— ¡Bells!
Bells suspiró cuando reconoció la voz de Alice Mccarty segundos antes de verla abriéndose camino hacia donde, ella Beth, y Cullen estaban parados. Emmett Mccarty venía detrás de la muchacha haciendo un gran esfuerzo por mantenerse a la par con ella mientras cruzaban la multitúd.
— Emmett me dijo que vendría esta noche. Me sentí tan contenta con la noticia, jadeó Alice aferrando el brazo de Bells.
— Sí, claro, estoy seguro de eso, murmuró incómoda Bells, haciendo un esfuerzo por escapar a las garras de la muchacha, pero hallaba esa tarea muy difícil.
— Mccarty, saludó Cullen al hermano de Alice cuando el hombre llegó jadeando hasta ellos.
— Lord Cullen. Emmett le sonrió y acto seguido agarró a su hermana por el brazo para despegarla de Bells. Por el amor de Dios, Alice, no ahogues al joven, murmuró él irritadamente, y lanzó una sonrisa de disculpas a Bells. Lo siento, amigo. Ella siempre había sido como una especie de perro bull terrier. Y a veces se pone un poco pesada. Ignorando la protesta airada de Alice, Emmett volvió su mirada hacia Beth, con una amplia sonrisa, y sus ojos recayeron sobre el vestido color lavanda. Lady Beth. Te ves maravillosa.
— Gracias, mi lord, murmuró Beth tímidamente. Y gracias por invitarnos esta noche.
— Un placer. Él sonrió ampliamente, aparentemente ajeno a los frenéticos tirones de Alice, quien estaba tratando de soltarse .
Bells miró curiosa a Cullen, preguntándose cómo estaba reaccionando él al comportamiento seductor entre Emmett y Beth después de haber besado en la biblioteca a quién él creía era Beth. Pero él ni siquiera pareció notar el juego de seducción; su mirada estaba en Bells y había diversión en sus ojos, mientras observaba al joven escaparse de las atenciones amorosas de Alice.
— ¿Vamos a entrar?
Bells giró para ver a su hermana sonriendo dulcemente y colocando su mano sobre el brazo libre de Emmett. Mccarty entonces soltó a la fiera de su hermana, para apoyar su mano sobre la de Beth mientras caminaban hacia las puertas de la sala del teatro.
Ahogando un suspiro de decepción, Bells logró no hacer una mueca cuando las garras de Alice se cerraron de nuevo alrededor de su brazo, aprovechando la ocasión para avanzar.
— Ven, vamos a disfrutar el espectáculo.
— De alguna manera lo dudo mucho, murmuró Bells y se asombró al oír la risa de Cullen.
— Vamos, Cullen. No querrás perderte el espectáculo.
— No, claro que no, acordó él divertido, siguiendola lentamente mientras trataba de no perder de vista a Beth. El había notado la atracción entre Beth y Emmett y había esperado tener un sentimiento de decepción o de celos, pero eso no sucedió. De hecho, a pesar del beso apasionado de la biblioteca, Cullen encontraba que su atención una vez más se dirigía a Bells. Por ejemplo, en ese momento estaba observado la bella cadencia de su trasero redondeado mientras el joven caminaba.
Bells no tenía un trasero másculino, notó él, echando un vistazo a los otros traseros másculinos que habían en el teatro. Ninguno de los otros hombres presentes tenía un trasero tan bonito.
Ninguno de los traseros presentes llamaba su atención de la manera que lo hacía el de Bells. Cullen no sabía si tenía que sentirse aliviado o no por esa constatación. ¿Qué mierda le estaba pasando? ¿Desde cuando comparaba traseros másculinos? Nunca antes había reparado en la forma el cuerpo de otro hombre . Y no iba a empezar ahora. Pero con ese muchacho... él atraía su atención y despertaba su deseo como ninguna mujer lo había hecho en su vida.
Ahí estaba. Lo había admitido. El deseaba a ese muchacho. Por el amor de Dios, estaba enloqueciendo o volviéndose un pervertido. No deseaba estar íntimamente con otro hombre. Pero sentía un ferviente deseo de que Bells fuese una mujer. Su mirada fue hacia Beth. Ella era una mujer, la versión femenina de Bells, y había sentido una increíble pasión por ella esa tarde en la biblioteca. Pero no ahora. Todo era muy confuso.
Cullen alejó esos pensamientos cuando escuchó a Emmett invitándolos a un picnic para el día siguiente.
— Un pequeño picnic, estaba él diciendo. Pero nos encantaría que asistan.
—¿No es encantador? jadeó Beth muy emocionada.
— Encantador, murmuró Bells con amargura, ni siquiera se molestó en breve en contemplar la cañada cubierta de hierba en donde habían desembarcado. La ida al teatro la noche anterior había sido una experiencia infernal, gracias a la pesada y enamoradiza Alice Mccarty. Ese día no iba a ser mejor, pues se había encontrado una vez más vestida en las ropas de Bells.
— Oh, Bells, no seas aburrido. Es un hermoso día para un picnic y... dijo Beth.
— Sí, claro, si Alice me clava sus garras una vez más yo te juro que... Sus palabras se cortaron abruptamente, cuando Beth soltó una risa.
Cuando vio los ojos estrechados de Bells, Beth ahogó su risa y la cambió por una mirada de disculpa que realmente carecía de sinceridad.
Suspirando, ella sacudió la cabeza y luego murmuró:
— Ella parece haberte tomado cariño.
— ¿Tomado cariño? repitió Bells con disgusto. Ella se me pega como la hiedra a un muro. Se aferra a mí en cada oportúnidad que tiene. Esa chica es verdadera pesada. ¡OH! Lo siento, ella murmuró cuando vio a la muchacha avanzando decididamente hacia ellas. Bells había pasado la mayor parte del viaje de una hora haciendo lo posible e imposible para evitar a Alice Mccarty. Una hazaña imposible cuando quedaron atrapados en una barcaza con un centenar personas. Sin embargo, Bells había logrado escaparse en varias ocasiones, arrancando la manga de las garras de Alice y huyendo sin preocuparse por la cortesía.
Alice no parecía notar que Bells estaba mostrando una clara falta de interés por sus encantos. De verdad, la joven parecía no tener un gramo de autoestima. Y sin duda carecía de dignidad. Ella había estado literalmente persiguiendo a Bells como un perro de caza. Toda la sitúación era muy vergonzosa para Bells. Y terriblemente agotador también. Si Alice alguna vez encontraba marido, Bells sospechaba que el hombre fallecería de puro cansancio... Bells había decidido que tenía que hacer algo respecto a esa determinada damita o iba a pasar una tarde decididamente infernal.
— ¡Ahí estás! exclamó Alice, como si no hubiesen estado jugando a escondidas durante la última hora. Enlazando firmemente el brazo de Bells, ella sonrió triunfal. Dios mío, eres resbaladizo como un pez. Quería mostrarte que un lugar al lado del río, pero te me escapaste.
Bells se mantúvo en silencio mientras era arrastrada fuera de su escondite, le lanzó una mirada feroz a su hermana que se estaba riendo, y se concentró en caminar con Alice a través de los huéspedes.
La idea de los Mccarty de un pequeño picnic era un grupo de sesenta personas amontonadas en una barcaza con un número casi similar de criados y transportarlos río abajo hasta un lugar donde habían dispuesto mesas y sillas. Si Bells hubiese sabido que el picnic en realidad era un acontecimiento social, habría rechazado educadamen-te la invitación y hubiese pasado el día en casa. Bueno tal vez no; aburrido como le parecía ese picnic, estar encerrada como una fiera en la casa de Cullen le parecía peor. Al menos de esta manera ella podía ver cómo interactúaban Cullen y Beth. No era que la aventúra de ese día hubiese revelado algo de interés. Cullen había sido saludado y integrado a un grupo de hombres de edad avanzada desde el momento en que habían llegado, mientras que Beth y Bells se habían unido a un grupo de jóvenes.
Su mirada ahora fue hacia a Cullen. Todavía estaba de pie con los hombres mayores. Todos ellos tenían al menos veinte años más que él, y ella recordó que Beth le había contado que él había hecho lo mismo el día anterior en el club, dejándola en compañía de los jóvenes mientras él conversaba de asuntos de negocios con ancianos. Ella llegó a la conclusión de que Cullen se había olvidado que era joven.
¿Qué edad tendría él? se preguntó de repente y frunció la frente, mientras lo estúdiaba. No parecía tener más de treinta. Ella supuso que tendría veintiocho más o menos. Lo que lo hacía ocho años más grande que ella y Beth. Sin embargo, él actúaba como si túviese sesenta años. Una pena, realmente.
Un grito llamó su atención hacia Alice mientras ella tropezaba en el terreno irregular. Bells la ayudó a mantener el equilibrio tomándola por el codo.
— Muchas gracias. Alice susurró palabras de agradecimiento, su mirada era de adoración y Bells sacó su mano y le hizo una seña para que liderada el camino.
No pasó mucho tiempo antes que ella se diese cuenta de que Alice no tenía la menor idea de a donde iban. No había un sendero que seguir y ellas avanzaban tropezando por el bosque perdido como dos toros perdidos. Era obvio que no había un lugar especial que Alice quisiera mostrarle. En realidad ella sólo quería estar a solas con Bells y no había que ser un genio para imaginarse para qué. Bells tenía que darle crédito a Alice por ser tan atrevida. Pero no iba a permitir que su audacia las metiese en problemás.
— Alice, dijo finalmente Bells, agarrando a la muchacha por el brazo y haciendola detener. Tenemos que volver.
— Oh no, el lugar sólo queda un poco más adelante, murmuró Alice casi con urgencia, y Bells sacudió la cabeza con irritación. La muchacha era una mentirosa más grande que Beth.
— ¡Basta!, se impuso Bells, dándose vuelta por el camino por el que habían llegado. Es evidente que no sabes a donde vamos, y no quiero perderme en este bosque.
— Oh, pero... Alice agarró su brazo desesperadamente, haciéndola detenerse. Alice la miró con una expresión de ruego hasta que vio la irritación en la cara de Bells.
Una vez que lo hizo, ella soltó su brazo y miró el suelo.
— Lo siento, Bells. Es evidente que no deseas pasear conmigo.
Bells se sintió incómoda. Alice parecía tan triste y abatida. Era evidente que ella estaba desesperada por ser querida. Desafortúnadamente, ella parecía no tener idea de cómo conseguir eso. Sintiendo que la mayor parte de su irritación se desvanecía, Bells suspiró.
— No es que no disfrute de un paseo contigo, Alice. Pero no es apropiado que una muchacha esté a solas con un ... eh... joven, explicó ella incómodamente, mientras se preguntaba cómo se había metido en esa sitúación. El hombre podría aprovecharse de una mujer. Esa es la razón por la cual los padres insisten en que sus hijas siempre estén con otros acompañantes. Como tú madre debería hacer, añadió Bells secamente.
— A mi madre no le importa, murmuró Alice, y luego añadió con seriedad: Y yo tenía la esperanza de tú te aprovecharas de la sitúación. No me importaría. Lo digo en serio.
— ¡¿Qué?! Bells jadeó escandalizada, y Alice se ruborizó asintiendo.
— Es verdad. Si deseas besarme no me importa. Yo estaba esperando que lo hicieras. Con esas palabras, ella cerró sus ojos y ladeó su cabeza esperando un beso.
Bells miró a la muchacha con preocupación por un momento, luego sacudió su cabeza y comenzó a caminar de nuevo hacia donde estaban los demás invitados. Ella había dado unos pocos pasos cuando Alice abrió sus ojos para verla escaparse. Al igual que un perro bulldog con un hueso, ella corrió inmediatamente trás Bells.
— Espera, no puedes volver. ¿No vas a a besarme? Yo... Sus palabras se cortaron cuando Bells giró sobre sus talones con la paciencia agotada.
— Basta de perseguirme, niña tonta. ¿Qué te pasa? ¿No tienes orgullo o dignidad? ¿O se los ha llevado el viento junto con tú sentido común? Tú reputación va a quedar arruinada incluso antes que hagas tú presentación social. ¡Estabas esperando que me aproveche de la sitúación! Alice, tienes mucha suerte que yo no soy uno de los jóvenes que están haciendo las apuestas para ver quien manosea a más muchachas antes que termine esta temporada social, de otro modo ya estarías arruinada.
Cuando Alice empalideció, sus ojos se llenaron de lágrimás, Bells se sintió mal. Esa muchacha tonta era muy molesta, pero también era joven e inocente... De verdad, Bells suponía que la mayoría de las adolescentes eran igualmente tontas, pero en general ellas esperaban que el hombre se acercase a ellas. Alice, lamentablemente, parecía no entender eso. Y Bells suponía que ella estaba desesperada para que alguien le prestase algo de atención.
Moviéndose incómodamente mientras una gran lágrima rodaba y luego otra, y otra más, Bells suspiró y palmeó el hombro de Alice.
— No llores, estás segura conmigo. No estoy haciendo apuestas sobre arruinar la reputación de las muchachas, murmuró ella lacónicamente, suspirando cuando de repente Alice se lanzó contra su pecho, llorando copiosamente sobre el chaleco nuevo que el sastre le había entregado esa mañana.
— Soy una idiota, exclamó Alice y Bells frunció el ceño.
— No. No, no eres una idiota, Alice. Es solo que deberías ser más cuidada; no todos los hombres son caballeros. Y nunca deberías sugerirles que se aprovechen de tí. Ella se estremeció ante la idea de lo que habría ocurrido si esa muchacha se hubiese arrojado a los brazos de alguien como Jimmy y Freddy que Beth que había mencionado.
— Fue una estúpidez de parte mía, admitió Alice con un sollozo. Siempre estoy haciendo cosas estúpidas. Y es por eso que nadie me quiere.
Bells frunció el ceño.
— No eres estúpida, Alice, y estoy segura que muchas personas te quieren.
—¿Crees eso? ella preguntó esperanzadamente.
— Claro, sin duda.
— Y tú, ¿me quieres?
Bells dio una sonrisa forzada cuando Alice se despegó de su pecho y la miró.
— Por supuesto.
— Entonces puedes besarme. Diciendo eso, ella ladeó su cabeza una vez más, sus labios se fruncieron y cerró los ojos.
Bells la empujó, alejándola inmediatamente.
— ¡No has escuchado ni una palabra de lo que te he dicho!
Alice parpadeó y sus ojos se abrieron inmediatamente.
— Sí, lo hice, y me dijiste que estaba segura contigo. Si es así ¿por qué no puedes besarme? Dijiste que me querías, Bells!
Bells suspiró ante su razonamiento lamentablemente, luego, a falta de una excusa mejor, ella murmuró:
— El exceso de entúsiasmo puede ser un defecto, ¿sabes?
Alice la miró con incertidumbre, pero Bells no se preocupó demásiado por explicarle. Le parecía que había encontrado una forma de mantener segura a Alice y de lograr que deje de perseguirla.
— Lo puedo explicar de otra manera, Bells continuó, sacudiendo la cabeza. Piensa en la caza de un zorro. El zorro es soltado para que corra y se esconda. Los cazadores comienzan a perseguirlo. La persecución continua porque el zorro corre. A veces lo persiguen durante horas y horas. Cuanto más larga ser la persecución, más emocionante es la victoria cuando el animal es captúrado. ¿No es así?
— Si, Alice acordó con incertidumbre.
— Y no es el zorro quien corre a todos para que lo agarren, simplemente se queda allí y permite ser captúrado. ¿Si fuese al revés qué sentido tendría la caza? No sería tan divertido, ¿verdad?
— No, supongo que no.
— Bien, entonces ya tienes la explicación. Bells asintió con firmeza, segura de que se había explicado perfectamente.
— ¿Entonces, me estás diciendo que te niegas a besarme y te sigues escapando para que yo te siga persiguiendo?
Bells parpadeó boquiabierta.
—¡No! ¡Por Dios! ¡Alice era imposible! ¡Tú eres el zorro, no el cazador!
— Pero yo no estoy corriendo.
Bells hizo una mueca y tomó una respiración profunda antes de hablar entre dientes:
— Ese es el punto. Si deseas que los hombres te persigan, deberías estar corriendo en la dirección opuesta.
— Pero yo no quiero que me persigan. Sólo quiero que me quieran.
Bells suspiró, preguntándose por qué había tenido la mala suerte de haber hecho ella el papel de Bells ese día.
— Alice, mi querida. Los hombres, como... eh... yo, prefieren perseguir a las mujeres. Es más interesante y... eh... más emocionante. Nos gusta perseguir, no ser perseguidos.
Alice dudó, y luego preguntó:
—¿Quieres decir que si yo corriese, tú me perseguirías?
— Si.
— ¿Y te gustaría hacer eso?
— Si.
— Bien... Ella sacudió la cabeza con cierta tristeza, enderezó sus hombros y suspi-ró resueltamente. Si eso es lo que deseas, Bells. Ckarissa hizo una pausa y miró el bosque que los rodeaba. ¿En qué dirección debo correr?
Bells hizo una mueca y gimió.
— Alice. Yo estaba usando una metáfora.
— ¿Una metáfora?
— Un ejemplo, le explicó Bells con impaciencia. Yo realmente no deseo perse-guirte por el bosque. Te estoy diciendo que deberías fingir que yo no te intereso.
Alice parpadeó preocupada.
— Pero yo estoy interesada en tí.
— Lo sé, pero deberías fingir que no te intereso. Deberías ignorarme, hablarme poco, hacer lo que creas necesario para convencerme de que no estás interesada en mí.
— Pero, ¿tú que harías mientras yo te ignoro?
—¿Yo? Bueno, yo te observaría y admiraría desde lejos.
— ¿Desde lejos?
Ella no parecía muy satisfecha con la idea y parecía estar a punto de protestar, pero Bells dijo abruptamente:
— Así es el juego. Se considera que eso es un juego muy romántico.
— ¿Muy romántico? Alice se sobresaltó.
— Sí, entonces yo escribiría un poema sobre mi corazón roto.
— ¿Y me lo enviarías a mí? Alice preguntó apasionadamente, con lo que Bells frunció el ceño.
— No. No soy bueno escribiendo poemás. Mis poemás serían horribles y morbosos, entonces yo arrugaría el papel y lo arrojaría al fuego, y sufriría terriblemente.
— ¿Sufrir? Alice preguntó alarmada. Oh, Bells, yo no quiero que sufras.
— Nuestro sacerdote dice que el sufrimiento es bueno para el alma, dijo Bells con firmeza, guiandola por donde habían venido.
— ¡Oh!, murmuró ella, haciendo una pausa en el borde del bosque. Bien, si piensas que eso es lo mejor.
— Es definitivamente lo mejor, aseguró Bells lacónicamente y añadió:
— Y debes prometerme que te mantendrás lejos de cualquier hombre llamado Jimmy o Freddy.
— Como desees, Bells, murmuró ella diligentemente.
— Eres una buena chica, murmuró Bells, guiándola a través de los arbustos.
— Nadie parece estar mirándonos ahora. Ve adelante y vuelve al picnic. Yo voy a esperar un momento y te seguiré. Es para no alentar rumores.
— Sí, Bells.
Bells la observó irse con un suspiro de alivio, y se apoyó contra el tronco de un árbol y esperó el tiempo necesario antes de regresar al picnic.
Cullen se movió entre las visitas, su mirada buscaba a Bells entre la gente riéndose y charlando. No había visto al joven desde hace tiempo y empezanba a preocu-parse. Más de lo que realmente debería, él se dio cuenta con un suspiro y sacudió su cabeza ante su propio comportamiento.
Por mucho que se repetía sí mismo que debería centrar su atención en la hermana y que debería evitar absolutamente al muchacho, no podía evitarlo. Desde el momento en que Bells había llegado a la sala de desayuno esa mañana y le había ofrecido una alegre sonrisa, Cullen se había dado cuenta que ese objetivo sería imposible. Había algo magnético en ese muchacho. Incluso algo entrañable. Había disfrutado la conversa-ción con él sobre la sitúación política actúal y se había reído con ganas de sus frases ingeniosas.
Eso no era nada malo, pero cuando sus manos se habían tocado accidentalmente, cuando ambos quisieron agarrar la mermelada, Cullen había sentido un shock eléctrico recorrerle el cuerpo y se había sentado rápidamente en su silla muerto de preocupación.
Es una sitúación muy angustiante. Un día se encontraba a sí mismo aprovechandose de la hermana que se suponía que debería estar bajo su protección y al día siguiente sentía cosas por el hermano. Cosas que nunca había sentido por hombre en toda su vida. Todo eso estaba más allá de su comprensión, y había decidido que simplemente sería mejor mantener distancia con los dos mellizos. Y de verdad le había dado amplio margen de libertas tanto al hermano como a la hermana en el picnic. Había logrado evitarlos bastante bien hasta ahora, los había dejado en compañía de otros jóvenes de su misma edad. Y continuaría hablando de economía y de política con los hombres mayores, si Bells no hubiese desaparecido, pensó Cullen con irritación mientras se acercaba al lugar donde estaba Beth charlando amistosamente con Emmett y Alice Mccarty.
—¿Dónde está Bells? preguntó él sin preámbulos, y el trío dio la vuelta sorpren-dido por su brusca interrupción.
— ¿Bells? Beth repitió perplejamente y miró a su alrededor.
— Oh, bien... Él no ha estado aquí desde hace mucho tiempo, debe estar...
— Bells fue a dar un paseo por el bosque.
Cullen miró intensamente a Alice Mccarty cuando ella contestó bruscamen-te, y se ruborizó bajo su mirada.
—¿A dónde? él exigió.
— Al bosque. Umm... Él deseaba alejarse de la gente por un rato. Sin duda volverá en poco tiempo.
Cullen frunció el ceño, evaluando si era necesario salir a buscar al muchacho, y luego suspiró amargamente. Parecía la cosa más sabia para hacer. Después de todo el muchacho estaba bajo su cuidado. Además, después de la aventúra a Aggie no podía confiar que el muchacho túviese más sentido común que un mosquito. Cullen todavía no podía explicarse como Bells había terminado atado a los postes de la cama con la puta blandiendo un látigo. El muchacho, consideró Cullen, podía haberse perdido en el bosque.
Bells maldijo groseramente y agarró la peluca de su cabeza mientras otra rama la enganchaba, después soltó la peluca para pegarle un manotazo a una avispa que zumbaba cerca de la cara. Nunca había sido una fanática de la vida al aire libre. Verdaderamente, tan aburrido como el picnic había resultado ser hasta ahora, ella deseaba estar de vuelta sentada alguna de las mesa y comiendo una pechuga de perdiz. Y eso estaría haciendo, si no hubiese escuchado un gemido angustiado en el momento en que estaba a punto de salir del bosque. Bells no pudo ignorar ese gemido de dolor, aunque se tratase de un animal, y cuando oyó el grito de nuevo, Bells había renunciado a la idea de regresar al picnic y había empezado a caminar en el sentido de los gritos. Los sonidos la habían llevado lejos del lugar del picnic y más cerca de la orilla del río. Sus pies se hundieron en el terreno blando y húmedo.
Haciendo una pausa, dio un paso atrás, frunció el ceño, estúdiando el daño causado a sus zapatos y observó las ramás de los arbustos que había delante de ella y siguió avanzando, una vez más oyó el gemido que ahora se convirtió en una especie de chillido y sollozo. Después de un momento los gritos de repente se oyeron amortiguados y Bells se puso rígida, el silencio era aún más alarmante que los chillidos. Su garganta se apretó con ansiedad, Bells se metió en el matorral y casi se tropezó y cayó de rodillas cuando la maleza dio paso a otro claro de bosque .
Y entonces vio la imagen de un granjero lanzando una bolsa al río.
— ¡No! gritó ella alarmada, pero ya era demásiado tarde, la bolsa ya estaba volando a través del aire hacia el agua. Sin pensarlo dos veces, Bells corrió, metiéndose en el agua y yendo tras la bolsa. El agua pareció demorar la velocidad de sus pies, haciendo que cada paso fuera un esfuerzo. Pero logró avanzar con firmeza y un insulto se escapó de sus labios cuando la bolsa cayó al agua unos diez metros delante de ella e inmediatamente se hundió debajo de la superficie. El río se tragó la bolsa silenciando los gemidos que venían de adentro de ella.
En lo que pareció una eternidad, Bells avanzó en el agua hacia donde había aterrizado la bolsa. Sin importarle mojarse y arruinar el nuevo traje, ella se hundió en el agua para buscar la bolsa. Sus dedos rozaron la parte superior de la bolsa y logró sacarla. Sosteniéndola en alto, ella se volvió y comenzó a salir del agua, rezando para que no fuese demásiado tarde.
Al llegar a la orilla, se arrodilló sobre el pasto húmedo, ignorando al granjero que se estaba acercando. Bells desató el nudo de la bolsa y la abrió con miedo de lo que podía encontrar adentro. Jadeó cuando vio un grupo de cachorros en el interior de la bolsa. Extrajo rápidamente las crías, agarrándolas por el lomo. El primer cachorro escupió el agua que había tragado.
Murmurándole suavemente, Bells lo puso sobre el pasto y rápidamente agarró el próximo cachorro, esta vez le dio una palmadita para ayudarlo a expulsar el agua. Una vez que sus palmaditas surtieron efecto se ocupó de la próxima cría dentro el saco.
Bells repitió la acción seis veces más y logró salvar seis de los ocho cachorros. Los dos últimos no pudieron ser revividos. Bells suspiró amargamente. Ella se puso rígida cuando el granjero, que se había mantenido en silencio durante todo ese tiempo, se acercó a los dos cadáveres.
— Si, dos murieron, pero fue un buen intento, sir.
Estrechando sus ojos, Bells levantó la cabeza lentamente y miró al hombre.
— Fue un buen esfuerzo. Rescatarlos y salvar a seis de ocho. Ahora, veamos, son seis..., creo que unos chelines cubrirá el precio.
Bells sacudió la cabeza absolutamente desconcertada.
— ¿Qué? preguntó ella, lanzándole un vistazo a los seis cachorros que luchaban débilmente para ponerse de pies y moverse.
— Por los cachorros, él explicó como si ella fuese una tonta. Ya que se tomó el trabajo de rescatarlos supongo que quiere comprarlos.
— ¿Comprarlos? Bells repitió con incredulidad. ¿Se ha vuelto loco?
El hombre arqueó sus cejas grises.
— ¿Quiere comprarlos o no?
Cuando Bells sólo lo miró llena de furia e indignación porque le era imposible hablar, el granjero encogió los hombros y se agachó para arrebatarle la bolsa que ella había desechado.
— ¿Si no para que se tomó tanto problema? Me ha creado más trabajo. Ahora voy a tener que ahogarlo de nuevo. Diciendo eso, él agarró el perrito que estaba a sus pies.
— ¡Por encima de mi cadáver! rugió Bells y le arrebató la bolsa.
Cullen había caminado mucho tiempo sin tener ninguna señal de Bells y decidió que Alice se había equivocado. En ese momento una serie de insultos y gritos estallaron en el bosques . Él retomó sus pasos y de pronto se encontró en un claro con una escena sorprendente.
Bells y un corpulento granjero estaban tironeando de una bolsa. El tamaño robusto del granjero anunciaba que él sería el ganador de la batalla, y Cullen no se sintió sorprendido cuando Bells perdió el control sobre la bolsa y cayó pesadamente en el pasto húmedo. La diversión de Cullen se convirtió en shock cuando el granjero se agachó para agarrar algunos cachorros, y Bells se ponía de pie y se lanzaba sobre el hombre por la espalda.
Rugiendo Bells agarró un puñado de los cabellos del hombre y lo tiró con fuerza, el granjero soltó la bolsa y los cachorros emergieron, yendo a rodear a Bells como s un enjambre de abejas. Bells esquivó hábilmente el primer golpe del granjero, pero el segundo lo alcanzó en la cabeza. El muchacho lanzó un grito de dolor, pero se sostúvo con firmeza en su posición.
El golpe túvo más efecto en Cullen, quien lanzó hacia adelante, vociferando:
— ¿Qué diablos pasa aquí?
La pareja se congeló. El granjero se detúvo a mitad de un golpe y lo miró culpable, mientras que Bells lanzaba un suspiro de alivio y rápidamente se bajó de la espalda del hombre.
— Cullen, jadeó el muchacho y dio un paso hacia él, su alivio era evidente. Bells pareció recomponerse, y miró a Cullen y al granjero, y luego abajo a la bolsa que se movia a sus pies. Unos aullidos lastimero salieron del interior de la bolsa.
—¿Qué está pasando aquí, Bells? le preguntó Cullen mientras que el joven se doblaba para abrir la bolsa y sacar un cachorro peludo de su interior.
— Suelta a mis perros, el granjero gruñó mientras que Bells agarraba al cachorro más cercano.
— ¡Tús perros! replicó Bells. Los tiraste al río.
— Si. ¡Y voy a hacerlo de nuevo, porque no quieres pagar por ellos!
— ¡Vayase al carajo! le gritó Bells al hombre.
— ¡Dame mis perros! El granjero fue hacia el joven y Bells se movió rápido detrás de Cullen, luchando por mantener a los cuatro cachorros que había logrado juntar. El granjero se detúvo inmediatamente, al parecer no queriendo atacar a un miembro de la nobleza que no lo estaba atacando a él. De repente, la cara del hombre se enrojeció de furia, y él giró y fue a agarrara los otros dos cachorros.
—¡No! gritó Bells, saliendo de atrás de Cullen cuando el granjero hizo un movimiento como para romperle el cuello al animal. El hombre se detúvo y arqueó una ceja, y Bells se dirigió a Cullen.
—¡Haz algo!
Suspirando, Cullen miró al granjero, y luego de vuelta a Bells.
—¿Cómo puedo hacer algo cuando no sé lo que está sucediendo?
—¿No sabes? ¡Por Dios! Este hombre metió a los pobres cachorros en una bolsa y la arrojó en el río para que se ahogasen. Yo los rescató y logré revivir a seis de los ocho. Ahora él pretende que le pague por los seis perritos que sobrevivieron o los va a tirar de nuevo al agua. Dile que no puede hacer eso. Dilo. Bells se dio vuelta mirando al granjero con una evidente mezcla de satisfacción y odio. Asintiendo triunfal mientras esperaba que Cullen la respaldase. Ese triunfo murió muy pronto, transformándose en preocupación cuando Cullen habló finalmente.
— Me temo que no puedo.
—¿Qué?
— Estos son sus perros, le respondió.
— ¿Sus...? Pero él los tiró... los quiso ahogar. Trató de matarlos. Estarían muertos si no fuera por mí. Yo los encontré...
— Los perros siguen siendo suyos y él puede hacer con ellos lo que desee, suspiró Cullen, sintiéndose como si decepcionara al muchacho con esa admisión .
— Es como te dije. El pecho robusto del granjero se hinchó sintiéndose muy importante. Por lo tanto quiero seis peniques para las bestias o a este le voy a romper el cuello y al resto los voy a ahogar.
— ¡Seis peniques! ¡Eres un extorsionador!
— El precio aumentó después que me atacaste.
El muchacho miró al hombre brevemente, luego miró a los cachorros y comenzó a buscar en los bolsillos de su chaqueta. Bells frunció el ceño cuando descubrió que estaban vacíos.
— Debo haber perdido el dinero en el agua. Págale a este hombre, Cullen.
Levantando sus cejas ante esa orden, el joven frunció la frente.
— Sabes que voy a pagártelo.
Soltando un suspiro, Cullen buscó en una pequeña bolsa de monedas y sacó una moneda de plata que entregó al hombre. El granjero sonrió cuando aceptó el dinero. Luego, le pasó a Cullen el cachorro que había sido estado sosteniendo, y se agachó para agarrar la bolsa con las dos crías muertas, y se marchó.
Cullen observó con disgusto al hombre hasta desaparecer entre los árboles y, vio que Bells suspiraba y miraba a los cachorros mojados que se refregaban contra su pantalón embarrado.
— Mis pobrecitos, murmuró Bells, agachándose para alzar dos más de ellos. Todo está bien. Ese viejo criminal ya no les hará más daño, Bells los sostúvo acariciándolos con su cara, y vio las cejas arqueadas de Cullen.
— ¿Crees que puedes recoger a esos dos?
Cullen parpadeó sorprendido.
— ¿Para qué?
— Bien, no puedo cargar los seis cachorros yo solo, no te parece?
—¿Por qué querrías cargar a los seis de todos modos? No planearas quedarte con los cachorros, ¿verdad?
—¿Qué otra cosa crees que haría? preguntó él con asombro. No puedo dejarlos aquí pues el granjero los mataría más tarde.
— Bien, pero tampoco puedes llevarlos a mi casa, dijo Cullen con un gruñido.
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BIENNNNNNNNNNN AHORA SI CREO QUE ASI DE LARGO EL CAPITULO ESTA BIEN ¿NO CREEN? JAJAJAJ, A MIS GUPAS LO QUE PIDAN Y COMO SOY CHICA DE PALABRA HE TRAIDO LOS CAPITULOS MAS LARGOS.
JAJJAA BUENO EN ESTE CAPITULO ESTA LA RESPUESTA A TODAS LA PREGUNTAS QUE ME HICIERON EN LOS COMENTARIOS, EDWARD, NO SE SINTIO CELOSO DE BETH CUANDO LA VIO CON EMMETT, AL CONTRARIO ESTABA MAS ATENTO EN EL CULO DE BELLS JAJAJA, POBRECITO VA A TERMINAR LOCO, Y MAS CON TODOS LOS PROBLEMAS EN LOS QUE SE METE BELLS. DE SEGURO ENVEJECERA 10 AÑOS
LAS VEO MAÑANA CHICAS BESITOS.