Ayúdame a sanar (+18) Short-Fic.

Autor: dianacullenblack
Género: Romance
Fecha Creación: 14/07/2012
Fecha Actualización: 26/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 44334
Capítulos: 15

La traición se interpuso en la relación de Bella y Edward... para luego hacerlo Damon Salvatore.

M por Lemmons Shortfic. B&D&Ex OoC ¡Todos Humanos! BxD .

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J Smith. La historia es propiedad de Gissbella De Salvatore yo solo publico con su autorizacion.

TERMINADO

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Capítulo 14: Baby Shower

Declaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J. Smith. Sólla trama de Gissbella De Salvatore

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Ayúdame a sanar

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Baby Shower

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—Eso no se hace, ¿me has entendido? No puede ser que tenga que esconder todas las cosas dulces en el microondas porque a ti se te antoja comerte hasta las pastas de los fideos —arrojé el budín —o lo que quedaba de él— en el tacho de la basura y luego me apresuré a cerrar la puerta del microondas que contenía todos los comestibles hechos de harina que podía contener. Ese microondas sí que podía decirse que era full-capacity.

Algo suave me rozó la pierna y cerré los ojos, divertida.

Miré hacia abajo y no pude ver nada porque una enorme barriga interrumpía la vista de mis pies. Entones, miré hacia el costado y vi al Señor Ministro sentado sobre sus patas traseras, mirándome con sus brillantes ojos verdes y pasándose la lengua por los bigotes, como si estuviera relamiéndose el banquete que se había dado.

Le informo a aquel que no sepa, que el Señor Ministro, aquel pilluelo que se había comido casi todo el budín con frutas que Damon me había traído la noche anterior para mí, era nuestro gato. Sí, teníamos una mascota.

Una noche de lluvia había aparecido en nuestro patio trasero, maullando como loco y seguramente perdido. Pearl había ido por él, buscándolo entre las hiervas porque el señor era muy chiquito en ese entonces. Cuando Pearl hubo vuelto, traía consigo una pequeña cosa peluda blanca y negra que maullaba como si le estuvieran pisando la cola. Tuvimos que secarlo y ponerlo en el suelo sobre una cobija calentita y frente a la chimenea encendida mientras el pilluelo se lamía y relamía las patas.

No pude deshacerme de él esa noche, no con la tormenta que había. Y cuando Damon llamó diciéndome que no podía venir porque la tormenta parecía ser mayor en Seattle, me acosté en nuestra cama y solté algunas lágrimas por no tenerlo a mi lado como la mayoría de las noches. Pero momentos después sentí como algo subía a la cama y oí el inconfundible ronroneo del gato. Caminó sigilosamente hasta mi almohada y luego de dar tres vueltas para reconocer el terreno —o el colchón—, se acurrucó en un bollo al lado mío. Dormí con él esa noche mientras afuera la tormenta menguaba.

A la mañana siguiente me despertó Damon con besos en el cuello. Una hermosa manera de despertar, si me preguntan, a la que me estaba acostumbrando. Habíamos hecho el amor allí, sedientos por no haber podido estar juntos la noche anterior. Cuando estuvimos acurrucados, saciados del otro, él había dicho en tono divertido:

—No creas que por esto se me olvidará que te encontré durmiendo con el Señor Ministro, eh.

Mis ojos se habían abierto, alarmados.

—¿Qué?

Él había reído y besado mi frente.

—Me refiero al gato —besó mis labios—. Parece que llevara un esmoquin negro y blanco en el pelaje.

Y así fue cómo comenzamos a llamarlo Señor Ministro. Me gustaba la idea de tener alguien que me acompañase mientras Damon estaba en Seattle, además de Pearl, claro. Habíamos descubierto que la mujer y yo nos llevábamos muy bien. Excelente, en realidad.

Pero Damon llevó al Señor Ministro al veterinario antes de dejarlo en casa, para asegurarse de que no tuviera ninguna enfermedad y sacarle las pulgas y demás. Pero el Señor Ministro estaba sano y hasta parecía que se ofendía cuando Damon lo llamaba pulgoso.

Luego, nuestra amada mascota descubrió la harina. Le dábamos de comer comida balanceada y leche pero un día Damon le dio a probar pasta mientras comíamos. Imagínense, Damon era italiano y a mí me gustaba mucho más la pasta que otra cosa. Como resultado, en casa todos los domingos había distintas clases de pasta y el gato se volvía loco. Era su día favorito. Nuestro gato veneraba los domingos.

Y así comenzó a robarse el pan. Y cuando comíamos los domingos, él se sentaba en la silla vacía que acostumbraba a estar al lado de Damon para mirar nuestros platos y de vez en cuando estirar la pata para tocarle el brazo, como si dijera: ¿y? ¿cuándo me toca comer a mí? Damon reía y le daba pasta con su tenedor mientras yo lo regañaba ya divertida.

Pero anoche, fue el colmo. No perdonaría a aquel gato por comerse mi budín. Eso no se le hacía a una mujer embarazada de siete meses y medio.

—Ya déjalo —dijo una voz detrás de mí. Me giré y le sonreí a Pearl.

—Buenos días, Pearl.

—Buenos días, cariño —me dio un beso en la mejilla y me sonrió—. Ve a sentarte, niña. Te prepararé el desayuno.

En otras circunstancias hubiera replicado pero me senté en la mesada y la miré mientras me servía mi zumo de naranja.

—¿Cómo se ha estado portando el bebé? —preguntó mientras me pasaba el vaso.

—Moviéndose —respondí con una sonrisa mientras me acariciaba el vientre. Generalmente cuando Damon se despertaba, el bebé también lo hacía. Entonces Damon se pasaba veinte minutos hablando y besando mi ya redondeada barriga. Luego se levantaba y se preparaba para ir a trabajar. A pesar de habernos mudado juntos hacía más de dos meses, él todavía no había podido transferirse al Hospital local del pueblo. Lo necesitaban en Seattle hasta que consiguieran otro doctor de su campo.

—¿No tienen la más mínima curiosidad de saber de qué género es? —preguntó Pearl mientras me servía los cereales. No habíamos querido saber si el bebé era niño o niña. Queríamos que fuera una sorpresa para todos, incluido para nosotros cuando el bebé naciera. Pero todos nuestros familiares parecieron haber cultivado un ligero resentimiento por ello.

—Claro que sí —respondí mientras ella se sentaba frente a mí en la mesada con su café—. Pero queremos que sea sorpresa.

—¿Cómo harán con la habitación? —rió. Porque tendrán que pintarla de rosa o azul y no podrán hacerlo con el niño ya nacido.

Era verdad. Ya lo habíamos pensado y por eso lo pintaríamos con colores neutros… bueno, otras personas lo harían ya que Damon no me pondría cerca del olor a pintura en mi estado. Era viernes y él había prometido que el sábado iríamos a comprar los muebles del niño.

—Colores neutros —le respondí tardíamente. Iba a preguntarme algo más pero sonó el teléfono y Pearl se levantó para contestarlo.

—Bella —llamó mientras entraba de nuevo en la cocina con el teléfono en la mano—, es el señor James.

Sonreí y tomé el teléfono.

—¡James!

Hola, cariño —saludó él a través de la línea—. ¿Cómo está la pansa?

—Bien. Estuvo un poco revoltoso cuando Damon se fue.

Me imagino. ¿Has terminado el manuscrito? ¿Qué tal te pareció?

—Hmm —bajé de mi asiento y me encaminé hasta mi habitación para encender la Notebook—. Pues yo me arriesgaría. Es… intrigante.

Unos días antes de mudarme, le había dicho a James que renunciaría a mi puesto en su editorial. Habrían muchos cambios en mi vida y no quería complicar la de él pero James se negó y me convenció de hacer el trabajo en casa. Damon me había dicho que él no tenía problemas en que yo dejase de trabajar porque al fin y al cabo tendríamos un bebé y él esperaba que yo dejase mi trabajo en algún momento para cuidar del niño los primeros meses. Algo en lo que extrañamente yo estaba de acuerdo. No quería ser una esposa mantenida —algo que no estaba mal pero yo no me sentiría bien en aquel papel— pero tampoco quería perderme los primeros años de vida de mi hijo o hija. Cuando naciera el bebé dejaría de trabajar al menos durante su primer año de vida. Dicen que es muy importante que el niño sea alimentado del pecho de la madre para obtener todos los nutrientes necesarios en sus primeros meses de vida y yo planeaba estar con él más que eso.

Bien. Lo pensaré, entonces —y no dijo nada más. Eso era raro ya que desde que me había mudado para estos lados, James me llamaba al menos dos veces por día y éramos dos máquinas de hablar durante todas esas llamadas.

—¿Sucede algo? Te noto un poco…

Victoria está embarazada.

No respondí. De hecho, no me moví. ¿No era o que James había deseado? ¿dejar embarazada a Victoria? ¿tener un hijo con ella?

—¿Y por qué suenas tan —busqué la palabra adecuada—… monótono?

Silencio.

Es que todavía lo estoy asimilando.

Me reí. Esta vez sí me reí y luego de unos segundos lo escuché acompañarme desde el otro lado de la línea.

—¡Felicidades! —acaricié mi barriga protectoramente sabiendo la felicidad que traía un bebé. Y más si era deseado.

Sí, no sabes, estoy —suspiró—… en las nubes.

—Pues me alegro —sonreí aunque sabía que él no podía verme—. ¿Cómo está Victoria?

Está feliz. Y me encanta verla así. Es tan distinto a como era con Irina… de verdad creo que ella es la única.

—Si tú eres feliz, creo que todo está bien. No conozco a Victoria aunque creo que eso cambiará —reí— pero si a ti te hace feliz, yo soy feliz, James.

Gracias, Bells.

Luego seguimos hablando de trabajo y otras cosas para más tarde terminar la conversación. Como yo ya no trabajaba en la oficina, Ángela se había ganado el puesto de secretaria de James y según lo que ella me había contado, también se había ganado unas cuantas enemigas.

Subí las escaleras con cuidado, lentamente y fui a la habitación para cambiarme el pijama por un vestido suelto de premamá. En realidad, tenía el pijama porque desde que había alcanzado los cuatro meses de embarazo era lo primero que me gustaba vestir en la mañana cuando desayunaba. Cuando dormía, lo hacía desnuda. Apenas nos mudamos, descubrí que Damon dormía cómo Dios lo había traído al mundo, y que le molestaba que yo usase ropa en la cama. Pronto no me importó complacerlo, ya que cuando me metía en la cama y estaba él, la ropa no me duraba mucho tiempo puesta.

Eso era otra cosa que había descubierto de Damon. Era insaciable. Lo hacíamos cada vez que estábamos solos. En la cama de noche cuando él volvía de trabajar y de nuevo en la mañana cuando se despertaba. Si íbamos a algún lado, me tomaba por sorpresa mientras nos cambiábamos las ropas o quizás también en la ducha.

Y yo era insaciable, también. No podía quitarle las manos de encima. Mis hormonas estaban completamente revolucionadas por ese hombre y él lo sabía y se aprovechaba de eso.

Suspiré y me tendí de espaldas sobre el cómodo colchón muy cuidadosamente y sonreí, recordando a Charlie y su expresión cuando le conté que sería abuelo. Contra todo pronóstico, no se supo a gritar ni tampoco amenazó a Damon por haber embarazado a su única hija. De hecho, Charlie Swan, Sheriff del pueblo de Forks, lloró como una niña. Seguramente si le preguntaran diría que tenía algo en el ojo pero era muy poco probable que tuviera dos algos en sus dos ojos marrones al mismo tiempo. A decir verdad, se lo tomó muy bien. Sólo le prometió a Damon que si me hacía sufrir lo encerraría con cargos suficientes como para darle cadena perpetua. Damon había asentido con la cabeza muy seriamente pero pude ver cómo sonreía un poquito.

—¿Bella? —escuché que Pearl llamaba en voz alta antes de tocar la puerta con sus nudillos.

—Adelante —vi cómo abrió la puerta y me sonrió de manera enigmática—. Creo que debes bajar, cariño.

—¿Qué sucedió? —pregunté con el seño fruncido.

—Puede que el Señor Ministro haya hecho algo…

Suspiré y me levanté lentamente.

—¿Qué ha hecho el gato ese, ahora? —me pregunté a mí misma mientras Pearl bajaba a mi lado los escalones con una mano suya tomando mi codo.

—Tendrás que verlo.

Cuando llegamos al pie de las escaleras y dimos unos cuantos pasos dentro de la sala de estar, me quedé de piedra en mi lugar.

—¡Sorpresa!

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Algunas personas van por el mundo empezando y terminando relaciones de amor y amistad. No tienen un balance en sus vidas. Y yo tengo la inmensa buena suerte de no ser parte de ellas. Frente a mí estaban, sentados o acomodados y también de pie, mis amigos.

Sonreí y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Los primero en venir a abrazarme fueron Jasper y Alice.

—Estás enorme, Bells —dijo ella en mi oído, muy suavecito como para enfadarme. Reí entre lágrimas y la solté para luego abrazar a Jasper.

—Estás hermosa, Bella —me dijo él cuando nos alejamos. Limpió mis lágrimas con sus dedos—. La maternidad te sienta bien.

—Gracias —lo ayudé a desaparecer mis lágrimas y sonreí cuando Stefan y Elena vinieron a saludarme.

Luego les siguieron Rose y Emmett, quien antes de intentar darme un abrazo de oso recibió una mirada dura de Rosalie. Yo me reí y los abracé suavemente. Luego vi a Esme y Carlisle. Cuando ella me abrazó, susurró en mi oído:

—No importa que ya no estés con mi hijo, siempre serás parte de mi familia.

Sofía y Giuseppe también estaban allí, tan formales y amables como siempre. Ella estaba muy feliz y aunque él pusiera un rostro serio, supe que estaba contento. Jacob estaba allí, también, y no pude evitar notar que miraba de manera muy seguida a Bonnie. Caroline y Bonnie estaban allí, por supuesto. Técnicamente, las había conocido antes de conocer a la familia Salvatore y habíamos creado un lazo verdadero y lejos de la influencia del embarazo y la familia de mi actual pareja. Mis padres estaban allí, también. Cada uno con sus respectivas parejas. No podían faltar a este acontecimiento, me dijeron. Ángela, mi amiga de fierro, mi adorado James y Victoria, también. Éstos dos últimos estaban radiantes y yo sabía el motivo.

—Pero, ¿qué acontecimiento? —le pregunté a todos y a nadie en particular.

Alice rió y miró hacia la sala haciendo que yo siguiera su mirada. Claro, como había estado tan sorprendida por sus presencias, había fallado en notar los manojos de globos azules y rosas que evidentemente estaban inflados con gas helio y el inmenso cartel que decía 'Felicidades'

—Gracias —sonreí mientras Charlie me ayudaba a llegar hasta el sillón. Habían puestos regalos envueltos en papeles con dibujos de bebé sobre la mesilla de la sala y Pearl fue en busca de café —jugo para mí— y algo para convidar a los invitados.

—¿No creerías que te quedarías sin un baby shower, verdad? —preguntó Rosalie con una perfecta ceja rubia enarcada.

—De hecho, ni se me había pasado por la cabeza.

—Qué raro nuestra Bells —rió Emmett.

Mis mejillas se sonrojaron y él rió más fuerte, causando las risas de otros. Fue ahí cuando me di cuenta de que los Salvatore y los Cullen estaban juntos en mi casa. En la casa de Damon.

—¿Cómo…? —pregunté mientras los señalaba a todos.

—Alice llamó a Damon —contestó Elena con una sonrisa.

—¿Lo hiciste? —miré a Alice con las cejas enarcadas. Ella puso expresión de ángel y sonrió.

—Le pedí a papá que buscara a un doctor llamado Damon Salvatore y no le costó mucho encontrarlo.

—Entonces, Damon sabía de esto —no sabía si sentirme maravillada o traicionada. Elegí la primera opción.

—Sí —contestó Rosalie—. No lo culpes por no haberte dicho, por favor. Lo que sucedió fue que Alice lo amenazó con dejarlo sin más hijos que el que tienes en el vientre —los padres de Damon rieron y Stefan enterró el rostro entre sus manos pero pude ver cómo sus hombros se sacudían de la risa—. ¿Qué? —preguntó Rosalie—. ¡Ella es capaz de hacerlo! —y provocó más risas de los demás.

Un auto estacionó en la entrada y supe quién era; reconocería ese motor en donde fuera. Momentos después Damon entró en la casa y sonrió a los invitados. Me dejó sin aliento. Como siempre.

La primera en saludarlo fue Sofía, claro. Daba un poco de gracia que a pesar de tener más de veinticinco años, Sofía seguía llamándolo bebé. Y que Stefan se pusiera juguetonamente celoso por ello.

Debo confesar que un poquito de nervios me dio que los Cullen y Damon se conocieran pero todo fue como el agua. Alice y Rosalie ya lo conocían aunque sólo se hubieran presentado pero, ¿Jasper y Emmett? Ellos me preocupaban. Bueno, quizás más el último que el primero. Cuando tocó el saludo entre Damon y Emmett, el oso se puso de pie con toda su estatura y músculos, su expresión fría. Le tendió la mano a Damon, quien se la estrechó y a pesar de que noté cómo Emmett apretaba demasiado el agarre, Damon ni siquiera hizo una mueca. Cuando se dio vuelta y caminó hacia mí para enredarme en sus brazos y darme un beso dulce en los labios, pude apreciar la sonrisa de aprobación de Emmett.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté en un susurro cuando supe que nadie nos oía porque estaban enfrascados en una amena charla.

Damon enarcó las cejas.

—¿Es que tengo prohibido venir a mi casa?

Sonreí y me alcé para besarlo en los labios. Reímos cuando el bebé comenzó a dar pataditas contra mi vientre y el de Damon.

—Creo que el bebé dice que no —bromeé—. Y aquí se hace lo que él dice.

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El día siguió su curso y me di cuenta de cuánto había echado de menos a Alice y Rosalie. Jasper y Emmett se portaron como si nunca los hubiera dejado de ver. No me guardaban rencor, al menos. Stefan y Jasper tuvieron algo en común sobre qué hablar: filosofía. Damon y Carlisle encontraron su punto de conversación en sus profesiones y Charlie se les unió aportando accidentes y ese tipo de expedientes.

Elena, Bonnie y Alice parecían llevarse bien, al igual que Caroline y Rosalie. Era divertido ver a aquellas dos impresionantes rubias juntas. No sabría decir quién era más hermosa que quien.

Esme, Sofía y Renée también parecían llevarse bien. Bueno, las consuegras debían hacerlo. Y en cuanto a Esme… bueno, era imposible no querer a Esme.

—Estoy muy orgulloso de ti, Bells —miré a Emmett, quien estaba sentado a mi lado en el sofá. No me había dado cuenta de que se me había acercado, lo cual era raro porque él era muy grande como para pasar desapercibido.

—¿De qué hablas?

Emmett sonrió, mostrando una hilera de dientes perfectamente blancos.

—De todo lo que has conseguido. A pesar de lo que te ha hecho Edward, aun estas aquí, poniéndonos buena cara a todos.

—¿Y por qué no habría de hacerlo, Em? —fruncí el seño—. Ustedes son mis mejores amigos. Más allá de mi relación con Edward.

—Sí —consintió él—. Lo sé. Lo sabemos —rectificó—. Pero aún así… voy a comportarme como un hombre y a admitir que me sentí dolido cuando te alejaste de nosotros luego de la separación —frunció el seño y miró sus enormes manos—. ¿Dije que me comportaría como un hombre y luego dije esas cursilerías? —se preguntó más para sí mismo que otra cosa.

Me reí sin poder evitarlo. Él también sonrió. Puse mi mano sobre la suya, que se veía demasiado grande y masculina a comparación de la mía.

—Lamento que se hayan sentido de esa manera —dije—. Pero comprende que voy a tener un hijo con Damon. un hijo que como la mayoría sabe o al menos debe sospechar, fue muy inesperado. Necesitaba mezclarme con el mundo de Damon, de el padre de mi hijo. Un tiempo después de estar con Damon me di cuenta de que tendría que tener un futuro con él y que no conocía ni el nombre de su mejor amigo.

—Ya —asintió Emmett—. Lo entiendo… pero eso no quiere decir que tuvo que gustarme.

—Prometo no volver a hacerlo —dije—. Ya ha pasado todo. Conozco a la que será parte de mi familia. Bueno, en realdad ya es. Tiempo presente —reímos y nos quedamos en silencio por unos minutos hasta que él volvió a hablar:

—¿Sabes? —dijo de repente con la expresión seria—. Siempre pensé que tendría algún derecho sobre tu hijo.

—¿A qué te refieres? —pregunté, confundida.

—A que siempre pensé que con quién tendrías hijos sería con mi hermano —sonreí y recordé que Alice me había dicho lo mismo. Emmett siguió—: no porque yo así lo deseara sino que porque parecía tan… natural pensarlo de esa manera.

—Créeme, Emmett, yo también pensaba que era natural imaginar algo así. Pero ya ves que no. Las cosas… cambian. Se desgastan. Quizás no suceda eso entre Rose y tú o Jazz y Alice pero quizás también tiene que ver con —busqué la mejor manera de cualificar la hiperactividad de Alice y el constante buen humor casi inhumano de Emmett—… el encanto Cullen.

Emmett enarcó las cejas.

—Siento decirte, Bells, que tu teoría no parece plausible.

—¿Qué tiene de malo?

—Que Edward también es un Cullen y fíjate como salió…

Reí. No era cuestión de querer o no. Tuve que hacerlo.

—Bien. Te concedo eso —quise preguntarle algo a Emmett pero no me atreví. Levanté mi mirada y encontré aquellos honestos ojos azules y él supo lo que yo quería saber.

Suspiró.

—Edward está bien, Bella. Trabaja, come, duerme… ya sabes, lo normal.

—¿Pero? —lo animé.

—Te extraña. Creo que sigue amándote. Pero aprenderá la lección y algún día, cercano o lejano, encontrará a alguna otra mujer que lo haga feliz. No debes preocuparte. Él tomó sus decisiones y tú las tuyas.

Un minuto de confortable silencio.

—¿Bella?

—¿Sí?

—Me agrada Damon.

—A mí también —respondí.

—Creo que no hace falta que lo aclares. Si no te hubiera agradado tanto no estaríamos festejándote un Baby Shower —y su risa atronadora siguió ese comentario tan… marca Emmett.

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~oOo~

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De aquella tarde solo surgieron cosas positivas. Lo primero y más importante fue que reanudé mis relaciones con la familia Cullen. Excepto aquella pequeña excepción —Edward— a la regla.

La segunda cosa buena fue que todas mis amigas —antiguas y nuevas— se ofrecieron a diseñar el cuarto del bebé, que sería con colores neutros ya que no sabíamos el sexo. Alice estaría al mando, por supuesto. Aunque Damon y yo sólo pusimos una condición: la cuna del bebé la elegiríamos solo nosotros.

La tercera cosa buena había sido que los consuegros se llevaban de maravilla. El padre de Damon y el mío tenían mucho tema de conversación en delitos y leyes. Tanto así que Giuseppe había invitado a Charlie y Sue para unos días de pesca cuando el bebé ya hubiera nacido; ninguno de ellos quería perderse la llegada al mundo de su nieto no nacido.

James y Damon conversaron y Damon borró cualquier sentimiento de celos que hubiera tenido al verlo tan feliz con Victoria. Ella estaba radiante y cuando nadie prestaba atención, la felicité al oído. No querían decir nada aún hasta cumplir los tres meses de riesgo. Sólo yo lo sabía.

El gran día llegó más pronto de lo que imaginé. Estábamos en la casa con Katherine y Elena. Últimamente, nuestros amigos se turnaban para quedarse a hacerme compañía, muy a pesar de que yo les decía que me encontraba bien con Pearl y el Señor Ministro.

—¿Te sigue molestando tu compañero de trabajo? —le pregunté a Katherine mientras comíamos frutillas con crema. Luego del parto me parecería un mamut pero poco me importaba en esos momentos.

—No —rió—. Nunca más. Creo que mis palabras hirientes fueron efectivas.

Elena rió desde mi otro lado.

—Siempre lo son.

Lo que me sorprendía era que Katherine fuera de muy buen comer. Comía casi tanto como yo y eso que no estaba embarazada. Me pregunté con ligera envidia dónde ponía esos kilos de más.

De repente, Katherine suspiró y dejó que su cabeza cayera sobre el respaldo del sillón.

—¿Qué sucede? —preguntó Elena acomodando un mechón de su lacio cabello detrás de su oreja.

—Es… Elijah.

Fruncí el seño.

—¿Qué hay de malo con él? —pregunté.

Katherine miró mi muy abultado vientre y suspiró.

—Quiere tener un hijo.

—Y tú no quieres —deduje.

—No es que no quiero —dijo ella y le pasó la crema a Elena—. Es que… no creo poder llegar a ser una buena madre. Mis padres me abandonaron y eso es con lo que yo he tenido que vivir toda mi adolescencia. Sé que no le haría eso a un hijo mío y mucho menos si el padre es Elijah, pero aún así…

Pude ver cómo Elena volteaba la mirada hacia otra dirección. Quizás lo imaginé pero vi cómo sus labios se curvaban en una mueca.

—Katherine —empecé—, tienes que entender cuando te digo que nadie es igual a sus padres. Mírame a mí y luego a Renée, ¿alguna vez pensarían que ella es mi madre? —les pregunté a ambas.

—No —dijeron a la vez y riendo como tontas. No pude más que unirme.

—Bueno, pues que no se te olvide. Nadie es igual a nadie en este mundo. Podemos parecernos a otras personas pero cada uno tenemos nuestra esencia y es única.

Katherine sonrió y volvió a suspirar.

—De todos modos, no creo estar preparada para ser madre aún.

—Pues quizás deberías decírselo a Elijah —comentó Elena—. Él debe saber cómo te sientes. Dile que no ahora, que quizás más tarde.

—Lo haré —asintió ella con una mejor expresión. Miró a su gemela—. ¿Y tú?

—¿Yo? —Elena bufó—. No veo la hora de ser madre. Pero no sucede. Hace meses que lo intentamos pero nada pasa.

—¿Se han hecho… ya sabes… estudios? —pregunté, vacilando.

—Sí —Elena nos brindó una pequeña sonrisa—. Y estamos sanos. Según el doctor, somos más que capaces de procrear.

—Entonces no debe de ser tu tiempo, sis —comentó Katherine—. Como tampoco es el mío.

—Creo que tienes razón —asintió Elena.

—Claro que la tengo —resopló Katherine, haciéndome reír.

Quizás fue mi risa o las molestias que venía sintiendo desde la mañana, no sabría decirlo con certeza. Pero pronto sentí algo cálido y líquido recorrer mis muslos. Algo que sin lugar a dudas no era pis.

—Oh, por Dios.

Las muchachas voltearon a verme.

—¿Qué sucede? —preguntó Elena.

—Rompí bolsa —informé sin aliento.

Capítulo 13: Perfecto para mí Capítulo 15: Epilogo: Damon

 
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