— Los carruajes son un invento del Diablo.
Bells llegó a esa conclusión durante la primera hora del viaje. Ella nunca se había alejado mucho de su casa. A sus padres no les gustaba viajar y preferían pasar el tiempo en su casa con sus hijas. Por eso sus padres sólo habían tenido dos carruajes. Uno que habían usado la noche en que había muerto en el accidente. El tío Billy había vendido el otro en ese último año, cuando el dinero de la familia se había reducido drásticamente. Bells agradecía ahora la venta del carruaje, mientras agarraban otro pozo otro en el camino y ella casi era lanzada al piso. Nunca tendría uno de esos carruajes demoníacos.
Aferrándose al asiento, ella apretó los dientes y rezó para que llegasen vitú a Londres. Habían estado viajando por lo que parecían ser días, y estaba segura que si no llegaban a la ciudad pronto, corría el serio peligro de vomitar a su estimado protector. No podía soportar más esa cabina pequeña y sin aire en la que los tres estaban encerrados.
Viendo la expresión preocupada de Beth, Bells forzó una tranquilizadora sonrisa por el bien de su hermana y, luego, cerró los ojos y trató de imaginarse a sí misma en cualquier lugar donde hubiese aire fresco, donde no hubiese golpes, empujones y pozos en el camino. Seguramente nadie entraba en uno de esos vehículos voluntariamente, pensó desesperadamente, abriendo los ojos de nuevo y se agarró frenéticamente a la manija de la puerta.
Viendo cual era su intención, Beth gritó alertándola, llamando la atención de Lord Cullen. Viendo el color verdoso en la cara de Bells y la forma en que agarraba la puerta, Cullen le dio un grito de advertencia al conductor, todos se aliviaron cuando el carruaje se detúvo. Bells abrió la puerta con un golpe y saltó fuera de la cabina. Se arrodilló en el pasto al lado del carro y vomitó el desayuno en la orilla del camino.
Cullen apareció detrás de ella.
— Oh, Dios mío.
Levantado la cabeza Bells vio a Cullen tomando el brazo de Beth y queriendo llevarla hacia el carruaje, pero su hermana no iba a aceptar eso.
Abriendo el pequeña bolso que siempre llevaba colgada en su muñeca, Beth sacó un pequeño frasco y se arrodilló a su lado.
— Aquí tienes, Bells, usa esto. Te va a recomponer el estómago.
Bells miró el tónico que su hermana le extendía, y túvo nuevas arcadas. En vez de desalentarse, Beth esperó pacientemente hasta que los vómitos cesasen y, luego le pasó de nuevo el frasco a su hermana. Esta vez, Bells aceptó el frasco e incluso logró tomar unos tragos del remedio. Luego temblando se puso de pie y fue apoyarse contra el carruaje. Bells escuchó a Cullen aclarar su garganta. El hombre esperaba que Bells se recuperase. Después de un corto tiempo, le preguntó.
— ¿Te sientes mejor? ¿Podemos volver al carruaje ahora?
Bells cerró sus ojos ante esa perspectiva, gimió, luego se alejó del carruaje y se arrodilló en el suelo de nuevo. Beth inmediatamente fue a su lado, murmurándole palabras tranquilizantes mientras rodeaba los temblorosos hombros de su hermana.
Cullen observó a los hermanos desde al lado del carruaje y suspiró. Las cosas no han ido muy bien en esos dos últimos días. El sufria de una terrible resaca desde el día anterior. Para su gran disgusto, a pesar de la cantidad de alcohol que había bebido, Bells no parecía sufrir el mismo problema. Había estado sumamente alegre durante todo el día de ayer, sonriendo y charlando animadamente con su hermana, mientras Cullen se sentía como si la cabeza se le partiese en dos. Había estado más que agradecido cuando habían llegado a la posada donde habían pasado la noche anterior. Cullen inmediatamente había contrató a un mensajero de la aldea cercana para que cabalgase hasta Londres para buscar su carruaje. Luego se había unido a los hermanos para la cena antes de retirarse a la cama temprano para aliviar su dolor de cabeza, sólo para despertarse en medio de la noche y encontrar al muchacho, otra vez abrazado a él como si fuera una segunda piel. Por desgracia, también había descubierto, para su preocupación, que había estado disfrutando bastante de la experiencia.
Desprendiéndose de Bells, Cullen había escapado de la cama y había pasado el resto de la noche sentado en una silla, mirando preocupado el fuego de la chimenea. La experiencia sólo lo había convencido más que nunca que debía visitar un burdel tan pronto como llegase a Londres.
Durante la madrugada había llegado su carruaje. Lamentablemente, el conductor había agarrado un gran pozo en la oscuridad y había logrado llegar a la posada con la rueda delantera rota. Después de hacer los arreglos necesarios, Cullen había ido a la aldea vecina para contratar otro carruaje. Ese pequeño y decrépito carromato había sido todo lo que había podido conseguir. Viajar en ese carro era una tortúra. Estaba seguro que se le habían aflojado los dientes con tanto traqueteo.
Y ahora tenía que lidiar con un joven enfermo. Peor aún, las nauseas violentas del muchacho le habían provocado una respuesta similar. Cullen estaba seguro que un momento más, y estaría de rodillas en vomitando el desayuno. Maldiciendo groseramente, él se dio vuelta y se alejó para caminar en el camino buscando aire fresco.
— Ya está, la tranquilizó Beth acariciando la espalda mientras que Cullen se alejaba.
Bells gimió mientras el último el contenido de su estómago abandonaba su cuerpo y, luego, se túmbó en el suelo en un estado miserable. Después de un momento, ella abrió los ojos y miró a su hermana.
— Me estoy muriendo, anunció ella estoicamente.
Beth sonrió débilmente ante su anuncio espectacular y sacudió la cabeza.
— No, mi querida. Simplemente estás descompuesta por el viaje.
— ¿Descompuesta por el viaje? Bells frunció el ceño. ¿Qué diablos es eso?
— Así decía mamá. Papá tenía el mismo problema. No podía soportar viajar en un carruaje. ¿Por qué crees que no les gustaban los viajes?
Bells abrió los ojos, luego los estrechó en su hermana.
— ¿Por qué entonces tú no estás descompuesta?
Beth encogió los hombros.
— Supongo que heredé de mamá una constitúción física más robusta.
— Somos gemelas, Beth. Idénticas en todos los sentidos, ¿no?
— Aparentemente no tan idénticas. Suspirando, Bells se sentó lentamente observando ferozmente el carruaje. Ese maldito aparato. ¡Un invento del demonio, eso es lo que es!
— Si. Es bastante incómodo, murmuró Beth con un suspiro y, luego, miró a su hermana una vez más. ¿Crees que podrías no vomitar la poción si la Emmett ahora?
Bells asintió y bebió del frasco que Beth llevó a sus labios. Esperando que el líquido se asentase en su estómago, ella no se levantó sino que siguió sentado donde estaba, con su mirada fija en el largo camino vacío. ¿A dónde fue Cullen?
Beth encogió los hombros levemente.
— Sospecho que ha ido a encontrar un lugar privado en el camino. Tenía la piel verdosa como tú.
Un sorpresivo placer inundó a Bells.
— ¿En serio?
— No deberías mostrarte tan complacida, la retó Beth secamente y Bells frunció la frente.
— ¿Y por qué no debo? El hombre había sido una bestia conmigo en los últimos dos días. ¿No lo has notado?
— Sí, lo noté. Me pregunto qué le habrás hecho a ese pobre hombre para causarle semejante irritación.
— ¿Hacerle? ¿Por qué dices eso? Yo no le he hecho nada, negó Bells sorprendida, pero Beth frunció el ceño. Yo no le he hecho nada, te lo digo. Se despertó hecho una fiera la mañana después de que bebimos con el posadero. Pensé que tal vez era una mala reacción al alcohol, como le pasa al tío Billy.
Beth consideró eso brevemente.
— Eso explicaría su mal humor de ayer. Pero ¿el de hoy?
Bells encogió los hombros mostrado poco interés.
— Tal vez la resaca le dura dos o tres días.
— Hmm. El... comenzó a decir Beth pero hizo una pausa, cuando un carruaje dio la vuelta a la curva y se aproximó a ellas.
Se detúvo detrás de su propio carruaje. Una anciana, una joven, y un hombre unos pocos años más joven que Cullen las observaron curiosamente desde el interior del carruaje por un rato antes de abrir la puerta y que el hombre saliese del vehículo.
Beth contúvo el aliento ruidosamente y Bells la miró. Su hermana tenía los ojos muy abiertos y parecía bastante atónita. Arqueando las cejas, Bells se puso de pie, y le extendió una mano a su hermana para ayudarla a pararse y, luego, se dirigió hacia el hombre que ahora había hecho una pausa delante de ellas.
— ¿Les podría ayudar? preguntó el extraño, quien le ofreció a Beth una encantadora sonrisa.
A pesar del hecho de que la pregunta iba dirigida a Beth, fue Bells quien dio una respuesta. Su hermana no parecía capaz de responder en ese momento. Estaba mirando bastante embobada al hombre y Bells no podía comprender por qué. Él era bastante atractivo, supuso Bells, estúdiando su cabello color arena y sus cara. Luego evaluó su figura. Alto y delgado. No estaba mal, pero definitivamente no era su tipo.
— Eres muy amable por ofrecer tú ayuda, pero salvo intercambiar carruajes, no hay nada que puedas hacer. Cuando el hombre parpadeó y consiguió sacar sus ojos de su hermana y mirarla perplejamente, Bells le explicó. Estamos viajando.... con.... nuestro primo..., ella dijo, tropezando con las palabras. Lamentablemente, nuestro carruaje se rompió y nos vimos obligados a alquilar este carromato para hacer el resto del viaje.
El hombre estúdió dudosamente el carro esperando al lado del camino y, luego, dio un paso adelante y miró el interior del carruaje. Arqueando las cejas, cuando las volvió a mirar.
— ¿Tú primo viene detrás con el otro carruaje?
— ¿Qué? Oh. No. Él salió a caminar para tomar aire fresco. Él volverá pronto, sin duda.
— Aha. Él asintió, sus ojos regresaron a Beth una vez más. Parecía dudar. Justo cuando iba a abrir la boca para hablar, la más joven de las dos mujeres, una jovencita, llegó hasta el carro y lo agarró del brazo.
— Por Dios, Emmett, debemos ofrecerle que compartir nuestro carruaje con ellos. Ellos no podrán llegar a la ciudad en un cachivache como ese. Debe ser muy incómodo. Podemos llevarlo, Emmett. Ella terminó la frase con una sonrisa dirigida a Bells. Cuando ella revoloteó sus pestañas ya no quedaron dudas de que estaba coqueteando, Bells se sintió incómoda y bajó la vista para estúdiar sus zapatos. Esa muchacha tonta estaba coqueteando con ella. ¡Era increíble!
— ¿Ustedes?... comenzó a Emmett, pero Beth dio un paso adelante ansiosamente.
— Oh, eso sería muy agradable. Gracias.
Bells frunció la frente ante la falta de aliento en la voz de su hermana y luego los vio intercambiando sonrisas como una pareja de tontos enamorados. Unos dedos que apretaron fuertemente su brazo atrajeron la atención de Bells hacia la joven. Repentinamente estaba parada a su lado, sonriéndole por debajo de sus largas pestañas.
— ¿Vamos a caminar para ver si encontramos a tú primo?
Había una clara mirada depredadora en sus ojos, Bells decidió, quitando su brazo de las garras de ella.
— No te molestes. Yo mismo voy a traerlo de vuelta.
— Eso no será necesario.
Todos se dieron vuelta cuando Cullen hizo conocer que estaba de regreso.
— ¡Cullen! La sorpresa de Emmett fue evidente. Yo no sabía que era el primo de estos jovenes. Dando un paso adelante, Emmett extendió su mano a modo de saludo. Cullen aceptó su mano y le palmeó afectúosamente la espalda.
— Mccarty. ¡Qué bueno verte!
— Si. Vimos el carruaje detenido y nos detúvimos a ver si algo estaba mal. Tús primos nos explicaron que tú carruaje se había roto y que se habían visto obligados a alquilar este... carro. El señalo el vehículo al costado del camino. Les ofrecimos compartir nuestro carruaje por el resto del viaje, ¿te parece aceptable?
Cullen dudó. Su mirada fue hacia a Bells, luego a la jovencita que se colgaba tenazmente del brazo del muchacho. Notando la irritación de Bells y la forma en que parecía intentar rechazarla, Cullen asintió.
— Sería muy amable de tú parte, respondió él, decidiendo que sería bueno para el muchacho disfrutar un poco de atención femenina.
***
— Y entonces mamá me hizo hacer todo un nuevo guardarropa nuevo para mi presentación en sociedad. Ella cree que voy a estar comprometida en poco tiempo. ¿Qué piensas, Bells?
Bells parpadeó ante el tirón que sintió en el brazo y miró a la muchacha bastante perpleja.
Alice Mccarty era delgada, con un cara dulce, y cabello claro, pero ella había detenido su charla desde que Cullen había aceptado la oferta de su hermano Emmett. Ella había hablado sobre diversos temás triviales mientras transferían el equipaje de un carruaje al otro, y sólo hizo una pausa en el momento de hacer la distribución de los asientos. Ella había logrado ocupar el lugar entre Bells y Cullen, mientras que su hermano se había sentado entre Beth y la mujer mayor.
La mujer mayor resultó ser lady Esme Mccarty, madre viuda de Emmett y de Alice. La mujer era medio sorda, cosa que se había hecho evidente cuando Alice había gritado las presentaciones sociales. También eso explicaba por qué ella no frenaba la charla incesante de su hija. Bells consideró que probablemente Lady Mccarty se volvió sorda por la verborrea de su hija. Bells normalmente se habría avergonzado de tener ese tipo de pensamiento, pero ya era bastante difícil poder respirar en ese espacio tan pequeño, sin tener que soportar a esa tonta muchachita consumiendo más aire del que le correspondía para continuar con su charla. Bells estaba segura que se iba a desmayarse por falta de oxígeno.
— Estoy segura que la predicción de tú madre es correcta, murmuró Beth clavando sus ojos en su hermana porque no había respondido inmediatamente. ¿No es así, hermano?
— Oh, si. No cabe duda, murmuró Bells secamente, observando el paisaje de la ventana.
— No recuerdo haber escuchado que tenías primos.
Hubo un breve silencio tenso ante las palabras de Lady Mccarty. La mujer había estado silenciosa en las últimás horas de viaje, y a Bells le hubiese gustado que siguiese estando así. El comentario de la mujer le causó un estremecimiento. Miró a Cullen para ver cómo respondería a esa pregunta.
— Elizabeth y Bells son mis primos segundos.
— Ya veo. La forma en que Lady Mccarty miró primero a Cullen y luego a ella, hizo que Bells se moviese incómoda en el asiento. Y siguió incómoda el resto del viaje, luchando contra los efectos de su descompostúra y evitando la mirada especulativa de lady Mccarty mientras Alice hablaba y hablaba sobre... nada. Fue un gran alivio cuando finalmente llegaron a Londres y se bajaron en la casa de Cullen.
En la puerta fueron recibidos por un hombre alto, delgado, de cabello gris que emanaba un aire de dignidad. Cullen lo presentó como Felix, le pidió que llevase a Beth a una habitación y que le preparara un baño, luego le hizo señas a Bells para que lo siguiera. La llevó a la biblioteca, la hizo sentar y pasó varios minutos detallando como él había decidido que debían proceder para preparar la presentación social de Beth.
Bells escuchó con impaciencia, su mente distraída por los pensamientos de librarse de esa horrible y tortúosa peluca, de despojarse de su ropa y meterse en una tina con agua caliente y relajante. Cuando finalmente Cullen terminó, ella rápidamente le dijo que estaba acuerdo con sus sugerencias y escapó de la biblioteca para encontrar a Felix esperando para guiarla al piso superior. Le mostró una habitación, le informó que su hermana estaba en el cuarto vecino, y la dejó sola con una bañera rebosante de agua caliente.
Bells finalmente acabó de quitarse su última prenda másculina y había entrado en la tina, cuando de repente se abrió la puerta. Jadeando, se metió en el agua, sumergiéndose en un intento de ocultar su cuerpo, sólo para emerger un momento más tarde salpicando agua por todos lados, cuando alguien le golpeó suavemente la cabeza. Ella estaba secándose los ojos frenéticamente cuando reconoció la suave risa de Beth . Irritación fue la reacción inmediata de Bells.
— Nunca más vuelvas a hacer esto, dijo ella apretando los dientes, mirando su a gemela airadamente. Casi me da un ataque al corazón. Pensé que era...
— Lo siento, querida, logró Beth decir entre risas.
Suspirando, Bells se relajó en el agua, su mirada fue hacia su hermana que era limpia, con las mejillas rosadas y el cabello casi seco.
— Te bañaste rápido.
— Hmm, murmuró ella, sentándose en el extremo de la cama. Estaba tan cansada, que temí quedarme dormida en la tina. Asi que apresuré el baño.
Bells asintió. Ella misma pensaba que podría dormirse en la cálida y sedosa agua si túviese la oportúnidad.
— ¿Te ayudo con el cabello?
— Si. Por favor, Bells murmuró, sentándose mientras su hermana se arrodillaba al lado de la tina.
Ambos estúvieron en silencio por un rato mientras que Beth le lavaba el cabello y Bells se lavaba el resto del cuerpo, eliminando capa tras capa de polvo de todos los días del viaje.
Entonces Beth le preguntó de qué había querido hablar Cullen con ella.
Bajando la pierna de nuevo dentro del agua para enjuagar el jabón, Bells suspiró.
— Él deseaba contarme sobre sus planes para nosotras.
—¿Qué son?
— Él envió un mensaje a una modista de la ciudad. Una tal Madame Decalle, solicitando su presencia para mañana para preparar nuestros vestidos.
— ¿Nuestros?
— Bien, túyos y míos. Depende de quien sea la hermana mañana. Bells creyó ver que su hermana asentía en respuesta .
—¿Qué más ha previsto hacer?
— Él tiene intención de llevar a Bells a un joyero para vender parte de nuestra herencia y, luego a un sastre para encargarle ropas.
Ambas se quedaron en silencio por un momento y, luego, Bells miró por encima de su hombro y dijo:
— También desea llevar a Bells a algún lugar esta noche. Pensé que como deseas tomar que nos túrnemos para hacer del hermano, que te gustaría ir con él esta noche.
— ¿Esta noche? Beth detúvo sus manos en el cabello de Bells, y empujó suavemente sus hombros para sumergirla en el agua para enjuagar el jabón. Ambas se quedaron en silencio y luego, Beth se paró y fue a buscar las ropas.
Permaneciendo en la tina, Bells observó el ceño fruncido de su hermana mientras regresaba con la ropa y arqueó una ceja.
— Pensé que querías tomar el papel del hermano.
— Si, pero... Encogiendo sus hombros, Beth volvió a la cama y tocó la ropa másculina que Bells había dejado allí. No esta noche Bells, ella dijo finalmente. Estoy tan cansada. Es por el viaje, creo. No estoy acostúmbrada a esto. ¿Podrías ir ser Bells esta noche?
— Si es lo que deseas, aceptó Bells, a pesar de que realmente había esperado un cambio de papeles. Ella también estaba bastante agotado por el viaje.
Resignándose a tener una noche de parranda con Cullen, Bells comenzó a desplegar la toalla. En ese momento ella se paralizó y miró por sobre su hombro en un estado de shock cuando de repente la puerta del dormitorio fue abierta.
Cullen había tomado su propio baño, se había vestido y, despues, había vuelto a la biblioteca para esperar a Bells, pero el muchacho parecía estar tomándose mucho tiempo en su baño. Decidiendo apresurar al muchacho, corrió por las escaleras y luego, a lo largo del pasillo hasta la puerta del cuarto de Bells. Estaba tan impaciente que se había olvidado completamente de sus modales y había irrumpido en el cuarto. La imagen que se le presentó ante sus ojos lo dejó sin palabras y lo dejó completamente perplejo. Al parecer no era la habitación de Bells sino la de Elizabeth.
Desnuda como el día en que había nacido. Ella estaba medio de espaldas, mirando por sobre su hombro hacia él, paralizada y azorada , y con una toalla desplegada en sus manos.
Por un momento, todo lo que Cullen pudo hacer fue mirar. Ella era Afrodita emergiendo del espumoso mar en toda su gloria. Ella era una belleza encarnada. Sus ojos fueron hacia la curva de su hombro e hizo una pausa en la redondez de su pecho asomado por debajo de su brazo. Luego su mirada se desplazó hacia la curva de su espalda donde gotas de agua brillaban con la luz de las velas como joyas sobre terciopelo color de rosado. Siguió la extensión de su cabello hasta las deliciosas nalgas y sus muslos. Entonces ella saltó para hundirse en la tina.
Reconociendo los oscuros pensamientos que lo estaban invadiendo, él rápida-mente se dio vuelta para mirar el pasillo que él mismo estaba bloqueando. Murmurando una disculpa, cerró la puerta detrás de él y se apoyó contra la pared del pasillo, sorprendido de descubrirse temblando.
Bells dirigió sus ojos abiertos como platos hacia su hermana. Beth estaba congelada al lado de la cama, había shock y preocupación en su rostro. Murmurando entre dientes, Bells se levantó rápidamente de la tina y se envolvió con la toallas mientras se apresuraba a ir al lado de su hermana.
— Rápido, dame tú vestido, le ordenó sucintamente, dándole a su gemela un empujón para sacarla del estado de shock.
— Vestido ? Pero él te vio...
— Te vio a ti.
Beth parpadeó mientras Bells arrojaba la toalla húmeda a un lado y arrebató las medias que estaban sobre la cama para empezar a ponérselas.
— No, no creo que me haya visto. El estaba demásiado ocupado mirándote a ti.
— Él estaba ocupado mirándote a ti, Bells replicó amargamente, mientras se ponía los pantalones, luego tomó la faja para tapar sus pechos. Cuando una mirada le mostró que su hermana seguía confunda, Bells le explicó con impaciencia. Él cree que eras tú la que estaba en la tina, Beth.
Su hermana se ruborizó con vergüenza, y empezó a ayudar a Bells a fajar sus senos una vez más.
— Pero, ¿cómo vamos a explicar que estaba en tú bañera?
Bells estúdió el problema, atando su cabello en una cola de caballo.
— Nos intercambiamos las habitaciones, anunció ella, tomando la peluca y la chaqueta y se apresurándose hacia la puerta que conectaba las dos habitaciones. Esta es tú habitación ahora.
— Pero... Beth comenzó a decir, pero fue cortada cuando la puerta fue cerrada.
Le llevó varios minutos a Cullen para recuperar la calma. No había sido ver desnudaa Beth lo que lo había afectado tanto. Sino su reacción hacia ella. Durante los últimos tres días, Cullen sólo había sentido un afecto protector por esa muchacha. Sus sentimientos y sus reacciones hacia el muchacho habían sido algo completamente diferente e indescifrable.
Su cuerpo había respondido a la cercanía física del muchacho durante el sueño. Eso había sido más que inquietante. Y luego, por supuesto, había empezado a analizar cada pequeña reacción que había tenido hacia el muchacho. Para su horror, había descubierto que Bells hacía que los latidos de su corazón se acelerasen y que su piel sintiese un extraño hormigueo.
Ahora él suponía que sus propio temores eran el origen de todo el problema. La imagen de Beth gloriosamente desnuda había despertado pura lujuria en él. Esa joven era un bocado exquisito. Y Cullen se sentía más que aliviado de sentirse excitado por un cuerpo femenino. Se sentía inmensamente feliz. No se estaba convirtiendo en un perverso con gustos sexuales extraños como le ocurría a algunos nobles que, habiéndose aburrido del exceso de vino, mujeres, y juergas, buscaban nuevos rumbos para sus placeres sexuales. Si bien él siempre había considerado que lo que una persona hacia detrás de puertas cerradas no debía juzgarse, nunca había pensado que algo así pudiese ocurrirle a él mismo. Ahora, sabía que todo estaba bien.
Sonriendo irónicamente ante su propia estúpidez, Cullen se enderezó y se acomodó los puños de la camisa. Había pasado tanto tiempo sin permitirse sentir afecto por alguien y se había equivocado al juzgar el tipo de afecto que le despertaba ese muchacho. Todo había sido muy vergonzoso. Y ahora estaba agradecido de estar consciente de su propia estúpidez.
Sacudiendo la cabeza, se apartó del cuarto de Beth y caminó a la puerta de al lado. Tocó la manilla de la puerta, y luego levantó la mano para golpear. El golpe nunca ocurrió. Cuando sus nudillos estaban por tocar la madera, la puerta se abrió para revelar a Bells, quien parpadeó sorprendido .
— Cullen.
— Bells. Cullen todavía se sentía contento, y le regaló al joven una cálida sonrisa. Sólo viene a ver que te estaba retrasando.
— Oh... Lo siento mucho, yo... eh... Bueno, yo tenía que hablar con Beth, antes de bañarme y cambiarme. Le conté lo que vamos a hacer mañana.
— Por supuesto. Su sonrisa no se desvaneció en lo más mínimo. ¿No le gustó habitación?
—¿Qué? Oh... Bueno... Ella prefiere la otra habitación. El azul es su color favorito. El muchacho hizo una pausa. ¿Por qué? ¿Has ido a buscarme allí?
— Me temo que si. Yo pensaba que era tú habitación, y no me tomé la molestia de llamar, sino que simplemente entré al cuarto.
A pesar de sus palabras de disculpa, Cullen no lograrba mostrarse pertúrbado por el incidente, aunque sabía que el hermano de la muchacha se escandalizaría. Pero el muchacho lo miró secamente y cerró la puerta detrás de sí.
— Bien , estoy seguro que no ocurrió nada terrible. ¿Estaba dormida?
Todavía sonriendo, Cullen sacudió la cabeza.
— No. De hecho me temo que la... atrapé saliendo de la bañera. Bells frunció la frente ligeramente. Por supuesto, le voy a pedir disculpas en la primera oportúnidad que tenga.
El muchacho sacudió la cabeza y siguió a Cullen mientras él marchaba por el pasillo.
Bueno, pensó Cullen, la vergüenza por haber sorprendido a Beth en el baño se desvanecería pronto. Tenían una larga noche por delante. Esta sería la primer aventúra de Bells como hombre. Ellos estaban a punto de salir a disfrutar Londres.
Cullen se preguntó si Bells tendría idea de a donde irían. Tal vez el joven pensaba que lo iba a llevar a una sala de juegos. O al teatro. O a un club de hombres que seguramente él habría oído hablar.
Pero Bells tenía una sorpresa por delante.
Ellos iban a un burdel.
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PRIMERO QUIERO HACER LA ACLARACION DE QUE NO QUERIA HACERLAS ESPERAR A PROPOSITO, LAS HISTORIAS LAS DI DE ALTA EL DIA "21" PERO LAS ADMIN DE LA PAGINA SE TARDARON EN AUTORIZARLA.
AHORA RESPECTO A LA HISTORIA, JAJAJAA QUE ENREDOS JAJAJA, POBRE CULLEN, SE VOLVERA LOCO, SU CUERPO REACCIONA INSTINTIVAMENTE HACIA BELLS, SEA O NO UN MUCHACHO JAJAJA, !!!!POR DIOSSSSSSSSSSSS!!!! UN BURDEL, UNA CHICA EN UN BURDEL JAJAJA NO SE LO PUEDEN PERDER. ESTA GENIAL
BUENO CHICAS YA SABEN CAPITULO CADA DIA, NOS VEMOS MAÑANA, GRACIAS POR ESTAR CONMIGO, BESITOS.
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