EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 149
Visitas: 109198
Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

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Capítulo 10: CAPITULO 10

Capítulo 10

Apostando

Fue una cruel jugada del destino la que permitió a Tanya editar mi artículo sobre Edward Cullen como parte de su pelea con Esme por el puesto de directora. Mi único consuelo era saber que no podría cargarse por completo el artículo porque le estaría causando un daño a su propia reputación o comprometiendo su profesionalidad. Podía imaginarme la guerra desatada en su cabeza: debía de resultarle difícil no joderme intencionadamente, pero si lo hacía daría la impresión de haber arruinado adrede un artículo perfectamente bueno.

A las ocho de la noche les eché un vistazo a los cambios que Tanya había hecho a mi artículo —los cuales, afortunadamente, eran relativamente menores—, y hacia las nueve firmé la copia, lo cual significaba que el artículo sobre Edward estaba listo para entrar en las páginas de Mod. Al menos una cosa había salido bien.

Al cabo de una noche casi sin pegar ojo en casa de Alice —había conseguido dormirme a eso de las tres y media, para despertar dos horas más tarde bañada en sudor frío por una pesadilla que protagonizaba Jacob—, hice una visita relámpago a mi apartamento para recoger algo de ropa. Llegué a la redacción de Mod a eso de las siete de la mañana, aterrada por lo que pudiera ocurrir durante las próximas horas. Estaba segura de que para el mediodía me habrían echado a la calle y me encontraría cargando con una caja de cartón con mis pertenencias.

—Buenos días, Bella —dijo Esme, mientras me instalaba con cautela delante de mi ordenador.

—Buenos días —respondí. Sonrió y le devolví la sonrisa, pensando que en pocas horas me perdería todo respeto. Esme había ascendido los peldaños de las revistas femeninas siendo una buena escritora y una buena editora, y también por mantenerse completamente profesional, sin importar lo que pasara. Hasta ese día, probablemente ella pensara lo mismo de mí. Sabía que, apenas se enterase de lo ocurrido, consideraría que había deshonrado nuestra profesión.

—¿Estás bien? —me preguntó preocupada.

—Sí, claro —mentí—. Discúlpame por molestarte —añadí con una sonrisa forzada.

—No me molestas en absoluto —dijo Esme, sacudiendo la cabeza y esbozando una sonrisa—. Se te ve muy cansada. ¿Un fin de semana difícil?

—Podría decirse que sí.

Hacia las nueve de la mañana habían comenzado a llegar otros miembros de la redacción. Alice todavía no, lo cual no me sorprendía. Aún dormía profundamente —roncando, podría agregar—, cuando salí sin hacer ruido del apartamento. Por lo general ponía el despertador a las ocho de la mañana, pero yo sabía que le llevaba una eternidad estar lista. Esa cara no se pintaba sola cada mañana y el armario no soltaba lo último en vestimenta exótica sin que ella interviniera.

Se probaría una variedad de combinaciones delante del espejo durante una media hora antes de decidirse por algo extraño y absurdo que, por alguna razón, a ella le quedaría muy bien. A las nueve y media entraría flotando en la redacción, mucho antes de que nadie advirtiese que llegaba tarde.

Sobre el escritorio tenía una pila de cosas para el número de septiembre en la que debía ponerme a trabajar sin demora, pero no podía concentrarme. Al fin y al cabo, sería una pérdida de tiempo. A lo sumo, estaría allí por algunas horas más antes de que me despidieran.

En ese preciso instante, el teléfono de Esme comenzó a sonar. Habló un momento y luego se volvió hacia mí.

—Era Margaret —dijo lentamente, con una extraña mirada. Me dio un vuelco el corazón. La directora nunca llamaba tan temprano—. La reunión editorial de esta mañana se ha cancelado. Dice que no llegará hasta eso de las once.

Tragué saliva.

—Esto... ¿dijo por qué? —pregunté con cautela.

Esme sacudió la cabeza lentamente.

—No —respondió.

Volví a tragar saliva e intenté no sentirme culpable. Seguramente Esme estaría al corriente. Tanya se lo habría contado. Probablemente en ese momento estaba hablando con los abogados de Mod para preguntarles cómo podía deshacerse legalmente de mí de la forma más rápida.

En ese preciso instante mi teléfono emitió un zumbido, indicando que había una llamada desde la oficina por el intercomunicador.

—Bella, ¿estás ahí? —La voz nasal de Cassie Jenkins, la secretaria de Margaret, llenó mi cubículo.

—Sí, Cassie —respondí.

—Margaret quiere verte en su oficina apenas llegue a las once —dijo.

Por un segundo me quedé sin habla. Estaba en lo cierto. En menos de dos horas iban a echarme. Era lo primero que Margaret haría apenas llegara a la oficina. Me arrojaría a la calle con la basura del día.

—Bella, ¿aún estás ahí?...

—Eh, sí, Cassie, aquí estoy —dije—. Allí estaré. A las once.

—Se lo haré saber a Margaret —repuso Cassie fríamente.

—Me pregunto de qué se trata —dijo Esme cuando mi conversación con Cassie finalizó.

—Pues no lo sé —mentí mirando al suelo, haciendo lo indecible para no parecer culpable.

—Tal vez te asciendan —arriesgó Esme jovialmente—. Siempre le digo a Margaret que eres de muchísimo valor para la revista. Quizá finalmente haya decidido hacerme caso.

Alcé la vista hacia Esme con un apenado agradecimiento.

—Gracias —murmuré.

 

 

A las once menos cuarto ya no lo soportaba más. Alice había llegado hacía una hora y le había hablado sobre mi inminente reunión. Su apenada y piadosa expresión sólo había incrementado mis temores sobre lo que podría pasar en la temida entrevista de las once.

—¿Hay algo que pueda hacer, Bella? —preguntó suavemente cuando el reloj se acercaba a las once.

—No te preocupes —respondí intentando sonar valiente—. Estaré bien.

A las once menos cinco, deslicé lentamente mi sillón hacia atrás y me levanté con un suspiro.

—Voy al servicio, Alice —dije—. Cuando acabe mi reunión con Margaret volveré.

Me pesaba el corazón cuando sobrevolé con la mirada la redacción de Mod.Mis compañeras iban y venían de oficina en oficina, con las manos llenas de papeles. Los teléfonos sonaban, las fotocopiadoras zumbaban y el reconfortante sonido de los teclados nos rodeaba.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Alice amablemente.

—No. Estaré bien —repuse sin mucha convicción. No estaría bien. Me encantaba el trajín de la redacción, la (generalmente) amigable camaradería de las mujeres del equipo, el ritmo tranquilo cuando no estábamos trabajando durante el cierre. Me encantaba que con sólo veintiséis años fuera camino de lograr una posición y contara con el respeto de mis colegas. En diez minutos, me arrebatarían eso para siempre. Por culpa de Jacob. Por haber sido lo bastante estúpida para creerle.

—Buena suerte, Bella —dijo Alice. Se puso en pie y se acercó para abrazarme—. Va a salir bien.

—No —le dije, abrazándola con fuerza e impidiendo que rodaran las lágrimas que se agolpaban en mis ojos—. No lo creo.

Mientras caminaba hacia el servicio, me sentí como un prisionero condenado a muerte instantes antes de ser ejecutado. Miré los rostros de mis compañeras, mientras caminaba lentamente hacia mi castigo final, y traté de memorizarlos. Unas pocas me devolvieron la mirada y sonrieron. Otras me saludaron. Otras sencillamente me miraron de manera extraña, lo que seguramente teníaque ver con el hecho de estar dirigiéndome hacia las oficinas de la dirección con cara de desaliento.

En el lavabo me mojé la cara, me sequé con una toalla de papel y parpadeé ante mi imagen en el espejo. Me veía horrible, lo que sólo añadiría combustible al enfado de Margaret. Siempre insistía en que teníamos que estar tan presentables como fuera posible. Después de todo, éramos empleadas de Mod y se suponía que teníamos que lucir chics y tener tanta clase como el nombre de la revista sugería. Nunca supe cómo se las arreglaba Alice con lo que se ponía, pero sabía que Margaret le echaba una mirada crítica a cualquiera que no vistiera de manera apropiada.

Esa mañana, las bolsas debajo de mis ojos y la expresión que tenía no eran exactamente lo que se esperaba de una redactora de Mod.

Miré la hora y supe que tenía que salir. Eran casi las once y estaba a punto de llegar tarde a mi propio funeral.

 

 

Margaret me hizo esperar casi quince minutos antes de indicarle a Cassie que me hiciera entrar. Mientras esperaba, me pareció que el minutero del reloj Bulova de la pared se movía a cámara lenta. Cassie me miraba en silencio desde su escritorio, con lo que parecía ser una sonrisita irónica. Tuve que controlarme para no hacerle una mueca y limitarme a sonreír lánguidamente, lo cual hice por si acaso aún había una posibilidad de acumular algo de buen karma en el minuto previo a la reunión, mostrando un poco de amabilidad a la antipática secretaria de Margaret.

Con veintidós años, Cassie se había graduado recientemente en Literatura Clásica, en alguna universidad exclusiva por la cual sus padres habrían pagado una fortuna. El hecho de ser la hija de alguien del círculo social de Margaret le había ganado un lugar en Mod,lo que significaba, por supuesto, que Margaret había tenido que echar a Karen, su secretaria durante dos años. Cassie logró que todos tomaran posición de inmediato, al anunciar que ese puesto que había logrado era sólo un paso hacia la obtención de alguno de nuestros propios puestos de trabajo.

En una ocasión, estando en el servicio, nos dijo a Alice y a mí con desdén que siempre había querido ser redactora jefe o talvez redactora de celebridades, por lo que no teníamos que dormirnos en los laureles.

No todo funcionaba siempre de esa forma. La mayoría de las mujeres que habían pasado del rango de colaboradoras editoriales —es decir, una vez atravesada la jerarquía de rangos que iba de colaboradora a redactora jefe—, sabían lo que hacían y habían sido ascendidas debido a su talento, a que trabajaban de firme y eran profesionales. Después de todo, teníamos que hacer una revista. No todas podíamos ser idiotas, si teníamos que hacer un producto que se vendiera en los quioscos todos los meses.

Las jerarquías más bajas del mundo de las revistas eran cubiertas por jovencitas como Cassie. Nunca habían trabajado seriamente y estaban en el negocio porque una amiga de sus padres conocía a alguien que conocía a alguien que tenía una revista. La cosa más difícil de lograr en el negocio de las revistas era colocar el primer pie. Desafortunadamente, muchas de esas posiciones iniciales en las revistas más glamorosas eran ocupadas por mujeres que estaban muy ocupadas en que la pedicura les arreglara los pies como para molestarse y trabajar. Con el tiempo, la mayoría de ellas terminaban renunciando, después de la novedad de haber tenido un trabajo y haber conseguido un marido rico.

Cuando esa mañana Cassie me hizo sonrisitas por encima de su espacioso escritorio, supe que ella ya estaba planeando cómo ocuparía mi lugar una vez que me echaran. Bueno, al menos alguien iba a estar feliz si yo perdía mi trabajo.

El intercomunicador del escritorio de Cassie sonó, sacudiéndola de sus sonrisitas y despertándome de mi oscuro ensueño.

—Cassie, por favor, dile a Bella que pase —dijo la voz de Margaret.

Cassie me miró.

—Está lista para atenderte —anunció con una sonrisa maliciosa.

—Gracias, Cassie —contesté educadamente. Con toda la gracia y el coraje que pude reunir, me levanté y caminé lentamente hacia las grandes puertas de roble de la oficina de Margaret, las que llevaban a su reino interior. Puse la mano en el pomo y cerré los ojos por un instante, tratando de calmarme.

—¿Vas a quedarte ahí o vas a entrar? —dijo Cassie. Me pregunté por un momento cuánto podía sufrir mi karma si golpeaba a Cassie con la silla en la cabeza, al mejor estilo lucha libre. Así, por lo menos, dejaría un legado en Mod más allá del cotilleo «Ella se acostó con Edward Cullen».

Finalmente decidí que golpear a Cassie no era la mejor forma de irme; hice girar el pomo y entré.

Margaret iba vestida con un traje de chaqueta y pantalón hechos a medida. Llevaba el cabello oscuro peinado hacia atrás y tenía los ojos muy maquillados. Se la veía como si estuviera a punto de desfilar por una pasarela (lo que habría podido pasar si hubiese sido unos centímetros más alta y si no hubiera heredado de su madre una nariz levemente protuberante y un mentón demasiado pequeño). Con todo, correspondía que le concediera cierto crédito: no había hecho uso de la cirugía para deshacerse de tales imperfecciones y, con pericia, le había sacado el jugo a aquello que tenía a su favor (lo que, dicho sea de paso, incluía también su situación económica), de modo que siempre lucía impecablemente glamorosa.

Se la veía diminuta detrás de su enorme escritorio, una isla en el centro de un cuarto espacioso, que tenía fácilmente el tamaño de las tres oficinas de las editoras puestas una detrás de otra. La alfombra era de color crema y combinaba con el traje de Margaret. El macizo escritorio y las dos estanterías de libros eran de color negro brillante y todas las noches eran lustrados, ante su insistencia, por el personal de limpieza. Sobre las paredes se alineaban cubiertas de Mod enmarcadas en 24 X 30, recargando de cierta elegancia la decoración. Entre las recientes adiciones a la Gran Muralla, estaban las cubiertas de la edición de junio del año anterior, que tenía mi entrevista con Julia Roberts, y la de enero, que traía un cuestionario que le había hecho a Reese Witherspoon. Miré a Julia y a Reese con tristeza, pensando que ya no tendría oportunidad de entrevistar a gente como ellas... O a nadie más.

A pesar de lo superficial que en ocasiones podía llegar a ser el mundo de las celebridades, me encantaba mi trabajo. Me gustaba que figuras de primera línea como Julia y Reese bajaran la guardia —aunque sólo fuera por un rato—, de modo que pudiese obtener un atisbo de qué y quiénes eran realmente. Había algo a propósito de la humanización de las estrellas más intocables que mehacía sentir que lo que hacía valía la pena. Quería que los lectores supieran que los ídolos de Hollywood eran gente exactamente como ellos.

—Toma asiento, Bella —dijo Margaret sin mirarme.

Tragué saliva, ubicándome en uno de los dos sillones de felpa beis que había enfrente del escritorio. Al sentarme, esbocé una mueca por sonrisa.

Había llegado, era el final del camino.

—Bella, gracias por venir de inmediato —prosiguió Margaret, observándome por encima de los papeles y analizándome detenidamente con sus gafas de Prada. Era como si, para comenzar de manera educada, me engañara antes de dejar caer la noticia de que estaba despedida. Como si no me la viese venir.

—De nada —murmuré, y aspiré hondo.

—Como sabes, Bella, en Mod tenemos una serie de normas profesionales —continuó Margaret diplomáticamente, mirándome desde arriba, sentada en su trono.

Tragué saliva. Bien. Ya estaba preparada para el discurso. Sabía que había actuado mal, pero no tanto como Margaret pensaba. En realidad no había hecho nada con Edward Cullen, contrariamente a lo que Tanya le habría contado. No me había acostado con él. Ni siquiera lo había besado, aunque estaba empezando a desear haberlo hecho, puesto que iba a perder mi trabajo de todos modos. Pero una no puede saberlo antes de tiempo, ¿no?

—Estoy segura de que en las otras revistas en las que has trabajado tienen normas similares, por lo que sin duda estarás familiarizada con lo que quiero decir —prosiguió Margaret.

La miré hasta que ella enarcó una ceja. ¡Ah, estaba esperando una respuesta!

—Sí —murmuré. ¿Podían las cosas ir peor?

—Para permanecer en la competencia, para mantener la integridad, cada revista tiene que mantener ciertos criterios de excelencia —continuó Margaret—. Estoy segura que estás de acuerdo conmigo.

—Sí —repuse mansamente.

Margaret me miró por un momento y me encogí todavía más bajo el peso de su mirada, como si eso fuera posible. Me miraba de manera tan seria que supe que el momento había llegado. Inicié una cuenta atrás mental. Diez segundos más como empleada de Mod. Nueve. Ocho. Siete...

—Razón por la cual quisiera felicitarte por tu gran trabajo con el artículo sobre Edward Cullen —disparó Margaret repentinamente, interrumpiendo mi cuenta atrás.

—¿Eh? —dije, boquiabierta. Tal vez me había vuelto loca o no me había lavado bien los oídos esa mañana.

—Has hecho algo que está por encima y más allá de tus obligaciones para con Mod,logrando un gran artículo que seguramente nos ayudará en la guerra contra Cosmopolitan —continuó de manera animada Margaret—. Quizás en agosto consigamos superarla en ventas, Bella, gracias a tu excelente trabajo. Decidí ponerlo en la portada. Entre tu gran trabajo y la colaboración de Tanya, el artículo es una mina de oro.

La miré tratando de asimilar lo que estaba diciendo. Aquello significaba que tal vez Tanya no le había dicho nada, después de todo. Margaret obviamente no estaba enterada de mi fin de semana con Edward o ya me habría echado a patadas de su despacho. Finalmente me desinflé tan pesadamente por el alivio que casi desaparecí en la silla.

—De hecho, Bella —continuó Margaret—, ésta será la primera vez que presentemos a un hombre en la portada. Dejamos a Julia Stiles para el mes de septiembre. Edward será la cara de nuestra portada este mes.

No me lo podía creer. Con la excepción de Good Housekeeping,con sus ocasionales portadas sobre John Travolta o Tom Hanks, las revistas femeninas nunca ponían hombres en sus cubiertas. Era cierto, revistas como Mod, Cosmo y Glamour jamás se alejaban del formato de portada que incluía a una hermosa mujer. No podía contar cuántas veces Jennifer Aniston, Courtney Cox o Gwyneth Paltrow habían agraciado las cubiertas de las revistas de nuestro género. Puede que penséis que la gente estaba harta de ver a las mismas personas una y otra vez, pero, de algún modo, eso no sucedía.

—¡Uau! —exclamé finalmente, porque advertí que Margaret esperaba una reacción de algún tipo. Estaba demasiado estupefacta para hablar. No sólo no me habían echado, cosa para la cual ya estaba preparada, sino que a Margaret le había gustado tantomi artículo sobre Edward que iba a hacer una jugada arriesgada: hacer que fuera el primer hombre en aparecer en la portada de Mod.

Me sorprendía aún más que el trabajo de Tanya le hubiera complacido tanto a Margaret. Básicamente, no había tocado mi artículo. ¿Era posible que, después de todo, tuviera alguna habilidad periodística? Había llegado a pensar que no era más que un peón sin talento de Satanás.

Estaba tan sorprendida que ni siquiera se me pasó por la cabeza por qué Tanya no le había contado nada a Margaret sobre su encuentro con Edward Cullen en mi apartamento. De ninguna forma podía ser porque Tanya fuera amable. Se traía algo entre manos, y darme cuenta de que no tenía idea de qué era me hizo sentir incómoda. Me había sentido mejor cuando estaba segura de que iría corriendo a contarle a Esme lo de mi relación con Edward.

—Estoy tan segura de que esta portada va a vender bien, Bella, y tan impresionada con tu originalidad y celo profesional, que he decidido otorgarte una pequeña recompensa —dijo Margaret. Me sonrió y, como respuesta, traté de forzar una confusa sonrisa. Otra vez, Margaret parecía estar esperando que yo dijera algo.

—Eh... Gracias —dije en tono vacilante. Era demasiado. Mi artículo sobre Edward era bueno, pero no tanto. O por lo menos eso pensaba. Tal vez mi percepción sobre el artículo había estado teñida por lo que había pasado después. Tal vez había hecho un trabajo mejor de lo que pensaba.

—Quiero darte un aumento —anunció Margaret, colocando las manos sobre el escritorio e inclinándose hacia delante—. Hace tiempo que te lo debíamos, estoy segura. Has hecho un gran trabajo con nosotros y simplemente estoy tan impresionada con tu artículo sobre Edward Cullen que siento que ha llegado el momento.

—¿Un aumento? —dije sin poder creer lo que oía—. ¡Uau! No sé qué decir.

Era como si me hubiera despertado de una pesadilla para encontrarme en un dulce sueño.

—Diez mil más al año —disparó Margaret.

¡Diez mil dólares! Eso era suficiente como para irme de viaje. Suficiente para pagar esa creciente deuda con la tarjeta de crédito que había tratado de ignorar. Un paso más para dejar de sentirme una neoyorquina empobrecida.

—¿No vas a decir nada? —preguntó Margaret.

Reparé en que había estado sentada allí, en silencio absoluto, por más de un minuto, mientras Margaret esperaba una respuesta.

—Aprecio mucho todo esto, Margaret —dije finalmente—. He trabajado mucho con ese artículo, pero no imaginaba que fuera a gustarte tanto. Realmente me siento halagada. —Eso estuvo bien. A pesar de hallarme en estado de shock, había logrado colocar algunas palabras en orden.

—Debería haber siempre una recompensa para aquellos que van más allá del deber —dijo Margaret con una extraña sonrisa en el rostro.

La miré fijamente por un momento y al fin acepté el elogio.

—Gracias —dije sonriendo.

—Sólo quería decirte que apreciaré tu ayuda para promocionar este número —añadió Margaret con el orgullo de un general hablándole a sus tropas. Sofoqué una risa. Realmente ella veía esto como una guerra contra Cosmo.Oh, está bien, si mis habilidades en el combate me habían ganado un aumento, que así fuera. Con una última sonrisa, Margaret se volvió y comenzó a hojear la pila de papeles que tenía sobre su escritorio—. Eso es todo, Bella —dijo bruscamente.

Asentí y me levanté.

—Gracias de nuevo —dije—. En serio.

Margaret asintió sin mirarme.

—Sólo sigue trabajando bien —dijo hojeando sus papeles. Cogió un iluminador amarillo y señaló una línea en una página, sin hacer caso de mí. Me podía retirar, con mi vida y mi trabajo todavía intactos.

Ya fuera de la oficina de Margaret, Cassie me miró detrás de su escritorio, al parecer confusa cuando le dirigí una sonrisita burlona. Pero la sonrisa se me cayó de la cara cuando vi que Tanya estaba sentada allí, esperando ver a Margaret.

—¡Oh! ¡Hola! —dijo con una sonrisa—. Jacob te manda saludos. Dice que le gustaría pasar y llevarse algunas de sus cosas más tarde. Claro, eso si no estás ocupada —concluyó con una gélida sonrisa, y sentí de nuevo aquel dolor en el estómago.

Era evidente que la cosa no había terminado allí. Sabía que estaba celosa por haber encontrado a Edward Cullen en mi apartamento. Y sabía que era la clase de mujer a la que no le gustaba ser derrotada por nadie. Consideraba la visita de Edward como una afrenta personal hacia ella. Como si yo tratase de superar su ligue con George Clooney.

Mientras miraba cómo Tanya se levantaba de la silla y se deslizaba hacia la oficina de Margaret, supe con certeza que ocultaba algún plan en relación conmigo. Y de alguna forma supe que debía de ser algo peor que hacer que me echaran.

* * *

Capítulo 9: CAPITULO 9 Capítulo 11: CAPITULO 11

 
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