EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 47
Comentarios: 89
Visitas: 95075
Capítulos: 26

Edward Cullen es un hombre rico, sexy y protector. Dirige su propia compañía de seguridad privada y ahora está inmerso en la organización de los Juegos Olímpicos 2012.

Isabella es una chica americana con un pasado que la sigue aterrorizando en sus pesadillas y por el que recibe tratamiento psicológico. Vive en Londres, donde intenta empezar de nuevo mientras compagina sus estudios de arte con su trabajo como modelo.

Ambos se encuentran de manera fortuita en una exposición de fotografía en la que ella participa. Entre los dos surge de inmediato una atracción magnética que los acerca de forma peligrosa.

Pero en esta relación se esconden secretos. Secretos que oprimen el alma y que dejan profundas cicatrices. ¿Será Edward capaz de liberar a Isabella del pasado que la estigmatiza? ¿Cederá Isabella a sus encantos, o los espectros que la atormentan volverán a resurgir y acabarán con la oportunidad de forjar un futuro en común…?

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Capítulo 12: CAPÍTULO 11

 

Capítulo 11

 

 

Edward me trajo el café a la cama a la mañana siguiente. Me senté apoyada en el cabecero y tiré de las sábanas para taparme. Él levantó una ceja mientras se sentaba en el borde de la cama y me pasó la taza con cuidado.

—Creo que lo he hecho bien, pero pruébalo y dime.

 

Le di un sorbo e hice una mueca.

 

—Le he puesto la mitad de leche y tres cucharadas de azúcar —dijo encogiéndose de hombros—. Tú misma preparaste la cafetera. Todo lo que he hecho es pulsar el botón de la máquina.

 

Le hice esperar un minuto más antes de sonreírle y darle otro sorbo a mi delicioso café.

 

— ¿Qué? Solo me estoy asegurando de que estás capacitado para preparar un café en condiciones.

 

Tengo mis exigencias. —Le guiñé un ojo—. Creo que me servirás, a falta de algo mejor, señor Cullen.

 

—Eres malvada, te burlas de mí. —Se inclinó para besarme, con cuidado con el café caliente—. Me gusta esto de tener la cafetera preparada desde la noche anterior. Me pregunto por qué no se me ha ocurrido nunca. —Se quedó cerca de mi cara, mirándome intensamente, con el pelo todavía alborotado de dormir y de todo el sexo, y arreglándoselas aun así para parecer un dios—. Creo que deberías estar aquí cada noche para poner la cafetera antes de meterte en mi cama. —Me puso la boca justo en el cuello y me acarició—. Así puedo traerte el café por las mañanas cuando estés desnuda y preciosa y con todo tu cuerpo oliendo a mí después de una noche de sexo.

 

Me estremecí con sus palabras y las imágenes de esa verdad absoluta, pero aún teníamos cosas de que hablar. Y esto era un problema entre Edward y yo. No hablábamos lo suficiente de las cosas que necesitábamos resolver. Cuando se acercaba a mí, la ropa volaba por los aires, mi cuerpo cedía ante él y, bueno, lo cierto es que nunca hablábamos mucho después de eso.

 

—Edward —dije suavemente con la mano en su mejilla para detenerlo—, tenemos que hablar de lo que está pasando. Lo de Emmett, el guardaespaldas. ¿Por qué hiciste algo así sin decírmelo?

 

—Iba a decírtelo anoche después de traerte aquí, pero las cosas no salieron como había planeado. —

 

Su cara se separó de mí y miró hacia abajo—. Ahora mismo la ciudad está llena de desconocidos, nena.

 

Tú eres una mujer hermosa y no creo que sea seguro que cojas el metro y andes por ahí tú sola. Acuérdate de aquel gilipollas de la discoteca.

 

—Pero hacía eso antes de conocerte y estaba perfectamente.

 

—Sé que lo estabas. Y entonces tampoco eras mi novia. —Edward me dedicó una de sus miradas cortantes, las que hacían que me pusiera tensa y esperase que me golpeara la ráfaga de aire ártico—.

 

Llevo una empresa de seguridad, Bella. Es lo que hago. ¿Cómo puedo permitir que te pasees por todo Londres cuando conozco los peligros? —Me puso una mano en la cara y empezó con las caricias con el pulgar otra vez—. ¿Por favor? ¿Por mí? —Apoyó la frente contra la mía—. Si te pasara algo me moriría.

 

Le puse una mano en el pelo y hundí los dedos en él.

 

—Oh, Edward, tú quieres mucho de mí y a veces siento que me arrastras. Hay tanto de mí que no sabes.

 

—Él empezó a hablar y yo le callé con los dedos sobre la boca—. Cosas que aún no estoy preparada para compartir contigo. Dijiste que podíamos tomárnoslo con calma.

 

Besó los dedos que había posado en sus labios y luego los apartó.

 

—Lo sé, nena. Lo dije. Y no quiero hacer nada que ponga en peligro nuestra relación.

 

—Me besó el cuello y me mordisqueó el lóbulo de la oreja—. ¿Podemos hablar de un acuerdo? —susurró.

 

Le tiré del pelo para que dejara las técnicas de seducción y me mirara.

 

—Primero tienes que hablar conmigo de verdad, sin intentar distraerme con sexo. Eres muy bueno distrayéndome, Edward. Solo dime lo que quieres que haga y yo te diré si puedo hacerlo.

 

— ¿Qué te parece aceptar un chófer? —Con un dedo trazó una línea sobre la parte superior de mis pechos, donde la sábana se estaba resbalando—. No más paseos hasta el metro o llamar a taxis en la oscuridad. Tienes un coche que te llevará a donde quieras ir. —Hizo una pausa y me inmovilizó con sus expresivos ojos, que tanto me decían sobre su deseo de protegerme—. Y yo me puedo quedar tranquilo.

 

Le di otro sorbo al café y decidí hacer mi propia pregunta directa.

 

— ¿Y por qué necesitas quedarte tranquilo por mí?

 

—Porque eres muy especial, Bella.

 

— ¿Cómo de especial, Edward? —susurré, porque me daba un poco de miedo escucharlo. Ya estaba asustada por mis propios sentimientos hacia él. En tan poco tiempo me había poseído.

 

— ¿Para mí? Más especial imposible, nena. —Sonrió con su distintiva sonrisa de medio lado y me hizo sentir mariposas en el estómago.

 

No dijo que me quería. Pero yo tampoco se lo había dicho a él. De todas formas sabía que le importaba.

 

Volvió a mirar hacia abajo y me cogió la mano que tenía libre con la palma hacia arriba. Se me veía la cicatriz de la muñeca. De la que me avergüenzo y la que intento esconder siempre, pero es imposible ocultarla a la luz del día y desnuda. Trazó la línea irregular con la yema del dedo, de una manera tan suave que pareció una caricia. No me preguntó cómo me la había hecho y no me ofrecí a contárselo. El dolor del recuerdo, añadido a la vergüenza, me paralizaba para hablar de ello.

 

Sentía algo por ese hombre pero no podía compartir eso con él todavía. La humillación que sentía era demasiado horrible y repelente como para sacarla a la luz. Ahora mismo solo quería sentirme deseada.

Edward me deseaba. Y eso fue suficiente para decirle que sí. Poco a poco. Yo aceptaría su ofrecimiento de un chófer y él aceptaría mi incapacidad para compartir mi pasado con él. Iríamos despacio.

 

—Vale. —Me incliné hacia delante y le besé en el cuello, justo por encima de su camiseta; el pelo de su pecho me hizo cosquillas en la boca y su viril aroma me era tan familiar hasta el punto de convertirse en una absoluta necesidad junto con la comida, el agua y el respirar—. Yo aceptaré el chófer y tú serás honesto conmigo y me dirás todo lo que haces. Necesito sinceridad. Me gusta que seas directo conmigo.

 

Me dices lo que quieres para que lo entienda.

 

—Gracias. —Empezó a besarme otra vez. Apartó mi café y tiró de la sábana. Se quitó la camiseta, se deshizo de los pantalones de deporte y se estiró frente a mí. Por fin pude verle bien el cuerpo. Totalmente desnudo. A la luz.

 

¡Dios mío!

 

Le miré desde su pecho cincelado y sus duros pezones hasta su impresionante y precioso pene, completamente fascinada. Iba cuidadosamente depilado, nada raro, solo bonito y totalmente masculino.

 

Se detuvo y ladeó la cabeza.

 

— ¿Qué?

 

Le empujé hacia atrás para que se sentara en sus rodillas y yo me levanté.

 

—Quiero mirarte. —Arrastré las manos por todo su cuerpo, por encima de sus pezones y su abdomen, que estaba tan indecentemente esculpido que era una verdadera injusticia para el resto de la población masculina, hasta sus tonificados muslos salpicados con vello oscuro. Él me dejó tocarlo y controlar el momento—. Eres tan hermoso, Edward.

 

Hizo un ruido con la garganta y su cuerpo se estremeció. Nuestros ojos se encontraron y hubo un intercambio; una comunicación de sentimientos y comprensión de hacia dónde nos dirigíamos en esta fuerza que nos conectaba.

 

Bajé la mirada hasta su miembro, duro y palpitante. Una gota en la punta confirmaba lo preparado que estaba para mí. Le deseaba tanto que me dolía. Quería darle placer y hacerle desmoronarse como él a mí, que explotara en mil pedazos. Bajé la cabeza y me metí su preciosa verga en la boca. Mi deseo se hizo realidad unos minutos más tarde.

 

También entramos juntos en la ducha, o debería decir que yo lo hice cuando él me empujó hasta la esquina, se puso de rodillas y me devolvió el favor. El sexo nunca terminaba con este hombre. Y yo estaba con él a bordo de ese tren imparable y tenía un abono de viajero frecuente. No había tenido tanto sexo desde…

 

No pienses en eso ahora y no arruines este momento con él.

 

Edward tenía un tatuaje en la espalda. Justo a lo largo de los hombros lucía unas alas de un tamaño pequeño. Parecían un poco góticas y casi grecorromanas por el grosor de la tinta. Me encantaba la cita de debajo de las alas: Solo fue producto de un sueño.

 

Lo vi en la ducha cuando se giró para coger el jabón.

 

—Es de Shakespeare, ¿verdad? —Recorrí la tinta con la mano y entonces fue cuando vi las cicatrices. Muchas líneas blancas y rugosidades. Tantas que no se podían contar. Di un grito ahogado y contuve de golpe el aliento, terriblemente triste al pensar que había sido herido de manera grave. Quería preguntar pero me mordí la lengua. Yo no me ofrecí a contarle lo de mis cicatrices.

 

Volvió a darse la vuelta y me besó en los labios antes de que pudiera decir otra palabra. Edward no quería hablar de sus cicatrices más de lo que yo quería hablar de las mías.

 

Después de más de una semana durmiendo en casa de Edward, necesitaba volver a mi apartamento a por algo más que ropa limpia. Necesitaba una recarga en mi propio hogar. Edward accedió a venir aquí esta noche. Le dije que la vida de pobre era buena para el alma. Él bromeó diciendo que no le importaba mientras tuviese algo de comer y una cama en la que pudiéramos pasar la noche desnudos. Le contesté que si aparecía Gaby se tendría que vestir; que no iba a permitir que mi compañera de piso deseara el físico divino de mi novio. Él se rio y me contestó que le encantaba el sonido de los celos en mi voz. Le pedí que viniera con hambre para cenar y completamente vestido. Aún se estaba riendo cuando colgamos.

 

Cuando Emmett me dejó de vuelta en casa me cambié y me puse unos pantalones de deporte y una camiseta cómoda. Me había recogido en Rothvale y habíamos parado en el supermercado a por los ingredientes de la cena mexicana que tenía planeada.

 

 Edward sabía que la comida mexicana era mi favorita y estaba decidida a reclutarlo en mi equipo. ¿Cuál sería el menú de esta noche? Tacos de pollo con salsa de maíz y aguacate. Si a Edward no le gustaba, entonces le prepararía un burrito. Ningún tío se puede resistir a un burrito cargado de carne, frijoles, queso y guacamole. Espero. Los británicos son muy raritos para la comida.

 

En cuanto dejé preparado el pollo y me lavé las manos, decidí llamar a mi padre. Para él era por la mañana, por lo que ya estaría en el trabajo, pero si no estaba demasiado ocupado podríamos charlar un rato. Puse el teléfono en modo altavoz y marqué el número de su oficina.

 

—Charlie Swan.

 

—Hola, papá.

 

—¡Princesa! Echaba de menos escuchar tu dulce voz. Qué sorpresa. —Sonreí por cómo se refería a mí. Me llamaba princesa desde que yo tenía uso de razón. Y ahora que tenía veinticuatro años no parecía molestarle lo más mínimo seguir utilizando ese apodo.

 

—Pensé en llamarte para variar. Te echo de menos.

 

— ¿Va todo bien en Londres? ¿Tienes ganas de que lleguen los Juegos Olímpicos? ¿Cómo fue la exposición de Jacob? ¿Te gustó cómo quedaron las fotos en los enormes cuadros?

 

Me reí.

 

—Eso han sido cuatro preguntas a la vez, papá. ¡Dale un respiro a esta chica, por fa!

—Lo siento, princesa. Es que estoy deseando saber de ti. Estás tan lejos y tan ocupada con tus cosas… Las pruebas que mandaste de tus fotos eran magníficas. Cuéntame cosas de la exposición de Jacob.

 

—Bueno, fue todo un éxito. A Jake le fue muy bien y las fotos se vendieron. A mí también me han salido otros trabajos, así que me lo estoy tomando con calma y ya veremos adónde me lleva esto. —Me alegraba poder hablar con mi padre así y que apoyara mi trabajo como modelo. Él pensaba que era bueno para mí, no como mi madre, a la que le daba vergüenza que su hija posara sin ropa.

 

—Vas a ser famosa en todo el mundo —dijo—. Estoy orgulloso de ti, princesa. Creo que el trabajo de modelo te va a ayudar. Espero que tú también lo pienses. —Me pareció que sonaba un poco decaído, casi triste—. ¿Qué estás haciendo ahora?

 

—Estoy haciendo la cena. Tacos. Va a venir un amigo dentro de un rato. Papá, ¿va todo bien?

 

Dudó un momento antes de contestarme. Podía adivinar que tenía algo en la cabeza.

 

—Bella, ¿te has enterado de lo del avión que se estrelló y de la muerte del congresista Woodson?

 

—Sí. Era al que iban a nombrar vicepresidente, ¿no? Fue un notición aquí también. ¿Por qué, papá?

 

— ¿Te has enterado de quién va a reemplazar a Woodson en las elecciones?

 

No me esperaba el nombre que me dijo. Y de repente el pasado se enarboló y me volvió a clavar las garras.

 

— ¡Oh, no! ¡No me digas que el senador Oakley ha conseguido la nominación! ¡Tienes que estar de broma si ese…, ese… hombre puede ser el próximo vicepresidente de Estados Unidos! ¿Cómo es posible que lo quieran a él? Papá…

 

—Lo sé, cariño. Ha ido escalando posiciones durante los últimos años. De senador estatal a senador de Estados Unidos.

 

—Sí, bueno, solo espero que fracase estrepitosamente.

 

—Bella, esto es serio. El partido en el poder investigará su pasado para encontrar trapos sucios de Oakley y de su familia. Quiero que tengas cuidado. Si alguien se pone en contacto contigo o te manda algo sospechoso, tienes que decírmelo de inmediato. Esta gente tiene los recursos para investigar en profundidad. Son como tiburones. Cuando huelen una gota de sangre preparan el ataque por la espalda.

 

—Bueno, el senador Oakley es el que tiene un hijo que parece la reencarnación del demonio. Yo diría que es él quien tiene un grandísimo problema.

 

—Lo sé, cariño. Y la gente de Oakley se esforzará al máximo por mantener los secretos de su familia bien enterrados. No es una situación agradable y odio que te encuentres tan lejos de casa. Sin embargo, creo que en este caso puede ser bueno que estés en Londres. No quiero que nadie te haga daño y cuanto más lejos estés, mejor. Sin historias dañinas que salgan a la luz en las noticias o… cualquier otra cosa.

Como un vídeo. Sabía que eso era lo que mi padre estaba pensando. Ese vídeo aún estaba flotando en algún lugar del ciberespacio.

—Te las estás arreglando muy bien, princesa. Te lo noto en la voz y eso hace sonreír a tu anciano padre. ¿Quién es ese amigo al que le estás haciendo la cena? ¿No será algo más?

 

Sonreí mientras mezclaba la salsa de maíz.

 

—Bueno, he conocido a alguien, papá. Es muy especial en muchos sentidos. Compró mi foto en la exposición de Jacob. Así nos conocimos.

 

— ¿De verdad?

 

—Sí. —Era raro estar hablándole a mi padre de Edward así de repente. Tal vez porque nunca le había hablado mucho sobre novios. Había una razón para eso. Nunca había tenido por qué. No había querido tener uno durante mucho, mucho tiempo.

 

—Cuéntame más. ¿A qué se dedica? ¿Cuántos años tiene? Ah, y de paso me tienes que dar su teléfono. Necesito llamarle para explicarle las normas básicas a seguir con mi niña.

 

Solté una risa nerviosa.

 

—Bueno, creo que es un poco tarde para eso, papá. Edward es muy especial como te he dicho. Pasamos mucho tiempo juntos. Realmente me escucha y me siento verdaderamente… feliz con él. Me entiende.

 

Mi padre se quedó callado un momento. Creo que estaba sorprendido de oírme hablar de un hombre como si de verdad me importara. Y a mí tampoco me debería haber sorprendido demasiado su reacción.

 

Edward era el primero después de muchísimo tiempo.

 

— ¿Cuál es el apellido de Edward y a qué se dedica?

 

—Cullen. Tiene treinta y dos años y es propietario de una empresa privada de seguridad. Está tan paranoico que me ha puesto un chófer para que no tenga que coger el metro. Toda la afluencia de gente por los Juegos Olímpicos le tiene de los nervios. Así que no debes preocuparte por mi seguridad. Edward es un profesional.

 

—Vaya, eso suena serio. ¿Os estáis…, os estáis acostan…, tenéis una relación?

 

Me reí otra vez, aunque en esta ocasión me daba pena mi padre porque era más que obvio que se sentía incómodo.

 

—Sí, papá. Tenemos una relación. Te he dicho que este era especial. —Esperé en silencio al otro lado del teléfono y empecé a calentar las tortillas—. De hecho, ganó algunos grandes torneos de póquer en Estados Unidos hará unos seis años. Pensé que a lo mejor habrías oído hablar de él.

 

—Mmmmm —dijo entre dientes—. Puede ser, tengo que comprobarlo. —Escuché unas voces de fondo.

 

—Te dejo que me cuelgues, papá. Estás trabajando y yo solo quería decirte hola y contarte qué tal mi vida últimamente. Me va muy bien.

 

—Vale, princesa. Me alegro mucho de que me hayas llamado. Y soy feliz si mi niña es feliz. Cuídate y dile a tu nuevo novio que si te hace daño es novio muerto. No lo olvides. Y dale mi número también.

 

Dile que tu padre quiere tener una conversación con él de hombre a hombre. Podemos hablar de póquer.

 

Me reí.

 

—Claro. Lo haré, papá. ¡Te quiero!

 

Edward llegó justo cuando estaba a punto de colgar. Traía un paquete de seis cervezas Dos Equis y una sonrisa de depredador en la cara. Le había dado mi llave a Emmett para que se la pasara a Edward y así pudiera abrir la puerta del portal. Dejó caer la llave y las cervezas en la encimera antes de preguntar.

 

— ¿Te he escuchado decirle a alguien que le quieres?

 

Sonreí de oreja a oreja y asentí despacio con la cabeza.

 

—Además era un hombre.

 

Se puso detrás de mí en la encimera con las manos en mis hombros y empezó a darme un masaje. Me apoyé en su cuerpo firme y disfruté del masaje.

 

—Ese tío tiene mucha suerte entonces. Me pregunto qué habrá hecho para ser tan especial. —Echó un vistazo a la comida separada en cuencos y pilló un trozo de pollo—. Mmmmm —dijo mientras lo saboreaba con su boca en mi cuello.

 

—Bueno, me ha leído cuentos por la noche. Me ha cepillado el pelo recién lavado sin darme tirones ni hacerme daño. Me ha enseñado a montar en bici y a nadar. Siempre me daba besos en las pupas cuando me hacía un rasguño y, lo más importante de todo, ha abierto la cartera frecuentemente, aunque eso no fue hasta años después.

 

Edward gruñó.

 

—Yo puedo hacer todo eso por ti y muchas más cosas. —Robó otro trozo de pollo—. En especial lo de muchas más cosas.

 

Le di un golpe en la mano.

 

— ¡Ladrón!

 

—Eres buena cocinera —murmuró contra mi oído—. Creo que debo conservarte.

 

—Así que te gusta mi cena mexicana. Veo que has querido estar a tono y has traído Dos Equis. Buena jugada, Cullen. Tienes potencial. —Empecé a llevar los cuencos a la mesa.

 

— ¿Dos Equis es de México? —Hizo un ruido y se encogió de hombros—. Solo la he elegido porque me gustan los anuncios… El hombre más interesante del mundo. —

 

Sonrió de oreja a oreja malévolamente y me ayudó a llevar el resto de la comida.

 

—Un mentiroso y un ladrón. —Negué con la cabeza con tristeza—. Te acabas de cargar todo tu potencial, Cullen.

 

—Luego te haré cambiar de idea, estoy seguro, Swan. —Me sonrió desde el fregadero, donde se lavó las manos a toda prisa y luego abrió dos cervezas—. Tengo potencial en abundancia —dijo arqueando las cejas. Edward me entregó mis Dos Equis y echó una ojeada a todo lo que había en la mesa, examinándolo con la cabeza inclinada—. Ayúdame con esto. ¿Cómo monto los tacos de pollo? Que por cierto, huelen muy bien…

 

No pude evitar reírme de él. La forma en la que dijo «tacos» con su acento británico me hizo destornillarme. Y cómo formuló la pregunta, también. Simplemente me hizo reír.

 

— ¿Qué es tan gracioso? ¿Te estoy divirtiendo, señorita Swan?

 

—Dame, déjame arreglarlo. —Le enseñé cómo poner algo de pollo, la salsa de maíz, una pizca de crema agria, queso rallado espolvoreado y un par de rodajas de aguacate en la tortilla y doblarla—. Es que eres monísimo, eso es todo, señor Cullen.

 

Ese acento tuyo a veces me hace reír. —Le pasé su taco en el plato.

 

—Ahhh, así que he pasado de perder todo mi potencial a monísimo en cuestión de segundos. Y solo por hablar. —Cogió el plato y esperó a que me preparase el mío—.

 

Tendré que recordar eso, nena. —Me dedicó una de sus maravillosas sonrisas y le dio un sorbo a la cerveza.

 

—Adelante, dale un mordisco. Dame tu veredicto y recuerda que sabré si me mientes.

 

—Me di un golpecito en la cabeza—. Súper poderes de deducción. —Cogí mi taco y le di un mordisco, gimiendo con exageradísimos sonidos de placer y echando el cuello hacia atrás—. Tan delicioso que me he puesto cachonda —ronroneé en la mesa.

 

Edward me miró como si me hubiesen salido cuernos de diablo y tragó saliva. Sabía que se vengaría de mí más tarde por la provocación despiadada. No me importaba. Edward era divertido. Nos lo pasábamos bien juntos y eso era parte de lo que me enamoraba de él. Enamorada. ¿Estaba enamorada de Edward?

 

Se llevó el taco a la boca y dio un mordisco. Me miró fijamente mientras masticaba y tragó. Se limpió la boca con una servilleta y miró hacia arriba contemplativo, fingiendo contar con los dedos. Le dio otro sorbo a la cerveza.

 

—Bueno, vamos a ver…—Centró su atención en mí—. Chef Swan, te doy un cinco en ejecución.

 

Reírte de mí te ha restado cinco puntos de entrada. Creo que un seis en presentación; todos esos gemidos y empujones en la mesa han sido un poco crueles, ¿no crees? Y nueve con cinco en sabor. —Dio otro mordisco y sonrió—. ¿Qué tal lo he hecho?

 

Estaba tan guapo sentado ahí a mi mesa, comiéndose los tacos que yo había hecho, diciéndome con dulzura que le gustaba cómo cocinaba y siendo simplemente Edward, que supe la respuesta a mi pregunta en un instante. ¿Estaba enamorada de Edward? Sí. Estoy enamorada de él.

Capítulo 11: CAPÍTULO 10 Capítulo 13: CAPÍTULO 12

 
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