EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95078
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 21: CAPÍTULO 8

Capítulo 8

Recogerla del trabajo era algo que me gustaba hacer y hoy no iba a ser una excepción. Todo marchaba bien hasta que le llegó ese mensaje al móvil. Ahora estaba simple y llanamente desesperado por tenerla delante.

Conduje hasta el aparcamiento de Rothvale, estacioné y contemplé las puertas por las que saldría del edificio; seguía dándole vueltas a la conversación con mi primo desde que habíamos hablado y, para ser sinceros, había contaminado mi imaginación con toda clase de locuras.

Casarme..., ¡¿en serio?! ¿Qué tal una relación seria en la que no quedemos con otras personas, así para empezar?

La idea de casarme nunca había entrado en mis planes. Es solo que no veía algo así escrito en mi futuro, y nunca lo había hecho. La institución en sí me merecía el mayor de los respetos, pero lo más probable es que una persona con mi estilo de vida y mi pasado resultara casi con total seguridad un sonoro fracaso como marido. Había tanta mierda en mi pasado, que se remontaba hasta tan atrás, que me era muy difícil recordar la época en la que podría haberme convertido en una persona normal.

Mi hermana estaba casada, y muy feliz además, y tenía tres niños preciosos. Supongo que Hannah y Freddy eran un modelo al que aspirar, solo que yo nunca pensé en seguirlo. Mi hermana había elegido una vida casera y había bendecido a nuestro padre con nietos, y más que nada me había librado de tener que competir con ella. Es decir, Hannah lo había hecho tan bien que no había necesidad de que yo me sintiera presionado.

Decidí llamarla mientras esperaba a que saliera Bella. Sonreí cuando respondió al segundo tono.

— ¿Cómo está mi hermanito?

—Perdiendo la cabeza con el trabajo —le contesté.

—Ese no es el único motivo por el que estás perdiendo la cabeza, o eso he oído.

Hannah podía ser muy petulante y pesada cuando le apetecía.

—Así que papá te lo ha soplado, ¿verdad?

—Está muy preocupado por ti. Me dijo que nunca te había visto así, ni siquiera cuando volviste a casa después de la guerra.

—Mmm. No debería haber ido y decirle esas cosas. Soy un verdadero gilipollas por haberlo hecho. Ya le compensaré de algún modo. Bueno, ¿cómo le van las cosas a mi hermana mayor?

—Buen intento, Edward, pero no cuela. Mi hermano se enamora por fin de alguien ¿y piensas que voy a dejar escapar ese jugoso chisme? ¿Por quién me tomas? Los dos sabemos quién es el hermano más inteligente.

—No te llevaré la contraria en eso, Han —contesté a mi hermana con un suspiro.

—Vaya. De veras has cambiado, ¿eh?

—Sí, quizá lo haya hecho. Espero que sea para bien. Y papá puede dejar de preocuparse por mí, hemos vuelto a estar juntos, así que ya no soy el ser roto y desdichado que vio.

— ¿Has estado leyendo poesía, Edward? Pareces diferente.

—Sin comentarios —repliqué ignorando su sarcasmo—. Escucha, me preguntaba si podría llevarla a tu casa un fin de semana. Creo que a Bella le encantaría Halborough y me gustaría sacarla de la ciudad unos días. ¿Podríais Freddy y tú hacernos un hueco?

— ¿Para ti? ¿Para tener la oportunidad de conocer a la americana que ha transformado a mi frío e independiente hermanito pequeño en un sensiblero enfermo de amor y bebedor de cervezas mexicanas? No hay problema.

—Genial —contesté riéndome—. Hazme saber cuándo, Han. Quiero que la conozcáis todos, y tu preciosa casa rural sería el lugar perfecto para hacerlo. Además, echo de menos a los críos.

—Ellos echan de menos a su tío Edward. De acuerdo..., comprobaré las reservas y te diré cuándo. Está empezando a llenarse a medida que se acercan los Juegos.

—No hace falta que me lo digas. La ciudad entera se ha vuelto loca, ¡y todavía estamos en junio!

Colgamos y miré por la ventana mientras esperaba a Bella. Saqué su móvil de mi bolsillo y leí el mensaje que había arruinado mi, por lo demás, placentero día. Un tipo llamado Alex Craven del Museo Victoria and Albert, al que me habría encantado convertir en un eunuco, le había enviado el siguiente texto: «Bella, me ha encantado verte de nuevo hoy. Has estado genial con lo del Mallerton. Me encantaría llevarte a cenar y seguir discutiendo cómo podemos meterte en la plantilla. No sabía que eras modelo, pero ¡ahora que he visto tus fotos quiero que me cuentes más! Alex».

Seguro que me había hecho una herida en la lengua de tanto apretar los dientes. La imperiosa necesidad de contestar era algo que deseaba tanto que podía sentirlo junto al intenso sabor a sangre en mi boca, algo así como: Vete a la mierda, imbécil. Ya está pillada y su hombre te cortará las pelotas si se te ocurre imaginártela desnuda. Fdo.: Edward y su enorme cuchillo. Por supuesto, no lo hice, pero por los pelos.

Dios, ¿cómo controlarme? No era nada bueno en ese tipo de cosas. Los celos son una mierda y con Bella los tendría en abundancia. Era de esperar porque ella era muy atractiva y además se exponía. Necesitaba que me proporcionara más seguridad y estaba convencido de que ella aún no se encontraba preparada para darme nada más.

Abrió la puerta del copiloto y entró, desplomándose sobre el asiento, con el rostro encendido a causa de la carrera que se había dado bajo la ligera llovizna que había comenzado a caer cuando aparqué. Sonrió y se inclinó hacia mí para besarme.

—Bueno, aquí estás —le dije al tiempo que la estrujaba. Tenía la piel un poco fría, pero sus labios emanaban calor y suavidad para mí. « ¡Sí, joder, para mí!».

Poseí su boca y sostuve su rostro contra el mío, reclamándola para mí hundiendo la lengua hasta el fondo para que pudiera sentir cuánto la deseaba. En un primer momento ella permitió el ataque y yo no aflojé hasta que soltó un chillido, haciéndome ver que tenía que retroceder.

—Perdona, ha sido un poco bestia —dije, y al tiempo le puse mi mejor cara de escarmentado.

Le cambió la cara y aprecié en sus ojos esa mirada indagadora. Dios, estaba guapísima. No me extraña que a imbéciles llamados Alex les excitara verla desnuda. A mí me excitaba verla desnuda. ¡Como para follármela ahora mismo! Hoy tenía el pelo suelto y llevaba una chaqueta de color verde oscuro y una bufanda. Lucía unos colores preciosos, que realzaban el verde y el avellana de sus ojos, y unas gotas de lluvia salpicaban su cabello.

—Edward, ¿qué pasa?

— ¿Qué te hace pensar que pasa algo?

—Una buena corazonada —sonrió burlona—, y el morreo me lo ha confirmado.

—Solo te echaba de menos, eso es todo —dije negando con la

cabeza—. ¿Cómo ha ido el almuerzo con esos colegas a los que querías impresionar?

—Ha ido genial. Tuve que hablar sobre la restauración de lady Perceval, y la verdad es que les he dado algo que va a hacer que me recuerden. Espero que salga algo de ello. Quizá suceda. —Sonrió—. Y te lo debo todo a ti.

Me dio un beso en la boca y sostuvo mi barbilla en su mano. Yo traté de devolverle la sonrisa. Creía haberlo hecho, pero al parecer disimular mis sentimientos se me daba tan mal como lidiar con mis celos. «Oh, sí, saldrá algo de esto, cariño. Que Alex Craven se empalmará y recordará tus fotos desnuda, ¡y no a la entrañable lady Perceval sosteniendo su precioso y extraño libro! Las fotos de Mallerton pueden irse a la mierda, ¡lo que él quiere es a Bella Swan sobre su polla!».

— ¿Me vas a decir lo que te pasa? —preguntó suspirando—. Acabas de gruñir y estoy segura de que eso no es el signo internacional para expresar felicidad y armonía —indicó. Parecía muy molesta conmigo.

—Esto te llegó hace un rato —contesté al tiempo que depositaba su móvil en su regazo con el mensaje en la pantalla.

Lo cogió y lo leyó, tragó saliva y me miró de perfil.

—Al ver esto te has puesto celoso —afirmó sin preguntar.

Asentí. Le soltaría todo lo que pienso ya que teníamos esa conversación.

—Quiere follar contigo.

Todos los hombres quieren después de ver tus fotos. No era tan idiota como para decirle eso, pero, colega, tenía derecho a pensarlo si quería. ¡Era la cruda verdad!

—Lo dudo mucho, Edward.

—Entonces ¿es gay?

—No creo que Alex sea gay —respondió encogiéndose de hombros—, pero en realidad no lo sé.

—Entonces sí o sí quiere follar contigo —dije en tono grave mientras miraba hacia la ventana, ahora cubierta de lluvia, creando una atmósfera en perfecta sintonía con cómo me sentía.

—Edward, mírame.

El tono de su orden me impactó sobremanera. Y me puso cachondo.

Me quedé mirando a la chica que había llegado a significar tanto para mí en tan poco tiempo, y me pregunté qué querría decirme. No

sabía cómo compartirla, o cómo no estar celoso, o cómo ser la elegante pareja de una modelo de desnudo artístico con la que otros hombres babeaban o con la que tenían fantasías sexuales. De verdad que no sabía cómo ser ese hombre.

—Alex Craven no es un hombre.

Bella apretó los labios para no reírse a carcajadas. No importaba. Me sentía lo bastante aliviado como para aceptar sus burlas e incluso más.

—Ah —conseguí balbucir, sintiéndome muy, muy idiota—, bueno, entonces deberías ir a cenar con Alex Craven y te desearé toda la suerte del mundo, nena. Parece que ella quiere contratarte de verdad —dije asintiendo.

—Te preocupas demasiado, cariño —comentó después de reírse de mí.

Me incliné hacia sus labios pero sin llegar a tocarlos.

—No puedo evitar preocuparme, y me encanta cuando me llamas «cariño».

La besé de nuevo, pero esta vez no como un Neanderthal, sino como debería haberla besado en un primer momento. Deslicé mis dedos por su cabeza e intenté mostrarle cuánto significaba para mí. Me separé lentamente, mordiendo su labio inferior, bajando la mano por su cara y por su cuello.

—Quiero llevarte a casa, ahora. A la mía. Lo necesito... con urgencia.

Espero que entendiera que esa era mi forma de requerirla. Le había pedido que se trajera ropa suficiente para unos días, pero no estaba seguro de que al final lo hubiera hecho. La quería a mi lado todo el tiempo. No podía explicarlo sino como un profundo deseo..., una necesidad de tenerla junto a mí, para hablar y tocarnos. Y para follar. Eso me convertía en un jodido necesitado, pero ya no me importaba, y contenerme y no exigirle tanto me resultaba casi imposible.

—De acuerdo, esta noche en tu casa.

Hundió los dedos de su mano entre mi cabello, mientras me inspeccionaba una vez más con sus inteligentes ojos. Juro que podía leerme como un libro abierto, y me pregunté incluso por qué me soportaba. Tenía la esperanza de que se debiera a que ella estaba empezando también a quererme, pero detestaba pensarlo mucho porque siempre llegaba a: « ¿Y si no me quiere?».

—Gracias.

Le cogí la mano y la conduje desde donde estaba hasta mis labios para besarla. Alcé la vista para ver su reacción y me hizo muy feliz ver que sonreía. Yo le sonreí a su vez y puse el coche en marcha. Era hora de llevar a mi chica a casa, a solas, donde podría poner en práctica todas las cosas que en realidad quería hacer con ella.

El pollo al parmesano que saboreaba en mi boca estaba cocinado a la perfección: la carne jugosa, una salsa excelente, las especias, aunque la acompañante que se sentaba al otro lado de la mesa era todavía mejor.

Había estado observando cómo cocinaba mientras yo trabajaba con mi portátil. Más o menos. Fui y me instalé en la barra de la cocina, y no podía evitar mirarla y sonreírle de vez en cuando. Disfrutaba mucho con los ruidos que hacía cocinando. Me provocaba una sensación agradable, unida a los deliciosos aromas de una estancia en la que rara vez pasaba mucho tiempo. Los aromas de la cena que Bella estaba preparando con sus dulces manos.

Jodidamente sexy, si me preguntas.

Era diferente a lo que Annabelle hacía por mí: una empleada que limpiaba y cocinaba y metía los platos con su etiqueta en el frigorífico. Esto era algo real. Algo que la gente hacía porque le importaba, no porque les pagaran por ello.

Tener en mi casa a una mujer cocinando para mí era algo que me resultaba ajeno. Pero estaba bastante seguro de que podría acostumbrarme a ello. Sí. Bella me había atrapado. Brillante, sexy, atractiva, formada, una cocinera buenísima, y todavía mejor en la cama. ¿He mencionado que además es sexy y atractiva? Pensé en cuando nos fuéramos a la cama más tarde.

Di otro bocado y degusté su sabor. Bella tenía el pelo recogido con una pinza y llevaba una camiseta de color rojo carmín con un pronunciado cuello en pico que hacía que mi vista se dirigiera hacia sus apetitosos pezones, que estaban bien duros y clamaban por mi boca. Algunos cabellos se habían deslizado de su pinza y descansaban sobre su magnífico escote. Mmmmm..., delicioso.

—Me alegra que pienses eso. En realidad es muy fácil de preparar —dijo.

Contemplé su boca y sus labios mientras le daba un sorbo al vino, sorprendido de haber dicho eso en voz alta, y contento por que pensara que solo me refería a la comida.

— ¿Dónde aprendiste a manejar tan bien las pollas? —Musité—, quiero decir, ¡las ollas! —Puso los ojos en blanco y movió la cabeza. Yo le sonreí y le guiñé un ojo—. Se te dan ambas cosas muy bien, amor, tanto mi polla como mis ollas.

—Idiota —gruñó—. He visto programas de cocina en la tele y he aprendido. Mi padre me dejó que experimentara con él después de divorciarse. Puedes preguntarle sobre cuando empecé a manejar las ollas —rio, pinchando otro pedazo de la cena y metiéndoselo en la boca—, pero ¡mejor no le preguntes por cuando empecé a manejar tu polla!

Me reí e incliné la cabeza.

—Entonces ¿no se te daba tan bien como la cena que me has hecho esta noche?

—Ni de lejos. Mis primeros intentos fueron horrorosos, y mi padre lo pagó. Aunque nunca se ha quejado.

—Tu padre no es idiota, y te quiere muchísimo.

—Me alegra que hayáis hablado largo y tendido. A él de verdad que le caes muy bien, Edward. Te respeta mucho —dijo sonriéndome.

—Ah, bueno, yo pienso lo mismo de él —repuse, dudando si sacar a colación a su madre, pero pensé que debía hacerlo—. Tu madre en cambio no creo que se quedara muy impresionada hoy conmigo. Perdóname. Pensé que lo mejor era presentarme yo mismo y contarle qué estaba haciendo en tu vida, aunque bien es verdad que podría haber tenido más tacto.

—No pasa nada —dijo negando con la cabeza—. En realidad me comentó que le alegra que me cuides, y que parecías decidido a asegurarte de que no me pasara nada... —Capté el titubeo de su voz, y lo único que quería era tranquilizarla, pero esperé a que acabara—. Sin embargo, piensa que estás obsesionado conmigo —explicó Bella mientras jugueteaba con el pollo.

—Fui muy directo con ella, es cierto —repliqué encogiéndome de hombros—. Le dije lo que siento por ti.

—También me lo contó —respondió sonriéndome—. Muy valiente por tu parte, Edward.

—Decirles la verdad no es valiente, es lo mínimo. —Negué con la cabeza—. Es importante que tus padres sepan que no me limito a proteger a su hija —añadí, y a continuación extendí mi mano hacia ella—. Es importante que tú también lo sepas, Bella, porque para mí eres mucho más que eso.

Puso su mano sobre la mía y yo la apreté, cerrando mis ojos al

tiempo que mis dedos rodeaban los delicados huesos de su mano. La misma mano adorable que había cocinado mi cena esta noche, y me había hecho el nudo de la corbata por la mañana. La misma mano que acariciaría mi cuerpo cuando la llevara a la cama y la tumbara encima, de aquí a un ratito.

—Tú también lo eres para mí, Edward.

Sentí cómo ese afán de posesión se apoderaba de mí una vez más. Juro que funcionaba como un interruptor. En principio estaba llevando la situación bastante bien, o eso pensaba, y entonces de repente alguien decía algo, o se hacía alguna alusión, y pam, entraba en el modo «necesito follarte ahora».

Sus palabras eran todo lo que necesitaba escuchar. Me levanté de la silla y la llevé conmigo, cogiéndola en brazos y sintiendo cómo sus largas piernas rodeaban mi cintura de forma que pudiera llevarla del comedor a mi habitación.

Ella sostuvo mi cara entre sus manos y me besó durante todo el recorrido. Yo no me quejé. Me encantaba cuando se excitaba así. Y Bella sabía cómo hacerlo.

Gracias. Joder.

Le quité la camiseta y los pantalones, sin esperar a los preliminares de desnudarse lentamente; necesitaba ver su cuerpo antes de perder el control. Llevaba un sujetador violeta y un tanga negro.

— ¿Qué intentas hacer conmigo, mujer, matarme? —gemí encima de ella.

—Jamás —susurró después de sonreír y mover su cabeza de un lado a otro.

Me incliné y la besé despacio y con dulzura ante esa respuesta, pero mi corazón latía con fuerza, rápido. Dios, me encantaba cómo era conmigo, tan dulce y seductora, aceptando lo que le daba.

Me encantaban tantas cosas de ella...

Giré su cuerpo sobre su tripa, desabroché su precioso sujetador y me deshice de su tanga. La contemplé y solté aire, mientras mis manos descendían sin premura hacia su espalda, sus caderas, las nalgas de su precioso trasero, y entonces de nuevo subí.

Una vez que estuvo desnuda, me calmé y fui más despacio. Me quedé con la ropa puesta y me tumbé a su lado. Giró su cara hacia la mía y nos quedamos mirándonos el uno al otro.

Estiré la mano hacia la pinza del pelo y se la quité, dejando caer su cabello sobre su espalda y sus hombros. Bella tenía el pelo largo

y sedoso. Me encantaba tocarlo y deslizar mis dedos entre sus mechones. Me encantaba cuando caía sobre mi pecho mientras estaba encima de mí y se ocupaba de mi sexo. Me encantaba agarrar un buen mechón de su pelo y sujetarla mientras la follaba hasta que tenía un orgasmo devastador y gritaba mi nombre.

Pero esa noche no hice nada de eso. En su lugar me ocupé de ella despacio y con cuidado, llegando a todos los lugares que debía con mi lengua y mis dedos, haciendo que se corriera una y otra vez antes de desnudarme y que mi sexo ahondara en ella.

Nos compenetramos a la perfección. El sexo con ella me transportaba muy lejos, a facetas de mí mismo remotas y complejas, y aunque Bella no fuera consciente de ello, yo sí lo era. Ni siquiera sé qué le decía durante los momentos más álgidos. Le digo todo tipo de cosas porque a ella le gusta que diga obscenidades. Eso me hizo saber. Y es algo muy bueno porque no lo puedo evitar. El filtro entre mi cerebro y mi boca es casi inexistente.

Seguía sin saber qué le había dicho después del explosivo orgasmo. Me había dejado tan exhausto que empecé a quedarme dormido todavía enterrado en ella, esperando que me dejara quedarme un rato más.

Pero lo averigüé cuando ella me dijo:

—Yo también te quiero.

Abrí los ojos de repente y me quedé mirando en la oscuridad, agarrado a ella. Y jugué con el sonido de esas palabras una y otra y otra vez.

Joder. Van a hacerlo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras un miedo que jamás había experimentado despertaba la adrenalina almacenada en mis venas y la distribuía por todo mi cuerpo. Había estado esperando que esto pasara. Muy dentro de mí era consciente de que sucedería, pero en aras de mi cordura lo había alejado de mí. Negarlo funcionó un tiempo, pero ahora ese tiempo había expirado.

— ¿Estás preparado? —me preguntó.

El ser que formulaba la pregunta era el mismo al que quería destripar y dejar que se desangrara poco a poco. Aquel que hablaba sobre ELLA. El que amenazaba todo el tiempo con hacerle daño.

Joder, ¡NOOOO!

Movía la cabeza mientras avanzaba hacia mí, su rostro acercándose, el humo de su cigarrillo de liar con olor a clavo formando

remolinos y tentándome, haciéndome la boca agua. Es curioso que pudiera desear así un cigarrillo en un momento como ese, pero así era. Le habría arrancado el puto cigarrillo de la boca y lo habría metido en la mía de haber podido.

Alguien detrás de mí me inmovilizó los brazos y me tapó la nariz. Yo intenté contener la respiración y morir así, pero mi cuerpo me traicionó. Durante el segundo que cogí aire, algo repugnante descendió por mi garganta. Yo intenté impedir que la sustancia descendiera, pero una vez más mi cuerpo asumió el control de manera instintiva para que siguiera respirando. Qué irónico. Me estaban drogando para luego matarme..., de modo que no tratara de resistirme..., de modo que pudieran grabar mi muerte y enseñársela a todo el planeta.

No. No. ¡No!

Forcejeé como pude, pero él sencillamente se reía de mis esfuerzos. Sentía que se me saltaban las lágrimas pero estaba seguro de que no estaba llorando. Nunca lloraba.

Él dio la orden a gritos y entonces la vi. La cámara. Un subordinado la colocó en un trípode mientras yo miraba y dejaba manar las lágrimas a medida que el opio comenzaba a hacerme efecto.

Me di cuenta de que realmente estaba llorando.

Pero no por las razones que ellos pensaban. Lloraba por mi padre y por mi hermana. Por mi chica. Todos verían cómo me hacían... esto. El planeta entero lo vería. Ella lo vería.

—Preséntate —me ordenó. Yo negué con la cabeza e hice gestos hacia la cámara.

— ¡Nada de vídeo! ¡Nada de vídeo, cabrón! ¡Nada de un puto vídeo!

El revés que me propinó en la boca fue tan brutal que el golpe me hizo callar. Le gritó otra orden al hombre que portaba la cámara, que apuntó el objetivo a mi placa de identificación y leyó en un pobre inglés:

—Cullen, E, capitán del Servicio Aéreo Especial. Dos, nueve, uno, cinco, cero, uno.

Volvió a caminar hacia mí, esta vez al tiempo que sacaba de su funda un khukri, un machete nepalí. La hoja era curva y estaba bien afilada. Incluso con mí cada vez más debilitada capacidad para reaccionar, fruto de la droga, podía ver que la habían preparado para el trabajo que estaba a punto de acometer.

Pensé en mi madre. Toda mi vida había querido tener una, y ahora más que nunca. No fui valiente. Tenía miedo a morir. ¿Qué le pasaría a Bella? ¿Quién la protegería de ellos una vez que yo no estuviera?

Oh, Dios...

—Nada de vídeo, nada de vídeo, nada de vídeo, nada de vídeo. —Eso era todo lo que podía murmurar. Y si ese sonido ya no era comprensible a través de mi boca, entonces sería la última cosa que pasaría por mi cabeza junto con: «Lo siento mucho, papá. Hannah. Bella. Joder, lo siento mucho...».

— ¡Edward! Amor, despierta. Es una pesadilla. —La voz más dulce del planeta llegó a mis oídos y las manos más suaves del mundo me tocaron.

Me erguí de golpe jadeando, recuperando la conciencia, que me llevaba a un estado de alerta total. Sus manos se alejaron de mí cuando le di un golpe al cabecero de la cama y traté de coger oxígeno. Pobre Bella, tenía los ojos abiertos de par en par y parecía aterrada mientras se recostaba conmigo en la cama.

— ¡Dios, joder! —jadeé cuando me di cuenta de dónde me encontraba.

¡Respira, coño!

Me había pasado esto muchas veces. Solo estaba en mi cabeza. No era real. Pero ahí estaba, sentado, perdiendo la cabeza por completo delante de mi chica. Esto debía de asustarle muchísimo, y lo lamentaba sobremanera. Me entraron ganas de vomitar.

Ella extendió de nuevo la mano hacia mí y su tacto sobre mi pecho me calmó y me trajo de vuelta al presente. Bella se hallaba muy cerca de mí, en la cama, y no en ese jodido sueño. Seguía arrastrándola a mis pesadillas. ¿Por qué demonios hacía eso?

Se aproximó más a mí y yo apreté su mano contra mi pecho con fuerza, pues necesitaba su tacto como un salvavidas.

— ¿Qué ha sido eso, Edward? Estabas gritando y te movías agitado por toda la cama. No podía despertarte...

— ¿Qué decía? —la interrumpí.

—Edward... —dijo con suavidad mientras alargaba la mano hacia mi cara y me acariciaba la mandíbula con los dedos.

— ¿Qué decía? —grité al tiempo que le agarraba la mano y la mantenía apartada de mí, sintiendo cómo me entraban arcadas al pensar en lo que podría haber salido de mi boca.

Ella se echó hacia atrás sobresaltada y se me rompió el corazón en mil pedazos por haberla asustado, pero necesitaba saber lo que había dicho. Me quedé mirándola en la oscuridad e intenté coger bastante oxígeno para llenar mis pulmones. Un ejercicio casi inútil no obstante. No había suficiente aire en todo Londres para mí en ese momento.

—Decías una y otra vez: «Nada de vídeo». ¿Qué quiere decir eso, Edward?

La sábana se había caído y la tenía por su cintura, así que dejaba al descubierto sus hermosos pechos desnudos a la luz de la luna que se colaba por los tragaluces. Advertí cautela en sus ojos mientras liberaba su mano de la mía y no me gustó nada. La solté.

—Lo siento. A..., a veces tengo pesadillas. Perdona por haberte gritado. —Me levanté de la cama de golpe y fui al baño. Me incliné sobre el lavabo y dejé que el agua corriera por mi cabeza, me enjuagué la boca y bebí del grifo. Joder, necesitaba poner en orden mi mente. Esto no era nada bueno. Tenía que ser fuerte por ella. Toda esa mierda ya era historia y estaba enterrada en lo más profundo de mi pasado. No era bienvenida en mi presente, y mucho menos en mi futuro con Bella.

Sus brazos me rodearon por detrás. Podía sentir a Bella desnuda contra mi espalda y eso despertó a mi verga. Apretó sus labios contra mis cicatrices y las besó.

—Háblame. Cuéntame qué era eso. —Su voz suave portaba la fuerza de una determinación de acero, pero de ninguna manera podía mezclarla en esta mierda de la tortura.

De ninguna manera la voy a hacer partícipe. No a alguien tan inocente como ella.

—No, no quiero hacerlo. —Alcé la vista al espejo que descansaba sobre el lavabo y me vi, con el agua goteando por mi pelo, los brazos de Bella rodeándome y sus manos descansando sobre mi pecho, donde mi corazón latía sin piedad fruto de una terrible pesadilla. Todavía me sujetaba, sosteniendo mi corazón entre sus hermosas manos. Me había seguido hasta aquí para tranquilizarme.

— ¿Qué vídeo, Edward? No parabas de gritar algo de un vídeo.

— ¡No quiero hablar de ello! —respondí, y cerré los ojos al escuchar el tono de mi voz contra ella, odiando la rabia que contenía, odiando que tuviera que verme así.

— ¿Era por mí? ¿Por mi vídeo? —Preguntó al tiempo que retiraba las manos y las alejaba de mí—. Dijiste que no lo habías visto.

—Pude apreciar su voz herida, e imaginé lo que estaba pasando por su mente. No podía hallarse más equivocada.

Entonces perdí total y absolutamente los nervios, asustado ante la posibilidad de que no me creyera, aterrorizado por que me dejara otra vez. Me giré y la apreté fuerte contra mí.

—No, nena. No es eso. Por favor. No es eso. Soy yo, algo del pasado..., un momento horrible en la guerra.

—Pero no me lo vas a contar... ¿Por qué no puedes decirme qué te pasó? Tus cicatrices..., Edward... —Intentó apartarse de mí, poner distancia entre los dos, pero ni de coña iba a permitirlo.

—No, Bella, te necesito. No me apartes de tu lado.

—No lo...

Interrumpí sus palabras aplastando mi boca contra la suya, poseyéndola con mi lengua tan hondo que todo lo que ella pudo hacer fue aceptarla. La cogí y di tumbos hacia la cama. Tenía que estar dentro de ella, en todos los sentidos. Necesitaba ratificar que ella se hallaba aquí, que yo estaba vivo, que ella estaba a salvo bajo mi cuidado, que yo estaba vivo..., que ella estaba a salvo..., que yo estaba vivo...

—Nena, eres tan guapa y me haces tanto bien... Lo eres todo para mí, ¿de acuerdo? Dime que me deseas —balbuceé mientras separaba sus piernas con mis rodillas y metía dos dedos dentro de su sexo, húmedo y caliente. Empecé a acariciarlo, moviendo el semen de antes por su clítoris, sintiendo cómo le gustaba.

Te deseo, Edward —respondió con la voz entrecortada, con su sexo cada vez más excitado para mí, listo para recibirme.

Dios, tenía que luchar para no perder el control cuando se volvía tan sumisa conmigo. Era lo que más me excitaba, aunque en realidad ella era la primera persona con la que funcionaba así.

—Dime que me dejarás poseer cada rincón de tu cuerpo. Cada parte. ¡Lo quiero todo, Bella!

—Te dejaré —gritó—. Aquí me tienes.

Me lancé contra su boca otra vez y hundí mi lengua bien profundo, mientras mis dedos se movían dentro de su sexo, poniéndola más húmeda aún.

—Tu boca es mía cuando envuelves mi polla con esos labios de frambuesa y me la comes.

Se movía debajo de mí. Me arrastré desde sus labios para lanzarme a su pezón. Lo mordí lo suficiente como para arrancarle un gemido, y entonces lo lamí, para luego hacer lo mismo con el otro

pezón.

—Tus preciosas tetas también me pertenecen. Cuando las muerdo y las lamo y te vuelves loca.

—Oh, Dios...

Bajé por su cuerpo, con mis dedos todavía dentro de ella, deslizándolos por su clítoris, llevándola al borde del orgasmo.

—Este coñito tan dulce me pertenece a mí cuando lo lleno con mi polla y me corro dentro susurré más obscenidades, y estaba seguro de que se estaba excitando cada vez más.

Ella se sacudía y movía la cabeza de un lado a otro, y me encantaba hacer que se pusiera así de salvaje.

Pasé la lengua por su clítoris, mordiéndoselo incluso, pellizcando sus labios hasta que la escuché gritar y pasé a hacerlo de forma más suave, con cuidado, tocándola con delicadeza, excitándola más y más.

— ¡Necesito más! ¡Fóllame, Edward!

Oh, sí, estaba más cachonda.

Joder, por fin tenía a mi chica justo donde la quería. Me volví loco con su esencia por toda mi lengua, mi sabor, su olor, su calor y ¡con el sexo apasionado y sudoroso!

—Puedo darte más, nena. Quiero darte mucho más. Saqué mis dedos de su vagina y los deslicé hacia su otro agujero, bordeándolo con mi dedo índice, completamente empapado. Cogió aire y contuvo la respiración. Levanté la cabeza y le recorrí el cuerpo, apoyado en un brazo y dejando la otra mano libre para explorar. Metí solo la punta de mi dedo y la miré a los ojos. Tenía un aspecto salvaje, con los ojos echando fuego—. Quiero hacértelo por aquí, Bella. ¿Dejarás que te folle tu precioso culito? —dije contra sus labios temblorosos, mordiendo el inferior, con la punta del dedo todavía haciendo círculos, en espera de su respuesta.

— ¡Sí! —contestó con un susurro brusco, así que era evidente que estaba de acuerdo.

Me aparté y la puse bocabajo. Alcé sus caderas y separé bien sus piernas para poder acceder a ella de rodillas. Estaba impresionante. Toda abierta para mí, expectante, solícita, sobrepasando la perfección.

Con la mano en mi pene, moví la punta por su sexo empapado, frotándola por su clítoris una y otra vez, llevándola más cerca del orgasmo y con mi polla bien lubricada.

—Mmmmm —gemí mientras colocaba la punta en su estrecho agujerito—. Eres tan jodidamente perfecta... Empujé y la penetré

solo con la punta de mi sexo, tratando de abrírselo un poco, y pensé que podía perder el control y eyacular antes de metérsela.

Se puso tensa y arqueó el cuerpo debido a mi invasión, de modo que aflojé en el acto y posé mi mano en la parte inferior de su espalda para tranquilizarla.

—Tranquila..., relájate, nena.

Se quedó quieta y respiró hondo, esperándome, sometiéndose a mis deseos, lista para que la poseyera y tan contraída que me aferraba la punta de mi verga, a punto de estallar. No quería hacerle daño, pero, por Dios, me ponía a mil, ahora que estaba a punto de reclamar el último lugar donde podría fundirme en ella.

Se estremeció debajo de mí.

—Estás a punto de hacer que me corra, nena. Mato por hacerlo, pero quiero que lo hagas tú primero. ¡Voy a hacer que te sientas muy bien!

— ¡Edward, haz que me corra, por favor! Se contoneaba contra la punta de mi verga, preparada para recibirla entera. Me di cuenta de que me dejaría hacerlo aunque le hiciera daño, puesto que era una amante muy generosa.

¡Santo cielo, ayuda!

Tuve que reunir todas mis fuerzas para no hundirme dentro de esa parte de su cuerpo tan abierta y misteriosa que aún tenía que reclamar. Quería hacerlo. Necesitaba hacerlo. Pero, sobre todo, quería y necesitaba cuidarla. Sabía que iba a dolerle y que ella no estaba en absoluto preparada. Tendríamos que trabajar en ello, algo que anhelaba. Como todo lo que hacíamos por primera vez juntos. Ahora mismo estaba totalmente fuera de mí y este no era el momento para empujarla a tener sexo anal por primera vez.

—Bella..., te quiero mucho —susurré contra su espalda, apuntando hacia abajo con mi verga para buscar su sexo. Lo tenía tan caliente que ardía al tacto. Escuché mi propio grito cuando entré de golpe en ella y empecé a follarla. Mis manos sujetaban sus caderas con fuerza y tiraban de su espalda con violencia hacia mi verga, una y otra y otra vez, y el ruido de nuestros cuerpos chocando entre gemidos de puro placer tomó el control.

Estuvimos haciéndolo mucho tiempo. Necesitaba expulsar de mi interior ese terrible sueño, y follar era una forma de conseguir que eso ocurriera. Si puedes follar es que estás vivo. Era de una lógica aplastante muy difícil de rebatir.

Además había sido sexo duro, incluso para nosotros. Y Bella

podía hacerlo conmigo. Lo había hecho antes y lo haría de nuevo porque jamás la dejaría marchar. Jamás. No podía imaginarme haciendo con otra persona lo que acababa de hacerle a ella. Sabía que sería incapaz.

Lo entendí más tarde, en la oscuridad, después del sexo maravilloso que habíamos tenido, y después de que ella cayera en un profundo sueño a mi lado. Se había corrido tantas veces que cayó exhausta una vez que decidí parar. No obstante, en ningún momento me pidió que parara. Mi chica se entregaba a mí y no me presionaba para que le diera respuestas. Y yo se lo agradecía porque no quería hablar sobre nada de eso todavía. Mis heridas se encontraban aún muy en carne viva después de mi pesadilla.

Quería encender un cigarrillo pero me negué a ello. Me sentía mal por ella. Estaba mal obligarla a aspirar ese humo insalubre y no lo volvería a hacer con ella cerca.

Observar cómo dormía después de esa sesión, ver su respiración armoniosa, sus largas pestañas descansando sobre sus pómulos, su cabello arremolinado de manera salvaje sobre la almohada... me dejaba por completo sin aliento. Sabía que por fin había encontrado a mi ángel y me aferraría a ella con todo mí ser.

Solo fue producto de un sueño...

Ella me salvó de la completa locura de mi tormento. Me hacía desear cosas que nunca antes había deseado. Estaría dispuesto a matar si tuviera que hacerlo con tal de mantenerla a salvo. Me moriría si algo le ocurriera alguna vez.

Al final pude quedarme dormido de nuevo, y se debió solo a que ella estaba ahí conmigo.

Capítulo 20: CAPÍTULO 7 Capítulo 22: CAPÍTULO 9

 
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