EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95064
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 24: CAPÍTULO 11

Capítulo 11

 

¡Esa será la tía Marie! Edward, ¿puedes abrirle? Estoy muy liada aquí. —Bella hizo un gesto con nerviosismo que indicaba los últimos preparativos de la cena en la cocina.

—Ya voy yo. —Le lancé un beso al aire—. Empieza el espectáculo, ¿eh?

Ella asintió con la cabeza. Estaba guapísima como siempre, con su falda larga negra y su suéter violeta. El color le quedaba muy bien y, como ahora sabía que era su favorito, tuve que creer en mi suerte por aquella primera vez que le mandé las flores violetas.

Todo o nada, nena.

Le abrí la puerta a una encantadora mujer de la que tan solo sabía que era la tía abuela de Bella. Hermana de su abuela por parte de madre. Pero la persona que sonreía en mi puerta no tenía nada que ver en absoluto con una abuela. Con su piel tersa y su pelo rojo oscuro, parecía joven y elegante y bastante… atractiva para una mujer que no podía tener menos de cincuenta y cinco años.

—Tú debes de ser Edward, del que tanto he oído hablar —dijo con acento americano.

— ¿Y usted debe de ser la tía de Bella, Marie? —Vacilé por si estaba equivocado. En serio, las mujeres de su familia eran impresionantes. Pensé en lo guapa que debía de ser la madre de Bella.

Se rio de un modo encantador.

—No pareces muy seguro de eso.

La hice pasar y cerré la puerta.

—Para nada. Es que esperaba a su tía abuela, no a su hermana mayor. Bella está muy ocupada en la cocina y me ha mandado a recibirla. —Le tendí la mano—. Edward Cullen. Es un gran placer para mí, tía Marie. Escucho a Bella alabarla todo el tiempo y estaba deseando conocerla.

—Oh, por favor, llámame Marie —dijo, y me dio la mano—, eres un adulador, Edward. ¿Su hermana, hummmm?

Me reí y ella se encogió de hombros.

— ¿Demasiado halagador? No lo creo, y bienvenida, Marie. Te

agradezco que hayas sacado tiempo para acompañarnos esta noche.

—Gracias a ti por la invitación a tu preciosa casa. No veo a mi sobrina tanto como quisiera, así que esto es un extra. Y tu comentario ha sido muy amable aunque fuese un tanto adulador. Tienes mi voto, Edward. —Me guiñó el ojo y creo que me conquistó en ese preciso instante.

Bella salió de la cocina y abrazó a su tía. Me sonrió feliz de oreja a oreja por encima del hombro de Marie. Estaba claro que cualquiera que fuesen los problemas que tenía con su madre, no los tenía con Marie y me alegré mucho. Todo el mundo necesita a alguien que le dé amor incondicional. Se dirigieron a la cocina y yo fui a poner orden a las bebidas antes de que volviera a sonar el timbre. Sonreí al imaginarme lo que mi padre pensaría de Marie cuando la viera. Sabía que ella era viuda sin hijos, pero con su belleza debía de haber una larga cola de hombres pidiéndole a gritos una oportunidad. Estaba deseando que Bella me contara la historia.

Black y Alice fueron los siguientes en llegar y, como ya conocían a Marie, todo lo que tuve que hacer fue preparar las bebidas y pasárselas. Black y yo habíamos acordado una especie de tregua, y con Alice ocurría algo parecido. A todos nos importaba Bella y queríamos que fuera feliz. No me hacía mucha ilusión que le hiciera fotos, pero la única razón por la que podíamos ser amigos era que él fuese gay. En serio, sé que tengo un problema, pero si fuese heterosexual y le hiciese fotos desnuda a Bella no estaría en mi casa ahora mismo.

Una vez que Emmett y Rose aparecieron, me sentí un poco más a gusto en mi propia casa. Jacob fue a la cocina a ayudar a Bella y Marie, mientras que Alice y Rose parecían hacer buenas migas hablando de libros; de uno en concreto que estaba de moda sobre un joven multimillonario obsesionado con una chica más joven… y sobre sexo. Con cientos de escenas eróticas, por lo visto en todas las páginas del libro.

Emmett y yo nos miramos compasivos el uno al otro y no tuvimos nada que añadir a la conversación. Quiero decir, ¿quién lee esa basura? ¿Quién tiene tiempo? ¿Por qué leer sobre sexo cuando lo puedes estar practicando? No lo entiendo. ¿Y multimillonarios de veintitantos? Negué con la cabeza mentalmente y fingí estar interesado. Soy un cabrón.

Miré el reloj y, justo como un llamamiento, sonó el timbre. Mi padre, por fin. Salté de mi asiento y fui a abrir la puerta. El pobre Emmett

parecía estar deseando venir a la puerta conmigo.

—Papá, me estaba empezando a preocupar. ¿Por qué no pasas a conocer a mi chica?

—Hijo. —Me dio una palmada en la espalda, que era nuestro saludo estándar, y sonrió de oreja a oreja—. Estás más contento que la última vez que te vi. Hannah me ha dicho que vas a ir por Somerset de visita. Que vas a llevar a Bella.

—Sí. Quiero que todos se conozcan. Hablando de conocerse, ven, papá, está por aquí. —Le conduje hasta la cocina y me recibió la cara radiante de Bella, que acababa de ver a mi padre. Hizo que me diera un vuelco el corazón. Esto era importante. Conocer a la familia y causar una buena impresión. Querer que se llevaran bien al instante era muy importante para mí.

—Entonces esta debe de ser la encantadora Bella y su… ¿hermana mayor? —les dijo mi padre a Bella y a Marie.

— ¡Eh! ¡Me lo has quitado, papá!

—Es verdad —dijo Marie—. Tu hijo me ha dicho lo mismo cuando he llegado.

—De tal palo, tal astilla —replicó mi padre, sonriente y feliz entre Bella, Marie y Jacob.

—Mi padre, Carlisle Cullen. —Volví en mí para hacer las presentaciones oficiales y le acaricié la espalda a Bella de arriba abajo. Me preguntaba cómo se estaría tomando todo esto. Habíamos llegado tan lejos tan rápido que era más que un poco disparatado, pero, como dije antes, ya no podíamos cambiar nuestro camino. Íbamos a toda velocidad montaña abajo y no íbamos a parar por nada. Se apoyó en mi costado y le di un pequeño apretón.

Mi padre le cogió la mano a Bella y se la besó, tal como había saludado a las mujeres durante toda su vida. Le dijo lo encantado que estaba de conocer por fin a la mujer que me había conquistado y lo hermosa que era. Ella se ruborizó y le presentó a Marie y a Jacob. Me sorprendería si este viejo ligoncete no le besaba la mano a Marie también. Meneé la cabeza, sabía que esta noche iba a hacer la ronda por todas las mujeres que hubiera. Le pondría los labios encima a cualquier mano femenina que encontrara. Oh, y sí, Marie le pareció atractiva. Era obvio, por lo que estaba seguro.

—A ti no te voy a besar la mano —le dijo mi padre a Jacob cuando se la estrecharon.

—Si quieres puedes hacerlo —le ofreció Jacob para romper el hielo.

—Gracias, tío. Creo que le has dejado sin palabras —le dije a Jacob.

Bella me miró a mí y luego a mi padre.

—Ya sé dónde aprendió Edward eso que tanto me gusta de él de besar la mano, señor Cullen. Veo que le ha enseñado un maestro —le comentó con una preciosa sonrisa. Una sonrisa con el poder de iluminar una habitación.

—Por favor, llámame Carlisle, y ten un poco más de paciencia conmigo, querida, porque me voy a tomar otra libertad. — ¡Mi padre se inclinó y la besó en la mejilla! Ella se ruborizó algo más y sintió un poco de vergüenza, pero aún parecía contenta. Seguí acariciándole la espalda y esperé que no fuese demasiado… de todo.

—No te pases, viejo —dije, mientras negaba con la cabeza—. Mi chica. Mía. —La acerqué más a mí hasta que soltó una queja.

—Creo que lo pillan, Edward —repuso ella, con la mano en mi pecho.

—Vale, pues que nadie lo olvide.

—Es casi imposible que eso pase, amor.

Me ha llamado amor. Todo va bien, pensé, y me alegré de poder reírme de mí mismo ahora que nos habíamos propuesto socializar esta noche.

—Pollo Marsala…, mmmm. Bella, querida, ¿qué le has puesto? —Preguntó mi padre entre bocado y bocado—. Está delicioso.

—He utilizado vino de chocolate para sofreír el pollo.

—Interesante. Me encanta lo que le produce al sabor. —Mi padre le guiñó el ojo a Bella—. ¿Así que eres una gourmet?

—Gracias, pero en realidad no lo soy. Me divierte y aprendí a cocinar para mi padre cuando mi madre y él se separaron. Tengo unos maravillosos libros de cocina de Rhonda Plumhoff en mi libro electrónico. Vincula sus recetas con libros populares. Es famosa en mi país. Me encantan sus recetas.

Él ladeó la cabeza hacia mí.

—He criado a un chico listo.

—No soy idiota, papá, y ella sabe cocinar, pero yo no tenía ni idea de ese aspecto suyo al principio. Su primera comida conmigo fue una barrita energética, así que imagínate mi sorpresa cuando empezó a lanzar cacharros y a agitar cuchillos afilados en mi cocina. ¡Yo solo me mantuve alejado y me quité de en medio!

—Como he dicho, siempre fuiste un chaval espabilado —dijo mi padre con un guiño.

Todos se reían y parecían estar muy a gusto los unos con los otros, lo que me ayudó, pero aún me sentía nervioso por lo que tenía que decirles. No por la parte de la seguridad, que sabía cómo hacerlo y además muy bien; era el compartir la información en presencia de Bella lo que me ponía nervioso. No quería reducirla a un trabajo de seguridad cuando significaba muchísimo más para mí. Tampoco quería que la situación le afectara y se disgustara, y que eso volviera a perturbar nuestra relación. Era muy protector con ella. Sí, lo era, y no iba a pedir disculpas por ello, ni mis sentimientos iban a cambiar en ese aspecto. No podría soportar hacerle más daño con ese sórdido asunto y tampoco dejaría que lo hiciese nadie más.

Así que llegamos a un trato. Yo informaría a Jacob y a Alice al mismo tiempo en mi despacho mientras ella hacía de anfitriona con los demás, y luego sería el turno de Marie y de mi padre. De esa forma, Bella no tendría que estar allí y sentirse incómoda al ver la presentación de Power Point que había preparado con cronologías y fotos para que todos conocieran las caras y los nombres. Era importante que la gente más cercana a Bella conociese todos los detalles de quién, qué, dónde y lo que podía llegar a ocurrir. No existía un móvil político más serio que unas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Y el partido que quería aprovecharse de Bella trabajaría igual de duro que el partido que deseaba que no se supiera de su existencia. Yo no sabía de qué otra forma protegerla sin dar a conocer la información a las personas que importaban. Rose y Emmett ya estaban al tanto y Bella dijo que no le importaba si ellos y mi padre lo sabían. Los demás, por supuesto, ya conocían su historia.

Teníamos una sesión programada con la doctora Roswell para repasar algunas cosas como pareja. Accedí a hacerlo cuando ella me lo pidió. Bella aún tenía esa idea en la cabeza de que no podía quererla lo suficiente como para pasar por alto lo que había hecho con esos tíos en aquel vídeo. Como si ese vídeo la hubiese marcado para siempre como puta a los diecisiete años. Me daba mucha pena que se culpara a sí misma. Sin duda era un problema suyo, no mío, pero conseguir que se creyese que no la quería menos por aquella terrible agresión que tuvo que soportar era el verdadero obstáculo. Teníamos nuestras cosas en las que trabajar y ni siquiera habíamos arañado ligeramente la superficie de mis demonios. Y más de una vez me

había preguntado si no debería hablar con alguien sobre mis cosas. La idea de otra pesadilla hacía que me cagara de miedo. Y más el hecho de que Bella me viera otra vez así.

La observé con detenimiento durante toda la noche. En apariencia estaba preciosa y encantadora, pero supuse que por dentro lo estaba pasando mal conforme avanzaba la velada. En cuanto terminé con mi padre y con Marie fui enseguida a buscarla a la cocina, donde estaba preparando el café y el postre para nuestros invitados. Mantuvo la cabeza agachada aun cuando sabía que yo me hallaba allí. La arropé con mis brazos desde atrás y apoyé la barbilla encima de su cabeza. Era muy suave y su pelo olía a flores.

— ¿Qué tenemos aquí, querida?

—Bizcocho de chocolate y nueces con helado de vainilla. El mejor postre del planeta. —Su voz estaba apagada.

—Tiene una pinta increíble. Casi tan delicioso como tú esta noche.

Bella emitió un sonido y luego se quedó en silencio. Vi que se restregaba el ojo y entonces lo supe. Le di la vuelta y le cogí la cara con las manos. Odiaba cuando lloraba. No las lágrimas, sino la tristeza tras ellas.

—Tu padre… —No pudo terminar pero dijo lo suficiente. La estreché contra el pecho y la llevé al fondo de la cocina para que la gente no pudiera vernos y simplemente la abracé durante un minuto.

— ¿Te preocupa lo que piense? —Asintió con la cabeza apoyada en mí—. Te adora, como todos los demás. Mi padre no es un tipo al que le guste criticar. No es su forma de ser. Es feliz por verme feliz. Y sabe que lo que me hace feliz eres tú. —Volví a ponerle las manos a cada lado de la cara—. Tú me haces feliz, nena.

Ella levantó la mirada hacia mí con unos ojos tristes y hermosos que brillaron y se iluminaron al comprender mis palabras.

—Te quiero —susurró.

— ¿Ves? —Me di un golpe en el pecho con el dedo—. Un tío muy feliz.

Me besó en los labios e hizo que mi corazón latiera con fuerza.

—El postre… —comentó, y señaló hacia la encimera—, el helado se va a derretir.

Menos mal que ella se acordó, porque yo seguro que no lo habría hecho.

—Deja que te ayude con eso —dije—, cuanto antes lo sirvamos, antes se pueden ir a casa, ¿eh? —Empecé a coger los platos del

postre y a llevárselos a la gente. Otra cosa no, pero soy un hombre de acción.

Me desperté al notar bastante ruido y un movimiento irregular a mi lado. Bella estaba soñando. No daba la impresión de que fuera una pesadilla sino un sueño. Al menos eso era lo que me pareció. Se retorcía por la cama y abría y cerraba las piernas. Se agarraba la camiseta y arqueaba el cuerpo. Debía de estar teniendo un sueño muy bonito. ¡Y más vale que fuera yo al que se estaba tirando en su fantasía!

—Nena. —Le puse la mano en el hombro y la zarandeé un poco—. Estás soñando…, no te asustes. Soy yo.

Sus ojos se abrieron de repente y se incorporó de inmediato, escrutando alrededor de la habitación hasta que su mirada se fijó en mí. Dios, estaba salvajemente hermosa con el pelo cayéndole por los hombros y el pecho jadeante.

—¿Edward? —Extendió la mano.

—Estoy aquí mismo, nena. —Le cogí la mano—. ¿Estabas soñando?

—Sí…, era raro. —Bajó de la cama y se metió en el baño. Escuché el agua correr y el sonido de un vaso al dejarlo en la repisa. Esperé en la cama a que volviera y tras un par de minutos lo hizo.

Vaya. Que. Si. Lo. Hizo.

Salió caminando de manera provocativa y completamente desnuda con una mirada que había visto antes. Una mirada que decía: «Quiero sexo y lo quiero AHORA».

— ¿Bella? ¿Qué pasa?

—Creo que lo sabes —contestó con una voz sensual mientras se subía encima de mí y miraba hacia abajo, con el pelo cayendo hacia delante como una diosa del placer decidida a atacarme.

¡Oh, joder, sí!

Mis manos fueron a sus pechos sin pensarlo. ¡Dios! Sujeté toda esa suavidad y me los llevé hacia la boca. Ella se arqueó y empezó a moverse contra mi verga, que ahora estaba tan despierta como mi mente. Olvidé que se encontraba en esos días del mes en que se hallaba fuera de servicio porque desde luego no actuaba como si lo estuviera.

Puse la boca en su pezón y lo lamí minuciosamente. Me encantaba el sabor de su piel y podría jugar con ella durante siglos antes de estar preparado para abandonar sus preciosas tetas. Cogí el otro pezón y lo mordí un poco; quería llevarla a ese límite donde un poco de dolor hace que el placer sea mucho mejor. Gritó y empujó más fuerte contra mi boca.

Sentí cómo su mano se deslizaba bajo los calzoncillos que me había puesto para dormir y noté cómo la envolvía alrededor de mi pene.

—Quiero esto, Edward.

Se bajó de mis caderas de un salto y su pezón se salió de mi boca, emitiendo un sonido. No tuve tiempo de protestar por tal pérdida, puesto que enseguida se puso manos a la obra para quitarme esos molestos calzoncillos y poner los labios alrededor de la punta de mi sexo.

— ¡Ahhh, Dios! —Eché la cabeza hacia atrás y la dejé actuar. Era tan bueno que me dolían los testículos. Se le daba muy bien. Le cogí unos mechones de pelo y le aguanté la cabeza mientras me chupaba y me llevaba al borde del orgasmo. Deseé poder explotar dentro de ella en lugar de en su boca. Prefería estar muy dentro de ella cuando me corría, y mirarla fijamente a los ojos.

Pues bien, mi chica tenía más sorpresas preparadas para mí porque me dijo:

—Te quiero dentro de mí cuando te corras.

¿Había oído bien?

— ¿Puedo? —alcancé a decir con voz entrecortada mientras ella se movía para levantarse.

—Aaajá —gimió ella, y se impulsó con las rodillas para sentarse a horcajadas sobre mí y descender a lo largo de toda mi verga hasta mis testículos.

No sé cómo no le hizo daño. Tal vez sí se lo hizo, pero no era yo el que lo estaba provocando, era ella la que estaba cogiendo lo que obviamente más quería. ¡Si insistes!

— ¡Ohhhh, jodeeeer! —grité, al tiempo que me agarraba a sus caderas para ayudarla.

Bella se volvió loca, me montaba con fuerza, restregaba su sexo y buscaba el placer. El ritmo de las embestidas aumentó, y sabía lo que se acercaba. Sabía que iba a ser inmenso. Sentí cómo aumentaba la tensión pero necesitaba desesperadamente arrastrarla conmigo. De ninguna manera me iba a correr sin que ella al menos me acompañara en la diversión. Yo no funcionaba así.

Sentí el calor de su sexo, que me apretaba con fuerza mientras ella se movía arriba y abajo. Deslicé una mano entre sus piernas hasta donde nuestros cuerpos se unían y encontré su clítoris, mojado y resbaladizo. Deseé que fuera mi lengua, pero me conformé con mis dedos y empecé a acariciar.

—Me voy a correr… —jadeó.

Ya lo había dicho así antes, con suavidad y delicadeza. Esas cuatro palabras. Escuchárselo decir de nuevo me hacía enloquecer. Porque era yo el que la hacía culminar, y ella me lo entregaba todo en el instante en que eso pasaba.

Sus suaves palabras también me hicieron caer en picado.

—Sí, nena. Córrete. Ahora. ¡Córrete encima de mí!

Vi cómo lo hacía y cómo seguía mis órdenes como una experta. Apretó y gritó y se agarró y se estremeció.

— ¡Ohhhhhh, Edward! ¡Sí. Sí. Sí!

Se corrió al recibir la orden. Esa es mi chica, que lo hace cuando yo le digo. Soy un cabrón con suerte.

Me encantaba mirarla. Sentir su placer. Y cuando noté que yo mismo iba a culminar, la embestí una última vez mientras empujaba dentro de ella tan lejos como podía y me dejé llevar.

La avalancha de esperma salió disparada en sus profundidades. Sentí cada ráfaga brotar con violencia y cabalgué la ola de placer aturdido, apenas consciente de dónde tenía las manos agarradas o de lo que hacía mi cuerpo. Pero pude mirar sus preciosos ojos.

En algún momento más tarde, no tengo ni idea de cuánto tiempo había pasado, ella se agitó sobre mi pecho y levantó la cabeza. Sus ojos brillaban en la oscuridad y me sonrió.

— ¿Qué ha sido eso?

— ¿Un polvo impresionante en mitad de la noche? —bromeó.

Solté una risa ahogada.

—Un polvo de puta madre en mitad de la noche.

Besé sus labios y le agarré la cabeza hasta que estuve preparado para dejarla ir. Soy así de posesivo después del sexo con ella. No me gusta separarme justo después, y como se encontraba encima de mí, no me tenía que preocupar de no aplastarla y podía quedarme un poquito más.

Empujé hondo otra vez y la hice gemir con lujuria contra mis labios.

— ¿Quieres más? —preguntó con una voz que mezclaba satisfacción y sorpresa.

—Solo si tú quieres —dije—. Nunca te rechazaría y me gusta

cuando me asaltas, pero creía que tenías la regla…

—No. Para mí es distinto por las pastillas que me tomo. No me dura apenas, un día tal vez, en todo caso…, a veces ni siquiera… —Empezó a besarme por el pecho y me dio un mordisquito en el pezón.

Dios, cómo me gustaba. Sus atenciones hicieron que volviese a ponerme a tono y que me entrara un imperioso deseo de una segunda ronda.

—Creo que me vas a matar, mujer…, de la mejor manera. —Pude decir, pero fue lo último que pronunciamos en un rato. Mi Medusa se había convertido en Afrodita y rendía culto en el altar de Eros. Por lo visto mi suerte no tenía límites.

—Los periódicos estadounidenses —dijo Esme mientras dejaba el montón en mi mesa—. Hay un artículo interesante en Los Angeles Times sobre algunos miembros del Congreso que tienen hijos cumpliendo servicio activo en el Ejército. Adivina a quién han entrevistado.

—Debe de ser uno de los pocos. Oakley se aprovechará todo lo que pueda. Gracias por traerlos. —Le di un golpecito al montón de periódicos—. ¿Y lo otro qué?

Esme parecía estar muy satisfecha consigo misma.

—Lo recogeré cuando salga a almorzar. El señor Morris ha dicho que quedó precioso al restaurarlo después de tantos años en la caja fuerte.

—Gracias por encargarte de eso por mí. —Esme era una joya de ayudante. Llevaba mi oficina con mucha eficiencia. Yo podría organizar la seguridad, pero esa mujer mantenía mi negocio ordenado y no subestimaba su valía ni por un instante.

—Le va a encantar. —Esme vaciló en la puerta—. ¿Y aún quieres que cancele todas tus citas del lunes?

—Sí, por favor. Lo del Mallerton es esta noche y luego nos vamos a Somerset por la mañana. Volveremos en coche el lunes por la tarde.

—Me ocuparé de ello. No debería haber ningún problema.

Cogí el Los Angeles Times cuando Esme se fue y busqué el artículo del senador. Me puso enfermo. A esa escurridiza serpiente se le olvidó mencionar cómo a su querido hijo le habían prorrogado el servicio de manera forzosa hacía poco, pero eso no era una sorpresa.

Me preguntaba qué pensaría realmente el hijo del padre. Me imaginaba la disfunción de esa familia, y no era nada agradable.

Volví a dejar el periódico en el montón y, cuando lo hice, el movimiento hizo que algo asomara por debajo. Un sobre. Lo habían metido entre el montón de periódicos. Eso ya era raro de por sí, pero las palabras en el sobre…: «PARA SU CONSIDERACIÓN»…, y que tuviese mi nombre debajo hizo que se me acelerase el corazón.

—Esme, ¿quién te ha dado los periódicos esta mañana? —bramé por el interfono.

—Muriel los prepara todas las mañanas. Los aparta y me los pasa, tal y como lleva haciendo desde hace un mes. Estaban aquí mismo, esperándome —titubeó—. ¿Está todo bien?

—Sí. Gracias.

Mi corazón aún latía con fuerza cuando me quedé mirando el sobre, que yacía en mi mesa. ¿Quería abrirlo? Alcancé la solapa y desenrollé la cuerdecita roja. Metí la mano y saqué unas fotos. Fotografías de ocho por diez en blanco y negro de Jasper y Bella charlando en Gladstone’s. Él besándola en la cara mientras yo esperaba a que se metiera en el coche. Jasper agachado para hablar conmigo y diciéndonos adiós. Jasper en la calle cuando nos fuimos. Jasper esperando en la calle a que le trajeran el coche.

¿El fotógrafo que vi en la puerta del restaurante estaba allí expresamente por Jasper? Lo habían amenazado de muerte antes… y ¿ahora teníamos fotos suyas y de Bella y yo juntos? Que la asociaran con él no era bueno. Jasper tenía sus propios problemas, y, sin duda alguna, yo no necesitaba la complicación añadida de que quienquiera que estuviese acosando a Jasper metiese a mi Bella en ese marrón. ¡Joder!

Le di la vuelta a las fotos una por una. Nada. Hasta la última. «Nunca intentes asesinar a un hombre que se va a suicidar».

Había visto ese tipo de cosas a lo largo de mi carrera. Había que tomárselas en serio, por supuesto, pero la mayoría de las veces se trataba de algún fanático que tenía mucho interés en alguien de renombre y que pensaba que le había ofendido personalmente y con malas intenciones. Las figuras del deporte eran los que más sufrían estas gilipolleces. Jasper había ofendido a cientos de personas en su día y la prueba era sus medallas de oro. Era arquero olímpico, ahora retirado, pero seguía siendo el niño mimado y alabado de Gran Bretaña y acosado por la prensa. El hecho de que fuésemos familia le había reportado protección, y lo cierto era que me mantenía muy ocupado.

Estas fotos se habían hecho hacía dos semanas. ¿Estaba el fotógrafo allí expresamente por Jasper o simplemente vendió las fotos que hizo de Jasper Everley, arquero olímpico, porque tuvo la suerte de sacarlas y podía ganarse unas cuantas libras con su venta? Los paparazzi merodeaban por los sitios donde acostumbraban a ir famosos, así que resultaba difícil saber si las fotos habían sido concertadas de antemano o pura casualidad.

Y si eres un lunático decidido a matar a alguien famoso, ¿por qué diablos ibas a molestarte en informar a su empresa de seguridad privada sobre los detalles de tu plan? No tenía ningún sentido. ¿Por qué mandármelas a mí? Era obvio que quienquiera que hubiese conseguido las fotografías quería que yo las viera. Se habían tomado la molestia de infiltrarlas en el montón de periódicos que yo pedía de forma habitual en el puesto de la calle.

Muriel.

Tomé nota mentalmente de hablar con Muriel cuando saliera. Me iba a marchar antes de todas formas por lo del Mallerton de esta tarde, así que debería poder pillarla antes de que cerrase.

Abrí el cajón de mi escritorio y saqué unos cigarrillos y el mechero. Vi el viejo móvil de Bella allí dentro y también lo saqué. No había tenido mucha actividad en las últimas dos semanas, ya que todos sus contactos disponían de su nuevo número. El tío de The Washington Review no volvió a llamar, lo más probable es que la considerase una pista falsa, lo cual le venía muy bien a Bella. Lo puse a cargar para poder llevármelo esta tarde y todo el fin de semana.

Me encendí el primer Djarum del día. El sabor era perfecto. Sentía que me venía muy bien haber reducido la cantidad. Bella me ayudaba a motivarme, pero cuando las cosas se ponían difíciles entre nosotros, me convertía en un fumador compulsivo. Tal vez debería probar eso de los parches de nicotina.

Decidí disfrutar de mi único cigarrillo y pensé en el inminente fin de semana. Nuestro primer viaje juntos. Me las había arreglado para arañar tres días en total y así poder llevar a mi chica a la costa de Somerset para quedarnos en la casa de campo de mi hermana. El lugar también funcionaba como casa rural de semilujo y era muy consciente del hecho de que nunca, en ninguna otra ocasión en las que había ido allí antes, le había preguntado a mi hermana si podía llevar a alguien conmigo.

Bella era diferente por muchas razones, y si aún no estaba preparado para admitir esos sentimientos en público, sí que los reconocía por dentro. Quería hablar con ella acerca de hacia dónde iba nuestra relación, y preguntarle lo que quería. La única razón por la que no lo había hecho todavía era porque su posible respuesta me ponía muy nervioso. ¿Y si ella no quería lo mismo que yo? ¿Y si yo era solo su primera relación seria con la que estaba tanteando el terreno? ¿Y si conocía a otra persona en el futuro?

Mi lista podía seguir sin parar. Solo tenía que recordarme a mí mismo que Bella era una persona muy sincera y si me había dicho lo que sentía por mí, entonces debía de ser verdad. Mi chica no era una mentirosa. Te ha dicho que te quiere.

El plan era salir temprano por la mañana después de la gala de esta noche para evitar el tráfico, y me moría por llevar a Bella allí. Quería pasar un fin de semana romántico lejos con mi chica, y también necesitaba salir de la ciudad y respirar el aire fresco del campo. Me encantaba Londres, pero, aun así, el deseo de pasar algo de tiempo lejos de la aglomeración urbana para mantener la cordura era algo que se me presentaba a menudo.

Justo entonces entró una llamada que me sacó de mi ensimismamiento y me devolvió a mis responsabilidades laborales, las cuales en ese momento eran muy, pero que muy urgentes. El día pasó volando y antes de darme cuenta era hora de ponerme en marcha.

Llamé a Bella mientras salía de la oficina para decirle que estaba de camino y esperaba escuchar un repaso rápido de todo lo que había que hacer antes de lo de esta noche y de nuestro inminente viaje. En cambio escuché el buzón de voz, así que le mandé un breve mensaje: Voy de camino a casa. Necesitas algo? Y no obtuve respuesta.

No me gustó y me di cuenta, allí mismo y en aquel momento, de que siempre me preocuparía por ella. La preocupación nunca desaparecería. Había oído a la gente decir ese tipo de cosas sobre sus hijos. Que no sabían lo que era la verdadera preocupación hasta que tuvieron a alguien tan importante en sus vidas que medía la verdadera esencia de lo que significaba querer a otra persona. Con el amor venía la carga de la posible pérdida, una perspectiva demasiado dolorosa para pensar mucho en ella.

Recordé el sobre entre el montón de periódicos y me dirigí al puesto de Muriel de camino al coche. Me vio acercarme y me siguió con sus conmovedores ojos. Podía haber tenido una vida dura y una existencia difícil, pero eso no alteraba el hecho de que era muy inteligente. Sus ojos de lince no se perdían nada.

—Hola, Muriel.

—Eh, jefe. ¿Qué puedo hacer por usted? Siempre tengo todos esos periodicuchos americanos que quiere, ¿eh?

—Sí. Muy bien. —Le sonreí—. Pero tengo una pregunta, Muriel. —Observé su lenguaje corporal mientras hablaba, en busca de pistas para ver si sabía lo que le iba a preguntar o no. Saqué el sobre con las fotos de Jasper y se lo enseñé—. ¿Qué sabes de esto que han metido entre el montón de periódicos de hoy?

—Nada. —No miró a la izquierda. Tampoco dejó de mirarme a los ojos. Esas dos cosas indicaban que me estaba diciendo la verdad. Solo podía adivinar y utilizar mi intuición, y recordar con quién estaba tratando.

Puse un billete de diez en el mostrador.

—Necesito tu ayuda, Muriel. Si ves a alguien o algo sospechoso quiero que me lo digas. Es importante. La vida de una persona podría estar en juego. —Le hice un gesto de aprobación con la cabeza—. ¿Estarás atenta?

Ella dirigió los ojos al billete de diez libras y luego volvió a mirarme. Me enseñó esos horrorosos dientes con una sonrisa genuina y dijo:

—Por ti, guapo, lo estaré. —Agarró con rapidez las diez libras y se las metió en el bolsillo.

—Edward ullen, piso cuarenta y cuatro —dije, y señalé mi edificio.

—Sé tu nombre y no se me olvidará.

Supuse que hicimos el mejor trato posible teniendo en cuenta con quién lo estaba haciendo. Me dirigí a mi coche, ansioso por llegar a casa y ver a mi chica.

Llamé a Bella por segunda vez y me volvió a salir el buzón de voz, por lo que dejé un mensaje diciendo que iba de camino. Me preguntaba qué estaría haciendo para no contestar y traté de imaginar algo como darse un baño, hacer ejercicio con los auriculares puestos o haber dejado el teléfono en modo silencio.

Luché contra mis preocupaciones. En primer lugar, aún no estaba familiarizado con ese sentimiento, pero al mismo tiempo tampoco era algo que podía dejar a un lado. Me preocupaba por Bella constantemente. Y solo por que todo esto fuese nuevo para mí no significaba que resultase más fácil de entender. Era un novato total que aprendía sobre la marcha.

El apartamento se encontraba tan silencioso como una tumba cuando entré. Sentí que la ansiedad alcanzaba unos niveles muy desagradables y empecé a buscar.

— ¿Bella?

Solo reinó el silencio. No estaba haciendo ejercicio y era evidente que no se hallaba en mi despacho. Tampoco estaba fuera en la terraza. El baño era mi última esperanza. Mi corazón latía con fuerza al abrir la puerta. Y se hizo pedazos al ver que tampoco se encontraba allí.

¡Joder! Bella, ¿dónde estás?

Sin embargo, su precioso vestido permanecía colgado en una percha. El violeta que se había comprado en la tienda vintage con Alice el día que almorzamos juntos en Gladstone’s. También había muestras de que había estado haciendo la maleta; había sacado los cosméticos y tenía una pequeña bolsa a medio hacer. Así que había estado aquí preparándose para esta noche y para nuestro viaje de fin de semana.

Quería otorgarle el beneficio de la duda, pero ya se había marchado sola antes, ¿y si lo había hecho otra vez? ¡Después de esas fotos del lunático de hoy, tenía un nudo en el estómago y necesitaba saber dónde coño estaba!

Pasé al dormitorio e hice una llamada a Emmett en un estado que rozaba el pánico… cuando la vi. La visión más maravillosa del mundo. Entre toda la ropa esparcida y las maletas a medio hacer estaba Bella, acurrucada en la cama…, dormida.

— ¿Sí? —contestó Emmett. Yo estaba tan paralizado que aún tenía el móvil en la oreja.

—Eh…, falsa alarma. Lo siento. Nos vemos en la Galería Nacional en unas horas. —Colgué antes de que pudiera responderme. El pobre debió de pensar que había perdido la cabeza.

La has perdido completamente.

Sin hacer ruido, me quité la chaqueta, me deshice de los zapatos, me subí poco a poco y con cuidado a la cama y me acurruqué alrededor de su silueta. Respiré su deliciosa fragancia y dejé que se me desacelerase el ritmo cardiaco. Las ganas de encenderme un cigarrillo eran enormes, pero en su lugar me concentré en el calor que desprendía sobre mí y pensé que mi adicción al tabaco tendría que disminuir con el tiempo.

Bella estaba inconsciente, profundamente dormida, y yo me

preguntaba por qué estaría tan cansada, pero tampoco quería molestarla. Podía hacer guardia, esperar con ella a mi lado y pensar en la lección que acababa de darme. Al parecer, Bella no era la única con problemas a la hora de confiar en los demás. Necesitaba trabajar en los míos un poco más. Dijo que no volvería a marcharse sola, así que tenía que confiar en que mantendría su palabra.

Abrí los ojos y me encontré los suyos estudiándome. Sonrió, estaba contenta y guapísima.

—Me gusta mirarte cuando duermes.

— ¿Qué hora es? —Miré hacia arriba al tragaluz y vi que la luz del día aún seguía ahí—. ¿Me he dormido? Vine a casa y te encontré en la cama y no pude resistirme a acompañarte. Supongo que también me quedé frito, dormilona.

—Son casi las cinco y media y es hora de ponerse en marcha. —Se estiró como un gato, gloriosamente sensual y erótica al desperezarse—. No sé por qué estaba tan cansada. Solo me he acostado un minuto y cuando he abierto los ojos… estabas aquí. —Empezó a bajar de la cama.

La agarré del hombro y la empujé hacia mí, inmovilizándola debajo de mi cuerpo y colocándome entre sus piernas.

—No tan deprisa, nena. Primero necesito un poco de tiempo a solas. Va a ser una noche muy larga y tendré que compartirte con multitud de idiotas.

Ella me cogió la cara y sonrió de oreja a oreja.

— ¿Qué clase de tiempo a solas te estás imaginando?

La besé lenta y minuciosamente, recorriendo cada centímetro de su boca con la lengua antes de contestar.

—La clase en la que tú estás desnuda y gritas mi nombre. —Empujé con las caderas despacio contra su suave cuerpo—. Esa clase.

—Mmmmm, eres convincente, señor Cullen —replicó ella, que aún sostenía mi cara—, pero tenemos que empezar a prepararnos para lo de esta noche. ¿Se te da bien hacer varias cosas al mismo tiempo?

—Se me dan bien muchas cosas —respondí antes de besarla otra vez—. Dame una pista.

—Bueno, me encanta tu ducha en forma de gruta casi tanto como tu bañera —dijo con coquetería.

—Ahhh, ¿entonces solo me estás utilizando por mis excelentes instalaciones de baño?

Soltó una risita y deslizó la mano entre nosotros para agarrar mi verga, que se estaba poniendo dura.

—Excelentes instalaciones en todas partes, tal como yo lo veo.

Me reí y gemí al mismo tiempo, separándome de ella y metiéndome en el baño.

—Abriré el agua caliente… y estaré esperándote ahí dentro.

No tuve que esperar mucho antes de que me acompañara desnuda y alucinantemente sexy, como de costumbre; me tenía totalmente cautivo, enloquecido y deseoso de reclamar su cuerpo y tomar el control durante el sexo de esa forma que no parecía poder controlar cuando estábamos juntos. Mi máxima recompensa y mi mayor temor se convertían en uno solo. Había bromeado sobre la gala de esa noche y sobre compartirla con otros, pero la declaración escondía mucha más verdad de lo que quería admitir. Odiaba compartirla con otros hombres que la admiraban, demasiado en mi opinión.

Pero era la realidad de Bella y si ella era mi chica, entonces tendría que aprender a aceptarlo como un hombre.

Aun así, aprovechamos muy bien el tiempo en aquella agua jabonosa. Sí…, hacer varias cosas a la vez es uno de mis puntos fuertes y no desperdiciaré ninguna oportunidad que me ofrezcan.

—Estás más que guapa, ¿sabes?

Se sonrojó en el espejo, el rubor se acentuó y se extendió por su cuello e incluso sobre la turgencia de sus pechos en el escote de ese espectacular vestido que se había comprado. Era de encaje, muy ajustado y con la falda corta bastante vaporosa de otro material del que no sabía el nombre. No importaba de qué diablos fuera, ese vestido iba a ser mi muerte esa noche. Estaba muy jodido.

—Tú también estás muy guapo, Edward. Además vamos a juego. ¿Has elegido esa corbata solo por mi vestido?

—Por supuesto. Tengo montones de corbatas. —La miré mientras se maquillaba y terminaba los últimos detalles, agradecido de que no le importara que la espiara y cada vez más nervioso por lo que estaba a punto de hacer.

— ¿Te vas a poner ese alfiler de corbata vintage de plata? ¿Ese que me gusta tanto?

Perfecta introducción.

—Claro. —Fui hasta el estuche de encima del tocador a cogerlo.

— ¿Es una joya de familia? —preguntó mientras me lo ponía en la corbata.

—De hecho sí que lo era. De la familia de mi madre. Mis abuelos eran de una familia inglesa adinerada y solo tuvieron dos hijas, mi madre y la madre de Jasper. Cuando murieron, sus bienes se repartieron entre los nietos, Hannah, Jasper y yo.

—Lo cierto es que es increíble y me encantan las piezas antiguas como esa. Las cosas vintage están tan bien confeccionadas…, y si encima tienen algún valor sentimental, entonces mejor que mejor, ¿verdad?

—No tengo más que unos pocos recuerdos de mi madre, yo era muy pequeño cuando murió. Pero me acuerdo de mi abuela. Pasábamos las vacaciones con ella, nos contaba muchas historias y nos enseñaba fotografías; intentaba ayudarnos a conocer a nuestra madre lo mejor que podía porque siempre decía que era lo que mi madre habría querido.

Bella dejó la brocha de maquillaje y vino hasta mí. Me pasó la mano por la manga de la camisa y luego me ajustó un poco la corbata, y por último me arregló el alfiler de plata con veneración.

—Tu abuela debía de ser encantadora y tu madre también.

—A las dos les habría encantado conocerte. —La besé con cuidado para no estropearle el pintalabios y me saqué la caja del bolsillo—. Tengo algo para ti. Es especial…, hecho para ti. —Se la ofrecí.

Se le pusieron los ojos como platos al ver la caja de terciopelo negro y luego me miró un poco sorprendida.

— ¿Qué es?

—Solo un regalo para mi chica. Quiero que lo tengas.

Le temblaban las manos cuando abrió el estuche y acto seguido se llevó una a la boca con un suave grito ahogado.

—Oh, Edward…, es…, es precioso…

—Es una pequeña pieza vintage de mi madre y es perfecta para ti… y por lo que siento por ti.

—Pero no deberías darme esta joya familiar. —Negó con la cabeza—. No está bien que la regales.

—Debería dártela a ti y te la estoy dando —la interrumpí con firmeza—. ¿Te la puedo poner?

Ella miró el colgante y luego de nuevo a mí, y volvió a repetir los mismos movimientos.

—Quiero que lo lleves esta noche y que aceptes el regalo.

—Oh, Edward… —Le tembló el labio inferior—. ¿Por qué?

¿Sinceramente? El colgante de amatista en forma de corazón con diamantes y perlas era algo muy bonito, pero, sobre todo, gritaba el nombre de Bella. Cuando recordé que pertenecía a la parte de la colección que había heredado de mi madre, fui a la caja fuerte y la abrí. Allí había más cosas, pero necesitábamos un poco más de tiempo antes de pasar a otros regalos relacionados con joyas.

—Solo es un collar, Bella. Algo muy elegante que me recuerda a ti. Es vintage y es de tu color favorito y es un corazón. —Le quité la caja de las manos y saqué el colgante—. Espero que lo aceptes y que te lo pongas y que sepas que te quiero. Eso es todo. —Ladeé la cabeza y lo sostuve entre mis dedos por los extremos, esperando a que ella accediera.

Frunció los labios, respiró hondo y cuando levantó la vista y me miró vi que tenía los ojos vidriosos.

—Me vas a hacer llorar, Edward. Es tan..., tan hermoso…, y me encanta…, y…, y me encanta que quieras que lo tenga…, y yo también te quiero. —Se dio la vuelta hacia el espejo y se apartó el pelo del cuello.

¡La victoria sentaba de puta madre! Estoy seguro de que mi alegría no podía ser mayor y sentía más felicidad en ese momento de la que había sentido en mucho tiempo, cuando le abroché la cadena alrededor de su precioso cuello y vi el corazón enjoyado posarse sobre su piel. Por fin había encontrado un hogar después de décadas en la oscuridad.

Igual que mi corazón.

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