Ayúdame a sanar (+18) Short-Fic.

Autor: dianacullenblack
Género: Romance
Fecha Creación: 14/07/2012
Fecha Actualización: 26/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 44335
Capítulos: 15

La traición se interpuso en la relación de Bella y Edward... para luego hacerlo Damon Salvatore.

M por Lemmons Shortfic. B&D&Ex OoC ¡Todos Humanos! BxD .

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J Smith. La historia es propiedad de Gissbella De Salvatore yo solo publico con su autorizacion.

TERMINADO

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Capítulo 8: La familia Salvatore

Declaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J. Smith. la trama de Gissbella de salvatore

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Ayúdame a sanar

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La familia Salvatore

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―No sé por qué pero presiento que esto es una mala idea ―volví a repetir para mí misma.

La azafata me dio una mirada rara cuando pasó por nuestro lado.

―Aun puedes viajar en aviones ―murmuró Damon desde su posición del asiento que estaba a mi izquierda, el que daba al pasillo― así que no te hagas problemas por ello ―terminó, con su mano posada en mi vientre y una pequeña sonrisa en los labios. Era en momentos como aquellos donde él me derretía. ¿No tenía yo suerte por tener a un hombre como él a mi lado en esta situación? Me podría haber tocado alguien que desconfiara de mí o que simplemente desapareciera de mi vida sin dejar rastro alguno de su paradero.

―No es eso ―murmuré de vuelta. Él enarcó las cejas en mi dirección. suspiré―. ¿Y si no les gusto? ¿qué sucede si se enojan? Porque aun no les has contado, ¿verdad?

Él negó con la cabeza.

―Nop. ¿Para qué? Si de todas formas hay que contarles ahora, ¿no?

Respiré profundo y me acomodé en el asiento de primera clase. Algo que no hizo que me sintiera mejor ya que no lo había pagado con mi dinero. Fruncí el seño.

―Ya deja de preocuparte ―se quejó él.

―Dijiste que tus padres eran conservadores.

―Sí pero yo ya soy grandecito, ¿no crees? ―a pesar de que lo había dicho en un contexto normal, mi mente no pudo evitar llevarlo a otro. Me sonrojé furiosamente y bajé la cabeza―. ¿Qué sucede? ―colocó los dedos debajo de mi mentón y alzó mi rostro para escrutarlo. Me sonrojé aún más y él comprendió cuando desvié la vista. Soltó una carcajada sonora y yo tapé mis mejillas. Mierda, mierda, mierda.

―No quería decirlo en ese sentido pero supongo que también cuenta, ¿verdad?

―Cállate ―estaba segura que mi rostro se parecía a la grana. Él volvió a reír pero esta vez un poco más bajo.

Seguimos en silencio por un momento hasta que me entró sueño. El viaje era corto así que no tenía ilusiones de dormir mucho pero aún así…

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―Isabella.

Me revolví en mi lugar y apreté los párpados no queriendo despertar.

―Isabella, estamos por aterrizar ―esas palabras fueron las que me sacaron de mi inconsciencia. Parpadeé y bostecé abriendo mucho la boca por lo que la tapé con la mano. Levanté mi vista y ésta se cruzó con la de Damon quien estaba sonriéndome―. Buenas tardes, dormilona. Vamos a ponerte el cinturón ―dijo mientras llevaba sus manos hacia dicho objeto y lo abrochaba alrededor de mi cintura―. ¿Necesitas algo? ¿quieres comer o tomar algo?

Sacudí la cabeza por toda respuesta y él debió darse cuenta de que aún estaba adormilada porque se rió bajito, las turbinas del avión cubrieron el sonido.

Luego de aterrizar, hacer todo el papeleo y de que Damon me comprara una Seven-Up salimos al exterior.

―Así que esto es Virginia.

El día estaba soleado y no había una sola nube en el cielo. ¡Tan despejado y limpio!

―Ven.

Me volví y Damon tomó las maletas ―una mía y otra de él― y comenzó a caminar hasta la salida del aeropuerto. Lo seguí mientras esquivaba a las personas que caminaban a mi alrededor con carritos llenos de equipajes.

―¿En dónde queda Mystic Falls? ―le pregunté cuando llegué a su lado.

―A unos pocos kilómetros.

―¿Tomaremos un taxi?

―No ―me miró y luego volteó la mirada hacia el frente y su sonrisa creció. Miré hacia el mismo punto que él y fruncí el seño cuando vi caminando a una pareja quienes también sonreían. Por la forma en que se tomaban de las manos y en la que volteaban el rostro para mirarse a cada pocos segundos te dabas cuenta de que se amaban.

―¿Los conoces? ―le pregunté sin despegar mis ojos de ellos.

―Claro ―rió. Iba a preguntar quienes eran pero ellos ya estaban donde nosotros.

―¡Damon! ―la muchacha le sonrió. El cabello era completamente lacio y le llegaba hasta la mitad de la espalda, su piel bronceada y sus grandes ojos marrones oscuros le daban un aspecto aniñado. Tenía mi misma altura y era delgada.

―Elena ―Damon se acercó y depositó un beso sobre su mejilla a la vez que le revolvía el cabello y ella reía. El muchacho que estaba a su lado sonrió y se acercó a Damon dándole un abrazo corto y unas palmadas en la espalda, las cuales Damon devolvió. Por un momento me sentí fuera de lugar entre tres perfectos conocidos, pero eso no duró mucho tiempo.

―Hace tanto tiempo que no te veo que pensé que te habías olvidado de mí ―exclamó el muchacho con voz falsamente herida. Tenía el cabello negro y levemente ondulado pero corto. Ojos color verde oscuro como las hojas de los bosques y una mandíbula cuadrada y fuerte pero realmente atractiva. Podía ver a Damon en él en la forma de las mejillas y la curvatura de los hombros y el cuello.

―Hablé contigo ayer, San Stefan ―se burló él fraternalmente.

―Oh ―la muchacha pareció darse cuenta de mi presencia. Me disparó una mirada rápida desde los pies a la cabeza y luego miró a Damon enarcando una ceja para volver a mirarme a mí y brindarme una pequeña sonrisa―. ¿Vienes con él?

―Sí ―extendí la mano―. Isabella Swan.

Ella la estrechó suavemente.

―Soy Elena Gilbert ―señaló a su acompañante con un movimiento de la cabeza― y él es Stefan, hermano de Damon y mi novio.

―Es un placer ―comentó él mientras Elena soltaba mi mano y él la tomaba para repetir el gesto de su novia. Su mirada contenía cierta duda y sorpresa. Miró a Damon de reojo y luego volvió a sonreírme, dubitativo―. ¿Confío en que no te haya secuestrado?

Mis cejas se dispararon y mis labios se curvaron.

―Casi, casi.

―Sí ―apostilló Damon rodando los ojos―. Irrumpí en su departamento y la tomé por las muñecas, arrastrándola hacia la puerta mientras ella gritaba aterradoramente…

―Está bien, está bien. Lo entendí.

―Bien pues ahora haz gala de esas dotes de caballero de las que mamá está tan orgullosa, toma una maleta ―elevó una maleta para golpearlo ligeramente en la pierna con ésta― y llévala al auto.

Stefan bufó sacudiendo la cabeza pero hizo lo que Damon le pidió.

―Vamos ―Damon tomó mi mano y me jaló suavemente para que caminara junto a él, dejando a Stefan y Elena detrás de nosotros, seguramente siguiéndonos.

Me acerqué a él y siseé en su oído:

―No me dijiste que vendrían a buscarnos tu hermano y su mujer.

Se encogió de hombros.

―No creí que importara, la verdad ―no pude evitar jalarle la oreja―. ¡Ay! ―me frunció el seño―. La única que puede hacer eso es mi mamá.

Entrecerré los ojos.

―Pues si lo único que hace falta para poder jalarte la oreja es la maternidad creo que ya cuento, cariño ―me burlé cruzando los brazos sobre mi pecho. Él sólo me regaló una gran sonrisa y sus ojos descendieron desde mi rostro hasta mi plano vientre. Abrió los labios para replicar pero la voz de Stefan lo detuvo.

―Mamá estará encantada de verte, Damon ―llegamos al auto que deduje era de Stefan. Un auto negro, estrecho y sexy pero no podía decir de qué marca era porque, sinceramente, consideraba que eso eran temas de hombres. Y de Rosalie, claro. Damon y Stefan colocaron las maletas en el maletero.

No pudo evitar quedarse mirándolo, embobada en la imagen de su cabello negro como la tinta brillando al sol. Las sombras de las pestañan que se proyectaban sobre los pómulos marcados y la sensual boca que se curvaba en una sonrisa divertida por algo que su hermano le acababa de decir. Era un sueño de hombre. Si los dioses griegos habían existido en verdad…

―Creo que nos tocan los asientos traseros ―la voz de Elena interrumpió mis pensamientos. La miré y ella me sonrió como si me hubiera atrapado haciendo una travesura.

―Yo también lo creo ―constaté cuando Damon se acercó a mí y me abrió la puerta de uno de los asientos de atrás. Le sonreí y me metí en el interior del auto donde se estaba más fresco que en el exterior.

―Así que… ¿vienes a conocer Mystic Falls? ―sonrió Elena a la vez que Stefan encendía el auto.

¿Qué se suponía que debía decir? no lo sabía. Así que contesté con una sonrisa y dije:

―Sí. Hace tiempo que no salía de Washington o Seattle. Es… un respiro, la verdad.

―He visitado Washington pero debo decir que no me gustó ―comentó ella haciendo una mueca―. Es muy nublado para mi gusto ―alzó los ojos y me brindó una sonrisa de disculpa―. Lo siento pero es que he crecido en lugares soleados.

Me reí suavemente y me incliné contra el mullido respaldo. El motor del auto ronroneaba debajo de nosotros mientras que los árboles se veían pasar veloces a ambos lados.

―No te preocupes, Elena ―le devolví la sonrisa―. De hecho, yo crecí en Phoenix y cuando tuve que mudarme a Forks casi caí en depresión aguda ―mi tono de voz le aseguró a Elena el poder reír sin sentirse insegura―. Así que no te preocupes.

De repente me di cuenta de que en la parte de adelante no había conversación alguna. Me volví hacia ellos y pero no pude ver sus rostros ni nada más.

―¿Cuánto tiempo toma el viaje a Mystic Falls?

―Unos cuarenta minutos ―respondió Stefan amablemente mientras que Damon se inclinaba para, seguramente, encender la radio―. ¿De dónde conoces a mi hermano, Isabella?

Dudé. ¿Cómo había conocido a Damon? Esa era una pregunta que desencadenaba una respuesta que yo definitivamente no estaba dispuesta a contestar.

―En un bar ―la voz de Damon atravesó mis pensamientos. Él rió―. Estaba bebiendo un whisky…

―¡Que raro! ―exclamó irónicamente Elena mientras me lanzaba una sonrisa juguetona.

―… y la vi en la barra. Parecía Jane en medio de la jungla de tan fuera de lugar que se veía.

Stefan rió y maniobró hacia la izquierda, cambiando de carril.

―¿Tan fuera de lugar parecía?

―Debiste verla.

―Nunca había estado en un bar ―me escusé.

―¿Y por qué fuiste a ese bar? ―preguntó Elena, interesada. Mi sonrisa falló un poco.

―Había tenido un mal día ―hice una mueca con los labios―. Bueno, está bien. Había sido un pésimo día.

Damon dijo algo pero con el ruido no pude escucharlo aunque pude ver que Stefan enarcaba una ceja al oírlo. El viaje siguió siendo tranquilo entre una conversación amena. Stefan y Elena me cayeron muy bien. A primeras impresiones pude darme cuenta de que ella era una mujer entretenida, siempre sabía qué decir y qué obviar y Stefan, por otro lado, era tranquilo; no decía nada a menos que fuera necesario pero tampoco era un ermitaño.

―Llegamos ―anunció este último en un determinado momento mientras detenía el auto. Elena me sonrió y abrió su puerta a la vez que Damon ―quien ya se había bajado del auto― abría la mía. Bajé y mis ojos se maravillaron ante el resplandor del sol. Frente a mí se encontraba una gran casa de aspecto antiguo y pintada en ricos tonos marrones. Frente a ésta había un pequeño jardín que se veía sumamente cuidado por alguien. Las flores ―de varios diferentes colores― eran hermosas y se encontraban en todo su esplendor.

―Bienvenida a la casa Salvatore ―sonrió Stefan a mi lado. Le devolví la sonrisa. Una mano se posó en la parte baja de mi espalda y m volví para ver a Damon.

―Entremos que muero por un refresco.

Caminamos por el camino de piedra que nos llevaba hasta la puerta y Elena la abrió ya que Stefan y Damon estaban ocupados con las maletas. Me encontré en una sala con magníficos sillones de cuero y mesillas con esculturas, alfombras de colores ocres. Pero lo que más me gustó fue que se respiraba a familia. Era la misma sensación que sentía cuando estaba en la casa de los Cullen. Me pregunté qué era lo que ellos estaban haciendo en aquel momento…

―¡Mamá, papá! ―llamó Stefan, dejando las llaves en una de las mesillas de la entrada―. Ponte cómoda Isabella.

―Oh. Gracias.

―¿Quieres un refresco? ―me preguntó Damon. En aquel momento me di cuenta de lo sedienta que me encontraba.

―Por favor ―sonreí―. Sin…

―Cafeína, lo sé ―asintió. ¿Cómo no iba a saberlo?, me pregunté. Si él era quien me había dejado en aquel estado.

Antes de que Damon dejara la sala se escucharon unos pasos que resonaron por las escaleras que estaban a la vista. Pronto, una mujer que seguramente se encontraba en sus cincuentas bajó. Su cabello era lacio y de un negro brillante. Tenía una estatura y constitución normal y delgada respectivamente. Vestía sobriamente con una camisa rosa sin ninguna arruga y una falda negra que le llegaba hasta las rodillas. Llevaba zapatos a juego con la falda. Cuando levantó la vista pude ver que sus rasgos eran suaves y que sus ojos ―verdes como los de Stefan― se encendían con alegría. Lanzó una gritito de alegría y se apresuró para abalanzarse a los brazos de Damon. Éste rió y la sostuvo con delicadeza.

―Hola a ti también, mamá.

―¡No has llamado ni una sola vez en dos semanas, jovencito! ―comenzó a regañarlo ella para mi diversión a la vez que le jalaba la oreja.

―Mamá…

―Dime quién te has creído para…

―¡Mamá! ―Damon se zafó y se alejó unos centímetros―. Tengo que presentarte a alguien.

―¿Qué…? ―ella salió de su modo mamá osa para mirar a su alrededor hasta que su mirada se posó en mí―. Oh, lo siento ―me sonrió―. Soy Sofía Salvatore, madre de estos dos niños guapos ―me tendió la mano.

―Soy Isabella.

Ella sonrió.

―Un hermoso nombre italiano ―comentó con una sonrisa, luego frunció el seño―. ¿Has venido con Damon?

Abrí los labios para contestarle pero Damon se me adelantó.

―Sí. Ella es…

―¿Qué es todo este barullo? ―un hombre mayor apareció, vestido de camisa y pantalón de vestir. Sus cabellos ya se encontraban canos y sus ojos azules ―estos se parecían a los de Damon― eran opacos. Su rostro estaba levemente surcado por la edad pero aun así pude apreciar que en su juventud había sido un hombre muy guapo. Seguramente había gozado del mismo encanto que Damon.

Cuando vio a su hijo mayor no hizo otra cosa más que alzar las gruesas cejas negras.

―¿Tú por aquí? Creí que ya te habías olvidado de que tienes padres ―comentó en tono bromista pero a la vez acusador. Damon se acercó a él y le dio un rápido abrazo acompañado de una palmadita en la espalda.

―No, no me he olvidado ―sonrió mi amante―. No soy yo el que padece de Alzheimer.

―Alzheimer tu abuelo, niño ―replicó él con una pequeña sonrisa. Sus ojos vagaron por la sala hasta que me encontraron allí de pie semioculta detrás de Damon―. ¿Y esta muchacha quién es?

Medio sonreí en su dirección y di unos pasos hacia adelante hasta quedar frente a él.

―Isabella Swan ―le tendí la mano―. Soy… pareja de Damon.

Hubo un breve momento en el que el silencio se apoderó de todos nosotros. ¿Había dicho algo malo? Miré a Damon por el rabillo del ojo y observé cómo intentaba no sonreír aunque las esquinas de sus labios lo traicionaran.

―Es un placer ―se recobró él―. Yo soy Giuseppe Salvatore, el padre de éste bárbaro ―apuntó a Damon con la barbilla―. Pero debo preguntar, ¿cómo lo convenciste de que te trajera?

¿Qué?

―Lo que mi suegro quiere decir ―intervino Elena desde su posición en el sofá― es que aquí mi querido cuñado jamás nos ha presentado a nadie.

―Ah ―no sabía que más decir.

Damon se interpuso entre nosotros y sonrió socarronamente a sus padres.

―No la asalten de aquel modo ―comentó mientras pasaba un brazo por mis hombros―, vamos a quedarnos hasta el domingo aquí así que tienen plenitud de tiempo para hacerlo luego. Ahora voy a mostrarle el cuarto.

Les dediqué otra sonrisa ―una que Sofía me devolvió abiertamente― y Damon me arrastró escaleras arriba.

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―Así que eres editora ―comentó Giuseppe desde la punta de la mesa. Alcé la vista del plato de sorrentinos que se encontraba frente a mí en la mesa de cerámica.

Nos encontrábamos en el patio trasero de la casa de los Salvatore, almorzando a la sombra de un gran parral de uvas. Me sentía feliz de estar en un lugar donde el sol no se escondía la mayoría de las horas. El almuerzo había llegado parsimoniosamente a manos de las únicas tres mujeres que estábamos en la casa mientras que los hombres se habían quedado en la sala haciendo lo que fuera que los hombres hacían cuando se reunían.

Con mi ayuda y la de Elena, Sofía había preparado un elaborado plato para celebrar ―como lo decía ella― que su hijo había vuelto a casa con nada más ni nada menos que una mujer.

―Estoy tan contenta ―me había dicho―. Es la primera vez que me presenta a alguien.

Eso sin duda alguna me hizo sentir verdaderamente especial.

―Sí ―asentí, volviendo al tiempo presente―. En una editorial de Seattle.

―¿Te gusta el trabajo? ―preguntó Elena en frente mío, interesada.

―Amo los libros, amo leer ―me encogí de hombros como si fuera lo más natural del mundo.

―¿Y qué es lo que odias? ―preguntó Stefan, divertido, desde su lugar al lado de su mujer.

―Las matemáticas ―contesté rápidamente―, como toda amante de la Literatura.

Todos rieron.

―Y, dime Isabella ―sonrió Sofía―: ¿cómo conociste a mi hijo?

―Sí ―secundó Giuseppe―. ¿Cómo terminaste conociendo a éste?

―Un bar ―contesté un poco incómoda―. Se acercó y... ―me sonrojé y sonreí.

―Y no pudo resistirse a mí, claro ―alargué el brazo y lo golpeé juguetonamente en el hombro mientras todos volvían a reírse.

―Es verdad, nadie se resiste a mi hijo ―habló Sofía―. Es el más hermoso.

Stefan tosió para llamar la atención.

―Gracias por lo que me toca, mamá.

―Oh, no, mi amor ―se apresuró a decir ella―. Ambos son hermosos.

―Ahora me gusta más ―le sonrió él y Elena le acarició el dorso de la mano que estaba más cerca de ella.

―Tiernito ―se burló Damon desde el otro lado de Stefan. Éste en cambio le dio una mirada asesina que supuse sólo podrías compartir con un hermano y dijo:

―Pero soy más lindo que tú.

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~oOo~

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¡Pero prometiste que pasaríamos el día juntas!

Suspiré y seguí mirando a través de la ventana de la habitación de Damon.

―No me contestaste ayer cuando te llamé así que Te dejé un mensaje en el contestador ―me excusé.

Escuché el suspiro de Alice a través de la línea.

Sabes que no siempre reviso el contestador ―se quejó.

―Pues quizás ha llegado la hora de que empieces a hacerlo.

Está bien. No te preocupes ―silencio―. ¿En dónde te encuentras?

Sonreí levemente observando cómo dos jilgueros volaban sobre uno de los árboles del patio.

―Virginia.

¿Virginia? ¿en el estado de Virginia?

―Sí. Damon pensó que ya era hora de que conociera a su familia.

Silencio.

Oh. Me parece… bien.

Me sentí culpable ya que estaba hablando con Alice sobre algo de lo que quizás ella no se sintiera cómoda. Contuve un suspiro agotador. ¿Desde cuándo mi vida amorosa se había vuelto un problema para todos mis conocidos? Ah, sí, desde que me había embarazado de otro hombre que definitivamente no era Edward. Me pregunté si alguna vez en el futuro me sentiría mejor al hablar de este tema con mis dos mejores amigas.

Decidí hacerle frente:

―Es el padre de mi hijo, Al ―susurré suavemente.

Lo sé ―contestó―. Es que aun se me hace raro. ¿Sabes? aun pienso en ti como mi cuñada.

Cerré los ojos y apreté los labios para contener la urgencia de llorar. Alice había sonado tan débil…

―Soy tu hermana, Al. Recuérdalo.

Y doy gracias por ello. En serio ―pude notar una sonrisa en su voz.

Sollocé suavemente.

―Tu sobrino va a matarme con las hormonas.

Su risa de campanillas en respuesta hizo que mi tarde ―la cual había estado apagándose hacía unos minutos― volviera a brillar. Me sentí liviana nuevamente.

No lo culpes; él sólo hace su trabajo.

Sonreí mientras acariciaba mi vientre. De repente y para mi susto, unos brazos se enredaron a mi alrededor. Di un pequeño grito y mi espalda chocó contra un pecho amplio y masculino. Volví mi cabeza y me encontré con la mirada azul e intensa de Damon.

¿Bella? ¿estás bien? ¿sucedió algo? ―la voz de Alice me devolvió a la realidad―. ¡Bella!

―Eh… sí, sí. estoy bien. Es solo que ―me interrumpí cuando los labios de Damon entraron en contacto con la piel de mi cuello. Mis piernas se debilitaron considerablemente y solté un suspiro femenino―… Alice, creo que tengo que dejarte…

Por un momento Alice no hizo sonido alguno hasta que Damon mordió suavemente la zona que estaba besando y yo solté un débil gemido. Ella rió incómodamente.

Supongo que sí. Diviértete.

La línea murió y yo no pude hacer otra cosa que soltar el móvil y darme vuelta para cerrar mis brazos en torno a su cuello y aplastar mis labios contra los suyos. El beso fue pura pasión, pura intensidad y puro deseo. Nuestras lenguas se deslizaron juntas, saboreándose y acariciándose lenta y sensualmente. Mis manos acariciaron su cuello, maravillándome por su suavidad. Las de él viajaron por mi espalda y se curvaron en mi trasero, al cual le dio ligeros apretones. No pude evitar las risitas que se escaparon de mis labios.

―¿Qué? ―preguntó él una vez que nos separamos. Abrí mis ojos y lo vi allí frente a mí con una de las sonrisas más hermosas que le había visto usar en todo el tiempo que lo conocía. Sacudí la cabeza pero le devolví el gesto.

―¿Qué crees que sucederá?

Enarcó una ceja.

―¿Con qué?

―Con tu familia.

Él rodó los ojos y cruzó sus largos sobre mi cintura.

―Mi madre ya te adora por el simple hecho de estar aquí.

―¿Así que soy la primera en ser presentada ante la familia, señor Salvatore?

―Sí ―contestó con un suspiro juguetón―. Eres la primera que vale la pena en verdad.

Me reí.

―Tu hermano me cae muy bien.

Resopló.

―Y a todos.

Fruncí el seño cuando dijo aquello. ¿Acaso había oído celos en su voz? Con mi mano derecha acaricié las hebras de su oscuro cabello.

―¿Todo en orden?

Sus ojos se fundieron con los míos y su nariz rozó la mía suavemente.

―Todo en orden ―contestó finalmente sonreí y le di un beso rápido en los labios.

―¿Dónde están todos?

Damon me soltó y caminó hacia su closet. Su habitación me gustaba mucho. Era tan… anticuada. Al principio me impresionó tanta sencillez y luego me comenzó a gustar. La habitación era amplia pero en algún punto oscura. Los pisos eran de mármol y las paredes blancas. La cama era para una sola persona y se veía verdaderamente confortable con las mantas de terciopelo negro. En el suelo una alfombra beige sobre la cerámica café.

―Elena y Stefan se fueron a su casa para prepararse para la noche―contestó él― y mi mamá está flipando en la cocina mientras cocina para todos hoy en la noche.

Fruncí el seño.

―¿Qué sucede hoy a la noche?

Él me sonrió.

―Decidieron hacer una reunión debido a nuestra llegada ―fue su turno de fruncir el seño―. ¿No te importa, verdad?

―No. Claro que no ―comenzó a besar mi cuello―. Damon…

―¿Hmm?

―¿Cuándo le diremos?

―¿Decirles qué?

Suspiré exasperada.

―Lo del bebé.

―Ah. Creo que sería mejor si se lo decimos mañana, ¿no crees? Hoy están todos revolucionados y mi mamá más que nadie.

Asentí. Era lo mejor.

―Bien. ¿Podría ducharme?

Él rió.

―Claro ―luego bajó el tono de su voz haciendo que me estremeciera―. ¿Quieres que te acompañe? ―su voz era la pura seducción.

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~oOo~

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―Espero que todo esto alcance ―sonrió Sofía. Le devolví la sonrisa preguntándome cuánta gente vendría a aquella reunión. Puse mi pregunta en palabras y su sonrisa se iluminó aún más―. Bueno pues vendrán los Mikaelson que son una familia amiga de nosotros desde siempre. De hecho, Nick y Damon son como hermanos gemelos ―rió―. También vendrán los hermanos de Elena, supongo, y algunos amigos de Damon.

Asentí, pensando que iba a ser una larga noche.

Capítulo 7: Enredos y explicaciones Capítulo 9: Amigos y reacciones

 
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