Capítulo Cincuenta y cinco
Esme estaba en la ducha bajo el chorro de agua mientras Carlisle se desnudaba afuera de la puerta de vidrio.
Su mirada fue atraída hacia su cuerpo musculoso. Delgado, duro, ligeramente bronceado sin un solo destello de piel blanca.
Su polla era impresionante, incluso en su estado semierecto, situada entre su pelo rubio oscuro de la ingle. Este era un hombre que claramente se cuidaba así mismo, y no desmerecía de su hombría en absoluto.
Era, en una palabra, hermoso. Fuerte. Todo hombre. No era un Neanderthal arrastrando los nudillos por el suelo de tipo todo-hombre, con más músculos que cerebro. Él era más alto que ella, pero no tan alto que tuviera que esforzarse para mirarlo.
Entró en la ducha, y antes que él le tocara, su cuerpo se puso en alerta. Sus pezones se endurecieron y se tensaron hacia el exterior como si rogaran su tacto. Su coño palpitó y se apretó. Ella lo quería. Su necesidad era poderosa y abrumadora.
No había nada sexual mientras se disponía a ayudarla a enjabonarse. Sus largos dedos se deslizaron sobre su piel, extendiendo las pompas de jabón a su paso. Cuándo había cubierto cada centímetro de su cuerpo, incluyendo sus zonas más íntimas, volvió su atención a su cabello.
Metódicamente, enjabonó su cabello, masajeando el cuero cabelludo con dedos firmes. Después que lo enjuagó, utilizó el acondicionador y la empujó suavemente lejos de la ducha.
Luego le entregó el jabón.
—Ahora tú me vas a lavar. Utiliza únicamente las manos. Voy a sentir tu tacto en todas las partes de mi cuerpo.
Su pulso se aceleró y se lanzó como un borracho tratando de jugar a la rayuela. Con dedos temblorosos, tomó el jabón y lo frotó entre sus manos hasta que tuvo una buena cantidad de espuma. Dejó a un lado el jabón y vacilantemente puso las manos sobre el pecho de Carlisle.
Él cerró los ojos en el momento que lo tocó. Envalentonada por su respuesta, y por su propio placer al tocarlo, ella empezó a acariciar sus manos sobre sus hombros. Después, hacia abajo, hacia su tenso abdomen.
Se saltó su entrepierna y su creciente erección y enjabonó ambas piernas. Cuando se arrodilló en el piso de la ducha para enjabonar sus pies, su mano tocó su cabeza.
Levantó la mirada, preocupada porque hubiera hecho algo mal, pero lo que vio fue su aprobación brillando en sus ojos.
—Te arrodillas a mis pies, tan dulcemente mientras los lavas... es muy hermoso, Esme. Tú eres hermosa.
Ella agachó la cabeza, de repente, tímida y cohibida. Terminó sus pies y luego regresó hacia su entrepierna. Su polla se balanceaba frente a ella, y cuando se iba a poner de pie, recordó lo contento que había estado cuando estaba de rodillas. Por lo que, solo se enderezó de rodillas para que su pene quedara a nivel de sus ojos y cerró sus manos a su alrededor.
Estaba caliente contra de su piel, más caliente que el agua que caía sobre ellos. Palpitó ligeramente en su palma mientras frotaba una y otra vez. Cuando llegó a la base, deslizó sus dedos hacia atrás, hacia sus sacos. Sus bolas rodaron contra su palma, y se maravilló por la suavidad de la piel, la flexibilidad, y la forma en que estaban hinchados, como su polla se levantaba hacia ellos.
Ella quería tenerlo en su boca de nuevo y quería darle placer. Un ligero golpe en la mejilla la hizo parpadear y mirar hacia arriba. ¿Era tan transparente?
—Usa sólo tus manos esta vez—dijo con voz ronca.
Alzó la mano para dirigir la boquilla lejos de ellos y luego guió su mano de nuevo a su erección.
Ella trabajó de arriba abajo, moviendo la piel del prepucio lejos de la cabeza bulbosa lo más que pudo antes de regresarla, dejando al descubierto la parte superior lisa.
—Más rápido—instó.
Ella accedió rápidamente, apretando su agarre, moviéndose más rápido.
Entonces, de repente, tiró de su mano. Con una mano, empujó sus brazos hacia abajo mientras masturbaba su polla con la otra. Jadeó cuando el primer chorro caliente se disparó hacia su pecho.
Él siguió tirando mientras se acercaba para dirigir su semen hacia sus pechos. Alguno aterrizó en el hueco de su garganta y se deslizó hacia abajo, entre sus pechos y hasta el ombligo.
Un grueso hilo viajó hasta la punta de su pecho, cubriendo el pezón rígido y colgó precariamente antes de caer al suelo de la ducha.
Carlisle irguió su polla y se inclinó hacia adelante, empujando a su boca.
—Abre—dijo con voz ronca.
Ella así lo hizo, y él se deslizó con facilidad. Su semen cubría la cabeza de su polla, mientras el bombeaba hondo en su boca, ella se tragó hasta la última gota.
—Eso es—susurró. —Límpiame, Esme mía.
Durante varios segundos siguió balanceándose en las puntas de sus pies, rítmicamente follando su boca mientras su polla se suavizaba. Finalmente, él se apartó y alargó su mano para ayudarla a levantarse.
Con una mirada arrogante de satisfacción miró el vestigio de esperma que cubría su pecho.
—Báñate a ti misma con él—murmuró. — Frótame por todo tu cuerpo para que sepas que eres mía.
Vacilantemente, levantó sus manos y luego miró a la pegajosa crema en sus pechos y por su vientre. Ella puso una mano en su piel y frotó con cuidado en un círculo estrecho.
La respiración de Carlisle se aceleró y su polla se balanceaba hacia arriba lista, ya recuperándose de su orgasmo.
Con la creciente confianza, puso la otra mano en su pecho mojado y comenzó a masajear el líquido sobre la piel. Empezó a balancearse sensualmente mientras se frotaba y acariciaba.
Su cuerpo estaba hipersensible con solo tocarse. La había llevado tan cerca del clímax con el solo hecho de que él alcanzara el suyo. No la había tocado para llevarla al orgasmo de ninguna manera, pero sin embargo, ella estaba al borde. Elevándose. Desesperadamente. Tan cerca. Tan pero qué tan cerca. Si tan sólo pudiera poner sus manos más abajo...
Fuertes manos se apoderaron de sus muñecas, y apartaron sus manos de su piel. Sin una sola palabra, dirigió el agua para que se esparciera sobre su cuerpo, y él comenzó a enjuagar el acondicionador de su cabello.
De nuevo, sin ningún intento de excitar, le lavó el pelo hasta que estuvo limpio y los restos de su orgasmo habían desaparecido de su piel.
—Quédate aquí—dijo mientras cerraba la llave del agua y salía de la ducha.
Observó cómo secaba rápidamente su cuerpo desnudo. Limpió hasta la última gota de humedad de su piel y después sacudió su cabello rápidamente antes de tirar la toalla a un lado y coger otra.
Metió la mano para tomar su mano y la sacó de la ducha. Empezó con su pelo, exprimiendo el exceso de agua de su cabello. Luego trabajó hacia abajo, acariciando su piel con la suave toalla.
Cuando terminó, dejó caer la toalla y la acercó hacia la calidez de su cuerpo. Él la acunó perfectamente. Ellos encajaron tan bien, su suavidad se ajustó a su dura silueta.
Él se quedó allí, su corazón latiendo suavemente contra su garganta. Sus manos se deslizaron deliciosamente sobre su espalda y hacia sus nalgas antes de viajar hasta sus brazos. Su mano derecha fue a parar hacia su brazalete que llevaba en su brazo izquierdo, y lo acarició por un momento, como si estuviera complacido por el adorno que llevaba. Para él.
—Ven, es hora que te alimente y te lleve a la cama.
Se enojó ligeramente porque lo dijo como si fuera una mascota o una niña. Pero cuando sus manos se empezaron a mover sensualmente sobre sus hombros mientras la dirigía en dirección hacia la habitación, esos pensamientos huyeron al igual que su irritación.
Para su alivio, la bandeja de comida ya había sido entregada y se encontraba en una mesa junto a la cama, lo cual significaba que no tenía que encontrarse con el personal desnuda. Las sábanas y el cobertor habían sido retirados y las almohadas se encontraban situadas en la cabecera de la cama.
Carlisle, al parecer, realmente disfrutaba de sus comodidades.
Él le indicó que subiera a la cama, y fue sólo después que ella se había subido al blando colchón que se dio cuenta de la cuerda y de las esposas de satén que estaban aseguradas a los postes de la cama en su lado de la cama.
Miró hacia atrás con incertidumbre a Carlisle, pero su expresión no cambió. Esperaba obediencia, y su postura no ofreció ninguna alternativa.
Esperó hasta que se dio la vuelta y se sentó sobre las almohadas antes de agarrar su mano izquierda. Observó con fascinación sorprendida como tiró de la cuerda con la argolla del poste de la cama y aseguraba la argolla alrededor de su muñeca. En silencio, se apoderó de la otra mano y se la atrajo a su espalda donde aseguró con la otra argolla, para que sus manos estuvieran atadas juntas a su espalda.
Ella ni siquiera preguntó lo obvio de cómo diablos iba a comer, porque después de su sin número de discursos y recordatorios de cómo él se haría cargo de todas sus necesidades, ya sospechaba como iba a consumir su comida.
— ¿Te sientes cómoda?—preguntó mientras permanecía de pie junto a la cama.
Ella asintió con la cabeza. Y era verdad. La cama era maravillosamente suave. Sin embargo, no era demasiado blanda. Moldeaba el contorno de su cuerpo, perfectamente, ya que la acunaba. Sería celestial dormir en ella.
Satisfecho con su respuesta, caminó alrededor hacia el otro lado donde la bandeja de la cena se encontraba, y se sentó en la cama junto a ella. Después de pasar unos momentos preparando un plato de lo que se encontraba en el carro, prosiguió a sentarse, se recostó contra las almohadas y se sentó con las piernas cruzadas, y con el plato descansando en su regazo.
Olía maravilloso.
Había pollo asado con patatas gratinadas y un decadente postre de chocolate esperando al lado.
Carlisle cortó el pollo, dejando porciones pequeñas en el plato. Cuando terminó, el pinchó una y lo sostuvo cerca de sus labios.
Por un momento, simplemente se lo quedó mirando, preguntándose por qué ella no se sentía incómoda por lo que el proponía hacer. Esperó con paciencia, el pollo ligeramente apoyado en su labio inferior. Finalmente, ella abrió su boca, y él deslizó cuidadosamente el tenedor dentro de su boca.
Qué extraño que pudiera hacer que el acto de darle de comer, mientras estaba indefensa, fuera tan íntimo y cariñoso. Había tanta ternura en sus acciones, tanta atención hacia ella, que no podía juntar suficiente inquietud hacia él por estarla alimentando mientras ella estaba sentada allí, atada y desnuda en su cama.
Incluso más curiosa era la forma en que hacía que anhelara su atención. Tan pronto como él le daba un bocado, ella ansiaba otro, no por la comida, sino por su atención.
Alternó alimentarla mientras se alimentaba a sí mismo. Observó los bocados deslizarse en su boca, miraba como sus labios recorrían los dientes del tenedor que su boca habían tocado. Su calidez aún estaba en el metal cuando la colocaba en su boca.
Cuando lo deslizó de su boca, limpio, lo arrastró suavemente por su barbilla, hacia la columna de su cuello y hacia su pecho. Los dientes eran ligeramente abrasivos, rasgando su piel, provocando un escalofrío por su paso.
Él igualó el ascenso de su pecho y ligeramente rozó la punta sobre su pezón. Sus hombros se sacudieron, provocando que sus pechos se mecieran, induciendo que el pezón se rozara con el tenedor rápidamente.
Cuando se apartó, su respiración salía superficialmente. ¿Cuánto tiempo más iba a estar atormentándola antes que la necesidad del orgasmo la volviera loca? Le dolía. Su coño le dolía.
Sus pechos se tensaron, tan duramente sensibles que cada roce encima de ellos fue agonizante.
Regresó a su plato, recogiendo cuidadosamente el resto de los alimentos. Le dio tres pedazos más antes de empujar el carro lejos de la cama.
Cuando se giro para encararla de nuevo, extendió sus manos detrás de su espalda para liberar sus manos. Pero antes que pudiera poner sus manos delante de ella, el sólo se limitó a reposicionar sus brazos sobre su cabeza y asegurar las esposas en sus muñecas.
—Encuentra una posición cómoda—ordenó.
Lo mejor que pudo hacer, fue deslizarse hasta que estaba acostada de espaldas, con la cabeza entre las almohadas. Puso a prueba sus ataduras y le dio instrucciones para que rodase hacia la derecha y luego a la izquierda. Satisfecho porque podía moverse libremente, se alejó y pasó su mano libremente por su cuerpo.
Él se recostó junto a ella, la cabeza apoyada en su mano mientras la miraba con satisfacción en los ojos.
—Antes de ir a dormir, pensé que deberías saber más acerca de mis expectativas, de manera que no te tomen por sorpresa—dijo.
Ella levantó una ceja ante eso. Había estado jodidamente claro lo que él esperaba. ¿Qué otra cosa podría haber? Pero no dijo en voz alta lo que pensaba, y esperó a que continuara.
Él sonrió.
—Querías objetar. Admiro tu autocontrol, pero más que eso, me complace tu deseo por complacerme.
Sin saber qué decir al respecto o si quería una respuesta, ella permaneció en silencio.
—Sexo—dijo. — Tu cuerpo es mío para hacer lo que quiera. Esto significa que te voy a tomar cuando quiera, como quiera, a veces con tu placer en mente, a veces con el mío. Está en mi criterio cuando vas alcanzar la satisfacción.
Esperó, como si esperara que hablara, pero ella estaba entendiéndolo todo con bastante rapidez. Él quería docilidad, por lo que le daría lo mejor de su capacidad.
Una vez más, parecía contento cuando ella se limitó a esperar por él para continuar.
—Es un placer particular para mí tener sexo cuando despierto, cuando mi mente está todavía nublada por el sueño, pero mi cuerpo pide la dulzura de una mujer. Te voy a montar mientras estés atada a mi cama, incapaz de hacer algo, y aun así darme lo que quiero.
Cerró los ojos y apretó los muslos para tratar de aliviar el calor. Iba a hacerla llegar al orgasmo con solo su voz.
Un dedo viajó por su voluminoso pecho y luego circuló su arrugado pezón.
—Me preguntaste por qué quería que estuvieras desnuda todo el tiempo. Una parte de la razón es porque me parece que el cuerpo de la mujer es verdaderamente una forma de arte. Me gusta disfrutarlo. Me gusta mirarlo, sobre todo cuando sé que me pertenece a mí. La razón principal, sin embargo, es que tengo la intención de disfrutar de un acceso a tu cuerpo sin problema alguno. Me encanta la idea de poder follarte cuando quiera, y como quiera. Puedo disfrutar tu boca, coño y culo con el más mínimo esfuerzo que se necesita, que ponerte en el sofá o la silla, o en mí regazo. Mientras caminas, puedo agarrarte y tomarte. Puedo presionarte contra la pared y tomarte por detrás. Y no vas a negarte. Yo no lo voy a permitir. A menos que estés lastimada o enferma. O si dices que no. Una vez que digas que no, se termina. Así que ya ves, Esme, a pesar de todo el poder que me has cedido, aun así todo se encuentra en tus manos. Tú tienes un total y completo control y absoluto sobre tu fantasía, ya que con una palabra, todo termina.
Ella estaba balanceándose precariamente sobre el borde del más poderoso de los orgasmos. Ella iba a tener un orgasmo a pesar que él no la había tocado más íntimamente que en sus pechos. Flashes de imágenes de él mientras la tomaba de todas las maneras que él describía se amontonaban en su mente. Su cuerpo se hinchó y se estremeció.
Oh Dios, iba a tener un orgasmo, y no había nada, absolutamente nada, que pudiera hacer al respecto.
Mientras luchaba contra lo inevitable, de repente Carlisle estaba sobre ella, abriendo sus piernas con manos urgentes. Él la embistió, y su grito de sorpresa pronto se convirtió en un agudo grito de liberación. Tan pronto su polla llegó a lo más profundo dentro de ella, su orgasmo estalló con atroz ferocidad.
Su visión se volvió borrosa mientras él seguía moviéndose sobre su cuerpo, sus caderas estaban golpeando con las de ella con velocidad y fuerza. Su cuerpo no era suyo. Se había roto en pequeños pedazos, irregulares y angulosos.
El placer se espumó en su ingle, hinchándose y fragmentándose hacia el exterior, y aun así él empujaba. Más profundo. Más duro. Despiadado.
Su coño estaba tierno y extremadamente sensible, ya que había bajado de su orgasmo, protestaba mientras el pene de Carlisle seguía entrando y saliendo sobre los tejidos inflamados. Ella gimió bajo en su garganta, sin saber si era dolor o placer que punzaban en ella.
—Por favor—dijo con voz ronca, pero no estaba segura de que era lo que estaba pidiendo que se detuviera o no parara.
—Tu cuerpo es mío—dijo. — Yo tomo lo que es mío.
—Sí, tuya—murmuró.
Más rápido se movió contra sus caderas, obligando a su cuerpo a que se elevara de la cama hasta que sus manos atadas golpearan con la cabecera de la cama con cada embestida.
Alcanzando por debajo de ella le tomó las nalgas, inclinándola hacia arriba, mientras se impulsaba hacia delante de nuevo. Se quedó sin aliento cuando llegó a yacer profundamente dentro de ella.
Calor líquido lleno su vientre. Sus caderas se sacudieron espasmódicamente en su contra mientras se estremecía. Durante mucho tiempo permaneció encajado en su interior mientras absorbía lo último de su esperma en su vientre.
Su cuerpo cayó sobre ella como una manta. Hundiendo la cara en su cuello, mientras luchaba por respirar.
Allí estaba, con las manos sobre su cabeza, las piernas abiertas con el hombre que la poseía entre sus piernas, su cuerpo lleno de su semen.
Él seguía estando duro dentro de ella, y no hizo ningún movimiento para retirarse de su coño.
—Duérmete, Esme—murmuró él contra su cuello, sus dientes mordiendo cariñosamente su piel. — Esta noche voy a dormir dentro de ti para recordarte que eres mía. Por la mañana, después de haberte tomado de nuevo, te voy a bañar y lavar mi semen de tu cuerpo.
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