Capítulo Dieciséis
Bella sacudió la mirada de la pareja y se quedó mirando a Carlisle con sorpresa.
—No entiendo.
— ¿Te gustaría tomar su lugar?—preguntó señalando a la mujer, siendo nalgueada. —De las otras escenas, pareces estar más profundamente en sintonía con ésta. Estás aquí para explorar tus deseos. ¿Qué mejor manera de experimentarlos que de primera mano?
— ¿Me lo permitirías?—preguntó con incredulidad.
Él sonrió pacientemente.
—No tomamos decisiones por nuestros miembros o futuros miembros. Estás aquí para tomar una decisión acerca de si es algo que deseas. Lo que quiero es ayudarte con esa decisión. Piensa en ello como una prueba de manejo de un coche antes de comprarlo.
Ella se rió. No lo podía evitar. La idea de comparar desnudarse delante de extraños con la prueba de manejo un coche le pareció absurda. Pero entonces, cuando miró a su alrededor a las personas en la habitación, nadie parecía poner mucha atención a su desnudez. Ella era la única con la boca abierta como un niño en una tienda de caramelos.
— ¿Qué debo hacer?—susurró. Dios, ¿podría hacer eso? Lo deseaba. No había duda de eso. Pero la idea de hacerlo casi la hacía sentirse enferma con nerviosismo.
Carlisle le tocó la mejilla y frotó un dedo por la línea de su mandíbula de una manera suave.
—Yo estaré aquí todo el tiempo. Te ayudaré a desvestirte, y permaneceré a tu lado. Puedes hacer tanto o tan poco como desees. Estoy aquí para vigilarte, para asegurarme que no salgas herida y que nadie te haga hacer algo que no quieras. Esas son las únicas reglas. Todo lo demás está permitido.
Ella tragó, cerró los ojos, los volvió a abrir para verlo mirarla fijamente. Luego asintió.
—Está bien. Sí. Lo deseo mucho.
Entonces sonrió.
—Bien. Ves, ya estás tomando el control de tus deseos.
Una vez más su mirada revoloteó por la habitación. Para su alivio, nadie parecía estar dándole ninguna atención. Tenía esa vergonzosa imagen de todas las personas dejando de hacer lo que estaban haciendo para mirarla. Carlisle hizo un gesto hacia el hombre, que se detuvo y asintió. Entonces, el hombre tocó a la mujer en el hombro y la ayudó a levantarse. Para sorpresa de Bella, él se inclinó para besarla antes de alejarse.
—No me estoy entrometiendo en una relación ¿Verdad?—preguntó Bella vacilante.
Carlisle sacudió la cabeza y luego puso las manos sobre sus hombros.
—Te desnudaré ahora. ¿Estás segura que quieres seguir con todo esto?
Oh diablos, por favor, por favor, no vomites. Ella inhaló profundamente por la nariz y asintió.
Carlisle dejó que sus manos acariciaran de sus hombros a la cintura de la falda.
—Date la vuelta—le ordenó en voz baja.
Ella hizo lo que le pidió, temblando por el tono firme de su voz. ¿Sabría lo mucho que su aire de autoridad la excitaba? Debería hacerlo. Había sido prácticamente su único confidente en esa empresa, lo que era extraño, teniendo en cuenta que eran personas extrañas. O tal vez eran amigos virtuales debido a que sólo habían hablado a través de Internet. Una risita nerviosa estremeció su garganta, y tuvo que tragar de nuevo.
Sus dedos se perdieron en el botón y la cremallera de su falda. Desabrochándole ambos y dejando que el material cayera en una piscina a sus pies. Ella no miró hacia abajo. No miraría hacia abajo. No tenía ningún deseo de verse a sí misma de pie en tacones, en ropa interior y con camisa.
—Date la vuelta—le ordenó.
Lentamente, ella se giró, con su mirada en el suelo. Tomando la tela de su camisola de seda en sus dedos, tiró hacia arriba.
—Tus brazos sobre tu cabeza—le dijo.
Ella así lo hizo, y le quitó la camiseta de su cuerpo. Cerró los ojos y cruzó los brazos sobre la piel desnuda tanto como pudo.
—Brazos hacia abajo.
Una vez más, su voz hizo temblar todo su cuerpo. Poco a poco, dejó que sus brazos cayeran hasta quedar frente a él, vestida con sólo las bragas y sujetador.
—Abre los ojos. Mírame—dijo Carlisle.
Ella abrió un ojo y luego el otro. Detrás de Carlise, el hombre con la pala se le quedó mirando, con su interés oscureciendo sus ojos marrones.
—Eres una mujer hermosa Bella. Acéptalo. No te avergüences de ello.
Él tiró de las correas de su sostén hasta que cayeron sobre sus hombros. Se acercó a ella y llegó a alrededor para desabrocharle el cierre. Demasiado pronto, el sostén cayó, y su reacción inmediata fue cubrirse a sí misma con las manos. Pero Carlisle la agarró por las muñecas.
—No.
La sola palabra cayó sobre ella, y se detuvo, con las rodillas temblando, esperando el resto.
—Quítate los zapatos—dijo con calma.
Ella los aventó dándoles una patada con el pie.
Sus manos se deslizaron de sus costados a sus caderas, con sus dedos hundiéndose en la banda de encaje de sus bragas. Poco a poco y metódicamente, él avanzó hacia abajo hasta que también estuvieron en el suelo.
Oh Dios, estaba desnuda. ¿Era posible soportar un rubor sobre todo su cuerpo? Porque se sentía al rojo vivo de pies a cabeza, y apostaba que su piel estaría roja también.
Las manos de Carlisle regresaron a sus caderas. Sus dedos rozaron su piel ligeramente a medida que subían más a sus pechos. Palmeó sus montículos carnosos y frotó el pulgar sobre el pezón hasta que los fruncidos botones se endurecieron.
Un calor líquido se combinó entre sus piernas, y más que nada ella quiso deslizar sus dedos a su clítoris para poder aliviar su ardiente dolor. Él se agachó a su lado y después se volvió hacia el hombre que estaba detrás de él.
—Es toda tuya, Brent.
Bella tragó y esperó la orden del hombre. Los ojos de Brent se redujeron mientras la estudió. Ella sintió su mirada en las partes de su cuerpo que ya se estremecían y pulsaban.
—Ven a mí—dijo.
Ella avanzó con pasos vacilantes. Señaló el mismo aparato en que la mujer había estado a lo ancho.
—Boca abajo, con los brazos sobre el otro lado, con las piernas separadas y alineadas con las patas de la silla.
Se mordió el labio, pero lo cumplió, moviéndose hacia delante para adaptar su estómago a la almohadilla de cuero caliente. Se inclinó y luego sintió las manos de Carlisle en la espalda mientras la ayudaba a acomodarse.
—Si en algún momento deseas irte, no tienes más que decirlo—Carlisle dijo cerca de su oído. —Yo estaré aquí.
Otra mano, menos familiar le acarició el trasero. Lo prohibido de un extraño tocándola tan íntimamente debía ser más emocionante. Aunque sus piernas temblaban y se sentían como gelatina, el toque de Brent no disparó sus sentidos.
Sin previo aviso, la paleta se reunió con la carne de su trasero en un fuerte golpe. Ella dio un salto. Sorprendida. Luego frunció el ceño. Mientras que no había previsto algún golpe punzante, la ligera palmadita en su trasero no había sido más que eso. Una palmadita.
La paleta cayó de nuevo, esta vez en su otra nalga como había hecho con la otra mujer. Su ceño se frunció. ¿Sería esto todo?
Sus terminaciones nerviosas estaban en llamas con la anticipación. Deseaba, no, necesitaba algo, aunque no estaba segura de qué. Más de un empujón, más de un borde. No esa ligera palmada en el trasero que estaba recibiendo. Otro golpe sonó, y lágrimas de decepción pincharon sus ojos. Ella levantó la cabeza, preparada para decirle a Carlisle que quería dejar a Brent, cuando su mirada se quedó fija en la entrada a través de la habitación.
Un suspiro se le escapó que no tuvo nada que ver con el golpe que cayó sobre su trasero.
Parado en la entrada, con su mirada firmemente clavada en ella, estaba Edward.
|