Ayúdame a sanar (+18) Short-Fic.

Autor: dianacullenblack
Género: Romance
Fecha Creación: 14/07/2012
Fecha Actualización: 26/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 44329
Capítulos: 15

La traición se interpuso en la relación de Bella y Edward... para luego hacerlo Damon Salvatore.

M por Lemmons Shortfic. B&D&Ex OoC ¡Todos Humanos! BxD .

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J Smith. La historia es propiedad de Gissbella De Salvatore yo solo publico con su autorizacion.

TERMINADO

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Capítulo 2: Al descubierto

Declaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J. Smith. la trama es de GISSBELLA DE SALVATORE

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Ayúdame a sanar

 

_-2-_

 

Al descubierto

 

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Esto era raro y por sobre todas las cosas incómodo. Él se había vuelto para servir el desayuno en dos platos y llevarlos a la mesa en donde yo me encontraba. Puso el plato enfrente de mí.

 

―No sé lo que te gusta, asique…

 

―No, está bien ―me apresuré a decirle. Después de todo yo era la intrusa en su casa.

 

Se sentó y yo, apresurada por los sonidos de mi estómago, tomé los cubiertos y empecé a comer. Estaba muy bueno para que lo haya cocinado un hombre. Tomé un poco de jugo y cuando iba a llevar otro trozo a mi boca lo vi mirándome divertido.

 

― ¿Qué?

 

Él sonrió.

 

―Cualquiera diría que no te alimento lo suficiente ―él también empezó a comer.

 

Me sonrojé.

 

―Normalmente no como tanto ―me defendí automáticamente―. Es solo que anoche ―mi rostro se puso aun más rojo que antes―… tú… es decir… ―no podía parar de balbucear hasta que al final preferí callarme.

 

Él soltó una risotada.

 

―Sí, creo que hicimos mucho ejercicio anoche ―terminó concordando para mí ya mucha vergüenza. Creí haber alcanzado un nuevo rojo en la historia. Me limité a comer todo lo que mi plato tenía y él me imitó con la música de Jazz de fondo. Tenía que admitir que a pesar de todo, estar en silencio con él era agradable.

 

―Mmm. ¿Cómo te llamas? ―pregunté. Todavía no me quitaba la impresión de haberme acostado con un desconocido.

 

―Damon ―contestó sin dejar de comer. Me miró―. ¿Tú?

 

―Isabella ―contesté―. Un placer.

 

―Fue más que eso ―dijo levantando las cejas. ¿Se había propuesto matarme de la vergüenza? Propuesto lo que se hubiera propuesto, seguí comiendo.

 

―¡Esto está muy bueno!

 

―Todo lo que yo hago está muy bueno ―su tono era divertido.

 

Suspiré hondamente mientras mis ojos se cerraban.

 

―¿Sabes qué? ―mi voz sonó ruda y elevada―. Quizás me haya acostado contigo y, está bien, ni siquiera sabía tu nombre hasta esta mañana pero no me gusta que me avergüencen a propósito.

 

Él asintió, su tenedor estaba clavado en el tocino.

 

―No pensé que fueras una chica tan fácil de herir ―masculló.

 

―¿Qué? ―enarqué una ceja y me di cuenta de que quizás estaba sobreactuando. Solo un poco.

 

―Nada ―sacudió la cabeza y siguió comiendo. La música llenaba la habitación de forma placentera y el sol que entraba por la ventana de la cocina era detenido por las blancas cortinas, lo que hacía que fuera aun más luminoso. Por lo poco que había visto de su departamento, los colores marrones abundaban.

 

Terminamos de comer aun en silencio. Alejé el plato de mí y me recosté en el respaldo de la silla con las manos en mi estómago lleno. Estaba satisfecha y me di cuenta que la comida sabía aun más rica cuando otra persona la preparaba.

 

―¿Sabes dónde está mi ropa? ―pregunté sin mirarlo.

 

―Sí ―se levantó y fue hacia lo que yo suponía era el living y luego volvió―, una vecina golpeó la puerta esta mañana y me entregó algunas prendas ―sonrió―. Al parecer, anoche nos las olvidamos en el suelo durante nuestro trayecto desde el ascensor hasta la puerta de mi apartamento.

 

Mi boca se abrió sorprendida.

 

―¿Cómo…? ―me aclaré la garganta― ¿cómo sabía que eran mías?

 

Se encogió de hombros.

 

―Está acostumbrada.

 

¿La vecina estaba acostumbrada? ¿a qué? ¿a que él llevara mujeres a su departamento? ¿a que se empiecen a desnudar antes incluso de traspasar la seguridad de la puerta? Me sentí enferma porque yo, sin duda alguna, ya me había convertido en una de esas mujeres.

 

Tomé la ropa de sus manos abruptamente y él enarcó las cejas pero no dijo nada al respecto. Solo dijo:

 

―Puedes bañarte si quieres. Hay toallas, jabón y shampoo y enjuague en el baño.

 

Me levanté sin mirarlo siquiera y me dirigí hacia el dormitorio. Realmente sopesé la idea de cambiarme e irme así pero me sentía sucia y en verdad necesitaba un baño. Asique contra mis ascos me dirigí al baño y cuando entré me di cuenta que no tenía nada de qué preocuparme a la vista. El baño era de mármol y en tonos café, también. Y estaba muy limpio. Caí en la cuenta de que el dormitorio, la cocina y el baño estaban completamente limpios y ordenados y que seguramente la casa entera estaba de igual forma. Algo raro para un hombre soltero viviendo solo. A menos que no viviera solo.

 

Sacudí la cabeza y me dirigí directa hacia la ducha. No me tenía porque importar si tenía novia, o peor, estaba casado, porque no pensaba volver a pasar por esto nuevamente.

 

.

 

~oOo~

 

.

 

Luego de una buena ducha caliente y de vestirme estaba lista para enfrentar al mundo. Bueno, quizás no para tanto pero estaba lista para enfrentarme a ese día. Entré a la habitación y la cama ya había sido tendida. Fruncí el seño y miré hacia el despertador que había en la mesilla de noche que estaba al lado de la cama. Eran las siete y cuarto de la mañana. ¿Cuánto había dormido en toda la noche? ¿dos horas? ¿dos horas y media? Pero no me sentía cansada, al contrario. Me sentía bien despierta. Agarré mi chaqueta y me la puse mientras caminaba hacia la cocina.

 

―¿Damon? ―lo llamé. No hubo respuesta aunque la música seguía sonando solo que un volumen más bajo―. ¿Damon?

 

Llegué a la cocina para encontrarme con que todo volvía a estar limpio y acomodado. Y Damon no estaba. Me iba a dar la vuelta para salir de allí cuando algo en la mesa captó mi atención. Era una hoja con una nota en ella:

 

Tuvimos una increíble noche y espero que se repita,

 

Llámame, 1584735584

 

Damon.

 

Y al lado de la nota había un billete de cien dólares.

 

¿Qué pensaba? ¿Qué era una prostituta? Chillé frustrada y lágrimas de rabia quemaron en mis ojos. Me di la vuelta, caminé todo el recorrido hasta la puerta principal y la abrí de un movimiento rápido para luego quedarme allí, de pie. ¿Cómo hacía para volver a mi casa? Había llegado allí en el auto de Damon y no había prestado atención al camino porque solo había tenido ojos para él. ¿Y ahora qué hacía? Me di cuenta que ese billete era mi salvación puestos que no tenía un centavo conmigo.

 

Sintiéndome indignada y humillada, volví sobre mis pasos y tomé el billete, metiéndolo en el bolsillo trasero de mi jean. Cuando salí del departamento me di cuenta que no tenía llave para cerrarlo. Me encogí de hombros. ¡Que le desvalijen todo! ,deseé. Bajé en el ascensor con la mirada gacha por si algunas de las señoras que estaban allí eran vecinas de Damon. Una vez afuera, me tomó media hora que me parara un taxi. Me subí y le di el nombre del bar en el que había estado la noche anterior. Cuando llegamos el taxista me cobró sesenta dólares. Caminé hasta encontrar la plaza en la que había estado vagabundeando y no me costó mucho más encontrar mi auto. A las ocho y diez de la mañana ya estaba de vuelta en mi edificio.

 

Coloqué mi mano en el picaporte de la puerta y di vuelta la llave para luego entrar al departamento. Estaba oscuro asique Edward no estaba, bueno, en todo caso él tenía que estar trabajando a esa hora. Era uno de los mejores cirujanos de corazón en unos de las mejores clínicas de Seattle asique su horario era elástico. Quizás tanto como esa golfa con la que se acostaba, pensé con odio. Asique a veces hasta se quedaba tres o cuatro días seguido en el trabajo. Claro, ahora no sabía si era verdad.

 

Entré y cerré la puerta a mis espaldas mientras prendía las luces. Si, no había vuelto al departamento; podía ver todavía el pote de helado, que yo había estado comiendo la noche anterior y que debía estar derretido, en la isla de la cocina. Éstos debían ser los momentos en los que no aparecía por la casa durante esos tres o cuatro días. Suspiré y me apoyé en la puerta. ¿Qué iba a ser? ¿Iba aquedarme hasta que Edward volviera? ¿Iba a enfrentarlo? No, no podía. Pero si me daba prisa podría llegar al trabajo a tiempo. Corrí hacia la habitación y me cambié a mi ropa formal del trabajo; una camisa elegante color vino de seda y una falda negra de tuvo con unos zapatos de tacón negro no muy altos. Fui hacia el baño, tratando de no mirar las cosas de aseo de Edward, y me maquillé con un poco de rímel y brillo de labios natural. Dejé la mayoría de mi cabello suelto y solo tomé los mechones que me molestaban en el rostro y los prendí hacia atrás con unos clips. Volví a la habitación y me di cuenta de que el móvil seguía allí culpándome por romperlo. Saqué el chip que se había salvado y a todos los pedazos del móvil los puse en una bolsa de plástico y luego en mi cartera. Tomé los manuscritos, los metí también en el bolso y salí de la casa.

 

Llegué al trabajo con cinco minutos de anticipación.

 

―Bella ―saludó Ángela, mi secretaria, cuando entré. Se puso de pie en su escritorio y me siguió adentro de mi oficina con unas carpetas en las manos.

 

―Hola Ang ―le devolví el saludo. Ya habíamos pasado completamente la etapa de la formalidad y ahora nos tuteábamos. Entendible si ambas nos consideramos ya amigas―. ¿Algo importante? ―pregunté mientras ponía mi bolso en mi escritorio y comenzaba a sacar los manuscritos.

 

―No, solo más manuscritos.

 

Suspiré.

 

―Estoy hasta la coronilla de manuscritos pero algunos son en verdad muy buenos.

 

―¿Cuántos? ―preguntó realmente interesada mientras dejaba las carpetas en mi escritorio.

 

―Bueno, no tantos. Supongo que uno de cada diez pero lo que me gusta es que la mayoría son de adolescentes ―sonreí sin ganas.

 

―Es bueno ver que se interesen ―respondió ella―. ¿Un café?

 

―Te lo suplico.

 

Dejó la habitación tranquilamente, tarareando para sí misma, mientras yo me acomodaba en mi sillón. Lo mejor de toda mi pequeña oficina era mi sillón, decidí. Un momento después Ángela volvió con mi café amargo. Lo tomaba así porque me despertaba aun más. Antes no me gustaba pero ahora con el tiempo aprendí a tragarlo sin pensar en ello.

 

―Así que ―Ángela se sentó en el sillón que estaba frente a mí―, ¿una noche movidita?

 

Mis mejillas se calentaron sin permiso alguno y ella sonrió, traviesa.

 

―¿Cómo…?

 

Sin dejarme terminar la pregunta, ella sacó de mi bolso el espejo que tenía y me lo pasó, señalándome el cuello. Con el seño fruncido me miré la zona indicada y abrí los ojos con sorpresa. Allí, de color rosada y sexy había una mordida. Comencé a hiperventilar al recordar la noche pasada y el mordisco que me había dado al tener su orgasmo. Solté el espejo sobre el escritorio y llevé mis dos manos a mi cuello queriendo tapar la huella del delito.

 

Ángela rió encantada mientras el peso de todo lo sucedido caía de nuevo sobre mí. En la mañana me había levantado insensible, con la bruma de lo sucedido la noche anterior, Damon y sus besos. Pero ahora que tenía el tiempo y la tranquilidad para pensar todo caía de nuevo en su sitio. Mis ojos se humedecieron y la risa de Ángela murió en sus labios cuando me vio sollozar.

 

―¿Bella? ―su rostro se llenó de preocupación―. Bella, ¿qué sucede?

 

Sacudí la cabeza mientras tomaba aire pero no hablé.

 

―Lo siento, Bella, si te ofendí ―se disculpó ella rápidamente―. No quise husmear en tu vida privada…

 

―¡No! ¡Ese no es el problema!

 

―¿Entonces, qué? ―su rostro estaba ofuscado―. Pensé que tú querías que las cosas con Edward volvieran a funcionar ―su voz se apagó ante la incertidumbre.

 

Pasé mis dedos por las comisuras de mis ojos para que ninguna humedad se desbordara; me encontraba en el trabajo y si James, mi jefe, entraba por esa puerta yo no podía estar en un mar de lágrimas.

 

―Sí, sí. Yo quería que las cosas con él volvieran a ser como antes ―afirmé.

 

―¿Entonces? ―volvió a sonreír, momentáneamente aliviada por mis palabras.

 

―Que esto ―señalé la mordida― no me lo hizo Edward.

 

Ya estaba. Lo había soltado. La boca de Ángela se había abierto en una suave O y sus ojos no se despegaron de mi cuello.

 

―Bella, ¿me estás diciendo… que le fuiste infiel a Edward? ―su voz estaba libre de todo tono acusatorio, solo había sorpresa.

 

Suspiré y me eché hacia atrás con las manos entrelazados en mi regazo.

 

―Sí.

 

―¿Cómo pudiste? Me refiero a que, ¿ya no lo quieres?

 

―¿Quererlo? ―me reí secamente―. En estos momentos lo odio, Ángela.

 

―¿Qué hizo? ―su mano voló hacia su pecho.

 

―Anteanoche no venía a dormir a casa asique lo llamé, temiendo de que le pudiera haber pasado algo ―resoplé y luego lancé una carcajada enojada―. ¿Puedes creerlo? ¡Estaba preocupada!

 

―¿Y qué pasó? ―me instó a seguir ella pero se estiró sobre el escritorio y alcanzó mi mano, dándole un apretón.

 

―Me atendió una golfa ―respondí―, y cuando pregunté por él, ella lo llamó, parecía que intentaba despertarlo pero él no lo hizo.

 

Ángela suspiró.

 

―Bella, puede ser que haya habido un malentendido…

 

Le sonreí hoscamente.

 

―Eddy, cariño―remedé la voz de la mujerzuela―. Eddy, te llaman.

 

―Ugh.

 

Nos quedamos allí en silencio por unos minutos; yo controlando mi rabia y ella asimilando todo.

 

―¿Qué piensas hacer?

 

―¿Ahora? Trabajar.

 

―Supongo ―respondió―, pero me refería a después.

 

Me encogí de hombros y lo pensé.

 

―Supongo que volveré al departamento ―concluí―. Dios sabe cuánto agradezco que rentemos y no hayamos comprado uno.

 

―Pero, ¿estás preparada? ―preguntó ella―, ¿vas a poder hacerle frente?

 

Me hundí en mi sillón.

 

―No lo sé, Ang. Lo único que sé es que no viene desde hace dos días a casa, asique supongo que estos son sus turnos de cuatro días seguidos en la clínica.

 

Ella resopló, un sonido extraño en ella.

 

―¿Existen esos dichosos turnos? ―luego vi en su expresión el arrepentimiento por haber dicho eso, por herirme.

 

―No te preocupes, Ang. Yo también ya he dudado de eso.

 

El día pasó lentamente y no me permití pensar en otra cosa que no fuera el trabajo. Ángela me había prestado un pañuelo negro que combinaba con mi falda para poder ponérmelo en el cuello y que no se viera la mordida.

 

.

 

~oOo~

 

.

 

Llegué al departamento a la tarde, cansada mentalmente pero no físicamente. Me cambié de ropa y me puse una blusa rosa que enmarcaba mi silueta con un estampado en negro que decía The best a lo largo de los pechos, un jogging gris y zapatillas deportivas. Al pelo me lo recogí en una coleta y me saqué el maquillaje. Había sacado una gasa y un par de curitas del botiquín y me las había puesto sobre la mordida, simulando una quemadura. No iba a ver a Edward pero era mejor prevenir que lamentar. Había encendido el equipo de audio y había puesto Muse en un volumen considerablemente alto para los vecinos, pero no me importaba porque yo lo necesitaba. Limpié todo el dormitorio y acomodé toda mi ropa bien doblada para cuando me fuera. Limpié toda la cocina, fregando los platos, limpiando la mesada y los suelos. Luego fui por el baño y por último el Living. Terminé a eso de las nueve de la noche, cansada y sudorosa. No tenía ganas de cocinar asique decidí pedir comida italiana.

 

Me desnudé y me metí en la ducha, saboreando como la frescura del agua calmaba mi piel. La música aun estaba fuerte asique mientras me bañaba no paraba de contonearme al ritmo, siempre fijándome de no resbalar. Cuando decidí que era tiempo suficiente para que el delibery llegara tomé una toalla y la enrosqué alrededor de mi cuerpo. Salí de la ducha y me detuve en seco al toparme con la mirada de unos ojos verdes.

 

―Hola ―dijo con esa sonrisa de costado que en un tiempo hacía que me mojara. No pasó.

 

No sabía qué hacer, él se suponía que no iba a volver hasta dentro de dos días y yo no había decidido qué hacer. Compuse mi expresión mientras respiraba para calmarme y enroscaba aun más la toalla a mí alrededor. Le sonreí.

 

―Hola ―caminé hacia el espejo y tomé una toalla para secarme el cabello, siempre lejos de él―. ¿Todo en orden? ―le pregunté. Él estaba recostado contra la pared, su mirada no se desprendía de mí.

 

―Sí ―contestó, su voz aterciopelada y seductora. me recorrió un escalofrió de odio y él lo mal interpretó, sonrió aun más―. Todo muy aburrido como siempre ―se detuvo detrás de mí y sus manos tomaron mi cintura, pegándome a su dura excitación. Gimió y yo me estremecí―. Te extrañé ―susurró en mi oído y mi piel estalló en llamas, no por la excitación, sino por la furia. ¿Ahora me extrañaba? ¿cuando me había enterado de todo? Quise gritarle muchas cosas pero opté por sonreírle.

 

―¿Qué es eso? ―preguntó de repente. Su mirada estaba clavada en mi cuello. ¿Cuál era la excusa?, me pregunté frenéticamente.

 

―Me quemé ―él enarcó las cejas y yo me encogí de hombros despreocupadamente ―. Aceite de fritura ―le volví a sonreír y se olvidó por completo de la supuesta quemadura.

 

―¿Qué me estabas diciendo? ―le pregunté mientras me daba vuelta y le pasaba los brazos por el cuello.

 

―Que te extrañé ―me besó el lado del cuello que tenía bueno―, que no paré de pensar en ti ―besó mis labios y tuve que contenerme para no morderlo. sus manos se detuvieron en mis nalgas y me alzó, llevándome hacia la cama.

 

Me depositó suavemente en el colchón y se posicionó encima de mí con sus labios en los míos. El beso era suave y lento. Pero yo no quería suave y lento; quería gritarle y golpearlo asique de un movimiento lo tumbé bruscamente y me puse arriba de él, sonriendo.

 

Maldito, pensé.

 

Llevé mis manos hacia su camisa y la desabroché impetuosamente. Besé su pecho y cuando llegué a su cuello, lo mordí, justo como Damon lo había hecho. Pensar en Damon me trajo recuerdos a la mente por lo que sacudí la cabeza, pero él quedó allí con sus ojos azules.

 

Escuché el gruñido de Edward ante el dolor de mi mordida pero no abrí los ojos, verlo a Damon me hacía las cosas más sencillas. Besé duramente su boca mientras él se sacaba lo que quedaba de la camisa. Me froté contra su excitación y prácticamente rugió. Llevó sus manos hacia la única prenda que me envolvía pero las alejé de un manotazo. Yo tenía el control pero mi mente comenzaba a asustarse: yo no quería llegar al final de esto, pero, ¿cómo parar? La suerte debió estar de mi lado por primera vez en la vida porque el timbre sonó insistentemente cuando Edward empezaba a besar la piel expuesta de mis pechos.

 

―¡Demonios! ―rugió, enfadado por la interrupción mientras yo saltaba de su regazo y caminaba apresuradamente hacia la puerta. Tomé el dinero cuando pasé por la mesa de la cocina y antes de abrir tomé un respiro.

 

El muchacho de unos veinte años me sonrió.

 

―Hola, señorita ―saludó y su mirada vagó por mi cuerpo unos segundos. Fingí no darme cuenta―. ¿Alguien pidió comida italiana?

 

―Sí, muero de hambre ―contesté mientras tomaba los paquetes que él tenía en la mano y le pagaba―. Quédate con el cambio.

 

Su sonrisa agrandó más.

 

―Que disfrute su comida.

 

―Gracias ―me despedí cerrando la puerta. Por primera vez en dos días me sentía realizada; estaba sexualmente satisfecha, me había dado una ducha refrescante, tenía comida italiana y había dejado a Edward en el dormitorio con una excitación monumental. Y no pensaba ayudarlo a satisfacerla.

 

Sonriendo, me dirigí hacia la cocina.

 

.

 

~oOo~

 

.

 

―¿Qué hacen aquí? ―pregunté.

 

Alice y Rosalie me sonrieron desde la puerta de mi oficina.

 

―¡Bella! ―la primera prácticamente se aventó sobre el escritorio y me dio un beso en la mejilla.

 

Rosalie fue más elegante en el movimiento.

 

―Decidimos pasarte a buscar para ir de compras ―comentó.

 

―¡Sí! Me parecen años desde la última vez que lo hicimos.

 

―Solo pasaron tres semanas, Alice ―rodé los ojos.

 

Su sonrisa se hizo mayúscula.

 

―Y no me importa ―espetó haciéndome reir.

 

Era agradable verlas después de tantas semanas pero admitiéndomelo a mí misma, no había pensado en ello y no tenía ánimos. Sí, la noche anterior me había ido a dormir, o fingido dormir para que Edward no me tocara, satisfecha. Pero hoy me sentía vacía.

 

―Está bien.

 

Saludamos a Ángela, quien me miró con aprensión y luego nos fuimos a una tarde de chicas.

 

―¡Extrañaba tanto esto! ―suspiró Alice.

 

―Sí ―apostilló Rosalie. Me miró―. Vas a matar a Edward con esa lencería de Victoria's Secreat ―sonrió. Tarde le devolví la sonrisa. No tenía nada de intención de usarla para Edward.

 

―Apuesto a que sí ―la apoyó Alice―. ¿Por qué no vamos a buscar a Edward y así vamos todos a cenar? ―me miró―. Rosalie, Emmett, Jasper y yo ya teníamos planes y ahora que están ustedes podemos pasar una noche como antes.

 

Asentí con una sonrisa. ¡Dios! Me estaba matando mentirles de esa manera.

 

―Ahora que lo dices, Edward salía a las nueve de la noche hoy.

 

Alice chilló de felicidad mientras guardábamos los bolsos en la cajuela del coche de Rosalie.

 

Rosalie y Alice estaban viviendo con sus respectivos novios Emmett y Jasper. ella, ambas, era diseñadoras de modas. Recién estaban empezando con su carrera pero de igual modo les estaba yendo muy bien. Rosalie, a parte, hacía algunos trabajos de modelo cuando lo necesitaba. Jasper era psicólogo y Emmett era arquitecto. Era casi divertido como todos nos quedamos entre familia porque Rosalie y Jasper eran hermanos y ambos estaban enamorados de los hermanos Emmett y Alice.

 

En cuarenta minutos estábamos en la clínica. bajamos las tres, Alice contenta de ver a su hermano después de tres semanas. Buscamos su consultorio y preguntamos a una recepcionista.

 

―Oh ―sonrió―. El Dr. Edward Cullen está en el consultorio. Ese pasillo ―señaló―, la segunda puerta a la derecha. ¿Quieren que las comunique?

 

―No ―sonrió Alice―. Es mi hermano y queremos darle una sorpresa, ¿está atendiendo a algún paciente ahora?

 

La mujer buscó en su computadora.

 

―No ―sonrió.

 

―Gracias ―canturreó Rosalie. Caminamos hasta llegar a la puerta y Alice abrió la puerta con una gran sonrisa.

 

―¡Hermani…! ―las palabras murieron en su garganta la ver el espectáculo que tenía en frente de ella. Edward estaba sobre su escritorio con la bata desabrochada y encima de él había una mujer. No, una enfermera. Su cabello era rubio platinado y podía ver sus esculturales piernas. Ella también tenía el uniforme desabrochado y cuando giró su torso para mirarnos por la sorpresa pude ver que llevaba solo una ligera lencería color rojo sangre.

 

Pero yo fui quien vi rojo sangre. Una cosa era escuchar la voz de una mujer a través del teléfono y otra muy distinta era ver la escena en vivo y en directo. Edward sacó a la mujer de encima de él con tanta prisa que ella se resbaló y cayó al suelo sobre su trasero. Siseó de dolor.

 

―Alice ―masculló él―… Bella… ¿Qué…?

 

―¡Imbécil! ―chilló Alice mientras se acercaba y lo golpeaba con sus puños cerrados. Edward trataba de apartarla sin hacerle daño. Se había puesto roja y para ser alguien tan pequeña, me daba mucho miedo―. ¡¿Qué demonios te crees que haces con esa golfa?

 

―Alice ―llamó Rosalie en voz baja. Podía ver por su expresión de que intentaba controlarse para no golpear a Edward pero seguramente estaba preocupada por mí. Rosalie era feminista a morir.

 

―¡No! ―le chilló Alice a Rosalie y luego se volvió hacia mí―. ¡Has algo, Bella! ―sus ojos se llenaron de lágrimas. Me pregunté por qué. Después de todo, ella no había encontrado a Jasper engañándola a ella sino a Edward engañándome a mí.

 

Me encogí de hombros y me apoyé en la puerta. Después de la furia, me había quedado fría, sin sentimientos.

 

―¿Qué quieres que diga? ―mi voz salió plana.

 

―Bella por favor…

 

Los ojos de Edward también estaban cristalinos. ¿Por qué?

 

―Te descubrimos, Edward ―dije―. Ya está. Era hora, supongo.

 

Rosalie me taladró con los ojos.

 

―¿Tú sabías lo que él…?

 

―Hará tres noches, Edward no llegaba y eran las cuatro de la mañana y Edward no venía ―le expliqué a todos―, asique lo llamé al móvil. Y fue tan pero tan estúpido de dejarlo prendido. Lo contestó su amante o su amante de turno y me dijo que el señor aquí presente estaba muy cansado para atenderme ―me reí―. Supongo que habías echo mucho ejercicio, ¿verdad Eddy? ―terminé con voz malignamente melosa y él se estremeció.

 

Nos quedamos en silencio por varios minutos hasta que la enfermera-golfa cometió el error de moverse y Alice se le fue encima.

 

Capítulo 1: Engaño . Capítulo 3: Nuevas compañias

 
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