Capítulo Veintiuno
Descubrirlo probó ser más frustrante de lo que ella había imaginado. Si Bella estaba decidida, entonces Edward estaba más decidido. Decidido a evitarla. Eso era lo que iba a hacer.
Ella había ido a su departamento no mucho después de la visita de Carlisle. Él no había respondido a la puerta, incluso aunque ella sabía malditamente bien que él estaba en casa. Cobarde. Luego, ella había ido por Cattleman’s donde sabía que él se había estado juntando con Jasper y los otros. Sólo cuando ella llegó, Edward hizo una rápida retirada, murmurando algo acerca de una cita que había olvidado. Y Jasper la había mirado fijamente, sondeo suficiente para que ella se diera cuenta de que al menos sabía una parte de lo que había hecho.
Infiernos. Al menos ahora sabía cómo le había llevado Edward su auto a su departamento. Por lo menos él no le había pedido a Jacob que fuera con él. Tendría que haberlo matado si lo hubiera hecho.
Bella se terminó quedando y tomando algo con Emmett, Jacob y Jasper, ya que iba a ser muy sospechoso si se iba tras los talones de Edward. Por lo que se quedó dando vueltas como si no hubiera ido por Edward después de todo.
Y Jasper la había mirado toda la noche como si quisiera sacarle a la fuerza todos sus secretos fuera de su cabeza. En el momento en que terminó por irse, no pudo salir lo suficientemente rápido.
El domingo fue más de lo mismo. Fue al departamento de Edward temprano. Él no abrió la puerta. Lo que era bastante tonto. Ella lo vio irse temprano en la tarde, y estuvo tentada a seguirlo, hasta que pensó cómo se vería haciendo eso. Lo atraparía en el trabajo a la mañana siguiente. No la podía evitar para siempre.
La mañana del lunes ella se aseguró de estar en la oficina temprano. El café estaba hecho, y esperaba que Edward hiciera su aparición. El entró con Jasper y no le dirigió la mirada. Jasper estaba más que feliz de tomar una taza de café y llenar su boca con una rosquilla. Pero Edward se retiró a su oficina, dejando a Jasper atrás.
Con los labios serios, ella sirvió una taza de café para Edward, cogió otra rosquilla y se dirigió a su oficina. Si él la había bloqueado, que Dios la ayudara, tiraría la puerta abajo.
No estaba bloqueada, pero le fue difícil abrir la puerta con las manos ocupadas. Mientras ella entraba empujando la puerta con el hombro, el levantó la vista de su escritorio.
— ¿Qué diablos intentas hacer, quemarte?—Exclamó el mientras corría hacia ella para tomar el café de sus dedos vacilantes.
Ella dejó de un golpe la rosquilla en su escritorio y lo miró.
—Estaba siendo agradable. Amigable. Tú sabes, sociable. Algo que no puedo decir de ti.
Él tragó fuerte y emitió un sonido de cansancio.
—Mira, Bella, es mejor… es mejor si sólo nos olvidamos que la noche del viernes alguna vez pasó. No puedo ni empezar a decirte cuánto lamento haberme pasado tanto de la raya…
Ella entrecerró los ojos y puso una mano en la cadera.
—Bueno, yo no…
Él parpadeó confundido.
— ¿Tú no qué?
—Yo no lo lamento—Dijo ella con los dientes apretados. Plantó las manos en el escritorio y se inclinó hasta mirarlo fijamente a los ojos. —Que pretendas que no pasó no lo hace realidad. Pasó, Edward, y yo quiero hablar de eso en lugar de olvidarlo. No puedo olvidarlo.
Él le tomó el mentón con la mano.
—Bella, déjalo. Por favor. Nada bueno puede venir de nosotros si lo recordamos. Quería enseñarte una lección. No me gustaba la idea de que estuvieras en ese lugar. Eres una chica dulce. Me gustas un montón. Espero que nunca vuelvas. Se suponía que no te tenía que gustar.
Llamas le quemaban desde el cuello hasta la cabeza y la amenazaban con desbordarse y explotar.
Chica dulce. Enseñarte una lección. ¿Qué jodida mierda era toda esa bazofia?
Trató de hablar, pero no le salió nada. Sinceramente estaba demasiado molesta para formular una frase coherente e incluso una incoherente.
Finalmente alzó las manos y dejó escapar un arrggg antes de salir de la oficina. En el momento en que salió estaba hecha un hervidero. Jasper hizo una rápida escapada en cuanto le echó una mirada. Tipo inteligente.
Una vez que él se fue, ella hizo algo que raramente había hecho. Cerró la puerta de su oficina de un golpe, una clara advertencia a que nadie entre. Podía contar con una mano las veces que había recurrido a tan drástica medida desde que entró a trabajar para Charlie. Pero ahora, ciertamente, lo calificaba como necesario en ese momento.
Arrojó las rosquillas a la basura y tiró el café por el desagüe, sin importarle que los demás no tuvieran la culpa, tenían que sufrir su ira tanto como Edward.
Cuando terminó con su rabieta, se dejó caer en su silla giratoria y alzó la mirada al techo.
Necesitaba unas vacaciones. Un descanso. Algo. Entre su madre llevándola a beber, su aventura en un club de sexo atrevido, y Edward volviéndola loca, estaba lista para un traje blanco de fuerza y para ser llevada a una celda acolchada. Huir no era algo que alguna vez haya tenido intención de hacer. Toda su vida había afrontado las cosas, aun cuando eso significaba apoyar a una madre incompetente y sus muchos vicios. No, Vella no era una cobarde. Tenía demasiado arraigada la ética de trabajo. Lo más cerca que había estado de huir fue cuando su madre tenía una sobredosis y Charlie y Jacob habían llegado y la arrastraron a su casa con ellos.
¿Pero ahora? Escapar de la locura en que se había convertido su vida en las últimas semanas se había vuelto muy atractivo. Tal vez debería pedirle a Charlie unas vacaciones. Sabía que se las concedería en un latido de corazón porque nunca se había tomado ningunas.
—Salir huyendo—murmuró.
Las vacaciones sonaban a la vez horribles y buenas. Realmente tendría que considerarlas.
Un golpe cauteloso sonó en la puerta, y ella miró en esa dirección, preguntándose quién era el valiente tonto que se arriesgaba a su ira.
Emmett asomó la cabeza por la puerta y la miró inquisitivamente.
—Buenos días Bella. Yo, ah, sólo quería saber si estabas bien.
—Síndrome premenstrual—dijo ella, sabiendo que era lo único que lo haría disparar hacia otra dirección. Y tenía razón. No pudo haber salido más rápido.
Ella se rió cuando el cerró la puerta en un nanosegundo. Los hombres eran como gatitos.
—Entonces, ¿Qué coño hiciste para enojar tanto a Bella? Aparte de meterte en su noche de hedonista deleite—Dijo Jasper mientras él y Edward se dirigían a su camión para realizar un trabajo.
Jasper buscó a tientas en la guantera y sacó una caja de cigarrillos. Encendió el cigarro cuando se alejaban del estacionamiento y luego inhaló profundamente cerrando brevemente los ojos.
—Veo que no has dejado de fumar todavía—Observó Edward. Jasper abrió la ventana y tiró las cenizas.
— ¿Vas a responder mi pregunta?—preguntó haciendo caso omiso de la declaración de Edward.
Edward suspiró.
—La estoy evitando, y aparentemente, eso la enoja.
— ¿No te puedes imaginar por qué?—dijo Jasper secamente.
—Es para mejor.
Jasper dio una larga calada a su cigarrillo y miró triste e intensamente la punta que brillaba.
—Malditas cosas que van a matarme. Pero pasé muchos años fumando en el trabajo. Es duro como el infierno dejar el hábito.
— ¿Por qué lo has dejado?—Preguntó Edward curiosamente.
— ¿El trabajo o los cigarrillos?—Bromeó Jasper.
Edward rió.
La expresión de Jasper se tornó seria.
—Tuve lo suficiente.
Por un momento, Edward pudo jurar que leyó una profunda tristeza en la mirada de Jasper. Jasper lanzó el cigarrillo por la ventana y enseguida tomó otro. Sus dedos temblaban mientras buscaba a tientas el encendedor. Edward sentía que había mucho más que su “tuve suficiente” pero no se sentía cómodo insistiendo, y Jasper no parecía inclinado a ofrecer una explicación más detallada.
Viajaron en silencio unos minutos hasta que Jasper tiró la colilla por la ventana y miró a Edward.
—No puedes evitarla para siempre, lo sabes. Ella se merece más que eso, de todas maneras.
Edward no respondió, pero ¿Qué podría decir?
Bella suspiró cuando oyó unos golpecitos en la puerta de su oficina. Como no respondió, la puerta se abrió, y Emmett asomó tentativamente la cabeza.
— ¿Es seguro entrar?—preguntó.
— ¿Te irás si te digo que no?
—Uh, no, necesito un favor—Dijo él, dándole una sonrisa encantadora.
—Tú eres o muy valiente o muy tonto—Murmuró ella.
Su sonrisa se agrandó mientras entraba en la habitación.
—Mi madre siempre decía que yo era el chico más brillante…
— ¿Tus hermanos eran estúpidos?—preguntó ella secamente.
Él adoptó una expresión herida y se agarró el pecho. Se encaminó hacia ella y se encorvó en una silla enfrente de su escritorio, todavía agarrándose el pecho como si se hubiera infligido un golpe mortal.
— ¿Cuál es el favor?—preguntó ella resignada. Para su sorpresa, sus mejillas se oscurecieron. Ella alzó una ceja, intrigada por su reacción.
—Yo, uh, me preguntaba si me acompañarías a perforarme la oreja—Murmuró él.
Su boca cayó abierta, y la risa burbujeaba en su garganta.
— ¿Lo vas a hacer, de verdad?
Él se inquietó y se frotó la oreja izquierda.
—Sí. Eso creo. Pero no sé a dónde ir. Bueno, de ninguna manera a un lugar donde me sienta como un tonto
—Conozco el lugar justo—Dijo mientras agarraba el teléfono. —Puedo llevarte donde me arreglo el cabello y que Rose te perfore la oreja, las chicas de allí van a adorarte.
— ¿Chicas?—Él se animó visiblemente.
—Sí. Es un sitio de Chicas.
Definitivamente parecía interesado, pero luego frunció el ceño.
—No vas a decirle a nadie donde vamos, ¿Verdad?
Ella se rió.
—Me deberás un favor, pero no, no le diré a nadie. Tal vez pueda inscribirte a algunas sesiones de bronceado, para que tu cabeza se acomode a tu cuerpo. —Dejó su mirada vagar por los brazos bronceados. Luego se acercó y le paso la mano por la cabeza calva.
El frunció el ceño.
— ¿No me estarás convirtiendo en un marica metrosexual?
Los hombros de Bella temblaban de alegría.
—Dios nos libre. Qué lástima que no tengas experiencia en un spa. Rose también da masajes.
— ¿Masajes?
—Sí. Pero tendrías que desnudarte—Ella se mordió los labios para reprimir la sonrisa.
— ¿Y hay otras mujeres desnudas ahí?—preguntó el. Ella perdió la batalla y se rio. — ¿Tú te desnudas cuando vas?—Preguntó Emmett, como si la idea recién se le ocurriera.
—Como si te lo fuera a decir.
—Vamos Bella, dale un hueso a este chico.
Ella sonrió.
— ¿Quieres que llame a Rose y le pida que te reserve un paquete completo?
Él la miró con recelo.
—No estoy tan seguro de esto. La liga de los hombres viriles me revocaría el pene si esto sale mal…
Bella puso sus ojos en blanco.
—No seas tan imbécil. ¿Quién se va a enterar? Qué podría ser peor que tener una mujer que te haga sentir bien por media hora.
—Precioso.
— ¿Cambiaste de opinión?
— ¿Y tú juras que no le dirás una palabra de esto a nadie?
Ella levantó dos dedos.
—Lo juro.
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