Capítulo Diecisiete
Edward estaba en la puerta, con los brazos cruzados y con una expresión feroz en su rostro. ¿Qué diablos estaba haciendo aquí? La mortificación se apoderó de Bella mientras él continuaba mirándola, con la tensión rodando por él en olas. Pero luego negó con la cabeza. No, ella no tenía nada de qué avergonzarse. No sabía lo que él estaría haciendo aquí, y no le importaba. Ella lo miró desafiante, decidida a dar marcha atrás a su vergüenza.
Lentamente con la cabeza baja, cerró los ojos con fuerza y con decepción mientras otro golpe aterrizaba detrás de ella. No era real. Nada de eso era real. Una lágrima cayó hacia abajo y al suelo debajo de ella.
Era evidente que todo eso era un espectáculo, un espectáculo más para el observador que para el participante. O tal vez simplemente no le funcionaba a ella. Se sentía tan cerca. En la cúspide de algo.
Su piel se arrastraba por la necesidad. Se sentía nerviosa, inquieta, y ya había tenido suficiente.
Una vez más, levantó la cabeza y abrió la boca para detener todo el proceso. Su boca siguió estando muy abierta cuando vio de pie a Edward a sólo un pie de distancia, con sus ojos ardiendo con promesas. ¿Promesas de qué?
Brent retrocedió, luego se movió hacia Edward. Por el rabillo del ojo, vio a los dos hombres medirse uno al otro. Luego Edward volvió la cabeza hacia Carlisle.
— ¿Puedo?—le preguntó, mientras hacía un gesto hacia la pala en la mano de Brent. Carlisle sacudió la cabeza resueltamente.
—Por supuesto que no.
—Pregúntale a ella—dijo Edward con voz acerada. —Pregúntale si ella lo desea—Sus ojos verdes acariciaron su rostro, desafiándola, hostigándola.
Dios, ¿él quería pegarle? Su cuerpo ardió lleno de vida, y su sangre rugió como un río embravecido en sus venas. Tragó, tratando de respirar alrededor de su pesada lengua.
Carlisle y Edward la miraron con expresión de pregunta.
— ¿Bella? ¿Es esto algo que desees? Él no es un miembro de aquí. Será escoltado fuera. Todo lo que tienes que hacer es decir la palabra
Ella se lamió los labios secos, tratando desesperadamente de trabajar en su coraje para ir a donde ella se atreviera. Poco a poco asintió.
—No, Bella, tengo que escucharte. Dime que lo deseas—insistió Carlisle.
—Sí—susurró. —Sí—dijo con una voz más fuerte. —Por favor—Su voz era ronca, y relajó el cuello por un momento, esforzándose por sostener la cabeza que estaba muy incómoda.
Estaba loca. Esto lo afirmaba. Sin embargo, Brent no estaba haciéndolo por ella. De hecho, por lo excitada que había estado por las imágenes que había experimentado, tan pronto como Brent la había tocado, se había quedado tan plana como una Coca—Cola abierta por días. La idea de Edward tocándola, de ser el que la dominara... Se estremeció y sintió una oleada de humedad entre sus piernas.
Una mano firme la tomó de la barbilla y dirigió su mirada hacia arriba. Ella miró los ojos verdes oscurecidos y parpadeó mientras la penetraba con la mirada.
— ¿Puedes soportarlo, Bella?
Él había arrojado el reto ahora. Sus ojos se estrecharon.
—No juegues—dijo en voz baja. —Te llevaré a dónde quieres ir, pero tienes que estar dispuesta a llegar allí.
Él la miró por un segundo antes de dejar que su barbilla se deslizara de su mano. Ladeó la cabeza hacia un lado para mirarlo y se volvió hacia Carlisle.
—Átenle las manos—ordenó.
Ella debió tragar por la sorpresa y empezó a protestar, pero se mordió la lengua. No, esto era lo que ella deseaba. Y sabía que Carlisle lo detendría si ella decía algo.
Carlisle se inclinó y le ató una muñeca a la pata del taburete con una correa de cuero. Luego aseguró su otra.
—Y los tobillos—dijo Edward.
Ella cerró los ojos, con la anticipación casi abrumándola, mientras sus dos tobillos eran atados a las patas de madera. Señor, se sentía vulnerable. Atada de pies y manos, con el trasero al aire, con su vagina expuesta para que el mundo la viera. Y la excitaba como nada lo había hecho antes. Oyó sus pasos mientras se movía alrededor detrás de ella. Acarició con un dedo la línea de su trasero y se detuvo justo encima de la entrada de su vagina. Tócame. Oh, por favor tócame.
Pero él no lo hizo.
Quitó su mano, y luego la pala encontró su carne con un punzante golpe. Su cuerpo se precipitó hacia delante y sus ojos se abrieron en estado de shock.
—Espera por él—murmuró a sus espaldas.
El ardor irradió por sus nalgas y fue remplazado por una luz brumosa que sangró de su cuerpo. Antes de que tuviera tiempo de procesar y utilizar la sensación, le asestó otro punzante golpe.
Sus ojos se cerraron, y relajó la cabeza. Un gemido escapó de ella mientras el calor se movía a fuego lento sobre su piel. Una vez más, la paleta contactó con uno de sus lados, luego con el otro. Pronto su cuerpo estuvo inundado de lo que sólo podría describir como un audaz y eufórico brillo. Él colocó el golpe con fuerza estratégica y nunca, golpeaba el mismo lugar dos veces. Ella se esforzó en contra de sus ataduras, casi gimiendo, por su necesidad de lograr su liberación. Deseaba más, ansiaba más, y sin embargo no estaba segura de poder manejar más.
¿En cuántos habría estado pensando? ¿En diez? ¿En una docena? Perdió la cuenta. Después, nada. Silencio vil. El aire frío se apoderó del incendio de su parte inferior. Dejó escapar un gemido.
—Por favor—susurró.
Él se inclinó sobre ella. Podía sentir su camisa contra sus hombros.
— ¿Qué deseas, Bella?—le susurró al oído. —Dime lo que deseas,
—Quiero venirme—exclamó ella.
Sus dedos encontraron su vagina. Tan pronto como tocó su clítoris, ella se fue como un petardo. Su cabeza se arqueó, y gritó cuando una explosión sacudió su núcleo.
Él continuó el masaje y manipulación de su clítoris hasta que ella gritó que se detuviera. Colapsó sus músculos tensos, acostada sobre la banqueta como un fideo demasiado blando.
Manos suaves desataron sus muñecas, y ella abrió los ojos para ver a Carlisle frente a ella, con su mirada interrogante.
— ¿Estás bien?—le preguntó.
Ella asintió, incapaz de hacer más que eso.
Edward puso las manos sobre sus hombros y la levantó hasta su lado. Cuando tuvo el coraje suficiente como para mirar sus ojos, vio una mezcla de confusión, deseo e ira en sus ojos.
—Vístete—murmuró.
Carlisle le dio su ropa, y ella cogió de su falda y blusa, sin molestarse con la ropa interior.
—Ella se va a casa—dijo Edward en dirección a Carlisle.
Carlisle levantó una ceja mientras miraba a Bella por su confirmación. Ella contuvo una sonrisa. Luego se inclinó y lo besó en la mejilla.
—Gracias—susurró. —Creo que he encontrado exactamente lo que deseaba.
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