EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95062
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 13: CAPÍTULO 12

Capítulo 12

 

 

Darle una sorpresa a Edward en su oficina me pareció una buena idea, pero no estaba dispuesta a hacerlo sin algo de ayuda. Primero conseguí la colaboración de Rose.

 

Me caía muy bien. Parecía honrada y muy sincera, cualidades que yo respetaba en las personas. Además, estaba comprometida con Emmett. Me enteré después de empezar a quedarme a dormir en casa de Edward. Una mañana, cuando llegamos a los ascensores para irnos a trabajar, vi a Rose y Emmett salir del apartamento de enfrente cogidos de la mano. Edward se percató de mi sorpresa y me dijo que se iban a casar en otoño.

 

Me tranquilizó que Rose no se pusiese celosa porque su prometido me llevara en coche por Londres. Creo que se alegraba de que Edward tuviese novia. Me di cuenta de que sus empleados realmente parecían preocuparse por él. Y eso también me gustaba.

 

—Hola, Rose, soy Bella.

 

—Hola, Bella. ¿Por qué no le has llamado al móvil? —Chica lista, Rose, siempre estaba al tanto de la logística.

 

—Estaba pensando en sorprenderle con el almuerzo. ¿Puedes mirar su agenda por mí?

 

Escuché pasar páginas y luego me puso en espera.

 

—Hoy está en la oficina. Ocupado con conferencias telefónicas y esas cosas, pero no tiene citas en su agenda.

 

—Gracias, Rose. Se lo habría preguntado directamente a Esme pero Edward la tiene por el altavoz y me escucha cuando llamo, así que no puedo darle una sorpresa.

 

 ¿Quieres que os lleve algo a vosotros de King’s Delicatessen? Voy a comprar unos sándwiches y estaba pensando si podrías hacer que Esme le dijera a Edward que va a pedir algo de comida y así no sabrá que hoy la encargada del almuerzo soy yo.

 

Rose se rio y me puso en espera otra vez mientras recogía los pedidos de comida de los demás.

 

—Esme me ha dicho que te comente que le gusta tu estilo, Bell. Mantener al jefe alerta es bueno para él.

 

—Yo también lo creo —respondí mientras anotaba los pedidos—. Gracias por tu ayuda; estaré ahí en menos de una hora.

 

Colgamos y llamé a la tienda para pedir la comida, y luego a Emmett para que me llevara. Ordené mis cosas y organicé lo que necesitaba mientras esperaba. Ya había terminado por hoy y no volvería en casi una semana. Los exámenes finales se acercaban y tenía que estudiar. Mi plan era refugiarme en casa de Edward e hincar los codos mientras él trabajaba, utilizar su gimnasio casero y su magnífica cafetera y, básicamente, desaparecer una temporada. Necesitaba tiempo para mí y también para sacar buenas notas.

 

Le eché un último vistazo a Lady Percival y sentí un arrebato de orgullo. Había quedado muy bien y lo mejor era que ahora sabía el nombre del libro que tenía en la mano. Edward me había ayudado a resolver el misterio cuando me trajo al trabajo una mañana y le invité a entrar.

 

El libro que sostenía mi misteriosa dama era de hecho tan especial y tan poco común que la exposición Mallerton quería incluirla en su muestra a pesar de que se encontraba muy lejos de estar bien restaurada. Querían exponerla como ejemplo de cómo pueden revelarse partes del pasado con una adecuada restauración y limpieza.

 

El descubrimiento de lo que sostenía en la mano también destacó la procedencia del artista en general. Sir Tristan Mallerton ahora disfrutaba de un nuevo despertar de interés renovado y divulgación a pesar de llevar muerto muchísimo tiempo.

 

Mi teléfono sonó con un mensaje de Emmett. Me estaba esperando fuera, así que cogí mis cosas y me fui, diciéndole adiós con la mano a Rory al salir.

 

Emmett me ayudó con la comida y utilizó la tarjeta de crédito de la empresa para pagarlo todo, por lo que se ganó que le fulminara con la mirada.

 

—Bueno, él cree que Esme ha pedido el almuerzo y así es como lo hace siempre. Si pagas se pondrá de muy mala leche cuando se entere —dijo Emmett.

 

— ¿Siempre ha sido tan controlador, Emmett? —pregunté una vez que volvimos al coche y nos pusimos en camino. Emmett y yo nos entendíamos bien. Respetábamos la posición y las necesidades del otro para que la relación funcionara.

 

—No. —Emmett negó con la cabeza—. Desde que E salió de las FE es un tipo muy duro. La guerra cambia a todos los que se acercan demasiado a ella. E se acercó de lleno y salió con vida. Es un milagro andante.

 

—He visto sus cicatrices —dije.

 

— ¿Te ha contado lo que pasó en Afganistán? —Emmett me miró por el retrovisor.

 

—No —contesté sinceramente, sabedora de que Emmett dejaría de darme información y que estaría tan lejos de conocer el pasado de Edward como él de saber el mío.

 

Rose nos ayudó a repartir la comida a cada uno y Esme me condujo hasta el sanctasanctórum de Edward con cara de satisfacción y cerró la puerta. Él estaba al teléfono.

 

Mi guapísimo chico estaba ocupado, pero aun así me tendió la mano. Dejé los sándwiches en su escritorio y fui hacia él. Me rodeó con el brazo y me empujó hacia su regazo, todavía atendiendo su llamada de negocios.

 

—Está bien, lo sé. Pero diles a esos estúpidos que Cullen representa a la familia real y que cuando Su Majestad aparezca en la ceremonia de inauguración para dar su bendición, no habrá ni una puta salida desatendida. Punto. No es negociable…

Edward continuó hablando y yo empecé a quitarle el envoltorio a su almuerzo. Movió la mano hacia arriba hasta mi nuca y la masajeó. Era una sensación divina que me tocara incluso cuando era más que evidente que estaba terriblemente ocupado.

 

Puse su comida en un plato y luego desenvolví la mía. Le di un bocado a mi sándwich de ensalada de pollo en pan integral mientras me masajeaba el cuello. Cualquier chica podría acostumbrarse a esto, en serio. Edward era muy cariñoso y me encantaba que quisiera tocarme todo el tiempo. Mi chico sobón. Casi me había comido medio sándwich cuando terminó la llamada.

 

Sus dos manos me alcanzaron y me dieron la vuelta, aún en su regazo. Me dio un buen beso y gemí.

 

—Por fin. A veces es como hablarle a la pared —refunfuñó. Me sonrió y miró el plato—

 

. Me has traído un almuerzo delicioso…, tan delicioso como tú.

 

Le respondí con una sonrisa.

 

—Sí.

 

— ¿Qué debería devorar primero: el sándwich o a ti?

 

Arqueó las cejas y sus manos recorrieron mi costado por encima del jersey.

 

—Creo que será mejor que devores el sándwich antes de que te llamen otra vez —le dije.

 

Sonó el teléfono.

 

Frunció el ceño y se resignó. Aunque la segunda llamada fue relativamente rápida y Edward se las arregló para empezar su sándwich de carne asada en pan de centeno, enseguida llegó la tercera. Pasó esa llamada por el altavoz para poder comer y conversar al mismo tiempo. No muy elegante, pero funcionó.

 

Me bastaba con sentarme con él y escuchar sus asuntos de trabajo mientras me pasaba la mano suavemente por la espalda. Edward hizo que me alegrase de haberme pasado a verle aunque este no fuese un almuerzo en el que pudiéramos socializar mucho. No era un buen momento para estar juntos. No se me ocurre una situación en la que su trabajo pudiese ser más complicado que en esta ocasión en que los Juegos Olímpicos se acercaban y Londres iba a ser la sede de toda esa locura.

 

Debería haberme mandado una nota que dijera: «Acabo de comprar tu retrato y me gustaría conocerte… algún día a mediados de agosto».

 

Dejó el teléfono en modo altavoz y nos las arreglamos para darnos unos cuantos besos rápidos entre llamadas y bocados, pero pronto se acabaría la hora de comer y la justificación de mi visita.

 

—Debería irme, Edward. —Le besé y empecé a levantarme.

 

—No. —Me sujetó en su regazo—. No quiero que te vayas todavía. Me gusta tenerte aquí conmigo.

 

Me tranquilizas, nena. —Apoyó la cabeza sobre la mía—. Eres mi rayo de luz en una niebla de ignorancia y frustración.

 

— ¿De verdad? ¿Te gusta que venga y te complique el día y te obligue a comer? —

Jugueteé con el alfiler de su corbata y se la alisé—. Estás muy ocupado con tu trabajo y te estoy interrumpiendo.

 

—No, no me interrumpes. —Me pasó los labios por el cuello—. Me demuestras que te importo —dijo en voz baja.

 

—Me importas, Edward —respondí con un susurro.

 

—Entonces ¿te quedas un rato?

 

¿Cómo podía decirle que no cuando era tan dulce conmigo?

 

—Bueno, solo una hora más. Pero luego de verdad me tengo que ir. Tengo que pasar por mi apartamento a coger unas cosas. Tengo que estudiar para los exámenes y quiero hacer un poco de ejercicio. No eres el único que está ocupado. —Le pellizqué la barbilla y le hice sonreír.

 

—Quiero ocuparme de ti ahora mismo, aquí, en mi escritorio —gruñó mientras me levantaba del suelo y me sentaba sobre su gran mesa de ejecutivo.

 

Di un chillido cuando se abalanzó sobre mí y me abrió las piernas con la cadera para poder colocarse entre ellas.

 

— ¡Edward! ¡Estás trabajando! ¡No podemos!

 

Metió la mano debajo de la mesa y escuché el clic de la puerta al cerrarse con llave.

 

—Te deseo tanto ahora mismo… Te necesito, Bella, por favor…

 

Tras ponerse encima de mí, me agarró, me echó hacia atrás en la mesa y empujó fuerte contra mi sexo. Dejé que tirara de mí y me deslizara hasta el borde, mientras mi cuerpo se relajaba y se encendía.

 

Sus largos dedos se abrieron camino hasta mis bragas con decisión y me las bajaron por las piernas, por encima de las botas, y las tiraron en algún lugar del suelo de su oficina. Me había dado cuenta de que definitivamente Edward era un oportunista cada vez que decidía ponerme falda.

 

—Estás loco —murmuré, sin importarme ya que estuviésemos a punto de follar en su escritorio en mitad de su despacho.

 

—Loco por ti —dijo, mientras me toqueteaba el clítoris y hacía que me excitara.

 

Escuché el tintineo de su cinturón y luego de su cremallera. Y entonces se hundió en mí con ese delicioso calor, de manera lenta y profunda.

 

Se inclinó hacia mí y me cogió la cara con las dos manos. Me besó con fuerza, metiéndome la lengua en la boca como le gustaba hacer. Edward tenía el control durante el sexo. Quería tener la lengua y los dedos y su sexo dentro de mí, todo al mismo tiempo. Como si de esa forma pudiese reclamarme completamente. No sé por qué, pero era su forma de hacerlo. Y me encantaba. Se trataba de una forma sincera y totalmente directa. Sabía lo que pasaría entre Edward y yo y siempre acababa en un orgasmo que me dejaba temblando.

 

Edward empezó a moverse y yo hice lo mismo. De manera salvaje. Estábamos totalmente desenfrenados y follando apasionadamente encima de su escritorio cuando sonó el teléfono. Lo había dejado en modo altavoz.

 

—No lo cojas —jadeé, casi a punto de llegar al orgasmo.

 

—Ni de coña —gruñó mientras me embestía más rápido y su verga se hinchaba hasta ponerse más dura que el metal justo antes de correrse.

 

Deslizó sus dedos mágicos sobre mi clítoris y quise morir de placer, tanto que me tuve que morder el labio para no gritar. Edward no se quedó atrás. Me tapó la boca con la suya para evitar que ninguno de los dos gritara y me inundó con su orgasmo.

 

La llamada sin contestar pasó al buzón de voz, pero el altavoz seguía activado.

 

—Edward Cullen no está disponible. Por favor, deje su mensaje y su número…

 

Sonó el pitido mientras jadeábamos, nuestras caras a solo unos centímetros. Le sonreí. Me arregló el pelo con dulzura y me besó como lo haría un enamorado. Sentí que le importaba. Así es como me hacía sentir. —

 

Eres un gilipollas, Cullen. ¡Te he contratado para que protejas a mi hija, no para que te la tires! Lo ha pasado muy mal y lo último que necesita es que la vuelvan a traicionar y a romper el corazón.

 

Por cómo habla de ti creo que está enamorada.

 

Edward forcejeó con el teléfono para colgar pero era demasiado tarde. Había escuchado la voz de mi propio padre al teléfono. Lo entendí…, entendí la verdad sobre Edward y yo. Le di un empujón e intenté quitármelo de encima.

 

— ¡Bella, no! Por favor, déjame que te lo explique…

 

Estaba blanco como la pared y totalmente aterrorizado mientras me sujetaba debajo de él, nuestros cuerpos todavía unidos.

 

—Aparta. ¡Saca la polla de mi cuerpo y deja que me vaya, mentiroso hijo de puta!

Me sujetó contra él, mirándome a los ojos.

 

—Nena…, escúchame. Te lo iba a decir, iba a hacerlo hace mucho tiempo, pero no quería sacar a relucir tus malos recuerdos. No quería herirte…

 

—Suéltame. Ahora.

 

—Por favor, no te vayas. Bella, yo…, yo… no quería hacerte daño sino protegerte de los recuerdos.

 

Ahí fuera hay una amenaza para tu seguridad…, y entonces te conocí… y no pude evitar desearte. No podía separarme de ti. —Intentó besarme.

 

Aparté la cara y cerré los ojos. Toda la confianza que tenía en ese hombre había desaparecido. En su lugar un terrible dolor llenó mi corazón. Él lo sabía. Sabía todo lo que me había pasado. Probablemente había visto el vídeo. ¿Y ahora había gente que quería hacerme daño? ¿Por qué? Le contrató mi padre y durante este tiempo él lo ha sabido todo y yo no. ¿Cómo había podido? ¿Cómo podía ser que el Edward del que me había enamorado me hubiera traicionado así?

 

—Waterloo. —Me giré y le miré fijamente.

 

—No…, no…, no —gritó—. No, por favor, Bella. —Agitó la cabeza de un lado a otro, sus ojos completamente desolados.

 

—He dicho Waterloo, Edward. Y si no me sueltas, gritaré hasta que se venga abajo el edificio —Hablé claro y sin perder el control mientras mi corazón se endurecía hasta volverse una coraza. Una coraza contra Edward Cullen.

 

Se apartó y me ayudó a sentarme. Bajé de la mesa de un salto y me lancé hacia el bolso. Él se subió la cremallera y lo volvió a intentar.

 

—Bella, nena, te…, te quiero. Te quiero muchísimo; haría cualquier cosa por no hacerte daño. Lo siento, lo siento, lo siento mucho, joder.

Intenté salir por la puerta pero estaba cerrada con llave.

 

—Abre —exigí.

 

— ¿Has oído lo que te he dicho?

 

Le miré y asentí con la cabeza.

 

—Abre la puerta para que me pueda ir —hablé muy serena, sorprendida de no estar derrumbada en el suelo llorando como una magdalena. Solo necesitaba salir de ahí y llegar a mi apartamento. Tenía un objetivo y era huir a un lugar seguro.

 

Se frotó la cabeza, miró hacia abajo y entonces se acercó a la mesa y apretó el botón o lo que fuese que me retenía allí dentro. Escuché el clic y me fui de allí.

 

—Gracias por el almuerzo tan delicioso, querida —me gritó Esme mientras escapaba.

 

Le dije adiós con la mano pero fui incapaz de hablar. Solo salí de allí. Iba con el bolso y sin ropa interior, pero no iba a volver a buscarla. Solo sal de aquí y vete a casa…, sal de aquí y vete a casa…, sal de aquí…

 

Oh, Dios mío, estaba dejando a Edward. Habíamos terminado. Me había mentido y ya no podía confiar en él. Había dicho que me quería. ¿Es eso lo que hacen los enamorados? ¿Mentir?

 

Tampoco hablé con Rose en recepción cuando me dirigí a los ascensores. Pulsé el botón y me di cuenta de que él se encontraba justo detrás de mí. Edward me había seguido pero aun así no me vine abajo.

 

—Bella…, nena, por favor, no te vayas así. Dios, la he cagado. Te quiero. Por favor…

Me puso la mano en el hombro y me estremecí.

 

—No, no me quieres. —Eso fue todo lo que pude decir.

 

— ¡Sí que te quiero! —gritó, con una voz cada vez más enfadada—. Puedes dejarme pero seguiré protegiéndote. ¡Seguiré cuidando de ti para asegurarme de que estás a salvo y de que nadie puede hacerte daño!—

 

¿Y si eres tú el que me hace daño? —le espeté—. Y estás despedido, Edward. No vuelvas a ponerte en contacto conmigo. —El ascensor sonó y se abrieron las puertas. Entré y me volví hacia él.

 

Se llevó las manos a la cabeza y abrió la boca en un gesto de súplica que revelaba que estaba sufriendo. No tanto como yo, pero parecía estar hecho polvo y desesperado.

 

—Bella…, no lo hagas —suplicó mientras las puertas empezaron a cerrarse y a dejarme sola.

 

Escuché un fuerte golpe acompañado del grito de una palabrota totalmente ininteligible mientras el ascensor empezaba a bajar hasta la calle, donde cogería un taxi para que me llevara a mi apartamento.

 

Donde me derrumbaría en cuanto entrara, y donde me arrastraría hasta la cama y me acurrucaría e intentaría olvidarle. A Edward Masen Cullen. Estaba condenada al fracaso. Lo sabía. Nunca podría olvidar a Edward. Nunca.

Capítulo 12: CAPÍTULO 11 Capítulo 14: 2ªparte Todo o Nada Capítulo 1

 
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