me apreté más contra su cuerpo.

 

— ¡Mami! —su grito desesperado retumbó en mi oído antes de colgar la llamada.

 

Me dejé llevar por el inmenso dolor que sentía.

 

Mi vista de pronto se nubló a causas de las lágrimas y mi cuerpo era sacudido por los sollozos.

 

—Shhh, amor. Bella, cariño, cálmate —me pidió Edward con suavidad al oído, pero su voz aterciopelada estaba teñida de preocupación.

 

—E…E-Edward. —mi voz tembló.

 

—Ya vamos para allá, ¿sí? Relájate, esto les hace mal a los bebés.

 

Asentí.

 

Edward tenía razón.

 

Traté de respirar profundo. Al cuatro intento, lo logré. No sé qué me pasó después, si el tarareo de mi nana al oído o el ronroneo del jet, pero lo cierto es que quedé fuera de base.

 

Volví a ser consciente de mí alrededor horas más tarde cuando Edward me bajaba en brazos del jet.

 

—Edward. —intenté incorporarme.

 

—Shhh tranquila, ya hemos llegado. Dentro de unos minutos estaremos en casa.

 

—Elizabeth. —sollocé apretando mi rostro contra la base de su cuello. Edward nos metió a ambos en la camioneta, sin soltarme en ningún momento.

 

Comencé a odiar el maldito silencio, nadie decía nada y eso me tenía mucho más estresada y nerviosa.

 

Prácticamente me lancé de la camioneta cuando ésta se estacionó frente a mi casa.

 

—Bella —me llamó Edward, sin embargo, lo ignoré. Un par de metros me separaban de mi hija y no me iba a detener en este momento.

 

Abrí la puerta de la entrada de forma brusca.

 

En el recibidor, me encontré a Rose, Emmett, Alice y Jasper, junto a mi Bubú, todos con cara de preocupación.

 

— ¡¿Dónde está?! —exigí a nadie en particular.

 

En la mansión reinaba el silencio.

 

—En tu habitación. El doctor Devide, el médico cabecero de la familia Cullen, le colocó un calmante. —esto último lo escuché cuando ya subía a pasos apresurados las escaleras.

 

Sollocé al entrar a mi habitación y ver el estado de mi nenita. No solo sus ojitos y su pequeña nariz respingona estaban rojos e hinchados, sino todo su pequeño y hermoso rostro.

 

Me senté al borde de la cama y con mis brazos la atraje hacia mi cuerpo. A pesar de estar sedada, mi pequeña emitía pequeños sollozos. Los brazos de Edward nos rodearon a ambas.

 

Me apreté contra él, dejando a nuestra gatita protegida entre nuestros cuerpos.

 

— ¿Tony? —pregunté, pasados un par de minutos en la misma posición.

 

—Duerme —me tranquilizó Edward acariciando mis brazos—. Está dormido junto a Emer en su habitación; Jass se encuentra en la habitación de Lizzy.

 

Asentí antes de volver a la misma posición.

.

 

Abrí mis ojos y la habitación estaba a oscuras.

 

Sentí el cuerpecito cálido de mi princesa entre mis brazos.

 

La apreté contra mi cuerpo y repartí un par de besos en sus cabellos.

 

—Lo siento —me disculpe—, perdóname por dejarte sola, gatita.

 

—Mami.

 

— ¿Sí, mi amor?

 

—No quiero que nada malo te pase.

 

—Nada malo va a pasarme. Papi nos protegerá —aseguré besando sus cabellos.

 

Comenzó a llorar de nuevo.

 

—Shhh aquí estoy y estamos bien. No llores, por favor.

.

 

Desde ese momento mi princesa se ha vuelto mi sombra. No puedo ir a ninguna parte sin ella. Prácticamente se ha mudado a la habitación que compartimos Edward y yo, cosa que a ninguno de los dos nos molesta, puesto que si ella no está protegida en medio de ambos, tiende a tener horribles pesadillas.

 

No ha querido salir de la casa. Tiene un poco abandonada sus clases de danzas. Si yo no la acompaño, ella no asiste, y por mi embarazo hay días que me hallo indispuesta.

 

Eso nos tiene muy preocupados a Edward y a mí, nos parte el corazón escucharla llorar cuando la dejamos en el colegio.

 

— ¿Te duele? —curioseó mi gatita sacándome de mis pensamientos, mientras acariciaba tiernamente mi vientre.

 

Los bebés se movieron haciendo sonreír a su hermana, quien estaba de rodillas entre el medio de mis piernas.

 

—No, amor, son como cosquillitas. Se siente una pequeña pero hermosa presión —expliqué sinceramente acariciando sus rizos.

 

—Mami —habló bajito enterrando su rostro en mi vientre.

 

— ¿Sí? —hablé de la misma forma.

 

— ¿Crees que papi algún día me va a dejar tener un bebé? —consultó sin levantar la vista de mi vientre, aunque pude captar el rubor en sus mejillas.

 

—Claro que sí, amor, pero cuando estés mucho más grande —aclaré con una sonrisa acariciando sus rizos.

 

— ¿Cuánto más grande? —cuestionó levantando su mirada.

 

—Después que salgas de la Universidad —dije acariciando sus mejillas.

 

— ¿De verdad? —me preguntó dudosa.

 

—Sí, de verdad.

 

—Es que es tan celoso. Se molestó cuando me vio tomada de la mano de Ricky.

 

— ¿Ah sí? —no tenía idea de que había ocurrido eso, pensé con una sonrisa.

 

—Sip, hoy cuando nos fue a buscar al cole, y como Tony tenía práctica de fútbol, mientras él se cambiaba yo salí a presentarle mi papi a Ricky. —comenzó a relatarme sin dejar de acariciar mi vientre—. Como estaban saliendo todos a la vez, tomé a Ricky de la mano y lo llevé hacia mi papi. Al vernos empezó a gritar que mataría a ese niñato que se atrevía a tocar a su princesita. No quiero que papi le haga nada a Ricky, es mi amigo y lo quiero mucho.

 

— ¿Eso hizo Edward? —exclamé sorprendida.

 

—Sip, el papi de Ana y el papi de Denison lo tomaron de los brazos cuando se abalanzó sobre Ricky.

 

— ¿Te gusta Ricky? —indagué con una sonrisa. Ella se sonrojó intensamente.

 

—Nop —negó con la cabeza—. Es solo mi amigo.

 

— ¿De verdad?

 

—Sí, mami. Lo quiero mucho, pero como mi amigo.

 

—Hablaré con papi para que no dañe a Ricky. —me sonrió abiertamente.

 

— ¡Llegue! —se escuchó el grito de Tony por todo el recibidor, haciendo que volteáramos a verlo.

 

Él estaba de pie en la entrada de la mansión.

 

— ¿Tío Emmett te trajo? —pregunté sonriendo.

 

—Sip, papá Emmett me trajo. —asintió—. ¿Qué hacen? —cuestionó dejando caer su bolso deportivo, antes de correr hacia el sofá donde nos encontrábamos sentadas.

 

—Hablando —dijo mi gatita, dirigiendo su atención nuevamente hacia mi vientre.

 

— ¿De qué? —indagó Tony curioso.

 

—De Ricky —reveló mi gatita encogiéndose de hombros.

 

—Elizabeth, sabes que no me gusta que seas amiga de ese niño tonto —manifesó Tony repentinamente serio. Apretó los puños y la mandíbula. Su cuerpo estaba tenso.

 

Mi gatita se levantó como un rayo.

 

— ¡Ricky no es tonto! —le gritó empujando a Tony, haciéndolo caer sentado al sofá.

 

Este no tardó en volverse a colocar de pie irradiando ira por todos sus poros.

 

—Ethan, Elizabeth —los reprendí con voz enojada.

 

Ambos voltearon a verme con expresión molesta.

 

—Ethan Anthony, no vuelvas hablarle a tu hermana en ese tono, ¿me entendiste?

 

Tony, enfurruñado, asintió.

 

—Elizabeth Marie, no vuelvas a empujar a tu hermano, ¿quedó claro?

 

Mi gatita bufó pero asintió.

 

—Ahora se dan la mano, un abrazo y se piden perdón.

 

Ambos lo hicieron a regañadientes.

 

—Lo siento —exclamaron los dos al mismo tiempo.

 

—Bien, una cosa más: Ethan, no quiero que vuelvas a tratar mal al amigo de tu hermana, ¿bueno?

 

—Está bien —aceptó resignado—. Aunque a papá tampoco les gusta.

 

—De papi me encargo yo. Dejarán lo celoso y posesivo los dos, su hermana es libre de tener el amigo que quiera, sea niña o niño.

 

Los bebés se movieron, y como mi gatita había vuelto a colocar la palma de su mano contra mi vientre, los sintió.

 

—Tony ven, los bebés se mueven —chilló emocionada, olvidando su pelea de hace unos minutos. Tony se acercó de inmediato y colocó ambas manos sobre mi vientre.

 

Sonrió torcidamente al sentir el nuevo movimiento.

 

— ¿Te duele mami? —preguntó curioso sin aparatar sus manos.

 

—No, Tony.

 

—Wau, me patearon la mano.

 

Solté unas risitas.

 

—Mami, ¿crees que al bebé le guste el fútbol como a mí? —inquirió acariciando el lugar donde los bebés levantaban mi piel.

 

Tal vez —le respondí sinceramente.

 

—Mi hermanita va a bailar como yo. Yo le enseñaré —prometió mi gatita con una sonrisa enorme.

 

—Yo les enseñare a manejar bici —ratificó Tony a su vez.

 

—Y yo te ayudaré —acordó mi gatita asintiendo energéticamente.

 

—Óiganme los dos. —llamé su atención acariciando sus cabellos. Ellos me miraron fijamente—. Los amo. A los cuatro por igual. Nunca lo olviden.

 

—Yo también te amo mucho, mami —declaró mi gatita rodeando mi cuello con sus brazos.

 

—Al igual que yo te amo, mami —dijo Tony sin dejar de acariciar mi vientre, aunque los bebés habían dejado de moverse.

 

— ¿A mí no me aman? —manifestó Edward entrando al recibidor.

 

— ¡Papi! —gritaron los dos al mismo tiempo, antes de correr al encuentro de Edward.

 

—Claro que sí te amamos, papi —aseguraron abrazando a Edward.

 

Mi gatita enrosco sus brazos en el cuello de su padre —él la había alzado nada más tenerla a menos de medio metro—, Tony los enroscó en su cintura.

 

—Yo te amo, mucho, mucho, mucho, mucho —murmuró mi gatita repartiendo besos en el rostro de Edward.

 

Ella se separó sonriendo.

 

—Me gusta tu barba, aunque me haga cosquillas. Te ves muy guapo, papi.

 

Edward le dio un piquito en los labios.

 

Mi nenita escondió su rostro en el cuello de Edward.

 

No hacía falta ser adivino para saber que estaba sonrojada.

 

—Yo solo quiero ser guapo para mis dos nenas, muy pronto para mis tres nenas.

 

Esas palabras me llevaron días atrás cuando los cuatros fuimos a mi consulta ginecológica del sexto mes y mis bebés por fin se dejaron ver el sexo.

.

 

— ¡Mami, apresúrate que vamos a llegar tarde! —me gritaba mi gatita detrás de la puerta del cuarto de baño.

 

Bufé.

 

Estaba molesta, la noche anterior no había dormido bien y esta pequeñaja se levantó muy temprano para fastidiarme.

 

Sin mí no habría consulta, por eso, Edward y Tony era tan inteligente que habían mandado a mi princesa, sabiendo que yo no la reprendería por eso.

 

— ¡Ya voy, Elizabeth, ya voy! —clamé colocándome un poco de gloss en los labios.

 

Los golpes contra la puerta se dejaron de escuchar.

 

Fruncí el ceño con confusión, me apresuré y abrí la puerta de un tirón.

 

Mi princesa estaba a punto de salir de la habitación, iba con sus hombros hundidos.

 

Le coloqué la mano en el hombro y la hice volver a entrar a la habitación.

 

Me senté en el borde de la cama con ella en medio de mis piernas.

 

— ¿Qué pasó, mi amor? —interrogué levantando su mentón.

 

Sus bellas orbes estaban cristalinas.

 

Mi gatita estaba a punto de llorar. Desvió su mirada.

 

— ¿Bebé? —insistí acariciando sus mejillas.

 

Me llamaste Elizabeth —me respondió en un susurro.

 

La miré con confusión.

 

—Es tu nombre, ¿cierto? Elizabeth Marie.

 

—Sí, pero… —se interrumpió.

 

— ¿Pero? —insté a que continuara.

 

—Tú nunca me llamas Elizabeth, solo gatita y a veces Lizzy.

 

Sonreí abiertamente.

 

Ya entendí porqué se iba a ir así.

 

— ¿Estás molesta conmigo, mami? —indagó retorciendo sus dedos.

 

—No, princesa —le respondí atrayéndola hacia mi pecho—, solo que tuve una mala noche, no era mi intención hacerte sentir mal, nunca me podría enojar contigo. Eres la mejor hija del mundo.

 

La sentí sonreír contra mi piel.

 

— ¿No dormiste bien, mami?

 

—No, tus hermanas me hicieron pasar toda la noche con náuseas. Creo que me cayó mal la pizza, princesa.

 

—Lo siento, no lo sabía, papi me dijo que te apresurara. Parece león enjaulado. Le va hacer un surco al recibidor, mami.

 

Sonreí negando con la cabeza.

 

—Vámonos, princesa, antes de que tu papi nos haga una zanja en el recibidor y así no tendremos espacio para nuestras clases prenatales.

 

—Sí, nuestras clases prenatales. Me gustan esas clases —comentó saltando a mi lado.

 

Ella había decidido estar junto a mí en mis clases prenatales y no tuve corazón para negárselo. Nunca le he negado nada y Edward tampoco.

 

Alice y Rose las recibían conmigo en mi recibidor, Jass, mi otra princesa, también se apuntó junto a Alice.

 

— ¡Papi! —le gritó mi gatita a Edward mientras bajábamos las escaleras.

 

Edward caminaba de un lado a otro por todo el recibidor.

 

Esta era la primera vez que iba y lo entendía, estaba muy ansiosa, las otras dos veces: una se le presentó un inconveniente con una entrega y la otra, tuvo una reunión importante de último minuto, por lo tanto, hoy es su primera consulta.

 

Tony estaba en el sofá mirando con una sonrisa la caminata de su padre.

 

Estoy lista —informé caminando hacia Edward, quien me esperaba con mi sonrisa torcida favorita.

 

—Estás hermosa, amor —dijo antes de darme un pequeño beso en los labios.

 

—Papi, vámonos —demandó mi gatita empujando a Edward, alejando su cuerpo del mío.

 

Escuché las risitas de Tony a nuestra espalda.

 

—Papá, ¿por qué siempre te quieres comer a mi mami? —curioseó Tony cuando salíamos hacia los coches, haciendo que me ahogara con mi propia saliva y que Edward se paralizara.

 

— ¿Q-Qué? —tartamudeó Edward.

 

—Cuando la besas, pareciera que te la quisieras engullir —explicó Tony antes de subirse a la parte trasera de la camioneta, soltando unas risitas.

.

 

Llegamos a la consulta ginecológica con el tiempo justo. Alice y Rose ya estaban allí.

 

—Hola, Bella —me saludaron mis hermanas con un abrazo.

 

—Hola —saludé, mientras ella saludaban a Edward y a los niños, luego hice lo mismo con Jasper, Emmett y los niños.

 

Diez minutos más tarde fui la primera en entrar.

 

—Buenas tardes, señor y señora Cullen. Siéntense, por favor —indicó la doctora Mena, mi gineco-obstetra.

 

—Buenas tardes —le saludé al mismo tiempo que Edward.

 

—Buenas tardes.

 

Edward se sentó en la otra silla a mi lado.

 

—Hola, Elizabeth y Ethan.

 

—Hola. —ambos le respondieron.

 

Tony permaneció de pie a mi lado, mientras que mi gatita se sentó en las piernas de su padre.

— ¿Han cuidado a su mamá? —interpeló sentándose detrás del escritorio, tomando mi historial.

 

—Sí —afirmaron.

 

—Bueno, eso lo veremos dentro de un par de minutos. ¿Cómo se ha estado sintiendo, señor Cullen? ¿Se le quitaron los mareos y las náuseas?

 

—Desgraciadamente no —le respondió Edward con una mueca.

 

La doctora soltó unas risitas.

 

—Esperemos que pasen pronto. Bella, ¿cómo has estado?

 

—Bien, solo que hay noches que no me dejan dormir bien; del resto excelente.

 

—Veremos qué podemos hacer para que duermas bien.

 

Se levantó con el tensiómetro en las manos.

 

Estiré mi brazo y permití que me tomara la presión. Lo anotó en mi historial, me indicó que me colocara en el peso, y así lo hice, también lo colocó en mi historial.

 

—Recuéstate en la camilla, Bella, y levántate el vestido —señaló.

 

Mi gatita saltó de las piernas de su padre y se apresuró hacia la camilla que se encontraba en una esquina apartada de la habitación, al lado del ecógrafo.

 

Me encaminé hacia ella con Tony y Edward a unos pasos detrás de mí.

 

— ¿Ansioso, señor Cullen? —cuestionó la doctora a Edward, colocándose los guantes de látex.

 

— ¿Tanto se me nota? —comentó Edward sonriendo.

 

—Sí, he visto esa misma mirada en otros padres que viene por primera vez —le explicó la doctora.

 

Edward me ayudó a subirme a la camilla, y con manos temblorosas, me asistió a subirme el vestido hasta dejarlo debajo de mis pechos, dejando a la vista mis braguitas azules, a juego con mi brasier, y mi enorme vientre.

 

—Estará frío, Bella.

 

Asentí apretando la mano de Edward.

 

Mi gatita se acercó más hacia la pantalla. Mientras que Tony estaba parado al lado de Edward.

 

—Bueno, señor Cullen, estos son sus retoños —le dijo la doctora con una sonrisa cuando la imagen de la pantalla cobraba vida.

Tum, Tum, Tum, Tum, Tum, Tum.

Tum, Tum, Tum, Tum, Tum, Tum.

 

Ese sonido maravilloso llenó la habitación.

 

—Eso que escucha es el latido de corazón de sus hijos. Un corazón fuerte y sano. Sus dos ojitos —le indicó señalando con su dedo la pantalla—, su nariz, su boca, sus dos orejitas, sus brazos, sus manos y dedos, sus piernas, sus pies y deditos. Veamos este pequeño, vamos abre un poco más las piernas. Sí, así. Listo. —sonrió triunfal—. ¿Ethan?

 

— ¿Sí?

 

— ¿Quieres un hermano?

 

—Sí —exclamó Tony feliz.

 

Limpié con mi mano libre las lágrimas que habían rodado por mis mejillas.

 

—Pues tendrás a tu hermano. Felicidades, señores Cullen, tendrán otro varoncito.

 

—No —protestó mi gatita haciendo un tierno puchero—. Yo quería una niña.

 

La doctora soltó unas risitas.

 

—Gracias, amor —susurró Edward antes de darme un casto beso en los labios.

 

—Te amo, Edward —murmuré apretando su mano.

 

Me sonrió torcidamente.

 

Iba a tener a otro mini Edward. Estaba muy feliz.

 

—Señor Cullen, este es su otro retoño. Sus dos ojitos —le indicó señalando con su dedo la pantalla—, su nariz, su boca, sus dos orejitas, sus brazos, sus manos y dedos, sus piernas, sus pies y deditos. Veamos… deja lo tímido y abre un poco más las piernas. Sí. —Sonrió triunfal—. Entonces, Elizabeth ¿quieres una hermanita?

 

Sonríe abiertamente al escuchar preguntarle eso a mi gatita.

 

Ya no había necesidad de que me dijera, yo ya sabía qué sería mi otro bebé, al igual que Edward, su enorme sonrisa iluminaba todo su hermoso rostro.

 

— ¡Sí! —gritó mi gatita dando saltitos—. Voy a tener una hermanita, voy a tener una hermanita.

 

—Sí, Elizabeth, tendrás a tu hermanita.

 

Se me escapó un sollozo.

 

De nuevo iba a tener un hermoso niño y una hermosa princesita.

 

—Te amo, Bella. Gracias por darme este hermoso regalo de nuevo.

.

 

Sentir unos suaves labios sobre los míos me devolvió al presente.

 

Parpadeé y enfoqué mi vista en él.

 

Lo vi dejar sobre sus pies a nuestra gatita.

 

—Niños, ¿me podrían dejar a solas con su papá? —pedí con una sonrisa.

 

Mi gatita me miró con ansiedad.

 

—Voy a ducharme —anunció Tony antes de subir por las escaleras.

 

—Mami.

 

—Gatita, sube a tu habitación.

 

—Ok —aceptó volteando a ver a Edward antes de correr escaleras arriba.

 

—Edward, necesito hablar contigo —le informé con las manos en las caderas.

 

Esperé que los pasos de los niños se dejaran de escuchar.

 

— ¿De qué? —me preguntó pasándose las manos por el cabello, alborotándolo en el proceso.

 

—De Ricky —le respondí seria.

 

Lo vi apretar la mandíbula con tanta fuerza que pensé que se le iba a romper.

 

—No tenemos nada de qué hablar sobre ese…

 

—Edward —lo reprendí con los brazos en garras.

 

—Niño. —terminó entre dientes apretándose el puente de la nariz.

 

—Amor —comencé acercándome a él y acariciando su mejilla, logrando que se relajara—, Elizabeth tiene derecho a tener amigos.

 

—Amigas, niñas. —me corrigió bufando.

 

—Y niños, amigos —rectifiqué—. Puede que Ricky no le guste o aún no se ha dado cuenta, pero, Edward, ella va a crecer y se va a enamorar.

 

—Ya lo he decidido, irá a un internado de monjas. —se alejó bruscamente de mí.

 

—De eso nada, Elizabeth no irá a ninguna parte —le contradije molesta—. Debes dejarla vivir, Edward. No te estoy diciendo que la dejes a un lado, pero sí que dejes un poco lo celoso posesivo, amor. Está asustada, piensa que le harás daño a su amigo.

 

—No tengo pensado hacerle daño a ese… enano, pero sí de que nunca más se acerque a mi princesa.

 

—Edward, yo fui la princesa de Charlie, y a pesar de sus cuidados estoy aquí contigo —le dije acercándome de nuevo a él—. ¿Quieres que por tu actitud, Elizabeth no quiera verte nunca más?

 

—No —murmuró resignado—. No quiero eso.

 

— ¿Quieres que ella sea feliz? —le pregunté acurrucándome entre sus brazos, todo lo que mi pancita me permitía.

 

—Por supuesto que sí —contestó rodeando mi cuerpo con sus torneados brazos—. Pero no quiero que se aleje de mí.

 

—Eso lo lograrás si no cambias de actitud, amor —expliqué buscando sus labios.

 

Los suyos salieron al encuentro de los míos, un beso suave, pero con mucho amor.

 

Sonrió sobre mis labios al sentir el movimiento de los bebés.

 

—Hola, mis bebés —saludó acariciando mi vientre—. Mi nenita, la que esta ahí adentro, quiero que sepas que irás a un internado de monjas y estarás soltera hasta los cuarenta al igual que tu hermana.

 

—Edward...

 

—Te amo —susurró sobre mis labios antes de alejarse a pasos apresurados.

 

A mitad de camino hacia su despacho, Edward se tambaleó, lo vi sostenerse de la pared. El pobre la estaba pasando mal, él tiene los mareos y vómitos como con mi primer embarazo.

 

En cuanto confirmamos el embarazo, él empezó con sus extraños antojos, vómitos y mareos. Gracias a Dios, yo solo los tenía a menor escala.

 

Acaricié mi vientre.

 

—No le prestes atención a tu papá, está loco. —le hablé a mi bebita, no sé si fue ella o mi pequeño bebé, lo cierto es que me respondieron con una patada.

 

No permitiría que Edward mantuviera alejada a nuestra gatita de sus amigos. Mi padre no lo hizo conmigo y él no lo haría con nuestra hija. No permitiría que Edward destruya la felicidad de mi niñita con mi padre lo hizo conmigo por diez largos años, al enterarse de mi relación con Edward, un Cullen, su peor enemigo.

 

No, pensé decidida, Edward no lastimaría a nuestra hija de esa forma.

 

Sube las escaleras en busca de mi nena, sabía que estaría muy ansiosa, en el poco tiempo que hemos estado junto a Edward, ella ya lo conoce perfectamente. Ella sabe cómo es de celoso y sobreprotector.

 

La encontré sentada en su cama mirando con ansiedad hacia la puerta.

 

—Hable con papi —le informé nada más entrar—. Él no va hacerle daño a tu amigo.

 

La vi soltar un profundo suspiro y cómo su pequeño cuerpo se relajó.

 

—Gracias, mami. —me abrazó en cuanto me senté a su lado—. Te amo.

 

—Yo también te amo, bebé.

 

—Voy a ducharme.

 

— ¿Quieres pizza para cenar? —le pregunté ayudándola a quitarse su ropa.

 

— ¿Es un antojo? —me preguntó de vuelta con una sonrisa.

 

—No, si ese fuera el caso sería comida Tailandesa —dije con confusión.

 

—Quiero comida Tailandesa —afirmó—. Quiero lo que mis hermanitos quieran.

 

Asentí con una sonrisa.

 

—Mientras te duchas, le diré a Edward que la consiga.

 

Me levanté de su cama con un poco de esfuerzo.

 

—Ok, mami. —la escuché decir antes de salir de su habitación y que ella se perdiera dentro de su cuarto de baño.

 

Me encontré con Edward en el pasillo.

 

—Amor —susurré de forma melosa.

 

Él arqueo una ceja en mi dirección.

 

—Tengo un antojo —declaré entrando a la protección de sus brazos.

 

— ¿De mí? —musitó besándome el cuello.

 

—No —lo contradije con una sonrisa.

 

Bufó exasperado.

 

—Queremos comida Tailandesa.

 

— ¿Queremos? —la confusión estaba presente en sus ojos.

 

—Por lo menos la mayoría de tus hijos y yo, aún me falta preguntarle a Tony —informé con una enorme sonrisa.

 

—Ethan, ¿quieres comida Tailandesa? —Edward alzó un poco la voz.

 

—Por mí está bien —accedió Tony saliendo solo en bóxer gris de su habitación.

 

—Volveré en seguida —aseguró Edward antes de darme un casto beso en los labios.

 

Dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras.

 

Al pasar a un lado de Tony le alborotó —como si eso fuera posible—, el cabello.

 

—Papá —lo llamó Tony haciendo que Edward se detuviera al pie de las escaleras—, ¿Puedes traer helado de chocolate y fresas?

 

Edward sonrió abiertamente.

 

—Por supuesto, campeón.

 

Tony asintió antes de entrar de nuevo a su habitación.

 

Me encaminé hacia la nuestra, necesitaba con urgencia vaciar mi vejiga.

.

 

Edward llegó casi media hora después con la comida y dos enormes tarros de helados, uno de chocolate y otro de fresa.

 

Los cuatros comimos viendo una película en la habitación de mía y de Edward.

 

En cuanto nos dimos cuenta, los niños ya estaban dormidos.

 

Edward los cargó hacia su habitación. Primero a mi gatita, ya que estaba dormida sobre su pecho, luego a Tony. Había noches que tratábamos de que durmiera sola. Llegaba a media noche, pero algo es algo. Queríamos que ella perdiera ese miedo enorme que tenía.

 

No sé cuánto tiempo tardó en regresar, lo cierto es que me quedé dormida a los pocos minutos de que él hubiera salido.

 

—Mami.

 

—Humm —balbuceé medio dormida.

 

—Tengo miedo —articuló mi gatita con ansiedad en la voz.

 

Sin abrir mis ojos, levanté el cobertor haciéndole espacio en la cama.

 

Sabía que no tardaría mucho en regresar. Agradecí a Dios, que no se hubiera levantado llorando y gritando. Siempre era el mismo sueño: un hombre, al cual ella no le veía el rostro, entraba a la mansión y nos llevaba a las dos lejos con él. Haciéndonos mucho daño a los cuatro, a los bebés, a ella y a mí. Lo que más le preocupaba era que ni Tony ni Edward estaban junto a nosotras en ese momento.

 

Ella no dudó en subirse a la cama y acurrucarse contra mi cuerpo, todo lo que mi enorme vientre le permitió.

 

La sentí estremecerse entre mis brazos.

 

—Shhh solo fue un mal sueño, princesa. —la apreté contra mí.

 

—Es que es tan real —comentó antes de estremecerse de nuevo.

 

—Estás conmigo, nunca permitiría que alguien te hiciera daño. —la tranquilicé pasando una de mis piernas por encima de las suyas, acomodé su cabeza en mi brazo izquierdo; mi brazo derecho lo estreché en torno a su pecho y mi rostro lo hundí en sus rizos alborotados.

 

Dejé que el ritmo de mi corazón y mi respiración la calmara.

 

— ¿Mejor? —besé sus rizos.

 

—Sip, mejor —me respondió bostezando.

 

Sentí a Edward removerse antes de que su fuerte brazo rodeara mi vientre, acariciándolo en el proceso, y me halara hacia su torneado pecho, llevándose a mi gatita conmigo.

 

Edward hundió su nariz en mis cabellos antes de respirar profundo.

 

Me acurruqué más contra él dejándome envolver por su aroma y el de mi princesa.

.

 

Me desperté al sentir una pequeña caricia en mi mejilla seguida por unos pequeños besos.

 

—Mami. —escuché el susurro de mi gatita.

 

—Humm… —balbuceé medio dormida.

 

—Tengo ganas de hacer pis.

 

—Ve al baño —sugerí con una pequeña sonrisa.

 

—No puedo —protestó.

 

La imaginé haciendo un pequeño puchero.

 

— ¿Por qué? —inquirí abriendo los ojos.

 

—Porque papi no me deja moverme —contestó mirándome con esos bellos ojos.

 

El pequeño cuerpo de mi hermosa gatita estaba debajo de la pierna y el brazo de Edward, éste tenía su rostro oculto en su cuello.

 

Sonreí abiertamente.

 

— ¿Te molesta que papi duerma encima de ti? —inquirí soltando unas risitas.

 

—No, solo que no me deja moverme y de verdad necesito hacer pis, mami —reprochó haciendo un puchero.

 

—Edward. —lo llamé acariciando su brazo.

 

—No funcionará, ya lo intenté —rezongó removiéndose—. Mami.

 

—Amor —musité tratando de levantar su torneado brazo—. ¡Edward! —grité haciendo que se levantara en fluido movimiento y tomara de su mesa de noche su arma, apuntando hacia la puerta.

 

No pude evitarlo y estallé en ruidosas carcajadas, mi gatita me siguió segundos después, antes de levantarse con rapidez y correr hacia mi cuarto de baño.

 

Me calmé minutos después.

 

Mi gatita salió del cuarto de baño, mientras que Edward me miraba con el ceño fruncido, sentado al borde de la cama.

 

—Lo siento, amor. —me disculpé soltando unas risitas.

 

—Papi, es que no me dejabas moverme y me estaba haciendo pis —informó mi gatita abrazando a Edward.

 

Él no tardo en rodearla con sus fuertes brazos, pero sin quitarme su penetrante mirada de encima.

 

—Lo siento —repetí.

 

Edward me sonrió torcidamente, logrando que me estremeciera.

 

Sabía que estaba maquinando algo en su mente.

 

—Amor, fue por una buena causa, nuestra gatita necesitaba usar con urgencia el baño. —le hice un puchero.

 

Sonrió ampliamente.

 

Besó la mejilla de nuestra gatita antes de dejarla sobre la cama, se inclinó hacia mí, para darme un casto beso.

 

—Me las voy a cobrar —aseveró en mi oído.

 

— ¡Edward! —supliqué.

 

Negó con la cabeza, antes de levantarse y perderse dentro del cuarto de baño.

 

— ¿Qué pasó, mami? —curioseó mi gatita acurrucándose contra mi costado.

 

Nada, bebé —dije besando sus cabellos.

 

— ¿Iremos al colegio?

 

Miré el reloj en mi mesita de noche.

 

— ¿Quieres ir?

 

—No.

 

—Bien, vuelve a dormir —señalé arropándola con el cobertor.

 

—Mami —me llamó Tony abriendo la puerta de la habitación—, ¿iremos al cole?

 

— ¿Qué te parece pasar el día con tu madre y tu hermana? —le pregunté en vez de responder su pregunta.

 

En eso, Edward salió del cuarto de baño.

 

—Papá, ¿vas a salir? —le preguntó Tony antes de que Edward entrara a nuestro armario.

 

—Sí, Emmett, Jasper y yo iremos a una reunión.

 

— ¿Puedo ir?

 

Edward volteó a mirarme.

 

Le sonreí antes de encogerme de hombros.

 

—Sí, campeón, puedes venir conmigo —aceptó Edward sonriendo.

 

—Genial, voy a vestirme —murmuró Tony antes de salir corriendo hacia su habitación.

 

—Lo cuidas —le supliqué acomodándome de nuevo para dormir otro rato.

 

—Con mi vida —juró antes de besar mi frente.

 

No lo había sentido acercarse.

 

—Tú también te cuidas.

 

—No tienes de qué preocuparte, todos me temen.

 

—Edward.

 

—Me cuidaré —prometió.

 

Me acurruqué abrazando a mi nenita. Los brazos de Morfeo no tardaron en envolverme de nuevo.

Ring, Ring, Ring, Ring.

 

Juro que mataría aquella persona que se atrevió a sacarme de mi hermoso sueño.

 

— ¿Diga? —contesté con los ojos cerrados, sintiendo cómo mi gatita se acurrucaba más contra mí.

 

— ¿Bella?

 

— ¿Qué pasó, Alice?

 

—Necesito que por fa busques a Jass y a Emer al cole. Jazz no está y me he estado sintiendo un poquito mal, las náuseas no me dejan. Le prometí a Rose que buscaría a Emer.

 

Miré la hora y ya era media mañana.

 

Bufé.

 

—Está bien —acepté abriendo los ojos.

 

— ¿Estabas dormida?

 

— ¿Eso supone algún problema? —dije cabreada.

 

Arg, malditas hormonas, pensé molesta

 

. —Bella —articuló Alice a punto de llorar.

 

—Lo siento, es que las hormonas me traen loca. —me disculpé—. Iré por los niños.

 

—Gracias, te quiero.

 

—Yo también te quiero.

 

Colgué la llamada, dejando el móvil en mi mesita de noche.

 

—Mami.

 

— ¿Sí?

 

— ¿Quién era?

 

—Mamá Alice.

 

— ¿Y?

 

—Iremos por Emer y Jass.

 

— ¿Y un helado?

 

Sonreí.

 

—Y un helado —acordé—. Pero aún falta para eso, podemos dormir otro rato.

 

—Ajá.

 

Cerré mis ojos de nuevo, de verdad me sentía muy cansada.

 

Ring, Ring, Ring, Ring.

 

Odio a este bendito celular.

 

— ¿Aló? —conteste molesta.

 

—Hola, amor —me saludó una voz aterciopelada—, ¿aún sigues dormida?

 

—No —respondí abriendo los ojos.

 

Lo escuché soltar unas risitas.

 

—Jordán me dijo lo contrario, ¿es cierto que aún no bajan a desayunar?

 

Bufé.

 

Maldito Jordán, pensé molesta.

 

— ¿Qué quieres, Cullen?

 

—Solo saber cómo estaban las dos mujeres más importantes de mi vida.

 

Me derretí.

 

Malditas hormonas.

 

—Estamos bien, aún metidas en la cama. Pero bajaremos pronto a desayunar, tus hijos ya tienen hambre.

 

—Está bien. Solo llamaba para decirte que no llegaremos a almorzar, Ethan y yo tendremos una tarde, padre e hijo.

 

—Ok, te amo.

 

—Yo también te amo, las amo. Nos vemos más tarde.

 

Cortó la llamada.

.

 

Fui a buscar a los niños al colegio, primero pase por mi pequeña Jasslye y su amigo Robert Dubái, luego por Emerson.

 

Nada más estacionarme frente a la entrada de la mansión de Alice, la cual estaba pitada de color marfil, los niños saltaron fuera del auto.

 

La mamá de Robert se estacionó detrás de mí.

 

Este pequeño príncipe llevaría a mi segunda princesa al cine y venía a informar que eran movios, como me había dicho Jass. Esto iba a traer un gran problema con Jasper, este par, Edward y él, eran demasiados sobreprotectores con sus princesas.

 

Él y Alice son unos excelentes padres de esa pequeña. Caled no hubiera echo mejor elección. Alice da su vida por esa niña.

 

Jasper se ha tomado demasiado a pecho el papel de padre de Jasslye. Ella es la niña de sus ojos y más ahora que sabe que los bebés son un par de gemelitos. Dos hermosos y sanos varones.

 

Eso me traía muy intrigada, ¿cuál de las dos familias tienen genes para salir morochos o trillizos en el caso de Rose? Pero papá no nos habla, la Bubú nos rehúye el tema y Edward no quiere que hablemos con Don Carlisle y Doña Esme.

 

—Le diré a mi hermana que usted desea hablar con ella —le dije al detenerme frente a la ventana del coche de la mamá de Robert.

 

—Gracias, necesito hacer una llamada importante.

 

Asentí y me encaminé hacia la mansión.

 

— ¡Papi, teno movio! —exclamó Jass entrando al recibidor seguida de nosotros.

 

La cara de horror de Jasper me hizo soltar unas carcajadas y que mi gatita soltara unas risitas.

 

— ¿Q-Qué? —tartamudeó agarrándose del marco de la puerta de su despacho con Alice de pie delante de él.

 

—Que teno movio, se lama Dobedt y vene a levame al chine.

 

En eso Jasper y Alice por fin se percataron del niño asustado detrás de mis piernas.

 

—Senol Gasped, veno pod Jass que mamos al chine con mi mami —informó Robert muy valiente, saliendo de la protección de mis piernas.

 

—Mira, niñato del demonio... —comenzó Jazz resoplando y apretando los puños.

 

—Jazz —lo reprendió Alice—. Claro que sí, mi amor, solo deja que hable con tu mami.

 

—Ella está afuera, Alice —dije con una sonrisa al ver el cambio de color del rostro de Jasper.

 

—Marie Alice Cullen, Jasslye Anthonella no saldrá por esa puerta y menos con ese enano.

 

—Jasper Anthony Cullen, deja lo cavernícola o dormirás una semana en el sofá.

 

—Prefiero dormir con el perro a que esa pulga se lleva a mi princesa.

 

—Él no es puga —lo contradijo Jass con ganas de llorar.

 

—Pero, princesa… —comenzó a hablar Jasper.

 

—Yo quedo id papi y quedo que tú vaya. —lo interrumpió Jass con lágrimas rodando por sus mejillas.

 

—Pero, bebé…

 

—Papi. —Jass hizo un tierno y adorable puchero.

 

—Ugh está bien, iremos al cine con este… enano —aceptó resignado Jasper.

 

Jasslye dio unos saltitos aplaudiendo de la misma manera que lo hacía Alice cuando conseguía lo que ella quiere.

 

—Te quiedo, papi —dijo Jass antes de correr a los brazos de Jasper, quien no dudó en alzarla por los aires, logrando que mi pequeña soltara unas carcajadas.

 

—Te tiene en su diminuta palma, Jasper —me burlé antes de soltar unas risitas.

 

—Ja, ja, ja. —se rio sarcásticamente.

.

 

Alice y Jasper se comprometieron en llevarlos al cine, y como la mamá de Robert tenía una emergencia de último minuto, ella es doctora, los dejó ir con más tranquilidad al ver a semejantes hombres llenos de testosteronas, quienes los protegerían.

 

Acompañé a mi chiquita a su clase de danza.

 

Tenía una competencia en menos de una semana, aún no sabía si sería la última, ella ya no quiere ser practicando danza.

 

—Buenas tardes. —saludé a su instructora de baile.

 

—Buenas tardes, señora Cullen. Hola, Lizzy.

 

—Hola, señorita Abby. —la saludó mi gatita besando sus mejillas.

 

—Ve a calentar, chiquitina, hoy practicaremos tu solo.

 

Mi gatita asintió antes de correr a su estudio.

 

—La competencia de Hollywood VIBE será en cuatro días, a pesar de sus faltas sé que Elizabeth ganará la competencia. Ninguna bailarina de los Ángeles o Nueva York es mejor que ella.

 

Asentí con una sonrisa.

 

—El solo de Lizzy se llama Desaparecer, se trata de una niña maltratada que no le importa a nadie y al final se suicida. Es una hermosa pieza contemporánea. La coreografía es un poco más avanzada para niñas de su edad, por lo que debe practicar un poco más. Hoy saldrá una hora más tarde. Debemos perfeccionar ciertas cosas. Tengo mucha fe de que logrará los ocho giros.

 

—No hay problema en que se quede un poco más —accedí.

 

La instructora de mi hija entró al estudio y yo fui a sentarme a la galería con las otras madres. Desde allí puedo observar perfectamente a mi gatita.

 

—Elizabeth, tu madre está de acuerdo en que salgas un poco más tarde de lo acordado, les daremos una paliza a esas otras bailarinas. Tú eres la mejor alumna de mi academia. —esto último lo dijo abrazándola. Las pude escuchar desde la galería—. Te voy a extrañar, pequeña.

 

—Gracias, señorita Abby. Yo también la voy a extrañar.

 

—Ahora empecemos —le indicó dándole una palmadita en el trasero.

 

Sonreí, mi hija y su instructora se habían complementado desde el principio.

 

—Puntas perfecta. Muy bien, giro, giro, salto. Giro, giro, voltereta, siéntate. Pierna fuera, talón arriba. Rostro, la expresión es lo más importante, métete en el papel. Eres una niña maltratada que no le importa a nadie.

 

—No sé cómo hacerlo. —se quejó mi gatita sentada en el suelo—. Mi mami nunca me ha gritado, mucho menos me ha pegado.

 

—Estará difícil, entonces. Pero sé que tú puedes hacerlo. Piensa en algo que te pongatriste, algo que quieras y nunca lo has conseguido.

 

—Está bien, lo intentaré.

 

—Gina, coloca la música de nuevo. Vamos, Elizabeth, desde el principio.

 

El tiempo pasaba volando cada vez que veía a mi hija practicar lo que más le apasionaba en el mundo.

 

Le estaba enviando un mensaje de texto a Edward cuando mi gatita llegó muy emocionada a mi lado.

 

—Mami. — ¿Listo princesa?

 

—Sí, ¿podemos ir por un helado?

 

—Claro que sí, vamos.

 

Tomé su bolso, mi cartera y bajamos tomadas de la mano.

 

Nos despedimos de sus profesoras.

 

Jordán nos esperaba con la puerta trasera abierta.

 

— ¿A dónde, señora Cullen? —me preguntó mirándonos por el espejo retrovisor.

 

—A la heladería más cercana.

 

Allí estábamos cuando Edward y Tony se nos unieron. Los cuatro nos comimos un enorme helado, aunque Edward lo haya devuelto nada más acabarlo.

 

Llegamos tarde a nuestra casa, ya que fuimos a cenar comida china.

 

En cuanto entramos los niños corrieron a sus respectivas habitaciones a darse una ducha.

 

Edward fue a su despacho y yo a ducharme también, al terminar me coloqué el pijama y me recosté en la cama a esperar a dos de mis tres amores. Ellos no tardarían en llegar.

 

Me desperté un poco molesta.

 

Este había sido el mejor sueño de mí vida, y estaba molesta, ya que me había despertado en la mejor parte.

 

Abrí mis ojos y me di cuenta que estaba prácticamente encima del pecho de Edward, mi pierna derecha se encontraba entre las suyas, mi redondeado vientre aplastaba su abdomen, su semierección se apretaba contra mi cadera y mi brazo derecho pasaba posesivamente sobre su pecho.

 

Enterré mi rostro en la base de su cuello y comencé a besar, chupar, lamer y mordisquear todo lo que tenía a mi alcance.

 

Mi mano derecha comenzó a acariciar su pecho desnudo, mis dedos jugueteaban entre sus vellos. Al cabo de unos segundos comenzaron a descender, estaba a pocos centímetros de su miembro —quien había reaccionado a mis caricias—, cuando su fuerte, pero suave mano me detuvo.

 

—No hagas eso. —me atajó con voz ronca—. No estamos solos.

 

Al escucharlo decir eso, mi cabeza subió como si hubiesen activado un resorte.

 

Maldije en voz baja al ver a mi princesa dormida plácidamente acurrucada al costado izquierdo de su padre, su cabeza descansaba sobre el brazo de Edward.

 

—No hace mucho llegó. No podía dormir —me informó Edward acariciando el brazo de nuestra gatita.

 

Hice un puchero y no pude evitar que unas cuantas lágrimas rodaran por mis mejillas.

 

— ¿Qué pasa, amor? —me preguntó Edward con ansiedad acariciando mi mejilla.

 

—Estoy caliente, Edward, muy caliente y mojada. —le hice otro puchero mientras tomaba su mano y la introducía por mi pantalón de pijama y mi braga.

 

Siseé cuando sus dedos rozaron mi hinchado clítoris.

 

—Amor, de verdad te necesito dentro de mí —supliqué hipeando.

 

Lo escuché gruñir cuando sus dedos acariciaron con suavidad mi entrepierna.

 

Enterré mi rostro en su torneado pecho y me tragué el gemido.

 

—Ve al cuarto de baño —señaló Edward de pronto con voz ronca.

 

— ¿Qué? —le pregunté cabreada por haber detenido sus maravillosos dedos.

 

Soltó unas risitas.

 

—Ve al cuarto de baño. Aquí no podemos hacer nada, a menos que quieras traumar a nuestra hija —repitió sacando su mano.

 

—Te amo —le susurré antes de levantarme lo más rápidamente que mi abultado vientre me permitió.

 

Caminé hacia el cuarto de baño sin mirar atrás o no sería capaz de resistir el impulso de lanzarme sobre Edward.

 

No lo escuché seguirme, pero nada más traspasar el umbral sus fuertes manos me tomaron por las caderas girándome para encararlo.

Sus labios se estrellaron contra los míos en un beso voraz. No hubo palabras de amor. No hubo juegos previos. Nuestros pijamas volaron por los aires en unos cuantos segundos de haber iniciado el beso.

 

Separó los labios de los míos para que pudiera tomar un poco de aire.

 

—Esto será rápido, amor. No podemos forzar nuestro tiempo —comentó Edward mordisqueando mi cuello.

 

Lo mordí en el hombro evitando soltar un fuerte gemido.

 

Me giró quedando frente al lavado, colocó su quijada sobre mi hombro desnudo, sus manos acariciaron mis pechos antes de que sus dedos hicieran círculos en mis pezones, logrando que estos de contrajeran hasta causarme dolor.

 

La imagen erótica que se reflejaba en el espejo hizo que me humedeciera aún más.

 

Me inclinó hasta dejarme en una posición cómoda para mí. Su torneado brazo izquierdo pasó por debajo de mis senos sujetándome firmemente contra su pecho.

 

Mordisqueó, lamió y besó mi espalda.

 

Gruñí estremeciéndome.

 

Su mano derecha tomó mi pierna derecha e hizo que rodeara su cintura. Gemí al sentir la cabeza de su miembro deslizarse entre mis húmedos y resbaladizos pliegues.

 

—Te amo —susurró Edward ubicando la cabeza de su miembro en mi entrada.

 

—Yo también te amo —dije volteando a verlo por sobre mi hombro.

 

Sus labios atacaron los míos mientras se deslizaba con lentitud dentro de mí.

 

Él evitó mi grito de placer con sus labios y yo al mismo tiempo su gruñido.

 

Se mantuvo quieto por un momento, permitiendo que me acostumbrara a él.

 

Esta era la única manera de hacer el amor, o si yo estaba arriba, la otra era si estaba sobre mis manos y rodillas. Si él estaba encima de mí, me sentía asfixiada, aparte que mi enorme vientre ya no nos permitía estar en esa posición.

 

Sus labios se alejaron de los míos y rompí en jadeos.

 

Se deslizó casi completamente fuera de mí y volvió a entrar con lentitud.

 

—E-Edward —jadeé—. ¿Re-Recuerdas que no tenemos tiempo?

 

Su gruñido fue la respuesta antes de comenzar a moverse con rapidez, afuera y adentro, fuera y dentro.

 

Incliné mi cabeza recostándola sobre su hombro. Anclé mis manos en el borde del lavado para evitar golpearme el vientre con el.

 

—Más ra-rápido, amor —lloriqueé al sentir aparecer el intenso remolino en mi bajo vientre.

 

—Dios —gruñó Edward—, eres tan estrecha que duele.

 

Intensificó sus embestidas.

 

— ¡Edward! —grité al llegar a mi más magnifico orgasmo unas cuentas embestidas más.

 

Sus labios inmediatamente se posaron sobre los míos acallando mi grito.

 

Lo sentí estremecerse antes de correrse.

 

Ralentizó sus embestidas pero sin detenerse por completo.

 

—Te amo, Bella —murmuró nada más nuestros labios se separaron.

 

—Yo también te amo, Edward.

 

Lo miré con los ojos brillantes a través del espejo.

 

—Fue el mejor sexo de mi vida. Eres increíble —alabé con una sonrisa de satisfacción.

 

Sus embestidas se detuvieron por completo.

 

Me sonrió torcidamente.

 

—Es porque eres tú —expresó antes de salir de mí con suavidad.

 

No pude evitar el pequeño gemido que salió de mis labios.

 

Bajó mi pierna con suavidad.

 

— ¿Puedes mantenerte en pie? —me preguntó besando mi cuello.

 

—E-Eso creo —le respondí dudosa.

 

Sentía las piernas como gelatina.

 

Me sostuvo sin soltarme por un par de minutos.

 

— ¿Ahora? —interpeló aflojando un poco su agarre.

 

Respiré profundo.

 

—Sí —dije sonriendo.

 

Me fue soltando poco a poco.

 

—Necesito lavarme —declaré tambaleándome hacia la ducha—. Edward —jadeé por el repentino movimiento.

 

Soltó unas risitas.

 

—Te tengo —aseguró en mi oído.

 

Me estremecí al sentir su aliento caliente contra mi piel.

 

Me sentó en el borde del jacuzzi y comenzó a lavarme.

 

—Edward, yo puedo hacerlo —protesté intentando cerrar mis piernas.

 

—Yo lo haré —me contradijo abriendo con cariño mis piernas.

 

Con las mejillas encendidas, desistí, siseando cuando pasaba sus dedos por mi entrepierna, la acción de minutos atrás me dejó un poco sensible.

 

Al terminar, agarró una toalla y me secó.

 

Me cargó en sus brazos de nuevo y me sacó del jacuzzi, me dejó sobre mis pies al lado del lavado, donde había apilado nuestros pijamas.

 

Tuve una buena vista de su hermoso trasero desnudo cuando me dio la espalda.

 

—Tienes un trasero muy hermoso —comenté con una sonrisa pícara en los labios.

 

Su mano se paralizó a centímetros de la ducha y se volteó a mirarme perplejo.

 

—No lo niegues —lo atajé antes de que hablara—. Tú trasero es redondeado, paradito, blanco como la leche. A veces me provoca morderlo.

 

Fue hablar, pero volví a interrumpirlo.

 

—Lávate rápido, tus hijos quieren un poco del helado que trajiste ahora. —acaricié mi vientre.

 

Se dio la vuelta sin objetar nada y comenzó a lavarse.

 

Terminé de vestirme y salí del cuarto de baño sin esperarlo. De verdad ansiaba un poco de ese helado de coco que él había traído.

 

Caminé en silencio por la habitación sin despertar a mi princesa, quien dormía profundamente en el centro de la cama.

 

Salí dejando la puerta de la habitación abierta, Edward no tardaría en seguirme.

 

 


Espero que les haya gustado el capi, disculpen la tardanza.

Capítulo 28: El gran día Capítulo 30: Enfrentamientos, Risas y Amenazas

 


Capítulos

Capitulo 1: El comienzo de esta historia de amor: Capitulo 2: Cumpleaños de Bella: Capitulo 3: La separación: Capitulo 4: Forks: Capitulo 5: Sospecha de embarazo: Capitulo 6: El primer movimiento de los bebés: Capitulo 7: La reacción de Charlie y Angustia por Edward: Capitulo 8: La visita de Don Carlisle Cullen: Capitulo 9: Por fin noticias de Edward: Capitulo 10: Día de las madres: Capitulo 11: El parto de Bella: Capitulo 12: Elizabeth Marie y Ethan Anthony Cullen Swan: Capitulo 13: Bautizo de los bebés y El viaje a Bostón: Capitulo 14: El prrimer cumpleaños de los bebés y La aparición de Jacob: Capitulo 15: Paseo con Ethan y Elizabeth: Capitulo 16: El embarazo de Rosalie: Capitulo 17: Altercado con Charlie y El parto de Rosalie: Capitulo 18: Desde el inicio de la relación hasta el encuentro con Elizabeth: Capitulo 19: Una visita inesperada: Capitulo 20: Búsqueda de Bella: Capitulo 21: Jasslye Anthonela ¿Swan? Capitulo 22: Después de diez años vuelvo a verte: Capitulo 23: Es Bella y ¿Son mis hijos? Capitulo 24: Una maravillosa noche Capitulo 25: La cabaña y La visita de Tanya Capitulo 26: Compromiso Capitulo 27: Estoy embarazada Capitulo 28: El gran día Capitulo 29: Luna de miel y Celos Capitulo 30: Enfrentamientos, Risas y Amenazas Capitulo 31: ¿Que es el sexo? Capitulo 32: James Capitulo 33: El secuestro de Tony, Bella y Lizzy Capitulo 34: Parto de Bella Capitulo 35: Regreso del pasado Capitulo 36: Alianza inesperada Capitulo 37: Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte! Capitulo 38: ¡No debieron tocar lo que más amo! Capitulo 39: ¡Enfrentame como honmbre Demetri! Voy a matarte con mis propias manos Capitulo 40: No me dejes, Edward

 


 
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