Ayúdame a sanar (+18) Short-Fic.

Autor: dianacullenblack
Género: Romance
Fecha Creación: 14/07/2012
Fecha Actualización: 26/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 44337
Capítulos: 15

La traición se interpuso en la relación de Bella y Edward... para luego hacerlo Damon Salvatore.

M por Lemmons Shortfic. B&D&Ex OoC ¡Todos Humanos! BxD .

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J Smith. La historia es propiedad de Gissbella De Salvatore yo solo publico con su autorizacion.

TERMINADO

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Capítulo 7: Enredos y explicaciones

Declaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y L.J. Smith. la trama de Gissbella salvatore.

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Ayúdame a sanar

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Enredos y explicaciones

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Ninguno de nosotros habló los primeros veinte segundos.

¿Qué iba a decirle a Edward? Además, ¿por qué reaccionaba de aquella manera? ¿qué le importaba a él?

―¿Qué quieres? ―volví a preguntarle.

Él resopló, incrédulo.

―¿Estás de broma? No sé, quizás estoy un poco… ofuscado porque acabo de enterarme que mi mujer está embarazada.

―¿Tu mujer? ―repitió Damon, ofuscado.

Aquello no estaba yendo por buen camino.

Ex mujer, Damon ―lo corregí rápidamente. Fulminé a Edward con la mirada―. Y a decir verdad, no sé qué le importa a él.

―¿Es mío? ―preguntó Edward. Damon me miró al igual que él, expectante pero con algo oscureciendo sus ojos.

―¿Es en serio? ―le pregunté a mi ex cuando tuve la certeza de que mi voz no fallaría―. ¿No has visto la fecha en esos análisis?

Él frunció el seño y miró el arrugado papel que tenía en las manos. Nadie habló mientras él lo leía. Al terminar me miró dolorosamente.

―¿Me engañaste? ―preguntó lo obvio. Seguramente había recordado que él no me había tocado un pelo por mucho tiempo antes. No pude responderle. Una cosa era admitir aquello en mi mente y otra muy distinta era hacerlo en voz alta. Me pregunté fugazmente por qué me sentía avergonzada de haberlo engañado si él me había hecho lo mismo a mí. Hablando honestamente conmigo misma, al principio me había sentido bien al haberlo hecho. ¿Por qué ahora me avergonzada?

Edward pareció cansarse de esperar una respuesta y la falta de ésta también pareció enervarlo. Dio un paso para entrar pero Damon se interpuso en su camino. Edward pareció volver a darse cuenta de que Damon estaba en mi departamento y lo miró, furioso.

―¿Qué haces tú aquí? ―escupió.

Damon enarcó una ceja y pude apreciar el cambio en su rostro. Ya no estaba el Damon jocoso y seductor de ésta mañana, no; ahora, en su lugar, estaba un Damon frío con una mirada glacial.

―¿No te parece obvio? ―sonrió de costado y yo volví a retener el aliento. Edward nos miró a ambos, sus ojos viajaron desde el pecho al descubierto de Damon hasta mi solitaria camisa que a sus ojos pertenecía indudablemente a Damon.

Edward apretó la mandíbula.

―Sí ―contestó―. Ya veo ―le dio una sonrisa fría―. ¿Sabías tú que está embarazada?

―Edward…

―Sí ―me interrumpió Damon―. Es mío.

Los ojos de Edward se agrandaron pero luego su expresión se recompuso nuevamente. Su fría sonrisa nunca dejó sus labios, de hecho, se convirtió en glacial al igual que los ojos de Damon.

No pude evitar cruzarme de brazos, súbitamente consciente de lo que llevaba puesto

―¿Estás seguro? ―le preguntó. Esta vez fueron mis ojos los que se agrandaron a causa de la sorpresa. ¿Cómo se atrevía él a…?

―¡Edward! ―dije su nombre tan furiosamente que ni siquiera pude levantar el tono de mi voz. Pero él ni siquiera se dignó a mirarme pues su atención seguía puesta en el hombre de cabello negro.

―¿Crees que eres con el único con el que me ha engañado? ―resopló―. ¿Te crees tan importante?

A pesar de todo lo que había sucedido entre nosotros, nunca pensé que Edward se comportaría así conmigo. Su expresión era desconocida para mí.

Y luego estaba Damon. Lo miré detenidamente y me encontré con su rostro libre de toda expresión. Pude respirar cuando me di cuenta que parecía haber hecho oídos sordos al comentario de Edward. Miré a este último y apreté la mandíbula.

―Sal de mi casa ―gruñí―. No quiero verte, Edward ―caminé lentamente hacia él―. Ya te he dicho que el niño no es tuyo así que puedes irte por dónde has venido.

―No te preocupes, Bella. No pensaba quedarme demasiado tiempo ―nos miró nuevamente a Damon y a mí con expresión de repugnancia. Salió por la puerta y desapareció por el pasillo. Creí que todo había vuelto a la tranquilidad en el departamento hasta que Damon cerró la puerta con más fuerza de la necesaria.

Caminó hacia la cocina lentamente, cada paso suave pero lleno de ferocidad. Lo seguí lentamente.

―¿Damon?

Dio otros tres pasos más hasta que se detuvo. Lentamente se dio la vuelta.

―Estabas con él cuando nos acostamos.

No fue una pregunta.

―Sí, es solo que…

―¿Estás segura que es mi hijo?

Y en ese momento lo entendí. Damon sí había escuchado las palabras que Edward había escupido con sorprendente veneno, y además de eso, en aquel momento estaba dudando de mi palabra.

Mi voz salió increíblemente calma cuando le contesté:

―Sí.

―¿Estás segura? ―su voz era vacía. Mi rostro se ruborizó violentamente.

―Sal de aquí, Damon.

―Isabella…

―Sal ―volví a repetir, mi respiración estaba aumentando en rápidos jadeos―. Tú también te vas de aquí.

Silencio. Él suspiró

―Isabella ―intentó de nuevo. Sin pensar y lo más rápido posible me saqué la camisa y se la aventé quedando sola en mi ropa interior. Comencé a caminar hacia el baño y lo escuché llamarme, viniendo tras de mí.

―¡Vístete y lárgate de aquí! ―grité y le cerré la puerta del baño en el rostro con tanta o más fuerza que la que él había usado con la de la entrada.

―No seas tan chiquilla ―su voz resonó desde detrás de la puerta. Apoyé mi espalda en ella y cerré los ojos.

―Soy todo lo chiquilla que quiero porque es mi casa. ¡Ahora, largo!

Escuché un bufido y unos pasos. Diez o quince segundos más tarde la puerta de la entrada cerrarse. Estuve allí por no sé cuánto tiempo y luego me di cuenta que mis mejillas estaban húmedas.

¡Maldito Edward por aparecerse a armar semejante lío! Sollocé audiblemente y me acurruqué, enterrando mi cabeza en el hueco de mi brazo. ¿Por qué me hacía aquello? ¡Si yo no había sido la que lo había estado engañando durante meses. Lo mío sólo había sido una noche y prácticamente había estado borracha.

Más lágrimas descendieron.

Eso no justificaba lo que él acababa de hacer y yo estaba en todo mi derecho de haberlo dejado. Con Damon o sin Damon. Claro, pero a eso Edward no lo pensaba de esa manera.

Miré a mí alrededor y me sentí muy sola. Pero, ¿a quién podía recurrir? Las primeras personas que vinieron a mi mente fueron Alice y Rosalie, pero, ¿y luego qué? «Hola, amigas. Estoy muy mal porque Edward vino al departamento a arruinarme la mañana. Ah, y estoy embarazada de otro. ¿Pueden venir a consolarme?» definitivamente aquella no era una buena idea.

Me sequé las lágrimas.

¿Ángela? No. Ella estaba con Ben y no quería arruinarle el día. ¿James? De seguro estaba con Victoria. Luego vino a mi mente la única persona en la cual tenía que haber pensado desde el principio.

Me levanté y fui a lavarme el rostro para luego salir del baño en dirección al dormitorio. Obvié con la mirada el enredo de sábanas que había en la cama y tomé el móvil. Busqué en los contactos y sonreía ante el nombre mientras llamaba, llevándome el móvil al oído.

¡Bells! ―la voz gruesa estaba llena de entusiasmo. Me cansé con solo escucharla.

―Hola, Jake ―saludé.

Un momento de silencio.

¿Qué sucede, Bella? ―todo entusiasmo cambió a seriedad. No pude evitarlo y solté una risita ante los cambios de mi mejor amigo.

Terminé suspirando.

―Nada. Nada… importante. ¿Puedes venir?

Pues si no es nada importante no sé porque me estas llamando para ir a Seattle sabiendo que yo me encuentro en Port Ángeles.

―Es que ―titubeé, sabiendo que tenía razón―… bueno, quizás sí es un poco importante pero no es nada… malo.

Uh-huh ―silencio―. Está bien. ¿Dónde vives ahora?

―Con Ángela ―le di la dirección y él me dijo que estaría aquí en una hora. A mí, recorrer la distancia entre Port Ángeles y Seattle me tomaba dos horas. Pero si Jacob decía que lo haría en una hora… no quería pensar en ello―. Te espero.

Eso espero porque si me llamas y luego te vas antes de que yo llegue…

Me reí y corté. Ya estaba levantándome el ánimo. Adoraba a Jake.

Con una pequeña sonrisa en el rostro me levanté de la cama y me dirigí hacia el closet, eligiendo ropa y luego fui hacia el baño para darme una muy larga ducha de agua caliente. Me lavé el cabello, inundándome del olor a fresas de mi shampoo. Me di cuenta que esa mañana no había tenido nauseas. ¿Por qué no? No me había salido de mi rutina… si tener sexo toda la noche no contaba, claro.

Sacudí la cabeza, negándome a pensar en aquel hombre que había creído las palabras e Edward. Luego de bañarme y cambiarme fui hacia la cocina y comencé a limpiar las sobras de los platos. Cuando comencé a limpiar la mesada vi la crema. Con una mueca la tomé y la tiré al tacho de basura con un ruido . Luego compraría otra ya que no podría mirarla sin apretar los labios.

Cambié la música por algo de Amy Whinehouse¹ y comencé a ordenar lo poco que estaba desordenado de la sala. ¡Tanto talento desperdiciado!, pensé mientras escuchaba la melodía.

Pronto sonó el timbre. Miré la hora y vi que era muy temprano para que fuera Jacob. Solo habían pasado cincuenta minutos desde que habíamos hablado. Caminé hacia la puerta y cuando mi mano se posó sobre el picaporte, la recriminación de Damon inundó mi mente.

«¿Tienes que abrir así la puerta? Podría haber sido un asesino, un violador o un ladrón y tú ni siquiera preguntas.»

Sacudí la cabeza.

―¿Quién es?

―El lobo feroz.

Reí y abrí la puerta.

―¿Tan temprano? ―pregunté, lanzándome a sus brazos. Él rió, encantado porque de alguna manera le estaba haciendo un cumplido.

―Yo no soy tú, Bells ―volvió a reír.

Le di un puñetazo suave en el hombro y lo invité a entrar. Sus botas resonaron en el suelo mientras él observaba su alrededor.

―Lindo ―comentó.

Me encogí de hombros.

―Tengo un techo sobre mi cabeza y eso es lo que importa. Pero sí, es muy lindo. ¿Café? ―ofrecí.

Él asintió y me siguió hasta la cocina.

―Entonces, ¿qué sucede? ―preguntó, sentándose en una de las sillas mientras yo calentaba su bebida. Suspiré.

―Hombres.

Él enarcó una ceja.

―¿Hombres? ¿no era sólo Edward?

Sacudí la cabeza en forma negativa y serví el café en una taza.

―No. Son dos. Bueno ―le tendí la taza y me senté frente a él―… quizás tres.

Él se ahogó con el trago de café que había en su boca.

―¿Estás bien? ―me estiré y le di unas palmaditas en la espalda. Él asintió y se limpió de los labios el poco líquido que se había escapado.

―¿Tres? ―me miró con las cejas levantadas.

―Sí, bueno ―suspiré y puse mis codos en la superficie fría―… es Edward, junto con otro hombre al que no conoces y otro o otra al que… pronto conocerás ―sentí mi pecho calentarse con el pensamiento de mi hijo o hija.

―Espera, espera, espera ―hizo el gesto del tiempo-fuera―. ¿Otra? ¡No me digas que…! ―buscó las palabras al ver que yo no le entendía―. Bueno, no sabía que bateabas para, ya sabes, el otro lado ―terminó.

Mis ojos se agrandaron.

―¡No! ―me apresuré a aclarar―. Por supuesto que no soy lesbiana ―le fruncí el seño―, y si lo fuera no tendría nada de malo ―comenté―. Pero, Jacob, estoy… embarazada.

Silencio sepulcral. Jacob me miraba como si no me creyera. No, no era como si no me creyera, era como si pensara que no me había escuchado bien.

―Tú…

No terminó la oración. Le sonreí pequeñísimamente.

―Sí ―puse una mano en mi vientre―, estoy embarazada.

Silencio.

―¿De un bebé? ―no pude evitarlo y me reí ante su tonta pregunta. Pero a pesar de ello, también me reí de alegría porque en su rostro se estaba formando una lenta sonrisa.

―Sí ―contesté con otra sonrisa y otra risa―. De un bebé.

Él se levantó de donde estaba y vino hacia mí, abrazándome dulcemente y riéndose. Me contagió la alegría y comenzamos a reír juntos. Pronto mis lágrimas se derramaron sobre mis mejillas.

―¡Serás mamá, Bells!

―¡Serás tío, Jake!

―Oh ―su rostro se puso serio.

Fruncí el seño.

―¿Dije algo malo?

―No, no ―me sonrió y puso su mano sobre la mía que estaba sobre mi vientre―. Es que… wow.

Le sonreí y vi que él también tenía los ojos llorosos pero su rostro estaba seco.

―Sí, wow.

Por unos minutos no dijimos nada. El café olvidado en la taza.

―Se… se lo has dicho a Edward, ¿verdad? ―preguntó él en voz bajita―. Se han peleado por eso, ¿no?

Negué con la cabeza.

―No, Jake. Ese el problema. Edward se enteró del bebé ―lo miré con ojos suplicantes de que me entendiera―… pero él no es el padre.

Sus brazos dejaron de abrazarme y lo miré. Su rostro era un poema.

―¿Qué has dicho? ―parecía aturdido. Me mordí el labio inferior―. Pero…

Se sentó nuevamente y yo lo miré, ansiosa. No podría soportar que él me juzgara. No Jake.

―No lo engañé ―me apresuré a decir. Hice una mueca―. Bueno técnicamente, sí, pero… yo me había enterado que él me engañaba y estaba confundida ―mi voz murió―… ¿Jake?

Él se sacudió como si estuviera despertando de un sueño. Tomó un largo sorbo de café y luego volvió a mirarme.

―Discúlpame ―me sonrió débilmente― pero es que… es muy difícil creer esto. Mucho menos viniendo de ti.

Sonreí.

―Sí, lo sé.

―¿Quién…? ―me señaló con el dedo―. ¿Quién fue el que dejó con el bombo?

Reprimí una sonrisa.

―No lo conoces. Se llama Damon.

Asintió.

―¿Y él? ¿lo conoces? ¿se hará cargo?

Fue mi turno de asentir.

―Sí, claro que se hará cargo.

―¿Vive en Seattle?

―Sí.

―¿De qué trabaja?

―¿Es esto un interrogatorio, Jacob? ―sonreí.

Me devolvió la sonrisa.

―Sólo te preparo para Charlie porque supongo que todavía no le has dicho.

Entrecerré los ojos.

―¿Cómo lo sabes?

―Porque él habría pegado el grito en el cielo de ser así. O el tiro en la cabeza del tal Damon.

―¿Tú crees? ―suspiré.

―No será tan malo, Bells. Sabes que Charlie puede ser todo bravuconada por fuera pero por dentro es un tiernito.

―Eso espero ―murmuré, aunque en el fondo supe que Jacob tenía razón.

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~oOo~

.

―Hola, Bella ―levanté la vista de los papeles y vi a Alice y Rosalie de pie en la puerta de mi oficina. Luché por no dejar que mi mandíbula cayera sobre el escritorio. Pero, ¿por qué estaba sorprendida? Ellas eran mis mejores amigas o bueno, en el caso extremo de que aquella visita no fuera para algo bueno, lo habían sido.

―Hola ―saludé de vuelta.

―No nos dijiste ―espetó Alice. Pero no con rudeza sino con… tristeza.

Suspiré. Ellas lo sabían.

―Lo sé.

―¿Por qué? ―cuestionó Rosalie― ¿acaso no somos tus amigas?

―Sí, claro que lo son, Rose. Es solo que después de todo lo que sucedió entre nosotros…

―No, no Bella. El problema sucedió entre tú y Edward ―puntualizó Alice. Las miré a ambas y sacudí la cabeza.

―Está bien, quizás hice mal en no contárselo a ustedes pero, ¿qué iba a decirles? Hola chicas, ¿saben qué? me embaracé de otro hombre al día siguiente de enterarme que Edward me estaba engañando ―remedé en una falsa voz feliz. Resoplé―. No creí que apreciaran el gesto. De verdad. Y además estaba asustada. Sigo estando asustada.

―¡No puedo creerlo! ―estalló Alice. Suspiré, diciéndome que aquello era inevitable― ¿Cómo pudiste no decírnoslo? ¡No importa que el niño no sea de Edward!

Silencio. Sin poder creérmelo alcé la vista a ellas. Ambas estaban sonriendo, y no era una sonrisa normal sino que era una sonrisa tierna. Muy tierna.

―¿No están enojadas… por eso?

―¡Claro que no, Bells! ―ambas caminaron y se pusieron a mi lado, abrazándome. Me sentí muy contenta y no pude evitar sonreír y abrazarlas en respuesta―. No llores ―susurró Alice besándome la mejilla. Era verdad; estaba llorando. Sonreí y me sequé las mejillas.

―Lo siento ―me disculpé―. Supongo que son las hormonas.

―Ya está ―Rosalie me acarició el cabello.

―¿Cómo…? ¿cómo se enteraron? ―les pregunté. Ellas se sentaron frente a mí, sobre el escritorio.

―Edward ―comentó Rosalie. Era obvio.

―Sí ―apostilló Alice―. Estaba furioso.

Suspiré y me hundí en mi asiento.

―Me lo imagino.

―Pero no lo entiendo ―dijo Rosalie―. ¿Qué demonios le importa a él? Quiero decir que, ¡él te había engañado primero! ¿qué quería que hicieras? ¿que te quedaras llorando por él o que lo perdonaras? ―bufó.

―Yo lo entiendo ―dije y ambas me miraron, agrandando los ojos―. Chicas, entiendan ustedes también. A pesar de todo lo que había sucedido entre nosotros yo me embaracé aún estando con él.

―Pero… ¿tú también lo engañaste, Bells?

―Sí ―Rosalie miró a Alice con el seño fruncido y luego volteó a verme nuevamente―, eso quiero saber. ¿Tú lo engañabas a él mientras él te engañaba a ti?

―No. Claro que no ―a pesar de todo tuve el descaro de mostrarme herida―. La madrugada que me enteré de… eso, bueno, yo me fui del departamento. Estuve todo el día vagando por la ciudad hasta que entré en un bar y… bueno, me emborraché un poco, creo.

Los ojos de Rosalie y Alice casi se salieron de sus cuencas.

―¿Tú? ¿borracha?

―No me lo creo.

Reí.

―Pues créanlo porque lo hice. Y después de eso, bueno, hice lo que hice ―me sonrojé.

Alice hizo una mueca con los labios mientras que Rosalie me tomaba de las manos.

―¿Cómo estás con el embarazo? ―preguntó ésta última.

Me encogí de hombros.

―Como puedo estar con los vómitos matutinos y los cambios de humor.

Ella sonrió.

―Vas a ser una gran madre, lo sabes, ¿verdad?

―No ―sacudí la cabeza―. En verdad no lo sé.

―¡Pues lo serás! ―volvió a sonreír a la vez que miraba a Alice como si estuviera pidiéndole que ella también me apoyara. Pero Alice solo sonrió débimente.

―Lo siento ―fue lo primero que dijo.

―¿Por qué dices eso, Alice? ―preguntó nuestra rubia amiga― ¿acaso no crees que Bella lo hará bien?

―No, no es eso ―se apresuró a contestar Alice―. Creo que será una madre magnífica. Es sólo que ―suspiró pesadamente y sus hombros se hundieron―… siempre, desde que nos conocimos, había imaginado que los niños que tú tendrías serían de Edward. Que serían mis sobrinos ―a esta altura de la conversación, dos lágrimas resbalaron por sus mejillas y ella las secó con delicadeza.

―Alice ―pronuncié su voz lastimeramente―… créeme cuando te digo que yo había imaginado lo mismo ―le tomé ambas manos en las mías y acaricié su suave piel con mis dedos―. Pero las cosas no siempre salen como las esperábamos, ¿verdad? ―ella asintió con una sonrisa triste.

―¡Dejen ya de lloriquear! ―bufó Rosalie pretendiendo estar exasperada pero Alice y yo pudimos observar bien como ella parpadeaba para alejar la humedad de sus ojos. Reímos.

Además, ¿quién les dijo que no serían sus tías? ―pregunté, sonriendo con alegría esta vez.

―¿De verdad dices eso?

―Claro, Ally ―le di un apretón a su pequeña mano―. Ustedes son mis hermanas.

Abrí los brazos y ellas acudieron a ellos. Unos segundos después escuchamos la puerta de mi despacho abrirse.

―Muy bien, Bells, creo que ya has trabajado mucho por hoy, así que ―James se detuvo luego de dar dos pasos adentro―… Oh. Siento interrumpir, no era mi intención…

―Ya corta la perorata, James ―le sonreí, alejándome un momento de mis amigas pero dejando mi brazo en la espalda de Rosalie―. Ellas son Rosalie Hale y Alice Cullen.

Los tres se dieron la mano.

―Soy James Cam.

Ambas le sonrieron, intercambiaron una mirada desapercibida para James y luego lo observaron unos segundos con ojo crítico. ¡Estaban considerando que él fuera el padre de mi hijo!

―Chicas ―advertí. No es James.

Rosalie me miró angelicalmente.

―¿No es qué, Bella?

―Ya lo saben.

―Uh-huh ―asintió James―. No entiendo nada.

Me reí.

―Aquí mis hermanas del alma estaban especulando con que fueras el padre de mi hijo ―le informé mientras volvía a mi asiento.

―Oh, no ―les sonrió él y ellas tuvieron la decencia de ruborizarse ligeramente.

―Lo siento ―se disculpó Alice, devolviéndole el gesto―. ¿Eres editor, también?

―Nop ―intervine yo mordiendo la lapicera―. Jefe.

―¿Jefe de Edición? ―Rosalie enarcó una ceja y cuando James abrió los labios para contestarle yo volví a interrumpir.

―No ―volví a negar―. Aquí James es el ¡oh, gran jefe! de toda la editorial.

―Entonces…. ¿qué hace aquí?―preguntó Rosalie no sin respeto.

―Pues ―se volvió para mirarme con ojos penetrantes―… he venido para decirle a cierta señorita que ya debe retirarse. No quiero que te canses ―insistió cuando abrí la boca para refutar.

Alice se rió suavemente.

―Así que ―James se acercó a mí y me quitó los papeles de las manos―… te levantas, tomas tu bolso y bajas para salir de aquí ―cada instrucción iba acompañada con la acción.

Enarqué una ceja.

―Tengo la sensación de que me estás echando.

―Bella, sólo tú rezongas cuando tu jefe te dice que te vayas temprano ―se quejó Rosalie haciéndonos reír a todos.

―Hasta mañana ―besé a James en la mejilla y él me saludó devuelta. Le sonreí a las chicas y las tres nos encaminamos a la puerta con él siguiéndonos―. ¿Te quedas, Ang?―le pregunté cuando la vi en su escritorio.

Ella levantó la vista y me sonrió.

―Sí. Necesito terminar algunas cosas.

Asentí y la saludé. Alice y Rosalie hicieron los mismo.

―Hmm, ¿Bella? ―me volví al escuchar la voz de James.

―¿Si?

Sonrió.

―Creo que alguien te espera abajo.

Fruncí el seño y asentí.

―¿Cómo están Emm y Jazz? ―pregunté mientras entrábamos al elevador.

―Bien ―contestó Alice.

―Emmett te manda saludos ―comentó Rose.

―Pues denle besos de mi parte a ambos.

―Con gusto ―dijeron ambas al mismo tiempo y con la misma sonrisa pícara.

―¡Ugh!

Las tres estallamos en carcajadas.

―¿Qué vas a hacer ahora? ―preguntó Alice cuando las puertas del elevador. Caminamos hacia la salida.

―Devorarme un plato entero de…

Mi respuesta murió en mi garganta. Allí en la entrada, alto, oscuro, arrebatador, se encontraba Damon Salvatore.

―¿Bella? ―me di cuenta que me había detenido― ¿sucede algo? ―preguntó Rosalie. Damon se acercaba caminando lentamente hacia nosotras.

―No, no sucede nada ―alcancé a articular antes de que él se acercara lo suficiente como para escucharnos.

―Buenas tardes ―su voz me hizo estremecer. Y en ese momento no recordé el día en que lo eché del departamento ni el hecho de que estaba supuestamente enojada con él. Cuando me miró, su mirada se trabó en la mía y el celeste de sus ojos me cubrió como si fuera el océano, al igual que su boca cubrió la mía.

Cuando sus labios tocaron los míos fue como si un bálsamo de paz me inundara. Me descubrí suspirando en su boca el aliento que sin saber había estado conteniendo. Su boca estaba dulce y húmedamente tibia. Era perfecto. Mi mano derecha voló entre sus cabellos y él pasó su brazo por mi cintura, atrayéndome suave pero firmemente.

Todo fue casi mágico hasta que alguien se aclarara la garganta deliberadamente y yo me congelara. ¡Idiota, idiota, idiota! Me separé rápidamente de Damon para enfrentar a Alice y Rosalie. Pude ver claramente que ellas definitivamente no habían estado esperando exactamente aquello que acababa de suceder. Pero lo disimulaban bien.

―Damon ―comencé―, ellas son Alice y Rosalie, mis mejores amigas. Chicas, él es…

Mordí mi labio inferior. ¿Qué era Damon para mí?

―Soy su pareja ―sonrió él sin inmutarse por mi silencio. Les dio la mano derecha a ambas. Su brazo izquierdo aun me tenía presionada levemente contra él por la espalda.

―Un placer.

―Sí, es un gusto.

Unos segundos fueron llenados de silencio hasta que Alice me sonrió.

―¿Crees que podríamos reunirnos mañana luego de tu trabajo?

Asentí con la cabeza.

―Por supuesto.

―Bien ―sonrió Rosalie―. Mejor nos vamos. Emmett quiere ir al cine.

―Y yo tengo que hacer la cena.

Me reí.

―Bien.

Nos despedimos y ella se fueron hacia el auto de Alice, no sin antes volver a inspeccionar a Damon rápidamente. Contuve un suspiro cuando me di cuenta que la "reunión" de el día siguiente sería un interrogatorio.

―¿Mi pareja? ―pregunté a nadie en particular cuando ellas se hubieron ido.

Él enarcó una ceja.

―Claro. ¿qué esperabas?

Suspiré porque sabía que eso era más de lo que yo alguna vez pediría. Y luego recordé porque estaba enfadada con él.

―¿Vienes a disculparte? ―le pregunté en un tono algo rudo.

Frunció el seño.

―Quizás, sí ―respondió él. Su mirada me traspasó―. Pero, ¿cómo querías que reaccionara? Embaracé a una mujer que me gusta y que no conocía ―enfatizó la palabra no― para luego enterarme que cuando me acosté con aquella mujer, ella todavía estaba con otro hombro ―sonrió sin humor―. Y daba la casualidad de que él es mi colega.

Pensándolo bien, cuando lo ponía de aquella manera…

―Estás perdonado ―murmuré.

Su sonrisa en respuesta fue más honesta y ligera. Tomó mi mano y comenzó a llevarme hacia su auto.

―¿Qué haces?

―Te llevo hasta mi auto para luego llevarte a tu departamento.

―Pero mi auto…

―El lunes yo te traigo al trabajo; no tienes que preocuparte.

Me detuve.

―¿El lunes? ―¡estábamos a mediados de semana!

Él suspiro cansinamente.

―Sí, cariño ―me rodeó con sus brazos y dirigió sus labios a mi cuello dando pequeños besos que me daban descargas de energía que me consumaba cada vez un poquito más.

Y fue en ese momento cuando Damon dejó caer la bomba, susurrándola en mi oído.

―Porque ha llegado el momento de que conozcas a la familia Salvatore.


Capítulo 6: Conociéndonos Capítulo 8: La familia Salvatore

 
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