EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95066
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 18: CAPÍTULO 5

Capítulo 5

Yo también te deseo —asintió, y acto seguido se puso de puntillas para besarme—. Llévame a la cama, Edward. —Eran las palabras más bellas que mis oídos habían escuchado en días. Tomé esos dulces labios que me ofrecía y la levanté del suelo en brazos, su cuerpo apretado contra mi pecho.

Rodeó mis caderas con sus piernas y enterró su rostro en mi cuello. Gemí y empecé a caminar. Cuando llegamos a la habitación, la visión de la cama hecha con sábanas limpias nunca había sido tan reconfortante. ¡Lunes! Annabelle había venido, ¡alabado sea Dios! Si las sábanas que había esta mañana hubieran seguido puestas, con los restos de mi lamentable masturbación, no sé qué habría hecho. Me puse una nota mental para darle a Annabelle una buena propina por haber sido tan discreta.

Dejé a Bella boca arriba y me quedé contemplándola un momento. La necesidad de ir despacio esta vez era importante. Quería cuidarla y aceptar este regalo que me estaba ofreciendo. Necesitaba saborearla.

Su cabello oscilaba sobre sus hombros y sus ojos cobraron un tono verdoso por el reflejo de la blusa turquesa que todavía llevaba puesta. Aunque no la llevaría durante mucho más tiempo.

Empecé por sus zapatillas de deporte. Después los calcetines. Sujeté sus pies entre las palmas de mis manos y se los masajeé antes de subir por su pierna y sus caderas hasta la goma de sus pantalones cortos. Mis dedos se deslizaron por debajo y aprehendieron la cinturilla. Después tiraron de ella hacia abajo. Mis ojos contemplaron el descubrimiento de su piel a medida que la tela iba desapareciendo... El ombligo, los huesos de la cadera, el vientre, su sexo, y sus largas piernas. Piernas que me rodearían cuando estuviera bien dentro de su desnudo y precioso sexo. Jesús bendito.

Tenía sentido que mi chica fuera modelo. Modelo de desnudos. Tenía un cuerpo que ostentaba el poder de dejarme sin palabras. Sin embargo, aún no había terminado de mostrar mi obra maestra. Alargué la mano hacia la camiseta. Era también una parada rápida: no llevaba nada debajo. Tenía ganas de gritar un sí triunfal. Sus pechos

se balancearon al quitarle la prenda por encima de la cabeza.

—Bella..., estás preciosa.

Escuché el sonido de su nombre salir de mis labios pero no podía recordar haber pretendido pronunciarlo. Tenía que verla desnuda una vez más, recordar qué aspecto tenía, saber que poseía el derecho de acariciarla y de que confiaba en mí. Debía tener una pequeña parte de ella dentro de mí antes de poder hacer algo más, estaba así de desesperado.

Muy despacio, arrastré mi boca desde su ombligo hasta uno de sus perfectos pechos, cubriendo el pezón entero, lamiéndolo intensamente. Lo sumergí dentro de mi boca y acaricié con mis dedos la parte inferior de sus senos. Muy suave. Se le puso duro y prieto bajo mi lengua, pero debía tener en consideración al otro, para hacer justicia. Esas preciosidades necesitaban que mi atención las tratara por igual para ser del todo justos.

Se mostraba tan dócil y sensual yaciendo ahí para mí, llenando mis ojos con su imagen. Como un retrato. Pero uno que solo yo podría ver. Eso no es verdad. Un inoportuno cabreo cruzó de forma efímera mientras enterraba la idea de que otros la vieran desnuda en lo más profundo de las mazmorras de mi mente. Ahora mismo tenía un festín ante mí. Era hora de tomar parte en él.

Necesitaba sentir su piel con mi lengua y mis labios. La necesitaba tanto que mi cuerpo temblaba mientras me quitaba los zapatos y el cinturón. Me despojé de mi ropa con rapidez, consciente de que Bella observaba cada movimiento que realizaba, de que sus ojos me recorrían de arriba abajo. Verla admirándome me ponía tan cachondo que me dolían los huevos y mi polla ardía. Solo para ella.

Bajé por la cama apoyándome en las rodillas, muy dubitativo sobre dónde ir primero. Ella era un banquete, con las piernas dobladas ligeramente aunque sin desvelar lo que me moría por ver. Un deseo ardiente surgió de alguna parte y las palabras salieron de mi boca.

—Ábrete y enséñamelo. Quiero ver lo que es mío, nena.

Despacito, sus pies se deslizaron hacia arriba hasta tenerlos apoyados sobre las sábanas, flexionando las piernas. Contuve el aliento y sentí los latidos de mi corazón en mi pecho. Movió una pierna a un lado, y después la otra. Así de simple. Hizo lo que le había pedido. Un movimiento grácil y sumiso que motivó una sacudida de lujuria en mi verga empalmada solo de ver el espectáculo que me estaba ofreciendo. Pero estaba lejos de sentirme satisfecho. Quería echar un buen vistazo antes de empezar con aquello que me había

sido negado durante demasiados días.

—Pon las manos por encima de la cabeza y agárrate a la cama. —Sus ojos parpadearon un poco y miraron hacia mi boca—. Confía en mí. Voy a hacerte sentir tan bien, nena... Deja que lo haga a mi manera...

—Edward —susurró, aunque hizo lo que le pedí: levantó poco a poco los brazos, cruzó las muñecas por encima de su cabeza y se sujetó al cabecero.

Dios, me encantaba cuando pronunciaba mi nombre durante el sexo. Me encanta cuando lo hace y punto.

—Nena.

Sus pechos pendieron hacia los lados y se levantaron un poco al alzar los brazos. Esos perfectos pezones con forma de frambuesa suplicaban mi lengua de nuevo. Volví a ellos, lamiendo y pellizcando su piel sensible, encantado de comprobar cómo se deslizaba bajo mi boca. Nos movíamos de manera acompasada.

Separé mis labios de su cuerpo. Mis dedos se extendieron hacia su pezón y lo rodearon antes de tirar de la punta hacia arriba, en un ligero pellizco. Ella gimió y se arqueó, pero sus brazos continuaron en lo alto. Pellizqué el otro y observé cómo movía un poco las caderas, abriendo más las piernas y exhibiendo aún más la parte de su cuerpo que necesitaba conocer de nuevo.

—Estás tan guapa así… —dije contra su tripa mientras la besaba hasta llegar al lugar que necesitaba tener contra mi boca. Primero lo besé, y me encantó cómo reaccionó. Tembló bajo mi caricia. Pasé mi lengua por sus pliegues, manteniéndola abierta como una flor. Mía. Contrajo sus músculos y gimió. Pequeños y leves ruidos de placer y excitación. Ella deseaba lo que yo era capaz de darle. Me deseaba a —. Eres tan... jodidamente guapa, Bella —murmuré contra su sexo.

—Tú me haces sentir guapa —balbuceó en un susurro, y se abrió un poquito más debajo de mí.

—Eso es..., dámelo todo a , nena —dije al tiempo que besaba los labios de su sexo tal y como hacía con los de su boca—. Voy a hacer que te corras tanto que no vas a poder pensar nada más que en mí mientras te lo hago —le avisé.

—Hazlo, por favor...

Gruñí contra su sexo.

—Hacer que te corras con mi lengua es lo más sexy que hay en el mundo. Cómo te mueves. Cómo sabes. Cómo suenas cuando lo

haces...

—Aaah —gimió mientras se agitaba debajo de mí. Qué gemido tan sensual.

Continué introduciendo la lengua con fervor mientras ella gritaba y arqueaba sus caderas para recibir mi boca. La mantuve abierta y devoré su sexo suave y tembloroso. No podía parar, ni siquiera aminorar. Mis labios contra su sexo, donde mi lengua podía encontrar el camino dentro de ella una y otra vez, era todo lo que me importaba. No me detuve, continué acariciando su clítoris hasta que sentí que se corría.

— ¡Oh, Dios, Edward! —gritó con dulzura, temblando a medida que llegaba al clímax.

—Mmm..., mmm... —gruñí, casi incapaz de hablar—. ¡Ahora vas a hacerlo otra vez! —le dije mientras me encaramaba y enfilaba mi pene a la altura justa. Me sobresalté cuando nuestros sexos se tocaron, como una descarga eléctrica. Nuestros ojos se encontraron y los suyos se abrieron desmesuradamente en el preciso instante en que la hice mía.

Enterré mi verga con una fuerte y húmeda embestida, incapaz de contenerme ni un segundo más. Cuando me hundí en ella lanzó el gemido más sexy que había escuchado jamás. Joder, era increíble contraída y ardiente, mientras me adentraba en su interior y sus músculos internos me agarraban con la fuerza del orgasmo que estaba teniendo. Era algo tan bueno que me aterraba comprender el poder que ella ejercía sobre mí. Bella me mantenía cautivo, como había hecho desde el principio. En el sexo no era distinto. Me mantenía cautivo todo el tiempo.

Se movía conmigo, aceptando cada embestida como si necesitara eso de mí para vivir.

— ¡Voy a follarte hasta que te corras de nuevo!

Y lo hice.

Bella lo aguantó todo: cada embestida de mi sexo en su dulce cueva, el sonido de nuestros cuerpos chocando uno con otro y llenando el aire, llevándonos más cerca del clímax. Me cerní sobre su cara, cautivando su mirada con la mía, poseyendo su cuerpo con el mío. Solo la veía a ella. Solo la sentía a ella. Solo la oía a ella.

Se contrajo cuando llegué a lo más profundo y puso los ojos en blanco, abriendo sin querer la boca. También la hice mía. Cubrí sus labios con los míos y arremetí dentro con mi lengua. Ahogué sus gritos cuando comenzó a correrse y le di los míos cuando el orgasmo se

apoderó de mis testículos. Esto iba a ser tremendo: una explosión indescriptible, un placer que no podía expresar con palabras, hizo disparar mi sexo. Solo podía perderme en ella y resistir a caer en la inconsciencia con el estallido.

Mi cuerpo se detuvo y se quedó enterrado en ella, todavía tembloroso con las vibraciones. No quería abandonar jamás ese lugar. ¿Cómo podría hacerlo?

Pasó un rato y ambos tomamos aire. La simple tarea de coger oxígeno era agotadora. Podía sentir su corazón latiendo bajo mi pecho, así como los pequeños espasmos de placer que se extendían hasta el final de mi verga en las estrechas paredes de su sexo.

Era increíble, joder.

Cuando fui capaz de separar mi boca de su piel, me acerqué a su cara, en busca de alguna señal positiva en sus ojos. Tenía miedo de lo que pudiera ver. La última vez que habíamos estado así juntos habían pasado cosas muy malas después. Te dijo que te apartaras de ella y se fue por la puerta.

—Te quiero —murmuré en voz muy baja a escasos centímetros de su cara, y vi cómo sus ojos se iluminaban y se ponían húmedos. Empezó a llorar.

No era realmente la reacción que esperaba. Me separé de su cuerpo y sentí la humedad entre nosotros. Sin embargo, Bella me sorprendió todavía más. En lugar de distanciarse, se arrulló contra mi pecho, pegada a mí, sollozando quedamente. Lloraba pero no intentaba apartarse de mí. Estaba buscando consuelo. Comprendí que jamás entendería la mente de una mujer.

—Dime que todo va a ir bien..., aunque no sea así... —dijo entre sollozos.

—Irá bien, nena. Me aseguraré de ello.

Tenía tantas ganas de fumarme un Djarum que podía saborearlo. En lugar de eso la apreté contra mí y acaricié su cabello, enrollando mis dedos entre sus suaves mechones una y otra vez hasta que dejó de llorar.

— ¿Por qué? —preguntó al cabo de un rato.

— ¿Por qué, qué? —respondí mientras la besaba en la frente.

— ¿Por qué me quieres? —Su tono era bajo, pero la pregunta la escuché con claridad.

—No puedo cambiar cómo me siento o saber por qué, Bella. Solo sé que eres mi chica y que debo hacer caso a mi corazón.

Ella todavía no podía decir lo mismo. Sabía que se preocupaba

por mí, pero creo que estaba convencida de que, sobre todo, no merecía el amor. Ni darlo ni recibirlo.

—Todavía no te he contado el resto de la historia, Edward.

Bingo.

— ¿De qué tienes miedo? —Inquirí mientras se tensaba entre mis brazos—. Dime qué te atemoriza, nena.

—De que pares.

— ¿Parar de quererte? No. No lo haré.

— ¿Y cuando lo sepas todo? Soy un completo desastre, Edward —dijo alzando la vista, sus ojos chispeantes una vez más con colores distintos.

—Mmm —murmuré mientras besaba la punta de su nariz—. Ya sé lo suficiente y no cambia nada respecto a mis sentimientos. No puedes ser peor de lo que soy yo. Te ordeno que dejes de preocuparte. Y tienes razón. Eso que tienes ahí abajo sí que es un desastre, y lo he provocado yo —añadí al tiempo que introducía mi mano entre sus piernas y deslizaba mis dedos por su sexo, sintiendo lo que había puesto ahí. Al animal que llevaba dentro le encantaba la idea de todo ese semen en su interior, pero a ella seguramente no—. Démonos un baño juntos y podremos hablar un poco más.

Sus ojos se abrieron de par en par por mi caricia, pero asintió con la cabeza.

—Eso suena muy bien.

Salí rodando de la cama y fui a llenar la bañera. Sus ojos me siguieron, escrutando mi espalda. Sabía que miraba mis cicatrices. Sabía también que pronto me preguntaría por ellas. Y yo tendría que compartir mi maldito y terrible pasado. No quería hacerlo. La idea de hacerla partícipe de esa mierda iba en contra de todos mis instintos, pero, aun así, no podría ocultarle la verdad otra vez. Eso no era posible con Bella, había aprendido la lección.

Eché sales de baño y regulé la temperatura. Alcé la vista para contemplarla mientras entraba en el cuarto de aseo. Venía hacia mí desnuda y preciosa, y me dejó sin aliento aun a pesar de lo delgada que se había quedado. Me sorprendí pensando en echar otro polvo salvaje, pero me obligué a ignorarlo para que la parte racional de mi cerebro pudiera funcionar. Teníamos que hablar muy seriamente sobre varios asuntos y el sexo siempre se las apañaba para ponerse el primero de la fila y eclipsar todo lo demás. Avaricioso bastardo.

De modo que en lugar de eso, cogí su mano, la ayudé a entrar en la bañera conmigo y nos acomodamos juntos. Yo me senté detrás

primero y la puse delante de mí, con su culito resbaladizo descansando tentador contra mi verga, que de pronto se despertó de nuevo. Le ordené a mi pene que se quedara quieto de una vez y que pensara en Muriel, la vendedora ambulante, y en su bigote, si quería seguir teniendo el divino sexo de Bella. El truco funcionó. Muriel era horrible, quizá ni siquiera era realmente una mujer. Quizá ni siquiera humana. De hecho, estoy seguro de que Muriel es en realidad una alienígena en misión de exploración, enviado aquí para vender periódicos y aprender nuestra lengua. Seguía anhelando mis Djarums. Montones de ellos.

— ¿Fumas aquí dentro? —preguntó Bella aspirando el aire.

—A veces. —Tenía que dejar de hacer eso de todas, todas—. Pero tendré que dejar de fumar dentro de casa ahora que estás aquí conmigo.

—No me importa, Edward. El aroma de la especia y el clavo es agradable y no me molesta, pero sé que es malo para ti y esa parte no me gusta.

—Estoy intentando dejarlo —dije mientras deslizaba mis manos hacia arriba por su brazo y luego hacia su pecho, que estaba justo al nivel del agua—. Contigo aquí me será más fácil. Puedes ser mi acicate, ¿vale?

Ella cogió aire con fuerza y asintió. Entonces comenzó a hablar.

—Nunca más volví a mi instituto. A tan solo seis meses de la graduación lo dejé. Mis padres estaban impactados por el cambio que se había producido en mí. No pasó mucho tiempo hasta que se enteraron de lo del vídeo. Discutieron sobre qué hacer y tenían opiniones distintas. A mí no me importaba. Tenía la cabeza en otra parte, y estaba muy, muy enferma. Me resulta duro admitirlo, pero es la verdad. Estaba destrozada emocionalmente, sin ninguna opción de escapar de mis demonios.

Besé su nuca y la abracé un poquito más fuerte. Sabía mucho sobre demonios y sobre lo cabrones que eran.

— ¿Puedo preguntarte por qué no intentaron tus padres presentar cargos de agresión sexual contra los tres? No creo que hubiera sido difícil que los detuvieran. Tú eras menor de edad y ellos adultos... Además estaba la prueba del vídeo.

—Mi padre quería que fueran a la cárcel. Mi madre no deseaba publicidad. Afirmó que una fama de ramera solo ensuciaría nuestro nombre y trastornaría nuestras relaciones sociales. Quizá tenía razón. Pero, una vez más, no me importaba lo que hiciera nadie al respecto.

Estaba perdida en mí misma.

—Oh, nena...

—Y entonces descubrí que me habían dejado embarazada. —Me tensé ante esa horrible noticia. Joder...—. Eso casi acaba conmigo, me dejó al borde del precipicio. Yo..., yo no podía soportarlo. Mi padre no sabía qué hacer respecto al embarazo. Empezó a hablar del tema con el senador. Mi madre fijó una cita para que abortara y yo ya no podía manejar la situación. No quería un bebé. Pero tampoco quería matar lo que tenía dentro de mí. Quería olvidar ese incidente y todo y todos me lo recordaban. Supongo que si me hubiera sentido mejor conmigo misma podría haber pensado las cosas, pero si me hubiera sentido mejor conmigo misma no habría ido nunca a esa fiesta y no habría terminado en esa mesa de billar.

—Lo siento tanto... —dije con suavidad pero con firmeza, con la intención de que ella entendiera de verdad cómo me sentía—. Escucha, nena, no puedes culparte por lo que te pasó —añadí acercándome a su oreja—. Fuiste víctima de un crimen y tratada de un modo abominable. No fue culpa tuya, Bella. Espero que ahora sepas esto.

Froté arriba y abajo sus brazos, echando agua caliente sobre su piel.

Se acurrucó más junto a mi cuerpo y respiró hondo.

—Creo que ahora lo sé, más o menos. La doctora Roswell me ayudó, y encontrar mi lugar en el mundo también me ha servido. Pero en ese momento estaba destrozada. Se había acabado mi vida. No podía ver el camino.

Todo el calor previo me abandonó y me preparé para lo que estaba por venir. Como cuando hay un accidente y no puedes dejar de mirar, tenía que saber qué le había pasado pero al mismo tiempo no quería saberlo. No quería ir con ella a visitar a sus demonios.

Cambió de postura e hizo remolinos en el agua con sus dedos mientras comenzaba a hablar de nuevo.

—Nunca había sentido tanta calma como ese día. Me levanté y supe qué quería hacer. Esperé a que mi padre se fuera al trabajo. Me sentía mal por hacerlo en su casa, pero sabía que mi madre jamás me perdonaría si lo hacía en la suya. Les escribí unas cartas de despedida y las dejé sobre mi cama. Entonces cogí un puñado de pastillas para dormir que le había robado a mi madre, me metí en la bañera y me hice un corte en la muñeca.

—No...

Mi corazón se encogió de dolor y todo lo que pude hacer fue apretarla contra mí, sentir su cuerpo cálido y agradecer que estuviera ahora mismo conmigo. Imaginármela a punto de quitarse la vida, con lo joven que era, y sintiendo que no tenía otras opciones era escalofriante. Sabía lo que sentía por Bella y esto me había aterrado.

—Sin embargo, eso también se me dio fatal. Me quedé dormida, pero no me hice un corte lo bastante profundo como para desangrarme, o eso me dijeron más tarde. Las pastillas que me había tomado ni siquiera habían supuesto un peligro. Mi padre me encontró a tiempo. Vino a casa a comer para ver cómo estaba. Dijo que durante toda la mañana había tenido un extraño presentimiento y que por eso fue a casa. Me salvó.

Bella se estremeció ligeramente y giró un poco más la cabeza para descansar su mejilla sobre mi pecho.

Gracias, Charlie Swan.

—Me alegra tanto que se te diera tan mal… —susurré—. Mi niña no puede ser brillante en todo —comenté para tratar de levantar un poco los ánimos, pero era una conversación que no debía llevar yo. Mi papel era escuchar, de modo que besé otra vez su cabello y le posé la mano sobre el corazón—. Cuando hable con tu padre le daré las gracias —murmuré.

—Me desperté en un hospital psiquiátrico. Las primeras palabras de mi madre fueron que había tenido un aborto espontáneo y que había hecho algo muy estúpido y egoísta, y que los médicos tenían que mantenerme bajo vigilancia para que no me suicidara. No manejó bien las cosas. Sé que la había avergonzado. Y ahora que soy mayor puedo imaginar lo que les hice pasar a mis padres, pero ella tampoco parecía querer afrontar lo que yo había hecho. Mi madre insistió e insistió en que era una bendición haber acabado con lo del embarazo, como si eso fuera su mayor preocupación. Nuestra relación no es sencilla. Ella no aprueba casi nada de lo que hago. —Bella suspiró otra vez junto a mi pecho. Yo me limité a continuar acariciándola para asegurarme de que, en efecto, seguía aquí. Mi chica me estaba contando sus secretos más íntimos, en un baño caliente, desnuda entre mis brazos después de un polvo alucinante. No tenía quejas. Bueno, quizá alguna, pero no se las diría a Bella. Continué echando agua caliente sobre sus brazos y sus pechos, y pensé hasta qué punto desaprobaba a su madre. ¿Qué madre diría algo así a su hija después de un intento de suicidio?—. Cuando todo hubo acabado mis padres

me enviaron a un lugar tranquilo en el desierto de Nuevo México. Me llevó tiempo, pero mejoré y al final aprendí a convivir con mi pasado. No de forma impecable, pero supongo que conseguí hacer algunos progresos notables. Descubrí mi interés por el arte y maduré. —Bella interrumpió de nuevo su historia, como si estuviera midiendo cómo la estaba recibiendo y si me impactaba o me horrorizaba. Se preocupaba demasiado. Cogí la muñeca con las cicatrices y la besé justo sobre las marcas. Pequeñas rayas blancas casaban con su, por otra parte, perfecta piel brillante y translúcida, con sus venas azules asomando debajo. La idea de ella haciéndose cortes en esa piel me entristecía sobremanera al pensar en lo que había tenido que soportar.

Tuve de pronto una revelación: Bella había llevado a cabo su tentativa de suicidio más o menos al mismo tiempo que yo estaba en la prisión afgana a punto de ser...

Entrelazó sus dedos con los míos y me sacó de mis pensamientos. Acto seguido se llevó nuestras manos hasta la boca y las sostuvo contra sus labios. Bella estaba besando mi mano. Sentí cómo un cosquilleo cálido recorría todo mi cuerpo e intenté aferrarme a esa maravillosa sensación mientras durara, ya que su gesto me había emocionado demasiado como para decir nada.

—Nunca supe que mi padre fue a hablar con el senador Oakley y que en resumen le chantajeó. Estaba furioso por haber estado a punto de perderme, y culpó a Lance Oakley de todo. Mi padre quería presentar cargos pero se dio cuenta de que yo no me encontraba en condiciones de soportar un juicio y que probablemente nunca lo estaría. Además, a esto se sumó que mi madre le dijo que lo dejara como estaba y que permitiera que me curara en paz, convenciéndole de que abandonara la idea de un proceso judicial. Pero mi padre seguía queriendo algún tipo de compensación. El senador Oakley solo quería alejar esa mierda, ponerla lo más lejos posible de su carrera política, así que obligó a su hijo a que se enrolara en el Ejército, y el mayor de sus problemas quedó resuelto cuando enviaron a Lance a Irak. Después arregló mi ingreso en la Universidad de Londres cuando llegó el momento en que ya estuve lo suficientemente bien como para dejar Nuevo México e ir a la facultad. Nos decidimos por Londres sobre todo porque se hallaba muy lejos de casa y porque el arte estaba aquí. Podía hablar el mismo idioma y mi tía Marie vive aquí, así que no estaría totalmente sola en un país extranjero sin nadie de mi familia.

— ¿De modo que el senador ha sabido todos estos años dónde

estabas con exactitud?

La situación era una mierda, mucho más grave de lo que había podido imaginar, y los riesgos para Bella podían ser enormes.

—No supe esa parte hasta la semana pasada —murmuró—. Pensaba que había ingresado por mis propios méritos.

—Puedo entender cuánto ha podido molestarte eso, pero te licenciaste gracias a tus méritos, eres ejemplar en tu campo. Te he visto trabajar y sé que eres brillante en lo que haces —dije con un tono jocoso al tiempo que besaba el extremo de su mandíbula—. Mi nerd adorable, la profesora Swan.

— ¿Nerd? —repitió riéndose—. ¿Qué tipo de palabra es esa?

—Bueno, empollona, como lo quieras llamar. Esa eres tú. Una empollona y una artista a la cual adoro. —Giré su cabeza hacia la mía para encontrarme con sus labios y darle otro beso. Sabía que los dos estábamos recordando nuestra ridícula conversación de aquella mañana en el coche sobre la profesora que llamaba a su despacho al estudiante que se había portado mal. Ella sería la profesora y yo el alumno desobediente.

—Estás loco —dijo junto a mis labios.

—Loco por ti —contesté apretujándola un poco—. Pero, en serio, el senador Oakley te debe muchísimo más de lo que te dio, aunque no me hace demasiado feliz saber que conoce en qué punto del planeta estás y qué estás haciendo cada día.

—Lo sé. Y me asusta un poco. Mi padre dijo que Eric Montro se murió en una extraña pelea en un bar mientras Lance estaba en casa con un permiso del Ejército. Él..., él era uno de ellos..., en el vídeo..., pero nunca más volví a ver a ninguno de ellos después de esa noche. Ni siquiera a Lance Oakley. —El tono de su voz me molestó, y también el hecho de que rememorara lo que había pasado en las manos de aquellos degenerados. Me alegraba mucho que uno de ellos estuviera muerto. Esa parte no me molestaba en absoluto. Solo recé por que su muerte no tuviera nada que ver con el vídeo ni con la investigación del senador Oakley.

Quité el tapón para dejar correr el agua y la ayudé a salir de la bañera.

—No permitiré que te pase nada, y tú no debes tener miedo. Lo tengo todo cubierto. —Sonreí mientras empezaba a secarle las piernas con una toalla—. Mañana hablaré con tu padre y averiguaré todo lo que pueda sobre el senador Oakley —añadí al tiempo que le secaba los brazos, la espalda, los pechos, y pensaba que podría

acostumbrarme a hacer esto—. Tú solo deja que me preocupe por el senador. Extenderé mis tentáculos a ver qué información puedo recoger. Nadie se va a acercar a mi chica a menos que pasen por mí primero.

Ella sonrió y me dio un buen beso, mordiéndome en el labio inferior. Tenía problemas para controlarme y no ponerla sobre el lavabo y hacerla mía de nuevo.

La piel de Bella poseía un brillo dorado natural, pero ahora mismo estaba rosácea debido al agua caliente y tan hermosa que resultaba difícil mirarla y mantenerse neutral. No pienses en ello. Ignoré mi deseo y me esforcé en secar sus deliciosas curvas, que quizá habían perdido algo de su forma pero que continuaban siendo encantadoras y totalmente mías. Se quedó de pie delante de mí, con elegancia, como si no le afectara que estuviéramos tan cerca desnudos. Me pregunté cómo demonios lo conseguía. Bueno, podía hacerme una idea. Era una modelo que posaba desnuda y estaba habituada a ello. No pienses tampoco en eso.

No era capaz de recordar que nadie me hubiera hecho pensar con la polla de la manera en que ella lo hacía. Quizá en mis comienzos, pero nunca antes se había apoderado de mí este nivel de intensidad. En estos momentos acostarme con Bella se situaba a la altura de comer o de tener donde dormir.

Todo el mundo necesita lo básico, Bella. Comida, agua..., una cama.

Ella provocaba en mí unas emociones que ni siquiera sabía que existían hasta la noche en que la vi caminando sin rumbo por la Galería Andersen y diciendo tonterías sobre la fiabilidad de mi mano.

Me quitó la toalla al tiempo que me guiñaba un ojo con coquetería y la utilizó para cubrirse ese glorioso cuerpo desnudo con el algodón suave color crema. Una jodida pena. Caminó hasta el dormitorio y pude oír cómo los cajones se abrían y se cerraban. Me encantaba escucharle hacer esos ruidos, ir de aquí para allá preparando la cama. Cogí una toalla para mí y comencé a secarme, profundamente agradecido de que esta noche fuera a dormir con ella entre mis brazos.

Capítulo 17: CAPÍTULO 4 Capítulo 19: CAPÍTULO 6

 
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