Ayúdame a sanar (+18) Short-Fic.

Autor: dianacullenblack
Género: Romance
Fecha Creación: 14/07/2012
Fecha Actualización: 26/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 44325
Capítulos: 15

La traición se interpuso en la relación de Bella y Edward... para luego hacerlo Damon Salvatore.

M por Lemmons Shortfic. B&D&Ex OoC ¡Todos Humanos! BxD .

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J Smith. La historia es propiedad de Gissbella De Salvatore yo solo publico con su autorizacion.

TERMINADO

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Capítulo 4: ¿irreverente?

Declaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J. Smith. la trama de Gissbella de salvatore.

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Ayúdame a sanar

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¿Irrelevante?

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La hoguera irradiaba todo el calor que el ambiente no nos daba. Mi mirada se había centrado en el color del cálido fuego. Llamas rojas, naranjas y amarillas cautivaron mi atención.

―¿Quieres? ―me preguntó Paul, tendiéndome un Hot-dog.

―Gracias ―acepté. Mi estómago gruñó y me apresuré a llevar la comida a mi boca. Paul, quien estaba sentado a mi lado derecho en el tronco, le tendió a Bonnie que estaba a mi lado izquierdo, otro perrito caliente.

Habíamos hablado con Sam y él había consultado con los ancianos de la tribu debido a las intenciones de las muchachas y ellos decidieron junto con él que no había problemas en que Caroline y Bonnie publicaran sus leyendas como trabajo. De igual manera, ellas iban a darle crédito a la reserva y quizás, con suerte, aumentarían los turistas.

Asique, allí estábamos. Jacob, Paul y Rachel, Jared y Kim, Quil, Embry, Sam y Emily. Caroline, Bonnie y yo, sentados en troncos alrededor de la hoguera. Como anfitriones estaban el viejo Quil Ateara (abuelo de Quil), Billy (padre de Jacob) y Sue con Charlie, quien no tenía nada que ver con la tribu pero como Sue había venido, él no se había quedado solo en casa.

Miré hacia Bonnie, a mi lado izquierdo, quien tenía el seño fruncido en dirección opuesta a la mía. Seguí su mirada y me encontré con un Jacob que se zampaba todo lo comestible que encontraba.

Peleé contra la urgencia de soltar una risa. Otra más. Meneé la cabeza y vi por el rabillo del ojo que Caroline, quien estaba entre medio de Quil y Embry, no tenía tantas molestias y se reía de todas formas. No pude más que imitarla. Jacob y Bonnie no habían quedado en muy buenos términos. De hecho, luego de que Jacob se echara al hombro a Bonnie, había caminado hacia la playa y la había soltado en el agua fría. Ella había chillado nuevamente y yo me había acercado para retar a Jake pero pronto terminé en el agua junto a Bonnie, seguida de Jacob y luego Caroline. Pronto todos estábamos revolcándonos en el agua, jugando a quién mojábamos más. Claro que el juego terminó cuando la lluvia se hizo más fuerte, con nosotros calados hasta los huesos y con Bonnie odiando a Jacob. Pudo haber sido peor.

―¿Estamos todos? ―preguntó Sam. Todos murmuramos nuestras respuestas y luego todo quedó en silencio. Caroline y Bonnie tenían una grabadora y la pusieron a andar en cuanto el viejo Quil Ateara empezó a contar las honorables leyendas.

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~oOo~

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―Asique han… roto

Asentí con la cabeza ante las palabras de Jacob. Mi brazo, que estaba entrelazado al de él mientras caminábamos, se tensó cuando vi un hueco en el suelo. No quería caerme. Cuando habían terminado de relatar las leyendas Quileute y las chicas se hallaban haciendo todo tipo de preguntas, Jacob me había pedido que lo acompañase a dar una caminata por la playa. Supe cual era su intención en el momento en el que vi sus ojos preocupados.

―¿Qué ha sucedido?

Tomé aire y le respondí.

―Me estaba engañando con otra.

Se detuvo abruptamente y me miró con las cejas en alto. Era una expresión algo chistosa en él.

―No sé porqué pero no te creo ―su tono era sorprendido. ¿Es que era posible que no me creyera?

―Yo tampoco quería creerlo pero me convencí mucho cuando Alice, Rosalie y yo lo encontramos con una enfermera sobre el escritorio ―bufé.

―¿Qué? ―gruñó, su cuerpo se tensó.

Sonreí con amargura.

―¿Ahora sí me crees? ―reanudé la caminata, arrastrándolo conmigo.

―Es que… bien sabes que no me cae tan bien pero… es un idiota ―a pesar de su enojo, aún pude apreciar en su tono la sorpresa. Contuve otro bufido. Edward no era perfecto, ahora me daba cuenta.

―Pero tú ―habló nuevamente―… ¿estás bien? ¿qué hiciste cuando te enteraste?―

Embriagarme y acostarme con un desconocido, tuve las ganas de decir. Pero no lo hice, porque era algo demasiado íntimo como para hablarlo con él. Al menos, aún no podía hacerlo.

En vez de eso, opté por encogerme de hombros.

―¿Qué quieres que haga? Le dije lo que pude y salí de allí pitando. No pude hacer otra cosa.

Desenganchó su brazo del mío y me lo pasó por los hombros. Me sentí como una niña pequeña siendo consolada por su hermano mayor. Su abrazo me llenó de afecto y tibieza.

―¿Estas mejor? ―me preguntó mientras seguíamos caminando y me depositaba un beso en la frente.

―Supongo ―suspiré.

―Lo mataré.

―No ―le advertí―, no lo harás. Ya hemos hablado y hemos aclarado… casi todo. No quiero volver a verlo.

Enarcó una gruesa ceja.

―Su cuñada y su hermana son tus mejores amigas. Sin mencionar que Esme y Carlisle te adoran. ¿Qué piensas hacer con ellos?

Todavía no había pensado en ello. No quería hacerlo. Amaba a Carlisle y Esme como si fueran mis segundos padres. Los quería tanto como a Emmett, Rosalie, Jasper y Alice. Pero no sabía si mi relación con ellos iba a ser igual desde entonces. Deseaba que siguiera siendo así.

Miré ceñuda a Jacob.

―Un problema a la vez, ¿sí?

Él lanzó una carcajada.

―Pues ponte a pensar en eso, también ―me aconsejó―. Por cierto, ¿se fue del departamento?

Negué con la cabeza.

―Me fui yo.

―¿Por qué? ―me preguntó con voz dura―. ¡ÉL fue el que te engañó, no tú a él!

Casi me estremezco.

―No quería seguir viviendo allí. Además, no era como si lo hubiéramos comprado, sólo lo rentábamos.

Suspiró.

―Supongo que tienes razón.

Seguimos caminando en silencio.

―¿Dónde vives, entonces?

Le sonreí.

―¿Te acuerdas de Ángela?

Sonrió.

―El angelito.

Me reí.

―Sí, ella. Bueno, su compañera de departamento se mudó con su novio así que ella tenía lugar para mis cosas.

Asintió.

―Vas a estar bien con Ang.

―¿Y tú?

―¿Yo? ―preguntó.

―Sí. ¿Qué hay de ti? ¿cómo van las cosas?

―Oh. Supongo que bien. El negocio anda bien, de hecho, mejor que nunca.

Jacob vivía en La Push pero tenía un taller mecánico con Embry en Port Ángeles. Vivían en la reserva por motivos personales. Quil estaba de novio con Claire, la prima de Emily y vivían allí, y Jacob seguramente tenía sus idilios pero nada formal para él sino yo lo hubiera sabido. Además, Billy estaba discapacitado y Jacob no tenía prisa por mudarse asique que cuidaba de él tanto como podía.

―Me alegro. ¿No hay nadie?―volvió a enarcar una ceja y le di un suave puñetazo en el hombro―. Ya sabes, ¿alguna chica que te…?

―No ―contestó riéndose―. Sabes que si hubiera alguna lo sabrías.

Asentí, satisfecha por su respuesta.

Él miró hacia nuestras espaldas y yo seguí su mirada. Habíamos caminado bastante porque de la fogata sólo vislumbraba un poco de resplandor a lo lejos.

―Nos alejamos mucho ―comentó leyendo mis pensamientos―. ¿Volvemos?

Asentí con la cabeza y nos giramos para entablar la vuelta.

―Así que, ¿de dónde conociste a las periodistas? ―me preguntó.

El sonido de las olas era tranquilizante ahora que nos habíamos cambiado a ropas secas. En la tarde, mientras estábamos mojados, seguramente no nos habían parecido tranquilizantes.

―Las conocí el día que rompí definitivamente con Edward ―solté una risita histérica―. ¿Puedes creerlo? ¡dos desconocidas estuvieron consolándome!

Su sonrisa fue pequeña pero dulce.

―Eso a veces pasa ―respondió.

―Me caen muy bien. Parece que las conociera desde hace tiempo. ¿Tú qué piensas?

Se encogió de hombros pero sonrió.

―Que la rubia es sexy ―contestó con un tono pícaro.

Intenté empujarlo sin mucho éxito de mi parte.

―Pues si te digo la verdad, no te veo saliendo con Caroline sino con Bonnie ―ahora mi tono era el pícaro.

Amplió mucho sus oscuros ojos.

―¡Estás loca, Bells!

Me reí con una larga carcajada mientras él me sonreía abiertamente.

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~oOo~

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Me sostuve mientras seguía vomitando en el inodoro. Durante un minuto, quizás más, no pude pensar en otra cosa. Cuando terminé de vaciar el estómago me senté en el suelo, al lado del inodoro por las dudas, y traté de respirar pausadamente.

―¿Estás bien, Bella? ―preguntó Ángela desde detrás de la puerta del baño.

―Sí ―prácticamente croé. Me sentía mucho mejor así que me levanté del suelo, tiré la cadena del baño y me dirigí hacia el lavatorio para enjuagarme la boca y, en tiempo récord, me estaba cepillando los dientes para sacarme el mal sabor. Luego de media hora salía de la ducha.

―Buen día ―saludé a Ang cuando me uní a ella en la cocina. Pasé del café y me serví un vaso de zumo de naranja, que me calmó la sed al instante.

―Buen día ―respondió ella, sonriéndome―. ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza.

―Sí ―respondí mientras untaba una tostada con queso―. Seguramente anoche comí de más ―le sonreí.

Ella rió.

―Me di cuenta.

―¡Pero es que estaba delicioso el pato a la naranja que preparaste anoche! ―exclamé―. Es sólo que no estoy acostumbrada a comerlo.

―Gracias ―sus mejillas se sonrojaron y pensé que era bueno encontrar a alguien tan susceptible a sonrojarse debido a los cumplidos como yo―. Pero, ¿estás segura que te encuentras bien? Puedo darte alguna pastilla…

Sacudí la cabeza.

―Te lo agradezco pero ahora me siento genial, sólo que un poco hambrienta. Comprensible si tienes en cuenta que acabo de vaciar el estómago.

―Bien. ¿Cómo fue tu viaje?

―Bien. Vi a mis amigos y me encontré con Caroline y Bonnie ―no tenía que explicarle quienes eran las muchachas ya que la noche anterior, cuando había llegado al departamento, le había dicho quienes eran. Lo que no le había dicho era lo que sucedió en La Push.

―¿En serio?

―Sí. Ella fueron a hacer un reportaje sobre leyendas y todo eso.

―¿Son periodistas?

―Síp.

―¿Lo pasaron bien?

―Genial. Y creo que entre Jacob y Bonnie ―no terminé la frase y levanté las cejas con una sonrisa en la cara.

―¡No! ―dijo, sorprendida. Ella y Jacob se habían conocido hace unos meses y se habían caído muy bien. No tan bien como para intentar salir pero sí para ser amigos―. ¿En serio? ¿cómo…?

Me reí.

―Empezaron con el pie izquierdo, da más.

Ella rió y luego miró hacia el reloj. Seguí su mirada.

―¡Uy! ―exclamé―. Se nos hace tarde.

Pronto terminamos el desayuno y nos fuimos a un día cargado de trabajo.

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―¿Qué es esto? ―pregunté a nadie más que a mí misma a la vez que sostenía el manuscrito.

―Mmm ―levanté la vista para ver a Ang en la puerta―, creo que es un té ―dijo a la vez que miraba hacia su mano que, obviamente, sostenía una taza de té. Me reí―. Sé que no es un café pero tú lo pediste ―se justificó.

―Lo sé, Ang ―dejé los papeles en el escritorio―. Pasa.

―¿Qué era? ―preguntó mientras me daba la taza de té. Mi estómago aún estaba sensible así que tenía cuidado con lo que tomaba o comía. Aspiré el aroma a manzanilla que despedía el suave té.

―Un manuscrito de ―miré el nombre―… Milagros Cam.

―Sí sabes que ella es la sobrina del jefe, ¿no?

Enarqué las cejas y empecé a tomar el té.

―¿En serio? ―pregunté―. Pues si el jefe quiere que se lo publiquen, tendrá que dárselo a otro editor porque yo no voy a hacerlo.

―¿Tan mal está? ―preguntó una voz masculina con un deje divertido desde la puerta. Pegué un brinco en el asiento al igual que Ángela. Apoyado en el marco de la puerta de mi oficina, se encontraba nuestro jefe, James Cam. Alto, rubio de ojos celestes y de un cuerpo para nada mal, mi jefe era el sueño de cualquier secretaria. Bueno, menos del de Ang.

Me aclaré la garganta antes de contestar.

―Sí ―dije. La sinceridad vino desde el alma. Igualmente me había oído hablarlo con Ang y yo no estaba lo suficientemente desesperada para querer mantener mi trabajo.

Noté que Ángela estaba avergonzada.

El jefe rió.

―No te preocupes, Isabella ―sonrió―. ¿Puedo pasar?

Le indiqué con la mano que se sentara en frente mío.

―Es su edificio, señor.

―Oh ―exclamó con una sonrisa―, muy amable. Llámenme James, por favor. No soy tan viejo. Además, el Señor era mi padre.

Ni Ang ni yo pudimos evitar sonreír en respuesta. Tenía razón. James sólo podía llegar a tener veintisiete o tal vez veintiocho años. Treinta como mucho.

―Bueno, me retiro, Bella ―dijo Ángela, caminando hacia afuera a la vez que James se sentaba―. Cualquier cosa que necesiten, me llaman ―salió y cerró la puerta detrás de ella.

―¿Necesitas algo?―le pregunté tuteándolo cuando estuvimos solos.

―Sí. Justo venía de camino para pedirte un favor sobre el manuscrito de mi sobrina…

―No quiero faltarle…, digo, faltarte el respeto, James, pero creo que me has escuchado cuando dije…

―Sí, lo sé ―me interrumpió esta vez él a mí. Llevé de nuevo la taza a mis labios―. No, no quería que lo publiques porque lo he leído y te entiendo ―dijo con tono amable―. Pero quiero que por favor entiendas que mi sobrina es una niña de once años y créeme que es muy testaruda; si quiere hacer algo lo va a hacer aunque se lo prohíbas. Quería llevar eso a otra editorial pero no se lo permití para que no la hagan sentirse mal. Sé que quizás estoy haciendo que desperdicies tu tiempo pero quería pedirte si por favor le devuelves su manuscrito con una carta en la que explicas que le falta… pulirlo. Dile que espere un tiempo, que lo reescriba, que lo relea y lo vuelva a reescribir. Dile lo que quieras para que ella siga intentando hacerlo pero que no esté triste. ¿Lo harás?

Mis ojos estaban llenos de lágrimas. ¡Aquél que estaba sentado en frente de mí era un gran tío! Me sequé los ojos con el dorso de mi mano mientras que le contestaba:

―S-Sí, claro.

―Genial. Hey, no te pongas así ―murmuró mientras se sentaba recto en el sillón, mirándome. Y es que las lágrimas seguían cayendo

James se levantó y salió para luego volver con un vaso de agua en la mano y con Ángela detrás de él. Me lo hicieron tomar hasta que mis estremecimientos desaparecieron.

―¿Estás bien? ―preguntó Ang, a lo que asentí con la cabeza. Le devolví el vaso a James.

―Gracias ―musité y luego tomé aire. Por suerte las lágrimas ya no estaban aunque aun sentía mis mejillas húmedas.

―Entonces… ¿vas a hacerlo? ―volvió a preguntar James.

―Sí, por supuesto.

Me dedicó una enorme sonrisa y se fue, dejándonos solas a ambas.

―Debo admitir que es lindo cuando sonríe así ―balbuceó Ang. La miré, inquisitiva―. De todas formas, me quedo con Ben ―sonrió.

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A la tarde llegamos al departamento juntas.

―¿Ya te vas a acostar? ―me preguntó cuando vio que me dirigía directo a mi dormitorio.

―Sí ―suspiré―. Estoy muerta.

―Está bien, creo que haré lo mismo.

Le sonreí y me fui a acostar. Antes de tirarme a la cama, solo atiné a tomar mi nuevo móvil y meterlo debajo de la almohada. Móvil que a las once y cuarto de la noche me despertó de mi calma.

―¿Diga? ―atendí, aún medio grogui.

¿Bella? ―sólo me llevó unos tres segundos para darle un nombre a esa voz. Alice―. ¿Estás ahí, Bella?

―Sí ―respondí con la voz ronca por el sueño.

Perdóname si te desperté pero es que estuve intentando comunicarme contigo pero no me contestabas ―de algún modo se las arregló para su voz sonara acusadora.

Suspiré.

―Lo sé, pero es que no quería hablar con ninguno de ustedes.

¿Por qué? ―su voz sonó herida. Maldición. Lo último que quería era herirla.

―Entiende, Alice. Tenía que tomar una decisión con respecto a tu hermano y no quería que nada influyera en ello.

Suspiró

Ya sé que terminaron.

―¿Él te lo dijo?

No ―contestó―. No he hablado con él desde que lo encontramos con esa ―escuché como contenía el aire de manera brusca―…, bueno, con ella. No quiero verlo.

Recordé el rostro de Edward en el aparcamiento de la cafetería.

―No deberías dejar de hablarle, Alice. Debe estar pasándolo muy mal.

Pues se lo merece por ser tan estúpido ―iba a replicarle pero cambió de tema―. Pero no te llamé para hablar de él, sino de nosotras.

―¿Nosotras? ―fruncí el seño.

Sí, nosotras ―suspiró―. Ya sé que mi hermano la cagó contigo pero yo aun quiero que seas mi mejor amiga.

Sonreí en la oscuridad.

―Aún soy tu mejor amiga, Alice.

Entonces, ¿por qué…? ―antes de que siguiera la corté.

―Sí, sigo siendo tu mejor amiga, Alice. Es solo que ahora… duele un poco. Dame tiempo.

Está bien ―volvió a suspirar―, pero por favor, llámame cuando puedas.

Volví a sonreír.

―Sí, Alice. Todo va a estar bien.

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~oOo~

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―Tendré que cambiar la receta del pato a la naranja ―me dijo Ang a la mañana siguiente cuando salí del baño después de vomitar y bañarme.

Le sonreí, apenada.

―L o siento.

Ella negó con la cabeza.

―No lo hagas. Ben ya me había dicho que el sabor a naranja era sólo un poquitín fuerte ―se sonrosó débilmente―. Supongo que había aligerado el comentario.

Me reí y el aroma al zumo de naranja me atrajo. Me bajé un vaso en unos cinco segundos.

―¿Qué vas a hacer hoy, Bells?

Había llegado el fin de semana.

―No tengo idea. ¿Tú?

―Tampoco ―se encogió de hombros―. Ben trabaja todo el día.

Asentí con la cabeza.

―¿Qué te parece si vamos al cine?

―¿Al cine?

―Claro ―sonreí―. Una salida de chicas.

Me devolvió la sonrisa.

―Me parece bien. Y luego podríamos ir a comer algo por allí. Si te sientes bien, claro.

―Sí, no te preocupes, Ang ―hice un ademán de la mano para restarle importancia.

―Genial. Entonces terminemos el desayuno y a alistarnos.

Dicho y hecho, una hora después estábamos saliendo del departamento, vestidas lo más cómodamente posible.

―Anoche me llamó Alice ―comenté mientras entrábamos al ascensor y apretaba el botón que nos dirigía a la planta baja.

―¿Qué dijo?

―Quería hablar ―el ascensor comenzó a descender con un ronroneo metálico.

―¿De Edward? ―preguntó Ángela una vez que salimos del ascensor y nos dirigimos hacia el estacionamiento.

Negué con la cabeza.

―No. De nosotras. Quería saber si seguíamos siendo amigas o no. ¿Vamos en tu auto o en el mío?

―En el mío ―contestó y nos subimos a su auto―. ¿Qué le dijiste?

―Que por supuesto que seguiríamos siendo amigas.

Seguimos hablando mientras ella conducía al Shopping más lejos de nuestro edificio. Había uno cerca pero la pantalla de ese cine era más pequeña. Llegamos para la función de las once y media y escogimos la nueva película de Zac Efron que era para mayores de dieciocho años, aunque vi a unas adolescentes de sospechosa edad entrar de igual manera. Ángela y yo estábamos satisfechas con nuestro desayuno así que sólo compramos unas golosinas, una Pepsi para ella y una Seven-up para mí.

Tiempo después salíamos de la sala con una sonrisa en la cara y comentando las escenas. Nunca me había dado cuenta pero Zac Efron era tan sexy.

―¿En dónde comemos? ―me preguntó Ang.

―Aquí debe haber algún restaurante ―le dije mientras enlazaba mi brazo con el de ella y nos dirigíamos hacia la escaleras mecánicas.

―Mejor porque muero de hombre.

―Sip. Verlo a Zac te abre el apetito.

Ang rió.

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~oOo~

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―Debes ver a un médico, Bella ―me dijo Ángela desde el otro lado del escritorio. Asumí que estaba allí por el sonido de su voz ya que no podía verla desde mi posición reclinada en mi sillón y con los ojos cerrados.

―Esta vez estoy de acuerdo ―contesté. Durante dos semanas los vómitos iban y venían. Quizás una mañana me encontraba genial pero a la otra mi estómago se vaciaba del todo. esa mañana en la oficina, le había pedido a Ang un café y en cuanto estuvo en mi vista las náuseas no se hicieron esperar. Casi eché a Ángela de la oficina.

Maldito pato, pensé para mis adentros.

―¿Quieres que te acompañe? ―me preguntó con vos suave.

Negué con la cabeza, teniendo aún los ojos cerrados.

―No, gracias. Iré después del trabajo.

―Nada después del trabajo.

―¿Quieres que me vaya ahora? ―le sonreí, abriendo por fin mis ojos.

―Pues sí.

―James…

―Ya hablé con él ―me cortó― y le dije que has estado mal pero niñatos miedos a las clínicas no te dejan ir.

En mi rostro bailoteaba una sonrisa divertida.

―¿Y qué te dijo el jefecito?

Me lanzó una sonrisa.

―Me dijo que no había problema porque no eres la única editora aquí y que si era necesario iba a llamar a seguridad para que ellos te llevaran a rastras.

No pude contener la carcajada que salió de mis labios.

―Está bien. Está bien.

Me levanté, tomé mi bolso y me despedí de ella para salir de la editorial. Por un momento tuve una pelea interna para ponerme de acuerdo si ir o no ir a hacerme ver con el Dr. Johnson. Los pro eran que él era mi médico desde mis veinte años y los contras era que el Dr. Johnson trabajaba en la misma clínica que Edward. Pero me dije, ¿qué importaban los contras y, por lo tanto, Edward? Era mi salud y, además, las posibilidad de encontrármelo eran escasas. Así que me dirigí hacia allí y como era de mañana había tráfico, por lo tanto, estuve allí en cuarenta minutos. Era un edificio imponente y de un blanco que de inmediato lo relacionarías con un lugar de doctores y medicamentos.

―Señorita Isabella ―saludó Cinthya, la secretaria, con una sonrisa. Pero pude ver como, por un momento, esa sonrisa flaqueó. Me pregunté si se había enterado del escándalo que había armado Alice.

―Hola, Cinthya. ¿Cómo estás? ―la saludé―.Vine a hacerme un chequeo porque me he estado sintiendo mal.

Asintió con la cabeza y sus manos volaron sobre el teclado de la computadora.

―¿Tiene cita para hoy?

―No ―contesté―. Me enviaron del trabajo después de que casi vomito. De nuevo.

Asintió con la cabeza y me sonrió.

―Siento oír eso pero debo decirle que el Dr. Johnson no está; tuvo un problema de familia y le dieron unos días libres. En su reemplazo se encuentra el Dr. Salvatore, ¿quisiera que la atienda de igual manera?

―Espero que no sea nada grave y que su familia se encuentre bien ―me apresuré a desear. Luego pensé un momento su oferta―. Sí, me gustaría que me atienda de todas formas. No creo poder soportar otra carrera al inodoro ―esto último lo dije en un murmuro pero creo que ella me escuchó porque intentó esconder una sonrisa.

―Muy bien. Tome asiento que ahora el Dr. Salvatore se encuentra con una paciente. Enseguida le llevo su expediente, de todas formas.

―Gracias, Cyn ―fui hacia una de las sillas de espera y me senté. No había nadie más que yo. Pasaron veinte minutos más en los que traté de no pensar en el aroma viciado a alcohol desinfectante que había en el aire cuando Cinthya me dijo que podía pasar.

―Gracias ―dije pasé al consultorio. Una vez adentro cerré la puerta a mis espaldas y caminé hacia el escritorio. El doctor se hallaba con la cabeza cubierta de una mata de lacio cabello negro inclinada hacia el escritorio, firmando unos papeles.

Me aclaré la garganta.

―Buen día ―saludé y alzó la cabeza. Casi me ahogo con mi propia saliva cuando sus ojos celestes se encontraron con los míos.

―Isabella ―dijo con sus ojos sorprendidos por un momento. Luego, se recostó en su lugar y me sonrió―. Siéntate, por favor. No muerdo.

Me sonrojé mientras me sentaba cuando recordé la mordida que había quedado en mi cuello aquella noche.

―¿Eres médico?

Me sonrió.

―Sí. Soy médico de cabecera y pediatra.

Asentí.

―Claro.

―Bueno, Isabella ―empezó con su mejor voz de médico. Tomó mi expediente y lo miró―, por lo que puedo ver eres una mujer sana. No tienes ninguna alergia ―asentí―. Bueno, pues dime qué te trae por aquí.

Crucé mis piernas, algo incómoda y puse mi bolso en mi regazo.

―Sólo, creo que es algún virus de estómago. He estado vomitando mucho estas dos semanas ―expliqué.

Sus ojos recorrieron mi figura pero no con una mirada de lujuria ni nada así, sino con una mirada pensativa.

―¿Algo más? ―preguntó, por fin.

Negué con la cabeza.

―No que yo haya notado.

Asintió.

―Bien, pues haremos lo siguiente. Te voy a dar una orden para que te hagas un análisis de sangre y orina, ¿sí? ―explicó a la vez que escribía en su libreta. Tomó y cortó la hoja, para luego dármela a mí. Se levantó y yo hice lo mismo. Caminamos hasta la puerta y él la abrió, dejándome pasar primero. Luego nos acercamos hacia el escritorio de Cinthya, quien le dedicó una sonrisa enorme a Damon. Éste fingió no notarla―. Cinthya, necesito que hagas una cita para mañana a nombre de la señorita Swan ―le informó.

―Sí, doctor.

―Bien ―se dio vuelta y me sonrió―. Te espero mañana así vemos qué te puedo recetar ―me tendió la mano y yo la tomé tratando de evitar el escalofrío que su tacto me envió―. Fue un placer, Isabella ―dijo en voz baja y ronroneante. Mi rostro cambió de color.

―S-Sí, igu-gualmente ―tartamudeé como una idiota. Me dedicó una última sonrisa y volvió a su consultorio.

Escuché la risita divertida de Cinthya y volteé a verla.

―No te preocupes ―me dijo―. Tiene ese efecto en todas ―añadió, mirando hacia la puerta por la que había desaparecido Damon, y suspirando.

Fingí reírme con ella de mi debilidad. Luego de que me diera el horario de mi cita, volví al trabajo.

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A las cuatro de la tarde del día siguiente me encontraba esperando en el consultorio del Dr. Salvatore a él y a los análisis. Él había ido a buscarlos hacía unos diez minutos pero supuse que como médico, seguramente lo estaban entreteniendo con otra cosa, seguramente algo grave, así que me convencí de esperar como una niña buena. No pasaron ni cinco minutos más cuando él entró por la puerta.

―Disculpa la demora ―se disculpó―. Pero me entretuvieron unos niños de pediatría.

Asentí con una pequeña sonrisa.

―No te preocupes. Entiendo el trabajo de un médico.

Sonrió.

―¿Alguien de tu familia es médico?

―No ―iba a responder sólo eso pero al advertir que esperaba una respuesta más larga, me explayé―. Mi… ex novio es médico. También su padre.

Asintió y luego me tendió el sobre con lo que asumí eran mis análisis.

―¿Lo quieres abrir tú?

―No, hazlo tú. De todas formas seguramente no entenderé nada.

Me dio otra sonrisa y lo abrió, estudiándolo con gesto serio. Estuvo mirando el papel durante un minuto antes de que su vista volviera a mí. De pronto, su rostro perdió color.

―¿Dam…? ―me aclaré la garganta, sintiéndome incómoda―. ¿Dr. Salvatore? ¿hay algo mal?

Mi voz pareció sacarlo de un trance.

―No. Sí. Bueno, no sé. Isabella, estás embarazada de dos semanas y media.

Me quedé mirándolo como si le hubiera salido una segunda cabeza. No entendía…

―¿Qué?

―Que estás embarazada ―repitió.

―Pero ―parpadeé para poder salir de mi estado catatónico―… ¿cómo…? ―suspiré―. No… no puede ser.

―Estás embarazada de dos semanas, Isabella ―volvió a repetir con su todo un poco más duro que antes. Me recosté en la silla, sintiendo que mi columna vertebral no me servía de mucho para mantener mi postura. Respiré hondo y escuché que Damon preguntó algo pero no entendí qué.

―¿Qué dijiste? ―pregunté con la voz monótona. Mis ojos buscaron su rostro y vi que los resultados de mis análisis estaban sobre el escritorio y ahora él se encontraba en una postura semejante a la mía con la diferencia que sus ojos eran duros como el hielo y sus puños estaban cerrados tan fuertemente que se le marcaban los tendones.

―Te pregunté si el hijo que estás esperando es mío, Isabella ―gruñó.

Capítulo 3: Nuevas compañias Capítulo 5: Encantadora e insufrible fiesta

 
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