Capítulo Cincuenta y seis
Durante el transcurso de la noche, Carlisle salió de ella y rodó hacia un lado. Ella lo registró en un nebuloso letargo, antes de caer dormida.
Cuando volvió a despertar, fue por manos que oscilaban con urgencia en su cuerpo, deslizándose sobre su pecho y hasta las caderas. Sus ojos se abrieron cuando Carlisle se acercó a ella y le separaba las piernas e impacientemente introducía su polla en su abertura.
En su impaciencia chocó contra su clítoris antes de reposicionarse así mismo. Luego encontró su entrada y se deslizó profundamente, provocando que jadeara despertándose completamente. Los restos del interludio de la noche anterior estaban secos en el interior de sus muslos, pero lo que quedó dentro de su coño, cálido y húmedo, facilitó su paso.
Sus brazos se tensaron en sus ataduras, pero él se mantuvo firme, y ella estaba indefensa debajo de él mientras buscaba servirse de su cuerpo.
No había ninguna delicadeza en sus movimientos, ningún intento de complacerla, pero curiosamente, se sentía excitada por la aspereza y la crudeza de sus movimientos. Incluso mientras empujaba más profundo y más, y más duro, con los ojos bien cerrados y la mandíbula apretada, su coño empezó a arder.
Vio cómo la tensión de sus músculos en cada movimiento ondulaba a través de él. Sus manos apretaron desesperadamente su cintura, sus caderas, y luego de nuevo su cintura, mientras se adentraba repetidamente en su cuerpo.
La vulnerabilidad de su posición, lo impotente que se sentía, prendió con éxito un incendio intenso. La estaba usando. No había otra palabra para describir sus acciones, y sin embargo se sentía extrañamente contenta. Poderosa, incluso.
Él la apretó más en la cama mientras sus nalgas bronceadas subían y bajaban sobre de ella. La carne en contra de carne, era el único sonido que resonaba por toda la habitación, era el golpe duro de su cuerpo contra el suyo y los suaves gruñidos que de alguna manera escapaban de su boca bien cerrada.
Él la extendió mientras se arqueaba sobre ella por última vez. Ella ya no pudo controlar su llanto cuando embistió imposiblemente profundo.
En lugar de retirarse, la sostuvo firmemente mientras se vaciaba en ella. Podía sentirlo en cada centímetro de su coño. Ella ya estaba extendida tan apretadamente alrededor de su polla, y su cuerpo ya estaba sensible y dolorido de la noche anterior.
Su clítoris se estremeció y pulsó, ansiaba la liberación, pero ella se quedó allí en silencio, su cuerpo ya era un receptáculo del suyo.
Con un sonido de arrepentimiento, finalmente se deslizó de ella en un torrente de líquido. Arrodillándose entre sus piernas, estiró sus rodillas, extendiendo su coño.
Él la miró, la satisfacción suprema brillando en sus ojos oscuros.
—Eres tan hermosa—dijo. — Tu coño está tan hinchado, rojo y brillante con mi semen.
Deslizó un dedo dentro de su apertura y luego lo retiró, mostrándolo hacia arriba para que ella pudiera ver.
Luego se inclinó y trazó una línea alrededor de la boca, dejando un rastro húmedo en sus labios.
—Lámelos—susurró. — Lame mi semen de tus labios, Esme mía.
Lentamente ella obedeció y pasó la lengua por sus labios, primero la parte inferior y luego por la comisura y hacia arriba a su labio superior.
—Me has complacido—dijo.
Ella sonrió trémulamente, demasiado débil, demasiado excitada para hablar.
— ¿Te gustaría correrte, Esme?—preguntó en voz baja y sedosa.
—Por favor—susurró.
Estiró por encima de su cabeza sus manos para liberar sus brazos. Las agarró y las bajó, dejándolas suavemente en su vientre.
— ¿Estás bien?—preguntó.
Ella asintió con la cabeza mientras flexionaba las manos para devolver la sensación a sus dedos.
Le tomó la mano izquierda y la bajó a su coño.
—Tócate a ti misma—dijo con voz ronca. — Córrete mientras te miro.
Se deslizó hacia abajo de la cama hasta que se bajó al pie de la cama, su mirada no la abandonaba. Un poquito nerviosa, ella deslizó su mano entre sus piernas y separó sus labios.
Su piel estaba manchada con su semen y sus dedos se movían con facilidad a través de sus pliegues.
No era como si ella fuera extraña a la masturbación, pero nunca lo había hecho ciertamente con una audiencia. Sin embargo, ella quería-necesitaba-correrse tanto que no le importaba que estuviera mirando.
Ella puso el dedo medio sobre su clítoris, gimiendo mientras todo su cuerpo se tensaba. Encontró su punto dulce y empezó a rotar en un círculo cerrado mientras su coño apretaba y pulsaba en respuesta.
Carlisle caminó alrededor de la cama, con la mirada fija en su entrepierna. Cuando llegó a su lado, bajó la cabeza oscura y agarró su pezón con los dientes.
Su espalda se arqueó en la cama, y su dedo trabajó más rápido sobre su clítoris. Mordió fuertemente, chupando y mordiendo con una fuerza suficiente que le causó un dolor exquisito.
Su respiración aumentó considerablemente cuando su cuerpo se tensó como una liga. Tensándose y tensándose. Ella se acarició más rápido y el chupaba más fuerte hasta que ella se retorcía sin control. Arriba y abajo sus caderas se elevaron y cayeron, como si en realidad la estuviera follando.
Después, sus dientes se hundieron bruscamente en su pezón, y ella simplemente se rompió. En una explosión repentina que la catapultó por encima del borde y su orgasmo brilló como una bomba a su alrededor.
Por un momento su mano se movió en frenesí y luego la sensación fue demasiado. Y ella desaceleró sus movimientos y se frotó más pausadamente mientras bajaba de su orgasmo. Carlisle levantó su boca de su pecho y luego simplemente puso su cabeza sobre su pecho.
Con la mano libre, tentativamente le tocó la frente, deslizó sus dedos sobre su piel y su pelo. Cuando trazó una línea a su sien, y bajando hacia su mandíbula, a la boca, el besó las yemas de sus dedos cuando ella rozó sus labios.
—Ah, como me complaces, Esme mía—murmuró contra su pecho.
Ella sonrió débilmente, demasiado desmadejada para hacer más.
—Tú también me complaces, Carlisle.
Él levantó la cabeza con desgana evidente.
—Ven, te voy a bañar. Después vamos a ir abajo a desayunar.
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