EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95084
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 6: CAPÍTULO 5

Capítulo 5

 

Edward seguía con los ojos fijos en mí. Incluso después de relajarnos tras el desenfreno sexual y después de haber abandonado mi cuerpo. Se quitó el preservativo, le hizo un nudo y se deshizo de las pruebas. Pero ahí estaba de nuevo, frente a mí, sus ojos deteniéndose en los míos, buscando mi reacción después de lo que acabábamos de hacer.

 — ¿Estás bien? —preguntó mientras deslizaba su pulgar por mis labios, acariciándolos con mucha suavidad.

 Le sonreí y le contesté con lentitud.

 —Ajá.

 —No he acabado contigo ni mucho menos. —Arrastró la mano por mi cuello, por mis senos, a lo largo de mis caderas hasta posarse en mi estómago—. Ha sido tan increíble… No quiero…, no quiero que acabe. —Dejó la mano ahí extendida y se inclinó hacia delante para besarme lenta y concienzudamente, casi con veneración. Me di cuenta de que me iba a preguntar algo—. ¿Te…, te tomas la píldora, Bella?

 —Sí —susurré contra sus labios. Así era. Se sorprendería del porqué pero no se lo iba a contar esa noche.

 —Quiero…, quiero correrme dentro de ti. Quiero estar dentro de ti, sin nada entre medias de nosotros. —Apretó los dedos en mis húmedos pliegues y los hundió varias veces—. Justo ahí.

 Me sorprendían sin embargo sus palabras. La mayoría de los hombres no quería arriesgarse a hacer eso. Mi cuerpo respondió a sus caricias de manera involuntaria, incapaz de evitar arquearme hacia sus dedos. Un sonido de placer salió de mi garganta.

 —Mi empresa hace controles médicos regulares, tenemos que estar sanos, yo incluido. Te puedo enseñar los informes médicos, Bella; estoy limpio, te lo prometo —dijo, al tiempo que me acariciaba el cuello y me pasaba los dedos por el clítoris, decidido.

 —Pero ¿y si yo no? —gemí.

 Frunció el ceño y dejó la mano quieta.

 — ¿Cuánto tiempo hace que no estás con alguien?

Me encogí de hombros.

 —No sé, hace bastante.

 Entrecerró los ojos durante una fracción de segundo.

 — ¿Bastante es una semana o meses?

 Una semana no es hace bastante. No tenía ni idea de por qué respondía a sus preguntas, solo sabía que era algo intrínseco a lo que él conseguía de mí. Edward exigía respuestas, hacía preguntas directas, había algo en él que hacía que me fuera casi imposible detenerle cuando se adentraba en terrenos a los que yo no quería que fuera.

 —Meses —fue mi respuesta, y eso era todo lo que iba a decirle en ese momento.

Su cara se relajó.

 —Entonces… ¿es eso un sí? —Se tumbó completamente sobre mí y entrelazó mis manos con las suyas mientras me abría las piernas con sus rodillas para poder meterse entre ellas—.

 Porque quiero poseerte otra vez. Quiero estar dentro de ti otra vez. Quiero hacer que te corras y que mi polla esté tan dentro de tu ser que nunca olvides que estuve ahí. Quiero correrme dentro de ti, Bella, y que lo sintamos juntos.

 Ahora le sentía enorme; duro, excitado, adentrándose en mí y listo para hundirse completamente. Y a pesar de lo vulnerable que era debajo de él, nunca me había sentido más segura.

 Me besó con pasión, y su lengua me reclamaba como antes. Era una demostración de lo que quería hacer con su sexo. Le entendía a la perfección casi todo el tiempo. Edward no me confundía en lo más mínimo.

 —Confío en ti, Edward, y te prometo que no me dejarás embarazad…

 —Joder…, sííí —gimió mientras deslizaba su grueso y desnudo miembro contra las paredes de mi sexo, que todavía eran presas de un cosquilleo—. Oh, nena, me das tanto placer. Me vuelves jodidamente loco…

 Y así fue la segunda vez con él. En esta ocasión se movió más despacio, de manera más controlada, como si quisiera saborearlo. Pero no es que fuera menos placentero, porque Edward hizo que me corriera hasta que casi perdí el conocimiento.

 Dentro de mí parecía más grande, más duro, con sus testículos golpeando mi sexo empapado con cada estocada, y entonces él se detuvo en seco, con la espina dorsal arqueada, y ese movimiento nos unió tanto que en ese instante le sentí parte de mí.

 Edward dijo mi nombre con un grito ahogado y se quedó dentro de mi cuerpo, tal y como había dicho que haría, hasta que después de unas cuantas y pequeñas sacudidas la punta de su pene lo mojó todo y él se detuvo por completo, respirando entrecortadamente todavía entre mis piernas.

 Me lamió con suavidad el cuello mientras le acariciaba la espalda, cuyos músculos irradiaban calor y humedad por culpa del sudor. La habitación olía a sexo y a su deliciosa colonia, fuera la que fuera. Sentí con las yemas de los dedos unos bultos irregulares en su piel. Muchos. ¿Cicatrices? Se movió rápidamente y mis manos se apartaron. Sabía que era mejor no preguntar.

 Pero no se fue muy lejos. Edward se puso de lado, se recostó y me miró fijamente unos segundos más.

 —Gracias por lo de antes —susurró, recorriéndome la cara con la mano—, y por confiar en mí. —

 Me volvió a sonreír—. Me encanta que estés aquí, en mi cama.

 — ¿Cuándo fue la última vez que estuviste en tu cama con otra mujer, Edward? —Si él podía preguntar, entonces yo también tenía derecho a hacerlo.

 Me sonrió, con cara de autosuficiencia.

 —Desde…, nunca, cariño. No traigo mujeres aquí.

 —La última vez que me miré en el espejo era una mujer.

 Arrastró los ojos por mi cuerpo de manera sugerente antes de contestar:

 —Un pedazo de mujer, sin lugar a dudas. —Me miró a los ojos—. Pero, de todas maneras, no traigo a otras mujeres aquí.

 —Oh… —Me recosté contra la cabecera de la cama, tirando de las sábanas hasta la altura del pecho.

 ¿Cómo narices no iba a ser eso una mentira?—. Eso me sorprende. Pensaba que tendrías más ofertas de las que podrías usar.

 Tiró de las sábanas y dejó mis pechos al descubierto.

 —No me estropees la vista, por favor, y la palabra clave es usar, cielo. No me importa que me usen, y las mujeres usan a los hombres casi igual que a la inversa. —Se hizo un ovillo junto a mí contra la cabecera de la cama y con un dedo me acarició el pecho—. Pero no me importa si tú me usas. Tienes un permiso especial.

 Resoplé y le aparté la mano.

 —Eres demasiado guapo, Edward, y lo sabes. Ese encanto inglés no te va a hacer tener vía libre conmigo nunca.

 Emitió un ruido sarcástico.

 —Y tú eres una yanqui dura de pelar. La otra noche pensé que tendría que cogerte en brazos y meterte en mi coche a la fuerza.

 —Una suerte que no lo hicieras o este estupendo revolcón que acabamos de tener… nunca habría tenido lugar. —Negué con la cabeza con una sonrisa.

 Me hizo cosquillas y empecé a chillar.

 —Así que para ti ha sido un estupendo revolcón, ¿eh?

— ¡Edward! —Le golpeé en las manos y gateé hasta el borde la cama. Me arrastró de nuevo hacia él y me sujetó luciendo una gran sonrisa en la cara.

 —Bella —pronunció despacio.

 Y entonces me besó. Lenta, suave y dulcemente, y lo sentí íntimo y especial. Edward me colocó de costado y ajustó nuestros cuerpos bajo las sábanas con su pesado brazo sobre mí, protegiéndome. Sentí que me entraba el sueño en esa cama calentita que compartíamos. Sabía que era mala idea. Las reglas son las reglas y yo me las estaba saltando.

 —No debería quedarme a dormir, Edward; de verdad que me tengo que ir…

 —No, no, no, quiero que te quedes —insistió, hablando a mi cabello.

 —Pero no debería…

 —Shhhhh —me interrumpió tal y como había hecho tantas veces antes y me calló con un beso. Me acarició la cabeza y sus dedos recorrieron mi pelo. No podía luchar contra él. No después de esta noche.

 Me sentía tan segura que era maravilloso; mi cuerpo estaba agotado tras los orgasmos y su virilidad era tal que me sentía demasiado cómoda como para enfrentarme a ese tema con él. Por lo que me dormí.

 … Los terrores nocturnos son reales. Llegan por la noche cuando duermo. Trato de luchar contra ellos pero casi siempre ganan. Todo está oscuro porque tengo los ojos cerrados. Pero oigo los sonidos. Las palabras crueles de alguien, palabras y nombres desagradables. Y una risa aterradora…

 Creen que es divertido degradar a esta persona. Siento mi cuerpo pesado y débil. Todavía les oigo reír y recordar todo el mal que han hecho…

 Me desperté gritando y sola en la cama de Edward. Me di cuenta de dónde estaba cuando él llegó corriendo a la habitación con los ojos desorbitados. Empecé a llorar en cuanto le vi. Los sollozos se intensificaron cuando se sentó en la cama y me agarró.

 —No pasa nada. Estoy aquí. —Me llevó hasta su pecho. Estaba vestido y yo seguía desnuda en su cama—. Has tenido una pesadilla, solo eso.

 — ¿Dónde fuiste? —conseguí decir entre sofocos.

 —Solo estaba en mi despacho… Estas jodidas Olimpiadas…, últimamente trabajo por la noche. —

 Apretó los labios en mi cabeza—. He estado justo aquí todo el tiempo hasta que te quedaste dormida.

 — ¡Me tenías que haber llevado a casa! ¡Te dije que no me iba a quedar a dormir! —Forcejeé para apartarme de sus brazos.

 —Joder, Bella, ¿cuál es el problema? Son las dos de la madrugada, maldita sea. Estás agotada. ¿No puedes quedarte sin más…? ¿Por qué no duermes aquí?

 —Porque no quiero. ¡Es demasiado! ¡No puedo hacerlo, Edward! —Le empujé hacia atrás.

 — ¡Por el amor de Dios! ¿Dejas que te traiga a mi casa y te folle de manera salvaje pero te niegas a dormir un par de horas en mi cama? —Bajó la cara hasta encontrar la mía—. Dime, ¿por qué te da miedo estar aquí conmigo?

 Parecía dolido y sonaba bastante ofendido. Y encima yo me sentía una cretina cruel aparte de encontrarme hecha una mierda emocionalmente. También estaba muy guapo con sus vaqueros desteñidos y la camiseta gris claro. Tenía el pelo revuelto y necesitaba afeitarse, pero estaba buenísimo como siempre, más incluso ahora porque era el Edward más íntimo, el que no mostraba en público.

 Empecé a llorar otra vez y a decirle que lo sentía. Hablaba en serio. Sentía que algunas partes de mí estuvieran dañadas y rotas, pero eso tampoco cambiaba los hechos.

 —No me da miedo estar contigo. Es muy complicado, Edward. ¡Lo…, lo siento! —Me froté la cara—.

 Quiero irme a casa…

 —Shhhhhh… No tienes que sentir nada. Solo has tenido una pesadilla y no puedo dejar que te vayas a casa en este estado. Estás muy alterada. —Edward alargó la mano para coger el paquete de pañuelos que estaba al lado de la cama y me lo pasó—.

 ¿Quieres hablar del tema?

 —No —conseguí decir entre tres pañuelos.

 —No pasa nada, Bella. Puedes hacerlo cuando te sientas cómoda si te apetece. —Era muy agradable la sensación de su mano haciendo círculos en mi espalda, pero simplemente no quería cerrar los ojos por si acaso me volvía a quedar dormida. Me llevó debajo del edredón junto a él.

 —Déjame que te abrace unos minutos, ¿vale? —Afirmé con la cabeza—. No me moveré de aquí hasta que te duermas, y si te despiertas y no me ves es que estoy justo al otro lado del salón, en mi despacho.

 La luz estará encendida. Nunca te dejaría sola en mi casa. Estás totalmente a salvo conmigo. Trabajo en seguridad, ¿recuerdas?

 Cogí más pañuelos y me soné la nariz; me sentía completamente hecha polvo y avergonzada por la situación. Sin embargo, me las arreglé para salir de ella, y sabía lo que iba a hacer. Solté una risita tras su comentario y dejé que me arropara de nuevo en su cama. Estaba frente a su pecho, así que inhalé la fragancia que tanto me gustaba y traté de recordar lo agradable que resultaba. Me centré en la sensación de Edward agarrándome, manteniéndome a salvo, y el calor de su cuerpo. Traté de conservar todo eso en mi cabeza porque no iba a volver a pasar por lo mismo.

 Fingí que me quedaba dormida.

 Calmé mi respiración y fingí. Y al cabo de un rato sentí que se levantaba de la cama y salía de la habitación. Incluso oí el sonido de sus pies descalzos de puntillas por el suelo de madera. Miré el reloj y esperé otros cinco minutos antes de levantarme.

 Entré en el salón de Edward totalmente desnuda y recogí mi ropa. Aparté la corbata morada del montón y la estiré antes de colocarla sobre el brazo del sofá, doblada por la mitad. Ojalá pudiera llevármela como recuerdo.

 Me vestí a toda prisa delante del enorme ventanal y cogí los zapatos con la mano en lugar de ponérmelos. Agarré mi bolsa y me dirigí a la puerta. Podía sentir su semen entre las piernas, goteando, y al pensarlo me entraron ganas de llorar. Ahora todo parecía un error. Lo había estropeado todo.

 Una vez en la puerta principal, corrí al ascensor y apreté el botón. Me puse los zapatos y metí la mano en la bolsa en busca de un cepillo. Di con él y me lo pasé con fuerza por el pelo, que decía a gritos: me acaban de follar. Mi pobre cabello enredado no tenía remedio, pero eso era mejor que nada. Entonces llegó el ascensor y me subí, al tiempo que guardaba el cepillo y comprobaba que tenía dinero en la cartera para el taxi mientras bajaba.

 Cuando salí al vestíbulo el portero me saludó.

 — ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

 —Eh…, sí. Claude, ¿verdad? Necesito llegar a mi casa. ¿Me puede ayudar a encontrar un taxi? —

 Hasta para mis propios oídos sonaba desesperada. Eso sin saber lo que estaba pensando Claude.

 No mostró la más mínima reacción mientras cogía el teléfono.

 —Ahhh, está llegando uno en este instante. —Claude dejó el teléfono, salió de detrás de su mesa y me abrió la puerta del vestíbulo. Me ayudó a subirme al vehículo y me cerró la puerta. Le di las gracias, dije mi dirección al taxista y miré por la ventana.

 La vista del elegante vestíbulo era nítida por la noche, por lo que vi a Edward salir a toda prisa de los ascensores y hablar con Claude. Llegó corriendo a la calle pero el taxi ya estaba en marcha. Levantó los brazos con frustración y echó la cabeza hacia atrás. Pude ver que seguía descalzo. Pude ver que estaba desconcertado a la vez que herido cuando nuestros ojos se encontraron: los míos dentro del coche y los suyos en la calle. Pude ver a Edward. Y probablemente esa sería la última vez que le vería.

 

Capítulo 5: CAPÍTULO 4 Capítulo 7: CAPÍTULO 6

 
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