Ayúdame a sanar (+18) Short-Fic.

Autor: dianacullenblack
Género: Romance
Fecha Creación: 14/07/2012
Fecha Actualización: 26/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 44339
Capítulos: 15

La traición se interpuso en la relación de Bella y Edward... para luego hacerlo Damon Salvatore.

M por Lemmons Shortfic. B&D&Ex OoC ¡Todos Humanos! BxD .

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J Smith. La historia es propiedad de Gissbella De Salvatore yo solo publico con su autorizacion.

TERMINADO

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Capítulo 3: Nuevas compañias

Declaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J. Smith. la trama de Gissbella de salvatore

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Ayúdame a sanar

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_-3-_

Nuevas compañías

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Volví a apagar el móvil por milésima vez en el día. No quería ver a nadie ni hablar con nadie. Bueno, quizás Ángela pero con nadie más.

Me di vuelta en la cama, quedando sobre mi espalda y mirando el techo.

Después de aquel asqueroso momento dónde encontramos a Edward en esa posición tan… indecorosa, todo había cambiado dando un giro de ciento ochenta grados. Si era para bien o para mal, no lo había decidido todavía. Habíamos tenido que prácticamente arrastrar a Alice lejos de la enfermera pero no pudimos evitar que le haya dejado un ojo morado y un labio cortado. Irina, la enfermera en cuestión, había querido denunciar a Alice por agresión física pero Edward, cuando no, la persuadió para que no lo hiciera. Con Edward las cosas estaban más que mal en estos momentos. Después de dejar la clínica, Rosalie y Alice me habían acompañado al departamento a empacar mis cosas. Cosas que ya estaban dobladas y acomodadas lo más humanamente posible para una huida que yo había presentido, era algo inevitable. Alice había hecho de campana, vigilando que Edward no entrara si llegaba, con el portero del edificio mientras Rosalie me ayudaba a empacar. Edward no había aparecido mientras empacaba pero lo había hecho mientras metía mis maletas en el maletero del auto.

―Bells, por favor, hablemos ―me había prácticamente rogado mientras yo caminaba a paso vivo hacia la portezuela del conductor. Me di la vuelta.

―¿De qué, Edward? ―le respondí en tono cansado. Los acontecimientos recientes me estaban dejando fuera de combate y sentía que me derrumbaba. Pero no quería hacerlo allí, frente a él. No podía.

Se llevó las manos a los cabellos broncíneos, donde los enterró con frustración.

―De todo lo que pasó, Bella ―dijo, sus ojos esmeraldas brillando con intensidad―. De mí, de ti, de… ella.

Di un respingo.

―No ―mascullé. No estaba lista para eso. Sacudí la cabeza y lo miré a la cara―. Dame una semana, Edward ―suspiré. Él me imitó―. Necesito enfriarme, necesito…

Dejé la frase flotando en el aire, encogiéndome de hombros.

―Está bien ―dijo tras un minuto donde sus ojos se apagaron―. Te daré todo el tiempo que necesites, Bells―me sonrió débilmente. Aparté mi mirada de su sonrisa como si me quemara.

―Adiós, Edward―suspiré. Me metí en el auto y salí de allí pitando. Esa había sido la última vez que había lo había visto hacía seis días. Seis días. Al día siguiente se vencía el plazo.

¿Qué iba a hacer? Ni yo misma aun lo sabía. Hubo tanto en lo que pensé, lo que recordé, que mi mente se había convertido en un laberinto de situaciones y emociones.

Siempre había creído que con Edward viviría el resto de mi vida; que nos casaríamos, tendríamos hermosos hijos, tendríamos una vida si bien no un "felices para siempre" porque no existían, sino que un "felices en las buenas, tristes en las malas", pero ¿entonces? ¿qué tenía yo en ese entonces? Nada. Había perdido a mi novio, a mis cuñadas y cuñados, a mis suegros, a mi casa. Tenía que dar gracias que aun tenía un empleo y una amiga como Ángela en quien confiar. No es que no confiara en Rosalie y Alice; ellas eran mis mejores amigas desde hacía años, pero estaban relacionadas a Edward de una u otra manera y podían ser imparciales. Ángela, por otro lado, podía ser muy parcial en cuanto a sus opiniones. Y eso era lo que yo necesitaba en esos momentos.

Asique allí estaba, fundiendo mi cerebro con la expectativa de poder llegar a una conclusión lo antes posible.

Un suave golpe sonó en la puerta.

―¿Bella? ―Ángela se asomó por el espacio de la puerta abierta.

―¿Sí? ―me incorporé hasta sentarme. Corrí el cabello de mi rostro y la miré.

―¿Comemos? ―preguntó con una sonrisa. Hice mi mejor esfuerzo por devolvérsela pero fallé miserablemente.

―Está bien ―me levanté y la acompañé hasta el comedor.

Una vez que me había ido del departamento que Edward y yo compartíamos no había sabido en dónde pasar la noche. Por suerte Ángela había llamado para preguntarme una información sobre unos manuscritos y yo no pude ocultarle lo que estaba sucediendo. Me ordenó expresamente que fuera hacia su departamento. Ella había estado viviendo con Jessica, una amiga de ella que hacía unos días se había ido a vivir con su novio, un tal Mike, asique Ángela había quedado sola en un departamento con dos habitaciones.

A pesar de que Ángela tenía novio, ella no había pensado en compartir el departamento con él.

―Estamos juntos hace ocho meses ―me había dicho cuando yo le había preguntado porque no vivía con él―, no me siento preparada para convivir ―me había sonreído―. Esperemos que lleguemos a cumplir un año de noviazgo.

Asique ahora podía considerarme su compañera de departamento. Sonaba raro ya que solo había compartido uno con un hombre antes.

Me senté en la silla enfrente de ella y cogí el tenedor. Comimos en silencio. Si me preguntaran cuál era la cualidad que más me gustaba de Ángela, diría que era su capacidad de no sentirse obligada a llenar los silencios; disfrutaba de ellos al igual que mi padre y que yo lo hacíamos. Luego de terminar la cena, recogimos los platos y ella los lavó mientras yo los secaba.

―¿Cómo lo llevas? ―preguntó, lavando un vaso. La piel de sus manos desaparecía bajo la blanca espuma.

Me encogí de hombros.

―Supongo que bien. Sabes que ya sabía lo que ocurría ―suspiré―, sólo que saberlo es una cosa muy distinta a verlo.

―Me imagino ―asintió ella. Se mordió el labio inferior y me di cuenta que quería preguntarme algo pero no se atrevía.

―Puedes preguntar lo que quieras, Ang ―la animé―. Creo que me va a hacer bien hablar de todo esto.

Me miró con una sonrisa de disculpas.

―También lo creo. Es sólo que ―sacudió la cabeza―… no quería hablarte de Edward, sino de ―sus ojos se deslizaron hasta mi cuello y comprendí.

―Oh ―mi rostro ardió por un momento―. ¿Qué quieres saber?

―Es que, sinceramente, no puedo imaginarte engañando a Edward a pesar de que él sí lo haya hecho. Tú no eres así ―le pasé un repasador para que se secase las manos ―. ¿Café? ―me preguntó mientras comenzaba a preparalo.

―Sí, gracias.

Estuvimos otro momento en cómodo silencio hasta que nos sorprendí a ambas diciendo:

―Era asombrosamente guapo ―la miré y le dirigí una sonrisa pícara―: cabello negro corto, lacio y fino, sus ojos eran celestes, pero de un celeste tan eléctrico que puedo jurar me daban descargas cada vez que me miraba ―suspiré con la vista clavada en el techo.

Ángela dejó salir un sonido estrangulado que me hizo voltear a verla. Estaba conteniendo una sonrisa.

―¿Qué?

―¡Escúchate! ―me sonrió―. Cualquiera diría que no te arrepientes de lo que hicieron.

Fruncí el seño y pensé en ello.

―Es que no me arrepiento, Ang ―expliqué lentamente―. Reconozco que quizás estuve mal pero fue el mismo día que me enteré de lo de… Edward ―volví a suspirar―. Pero pasé una noche tan… agradable ―me sonrojé, claro―, que no me siento mal por ello.

Ella se quedó mirándome con la sombra de una sonrisa en las comisuras de su boca. Cuando el café estuvo listo volvimos a tomar asiento.

―¿Qué piensas hacer con Edward? ―me preguntó, tomando un sorbo de la taza.

―Mañana tengo que verlo ―resoplé sin ganas―. Le pedí una semana para pensar.

Ella asintió.

―¿Qué has decidido?

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~oOo~

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―¿Desea ordenar algo?

―Un zumo de naranja, por favor ―contesté, sin dejar de vigilar la puerta de la cafetería. La camarera me preguntó algo más pero no hice el más mínimo esfuerzo por entender. Se fue con mi pedido al cabo de un minuto. Ni siquiera hubiera pedido el zumo si no fuera porque si no lo hacía no podía quedarme allí. La cafetería estaba media llena; hombres y mujeres con sus portátiles, jóvenes reunidos, algunos leyendo otros conversando. Edward había sugerido ir a cenar a un restaurante pero yo preferí un desayuno en una cafetería; una cena en un restaurante era mucho más propia de una cita amorosa y lo nuestro era todo lo contrario a aquello. Las puertas de la cafetería se abrieron y entró él; cabello broncíneo, ojos verdes, casi perfección de pies a cabeza. Pude observar como jovencitas quedaban sin aliento al igual que yo ante su presencia. Por una vez me irritó. Aunque noté que tenía la sombra de una barba y ojeras debajo de los ojos. Que él lo estuviera pasando al menos un décimo de lo mal que yo, contribuyó a mi alma un bálsamo de egoísta satisfacción.

―Hola ―sonrió mientras se acercaba. Antes de sentarse se debatió unos segundos si estirarse y darme un beso pero yo me eché hacia atrás y no le devolví la sonrisa. Se sentó con la sonrisa muriendo en sus labios.

―Hola.

Un incómodo silencio nos envolvió hasta que ambos lo rompimos al mismo tiempo:

―¿Quieres algo…?

―¿Cómo…?

Nos miramos y soltamos una risilla nerviosa.

―¿Quieres pedir alguna cosa? ―le pregunté, cortés. Me sentía extraña dirigiéndome hacia él en esa manera.

―No, gracias ―apoyó los codos en la mesa y entrelazó sus manos debajo de su mentón―. ¿Cómo… has estado?

Me crucé de brazos y me encogí de hombros.

―He estado mejor ―contesté lentamente.

Él suspiró.

―Bella, yo…

―No ―lo interrumpí―. Por favor no te excuses. Sólo… quiero saber por qué, Edward. ¿Por qué?

Fue como si le hubiera soltado una bofetada en la cara, cosa que jamás había hecho. Se frotó los ojos con la mano.

―No lo sé, Bells ―negó con la cabeza―. Fui un estúpido, un idiota…

―No empieces a disculparte ―mi voz había sonado alta y con dureza asique bajé el tono―. Sólo quiero que me digas por qué, Edward.

La frustración surcó su rostro.

―Por muchas cosas…

Un vaso de zumo fue depositado en la mesa en medio de los dos. Miré hacia arriba, a la camarera, quien solo tenía ojos para Edward.

―¿Desea ordenar algo? ―su voz era baja y ronca, pretendía ser sensual.

―No, gracias ―respondió él sin siquiera mirarla.

―¿Está seguro? ―insistió ella, todas sonrisas sensuales―. Porque puedo…

―No quiere nada ―la corté―. Ve a atender otras mesas ―no me arrepentí del tono hosco y malhumorado que me salió. ¿Estaba hablando de la infidelidad de mi ex-novio con él mismo y viene ella a coquetear con él? No, definitivamente eso no alegraba mi humor. Ella me echó una mirada amarga y se fue hacia otra mesa con paso vivo.

Me volví para ver a Edward sonreír.

―¿Qué sucede?

―Nada ―contestó, sacudiendo la cabeza.

―Bueno, ¿vas a decirme?

Cerró los ojos un momento.

―No lo sé, Bella. Creo que fue el trabajo; casi no nos veíamos y yo estaba todo el tiempo en la clínica. Ella estaba allí, todo el tiempo conmigo…

Apreté los labios en una fina línea.

―¿Sabes que es lo que más me molesta? ―lo interrumpí y no esperé a que me contestara―. Que no hablamos de ello. No me hablaste de ello. No te hablé de ello.

―No tenía tiempo

―¿No tenias tiempo? ―me abstuve de lanzar una amarga carcajada―. Bien que tenías tiempo para ella ―espeté. La palabra tiempo encendió una lamparita en mi cabeza―. ¿Hace cuanto que tú y ella…? ―no terminé la pregunta.

Su boca se contrajo en una mueca.

―No tienes porque escuchar…

―¿Cuánto tiempo, Edward?

Suspiró.

―Tres meses, quizás menos.

Me quedé en silencio. Tres meses. ¡Tres malditos meses engañando y mintiéndome! Apreté los puños.

―¿Cómo…? ¿Cómo pudiste? ―a pesar de la creciente furia que empezaba a encenderse en mí, mi voz salió rota.

Se tapó la cara con ambas manos y gimió.

―¡Perdóname! No quise hacerlo pero yo estaba ―sacudió la cabeza―… no importa. Lo único que importa es que estoy arrepentido, Bella. Quiero que volvamos a estar juntos. Quiero que vuelvas a confiar en mí y…

―Creo que pides demasiado, Edward.

―Lo sé ―volvió a suspirar.

Me levanté de mi asiento. El zumo de naranja intacto en la mesa, saqué mi cartera y dejé unos billetes junto al vaso. Eso me hizo acordar a Damon. Lo desterré de mi cabeza antes de que la imagen de sus ojos celestes hiciera que la culpa me invada; quería sentirme furiosa con Edward, no culpable.

―Bella ―empezó él nuevamente, poniéndose de pie―… no te vayas.

―Lo siento, Edward. Pero no puedo seguir aquí.

Salí casi corriendo de la cafetería hacia el estacionamiento.

―¡Bella! ―Edward me estaba siguiendo. En oposición a mi estado de ánimo, el sol se encontraba en todo su esplendor aquel día―. Espera, Bella ―dijo de manera suplicante cuando me alcanzó. Me encontraba ya abriendo la puerta del conductor de mi auto―. Dijiste que hoy hablaríamos…

Me giré para encararlo.

―¿Con qué derecho…? ―le grité, exaltada―. ¿No te pusiste a pensar que quizás yo tenía derecho a saberlo?

―¡No quería lastimarte!

―¡Aunque me doliera! ―le grité en respuesta.

Estábamos haciendo un espectáculo, bien lo sabía, pero las emociones que había estado conteniendo todos estos días, emergieron con fuerza. Vislumbré a dos mujeres, una rubia y la otra morocha, que nos estaban mirando con expresiones serias. Sólo estaban ellas en el desierto estacionamiento. No me importó.

―¡Solo dime, maldito seas, por qué te acostaste con esa golfa!

―¡Por el sexo!

Me congelé en ese momento. ¿Por el sexo?

―¿Qué? ―le pregunté con sarcasmo, luego bajé la voz porque, a fin de cuentas, estábamos hablando de algo que solo nos incumbía a los dos―. ¿No te gustaba? ¿no te lo daba? ¿en qué fallé?

―Era siempre lo mismo, Bella ―metió sus manos en los bolsillos y encuadró los hombros. Sentí a mi rostro enfriarse―. Nunca hacíamos nada nuevo. Siempre era ―se encogió de hombros―… lo mismo.

Aspiré de golpe y asentí con la cabeza repetidas veces.

―Está bien ―acepté y levanté las manos en el aire―. Quizás tienes razón y el sexo no era… espectacular ―sonreí con amargura― pero, ¿no pensaste que quizás yo creí que así te gustaba? ¿o que podías haberlo hablado conmigo? ―esta vez sonreí con un poco de desprecio y odio― ¿o que tú no me dabas la confianza suficiente?

Su rostro se incendió y a pesar de todo, guardé ese sonrojo en mi memoria junto con los otros pocos.

―¿Qué yo no…? ―sus ojos eran dos ascuas.

―No quiero volver a verte en mi vida, Edward ―le dije lenta y claramente. Su rostro se surcó de dolor.

―Bella, por favor…

―No ―levanté un brazo en su dirección para ordenarle detenerse cuando quiso avanzar hacia mí―. Por favor, Edward ―mis ojos se llenaron de lágrimas―. No me llames, no me busques, ni siquiera pienses en mi nombre…

―¿No vas a darme una oportunidad para arreglar todo esto? ―me interrumpió―. ¿Vas a darte por vencida?

Mi corazón se rompió. Hasta ese mismo momento había sido lo suficientemente fuerte como para permanecer de una sola pieza. Pero no quiso más. Ya no.

Al ver y escuchar en el pozo de dolor en el que él también se encontraba, entendí, contra mi voluntad, que yo era tan culpable como él. En todos los aspectos de la relación. Me acerqué a él hasta quedar a sólo unos centímetros de él. Sus ojos me siguieron todo el trayecto.

―No hay nada en lo qué no debo darme por vencida, Edward, porque esto ―nos señalé a ambos con mi dedo índice― ya se había acabado hace tiempo ―unas gruesas lágrimas resbalaron por sus mejillas y comprendí que las mías ya estaban empapadas desde hacía rato―. Ahora ve a casa ―susurré, alzando mis manos para secar sus mejillas― y pregúntate si aun me amas o si solo nos hemos hecho tan dependientes el uno del otro que nos es casi inconcebible la idea de vivir una vida sin que el otro no esté en ella.

―Te amo ―susurró con la voz quebrada. Me dolió. Me dolió mucho pero mentí:

―Yo no.

Cuando asimiló mi respuesta se apartó lentamente. Me quedé allí, viéndolo caminar alejándose de mí, hasta que mis lágrimas nublaron del todo mi vista. ¿Lo volvería a ver alguna vez? Me respondí que sí; Seattle era muy pequeño, pero comprendí que lo volvería a ver, sí, pero con otros ojos.

No sé cuento tiempo mi mente se quedó acariciando el recuerdo de su imagen. El color de su cabello, de sus ojos, la forma de su nariz, la suavidad de su boca y de sus manos…

Sentí movimiento en mi espalda; algo o más posiblemente alguien me la estaba frotando. Luego escuché una voz susurrar en mi oído:

―No te preocupes. Todo va a estar bien.

Era femenina y calmada. Me di cuenta que estaba en el suelo, de rodillas. Un brazo se enroscaba en mi izquierdo y otro en mi derecho. Otra mano me frotaba la espalda en círculos. No me importó que dos desconocidos estuvieran conmigo en ese momento, me limité a sollozar. Luego de unos minutos pude calmarme, tratar de componerme aunque solo sea un poco. Tomé un profundo respiro y me sequé las mejillas y los ojos con el dorso de mi mano. Cuando me sentí lo suficientemente fuerte para enfrentar a mi público intenté ponerme de pie. Dos brazos me ayudaron.

Levanté mi vista y miré a mis acompañantes. Eran las mujeres que habían sido testigo de mi discusión con Edward. Esbocé una débil sonrisa.

―Gracias.

―No te preocupes ―me sonrió la rubia. Era ella quien me había hablado la primera vez. Estatura normal, cabello rubio, piel clara y ojos azules. Era posible que fuera modelo. Me sentí fea en comparación. Su sonrisa vaciló―. ¿Estas… mejor?

Suspiré. ¿Estaba mejor? No lo creía. Opté por encogerme de hombros.

―¿Necesitas algo? ―preguntó la otra muchacha. Tenía el cabello ondulado y negro, la piel aceitunada y los ojos grandes y oscuros. Medía, al menos, diez centímetros menos que la rubia. Ambas estaban vestidas con blusas, jeans y botas. Llevaban al menos dos carpetas cada una.

―No, gracias ―respondí. Hizo una mueca con los labios y miró en dirección a donde Edward se había marchado―. En serio ―sorbí por la nariz.

―De todos modos, ¿era tu novio? ―preguntó la rubia, mirando en la misma dirección que la morocha.

―Ex

―Ajam ―chasqueó la lengua―. Y te fue infiel.

―¡Caroline! ―la morocha la reprendió pegándole en el brazo. Contuve un suspiro, al fin y al cabo, ellas habían sido testigo de todo.

―¿Qué? ―contestó la tal Caroline con gesto inocente. Se volvió hacia a mí―. Soy Caroline Forbes ―señaló a su amiga― y ella es Bonnie Bennett.

Saludé a ambas con un gesto de la mano.

―Bella Swan.

―Ok, Bella ―me sonrió Bonnie―, ¿quieres tomar un café? No es secreto que vimos y escuchamos toda la discusión ―taladró a Caroline con la mirada― y… bueno, es la primera vez que pisamos Seattle ―se encogió de hombros.

―Seguro ―intenté sonreírles y luego fruncí el seño―… aunque creo que primero necesitaré ir al tocador…

―Sí ―me interrumpió Caroline mientras me tomaba suavemente por el codo―, necesitas arreglarte urgentemente.

Contuve una sonrisa ante su tono urgente, Bonnie a mi lado suspiró. Caroline nos dirigió hacia el tocador de mujeres y nos detuvimos frente al gran espejo.

―Lávate el rostro ―ordenó y frunció el seño―. Tienes maquillaje, ¿verdad? ―preguntó.

Asentí, dándome cuenta que probablemente había conocido a una nueva Alice.

Luego de sacarme todo el maquillaje, arreglarme nuevamente y acomodarme el cabello, estaba presentable. Fuimos de nuevo hacia una mesa y nos sentamos. Un camarero vino enseguida y ordenamos café y bollos.

―Entonces… ¿qué hacen aquí en Seattle? ―pregunté mientras el chico se retiraba con nuestro pedido.

―Estamos de paso ―contestó Bonnie mientras apoyaba los codos en la mesa―. Nos quedamos en la casa de un conocido por hoy y mañana seguimos hacia Washington.

―¿En serio?

―Sí ―contestó Caroline mientras buscaba algo en su bolso. Rió suavemente―. Solo espero que no nos encontremos con ninguna de sus… amiguitas ―volvió a reír mientras tecleaba en su móvil―. Somos periodistas y nos asignaron hacer un reportaje de temas folklores pero que no sean de nuestro pueblo asique estamos yendo hacía una reserva india.

―¿De dónde son? ―pregunté cuando el camarero volvió con nuestras órdenes. Le dio una gran sonrisa a Caroline que ella correspondió. Cuando se fue, Bonnie enarcó una ceja en dirección a Caroline.

―¿Qué? ―preguntó ésta, llevando su taza de café a los labios.

Bonnie frunció los suyos.

―¿Y Tyler?

La rubia se encogió de hombros.

―No lo sé. Me refiero a que sabes que nos estamos dando un tiempo ―me miró y rodó los ojos―. Los hombres a veces apestan seriamente, Bella.

Me reí.

―Bueno, ¿me van a responder o no?

―Somos de Mystic Falls, Virginia. Nuestro pueblo está lleno de leyendas folklore pero como es allí donde nacimos…

Asentí.

―Entiendo, asique ahora tienen que buscar nuevas leyendas ―ellas asintieron, tomando unos bollos―. Yo nací en Forks ―les conté, tomando de mi café―, y mis amigos son de la reserva india de La Push, asique crecí rodeada de leyendas. La que más me gusta es la de los Fríos.

―¡Esa es a la reserva a la que vamos! ―exclamó Caroline a la vez que Bonnie preguntaba:

―¿Los Fríos?

Le sonreí a Caroline y le respondí a Bonnie.

―Los Fríos son algo así como vampiros, creo.

―¿Vampiros? ―Caroline sonó extrañada. Asentí.

―Pero no voy a contarles nada de eso. Esperen a llegar hasta allí.

―No me importa ―dijo Bonnie―, con solo ese adelanto ya estoy entusiasmada ―sonrió.

―Yo también ―comentó Caroline―. Por lo menos, la estancia no será aburrida del todo ―luego abrió mucho los ojos―. ¿Tendrán televisión?

―Caroline ―suspiró Bonnie mientras se golpeaba la frente con la mano―, no son indigentes, son indios nada más.

Caroline se encogió de hombros mientras yo me desternillaba de risa en mi asiento.

―Quizás las encuentre allí ―comenté después de mi ataque de risa. Nos habíamos terminado el café y comido los bollos.

―¿Vas a ir a tu casa?

Asentí.

―Ha pasado tiempo desde que he visitado a Charlie ―ante sus miradas me expliqué―, él es mi papá.

―Ah.

―¿Tu madre?

Me encogí de hombros.

―Ella vive en Phoenix, Arizona.

―Hace un calor demencial allí.

―Nos gusta el calor.

―Entonces, ¿por qué vivías en Forks? ―preguntó Bonnie amablemente―. He escuchado que es el pueblo dónde llueve todo el tiempo.

―Cuando tenía diecisiete años mi madre se volvió a casar y yo quise darles intimidad asique me fui a vivir con Charlie.

Seguimos hablando durante un buen rato, contándonos nuestras vidas. La madre de Bonnie había muerto cuando ella había nacido, su padre había muerto cuando ella tenía seis años y desde entonces la había criado su abuela. La madre de Caroline, apodada Liz, para mi sorpresa, era la sheriff del pueblo, al igual que mi padre de Forks. Ambas tenían dos mejores amigas llamadas Elena y Katherine, quienes eran gemelas. Bonnie no tenía novio y Caroline tenía una historia con un tal Tyler quien había sido el quarterback del equipo de futbol americano del Instituto. Me contaron de Mystic Falls, un pueblo donde, a diferencia de Forks, casi todos los días eran soleados, tenía muchas tradiciones y fechas especiales.

Les conté de Forks, de Phoenix, de Alice y Rosalie, de mis días de secundaria…

―Dios, sí que se ha hecho tarde ―dijo Bonnie cuando miró su reloj luego de horas de charla. Miré el mío y vi que eran las tres de la tarde. Le di la razón. Nos levantamos y caminamos hacia la salida. Nos dirigimos hacia el estacionamiento y allí nos despedimos con sendos besos en las mejillas.

―Esperamos verte pronto, Bella ―dijo Bonnie.

―Dame tu número ―pidió Caroline.

Se lo di y subí a mi auto luego de despedirme. De camino al departamento que compartía con Ang, pensé en todo lo que había sucedido en el día. Aun me dolía lo que había sucedido con Edward; eso ocupaba cada rincón de mi mente, pero a la vez, conversar con Caroline y Bonnie había aliviado la tensión del día. Pensé en Rosalie y Alice, quería verlas pero deseché la idea. Me dolería verlas en ese momento porque me recordarían mucho a los momentos que viví junto a ellas y Edward.

No. Iría a visitar a Charlie. Necesitaba alejarme y despejar mi cabeza.

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~oOo~

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Miré, a través de la ventana de la sala, como la lluvia caía ligeramente. No era de esos aguaceros que se daban habitualmente, quizás porque hoy el día no era tan frío.

Ese mismo día, después de la ajetreada mañana con Edward, Caroline y Bonnie, al llegar al departamento, le dije a Ángela que me iba a ver a mi padre; sólo eran dos horas en auto a un buen ritmo. Ella me deseó buena suerte ya que iba a pasar el fin de semana con la familia de Ben, su novio.

Cuando llegué a la casa de Charlie, mi padre y Sue estaban sorprendidos pero contentos. Sue había sido la esposa de Harry Clearwater, ambos eran de la reserva y tuvieron dos hijos; Leah un año mayor que yo y Seth, quien había cumplido veintiuno este año. Harry había muerto de un ataque al corazón cuando yo tenía dieciocho años y un año después Charlie y Sue empezaron a estar juntos, convirtiéndonos a Leah, Seth y yo en hermanastros. Aquello no resultó cómodo ni para Leah ni para mí, aunque a Seth parecía no afectarle en absoluto, y no tenía porque hacerse problemas ya que cualquiera con dos dedos de frente apreciaría a Seth. Con él, mi relación no había cambiado en absoluto pero, como dije, con Leah era otra historia. En un principio, Lean nunca me quiso. El problema había empezado por Jacob; mi mejor amigo creyó amarme en nuestra época de Instituto y muchos la pasamos mal por ello. Leah y yo éramos las mejores amigas de Jake aunque no nos habláramos entre nosotras; ella era su amiga india y yo la cara-pálida, como él solía llamarnos. Como todos sufrimos por aquel triángulo amoroso en el que Jake nos había envuelto, Leah ganó un profundo odio hacia mí ya que él la hacía confidente de su desdicha.

Para ser completamente sincera, ni siquiera sabía en qué se basaba la relación de Charlie y Sue; no creía que se amaran ya que estaba casi segura que mi padre aun amaba a mi madre, Renée, y que Sue no amaría a nadie más que a Harry, pero yo no iba a preguntarles nada de aquello a ellos. Los respetaba lo suficiente. Aunque a veces he pensado que estaban juntos para no continuar sus vidas en solitario.

Solo estaban mi padre y Sue en la casa. Leah residía en Nueva York, se había recibido de abogada en causas penales y le iba muy bien en su trabajo. Seth, también estaba allí, vivía cerca de Leah y estaba yendo a la Universidad; estudiaba relaciones comerciales.

Cogí mi chaqueta y me la puse, tomando las llaves de mi auto y saliendo de la casa. Conduje hasta La Push con cuidado y pronto pude ver el mar de forma de medialuna. Aparqué en el estacionamiento y caminé por la arena. Dos figuras enormes se tumbaron en la arena, a diez metros de ella, mientras luchaban divertidamente.

―¡Oh, por el amor de Dios! ―exclamé con una gran sonrisa mientras me acercaba a las dos enormes figuras tumbadas en la arena―. Algunas personas nunca crecerán.

Jake levantó la vista y me sonrió ampliamente. Se levantó desde donde estaba peleando con Quil y vino a abrazarme.

―¡Bells! ―me envolvió en uno de sus abrazos de oso y me estrujó contra él.

―No… puedo… respirar…

Lanzó una carcajada y me depositó en la arena. Tomé aire.

―Hola, Bella ―Quil me dio un beso en la mejilla.

―Hola, Quil ―le sonreí.

―¿Qué haces aquí, Bells? ―preguntó Jake―. ¿Dónde está esa sombra tuya? ―me preguntó, claramente refiriéndose a Edward. Él nunca le había gustado mucho a Jacob pero cuando se veían obligados a estar juntos se comportaban.

Me encogí de hombros.

―Supongo que me he quedado sin sombra.

Él frunció el seño y Quil lo imitó.

―No… te entiendo ―dijo éste último.

Suspiré.

―Rompimos.

Ambos se quedaron callados unos segundos hasta que reventaron a carcajadas. Les di un puñetazo a ambos en el hombro, puñetazo que seguramente ni sintieron.

―Lo siento, Bella ―dijo Quil entre carcajadas.

―Fue una broma muy buena ―apuntó Jake, también entre risas.

Fruncí el seño mientras mis ojos me picaban pero sonreí, tratando de esconder un poco de mi amargura, cuando divisé a Caroline y Bonnie caminando hacia nosotros con Paul y Jared. Por su expresión, podía decir que a la morena no la había engañado ni un poco.

―¡Bella! ―llamó Bonnie mientras agitaba su pequeña mano sobre su cabeza para llamar mi atención. Le sonreí y caminé hacia ellas. Las saludé con un beso.

―¡Llegaron!

―Sí ―respondió Caroline―. Bonn nos hizo perder una vez, pero…

―¡Hey! ―la morena le golpeó suavemente el hombro―. No tengo la culpa que ese chico, que estaba buenísimo, debo agregar ―me dijo con una sonrisa―, me haya guiado mal.

Caroline rodó los ojos.

―Lo que sea.

―Y, ¿quiénes son ustedes? ―preguntó Jacob. Sus ojos se clavaron en ellas, su seño fruncido.

―Soy Caroline ―le dio la mano a ambos.

―Jacob.

―Quil.

―Mi nombre es Bonnie.

―Las chicas aquí son periodistas ―explicó Paul.

Jacob frunció el seño.

―¿Y qué hacen aquí? ―preguntó quizás en un tono algo rudo.

Bonnie hizo caso omiso de su tono.

―Estamos haciendo una investigación sobre leyendas folklores.

―Entonces… ¿todo en orden? ―preguntó Bonnie, mirándome.

Me encogí de hombros.

―Supongo.

―¿No has sabido nada más del… mmm… Innombrable?

Tuve que sonreír, una sonrisa corta. Jacob y Quil se miraron entre ello con los seños fruncidos.

―Nop. Tampoco quiero saberlo.

Bonnie suspiró.

―Espera ―Jacob alzó una mano en mi dirección―. ¿En verdad has…? ―su mandíbula se aflojó y sus ojos se fijaron en mi rostro.

―¿De verdad has terminado con Cullen? ―Quil, con su rostro lleno de incredulidad, fue quien terminó la pregunta.

―Sí ―suspiré―, pero eso ya se los dije.

Sacudieron las cabezas.

―Pero no te creímos. Por eso nos estábamos riendo…

―Pensábamos que estabas bromeando…

―Pues no ―estalló Bonnie―. No estaba bromeando ―le lanzó dagas con los ojos a ambos―. ¿En verdad se estaban riendo? ―inquirió. Los aludidos la miraron frunciendo el seño―. ¡Con amigos como ustedes ella no necesita enemigos!

―Alto ahí, cariño. Conozco a Bella desde que nací ―advirtió Jacob. Su voz estaba inexplicablemente calmada.

Ella enarcó las cejas y se cruzó de brazos.

―¿Y eso te da derecho a comportarte como un bruto?

Los ojos de él destellaron un segundo.

―¿Como un qué?

Oh, oh. Nadie insultaba a Jacob así sin más. Mucho menos alguien que no lo conocía.

―Jake…

―No, déjala Bella ―su mirada seguía fija en Bonnie―. Repítelo, cariño.

Ella ya no se sentía tan segura. Lo vi en su mirada.

―¿Bruto? ―fue más una pregunta que otra cosa.

De repente, Jacob se acercó de una zancada a Bonnie y la levantó para echársela en el hombro. Ignoró mis gritos de advertencia y trotó rápidamente hacia la playa, con Bonnie retorciéndose sobre su hombro y lanzándole toda una cantidad de improperios digno del lenguaje de un camionero.

Detrás de mí, Caroline reía como loca mientras yo me daba cuenta de que ésta iba a ser una estadía muy… interesante.

Capítulo 2: Al descubierto Capítulo 4: ¿irreverente?

 
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