¿GEMELAS? O ¿MELLIZOS? (+18)

Autor: lololitas
Género: Romance
Fecha Creación: 20/10/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: NO
Votos: 19
Comentarios: 179
Visitas: 26226
Capítulos: 16

Inglaterra , 1800

SER O NO SER UN MUCHACHO ESA ES LA CUESTION...

Isabella y Elizabeth mejor conocidas como Bells y Beth son un par de hermanas gemelas que huyen de su intrigante tío que está planeando venderlas en matrimonio a dos tipos sumamente indeseables. Para confundir a sus perseguidores, traman un plan, una de ella se hará pasar por un hombre.

Edward, Lord Cullen, apuesto, serio, rico y poderoso, entra en escena y, para sorpresa de Bells y Beth, está decidido a proteger al par de hermanos, hermano y hermana, bajo su ala.

¿Cómo conseguía hacer que sus piernas temblasen? Con cada roce, Cullen, inconscientemente, incitaba los deseos más indecentes en Bells y sus acercamientos fraternales hacían que el corazón del muchacho latiera de manera incontrolable. Y, aunque haberse disfrazado de un joven fuera muy divertido, estaba convencida de que como mujer se lo pasaría aún mejor. Y, después de una cálida caricia de sus labios, Bells se juró a sí misma que no volvería nunca más a ser un hombre.

 

 

Adaptacion de los personajes de Crepusculo con el libro "THE SWITCH" de LYNSAY SANDS

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Capítulo 8: OCHO

 

Bells se mantúvo tiesa mientras Cullen cubría su boca con la suya. En un primer momento la rigidez se debió a la sorpresa, pero pronto dio lugar a la curiosidad. Ella había pasado toda su vida en el campo, con Beth como su única compañera de juegos. En verdad, a no ser por  su padre y su tío, Cullen era el primer hombre con  quien ella y Beth habían convivido... Él parecía un hombre decente.

Serio. Confiable. Digno de confianza. Y ella siempre había preguntado cómo sería besar a un hombre.

¿Qué otro hombre más seguro con quien experimentar ?

Ella estaba aprendiendo la mecánica del beso, cuando súbitamente Cullen  cambió las reglas. En un momento sus labios se estaban tocando, y al siguiente ella    sintió su lengua lamiendo sus labios. Cuando Bells abrió su boca en señal de protesta, el beso cambió totalmente. Pasó de ser dulces y cálido a ser hambriento y pasional cuando su lengua invadió su boca y casi comenzó a devorarla.

A Bells le gustó. Le gustó mucho. No pensó ni por un segundo en detenerlo; todo lo que quería era acercarse más a él. Aferrándose a sus hombros mientras los brazos de él la rodeaban, Bells se presionó contra él, abriendo su boca aún más ampliamente. Era maravilloso. Quería nunca terminase y, desde luego, ni loca pediría que se detúviese. Hasta que Cullen  susurró el nombre de Beth sobre sus labios.

Una brisa helada llenó la habitación y produjo un escalofrío en su columna vertebral. Cullen no estaba besándola a ella.  Estaba besando a Beth. Una mezcla de emociones contradictorias la invadió. Decepción, celos, resentimiento. ¿Habría besado a la verdadera Beth antes? ¿De ese modo? Ella se puso rígida en sus brazos, preparándose para alejarse, pero antes de que pudiera hacerlo, un sonido en la puerta hizo que  Cullen se  retirase.

— Sí, Felix?

Inundada por la vergüenza, Bells miró la cara inexpresiva del mayordomo,  murmuró una excusa, y huyó del cuarto, corriendo escaleras arriba sin tener que  cruzarse con nadie. Hizo una pausa en el pasillo, apoyándose contra la pared y cerrando sus ojos. Su corazón estallaba en su pecho, el  aliento salía en jadeos, y no quería darle  explicaciones a su hermana.

Beth. La voz de Cullen hizo eco en su cabeza. ¿Había besado a la verdadera Beth antes? No. Sin duda, su hermana habría contado. ¿Verdad? Bells frunció el ceño ante esa idea. Tal vez Beth no le contaría. Habían compartido todos sus secretos a lo largo de sus vidas. Pero Bells no deseaba compartir esta experiencia con Beth, del mismo  modo que quizás su hermana, no habría querido compartirla con ella. ¿Y si Cullen  había besado a Beth?

— ¡Ya está!

Bells se enderezó sintiendo culpa cuando su hermana apareció repentinamente delante de ella.

— Dios mío, estaba a punto de revisar toda la casa para buscarte, anunció ella, tomando a Bells por la muñeca y arrastrándola dentro de la habitación que pertenecía a  Elizabeth.

— No te imaginas la diversión que túve hoy, exclamó Beth excitadamente, hizo una pausa para cerrar la puerta  y  después arrastró a Bells hacia la cama. Fuimos a  lo del joyero.  El señor Silverpot[1]. ¿Te imaginas?  Un  hombre  muy gracioso. Te juro que su estómago era tan grande y redondo como una de maceta. Y su cabello era color  plata. No era blanco o gris,  sino plata. ¿No te parece divertido? Pero era muy agradable y nos dio un montón de dinero por diamantes y las esmeralda de mamá. ¿Ves? Ella sacudió una bolsa con monedas mientras hablaban, una bolsa muy pesada que sonó alegremente.

— Cullen quiere guardarla bajo llave, pero yo lo convencí de que primero me deje mostrártela a tí,  anunció Beth  mientras abría la bolsa y vertía su contenido sobre la cama.

Cuando los ojos de Bells se abrieron ampliamente ante el número de monedas, Beth se rió y la abrazó.

—¿No es maravilloso? Somos ricas. El señor Silverpot dice que las piedras eran de la  mejor calidad y que  estaría muy agradecido de comprarnos más  joyas de  mamó si son de la misma calidad. Tendremos el mejor guardarropas de todo Londres con ese dinero.

Bells sonrió con entúsiasmo y despues de guardar las monedas y devolverle la bolsa, Beth continuó hablando: De ahí fuimos al sastre. ¡Qué personaje!  Sabes que se

agarró de la costúmbre de  tocarme las medias cada vez que medía la  entrepierna... me la midió tres veces.

Bells automáticamente miró la entrepierna de Beth, y sus ojos se abrieron en  shock.

— ¡Beth!

—¿Qué pasa?

—¿Qué es eso? señaló  Bells el bulto en los pantalones y Beth frunció el ceño  confundida.

— Son las medias que hiciera un  rollo para que lo pusiera en mi ropa interior.

— Si, pero... Oh  Dios, es una pelota redonda. Parece que tienes un pomelo en la entrepierna, dijo Bells con exasperación. ¿No podías haberle dado... una forma... que se vea un poco más natúral?

— Bien, y cómo voy a saber yo como es lo natúral? Yo no voy caminando y mirando las entrepiernas de los hombres.

Bells suspiró, y luego soltó una risa. Ante la mirada interrogativa de Beth,  ella sacudió la cabeza.

— No me extraña que el sastre te haya toqueteado.  Seguramente  estaba tratando de averiguar si eres deforme o, simplemente,  muy bien dotado  ahí abajo.

Beth no se sumó a su risa, sino que simplemente se sintió abatida por el error que había cometido. Bells cambió rápidamente de tema. ¿Qué hicieron después de ir al sastre? 

— Fuimos al club de  Cullen, murmuró ella sonriendo inmediatamente.

— ¡Su club! Bells exclamó con celos y  Beth asintió.

— ¡Oh, Si! Es... Bien, es simplemente maravilloso. Todos esos hombres importantes,  un montón de criados... y Oh, Bells, los hombres no actúan rígidamente y cortésmente cuando las mujeres no están presentes. Se comportan de un modo... ¡definitivamente másculino! Bromeando, riéndose y pasando un buen momento.  Conocí un montón de jóvenes guapos. Cullen insistió en presentarme a todos los muchachos de nuestra edad. Me dijo que  sería bueno que hiciera amistades en Londres. Él me dejó  con un  grupo de  muchachos mientras él hablaba con unos conocidos sobre negocios. Fue muy divertido y una buena oportúnidad para conocer gente. Oh, me olvidaba de decirte, si te presentan a un muchacho moreno  llamado Jimmy o a un rubio llamado Freddy, no les prestes mucha atención. Están teniendo una especie de competencia para ver quién de los dos  puede seducir  más jovencitas de la nobleza  en esta temporada y tienen hecha una apuesta. Por lo que escuché esta tarde, ya han arruinado a casi la mitad de las muchachas de clase alta.

Ella asintió con firmeza cuando Bells sólo se quedó mirándola fijamente, luego se recostó en la cama lanzando un suspiro.

— Estoy absolutamente agotada, ha sido un día largo.  Beth bostezó, la miró y le preguntó  educadamente:

—¿Cómo fue tú día?

— ¿Mi día? Bells se acomodó al lado de ella. Bien, mi día fue sencillamente genial. Mientras tú te estabas divirtiendo y pasando un momento  maravilloso, yo estaba siendo clavada por los alfileres de Madame Decalle. ¿No te parece divertido? preguntó Bells dulcemente, mientras que jugando, colocó la almohada sobre la cabeza de su hermana  y  se puso de pie.

Riéndose, Beth empujó a un lado la almohada y rodó sobre su estómago colocando su  mentón en  sus manos.

— Te lo mereces por todos los años en que yo túve que hacer las pruebas de la ropa con la modista, afirmó Beth .

Luego sus ojos se abrieron ampliamente, cuando finalmente vio el vestido que llevaba su hermana. Sentándose abruptamente, salió la cama y se abalanzó sobre Bells. ¡Tienes un vestido diferente! ¿No me digas que esa mujer Decalle ya te  terminó un vestido?

— No, por supuesto que no, murmuró Bells  mientras su hermana giraba a su alrededor. Le prometí dinero extra si trabajaba rápidamente, pero aún así sólo me pudo prometer de un vestido por día a partir de mañana si ella contrata a un par de ayudantes.

— Entonces... por qué... 

— Ella estaba preparando este vestido para alguien más que tenía medidas similares a las nuestras. Cuando  Madame Decalle se enteró que Elizabeth sólo tenía un vestido,  envió a buscar  este a su tienda .

—¿No es eso maravilloso? comentó Beth tocando la tela. Esa mujer tiene nuestras medidas.  Te queda perfecto.

— Sí, bueno, en realidad la mujer era un poco más alta y más grande de cintúra, pero Madame hizo que una de sus ayudantes lo arreglase mientras nosotras estamos  revisando el libro de diseños.

— ¿Libro de diseños? Beth frunció el ceño ante eso. ¿Qué elegiste?

Bells levantó las cejas.

—¿Por qué ese repentino interés?  No te importaba nada de la modista cuando te fuiste esta mañana. 

— Bien, estaba tan emocionada que se me olvidó que no tienes mucha  experien-cia en este tema.

Bells sonrió lentamente ante el evidente temor de Beth.

— Sí, bien, no temás, querida hermana. Te van a encantar los vestidos, porque después  de todo, los elegí yo. Aunque debo confesarte que Madame Decalle se mostró un  poco consternada por uno o dos de los vestidos que elegí.

Diciendo eso, Bells se dio vuelta y rápidamente dejó  el cuarto y corrió por el pasillo hacia las escaleras. Había recorrido la mitad del trayecto antes que Beth estúviese suficientemente recuperada como para correr tras ella.

—¿A qué te refieres con consternada? ¿Qué elegiste?, preguntó ella ansiosamente, tomándola por el  brazo para detenerla.

— Ya verás, murmuró Bells, soltándose.

— Pero.... ¡Oh, espera! Me olvidé de decirte. Hemos sido invitadas al teatro esta noche.

— ¿Hemos? Bells hizo una  pausa para hacer frente a su hermana, su vestido se arremolinó alrededor de sus  piernas mientras lo hacía. ¿Quién nos invitó?

— Tommy. Cuando Bells miró sin comprender, Beth le aclaró, Emmett Mccarty.  Él nos invitó a compartir su palco con él y su hermana Alice.

— Hmm. Bells miró a su hermana vestida con  su  nueva ropa de varón. El traje era muy elegante. Sin duda una elección de Cullen. Ese hombre tenía un gusto  impecable .

— ¿Y bien?

Bells arqueó las cejas.

—Y bien, ¿qué?

—¿No crees que deberíamos ir? Yo le dije que no estaba segura porque en ese momento sólo teníamos un solo vestido y él ya me había visto con ese vestido, pero ahora que Madame Decalle nos  ha dado un segundo vestido... bueno, me parece que es algo que tenemos que  hacer. Si queremos  conocer posibles maridos,  Beth argumentó esperanzada.

— Sí, por supuesto que tenemos que ir. La idea es casarse, después de todo, y no lo lograremos a menos que hagamos vida social. Además, me he aburrido soberanamente  todo el día. Será bueno salir. 

— Bien. El alivio de Beth fue evidente, repentinamente arrebató a Bells por el   brazo y la arrastro de vuelta hacia el dormitorio. Vamos entonces.

—¿Vamos a qué?

— Tenemos que cambiarnos, le explicó Beth, arrastrándola a su dormitorio.

— ¿Con qué ropa? Te dije que este es el único vestido que Madame Decalle tenía disponible.  ¿No crees que es apropiado para ir al teatro?

— Oh, no. Me quedará perfectamente. Quise decir que vamos a intercambiarnos la ropa para que yo sea Beth  y tú seas... 

— Un minuto, querida Beth. No iré al teatro como Bells. Pensé que querías ser el hermano durante todo el día.

— Y lo hice, claro que  lo hice.

— Pensé que  te habías divertido en el club... 

— Lo hice, pero yo... Ella  parecía incómoda, y Bells  estrechó  su mirada 

—¿Se trata  de Emmett Mccarty?

El rubor intenso de su hermana fue respuesta suficiente y Bells suspiró.

— Ya veo, murmuró ella. Al parecer a su hermana le gustaba Emmett  y quería ser Elizabeth cuando estaba con él.

— Lo siento, Beth comenzó a disculparse. Si quieres continuar siendo Elizabeth  durante la noche,  tienes derecho. El acuerdo era un día completo.

— No seas tonta, respondió Bells, estirando su brazo para desabrochar el vestido que  llevaba puesto. Es sólo una ida el teatro.

— Gracias, Bells, Beth murmuró agradecida.

— Está bien, ella respondió, luego suspiró cuando se dio cuenta de que tendría  varias horas de  la insoportable Alice.

— ¡Bells!

Bells suspiró cuando reconoció la voz de Alice  Mccarty segundos antes de verla abriéndose camino hacia donde, ella Beth, y Cullen estaban parados. Emmett Mccarty  venía detrás de la muchacha haciendo un gran esfuerzo por  mantenerse a la par con ella  mientras cruzaban  la multitúd.

— Emmett me dijo que vendría esta noche. Me sentí tan contenta con la noticia, jadeó Alice aferrando el brazo de Bells.

— Sí, claro, estoy seguro de eso, murmuró incómoda Bells, haciendo un esfuerzo por escapar a las garras de la muchacha, pero hallaba esa tarea muy difícil.

— Mccarty, saludó Cullen al hermano de Alice cuando el hombre llegó jadeando hasta  ellos.

— Lord Cullen. Emmett le sonrió y acto seguido agarró a su hermana por el brazo para despegarla de Bells. Por el amor de Dios, Alice, no ahogues al joven,  murmuró él irritadamente, y lanzó una sonrisa de disculpas a Bells. Lo siento, amigo. Ella siempre había sido como una especie de perro bull terrier. Y a veces se pone un poco pesada. Ignorando la protesta airada de Alice, Emmett volvió  su mirada hacia Beth, con una amplia sonrisa, y sus ojos  recayeron sobre  el vestido color lavanda. Lady Beth. Te ves maravillosa.

— Gracias, mi lord, murmuró Beth tímidamente. Y gracias por invitarnos  esta noche.

— Un placer. Él sonrió  ampliamente, aparentemente ajeno a los frenéticos tirones de Alice, quien  estaba tratando de soltarse .

Bells miró curiosa a Cullen, preguntándose cómo estaba reaccionando él  al comportamiento seductor entre Emmett y Beth después de haber besado en la biblioteca  a quién él creía era Beth. Pero él ni siquiera pareció notar el juego de seducción; su mirada estaba en Bells y había diversión en sus ojos, mientras observaba al joven escaparse de las atenciones amorosas de Alice.

— ¿Vamos a entrar?

Bells giró  para ver a su hermana  sonriendo dulcemente y colocando su mano sobre el brazo libre de Emmett. Mccarty entonces soltó a la fiera de su hermana, para apoyar su mano sobre la de Beth mientras caminaban hacia las puertas de la sala del teatro.

Ahogando un suspiro de decepción, Bells logró  no hacer una mueca cuando las garras de Alice se cerraron de nuevo alrededor de su brazo, aprovechando la ocasión para avanzar.

— Ven,  vamos a disfrutar el espectáculo.

— De alguna manera lo dudo mucho, murmuró Bells y se asombró al oír la risa de  Cullen.

— Vamos, Cullen. No querrás perderte el espectáculo.

— No, claro que no, acordó él divertido, siguiendola  lentamente mientras trataba de no perder de vista a  Beth. El  había notado la atracción entre Beth y Emmett y había esperado  tener un sentimiento de decepción o de celos, pero eso no sucedió. De hecho, a pesar del beso apasionado de la biblioteca, Cullen encontraba que su atención una vez más se dirigía a Bells. Por ejemplo, en ese momento estaba observado la bella cadencia de su trasero redondeado mientras el joven caminaba.

Bells no tenía un trasero másculino, notó él, echando un vistazo a los otros  traseros másculinos que habían en el teatro. Ninguno de los otros hombres presentes  tenía un trasero tan  bonito.

Ninguno de los traseros presentes llamaba su atención de la manera que lo hacía el de Bells. Cullen  no sabía si  tenía que sentirse aliviado o no por esa constatación.  ¿Qué mierda le estaba pasando? ¿Desde cuando comparaba traseros másculinos?  Nunca antes había reparado en la forma el cuerpo  de otro hombre . Y no iba a empezar ahora. Pero con ese muchacho... él atraía su atención y despertaba su deseo como ninguna mujer lo había hecho en su vida.

Ahí estaba.  Lo  había admitido. El  deseaba a ese muchacho. Por el amor de  Dios, estaba enloqueciendo o volviéndose un pervertido. No deseaba estar íntimamente  con otro  hombre.  Pero sentía un ferviente deseo de que Bells fuese una mujer. Su mirada fue hacia Beth. Ella era una mujer, la versión femenina de Bells, y  había sentido  una increíble pasión por ella esa tarde en la biblioteca. Pero no ahora. Todo era muy confuso.

Cullen alejó esos pensamientos cuando escuchó a Emmett invitándolos a un  picnic para el día siguiente.

— Un pequeño picnic, estaba él diciendo. Pero nos encantaría que asistan.

 —¿No es encantador? jadeó Beth muy emocionada.

— Encantador, murmuró Bells con amargura, ni siquiera se molestó en breve  en contemplar la cañada cubierta de hierba en donde habían desembarcado. La ida al teatro la noche anterior había sido una experiencia infernal, gracias a la pesada y enamoradiza Alice Mccarty. Ese día no iba a ser mejor, pues se había encontrado una vez más vestida en las ropas de Bells.

— Oh, Bells, no seas aburrido. Es un hermoso día para un picnic y... dijo Beth.

— Sí, claro, si Alice me clava sus garras una vez más yo te juro que... Sus palabras se cortaron abruptamente, cuando Beth soltó una risa.

Cuando vio los ojos estrechados de Bells, Beth ahogó su risa y la cambió por una mirada de disculpa que realmente carecía de sinceridad.

Suspirando,  ella sacudió la cabeza  y luego murmuró:

— Ella parece  haberte tomado cariño.

— ¿Tomado cariño? repitió Bells con  disgusto. Ella se me pega como la  hiedra a un muro. Se aferra a mí en cada oportúnidad que tiene. Esa chica es verdadera pesada. ¡OH! Lo siento, ella murmuró cuando vio a la muchacha avanzando decididamente hacia ellas. Bells había pasado la mayor parte del viaje de una hora haciendo lo posible e imposible para evitar a Alice Mccarty. Una hazaña imposible cuando quedaron atrapados en una barcaza con un centenar personas. Sin embargo, Bells había logrado escaparse en varias ocasiones, arrancando la manga de las garras de Alice  y huyendo  sin preocuparse por la cortesía.

Alice no parecía notar que Bells estaba mostrando una clara falta de interés por sus encantos. De verdad, la joven parecía no tener un gramo de  autoestima.  Y sin duda carecía de dignidad. Ella había estado literalmente persiguiendo a Bells como un perro de caza. Toda la sitúación  era muy vergonzosa para Bells. Y terriblemente agotador también. Si Alice  alguna vez encontraba  marido, Bells sospechaba que el hombre fallecería de puro cansancio... Bells había decidido que tenía que hacer algo respecto a esa determinada damita o iba a pasar una tarde decididamente infernal.

— ¡Ahí estás! exclamó Alice, como si no hubiesen estado jugando a escondidas  durante la última hora.  Enlazando firmemente  el brazo de Bells, ella sonrió triunfal. Dios mío, eres resbaladizo  como un pez. Quería mostrarte que un lugar  al lado del río, pero te me escapaste.

Bells se mantúvo en silencio mientras era arrastrada fuera de su escondite, le lanzó una mirada feroz a su hermana que se estaba riendo, y se concentró en caminar con Alice  a través de los huéspedes.

La  idea de los Mccarty de un pequeño picnic era un grupo de  sesenta personas amontonadas en una barcaza con un número casi similar de criados y transportarlos río abajo hasta un lugar donde habían dispuesto mesas y sillas.  Si Bells hubiese sabido que el picnic en realidad era un acontecimiento social, habría rechazado  educadamen-te la invitación y hubiese pasado el día en casa. Bueno tal vez no; aburrido como le parecía ese picnic, estar encerrada como una fiera en la casa de Cullen le parecía peor. Al menos de esta manera ella podía ver cómo interactúaban Cullen y Beth. No era que la aventúra de ese día hubiese revelado algo de interés. Cullen había sido  saludado y integrado a un grupo de hombres de edad avanzada desde  el momento en que habían llegado, mientras que Beth y Bells se habían unido a un grupo de jóvenes.

Su mirada ahora fue hacia a Cullen. Todavía estaba de pie con los hombres mayores. Todos  ellos tenían al menos veinte años más que él, y  ella recordó que Beth le había contado que él había hecho lo mismo el día anterior en el club, dejándola en  compañía de los jóvenes mientras él conversaba de  asuntos de negocios con  ancianos.  Ella llegó a la conclusión de que Cullen se había olvidado que era  joven.

¿Qué edad tendría él? se preguntó de repente y frunció la frente, mientras lo estúdiaba. No parecía tener más de treinta. Ella supuso que tendría veintiocho más o menos.  Lo que  lo hacía ocho años más grande que ella y Beth. Sin embargo, él actúaba como si túviese sesenta años. Una pena,  realmente.

Un grito llamó su atención hacia Alice mientras ella tropezaba en el terreno irregular. Bells la ayudó a mantener el equilibrio tomándola por el codo.

— Muchas gracias. Alice susurró palabras de agradecimiento, su mirada era de adoración y Bells sacó su mano y le hizo una seña para que liderada el camino.

No pasó mucho tiempo antes que ella se diese cuenta de que Alice no tenía la menor idea de a donde iban. No había un sendero que seguir y ellas avanzaban tropezando por el  bosque perdido como dos toros perdidos. Era obvio que no había un lugar especial  que  Alice quisiera mostrarle. En realidad ella sólo quería estar a solas con Bells y no había que ser un genio para imaginarse para qué. Bells tenía que darle  crédito a Alice por ser tan atrevida. Pero no iba a permitir que su audacia las metiese en  problemás.

— Alice, dijo finalmente Bells, agarrando a la muchacha por el brazo y haciendola detener. Tenemos que volver.

— Oh no, el  lugar sólo queda un poco más adelante, murmuró Alice casi con urgencia, y Bells sacudió la cabeza con irritación. La muchacha era una mentirosa más grande que Beth.

— ¡Basta!, se impuso Bells, dándose vuelta por el camino por el que habían llegado. Es evidente que no sabes a donde vamos, y no quiero  perderme en este bosque.

— Oh, pero... Alice agarró su brazo desesperadamente, haciéndola detenerse. Alice la miró con una expresión de ruego hasta que vio la irritación  en la cara de Bells.

Una vez que lo hizo, ella soltó su  brazo y miró el suelo.

— Lo siento, Bells. Es evidente  que no deseas pasear conmigo.

Bells se sintió incómoda. Alice parecía tan triste y abatida. Era evidente que ella estaba desesperada por ser querida. Desafortúnadamente, ella parecía no tener idea de cómo conseguir eso. Sintiendo que la mayor parte de su irritación se desvanecía, Bells suspiró.

— No es que no disfrute de un paseo contigo, Alice. Pero no es apropiado que  una muchacha esté a solas con un ... eh... joven, explicó ella incómodamente, mientras se preguntaba cómo se había metido en esa sitúación. El hombre podría aprovecharse de una mujer. Esa es la razón por la cual los padres insisten en que sus hijas siempre estén con otros acompañantes. Como tú madre debería hacer, añadió Bells secamente.

— A mi madre no le importa, murmuró Alice, y luego añadió con seriedad: Y  yo tenía la esperanza de tú te aprovecharas de la sitúación. No me importaría. Lo digo en serio. 

— ¡¿Qué?! Bells jadeó escandalizada, y Alice se ruborizó asintiendo.

— Es verdad. Si deseas besarme no me importa. Yo estaba esperando que lo hicieras. Con esas palabras, ella cerró sus ojos y ladeó su cabeza esperando un beso.

Bells miró a la muchacha con preocupación por un momento, luego sacudió su cabeza y comenzó a caminar de nuevo hacia donde estaban los demás invitados. Ella había dado unos pocos pasos cuando Alice abrió sus ojos para verla escaparse. Al igual que un  perro bulldog con un hueso, ella  corrió inmediatamente trás Bells.

— Espera, no puedes volver. ¿No vas a a besarme? Yo... Sus palabras se cortaron  cuando Bells giró sobre sus talones con la paciencia agotada.

— Basta de perseguirme, niña tonta.  ¿Qué te pasa? ¿No tienes orgullo o dignidad? ¿O se los ha llevado el viento junto con tú sentido común? Tú reputación va a quedar arruinada incluso antes que hagas tú presentación social. ¡Estabas esperando que me  aproveche de la sitúación! Alice, tienes mucha suerte que yo no soy uno de los jóvenes   que están haciendo las apuestas para ver quien manosea a más muchachas antes que termine esta temporada social, de otro modo ya estarías arruinada.

Cuando Alice empalideció, sus ojos se llenaron de lágrimás, Bells se sintió  mal. Esa muchacha tonta era muy molesta, pero también era joven e inocente... De verdad, Bells suponía que la mayoría de las adolescentes eran igualmente tontas,  pero en  general ellas esperaban que el hombre se acercase a ellas. Alice, lamentablemente,  parecía no entender eso. Y Bells suponía que ella estaba desesperada para que alguien le  prestase algo de  atención.

 Moviéndose incómodamente mientras una gran lágrima rodaba y luego otra, y otra más, Bells suspiró y palmeó el hombro de Alice.

— No llores, estás segura conmigo. No estoy haciendo apuestas sobre arruinar la reputación de las muchachas, murmuró ella lacónicamente, suspirando cuando de repente  Alice se lanzó contra su pecho, llorando copiosamente sobre el chaleco nuevo que el sastre le había entregado esa mañana.

— Soy una idiota, exclamó Alice y Bells frunció el ceño.

— No. No, no eres una idiota, Alice. Es solo que deberías ser más cuidada; no  todos los hombres son caballeros. Y nunca deberías sugerirles que se aprovechen  de tí.  Ella se estremeció ante la idea de lo que habría ocurrido si esa muchacha se hubiese arrojado a los brazos de alguien como Jimmy y Freddy que Beth que había mencionado.

— Fue una estúpidez de parte mía, admitió Alice con un sollozo. Siempre estoy  haciendo cosas estúpidas. Y es por eso que nadie  me quiere.

Bells frunció el ceño.

— No eres estúpida, Alice, y estoy segura  que  muchas  personas te quieren.

—¿Crees eso? ella preguntó  esperanzadamente.

—  Claro, sin duda.

— Y tú, ¿me quieres?

Bells dio una sonrisa forzada cuando Alice se despegó de su pecho y la miró.

— Por supuesto.

— Entonces puedes besarme. Diciendo eso, ella ladeó su cabeza una vez más, sus labios se fruncieron  y cerró los ojos.

Bells la empujó, alejándola inmediatamente.

— ¡No has escuchado ni una palabra de lo que te he dicho!

Alice parpadeó y sus ojos se abrieron  inmediatamente.

— Sí, lo hice, y me dijiste que estaba segura contigo. Si es así ¿por qué no puedes besarme? Dijiste que me querías, Bells! 

Bells suspiró ante su razonamiento lamentablemente, luego, a falta de una excusa mejor, ella murmuró:

— El exceso de entúsiasmo puede ser un defecto, ¿sabes?

Alice la miró con incertidumbre, pero Bells no se preocupó demásiado por explicarle. Le parecía  que  había encontrado una forma de mantener segura a Alice y de lograr que deje de perseguirla.

— Lo puedo explicar de otra manera, Bells continuó, sacudiendo la cabeza. Piensa en la caza de un zorro. El zorro es soltado para que corra y se esconda. Los cazadores comienzan a perseguirlo. La persecución continua porque el zorro corre. A veces lo persiguen durante horas y horas. Cuanto más larga ser la persecución, más emocionante es la victoria cuando el animal es captúrado. ¿No es así? 

— Si, Alice  acordó  con incertidumbre.

— Y no es el zorro quien corre a todos para que lo agarren, simplemente se queda allí y permite ser captúrado. ¿Si fuese al revés qué sentido tendría la caza? No  sería tan  divertido, ¿verdad? 

— No, supongo que no.

— Bien, entonces ya tienes la explicación. Bells asintió con firmeza, segura de que se había explicado perfectamente.

— ¿Entonces, me estás diciendo que te niegas a besarme y te sigues escapando para que yo te siga persiguiendo?  

Bells parpadeó boquiabierta.

—¡No! ¡Por Dios! ¡Alice era imposible! ¡Tú eres el zorro, no el cazador!  

— Pero  yo no estoy corriendo.

Bells hizo una mueca y tomó una respiración profunda antes de hablar entre dientes:

— Ese es el punto. Si deseas que los hombres te persigan, deberías estar corriendo  en la dirección opuesta.

— Pero yo no quiero que  me persigan. Sólo quiero que me quieran.

Bells suspiró, preguntándose por qué había tenido la mala suerte de haber hecho  ella el papel de Bells ese día.

— Alice, mi querida. Los  hombres, como... eh... yo, prefieren perseguir a las mujeres. Es más interesante y... eh... más emocionante. Nos gusta perseguir, no ser perseguidos.

Alice dudó, y luego preguntó:

—¿Quieres decir que si yo corriese, tú me perseguirías? 

— Si.

— ¿Y te gustaría hacer eso?

— Si.

— Bien... Ella sacudió la cabeza con cierta tristeza, enderezó sus hombros y suspi-ró resueltamente. Si eso es lo que deseas, Bells. Ckarissa hizo una pausa y miró el bosque  que los rodeaba. ¿En qué dirección debo correr? 

Bells hizo una mueca  y gimió.

— Alice. Yo estaba usando una metáfora.

— ¿Una metáfora?

— Un ejemplo, le explicó Bells con impaciencia. Yo realmente no deseo perse-guirte por el bosque. Te estoy diciendo que deberías fingir que yo no te intereso.

Alice parpadeó preocupada.

— Pero yo estoy interesada en tí.

— Lo sé, pero deberías fingir que no te intereso. Deberías ignorarme, hablarme poco, hacer lo que creas necesario para convencerme de que no estás interesada en mí.

— Pero, ¿tú que harías  mientras yo te ignoro?

—¿Yo? Bueno, yo te observaría y admiraría desde lejos.

— ¿Desde lejos?

Ella no parecía muy satisfecha con la idea y parecía estar a punto de protestar, pero   Bells dijo abruptamente:

— Así es el juego. Se considera que eso es un juego muy romántico.

— ¿Muy romántico? Alice se sobresaltó.

— Sí, entonces yo escribiría un poema sobre mi corazón roto.

— ¿Y me lo enviarías a mí? Alice preguntó apasionadamente, con lo que Bells  frunció el ceño.

— No. No soy bueno escribiendo poemás. Mis poemás serían horribles y morbosos, entonces yo arrugaría el papel y lo arrojaría al fuego, y sufriría terriblemente.

— ¿Sufrir? Alice preguntó alarmada. Oh, Bells, yo no quiero que sufras.

— Nuestro sacerdote dice que el sufrimiento es bueno para el alma, dijo Bells con firmeza, guiandola por donde habían venido.

— ¡Oh!, murmuró ella, haciendo una pausa en el borde del bosque. Bien, si piensas que eso  es lo mejor. 

— Es definitivamente lo mejor, aseguró Bells lacónicamente y añadió:

— Y debes prometerme que te mantendrás lejos de cualquier hombre llamado    Jimmy  o Freddy.

— Como desees, Bells, murmuró ella diligentemente.

— Eres una buena chica, murmuró Bells, guiándola a través de los arbustos.

— Nadie parece estar mirándonos ahora. Ve adelante y vuelve al picnic. Yo voy a esperar un  momento y te seguiré.  Es para no alentar rumores.

— Sí, Bells.

Bells la observó irse con un suspiro de alivio, y se apoyó contra el tronco de un árbol y esperó el tiempo necesario antes de regresar al picnic.

 

Cullen se movió entre las visitas, su mirada buscaba a Bells entre la gente riéndose y charlando. No había visto al joven desde hace tiempo y empezanba a preocu-parse. Más de lo que realmente debería, él se dio cuenta con un suspiro y sacudió su cabeza ante su  propio comportamiento.

Por mucho que se repetía sí mismo que debería centrar su atención en la hermana y  que debería evitar absolutamente al muchacho, no podía evitarlo. Desde el momento en que Bells había llegado a la sala de desayuno esa mañana y le había ofrecido una alegre sonrisa, Cullen se había dado cuenta que ese objetivo sería imposible. Había algo magnético en ese muchacho. Incluso algo entrañable. Había disfrutado la conversa-ción con él sobre la sitúación política actúal y se había reído con ganas de sus frases ingeniosas.

Eso no era nada malo, pero cuando sus manos se habían tocado accidentalmente, cuando ambos quisieron agarrar la mermelada, Cullen había sentido un shock  eléctrico  recorrerle el cuerpo y se había sentado rápidamente en su silla muerto de preocupación.

Es una sitúación muy angustiante. Un día se encontraba a sí mismo aprovechandose de la hermana que se suponía que debería estar bajo su protección y al día siguiente  sentía cosas  por el hermano. Cosas que nunca había sentido por hombre en toda su vida. Todo eso estaba más allá de su comprensión, y había decidido que simplemente sería mejor mantener distancia con los dos mellizos. Y de verdad le había dado amplio margen de libertas tanto al hermano como a la hermana en el picnic. Había logrado evitarlos  bastante bien hasta ahora, los había dejado en compañía de otros jóvenes de su misma  edad. Y continuaría hablando de economía y de política con los hombres mayores, si Bells  no  hubiese  desaparecido,  pensó Cullen con irritación mientras se acercaba al lugar donde estaba Beth charlando amistosamente con Emmett y Alice Mccarty.

—¿Dónde está Bells? preguntó él sin preámbulos, y el trío dio la vuelta sorpren-dido por su brusca interrupción.

— ¿Bells? Beth repitió perplejamente y miró a su alrededor.

— Oh, bien... Él no ha estado aquí desde hace mucho tiempo, debe estar...

— Bells fue a dar un paseo por el bosque.

 Cullen miró intensamente a Alice Mccarty cuando ella contestó  bruscamen-te, y se ruborizó bajo su mirada.

—¿A dónde? él  exigió.

— Al bosque. Umm... Él deseaba alejarse de la gente por un rato. Sin duda   volverá en poco tiempo.

Cullen frunció el ceño, evaluando si era necesario salir a buscar al muchacho, y luego suspiró amargamente. Parecía la cosa más sabia para hacer. Después de todo el muchacho estaba bajo su cuidado. Además, después de la aventúra a Aggie no podía confiar que el muchacho túviese más sentido común que un mosquito. Cullen todavía no podía explicarse como Bells había terminado atado a los postes de la cama con la puta blandiendo un látigo. El muchacho, consideró Cullen, podía haberse perdido en el bosque.

Bells maldijo groseramente y agarró la peluca de su cabeza mientras otra rama la enganchaba, después soltó la peluca para pegarle un manotazo a una avispa que zumbaba  cerca de la cara. Nunca había sido una fanática de la vida al aire libre. Verdaderamente, tan aburrido como el picnic había resultado ser hasta ahora, ella deseaba estar de vuelta  sentada alguna de las mesa y comiendo una pechuga de perdiz. Y eso estaría haciendo, si  no hubiese escuchado un gemido angustiado en el momento en que estaba a punto de salir del bosque. Bells no pudo ignorar ese gemido de dolor, aunque se tratase de un animal, y cuando oyó el grito de nuevo, Bells había renunciado a la idea de regresar al picnic y había empezado a caminar en el sentido de los gritos. Los sonidos la habían  llevado lejos del lugar del picnic y más cerca de la orilla del río. Sus pies se hundieron  en el terreno blando y húmedo.

Haciendo una pausa, dio un paso atrás, frunció el ceño, estúdiando el daño  causado a sus zapatos  y observó las ramás de los arbustos que había delante de ella y siguió avanzando, una vez más oyó el  gemido que ahora se convirtió  en una especie de chillido y sollozo. Después de un momento los gritos de repente se oyeron amortiguados  y Bells se puso rígida, el  silencio era aún más alarmante que los chillidos. Su garganta  se apretó con  ansiedad, Bells se metió en el matorral y casi se tropezó y cayó de   rodillas cuando la maleza dio paso a otro  claro de bosque .

 Y entonces vio la imagen de un granjero lanzando una bolsa al río.

— ¡No! gritó ella alarmada, pero ya era demásiado tarde, la bolsa ya estaba volando a través del aire hacia el agua. Sin pensarlo dos veces, Bells corrió, metiéndose en el agua y yendo tras la bolsa. El  agua pareció demorar la velocidad de sus pies, haciendo que cada paso fuera un esfuerzo. Pero logró avanzar con firmeza y un insulto se escapó  de sus labios cuando la bolsa cayó al agua unos diez metros delante de ella e  inmediatamente se hundió debajo de la superficie. El río se tragó la bolsa silenciando los gemidos que venían de adentro de ella.

En lo que pareció una eternidad, Bells avanzó en el agua hacia donde había aterrizado la bolsa. Sin importarle  mojarse y arruinar el nuevo traje, ella se hundió en el agua para buscar la bolsa. Sus dedos rozaron la parte superior de la bolsa y logró sacarla. Sosteniéndola en alto, ella se volvió y comenzó a salir del agua, rezando para que no fuese demásiado tarde.

Al llegar a la orilla, se arrodilló sobre el pasto húmedo, ignorando al granjero que se estaba acercando. Bells desató el nudo de la bolsa y la abrió con miedo de lo que podía encontrar adentro. Jadeó cuando vio un grupo de cachorros en el interior de la bolsa. Extrajo rápidamente las crías, agarrándolas por el lomo. El primer cachorro escupió el agua que había tragado. 

 

Murmurándole suavemente, Bells lo puso sobre el pasto y rápidamente agarró el  próximo cachorro, esta vez le dio una palmadita para ayudarlo a expulsar el agua. Una vez que sus palmaditas surtieron efecto se ocupó  de la próxima cría dentro el saco.

 Bells repitió la acción seis veces más y logró salvar seis de los ocho cachorros. Los dos últimos no pudieron ser revividos. Bells suspiró amargamente. Ella se puso  rígida cuando el granjero, que se había mantenido en silencio durante todo ese tiempo, se acercó  a los dos cadáveres.

— Si,  dos  murieron, pero fue un buen intento, sir.

Estrechando sus ojos, Bells levantó la cabeza lentamente y miró al hombre.

— Fue un buen esfuerzo.  Rescatarlos y salvar a seis de ocho. Ahora, veamos, son seis...,  creo que unos chelines cubrirá el precio.

Bells sacudió la cabeza absolutamente desconcertada.

— ¿Qué? preguntó ella, lanzándole un vistazo a los seis cachorros que luchaban débilmente para ponerse de pies y moverse.

— Por los cachorros,  él explicó como si ella fuese una tonta. Ya que se tomó el trabajo de rescatarlos  supongo que quiere comprarlos.

— ¿Comprarlos? Bells repitió con  incredulidad. ¿Se ha vuelto loco?

El hombre arqueó sus cejas grises.

— ¿Quiere  comprarlos o no?

Cuando Bells sólo lo miró llena de furia e indignación porque le era imposible  hablar, el granjero encogió los hombros y se agachó para arrebatarle la bolsa que ella  había desechado.

— ¿Si no para que se tomó tanto problema? Me ha creado  más trabajo. Ahora voy a  tener que ahogarlo de nuevo. Diciendo eso, él agarró el perrito que estaba a sus pies.

— ¡Por encima de mi cadáver! rugió Bells y le arrebató la bolsa.

Cullen había caminado mucho tiempo sin tener ninguna señal de Bells y  decidió que Alice se había equivocado. En ese momento una serie de  insultos  y gritos estallaron en el bosques . Él retomó sus pasos y de pronto se encontró en un claro con una escena sorprendente.

Bells y un corpulento granjero estaban tironeando de una bolsa. El tamaño robusto  del granjero anunciaba  que él sería el  ganador de la batalla, y  Cullen  no se sintió sorprendido cuando Bells perdió el control sobre la bolsa y cayó pesadamente  en el pasto húmedo. La diversión de Cullen  se convirtió en  shock cuando el granjero se agachó para agarrar algunos cachorros, y Bells  se ponía  de  pie y se  lanzaba sobre el hombre por  la espalda.

Rugiendo Bells agarró un puñado de los cabellos del hombre y lo tiró con fuerza, el  granjero soltó la bolsa y los cachorros emergieron, yendo a rodear a Bells como s un enjambre de abejas. Bells esquivó hábilmente el primer golpe del granjero, pero el  segundo lo alcanzó en la  cabeza. El muchacho lanzó un grito de dolor, pero se sostúvo con firmeza  en  su posición.

El golpe túvo más efecto  en Cullen,  quien lanzó hacia adelante, vociferando:

— ¿Qué diablos pasa aquí?

La pareja se congeló. El granjero se detúvo a mitad de un golpe y lo miró culpable, mientras que Bells lanzaba un suspiro de alivio y rápidamente se bajó de la espalda del hombre.

— Cullen, jadeó el muchacho y dio un paso hacia él, su alivio era evidente. Bells pareció recomponerse, y miró a Cullen y al granjero, y luego abajo a la bolsa que se movia a sus pies.  Unos aullidos lastimero salieron del interior de la bolsa.

—¿Qué está pasando aquí, Bells? le preguntó Cullen mientras que el joven se doblaba para abrir la bolsa y sacar un cachorro peludo de su interior.

— Suelta a mis perros, el granjero gruñó mientras que Bells agarraba al  cachorro más cercano.

— ¡Tús perros! replicó Bells. Los tiraste al río.

—  Si. ¡Y voy a hacerlo de nuevo, porque no quieres pagar por ellos!

— ¡Vayase al carajo! le gritó Bells al hombre.

— ¡Dame mis perros! El granjero fue hacia el joven y Bells se movió rápido detrás de Cullen, luchando por mantener a los cuatro cachorros que   había logrado juntar. El granjero se detúvo inmediatamente, al parecer no queriendo atacar a un miembro de la nobleza que no lo estaba  atacando a él. De repente, la cara del hombre se enrojeció de furia, y él giró y fue a agarrara los otros dos cachorros.

—¡No! gritó Bells, saliendo de atrás de Cullen cuando el granjero hizo un movimiento como para romperle el cuello al animal. El hombre se detúvo y arqueó una ceja, y Bells se dirigió a Cullen.

—¡Haz algo!

Suspirando, Cullen miró al granjero, y luego de vuelta a Bells.

—¿Cómo puedo hacer algo cuando no sé lo que está sucediendo?

—¿No sabes? ¡Por Dios! Este hombre  metió a los pobres cachorros en una bolsa y la  arrojó en el río para que se ahogasen. Yo los rescató y logré revivir a seis de los ocho. Ahora él  pretende que le pague por los seis perritos que sobrevivieron o  los va a tirar de nuevo al agua. Dile que no puede hacer eso. Dilo. Bells se dio vuelta mirando al granjero con una evidente mezcla de satisfacción y odio. Asintiendo triunfal mientras  esperaba que  Cullen la respaldase. Ese triunfo murió muy pronto, transformándose en  preocupación cuando Cullen habló finalmente.

— Me temo que no  puedo.

—¿Qué?

— Estos son sus perros, le respondió.

— ¿Sus...? Pero él  los tiró... los quiso ahogar. Trató de matarlos. Estarían muertos  si no fuera por mí. Yo los encontré... 

— Los perros siguen siendo suyos y él puede hacer con ellos lo que desee, suspiró Cullen, sintiéndose como si  decepcionara  al muchacho con  esa admisión .

— Es como te dije. El pecho robusto del granjero se hinchó sintiéndose muy  importante. Por lo tanto quiero seis peniques para las bestias o a este le voy a romper el cuello y al resto los voy a  ahogar.

— ¡Seis peniques! ¡Eres un extorsionador! 

— El precio aumentó después que me atacaste.

El muchacho miró al hombre brevemente, luego miró a los cachorros y comenzó a buscar en los bolsillos de su chaqueta. Bells frunció el ceño cuando descubrió que estaban vacíos.

— Debo haber perdido el dinero en el agua. Págale a  este hombre, Cullen.

Levantando sus cejas ante esa orden, el joven frunció la frente.

— Sabes que  voy a pagártelo.

Soltando un suspiro, Cullen buscó en una pequeña bolsa de monedas y sacó una moneda de plata que entregó al hombre. El granjero sonrió cuando aceptó el dinero. Luego, le pasó a Cullen el cachorro que había sido estado sosteniendo, y se agachó para agarrar la bolsa con  las dos crías muertas, y se marchó.

Cullen observó con disgusto al hombre hasta desaparecer entre los árboles y,  vio que Bells suspiraba y miraba a los cachorros mojados que se refregaban contra su pantalón embarrado.

 

— Mis  pobrecitos, murmuró Bells, agachándose para alzar dos más de ellos.  Todo está bien. Ese viejo criminal ya no les hará más daño, Bells los sostúvo acariciándolos con su cara, y  vio las cejas arqueadas de  Cullen.

 

 — ¿Crees que puedes recoger a esos dos?

 

Cullen parpadeó sorprendido.

 

— ¿Para qué?

 

— Bien, no puedo cargar los seis cachorros  yo solo, no te parece?

 

—¿Por qué querrías cargar a los seis de todos modos? No planearas quedarte con  los cachorros, ¿verdad? 

 

—¿Qué otra cosa crees que haría? preguntó él con asombro. No puedo dejarlos  aquí pues el granjero los mataría  más tarde.

 

— Bien, pero tampoco puedes llevarlos a mi casa, dijo Cullen con un  gruñido.

 

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BIENNNNNNNNNNN AHORA SI CREO QUE ASI DE LARGO EL CAPITULO ESTA BIEN ¿NO CREEN? JAJAJAJ, A MIS GUPAS LO QUE PIDAN Y COMO SOY CHICA DE PALABRA HE TRAIDO LOS CAPITULOS MAS LARGOS.

 

JAJJAA BUENO EN ESTE CAPITULO ESTA LA RESPUESTA A TODAS LA PREGUNTAS QUE ME HICIERON EN LOS COMENTARIOS, EDWARD, NO SE SINTIO CELOSO DE BETH CUANDO LA VIO CON EMMETT, AL CONTRARIO ESTABA MAS ATENTO EN EL CULO DE BELLS JAJAJA, POBRECITO VA A TERMINAR LOCO, Y MAS CON TODOS LOS PROBLEMAS EN LOS QUE SE METE BELLS. DE SEGURO ENVEJECERA 10 AÑOS

 

LAS VEO MAÑANA CHICAS BESITOS.

Capítulo 7: SIETE Capítulo 9: NUEVE

 
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