Capítulo CINCUENTA Y OCHO
Satisfecha porque su amiga estuviese todavía viva y coleando, Rose colgó el teléfono. Esme no le había dado ningún detalle, pero sonaba demasiado malditamente alegre para alguien que había pasado su primera noche de esclavitud. No por primera vez, Rose se preguntó si le había dado a la completa sumisión mala fama.
No.
Sacudió la cabeza y miró al teléfono con temor. Esme había preguntado si Rose ya había llamado a Emmett, y por supuesto, Rose había mentido y dicho que sí. No podía tener a Esme creyendo que era una gallina, incluso si le estuviesen saliendo plumas y cacareando.
¿Cuándo se había convertido en una cobarde?
Cogió su teléfono móvil y marcó el número que Emmett había dejado como contacto personal cuando cubrió su tarjeta en el salón. No tenía ni idea de a dónde estaba llamando. Solo esperaba que fuese privado.
Maldiciendo su nerviosismo, puso el teléfono en la oreja y lo escuchó sonar. Después del tercer tono, se estableció la llamada, y ella contuvo el aliento.
—Emmett McCarty.
—Emmett. Uh, hola, soy Rose Hale Stanford de, eh, el salón... el lugar de masajes.
Dios, ¿podía sonar como una mayor idiota? Para empeorar las cosas, hubo una larga pausa en la línea, como si estuviese tratando de situarla.
—Rose, hola. Hey, siento no haber llamado para volver a quedar. He estado ocupado.
—No—dijo rápidamente. — Quiero decir, no es por eso por lo que te estoy llamando. Yo, um... Quería agradecerte por traerme a casa la otra noche.
—No hay problema. Fue un placer hacerlo—dijo con encanto.
—Hay otra cosa—dijo.
—Te escucho.
Ella cerró los ojos y agitó la cabeza.
— ¿Ocurrió algo esa noche? Quiero decir... ¿actué de forma inapropiada?
Jesús, María y José, sonaba como un sórdido político disculpándose por ser atrapado con una prostituta.
—No entiendo—dijo Emmett. Podía sentir verdadera confusión en su voz.
— ¿Salté sobre ti? ¿Te violé? ¿Tuvimos sexo?—preguntó con impaciencia.
—Santo Dios, no.
Bueno, no tiene por qué sonar tan horrorizado.
—Entonces ¿cómo... por qué terminé desnuda en mi cama?—preguntó en voz baja.
— ¡Maldita sea!—Rugió Emmett.
Rose saltó y sostuvo el auricular lejos de su oreja.
Más maldiciones murmuradas, apagadas, sin dejar duda de que tenía el auricular contra su camisa. Entonces más ruidos y volvió.
—Lo siento, no era a ti. — Entonces se separó y volvió a gritar. — Jasper, hijo de puta, te voy a patear el culo esta vez.
—Mira, obviamente te he pillado en un mal momento—dijo Rose en voz alta, con la esperanza de que la hubiese oído.
—No, lo siento. Jasper y sus malditas bromas. Sobre la otra noche... no sucedió nada, Rose. Si hubiera sabido que estabas preocupada, te hubiese llamado. Estabas como fuera de ti, así que te puse en la cama. Alguien derramó cerveza en tu camisa y por eso te desnudé. Ni siquiera miré, lo juro.
—Bien, y ¿por qué infiernos no?—preguntó con exasperación. — ¿Soy tan fea?
— ¿Qué? No. Infiernos, ¿qué diablos?—farfulló.
Era obvio que no tenía ni una pista sobre si hacerse una paja o quedarse ciego.
—Te dejaré ir. — murmuró.
—Espera Rose, no te vayas todavía.
Alejó el auricular de su oreja y apretó el botón Finalizar. Entonces, la mortificación bulló en ella, apagó el teléfono, por si acaso él tenía la idea de devolver la llamada.
Dejando el teléfono a un lado, cerró los ojos y agitó la cabeza. ¿Dónde había un gran agujero en la tierra cuando ella lo necesitaba?
Esme se sentó en el asiento trasero del coche de Carlisle, cerca de él, mientras se dirigían a la Galleria. Se veía... y sentía... hermosa.
Carlisle había elegido un sencillo vestido hasta la rodilla, sin mangas y un par de sandalias, de los dos vestuarios que había traído con ella. Lo había usado antes, pero el vestido nunca la había hecho sentirse tan absolutamente femenina.
Los brazaletes que llevaba en su brazo y en su tobillo se veían magníficos. Se sentía exótica y vibrante con las joyas de oro adornando su piel. El que fuesen el símbolo de propiedad de un hombre solo añadía más a su emoción secreta.
No tardó mucho en averiguar el tipo de ropa que Carlisle prefería. Había tenido que llevársela, tenía un excelente ojo para lo que complementaba su figura y color. Eligió faldas de seda, casuales, como pareos de playa. Camisetas simples. Varios vestidos elegantes y un formal vestido ajustado negro.
Después de elegir los zapatos adecuados, la llevó a un spa donde ordenó al encargado que le dieran un paquete de cuidado de cuerpo completo. Incluso sus uñas estaban pintadas de un rosa femenino.
Para el momento en que terminó, no había un músculo tenso en todo su cuerpo. Estaba floja y sin fuerzas, y lo que más deseaba era enroscarse en los brazos de Carlisle y tomar una siesta.
Él cargó las bolsas con sus cosas en la mano izquierda, y puso su brazo derecho alrededor de su cintura mientras salían del spa. Ella se apoyó en él y se maravilló de lo cómodos que se veían y sentían juntos.
— ¿Te das cuenta que Rose te va a matar por llevarme a otro lugar para el cuidado de mi cuerpo?—dijo con una sonrisa en dirección a Carlisle.
Carlisle sonrió.
—Fue por ti que no te llevé allí. Me imaginé que te interrogaría sin piedad y, posiblemente, te secuestraría por tu propio bien.
Esme se echó a reír.
—Oh, Dios mío, probablemente tengas razón. Ella es completamente dominante, pero su corazón está, sin duda, en el lugar correcto.
—Yo diría que sí. — él estuvo de acuerdo. — Ella mira por tus intereses, así que no puedo culparla por ello.
— ¿Y ahora qué?—preguntó mientras él la dirigía hacia su coche.
Se instaló a su lado y dio a Sam la orden de llevarlos a casa. Luego se volvió para mirarla.
—Ahora, te llevaré a casa y quitaré la ropa de tu cuerpo. Tengo un pequeño trabajo que hacer, pero espero contar con tu compañía mientras me encargo de algunas cosas.
— ¿Estás seguro que puedes concentrarte en el trabajo mientras yo estoy desnuda?—preguntó inocentemente.
La diversión brillaba en sus ojos.
—Si tengo que trabajar, preferiría que te sentases a mis pies desnuda y no con la ropa puesta.
Ella rodó los ojos.
—Eres todo un hombre de las cavernas bajo toda esa educación y sofisticación.
— ¿Y tú eres mi chica de las cavernas? ¿Obligada a someterse a cada uno de mis deseos?
—Sí, supongo que los soy. — Murmuró.
—Es bueno saberlo. — dijo. — Abre mis pantalones.
Ella parpadeó sorprendida y echó una mirada al bulto de su entrepierna.
—Ponte de rodillas delante de mí y usa tu boca para darme placer—ordenó.
Las burbujas de emoción crecieron y rompieron en su pelvis. Su clítoris estaba teniendo un pequeño baile de espasmos entre sus piernas, pulsando con una necesidad insaciable.
— ¿Tendré que ponerme rudo?—Murmuró. — Chúpame, Esme mía. Mira mi placer, y cuando termines, lame cada rastro de semen de mi polla.
Poco a poco se arrastró sobre sus rodillas y se mantuvo entre los asientos. Sus rodillas raspaban el entarimado mientras él separaba sus piernas para darle un mejor acceso. Nerviosa, miró por encima de su hombro para ver a Sam, pero la mirada del conductor se centraba en el parabrisas.
—Me oyó, lo sabes. — Dijo Carlisle con una leve sonrisa. — Él sabe exactamente lo que vas a hacer.
Ella frunció el ceño hacia él.
— ¿Por qué te burlas de mi? Sabes que no me siento cómoda con otra persona viendo o escuchándonos.
Él le tomó la barbilla.
—No me burlo de ti, Esme. Te estoy aclimatando. Te estoy enseñando que de la única persona de la que debes preocuparte soy yo. No importa lo que Sam vea o escuche. Son mis necesidades las que verás y en mi en quien te concentrarás. Debes aprender a bloquear todo lo demás. Ahora, desabróchame el pantalón y dame placer.
Ella parpadeó ante el poder de su voz, con el hilo de autoridad tejido en cada una de sus palabras. Con un apretón de manos, llegó a la bragueta y desabrochó los pantalones.
Su polla empujó con impaciencia en sus calzoncillos, y ella los bajó. Su erección salió libre, flotando, y extendiéndose hacia arriba, hacia su estómago apretado. Sus dedos se perdieron entre los pelos que rodeaban la base mientras ella rodeaba su eje con sus dedos.
Su cabello cayó hacia delante mientras ella se inclinaba para tomarlo en su boca. Él enredó en sus dedos en su cabello mientras retiraba el pelo de su cara. Sabiendo que él quería mirar, ladeó la cabeza para que pudiese ver su polla desapareciendo en su boca.
Ella amaba su sabor. No era novata en hacerle una mamada a un chico, pero tenía que reconocer que nunca había sido su placer sexual favorito. Para ser honestos, lo había hecho con un sentido de obligación, un trato recíproco, cuando había recibido sexo oral por parte de uno de sus amantes.
Pero con Carlisle lo disfrutaba, lo saboreaba, e incluso tenía ganas de ello. ¿Tragar? Um, nunca. No con ninguno de sus amantes anteriores. De alguna manera, con Carlisle, era un rechazo que no estaba dispuesta a ofrecer. Incluso aunque él no se lo había pedido, ella voluntariamente había tomado todo lo que él tenía para dar.
Se humedeció los labios otra vez mientras deslizaba su boca por su longitud. Inhalando por la nariz, eliminó sus náuseas y lo sostuvo en la parte posterior de su garganta antes de liberarlo hasta que solo la punta su pene descansaba sobre su lengua.
Su saco estaba pesado e hincado en la unión de sus piernas. Salpicado de pelos cortos y rubios oscuros, que hacía contraste con la suave longitud de su erección. Ella acariciaba sus bolas, amando la ligera rugosidad, y luego se apoderó de la vaina de terciopelo que cubría su pene.
Arriba y abajo, trabajaba con su mano, moviéndose junto con su boca. Siguió el movimiento de sus dedos con los labios persiguiéndolos hacia abajo y luego de nuevo hacia arriba.
Sus manos agarraron su cabeza. Tomó un puñado de su cabello, sosteniéndolo con fuerza mientras ella chupaba y prodigaba atención a su polla.
Su espalda encorvada en su asiento, sus muslos contra su cintura. Su saco hinchado y endurecido, y su pene endurecido hasta que fue una rígida pieza de acero en su mano.
Mientras ella alejaba su boca, una gota de líquido pre-seminal brillaba desde la ranura en la parte superior de la cabeza. Se hizo más grande y luego, lentamente, babeó sobre la corona y chocó con su mano.
Ella se lanzó hacia delante y la lamió. Él se quejó y reclamó su cabeza de nuevo hacia abajo, levantando sus caderas a su encuentro a mitad de camino.
—Haz que me corra, Esme mía. — Dijo con voz ronca.
Lo tomó duramente. Tan implacablemente como él había tomado su coño por la mañana. Apretó su polla y tiró hacia arriba y abajo, mientras su boca lo rodeaba y lo tragó. Sus ojos se cerraron, y se entregó al placer que ella le daba.
Su dedo se enroscó en su pelo, y de repente le dio un tirón hacia abajo, empujándose duro y profundo en su boca. El semen caliente salpicó en su boca, cubriendo su lengua. Tragó y todavía disparó más en su garganta.
Mientras que se estremecía y temblaba bajo ella, aliviado, suavizó sus movimientos. Tiernamente ella lo lamió y calmó con su lengua, lamiendo cada gota de humedad de su polla.
Todavía con su polla palpitante en la mano, lo liberó de su boca y bajó la cabeza para deslizar su lengua por la piel arrugada de su saco. Sus bolas rodaban bajo su boca mientras ella capturaba gota perdida de semen que se había derramado por su piel.
Él gimió y le pasó las manos por el pelo, por su cuero cabelludo y luego por su rostro. La tocaba y acariciaba como si no pudiese obtener lo suficiente. La aprobación estaba ahí, en cada caricia, y cuando por fin levantó la mirada, sus ojos brillaban con alegría.
— ¿Cuánto tiempo más, Sam?—Carlisle dijo al frente.
Esme se estremeció, pero controló su bochorno. Ella sabía por qué Carlisle había prestado atención al conductor. Como él mismo había dicho, quería que ella se acostumbrase a ser utilizada en cualquier momento y lugar donde su estado de ánimo lo estableciese. Un rizo curioso, casi un cosquilleo, dio un giro lento a través de su vientre con la idea de que Sam podía oír pero no ver todo lo que sucedía en el asiento trasero.
—Quince minutos, señor.
Un montón de tiempo—murmuró Carlisle.
Ella levantó las cejas en interrogación mientras volvía a encontrarse con su mirada.
—Un montón de tiempo ¿para qué?
—Quítate las bragas, Esme. — dijo, ignorando su pregunta. — Hazlo rápido.
Ruborizándose, ella se agachó, titubeante con su vestido hasta llegar a su ropa interior. Agarrándose una pierna con una mano, deslizó las bragas hacia abajo con la otra. Era difícil, estando encajada entre los asientos, pero finalmente dejó sus piernas libres de la materia y dejó caer la ropa interior en el asiento.
Carlisle sonrió.
—Ahora, chúpame duramente otra vez. Tienes cinco minutos. Cuando esté listo, quiero que subas a mi regazo, levantes tu vestido y te envaines en mi polla.
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