EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95081
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

 ADAPTACIÓN DE DESNUDA DE RAINE MILLER

MIS OTRAS HISTORIAS

El heredero

El escritor de sueños

 El escriba

BDSM

Indiscreción

El Inglés

Sálvame

No me mires asñi

 El juego de Edward

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 16: CAPÍTULO 3

Capítulo 3

Te hacen creer cosas que no son ciertas. Te las dicen tantas veces que aceptas que lo que te están contando es real en lugar de una sarta de mentiras. Lo padeces como si fuera la verdad. La tortura más efectiva no es física, sino mental, eso está claro. La mente puede inventar miedos mucho más espantosos de los que jamás podrías aguantar en tus carnes, al igual que la mente es capaz de desconectar del dolor físico cuando este sobrepasa el límite que tu cuerpo es capaz de soportar.

Las terminaciones nerviosas de mi espalda aullaban como si le hubieran echado ácido a mi destrozado cuerpo. El dolor me impedía respirar, era demasiado agudo. Me pregunté cuánto tardaría en desmayarme, y si en caso de hacerlo, me despertaría de nuevo en este mundo. Dudaba de que fuera capaz de caminar más de unos metros. Apenas podía ver debido a la sangre que bañaba mis ojos por los golpes que me habían dado en la cabeza. Moriría aquí, en este infierno, y seguramente sería pronto. Esperaba que fuera pronto. Sin embargo, mi padre y mi hermana no me podían ver así. Ojalá que nunca se enteraran de cómo terminó mi vida. Recé para que no existiera un vídeo de mi ejecución. Por favor, Dios mío, que no haya un vídeo de esto…

Fue cuestión de suerte. No había tenido nada de suerte cuando le tendieron la emboscada a nuestro equipo. Nada de suerte cuando se me encasquilló el arma. Nada de suerte cuando no morí al tratar de evitar que me capturaran. Esos cabrones aprendieron sus técnicas de los rusos. Les encantaba hacerse con prisioneros occidentales. ¿Y encima británico y de las FE? Era la jodida joya de la corona. Y totalmente prescindible para mi país. Cuestión de suerte. Un sacrificio por el bien de todos, de la democracia, de la libertad.

A la mierda la libertad. Yo no tenía ninguna.

A mi torturador le encantaba hablar. No paraba de hablar de ella. Deseaba con todas mis fuerzas que cerrara su maldita boca. Ellos no saben dónde está…, no saben cómo encontrarla…, ni siquiera saben cómo se llama. Seguía repitiéndome a mí mismo todas esas cosas porque era lo único que tenía.

La primera bofetada me espabiló. Y la siguiente me despertó por completo.

—Cuando la tengamos te haremos presenciarlo todo. Gritará como la puta que es. Una puta americana que posa desnuda para que le hagan fotos. —Me escupió en la cara y me tiró del pelo hacia atrás—. Tus novias son tan repugnantes… que se merecen lo que les sucede. Que las usen como putas. —Se rio en mi cara.

Le miré fijamente y memoricé su rostro. Nunca lo olvidaría, y si se presentase la ocasión le cortaría la lengua antes de matarlo. Aunque solo lo matara con la mente. ¿Cómo podía impedir que la secuestraran? Quise suplicar pero no lo hice. Tan solo miré al frente y se me aceleró el corazón, lo que demostraba que estaba vivo. Por ahora.

—Todos los guardias van a catar sus muslos. Luego, cuando disminuya su deseo, podrá ver cómo te cortamos la cabeza. Eres consciente de que así será tu final, ¿verdad? —Me tiró del cuello hacia atrás y arrastró un dedo por mi garganta—. Pedirás clemencia como el cerdo que eres… justo antes de tu matanza. Entonces no estarás orgulloso. —Se rio en mi cara y sus dientes amarillos relucieron entre su barba—. Y entonces mataremos a tu puta americana del mismo modo.

Me incorporé en la cama con la respiración ahogada y la mano, que estaba empapada de sudor, sobre mi sexo. Me apoyé contra el cabecero y me di cuenta de dónde estaba…, y de dónde, gracias a Dios, no estaba. Ya no estás ahí. Ya no estás ahí. Solo ha sido un sueño. Eso fue hace mucho tiempo.

Era el tipo de pesadilla que congrega todo lo malo que te ha ocurrido en la vida y lo agita en una combinación atroz que te ahoga. Cerré los ojos con alivio. Bella no era parte del horror que viví en Afganistán, sino del que me acuciaba ahora. Bella vivía en Londres, trabajaba y estudiaba su posgrado. Solo es tu subconsciente, que está mezclando las cosas malas. Bella está a salvo en la ciudad.

Lo único es que ella ya no estaba conmigo.

Bajé la mirada a mi sexo, caliente y duro, y lo envolví en mi mano. Cerré los ojos y empecé a acariciarlo. Si seguía con los ojos cerrados podría recordar aquel día en mi oficina. Necesitaba descargarme en ese mismo momento. Necesitaba correrme para poder poner fin a los malditos temblores que me invadían tras esa terrible pesadilla. Cualquier cosa servía. Sería una solución temporal, pero tenía que valer.

Me acordé. La primera vez que vino a verme. Llevaba puestas unas botas rojas y una falda negra. Le dije que se sentara en mi regazo e hice que se corriera con los dedos. Fue tan sexy, maldita sea, que se presentara en mi oficina. Estaba preciosa cuando se deshizo en mis brazos a raíz de lo que le hacía, de lo que le hacía sentir.

Bella había intentado alejarse de mí pero yo no quería que lo hiciera. Recuerdo que le costó separarse de mi regazo. Pero cuando se puso de rodillas y me tocó por encima de los pantalones, lo entendí. Me dijo que me quería lamer. En ese momento supe que la quería. Lo supe porque ella es sincera y genuinamente generosa. Ella es real y perfecta, y es mía.

No, ahora no lo es. Te ha dejado.

Mantuve los ojos cerrados y recordé la imagen de sus preciosos labios cerrados sobre el final de mi verga y de cómo me adentraba en ellos. Recuerdo lo húmeda y dulce y deliciosa que sentí su boca esa primera vez. Lo bonito que fue cuando se lo tragó todo y me miró de esa manera tan sexy y misteriosa que la caracterizaba. Nunca sé lo que está pensando. Al fin y al cabo es una mujer.

Me acordé de todo: de los sonidos que emitió, de su pelo largo extendido sobre su cara, del resbalar húmedo dentro de sus dulces labios, de cómo se agarraba a mi sexo, giraba la mano y me llevaba al interior de su preciosa boca.

Recordé ese momento tan especial que pasé con Bella mientras me masturbaba hasta llegar al clímax, tan vacío como mi realidad, patética y solitaria. Tenía que recordarlo o no me correría.

Grité mientras mi semen salía disparado de mi pene en una avalancha casi dolorosa por las sábanas de mi cama, en las que el blanco brillante contrastaba ahora con el negro habitual. ¡Debería ser ella! Resollé contra el cabecero y dejé que mi orgasmo me recorriera el cuerpo, enfadado por haberme hecho una paja pensando en ella como un depravado muerto de desesperación.

No podía importarme menos haberlo ensuciado todo. Las sábanas se pueden lavar. Mi mente no.

Puedo recordar todas las veces que he estado dentro de ella.

El vacío que me invade roza la crueldad y mi clímax de ninguna manera podía sustituir a la realidad. Completamente hueco e inútil.

« ¡Ni de broma, Jacob! Es demasiado guapo como para tener que recurrir a su mano para tener un orgasmo».

Sí, seguro. Me levanté, quité las sábanas y me dirigí a la ducha.

Nunca me sentiría completo sin ella.

Ella me llamó esa tarde al móvil. No vi su llamada por culpa de una estúpida reunión. Quería matar a los imbéciles que me habían entretenido pero en su lugar llamé al buzón de voz.

—Edward, he recibido tu carta. —Su voz sonaba temblorosa y la necesidad de ir junto a ella era tal que no sabía cómo conseguiría mantenerme alejado—. Gracias por enviármela. Las flores también son muy bonitas. Solo…, solo quería decirte que he hablado con mi padre y que me ha contado algunas cosas… —Entonces perdió la entereza. Podía oír sus llantos amortiguados. Sabía que estaba llorando y eso me rompió el corazón en mil pedazos—. Tengo que irme… Quizá podamos hablar más tarde. —La última parte la dijo entre susurros—. Adiós, Edward. —Y entonces colgó.

Pensé que iba a romper la pantalla del teléfono por la fuerza con la que apretaba los botones tratando de pulsar rellamada, al tiempo que rezaba para que lo cogiera y hablara conmigo. El tiempo se detuvo mientras entraba la llamada y me pareció una eternidad. Uno, dos, tres tonos. Se me aceleró el corazón y cada vez me faltaba más aire.

—Hola. —Solo una palabra. Pero era su voz e iba dirigida a mí. Pude oír ruidos de fondo. Como de tráfico.

—Bella… ¿cómo estás? Parecías muy triste en tu mensaje de voz. Estaba en una reunión… —Mi voz se fue apagando y me di cuenta de que había empezado a irme por las ramas.

Apreté la boca y deseé con todas mis fuerzas un delicioso cigarrillo negro con olor a clavo.

Bella respiraba de manera pesada contra el auricular.

—Edward, dijiste que te llamara si pasaba algo raro.

— ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Dónde estás ahora mismo? —Sentí que se me congelaba la sangre al oír sus palabras y el tono de su voz—. ¿Estás en la calle?

—He salido a correr. Necesitaba desconectar un poco y tomarme un descanso.

—Voy a por ti. Dime dónde estás. —Se quedó callada. Podía oír rugir los coches a su alrededor y odiaba la imagen que tenía de ella en ese momento. Sola en la calle. Vulnerable. Desprotegida—. ¿Me lo vas a contar? Necesito verte; tenemos que hablar. Y quiero saber qué es lo que te preocupa tanto como para haberme llamado antes y

haberme dejado ese mensaje. —Perduró el silencio—. Nena, no puedo ayudarte si no me haces partícipe de lo que pasa.

— ¿Lo has visto? —Su voz cambió, se volvió más seca.

— ¿Ver el qué? —Juro que solo quería estar con ella y tenerla entre mis brazos. Al principio no entendí su pregunta. El silencio gélido que pendía al otro lado de la línea me ayudó sin embargo a darme cuenta enseguida de a qué se refería.

— ¿Lo has visto, Edward? Responde a mi pregunta

— ¿El vídeo obsceno de Oakley y tú? —Oí un sonido de angustia—. ¡Por supuesto que no, joder! Bella… —El mero hecho de que me preguntara algo así me cabreaba—. ¿Por qué iba a haberlo visto?

— ¡No es exactamente un vídeo obsceno! —me gritó al oído. Me dolió el pecho como si me acabaran de clavar un cuchillo.

— ¡Bueno, eso es lo que me dijo tu padre! —exclamé, confundido por su pregunta y completamente perdido por la absurda conversación que estábamos teniendo. Si pudiera hablar con ella cara a cara, acercarme a ella, hacer que me mirara a los ojos y que me escuchara, quizá tuviese alguna oportunidad. Pero este asunto no nos estaba llevando a ningún lado. Volví a intentarlo con un tono más sensato—. Bella, por favor, déjame ir a por ti.

Ella estaba llorando otra vez. Podía oír sus suaves sollozos entre el ruido cada más débil del tráfico. Tampoco me gustaba que hubiera salido a correr sola. Los coches de la carretera acelerando junto a ella, los hombres mirándola, los mendigos pidiéndole limosna…

— ¿Qué demonios te contó, Edward? ¿Qué te dijo mi padre sobre mí?

—No sé por qué tenemos que hacer esto por teléfono.

—Dí-me-lo. —Y luego vino el silencio.

Cerré los ojos agobiado, consciente de que ella no aceptaría nada más que la cruda verdad, y odiaba con toda mi alma tener que decírsela, aunque sabía que no me quedaba alternativa. ¿Por dónde empezar? La única opción era ser directo. Recé en silencio y le pedí a mi madre que me mandara fuerzas.

—Me dijo que Oakley y tú salíais en el instituto. Cuando tenías diecisiete años, Oakley hizo un vídeo sin que tú lo supieras y lo distribuyó por todas partes. Dejaste el instituto y lo pasaste fatal. El senador mandó a su hijo a Irak y tú viniste aquí a empezar de cero.

Ahora el senador está tratando de ganar las elecciones como vicepresidente y quiere asegurarse de que nadie vea nunca ese vídeo… ni que nadie oiga hablar de él. Tu padre me dijo que uno de los compañeros de Oakley ha aparecido muerto en circunstancias extrañas y le preocupa que el blanco sea cualquiera que esté relacionado con el vídeo…, incluida tú. Le inquietó lo bastante como para ponerse en contacto conmigo y pedirme un favor: que te cuidara y vigilara por si alguien se acercaba a ti.

Daría cualquier cosa en este momento por un cigarrillo. El silencio al otro lado de la línea era doloroso y difícil de soportar, pero al cabo de unos segundos interminables oí el agradable sonido de su voz diciendo lo que quería escuchar. Palabras con las que podía actuar. Algo que entendía y con lo que podría hacer algo al respecto.

—Eso me asusta.

El alivio me invadió al oír eso. No el hecho de que ella estuviera asustada, sino que parecía que me necesitaba. Como para dejarme volver a su vida.

—No permitiré que nada ni nadie te haga daño, nena.

—Hace dos días me dejaron un mensaje muy raro. Un hombre. De un periódico. No sabía qué hacer… Y cuando hoy he recibido tu carta, leí…, leí lo que decías de llamarte si alguien me molestaba.

El sentimiento de alivio se desvaneció al instante.

— ¡Ya está bien de toda esta mierda, Bella! ¿Dónde estás en este momento? ¡Voy a por ti! —Habría reptado por el jodido teléfono si las leyes de la física me lo hubieran permitido. Necesitaba llegar hasta ella y eso era todo, punto y final. A la mierda el teléfono. Necesitaba tener a Bella en carne y hueso junto a mí para poder abrazarla.

—Estoy en la salida sur del puente de Waterloo.

Por supuesto. Resoplé. Solo el sonido de la palabra «Waterloo» me dolía.

—Salgo ahora mismo. ¿Puedes acercarte al Victoria Embankment y esperarme ahí? Así te encuentro más rápido.

—Vale. Iré al obelisco. —Parecía encontrarse mejor que yo, menos asustada, y ese sentimiento me venía bien para mi nivel de estrés. Iba a por mi chica. Puede que ella no fuera consciente todavía, pero eso era lo que iba a suceder.

—Genial. Si alguien se acerca a ti solo tienes que quedarte en un espacio abierto donde haya gente a tu lado. —La mantuve al teléfono mientras se aproximaba a la Aguja de Cleopatra a pie y entretanto yo conducía como un loco y esquivaba a la policía.

—Ya estoy aquí —dijo.

— ¿Hay gente cerca?

—Sí. Hay un grupo de turistas caminando, algunas parejas y gente paseando a sus perros.

—Genial. Estoy aparcando. Te encontraré. —Cortamos la conversación.

Me latía el corazón a mil por hora mientras encontraba sitio para aparcar y empezaba a caminar hacia el río. ¿Qué pasaría entre nosotros? ¿Me rechazaría? No quería poner el dedo en la llaga, pero me negaba a que esta maldita situación continuara un día más. Se terminaría ahora. Hoy. Tardara lo que tardara en arreglar este lío, lo resolvería aquí y ahora.

Cuando la vi estaba empezando a atardecer. Sus pantalones cortos abrazaban sus piernas como si fueran una segunda piel. Me estaba dando la espalda apoyada sobre la barandilla y mirando al río, con el viento meciendo su coleta a un lado, una de sus esbeltas piernas doblada hacia la barandilla y sus manos posadas con elegancia en la parte de arriba.

Aminoré el paso porque tan solo quería que su imagen me calase. Por fin la estaba mirando tras una semana de inanición. Se encontraba justo frente a mí. Bella.

Necesitaba tocarla. Mis manos morían de ganas de acercarse y acariciarla. Pero ella parecía diferente, más delgada. Según me iba aproximando se hacía más evidente. Dios, ¿se había pasado la última semana sin comer? Debía de haber perdido unos tres kilos. Me detuve y la miré con una mezcla de enfado y preocupación, y comprendí que toda esa mierda de su pasado era mucho más seria de lo que yo pensaba. Estupendo, ahora los dos estamos bien jodidos.

Se dio la vuelta y me vio. Nuestros ojos se encontraron y, de manera extraña y poderosa, conectaron entre la brisa que corría entre nosotros. Bella sabía cómo me sentía. Debería saberlo. Se lo había dicho miles de veces. Ella, sin embargo, nunca me había dicho lo que yo sí le había confesado. Seguía esperando que de su boca salieran esas dos palabras. Te quiero.

Ella dijo mi nombre. Le leí los labios. El viento me impidió oírlo pero vi que pronunciaba mi nombre. Parecía tan aliviada como yo cuando vi que estaba a salvo y a escasos pasos de mí. Y tan guapa como siempre ha sido y será.

Pero en ese momento me detuve. Si Bella me quería, tendría que caminar hasta mí y demostrarme lo que sentía. Me moriría si no lo

hacía, pero el consejo de mi padre era totalmente certero. Todo el mundo tenía que seguir a su corazón. Yo seguí al mío. Ahora Bella necesitaba hacer lo mismo.

Se separó de la barandilla y me estremecí por dentro cuando se detuvo. Parecía como si estuviera esperando a que yo le hiciera algún gesto o que me acercara a ella. No, nena. No sonreí y ella tampoco, pero era evidente que nos entendíamos con la mirada.

Llevaba una camiseta de deporte de color turquesa que cubría sus pechos y que me hizo pensar en ella desnuda bajo mi cuerpo, en mí atrapándola con las manos y la boca. La deseaba con tantas fuerzas que dolía. Imagino que esto es lo que se siente cuando estás enamorado: te duele de un modo que solo hay una cura. Bella era mi cura. Mientras la esperaba me pasaron por la cabeza imágenes de nosotros haciendo el amor; me perseguían las escenas en las que se desataban mis deseos de manera implacable y con un ansia que me abrasaba de arriba abajo. Bella me abrasaba. El señor Keats sabía con certeza de lo que hablaba en sus poemas.

Extendí la mano y fijé los ojos en los de ella, pero mis pies no se movieron. Y entonces vi un atisbo de cambio. Un parpadeo en sus preciosos ojos. Ella comprendió lo que le estaba pidiendo. Lo entendió. Y, de nuevo, me recordó lo bien que estábamos juntos en todos los niveles. Bella me entendía y eso solo hacía que la deseara con más fuerza si cabía.

Siguió acercándose y levantó el brazo. Cada vez más cerca de mí hasta que nuestros dedos se tocaron, hasta que su pequeña y delicada mano descansó sobre la mía, mucho más grande. Mis dedos envolvieron su muñeca y su palma de la mano con firmeza y tiré de ella el resto de la distancia que nos separaba. Justo contra mi pecho, cuerpo contra cuerpo. La envolví con los brazos y enterré la cabeza en su cabello. El aroma que tan bien conocía y anhelaba inundaba mi olfato y mis sentidos de nuevo. La tenía. Tenía a Bella otra vez.

Me eché hacia atrás y cogí su cabeza entre mis manos. La sujeté en esa posición para poder mirarla bien. Sus ojos no flaquearon. Mi chica era valiente. La vida a veces daba asco, pero ella era fuerte y nunca tiraba la toalla. Le miré los labios y supe que la iba a besar quisiera o no. Esperaba que quisiera.

Sus preciosos labios eran tan dulces y suaves como siempre. Más si cabe porque no los había tenido durante mucho tiempo. Sentí como si estuviera en el paraíso al tener mi boca junto a la suya. Sentí como si me fundiera en aquel instante y olvidé que estábamos en

público. Como si me fundiera en mi Bella en cuanto ella reaccionó.

Me devolvió el beso y la sensación de su lengua enredada en la mía fue tan placentera que gemí contra su boca. Sabía lo que quería hacer. Y mis requisitos eran pocos. Privacidad. Bella desnuda. Las cosas eran así de simples. Recordé que nos encontrábamos entre una multitud de seres humanos en el Victoria Embankment y, muy a mi pesar, muy lejos de estar a solas.

Dejé de besarla y acaricié su labio inferior con mi pulgar.

—Vas a venirte conmigo. Ahora.

Afirmó con la cabeza todavía entre mis manos y me volvió a besar. Un beso con el que me daba las gracias.

No hablamos mientras caminábamos hacia el Range Rover. Pero íbamos de la mano. No la iba a soltar hasta que no me quedara más remedio, cuando entráramos en el coche. En cuanto estuvo en el asiento del copiloto y se cerraron las puertas me giré y la miré bien. Parecía muerta de hambre y eso me enfadó. Recordé la primera noche que nos conocimos y cómo le compré la barrita de proteínas y el agua.

— ¿Dónde vamos? —me preguntó.

— ¿En primer lugar? A por algo de comida para ti. —Mis palabras fueron un poco más bruscas de lo que pretendía. Afirmó con la cabeza y luego apartó la mirada y posó la vista fuera de la ventanilla—. Después de que comas vamos a comprarte un teléfono nuevo con otro número. Necesito que me des el viejo para poder rastrear a quien trate de ponerse en contacto contigo. ¿De acuerdo? —Bajó la mirada a su regazo y volvió a asentir con la cabeza. Estuve a punto de tirar de ella y de cogerla entre mis brazos para decirle que todo saldría bien, pero me contuve—. Luego te llevaré a casa. Ahora mi casa es tu casa.

—Edward, eso no es una buena idea —susurró, todavía con la mirada en su regazo.

—A la mierda con las buenas ideas —exploté—. ¿Podrías mirarme a la cara al menos? —Levantó la mirada, fijó los ojos en los míos y ardieron con destellos de un color rojo fuego, lo que les hacía parecer muy marrones. Quería tirar de ella hacia mí y sacudirla, hacerla reaccionar y obligarla a entender que esta mierda de no estar juntos era parte del pasado. Ella iba a venir a casa conmigo, punto y final. Giré la llave y arranqué.

— ¿Qué quieres de mí, Edward?

—Eso es muy fácil. —Hice un ruido inapropiado—. Quiero

retroceder diez días. Quiero tenerte en mi oficina, ¡follarte en la mesa de mi despacho con tus piernas envueltas en mí! Quiero tu cuerpo debajo del mío y que me mires con unos ojos distintos a los que me pusiste cuando me dejaste frente a los ascensores. —Posé la frente en el volante y cogí aire.

—Vale…, Edward. —Su voz sonaba temblorosa y más que ligeramente entristecida.

—¿Vale, Edward? —la imité—. ¿Eso qué significa? ¿Que vale que me voy a casa contigo? ¿Que vale que estamos juntos? ¿Que vale que me dejas que te proteja? ¿Qué? Necesito más que eso, Bella —hablaba con la mirada posada en el limpiaparabrisas porque tenía miedo de ver su cara en ese preciso momento. Qué pasaría si no era capaz de hacerla entrar en razón…

Se inclinó hacia mí y me puso la mano en la pierna.

—Edward, necesito…, necesito…, necesito… que me digas la verdad. Necesito saber qué está pasando a mí alrededor…

Inmediatamente le cubrí la mano con la mía.

—Lo sé, nena. Fue un error no contártelo…

Negó con la cabeza.

—No, no lo sabes. Deja que termine de hablar. —Llevó sus dedos a mi boca para callarme—. Siempre me interrumpes.

—Ya me callo. —Cogí sus dedos con mi otra mano y los mantuve en mis labios. Se los besé y no los solté. Mierda, tenía que aprovechar la mínima oportunidad que se me presentara.

—Tu sinceridad y franqueza son una de las cosas que me enamoraron de ti, Edward. Siempre me dijiste lo que querías, lo que pretendías hacer y cómo te sentías. Eras sincero conmigo y eso me daba seguridad. —Ladeó la cabeza y negó con ella—. No tienes ni idea de lo mucho que necesitaba eso de ti. No tenía miedo a lo desconocido porque tú lo hacías tan bien diciéndome exactamente lo que querías que pasara entre nosotros. Eso es justo lo que funciona conmigo. Pero confié en ti de manera incondicional y tú lo estropeaste al no ser sincero, y al no contarme que te habían contratado para protegerme. El hecho de que necesite protección es algo que me vuelve jodidamente loca, así que ¿no crees que tengo el jodido derecho a saberlo todo?

Dios, era tan sexy cuando se encendía y decía palabrotas. Le dejé tener su momento de gloria porque tenía toda la razón.

Cuando apartó los dedos de mis labios y me dio permiso para hablar, vocalicé mis palabras más que decirlas: «Lo siento

muchísimo». Y lo sentía con toda mi alma. Lo había hecho mal. Bella necesitaba oír la cruda verdad. Tenía sus motivos; para ella era una necesidad y yo lo había fastidiado todo. Espera un momento. ¿Acababa de decir «una de las cosas que me enamoraron de ti»?

—Pero… desde que he hablado con mi padre y me ha dicho cosas que no sabía hasta ahora, me he dado cuenta de que no es totalmente culpa tuya. Mi padre te ha colocado en una posición que tú no pediste…, y he estado tratando de verlo desde tu punto de vista. Tu carta me ha ayudado a entenderlo.

—Entonces ¿me perdonas y olvidamos todo este maldito lío? —Aunque tenía esperanzas, no las tenía todas conmigo—. Solo me lo tienes que decir directamente y así puedo decidir qué hacer. Me gustaría saberlo.

—Edward, hay muchas cosas que no sabes de mí. No tienes ni idea de lo que me pasó, ¿verdad?

Bella me miró de una manera que revelaba los años de angustia que había vivido. Quería hacer que desapareciera su dolor. Ojalá pudiera decirle que no me importaba saberlo. Si era horrible y le hacía daño contarlo, no tenía por qué hacerlo. Pero sabía que Bella no era así. Necesitaba poner todas las cartas sobre la mesa para poder tirar hacia delante.

—Imagino que no. No me di cuenta de que tu pasado te había marcado tanto y hasta hace tan poco. Pensé que te estaba protegiendo de una posible vigilancia política o de que te vieras expuesta a que alguien te hiciera daño o tratara de sacar dinero de todo esto. Cuando vi que te perseguían tus fantasmas me preocupé hasta el punto de asustarte, o de herirte. Solo quería protegerte y que siguiéramos juntos. —Le hablé a la cara, que se hallaba tan cerca de la mía que me calaban las moléculas de su ser cada vez que inspiraba.

—Lo sé, Edward. Ahora lo comprendo. —Se echó completamente hacia atrás en su asiento—. Pero sigues sin saberlo todo. —Volvió a mirar por la ventanilla—. No vas a querer escucharlo. Puede que no… quieras… estar conmigo después de saberlo.

—No me digas eso. Sé perfectamente lo que quiero. —Alargué la mano hasta su barbilla y tiré de ella hacia mí—. Vamos a por algo de comida y luego me puedes contar lo que necesites. ¿Sí?

Afirmó con la cabeza ligeramente, de esa manera tan sumisa y característica de ella: la mirada que me ponía me volvía loco hasta tal punto que me sorprendían incluso a mí las ganas que sentía de

poseerla.

Era consciente de que estaba dolida y asustada, pero también sabía que era fuerte y que lucharía contra lo que la persiguiera, fuera lo que fuera. Sin embargo, eso no cambiaba lo que sentía por ella. Para mí, era mi preciosa chica americana y siempre lo sería.

—No me voy a ninguna parte, Bella. No te vas a separar de mí, así que es mejor que te vayas acostumbrando —dije. La besé en los labios y le solté la barbilla.

Esbozó media sonrisa mientras yo daba marcha atrás con el coche.

—Te he echado mucho de menos, Edward.

—No te haces una idea. —Alargué la mano y le volví a tocar la cara. No podía evitarlo. Tocarla significaba que realmente estaba aquí conmigo. Acariciar su piel y su cuerpo cálido me recordaba que no estaba soñando—. Primero la comida. Vas a comer algo sustancioso mientras yo miro y disfruto de cada segundo de tu preciosa boca mientras lo haces. ¿Qué te apetece?

—No sé. ¿Pizza? No voy vestida para ir a un restaurante a cenar, me temo. —Sonrió y señaló su ropa—. Tú vas de traje.

—Cómo vas vestida es la menor de mis preocupaciones, nena. —Llevé su mano a mis labios y besé su suave piel—. Para mí estás preciosa con cualquier cosa…, o sin nada. Sobre todo sin nada. —Traté de bromear.

Se ruborizó un poco. Sentí el palpitar de mi sexo cuando vi su reacción. La quería conmigo en mi casa con todas mis fuerzas. En mi cama, donde podría tenerla toda la noche y saber que no se separaría de mí. No iba a volver a dejarla escapar.

Una vez ella me dijo que le encantaba cuando le besaba la mano. Y sé que es algo que no puedo evitar. Es difícil no tocarla y besarla todo el tiempo porque nunca he sido una persona que haya tenido que renunciar a algo que quisiera. Y la quería a ella.

Vocalizó «gracias» en silencio pero seguía pareciendo triste. Seguramente temía la conversación que teníamos pendiente pero sabía que debíamos hacerlo. Por su propio bien necesitaba contarme algo muy duro y yo tenía que escucharla. Si eso era lo que ella necesitaba para que pudiéramos seguir juntos, entonces escucharía lo que fuera.

—Pues pizza entonces. —Tuve que soltarle la mano para conducir, pero podía soportarlo. Por los pelos. Mi chica estaba justo a mi lado, en mi coche. Podía olerla y verla, hasta tocarla si alargaba la

mano; así de cerca se encontraba. Y, por primera vez en días, el constante dolor que invadía mi pecho desapareció.

Capítulo 15: CAPÍTULO 2 Capítulo 17: CAPÍTULO 4

 
14443124 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10759 usuarios