EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95069
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 19: CAPÍTULO 6

Capítulo 6

Abrí los ojos en la oscuridad; el aroma de Bella impregnó mi nariz y sonreí cuando me di cuenta de dónde nos encontrábamos. Está en tu cama contigo. Tuve cuidado de permanecer bien quieto para no molestarla mientras dormía. Su cara estaba vuelta hacia mí, pero su cabeza quedaba escondida bajo su brazo. Observé su respiración durante unos minutos, suave y tranquila por primera vez en días. Quería tocar a mi chica, pero la dejé dormir. Por Dios que lo necesitaba.

Necesidad. Tanta necesidad en mi interior. Necesidades que solo Bella podía satisfacer, y eso me asustaba. Hace un mes no habría podido imaginar que sentiría esto por otra mujer, y ahora no podía concebir no tenerla en mi vida. Temía que el tiempo que habíamos pasado separados me hubiese cambiado para siempre.

Respiré profundamente y contuve el aliento. El ligero olor a sexo llevaba ya un tiempo entre las sábanas, pero era sobre todo su fragancia a limpio y a flores lo que me embriagaba. Me embriagaba ahora igual que la primera noche que nos vimos. Olía tan bien que odiaba dejarla sola en la cama, pero me levanté y me puse unos pantalones de deporte y una camiseta.

Crucé el enorme salón y el pasillo hasta mi despacho, dejando la puerta del dormitorio ligeramente abierta por si acaso Bella se despertaba con otra pesadilla. Necesitaba de veras un cigarrillo y necesitaba sin falta hablar con su padre.

—Charlie Swan

Su acento americano al otro lado del teléfono me recordaba lo lejos que estaba Bella de su familia, aunque tengo que admitir que me encantaba que ahora considerase Londres su nuevo hogar.

—Soy Edward —dije mientras daba una profunda calada a mi cigarro.

Un silencio y después un aluvión de preguntas: « ¿Está Bella bien?», « ¿qué ha ocurrido?», « ¿dónde está ahora?».

—No ha ocurrido nada, Charlie. Está durmiendo ahora mismo y totalmente segura. —Le di otra calada.

— ¿Estás con ella? Espera. ¿Está en tu casa ahora mismo? —El

silencio se volvió cortante y tenso cuando Charlie Swan cayó en la cuenta de lo que yo había estado haciendo con su hija—. Así que vosotros dos volvéis a estar juntos... Escucha. Lamento la llamada que hice.

— ¿Que lo lamentas? —le interrumpí—. Y sí, Bella está conmigo en este momento y tengo intención de mantenerla muy cerca, Charlie. —Apagué mi Djarum y me convencí de no encender otro hasta que la conversación hubiese terminado—. Solo para que lo sepas. No voy a pedirte perdón por estar con ella. Tú organizaste todo esto. Yo solo soy un hombre sin más que se ha enamorado de una preciosa y encantadora chica. Ya no hay nada que hacer, ¿sí o no?

Charlie emitió un ruido que a mí me sonó a frustración. Debía reconocer el mérito que tenía que no hubiera explotado, pero tal vez aún lo estaba digiriendo.

—Mira, Edward… Solo quiero que esté a salvo. Bella toma sus propias decisiones respecto a con quién sale. Solo quiero a esos hijos de puta alejados de ella. Que no le recuerden toda la mierda. No sabes cuánto ha sufrido. Casi la destruyó.

—Lo sé. Me lo ha contado todo esta noche. Tengo un par de cosas que decirte también.

—Adelante —repuso con impaciencia.

—Primero quiero agradecerte que siguieras tus instintos y que fueras ese día a casa a comer con ella para ver qué tal estaba. Y segundo, quería preguntarte algo. —Hice una pausa para generar expectación—. ¿En qué coño estabas pensando cuando decidiste no contarme lo que realmente le había ocurrido a tu hija? El conocimiento es poder, Charlie. ¿Cómo diablos voy a mantenerla a salvo si no sé qué es lo que le hicieron? Bella no me ha hablado de un vídeo obsceno y un tanto indiscreto como tú insinuaste. Fue un acto criminal de agresión y abuso sobre una joven de diecisiete años a manos de tres mayores de edad.

—Lo sé —convino poniéndose a la defensiva—. No quise romper su confianza y contarle los detalles ni a ti ni a nadie. Esa historia es suya, y ella es la única que puede contarla.

A la mierda. Me encendí un segundo Djarum.

—Te dejaste la parte en la que el senador le consigue la beca en la Universidad de Londres. Sabe a la perfección dónde está, y desde hace años.

— ¡Lo sé, y una vez más: solo pretendía mantenerla alejada todo lo posible de esa gente! —Espetó entre dientes—. ¡Sé que esta

situación es un desastre en potencia y deja a mi hija en la peor posición! ¿Ahora entiendes por qué te necesito? Todo esto habría caído en el olvido si no hubiese sido por ese accidente aéreo. ¿Quién iba a imaginar que Oakley sería propuesto como el próximo vicepresidente?

Suspiré ruidosamente.

—Estoy investigándole y por ahora no he encontrado ningún trapo sucio del senador. Sé que su hijo es problemático, pero el senador Oakley está limpio.

—Bueno, yo no confío en él. ¡Y ahora uno de esos jodidos degenerados ha desaparecido del mapa! Esta historia es algo que el senador desea ocultar y enterrar, ¡y ahora mismo mi hija se encuentra en medio de toda esta mierda! ¡Es inaceptable!

—Tienes razón, y estoy vigilándolos a todos, créeme. Tengo un par de contactos en las Fuerzas Especiales que están investigando el historial militar de su hijo. Si hay algo ahí, lo encontraré. Una pregunta para ti: Bella dice que la única persona identificable en el vídeo es ella. Me contó que los demás estaban casi siempre fuera de plano y sus voces tapadas por una canción…

—Lo…, lo vi. Vi lo que le hicieron a mi pequeña… —El hombre ahora estaba destrozado.

Cerré los ojos y deseé que las imágenes desapareciesen. No podía imaginar estar en su piel, haber visto esa vileza y no haber intentado asesinar a quien le hizo daño. En mi opinión, Charlie Swan tenía mucho mérito por no haberse convertido en un asesino.

Me aclaré la garganta antes de volver a hablar.

—Hay algo que debes saber sobre mí.

— ¿El qué?

—Ella ahora es mi responsabilidad. Yo tomo las decisiones y me pondré en contacto con la gente de Oakley cuando llegue el momento, si llega. Bella es adulta y estamos juntos. Y si te preocupa por qué te digo esto, no lo estés. La quiero, Charlie. Haré todo lo que haga falta para mantenerla segura y feliz. —Di una última calada y dejé que asimilara mis palabras.

Suspiró antes de contestar.

—Tengo dos cosas que decir a eso. Como cliente que te necesita, estoy completamente de acuerdo contigo. Sé que eres el hombre indicado para este trabajo. Si alguien puede sacar a Bella de este lío, ese eres tú. —Hizo una pausa y pude adivinar lo que venía después—. Pero como padre que quiere a su hija, y eso es algo que

no podrás entender hasta que te pase a ti, si le haces daño, si le rompes el corazón, iré tras de ti, Cullen, y olvidaré que alguna vez hemos sido amigos.

Me reí un rato en mi asiento, aliviado por haber terminado ya con ese tema.

—Me parece justo, Charlie Swan. Puedo vivir con esas condiciones.

Charlamos algo más y me contó toda la historia de los Oakleys de San Francisco. Nos comprometimos a hablar pronto y mantenerle al tanto de cualquier novedad y terminamos la llamada.

Permanecí un rato más en mi escritorio, escribiendo algunas notas y enviando algunos correos electrónicos antes de cerrar el portátil. Cuando apagué la luz, Simba coleteó como loco en el acuario que brillaba detrás de mi escritorio. Fui hasta allí y le lancé una golosina antes de dirigirme a la terraza, a sentarme un rato.

Pasé por el dormitorio y no oí más que silencio. Quería que Bella durmiese bien. No más pesadillas para mi chica. Ya había sufrido lo suficiente para toda la vida.

En la noche lucían millones de estrellas. No solían brillar nunca con tanta fuerza y me di cuenta del tiempo que hacía que no me sentaba aquí fuera. Encendí otro cigarro. Pero lo terminaría enseguida. Si fumaba fuera nadie tenía que enterarse. No debería fumar dentro mientras Bella estuviese ahí.

Crucé los pies en la otomana y me recosté en la tumbona. Dejé que mi mente y mis pensamientos vagaran por todo lo que había ocurrido durante el día. Pensé en la trágica historia de Bella y en cómo había alterado las cosas. Para ambos. Sí…, nuestros días oscuros se habían producido como en universos paralelos. Ella tenía diecisiete años y yo veinticinco. Ambos estábamos en el lugar equivocado. Me sentía más unido a ella que nunca, sentado ahí fuera solo, inhalando el aroma a especias del tabaco en mis pulmones.

Solía fumar Dunhills. Era mi marca favorita y la mejor. Me gustaban las cosas buenas, así que no era de sorprender. Pero todo eso cambió tras Afganistán. Muchas cosas cambiaron después de estar en ese lugar. Inhalé la nicotina que tanto anhelaba mi cuerpo y observé la multitud de estrellas que brillaban sobre mi cabeza.

… Todos los guardias fumaban tabaco de clavo. Hasta el último rebelde hijo de puta tenía uno de esos adorables pitillos liados a mano de manera imperfecta colgando de sus labios mientras seguían con sus palizas y sus jodiendas. ¿Y el olor? Como pura ambrosía. Soñé

con esos cigarrillos desde los primeros días de mi captura. Soñé con la dulce esencia del clavo mezclada con el tabaco hasta que estuve seguro de que moriría antes de disfrutar de uno. Las palizas y los interrogatorios comenzaron más tarde. No creo que al principio supiesen siquiera a quién habían capturado. Pero con el tiempo se dieron cuenta. Los afganos querían utilizarme para negociar la liberación de los suyos. Lo entendí por su manera de hablar. Sin embargo, estaba fuera de mi alcance. La política del Gobierno es no negociar con terroristas, así que sabía que se sentirían muy decepcionados. Y sabía que pagarían esa frustración conmigo. Así fue. Muchas veces me preguntaba si supieron lo cerca que estuve de contar lo que sabía. Me sentía culpable por saber la verdad, y me aliviaba pensar que no me daban elección, hubo algunos interrogatorios (si es que pueden llamarse así) en los que habría cantado como un canario en una mina de carbón si me hubieran ofrecido tan solo uno de esos maravillosos y dulces cigarros de clavo liados a mano.

Fue lo primero que pedí cuando salí de entre los escombros. El marine americano que me encontró dijo que estaba en estado de shock. Lo estaba… y no lo estaba, supongo. Creo que era él quien se encontraba en estado de shock al ver que había salido vivo de lo que había quedado de mi prisión después de que la bombardearan hasta hacerla pedazos (lo que le agradecí enormemente). Pero de verdad estaba conmocionado porque supe en ese instante que el destino había cambiado para mí. Por fin había encontrado la suerte. O la suerte me había encontrado a mí. Edward Culen  era un tipo con suerte.

Una sombra cambió la tenue luz que tenía a mi espalda y captó mi atención. Me giré. Mi corazón casi se me salió del pecho al ver a Bella de pie al otro lado de la puerta de cristal, mirándome. Nos quedamos en esa posición durante uno o dos segundos hasta que ella deslizó la puerta y salió.

—Estás despierta —dije.

—Tú estás aquí fumando —contestó.

Apagué el cigarrillo en el cenicero y abrí los brazos.

—Me pillaste.

Se acercó, con el aspecto despeinado propio del sueño, una camiseta azul celeste y mis calzoncillos de seda. Y nada debajo. Tiré de ella hacia mí y me sonrió ligeramente; colocó sus largas piernas a cada lado de mi cuerpo, se sentó sobre mi regazo y me sujetó la cara

con ambas manos.

—Te he pillado, Cullen.

Sus ojos me miraban con intensidad, como si intentaran leerme el pensamiento. Sabía que era eso lo que estaba haciendo, por lo que deseé saber en qué estaba pensando realmente. El mero hecho de que hubiese subido a mi regazo y me hubiese sujetado la cara me excitaba, pero verla tan relajada y feliz después de haberse despertado en mitad de la noche me gustaba más.

—Mmmmm, sé cómo puedes castigarme si quieres —comenté.

Se acurrucó contra mi pecho y la rodeé con mis brazos.

— ¿En qué pensabas? Parecías muy lejos de aquí, fumando tu cigarrillo a escondidas en mitad de la oscuridad.

Hablé al tiempo que me hundía en su pelo y le acariciaba la espalda.

—Pensaba en… la suerte. En ser afortunado. En tener un poco de suerte. —Era la verdad y la razón por la que aún podía respirar a pesar de que todavía no pudiese compartir esa parte de mi vida con ella. Quería hacerlo, pero no sabía siquiera cómo empezar esa conversación con Bella. Ella no necesitaba más mierda dolorosa además de la que tenía que cargar por sí misma.

— ¿Y lo eres? ¿Afortunado?

—No solía serlo. Pero un día mi suerte cambió para bien. Aproveché ese regalo y empecé a jugar a las cartas.

Me acarició el pecho con suavidad, probablemente sin saber lo mucho que aquello me excitaba.

—Ganaste muchos torneos. Mi padre me dijo que así fue como te conoció.

Asentí con mis labios aún hundidos en su pelo.

—Me cayó muy bien tu padre el día que nos conocimos. Me sigue cayendo muy bien. He hablado con él esta noche.

Su mano en mi pecho se detuvo un momento, pero después continuó las suaves caricias.

— ¿Y cómo ha ido?

—Ha ido tal y como imaginé que iría. Los dos dijimos lo que teníamos que decir y fuimos directos al grano. Sabe lo nuestro. Se lo conté. Quiere lo mismo que yo; mantenerte segura y feliz.

—Me siento a salvo contigo…, siempre lo he hecho. Y sé que mi padre te respeta muchísimo. Me dijo que tuvo que insistirte mucho para que aceptaras el trabajo. —Hizo un ruido sobre mí, con su boca justo en mi pectoral. Un sonido agradable, suave y bonito, y que me

excitó mucho—. Ojalá me hubiese contado lo que estaba pasando. —Hizo una pausa y después susurró—: Necesito saber qué está ocurriendo, Edward. No puedo volver a ser una víctima sumida en el desconocimiento. Los secretos me destrozarán. No creo que pudiese soportarlos ahora. Siempre tendré que saberlo todo. Despertarme como aquella vez, sobre esa mesa, sin saber quién o qué…, no puedo.

—Shhhhh…, lo sé. —La frené antes de que se pusiera más nerviosa—. Ahora lo sé. —Le cogí la cara. Quería ver qué ojos ponía cuando le contase lo que venía a continuación. Estaba tan preciosa mirándome bajo la luz de esa noche estrellada, ahí posada en mi pecho... Sus labios necesitaban ser besados y yo quería estar dentro de ella de nuevo, pero en su lugar me obligué a hablar—. Siento haberte ocultado cosas. Entiendo por qué necesitas sinceridad. Lo entiendo y prometo decírtelo todo de ahora en adelante, incluso si son cosas que pienso que no te gustará escuchar. Y sé que te resultó muy duro contarme tu historia anoche, pero quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti, maldita sea. Eres tan fuerte…, tan preciosa… y tan brillante. Bella Swan. Mi preciosa chica americana. —Le acaricié los labios con el pulgar. Me regaló media sonrisa.

—Gracias —murmuró.

— ¿Y sabes cuál es la mejor parte? —pregunté.

—Dime.

—Que estás aquí conmigo. Justo aquí, donde puedo hacer esto. —Colé mi mano bajo su camiseta y acaricié uno de sus pechos, con dulzura, llenando mi mano con su suave tacto. Le sonreí. Esa clase de sonrisa sincera que prácticamente solo puedo procurarle a ella y a pocas personas más.

—Así es —dijo—. Y me alegro de estar aquí contigo, Edward. Eres la primera persona que me hace… olvidar. —Su voz se volvió más baja, pero también más clara—. No sé por qué funciona contigo, pero lo hace. No…, no pude intimar durante mucho tiempo. Y aun así me resultaba… difícil… las veces que lo intenté.

—Ya no tiene importancia, nena —la interrumpí.

Odiaba siquiera la idea de Bella con otra persona; otro hombre viéndola desnuda, tocándola, haciendo que se corriese. Esas imágenes me volvían loco de celos, pero lo que acababa de decirme al mismo tiempo me hizo muy feliz. He sido la primera persona en hacerle olvidar. ¡Sí, joder! Y me las arreglaría para que fuese también la última persona que recordase en su vida.

—Te tengo ahora, y no te voy a soltar, y no quiero que te marches nunca.

Ronroneó y sus ojos se encendieron cuando toqué su otro pecho y encontré su duro y abultado pezón. Tenía los pezones muy sensibles y me encantaba devorarlos. Y hacer que ella me deseara. Ese era el verdadero motivo si he de ser sincero. Hacer que Bella me desease era mi obsesión.

Eché su cabello a un lado y me abalancé hacia su cuello con mis labios. Me encantaba el sabor de su piel y cómo respondía cuando la tocaba. Había mucha química entre nosotros y eso lo supe desde el primer instante. Ahora se arqueaba hacia mí y acercaba sus pechos a mis manos. Le pellizqué un pezón y me volví loco con el sonido que ella emitió. Sabía adónde llevaba todo esto, o hacia dónde quería que nos llevase. A moverme dentro de ella, a hacer que se corriera, a conseguir que pusiera esa mirada dulce y preciosa después de llegar al orgasmo. Vivía por ese mirar en sus ojos. Esa mirada me llevaba a comportarme de una manera que nunca antes pensé que podría hacer con una mujer.

Empezó a moverse en mi regazo. Sus caderas se zarandeaban sobre mi sexo erecto, oculto bajo la fina tela de mis pantalones de deporte. Haciéndome imaginar toda clase de perversiones juntos. Y lo cierto es que sí que me gustaría probar alguna con ella.

Recorrí su pierna y metí la mano por los calzoncillos de seda que llevaba puestos hasta llegar directamente a su sexo. Fácil acceso. Estaba tan húmeda que tuve que seguir adelante. Emitió unos ruidos cuando rocé su vagina y empecé a trazar círculos alrededor de su tenso clítoris que tanto ansiaba el contacto de mi verga. Ella me deseaba. Hacía que me desease sexualmente. Si esto era todo lo que podía tener de ella lo aceptaría. Pero, sin embargo, quería más de mi Bella. Mucho más.

Alejé mi boca de su cuello y mi mano de su sexo y la levanté de mi regazo para dejarla delante de mí. Permanecí en la tumbona y clavé mi mirada en ella.

—Haz un striptease para mí.

Se tambaleó sobre sus pies un momento y me miró con una expresión indescifrable. No sabía qué haría con la orden que le acababa de dar, pero no me importaba. Estaba a punto de descubrirlo y la excitación de tal desafío me la puso muy dura.

—Pero estamos fuera. —Se giró para mirar por la terraza y después de nuevo hacia mí.

—Desnúdate y vuelve a subirte encima de mí.

Empezó a respirar profundamente y yo aún no estaba seguro de qué iba a hacer, pero se lo dije igualmente. A Bella le gustaba cuando era directo.

—Nadie puede vernos. Quiero que follemos justo aquí, ahora mismo, bajo las estrellas —dije.

Me miró con esos ojos cuyo color no podía definir y se llevó las manos al filo de la camiseta. Se la quitó en un abrir y cerrar de ojos, pero la sostuvo en una mano un momento, antes de soltar la tela y dejar que cayese al suelo de la terraza. Esa demora, esa mirada que me lanzaba eran tan ingenuamente sexys. Mi chica sabía jugar a este juego. Tenía además los pechos más bonitos del mundo.

Después fue a por el elástico de los calzoncillos. Sus pulgares jugaron con él. Mi boca se hizo agua según bajaban. Se dobló con gracia y salió de mis calzoncillos de seda. Al final se quedó de pie frente a mí, completamente desnuda, con las piernas un poco separadas, el cabello alborotado de dormir, esperando que le dijese qué era lo siguiente que debía hacer.

— ¡Dios! Mírate. Nada de lo que me digas puede cambiar lo que siento por ti, o hacer que te desee menos. —Mi verga latía de excitación, muriendo de ganas de correrse dentro de ella—. Créeme —le dije con un tono un poco brusco. Ella tenía un aspecto que sugería que mis palabras la habían aliviado. Bella aún dudaba de que su pasado pudiese cambiar lo que yo sentía por ella. Tengo que demostrarle que nada de eso tiene importancia para mí. Ven aquí, preciosa.

Se acercó y se subió a mi regazo de nuevo, rodeándome con sus piernas y sentándose justo sobre mi sexo, con solo una capa de suave algodón separando nuestra piel. Me lancé primero a por sus senos, tomando uno en cada mano. Entraban justos en mi mano, sin sobresalir, y ese suave tacto me tentaba con la promesa de conquistar otra parte de su cuerpo. Pura perfección.

Se arqueó cuando le mordí un pezón. No con fuerza, pero lo suficiente para retorcerse un poco y para emitir un gemido maravilloso a continuación, cuando le mitigué el dolor con la lengua. Me pregunté qué tal sería el sexo anal con ella. Apuesto a que podría llevarle al orgasmo. De hecho, estoy seguro de que lo haría. Sería magnífico verla cuando ocurriese. Estaba acariciando su otro pecho y noté cómo se tensaba y se curvaba en mis brazos. Toda abierta y excitada… y sexy.

Tenía que estar dentro de ella. Sentir el orgasmo de Bella en mis dedos, en mi lengua o en mi verga era una sensación indescriptible, a la que me había vuelto adicto. Moví la mano por su espalda, deslizándola por su culo, bajando más para sentir su húmedo sexo. Jadeó suavemente cuando mis dedos rozaron su vagina y gimió en el momento en que calaron su humedad hasta lo más profundo.

—Eres mía… —le susurré a escasos centímetros de su cara—. Este coño es mío. Todo el tiempo… De mis dedos…, mi lengua…, mi polla.

Sus ojos se encendieron cuando mis dedos se pusieron manos a la obra. Cogí su boca y enterré mi lengua lo más hondo que pude mientras los dedos jugaban entre sus muslos. Esos maravillosos muslos se abrieron sobre mi regazo porque yo le había dicho que lo hiciera.

Me encontraba tan excitado que sé que estaba siendo algo brusco con ella, pero no parecía poder controlarlo. Ella no protestaba y si lo hubiese hecho, habría parado. Cada respuesta, cada sonido, cada suspiro, cada ondulación sobre mi sexo me indicaba que, en realidad, le excitaba. A Bella le gustaba que tuviera el control cuando follábamos y yo adoraba cómo era conmigo.

Agarrarla así, con mi brazo bajo su culo y obligándola a estar todavía más cerca de mí, era algo que tenía que hacer. Quería hacerle entender que no podía dejarla marchar de nuevo. Que no la dejaría marchar.

Creo que tenía la necesidad interna de poseerla. Siempre había sentido la necesidad de tener el mando durante el sexo, pero nunca así. Bella me hacía cosas que ni siquiera podía comprender. Nunca antes me había sentido así. Solo con ella.

Tiré de sus caderas hacia arriba. Ella lo entendió y se mantuvo suspendida, el suficiente tiempo para bajarme los pantalones. No era el más sencillo de los trucos, pero sí necesario si quería estar dentro de ella, y Bella parecía de acuerdo con el plan. Me agarré la polla y le dije con un jadeo apremiante:

—Justo aquí, y fóllame bien.

Creo que quizá derramé una o dos lágrimas cuando se deslizó sobre mi sexo y empezó a moverse. Sé que quería llorar. Sentí cómo se me humedecían los ojos con el primer roce de su sexo rodeando mi verga calada de ese resbaladizo y lujurioso calor, y durante su cabalgar, con todas esas subidas y bajadas, que me arrastraban a la inconsciencia. Y luego otra vez, cuando me corrí en su interior. Aún

me las ingenié para conseguir que tuviera otro orgasmo moviendo el pulgar contra su clítoris, y me encantaba cada sonido y cada jadeo que emitía cuando alcanzó el clímax un momento después. Ella se corrió sobre mí. Y, sin embargo, lo mejor fue que mientras tanto sus labios pronunciaron mi nombre. Edward…

Cuando se derrumbó sobre mí, con mi verga aún sucumbida por los espasmos, enterrada muy dentro de ella, sacudida por las convulsiones a medida que sus músculos internos se aferraban y tiraban de mí, estaba seguro de que podría permanecer en su interior para siempre.

Me aferré a ella y no quería que nuestros cuerpos se separaran nunca. Nos quedamos un rato fuera. La abracé y le acaricié la espalda con las yemas de los dedos. Ella se pegó a mi cuello y a mi pecho, y me sentía muy a gusto a pesar de que era de noche, nos encontrábamos fuera y ella estaba totalmente desnuda. Cogí la manta que había en la otra tumbona y la tapé.

Por primera vez entendí a la gente cuando decían que lloraban de felicidad.

Capítulo 18: CAPÍTULO 5 Capítulo 20: CAPÍTULO 7

 
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