El siguiente día pasó bastante igual. Edward y yo pasamos la mañana terminando en el estudio. Decidimos dejar todo con lo que no sabíamos que hacer para otro día, y después de almuerzo fuimos a descansar en la sala. Elizabeth emergió finalmente de su cuarto y se nos unió por un corto tiempo, pero no dijo mucho. En su mayor parte, contempló el espacio, aunque sostenía un libro enfrente suyo, y después de la cena, se retiró de nuevo.
Edward parecía estar haciéndolo mejor, pero yo no me podía relajar completamente. Sabía que sólo era la calma antes de la tormenta.
La siguiente mañana, me estiré despierta mientras Edward se estaba saliendo de la cama. Estiré mi mano por él, tentada a tirarlo de regreso a mí.
“Voy a revisar a mi madre esta mañana,” explicó Edward, apretando mi mano. “Siento como…debería estar haciendo más por ella.”
“No, Edward, no te sientas culpable,” discutí de inmediato. La tendencia de Edward a echarse la culpa ciertamente era uno de sus rasgos inherentes. “No creo que haya mucho que alguien pueda hacer. Ella sólo necesitará tiempo.”
“Lo se,” admitió infeliz. “Sólo puedo imaginar lo que sería el…bueno, no puedo imaginarlo. Tal vez ese es el punto.”
“No te estoy siguiendo,” admití, sentándome para verlo vestirse. Me gustaba el torpe movimiento de él poniéndose su camisa y el divertido acto de equilibrio mientras se subía los pantalones.
Él mordió su labio y su mirada cayó intensamente sobre mí. “Estoy hablando sobre perder al que amas. No se como yo seguiría…”
“Oh.” Fue apenas un soplo de aire. “Se a lo que te refieres.”
Terminó de abotonarse y me sonrió casi con nostalgia. “Te veré abajo cuando estés lista.” Se agachó para besarme. Lo sostuve más tiempo del que él pretendía quedarse, presionando mis labios firmemente contra los suyos. Necesitaba que sintiera cuanto lo amaba; por alguna razón parecía espacialmente importante hoy.
Cuando se alejó, estaba sonriendo. “Si cada mañana puede iniciar así, nunca me quejaré.”
Lo vi irse con un inquieto sentimiento, pero me lo quité de encima, sabiendo que me sentiría mejor cuando estuviera con él de nuevo. Me salí de la cama como es usual y alcancé mi bata. Apenas me la había atado alrededor cuando la voz de Edward llamó por mí, su tono agudo y desesperado.
Sabiendo en la boca de mi estómago lo que estaba acercándose, corrí hacia el sonido. Edward estaba en el cuarto de su madre, inclinándose sobre ella. De alguna forma, ella no había despertado ante el grito de Edward, y comprendí con horror que estaba colorada y empapada en sudor. Miré a Edward, golpeada dolorosamente por el marcado pánico sobre su cara.
“No se que hacer por ella,” dijo con voz ronca. Vi en sus ojos el conocimiento que ella estaba sufriendo el mismo mal que había matado a su padre, el conocimiento que ella podría estar perdida también. Quise abrazarlo, pero no era el momento.
“Yo tampoco,” admití. “Quizás... ¿deberías llevarla al hospital?”
Edward asintió, tratando de parecer calmado, aunque yo sabía que no lo estaba. “El hospital. Cierto, esa es una buen idea. Iré...iré a conseguir a las criadas para que me ayuden con ella hasta el auto de modo que te puedas vestir.”
Asentí y fui a mi cuarto a ponerme de volada mi vestido usual. Mis dedos estaban temblando y era difícil meter los botones, pero de alguna forma lo hice. Antes de irme, revisé el bolsillo, asegurándome que los anillos que había usado conmigo en el futuro aún estaban allí. No quería arriesgarme a perderlos en esta época.
“¡Bella!” Edward se acercó corriendo a mí tan pronto como salí. “Mary también está enferma. Hannah la está ayudando… ¿puedes ir con ellas? Yo cargaré a mi madre fuera...”
“Claro,” acepté, ya bajando las escaleras. Mi estómago se revolvía con mi horror. En mi miedo por Edward y su familia, nunca había considerado que las criadas también caerían enfermas. Sentí lágrimas escapando por la mujer con la que había formado una amistad temporal, pero no había tiempo para reconocer el dolor.
Abajo en el cuarto de Mary, la mucama Hannah había logrado que Mary se sentara y la estaba abrigando con un chal. Los ojos de la pobre cocinera estaban bañados con fiebre.
“Necesitamos llevarla hasta el auto para llevarla al hospital con la Sra. Masen,” dije mientras me metía dentro del pequeño cuarto. “¿Puedes ayudarme a apoyarla?”
Tomó algunas maniobras difíciles, y Mary no estaba en estado de cooperar, pero nos las arreglamos para medio guiarla, medio arrastrarla al carro, donde Edward tenía a su madre bien abrigada en el asiento de atrás. Él se movía ansiosamente fuera del lado del conductor.
Tan pronto como teníamos a Mary en el asiento de atrás, salté dentro del asiento de pasajeros. Edward ya había encendido el auto, listo para ir, y arrancamos hacia el hospital. El carro no iba lo suficiente rápido para el gusto de Edward, y en ocasiones fuimos bloqueados por carretas y afligidos dolientes. La ciudad estaba claramente en pánico, y todo era mucho más aterrador que cualquier supuesto monstruo que había yo enfrentado. Al menos los vampiros podían matar rápidamente y sin dolor.
Fuera del hospital había una muchedumbre de gente –gente saludable, parecía-. Me di cuenta, como algunos de ellos le rogaban a un hombre bloqueando la puerta, que estaban tratando de entrar para visitar a sus seres queridos.
“Lo siento, está simplemente demasiado lleno,” dijo el hombre, sacudiendo su cabeza. “Se nos están acabando las camas; ¡no hay espacio para que todos se queden parados por ahí!”
“Espera aquí,” gritó Edward sobre el ruido de la multitud antes de deslizarse fuera del auto. Lo vi zigzaguear la gente, perdiéndolo por un momento antes que emergiera de nuevo en el frente. Le habló rápida y silenciosamente al hombre en la puerta y le fue permitido entrar. Minutos después, regresó con un joven y pelirrojo doctor. Se me ordenó esperar afuera otra vez mientras Edward cargaba dentro a su madre y el doctor cargaba a Mary. Ninguna tenía la fuerza para caminar. Era desgarrador ver a Edward luchar con el peso; él era mucho más débil de lo que yo estaba acostumbrada, y eso sólo enfatizaba su vulnerabilidad.
La muchedumbre se partió instantáneamente cuando notaron que más gente enferma estaba siendo llevada dentro. Algunos cubrieron sus caras con sus mangas, como si eso fuera a salvarlos de atrapar la enfermedad también. No sabía porque pensaban que estar dentro del hospital con cientos de gente enfermar sería seguro.
Edward regresó solo varios largos minutos después, su cara pálida y sin expresión. Lo miré preocupada.
“No dejarán que nadie se quede con ella,” dijo de manera monótona. “Se me permite ver a revisarla una vez al día, pero eso es. Y si – Y si ella-”
“Lo siento tanto, Edward,” susurré, lanzando mis brazos a su alrededor. “Pero ella es fuerte. Ella resistirá por ti.”
“Espero que estés en lo cierto,” dijo interrumpidamente en mi hombro. “No puedo perderla a ella también.”
Mientras nos abrazábamos el uno al otro en el pequeño asiento delantero del auto, lo igualé lágrima por lágrima.

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