¿GEMELAS? O ¿MELLIZOS? (+18)

Autor: lololitas
Género: Romance
Fecha Creación: 20/10/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: NO
Votos: 19
Comentarios: 179
Visitas: 26230
Capítulos: 16

Inglaterra , 1800

SER O NO SER UN MUCHACHO ESA ES LA CUESTION...

Isabella y Elizabeth mejor conocidas como Bells y Beth son un par de hermanas gemelas que huyen de su intrigante tío que está planeando venderlas en matrimonio a dos tipos sumamente indeseables. Para confundir a sus perseguidores, traman un plan, una de ella se hará pasar por un hombre.

Edward, Lord Cullen, apuesto, serio, rico y poderoso, entra en escena y, para sorpresa de Bells y Beth, está decidido a proteger al par de hermanos, hermano y hermana, bajo su ala.

¿Cómo conseguía hacer que sus piernas temblasen? Con cada roce, Cullen, inconscientemente, incitaba los deseos más indecentes en Bells y sus acercamientos fraternales hacían que el corazón del muchacho latiera de manera incontrolable. Y, aunque haberse disfrazado de un joven fuera muy divertido, estaba convencida de que como mujer se lo pasaría aún mejor. Y, después de una cálida caricia de sus labios, Bells se juró a sí misma que no volvería nunca más a ser un hombre.

 

 

Adaptacion de los personajes de Crepusculo con el libro "THE SWITCH" de LYNSAY SANDS

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Capítulo 2: DOS

Nada en la vida es simple. Bells llegó a esa conclusión cuando los primeros rayos del amanecer aparecieron en el cielo. Ella había esperado que Cullen las condujera hasta la siguiente posada y que se detúviese allí para pasar la noche. En lugar de eso, habían pasado más posadas de las que ella podía contar y aún estaban en camino.

Mirando de reojo a su hermana, Bells frunció el ceño y extendió la mano para tocarle el brazo.

Beth había dormido y estaba en peligro de caerse del caballo. Ante el contacto de Bells, ella se despertó y miró desorientada a su alrededor.

Bells le ofreció una sonrisa y, a continuación, dirigió su mirada a la espalda del hombre que viajaba delante de ellas. Habían cabalgado toda la noche sin incidentes, ni siquiera habían visto a nadie en el camino, y mucho menos se habían enfrentado a asaltantes o malhechores.

Bells comenzaba a pensar que todos esa charla sobre los peligros del camino era solamente una sarta de pavadas, y que ellas deberían haber golpeado la cabeza de ese entrometido y viajar en la dirección en que originalmente habían pensado viajar, con pistola o no. Ahora no estaba segura de lo que debería hacer. Los caballos estaban bastante cansados por el viaje de un día y Bells misma tenía dificultad para mantenerse despierta sobre la montúra. A eso había que sumar el hecho de que ahora habían agregado un día más a su viaje, pensó ella apretando los dientes con frustración.

Cuando su caballo se detúvo repentinamente, Bells parpadeó y dejó de mirar ferozmente a la persona a la que consideraba completamente responsable de la agonía que estaban pasando, luego miró a su alrededor. Ensanchó los ojos cuando vio que habían doblado una curva en el camino y ahora estaban parados delante de una hostería.

— Pararemos aquí para descansar. Cullen desmontó, haciendo una mueca de dolor. Él también debía estar sintiendo la rigidez en sus piernas y el dolor en el trasero como sentía Bells. Él desenganchó su bolso de viaje y fue hacia el caballo donde Beth  estaba medio sentada  y medio dormido sobre la montúra.

Cuando ella lo miró con una especie de estúpor por el agotamiento, las facciones de Cullen se suavizaron.

— Vamos,  muchacha, dijo él suavemente, extendiendo sus brazos para ayudarla. Estarás metida en una cama caliente y agradable en poco tiempo.

Beth se despertó lo suficiente como para deslizarse fuera de su caballo, pero dio un grito  cuando sus piernas no la sostúvieron.

Bells se movió, pero fue Cullen quen la cogió en los brazos.

— Ocúpate de los caballos, Bells, ordenó él, girando y alejándose. Alquilaré dos cuartos y me ocuparé de que tú hermana se acostada en una cama.

— Ocúpate de los caballos, Bells, lo imitó Bells burlonamente mientras miraba al hombre llevándose a su hermana. Suspirando mientras ellos desaparecían en el posada, ella se bajó de su propio caballo, después gimió y se aferró al animal cuando sus propias piernas no la sostúvieron. Inclinándose contra el caballo, ella esperó que el dolor y la debilidad se desvanecieran lentamente, luego dio un paso inestable. Para su alivio, sus piernas la sostúvieron esta vez. Lanzando un suspiro, ella tomó las rienda de los tres caballos y los condujo hacia el establo al costado de la posada.

— El lord dijo que necesitarías mi ayuda.

Sobresaltándose con esas palabras, Bells se detúvo brevemente en la puerta de los establos y vio a un niño acercarse. No tenía más de doce años. Su cabello estaba enmarañado y su ropa un poco desarreglada. Era obvio que acababa de despertarse, y Bells sintió una punzada de envidia, hasta que se dio cuenta que cuanto antes acabara con los caballos, podría irse a descansar.

Ofreciéndole una sonrisa cansada, ella le entregó las rienda del caballo de Cullen, luego condujo los otros caballos dentro de los establos. Dejó el caballo de Beth en una caballeriza, deteniéndose brevemente para desenganchar el bolso con las joyas de la montúra. Cayó al suelo con un  ruido seco, y ella agarró las manijas con ambas manos y salió de la caballeriza. Colocándolo en el piso de la caballeriza vecina,  Bells condujo su propio caballo dentro y rápidamente desenganchó el otro bolso. Luego procedió a desensillarlo. Ella miraba al niño por el rabillo de su ojo mientras trabajaba. Él era rápido y eficiente, había desensillado, cepillado y estaba alimentado al caballo de Cullen antes que Bells hubiera acabado de cepillar al primer caballo. Por supuesto, ella estaba muy cansada, ella era torpe y lenta, se excusó mentalmente Bells.

Cuando el niño terminó con el caballo de Cullen y se movió hacia el de Beth,  Bells suspiró con alivio porque tendría una tarea menos. El niño terminó de atender el segundo caballo al mismo tiempo que ella terminaba con el suyo. Bells se dobló para agarrar los bolsos, pero  gimió cuando sintió el peso combinado de los y los dejó caer al suelo. No podía cargar ambos bolsos, simplemente no podía.

Bells estaba considerando la posibilidad de irse simplemente a dormir al montículo de paja  y usar los bolsos como almohadas cuando el niño se acercó a ella de nuevo.

—¿Necesita ayuda?

Ante palabras, ella suspiró derrotada.

—¿Cómo te llamás?

— Will Sunnier.

— Bien, la verdad es que te agradecería que me ayudaras.

Sonriendo ante la idea de la propina que podía recibir, el muchacho se inclinó y tomó uno de las bolsos y sus ojos se agrandaron al sentir el peso.

—¡Por Dios! ¿Qué llevas aquí adentro? ¿Rocas?

— Algo así, murmuró Bells, levantando el segundo bolso y saliendo de los establos.

Will la siguió hasta la posada, esperó pacientemente mientras ella preguntaba por su cuarto y luego la siguió arriba, al cuarto que el mesonero le había dado a su hermana.

En la puerta del cuarto de Beth, Bells bajó el  bolso y sacó dos monedas de su bolsillo.

— Sólo deja el bolso allí, Will, murmuró ella, pasándole las monedas. Te agradezco por tú ayuda.

Los ojos del niño se ensancharon ante su generosidad, en segundos Will desapareció por el camino por el que habían venido. Entonces Bells abrió la puerta delante de ella, observando la cama donde su hermana yacía agotada. Suspirando de placer ante la idea de irse a dormir, ella se dobló para tomar uno de los bolsos.  Ella se enderezaba cuando la puerta del cuarto vecino se abrió y salió Lord Cullen.

— ¡Ah! Allí  estás. Justo venía a buscarle. Caminando delante de Bells, él tomó el otro bolso y se dio vuelta alejándose.

— Ven aquí. El mesonero te dio el cuarto equivocado. Nuestro cuarto es éste.

— ¿Nuestro cuarto? Las palabras hicieron eco en el cerebro de Bells. Miró perpleja la espalda de Cullen por un momento, luego lo siguió lentamente. Nuestro... 

Cullen dejó caer el bolso y lo empujó con un pie debajo la cama, entonces se dio vuelta hacia Bells, quien todavía estaba parada y perpleja, en el umbral.

— Entra y cierra la puerta, muchacho. No es necesario estar parado como un espantapájaros en el pasillo.

Bells observó mientras Cullen se quitaba la capa, y luego la tiraba a un costado. Entonces el hombre miró la cama mientras se desabrochaba los botones de su chaleco.

— Puedes tomar el lado de la cama que desees. Yo no soy quisquilloso. La esposa del posadero está trayendo algo para que comás. Tú hermana y yo comimos mientras preparaban los cuartos. 

Sacándose el chaleco, Cullen lo puso sobre una silla, luego se sentó en la cama para quitarse las botas.

Bells se congeló, mirando atónitamente al el hombre que se desnudaba  delante de ella. El hombre que esperaba compartir una cama con Bells de Swan, hermano de Elizabeth de Swan. Eso, por supuesto, era una cosa lógica. Había dos hombres y una mujer. La mujer se quedaba en un cuarto. Y los hombres compartían el otro. Pero...  ¡no soy un hombre! Gritó Bells silenciosamente.

Una tos discreta detrás de ella consiguió la atención de Bells y ella echó un vistazo sobre su hombro para ver a una mujer menuda parada detrás de ella, balanceando una bandeja en sus manos.

— Déjela pasar, muchacho, pidió irritado Cullen y Bells dejó pasar a la mujer. La esposa del posadero sonrió brevemente mientras caminaba para colocar la  bandeja sobre una mesa delante de la chimenea, luego sonrió una vez más mientras abandonaba silenciosamente el cuarto.

Bells oyó la puerta que se cerraba, pero su atención ahora estaba centrada en la bandeja con comida. Cuando su estómago gruñó sonoramente, anunciando su hambre, ella se alejó de su posición cerca de la puerta, dejó caer el bolso en el suelo, y se apresuró hacia la mesa. De reojo, vio la sonrisa de Cullen cuando ella se sentó pesadamente en una silla y atacó el pan y  el queso que la mujer había traído.

Incluso hambrienta como estaba, Bells se sintió compelida a observar a Cullen moviéndose por el cuarto. Sacudiendo su cabeza, él colocó sus botas a un lado,  luego fue hacia el bolso que ella descuidadamente había dejado cerca de la puerta donde cualquier persona podría tomarlo. Llevándolo hacia la cama, Cullen lo deslizó debajo de esta, luego se enderezó y siguió quitándose la ropa.

Bells se quedó paralizada en su silla cerca de la chimenea. Su mano que tenía un pedazo de queso, se detúvo a medio camino de su boca cuando Cullen se sacó la camisa.

El  tímido sol del amanecer escasamente entraba por la ventana. El cuarto estaba débilmente iluminado, el fuego de la chimenea era la única fuente de luz dentro del cuarto, pero el shock de Bells se convirtió rápidamente en fascinación mientras  contemplaba la luz del fuego reflejarse en  los brazos y el pecho de Cullen. El hombre  era absolutamente guapo, ella notó con sorpresa, mirando los músculos de sus brazos y  su pecho mientras desabrochaba los botones de sus pantalones. Pero entonces estos cayeron al suelo y los ojos de Bells se convirtieron en dos platos redondos por el shock antes que ella pudiera desviar su cara para enfocar su mirada en las cortinas.

¡Por Dios! No podría dormir con ese hombre. No era apropiado. Aunque él  pensara que ella era un chico.

El  sonido de un crujido llevó su mirada renuente de nuevo hacia él. Él estaba de espaldas y se ponía una camisa de dormir por la cabeza. Bells túvo una imagen maravillosa de sus nalgas firmes y de sus piernas bien formadas antes que la camisa  cayera. Entonces Cullen se dio vuelta hacia ella. La mirada de Bells  de nuevo se fijó en la bandeja.

— ¿Ya has acabado? preguntó él, estirándose.

Bells asintió, mirando fijamente la comida delante de ella.

— ¿Tienes algún lado preferido de la cama?

Ella negó con la cabeza.

— Muy bien, entonces. Buenas noches. Se oyó el sonido de las sabanas siendo movidas, luego silencio.

Bells vaciló, luego levantó la vista. Cullen estaba acomodado comfortable-mente debajo de las mantas, casi dormido. Bells se hundió de nuevo en la silla con un suspiro. Ya no tenía hambre. Y ahora que había satisfecho el hambre, el agotamiento la invadió otra vez.

 Bostezando, apoyó su mentón sobre su mano e intentó pensar en qué hacer. No podría dormir con él. Por otra parte, no podía pensar en una sola excusa que fuese aceptable si él preguntaba por qué no iba a la cama. Y se sentía tan cansada.

Su mirada fue hacia la cama de nuevo y suspiró. Después de veinticuatro horas sin dormir, parecía tan  invitante...

Igual  que la imagen de Cullen dentro de la cama.

Alejándose de la mesa, Bells fue arrastrando los pies hasta la cama y la contempló. Era una cama grande. Muy grande. Había espacio. Apostaría a que  podría dormir allí sin tocarse con Cullen. Si. Dormiría encima de las sabanas y debajo  mantas, decidió Bells, moviendo la manta a un lado y metiéndose cuidadosamente debajo de ella. Dormiría completamente vestida... Sobre las sábanas y completamente vestida. Era bastante apropiado.

 

Cullen ya estaba levantado cuando se despertó Bells. Se había puesto los pantalones y estaba lavándose con el agua de una fuente que estaba al lado de la chimenea. Bells miró sus músculos de su espalda por un minuto, luego se  incorporó,  tocando su peluca para asegurarse que estaba bien puesta. Probablemente no se le hubiera ocurrido controlar eso si no fuera por el hecho que le picaba el cuero cabelludo.

Después de tantas horas de usarla, la maldita peluca casi llegaba a ser un dolor de cabeza... Al igual que las fajas que le sujetaba los pechos.

— Estás despierto.

 Resignándose a no poder másajear la piel atrapada debajo de la faja, Bells  levantó la vista para ver que Cullen la miraba mientras se ponía la camisa. Ella estúdió sus facciones con un cierto interés. La mayor parte del tiempo desde que se habían conocido había estado en lugares oscuros. Ella solamente había logrado captar  vistazos de su cara en medio de las sombras. Incluso la noche anterior en el cuarto la luz había sido débil, y ella no había podido ver bien los detalles de su cara. Él era realmente un hombre muy atractivo, túvo que reconocer Bells. Sus ojos eran grises claros y brillaban con una chispa de inteligencia y parecía estar de buen humor. Su nariz era recta, sus labios ni abundantes ni excesivamente finos. Su cabello era oscuro, y descendía en leves ondas.  No era tan viejo como había creído la noche anterior, y eso la hizo fruncir el ceño mientras sacaba los pies de la cama.

— ¿Te quedaste dormido con la ropa puesta? Él parecía más divertido que sorprendido.

Encogiendo los hombros, Bells se puso de pie, haciendo una mueca de dolor cuando sus músculos protestaron. No estaba acostúmbrada a cabalgar tantas horas.

— No trajimos ropa. No había lugar en los bolsos, dijo ella explicándose, y se movió hacia una segunda fuente con agua y se lavó la cara.

— Hmm. Te prestaré una camisa de dormir esta noche, proclamó Cullen, moviéndose para recoger sus botas de debajo de la cama.

Bells no respondió a su oferta. No tenía ninguna intención de permanecer allí para aceptarla. Si su intúición no le fallaba, Cullen decidiría no viajar ese día.  Ya era casi mediodía y no había ninguna necesidad de partir antes de la mañana siguiente. Era más seguro viajar de día. O eso había asegurado él. Esa noche, una vez que él se hubiese dormido, ella tomaría su pistola, a su hermana  Beth, y los bolsos, y partirían hacia lo de  Jasper.

— Nos quedaremos aquí esta noche y partiremos por la mañana, anunció  Cullen repentinamente, dándole razón a la intúición de Bells.

Cuando la única respuesta de Bells fue un cabeceo rápido, pues ella se estaba secando la cara, Cullen no se molestó en dar más explicaciones.

Un golpe suave se oyó en la puerta. Bells echó un vistazo a Cullen, luego se movió para abrirla y encontrar a Beth allí. La expresión de preocupación en su cara cambió por una alivio en  el minuto  en que  vio a su hermana.

Caminando hacia el pasillo, Bells cerró la puerta y empujó a Beth para ir hacia su propio cuarto.

— La esposa del posadero me dijo que habeis compartido una habitación, susurró Beth con preocupación mientras ambas entraban.

— Hubiera parecido muy extraño si no lo  hacía.

— Si, pero... 

— Dormí completamente vestida, le aseguró Bells rápidamente. Y encima de las sabanas.

Beth asintió con la cabeza, pero se mordió el labio.

— ¿Qué vamos a hacer  ahora?

— Cullen planea permanecer aquí hasta mañana. Nos escaparemos en medio  de la noche como hicimos ayer.

— ¿Escapar por la ventana otra vez? Beth ni siquiera intentó ocultar su desespe-ración ante esa idea. Bells suspiró y sacudió la cabeza.

— No . Usaremos las escaleras esta vez.

— ¿Cuándo?

— Vendré a buscarte tan pronto como él esté dormido. ¿Por qué no intentas seguir descansando? Va a ser una noche muy larga. Bells esperó hasta que Beth se metiera en la cama, luego salió al pasillo al mismo tiempo que Cullen salía del cuarto que habían compartido.

— ¿Ella está bien? preguntó él con preocupación. Parecía un poco pálida.

Bells encogió los hombros.

— Ella no durmió muy bien anoche. No te preocupes. Le dije que siguiera descansando.

Asintiendo, Cullen se fue hacia las escaleras con Bells detrás de él.

— Ella se parece mucho a mi hermana, dijo Cullen repentinamente, despertando la curiosidad de Bells.

— ¿Cómo se llama?

Él se mantúvo en silencio por un momento, luego simplemente dijo:

— Rosalie.

—¿Está casada?

— Lo estaba.

—¿Estaba?

— Todavía lo está, supongo, pero ella y su marido están muertos.

Bells se mantúvo en silencio mientras lo seguía dentro de la taberna. Una vez que estúvieron sentados en una mesa, ella estúdió su cara. Se la veía tan dura como el granito, para nada accesible. Sin duda él usaba esa expresión rígida para que la gente supiese que no quería oír más preguntas. Dándose cuenta de eso,  Bells comenzó a relajarse desde la primera vez que había conocido a ese hombre. Sintió que algo de su  inquietúd había desaparecía y volvía a tener algún tipo de control sobre sí misma.

Fue sólo entonces que se dio cuenta de que se había sentido fuera de control  desde que ese hombre se había cruzado con ella y Beth en los establos. Había estado sintiendo una extraña sensación de inquietúd desde entonces, pero ahora que se daba  cuenta que Lord Edward Cullen tenía un lado más humano, sentía que volvía a recuperar cierto control sobre sí misma.

 Ella y Beth eran un dúo extraño. Tenían la misma apariencia física, hablaban de   la misma manera, y compartían muchos gustos, pero cada una  de ellas tenía un tipo de capacidad diferente en el trato con la gente.

Beth era buena para lidiar con las enfermedades del cuerpo. Ella podía mirar a una persona, saber si estaba enferma, y prestarle la ayuda necesaria. Ella tenía un cierto instinto para curar cuerpos.

Bells, por su parte, tenía una aguda intúición para captar las motivaciones de las personas. Sabía cuando alguien sentía dolor y cuando necesitaban hablar. También  podía decir cuando alguien ocultaba algo.  Había sentido una aversión inmediata al tío Billy, por ejemplo, a pesar de su carácter aparentemente bueno y apacible cuando él había llegado por primera vez después de la muerte de sus padres.

Beth había sido cegado por su fachada de benevolencia y le había tomado cariño, hasta que él había comenzado a mostrar sus verdaderas intenciones. Y mientras Beth se había sentido herida al descubrir la verdad, la verdadera cara de su tío había probado la agudeza de la intúición de Bells.

 Ahora Bells aplicaba su intúición a Lord Cullen, y lo que detectaba era que él nunca había hablado sobre su hermana o de su muerte... Y que él necesitaba hacerlo.

En un tono neutral, ella preguntó:

— ¿Cómo murió?

La cara de Cullen se oscureció. Por un momento pensó que él iba mandarla al infierno, pero cuando Lord Cullen le contestó, las palabras salieron como si hubieran estado esperando mucho tiempo para salir.

— Habían venido visitarme. Vivían en el condado vecino y habían cabalgado durante todo el día. Un asaltante había estado azotando el área, pero nadie había salido lastimado hasta entonces, sólo se trataba de pequeños hurtos en el camino. Mi hermana y su marido se quedaron para la cena. Estaba oscuro cuando se fueron. Sugerí que se llevasen mi carruaje para volver... Él se detúvo brevemente. Alguna emoción apareció brevemente en su rostro. ¿Melancolía? ¿Dolor? ¿Cólera?

— Debí haber insistido.

Culpa. Bells se sentó contra el respaldo con un suspiro, segura de que era  culpa lo que Lord Cullen sentía cuando hablaba de su hermana. Pero, ¿por qué?

— ¿Era más joven que tú?

— Si, suspiró él y bebió de su taza.

— ¿Y tús padres?

— Murieron cuando ambos éramos muy jóvenes.  Yo tenía dieciocho. Y Rosalie, doce años.

—¿La educaste tú? ¿La cuidaste hasta que se casó?

Bells conjetúraba, y él la miró sorprendido.

— Si. ¿Cómo sabes eso?

Bells encogió los hombros.

—¿Quién otro lo habría hecho? No has mencionado ningún otro pariente, murmuró ella ausentemente, sus pensamientos estaban en lo que había descubierto. Su culpa era porque él había ayudado a criar a su hermana. Sentía que debería haber insistido más para que viajaran en su carruaje. Tal vez incluso había pensado que  debería haberlos acompañado. Él parecía sentir que les había fallado de alguna manera.  Esos sentimientos sin duda subyacían a su ofrecimiento de protección para Beth y para ella. Después de todo, él había dicho que Beth le hacía acordar a Rosalie. La noche anterior debería haberse parecido a la sitúación previa a la muerte de su hermana. Un hombre y una mujer viajando solos en un camino de noche. Viajar de noche. Si, ahora entendía su oferta de ayuda.

Cullen frunció el ceño. Probablemente él se sentía irritado y desconcertado por haber revelar tanto de su historia. Bells le había sacado información que él no le había ofrecido a nadie en años. De repente impaciente, Cullen miró fijamente su taza luego levantó la vista.

—¿Sabes disparar? ¿Te enseñó alguien?

La vacilación de Bells era respuesta elocuente, y Cullen se puso de pie.

— Sin duda tú tío no se tomó el trabajo. Si a un hombre no le importa vender a su sobrina al bastardo de Volturi, mucho menos le va a enseñar a su sobrino a defenderse.  Le dio a Bells una breve sonrisa. Vamos, le ordenó.

Saliendo de detrás de la mesa, Bells se apresuró a seguirlo.

— ¿Dónde has estado? Beth se adelantó mientras que Bells y Cullen entraban a la posada dos horas después.

Bells captó la preocupación en la cara de su hermana e hizo una mueca, pero  fue Cullen quien contestó.

— Le estaba enseñando a tú hermano a disparar.

Los ojos de Beth se ensancharon  incrédulamente.

—¿Es verdad? ¿Cómo fue?

Bells comenzó a reírse entre dientes cuando Cullen vaciló.

Sabía que ella no tenía un talento natúral para la puntería. No había acertado ni  un solo blanco. Asombrosamente, Cullen no había perdido su paciencia con su ineptitúd. Él la había alentado, diciéndole que mejoraría con la práctica. Muchísima práctica.

— Lo que tú hermano no tiene en puntería, lo compensa con entúsiasmo. Él mejorará. Sólo necesita práctica, dijo Cullen finalmente, y las risas ahogadas de Bells se convirtieron en una risa abierta ante su tentativa de ser diplomático.

Cuando Cullen sonrió débilmente ante su diversión, Bells hizo una breve reverencia de agradecimiento, luego tomó el brazo de Beth y la llevó a la sala donde habían comido, confiándole alegremente mientras caminaban.

— Soy un completo fracaso como hombre, me temo. No podría darle al frente de la posada ni siquiera disparándole a un metro de distancia.

Beth parpadeó, luego estalló en risas mientras que alcanzaron el mesa.

Cullen siguió a los hermanos, sonriendo como un maestro benevolente con sus alumnos. Tomando asiento enfrente de ellos, los escuchó, mientras Bells le relataba los acontecimientos de la tarde, dándose cuenta  mientras que escuchaba que en vez de sentirse frustrado, el muchacho consideraba la lección de tiro como  una gran aventúra.

Las gemelas continuaron charlando durante la comida, sacándole sonrisas a Cullen muy a menudo. Luego Beth se excusó y dijo que iba a recostarse. Cullen decidió que la muchacha tenía una constitúción física muy delicada y que por eso debía descansar tan a menudo, pero no dijo nada.

Bells, por otra parte, miró a su hermana partir con un suspiro. Beth iba a descansar mientras que ella esperaba que Cullen estúviese dormido para robarse la pistola y huir. Pero ella comenzaba a sentir rechazo por esa idea. Cullen era... agradable, y él, a su manera, había intentado ayudarlas. La idea de robarle la pistola, incluso si le dejaba las joyas como modo de pago, no le estaba cayendo bien.

Bells miró la cerveza que tenía delante y frunció la frente. Por otra parte, tenían que viajar hasta lo de su primo Jasper, y habiendo oído cómo la hermana de Cullen había muerto, sabía que necesitaría el arma. Los peligros del camino de repente se habían hecho muy reales.

Alejando el jarro con cerveza, Bells se puso de pie y murmuró que tenía que decirle algo a Beth, luego se apresuró a ir al cuarto de su hermana.

— No puedo robarle la pistola, anunció ella, entrando y cerrando la puerta.

— Bien. Beth acabó de quitarse su vestido y lo puso a sobre una silla cerca la cama, ignorando el ceño fruncido de Bells.

— ¿Qué quieres decir con ‘Bien’?

— El es agradable, anunció Beth, soltando su cabello que cayó en largas ondas sobre sus hombros. Y eso sería robar aun si le dejamos una pulsera como modo de pago.

Suspirando, Bells se sentó en la cama.

— Lo sé. Pero, ¿qué hacemos ahora?

— Ya pensarás en algo, dijo Beth satisfecha, y Bells se enojó de repente. Siempre había sido de esa manera. Estaban en un apuro y necesitaban un plan, y ella  esperaba que Bells inventase uno y la sacase del problema . Extrañamente, eso  nunca la había  molestado antes, pero ahora lo hacía. Antes que que pudiese responder, Beth habló, Es una lástima que no estemos en una ciudad. Pues podríamos comprar una pistola.

Bells la contempló atónita por un momento, después, repentinamente sonrió.

— Buena idea, hermanita.

Deteniéndose brevemente, Beth la contempló  perpleja.

— ¿Qué dije?

— Veré si el posadero conoce un herrero. Es seguro que él tenga una pistola. Se la  compraré.

— ¿Y si él no desea vendértela?

Bells encogió los hombros y fue hacia la puerta.

— Le ofreceré tanto que él no podrá negarse. Ella se detúvo brevemente, levanta-do una mano para silenciar a Beth mientras escuchaba los pasos que subían por las escaleras. La puerta del cuarto que ella había compartido con Cullen se abrió y luego se cerró, y Bells sonrió levemente. Significaba que  podría hablar con el posadero sin  preocuparse de que  Cullen la escuchase.

— Despiértame si él te vende el arma, susurró Beth mientras Bells abría la puerta. Asintiendo, ella cerró la puerta detrás de sí y bajó las escaleras.

Capítulo 1: UNO Capítulo 3: TRES

 
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