EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 149
Visitas: 109195
Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

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Capítulo 20: CAPITULO 20

Introducción al periodismo

Capítulo 20

Historias de portada

El segundo miércoles de julio comenzó como cualquier otro día, o incluso un poco mejor. Dos agentes de prensa me llamaron durante la mañana para confirmar entrevistas con las actrices a las que representaban; además ya me había asegurado a Molly Sims y Kirsten Dunst para las portadas de noviembre y diciembre, y casi había terminado el último artículo tonto que Margaret me había asignado: «Cómo hacer que él se derrita por ti en menos de una semana.»

Me sentía bien, tanto que apenas me preocupaba el que el número de agosto saliese ese día.

Después de todo, sería un alivio que mi artículo decididamente no sexual sobre Edward Cullen llegara a los quioscos de prensa para terminar con ese asunto. Quizás, una vez que el artículo hubiera salido, dejara de acosarme en mis pensamientos. Era aún plenamente consciente de que no había tenido noticias suyas. Sabía que me odiaba.

Para las doce y media, los primeros ejemplares, que solían venir en paquetes de veinticinco, aún no habían llegado. No obstante, traté de no preocuparme por eso y me escabullí para almorzar.

Ya había pagado por mi bol de espuma de polietileno con ensalada y estaba sentada a una incómoda mesita —metida en la parte posterior del París Café de Broadway y la calle Cuarenta y cinco—, cuando Alice me llamó al móvil.

—Será mejor que vengas —me dijo. Sonaba nerviosa, y percibí que había algo ominoso detrás de sus palabras.

—¿Qué ocurre? —pregunté, suponiendo que quizás hubiese pasado algo entre ella y Jasper. Me había temido que fuera demasiado bueno para durar.

—¿Por dónde andas ahora? —quiso saber, en lugar de responder a mi pregunta.

—En el Paris Café. ¿Necesitas que vaya?

—Ven tan pronto como puedas. Estaré delante de nuestro edificio —dijo lacónicamente.

Cortó la comunicación antes de que pudiera decir otra palabra. Con el corazón latiendo a toda velocidad, tiré el resto de ensalada que quedaba, cogí mi cartera y salí fuera del restaurante para encaminarme hacia Broadway.

Mientras esperaba para cruzar la calle, vi a Alice de pie, fuera del edificio, con su cabello color zanahoria al viento. Tenía en la mano una revista que, supuse, era el número de Mod de agosto. Miraba a su alrededor nerviosamente y todavía no me había visto.

—¡Eh! —exclamé, poniéndome detrás de ella y sorprendiéndola. Dio un respingo y se volvió de inmediato, con los ojos muy abiertos. Intenté sonreír—. ¿A qué viene tanta prisa?

Alice no me devolvió la sonrisa, lo que interpreté como un hecho excepcional. Cuando advertí su actitud nerviosa, sus ojos bien abiertos, su expresión seria, empecé a sentir un nudo en la boca del estómago. Me estiré para ver la revista que tenía en las manos, presintiendo que era la causa de su preocupación, pero mantuvo la portada fuera de mi vista.

No podía tratarse de nada bueno.

—Sentémonos —dijo por fin, cogiéndome del brazo y conduciéndome a uno de los macetones de cemento que había frente al edificio. Me senté obedientemente y esperé que Alice hablase.

—¿Estás bien? —pregunté.

Me miró por un momento, y sin decir palabra me puso la revista en las manos con una mueca de resignación.

A veces, en las películas, cuando algo terrible está a punto de suceder, los personajes se mueven de repente a cámara lenta. Una bala se dirige a la cabeza de alguien, y ese alguien es capaz de verla venir, contemplando su vida antes de que lo alcance la muerte. El tren está a punto de arrollar el coche de una joven familia, pero ellos están congelados, observando la locomotora que viene hacia ellos tan despacio que podrían salir y correr un kilómetro antes del choque. Una mujer es empujada desde lo alto de un puente y, mientras cae, tiene tiempo de ver la espuma, el oleaje del mar y los peces debajo de la superficie.

Cuando vi por primera vez la cubierta del número de agosto de Mod,sentí como si el tiempo transcurriera de ese modo también para mí. En los pocos segundos que me tomó echarle un vistazo, el mundo pareció dejar de moverse por completo. El súbito e intenso zumbido que sentí en los oídos bloqueó todos los sonidos que normalmente habría oído en un día de verano: la charla de los que iban al teatro o salían de la sesión en el Winter Garden al otro lado de Broadway; los bocinazos del tráfico, moviéndose ruidosamente y con impaciencia hacia el sur de la ciudad. En lugar de ruido no había nada más que vacío.

—¿Bella? ¿Bella? —oí que decía Alice con preocupación, pero sonaba distante. Mis ojos habían quedado clavados en la cubierta de Mod,que leía una y otra vez para asegurarme de que no tenía visiones, deseando que las palabras se desvanecieran. Pero no. Allí seguían impresas en brillante tinta azul.

»¿Bella? ¿Estás bien? ¡Di algo! —exclamó Alice, sacudiéndome suavemente. La miré aturdida.

—Tiene que tratarse de un error —dije suavemente con una voz que apenas era un murmullo. Fui incapaz de pensar nada más que decir. No podía haber imaginado algo así.

Miré la cubierta una vez más, percibiendo las bellas curvas de los hombros de Edward Cullen, el sugerente brillo de sus ojos, el arco de sus cejas, la humedad de sus labios abiertos en una sonrisa apenas visible. Era una de las mejores fotos que había visto de él. Por un extraño momento, pensé que si me concentraba en esa foto y en nada más, todo saldría bien.

Luego, inevitablemente, mis ojos fueron atraídos por el enorme titular de color azul que aparecía a la altura de sus hombros. El margen derecho tenía los anuncios típicos de Mod:«35 modos de perder peso»; «20 trucos sexuales para intentar este mes»; «50 hallazgos de la moda para este otoño»... Pero apenas los vi. Debajo de Edward Cullen, quien se veía perfecto y levemente pícaro debajo del logo de Mod,había, un titular horrible que se leía en letras mayúsculas, y que sin duda haría que la revista volara de las tiendas de costa a costa: «CÓMO ACOSTARSE CON UNA ESTRELLA DE CINE —rezaba—. EL LIGUE DE UNA NOCHE CON EDWARD CULLEN DE NUESTRA REDACTORA BELLA SWAN (Una exclusiva de Bella Swan para Mod).»

—Oh, Dios mío —musité finalmente, y dirigí a Alice una mirada llena de horror. Tenía un rictus de preocupación dibujado en el rostro—. ¿Cómo...? ¿Por qué...?

—No lo sé, Bella —dijo Alice con gravedad.

Me sentía incapaz de pensar, moverme o siquiera respirar.

—¿Y dentro? —pregunté abruptamente—. ¿Es tan malo como en la portada?...

Alice dudó por un instante; luego, asintió solemnemente.

Aturdida, pasé las páginas de la revista, busqué el sumario y rápidamente encontré el artículo. Justo en el medio de la página había una enorme foto en primer plano de Edward, abrazándome antes de despedirse en la puerta de mi edificio. No me resultaba familiar, pero debía de ser de aquella mañana en que Tanya nos sorprendió. Era la única vez que Edward y yo habíamos estado juntos de manera visible, cuando salimos de mi apartamento. No era una foto profesional: claramente, estaba un poco desenfocada, y mal encuadrada, lo que indicaba que no había sido tomada por un paparazzi. Al menos, sus fotos salían derechas y claras. Tanya habría vuelto con una cámara después de dejar mi apartamento ese día.

El texto era todavía más dañino que la foto. Empecé a leer, con taquicardia:

Durante años, los hombres han practicado las escapadas de una noche con mujeres confiadas, atrayéndolas a sus brazos y murmurando naderías en sus oídos, haciéndoles creer en el amor a primera vista y todas esas cosas que sólo existen en los cuentos de hadas.

Advertí con horror que era el comienzo de artículo que apresuradamente yo había escrito para las «Diez razones para tener un ligue de una noche», que Margaret me había asignado apenasunos días antes de la entrevista con Edward Cullen. A medida que continuaba leyendo, perdía el aliento:

Dado que creemos en sus promesas, nos rompen el corazón y nuestros sentimientos son pisoteados. Pero ¿quién dice que no podamos invertir los papeles y tomar el control de la situación? Amigas, tenéis la potestad de tener un ligue de una noche y de invertir los papeles, rompiéndoles el corazón a ellos.

—Oh, no —murmuré mientras leía, sintiéndome enferma. De repente, el artículo sobre él ligue de una noche iba convirtiéndose en el tercer párrafo del artículo de portada sobre Edward Cullen que yo había escrito:

Basta una mirada sobre Edward Cullen y resulta inmediatamente claro cómo se las arregla para cautivar a las principales actrices dentro y fuera de la pantalla. Su sonrisa ilumina el cuarto, su risa es amable y genuina, y su manera de dar la mano, firme y ligera.

Luego el artículo se desviaba horriblemente hacia algo escrito por otra persona:

 Supe que debía hacerlo mío desde el primer momento en que lo vi.

 Tragué saliva. El artículo cambiaba de rumbo sin ton ni son y se combinaba con mi escrito sobre el ligue de una noche. Me sorprendía ver lo perfectamente bien que fluía, como si yo en realidad hubiese escrito sobre un ligue de una noche con Edward:

 ¿Por qué tener un ligue de una noche? Primero, porque es una gran manera de acariciar el propio ego, especialmente cuando el ligue se tiene con un tipo al que una le ha echado el ojo.

Reconocí la primera razón de mi lista escrita a toda prisa —que había escrito medio en broma—, sintiendo vergüenza ajena pormis propias palabras. Ahora que se volvían en mi contra, me horrorizaba leer la próxima frase, cuya implicación era obvia:

Como la mayoría de las mujeres de Estados Unidos, le había echado el ojo a Edward Cullen desde hacía tiempo, haciendo de él la persona perfecta para un ligue de una noche.

Gemí horrorizada.

Se rumoreaba que Cullen había estado teniendo un aventura con Emily de Ravin, su estrella de reparto en Sobre el ala del águila, algo que él negó tajantemente.

«Nunca hago eso —declaró para Mod—. Emily es una mujer agradable y disfruto trabajando con ella, pero no hay nada entre nosotros. Nunca jamás me involucraría románticamente con una mujer casada.»

Reconocía la cita. Era lo que me había dicho en la calle, después de salir del Atelier. La próxima línea, tampoco escrita por mí, volvió a hacerme avergonzar:

De modo que estaba «libre», y por la forma de enarcar la ceja y la sonrisa que me lanzó, comencé a darme cuenta de que quería decirme algo más. Por ejemplo, que estaba disponible. Para mí.

—¡Oh, Dios mío! —exclamé mirando a Alice, quien estaba sentada en silencio a mi lado—. ¡Jamás habría escrito algo así! ¡Nunca lo habría pensado siquiera!

—Lo sé —dijo en voz baja.

Seguí leyendo horrorizada:

Una de las principales razones para un ligue de una noche: porque todas sabemos que echar un polvo es la mar de bueno.

Palidecí, reconociendo la razón del chiste número diez que había en mi artículo original, y que Alice y yo habíamos supuesto que Margaret iba a quitar. Aparentemente, no tuve esa suerte.

Y ¿qué mejor que echar un polvo con la estrella más sexy de Hollywood?

—¡No! —grité, levantando la vista del artículo—. ¡No puedo creerlo que leo!

—Te entiendo —dijo Alice, apenada—. Yo tampoco puedo creerlo. Es horrible.

Seguí leyendo. En total había unas cuatro páginas completas en las que mezclaban mi artículo sobre el ligue de una noche con el que escribí sobre Edward Cullen, perfectamente unidos con palabras condenatorias que jamás habría escrito. Terminaba tan mal como había empezado:

Cuando nos despedimos en la puerta de mi apartamento, lo miré tiernamente y recordé lo mejor que tienen los ligues de una sola noche: puedes congeniar con el tipo y comenzar a desarrollar una relación.

—¡No! —gemí mirando a Alice. Era la tercera razón que había en mi lista original; la razón por la que me había tomado el pelo.

Con Edward Cullen, el tiempo dirá. Es el tipo de hombre del que toda mujer se enamoraría. Me entristece reconocer que soy una de esas mujeres. Pero no importa lo que vaya a pasar, siempre guardaré el recuerdo de nuestro ligue de una noche.

Cerré la revista tan pronto como terminé de leer la última línea, devolviéndosela de inmediato a Alice. Quizá si me desembarazaba de ella sería como si nunca hubiese sucedido. Ya no podía soportar tenerla frente a mí ni un minuto más. Hacía que lo de Tattletale fuese como un juego de niños. Era lo peor que hubiera podido imaginar.

—¿Qué hago? —le pregunté finalmente a Alice en un murmullo.

—No lo sé —respondió.

—Ha sido Tanya, ¿no? —inquirí sin más rodeos. De repente, me sentí furiosa.

—Tiene que haber sido ella —concedió Alice. Dudó un instante y añadió—: Fue la que se encargó de la edición.

—Pero yo vi la versión editada —susurré.

—Debió de regresar para cambiarla más tarde esa misma noche, después de que tú lo firmaras. Era un plan perfecto. Vuelve a ti sirviéndose del supuesto de que te acostaste con una estrella de cine y le gana el puesto de editora ejecutiva a Esme.

—Oh, Dios mío —dije en voz baja, mirando a Alice horrorizada. Por supuesto, tenía razón. Era una idiota por no haberme dado cuenta—. Eso aumentaría nuestras ventas y parecería que fue Tanya la que lo logró.

—Tengo que hacer algo —dije al fin.

Alice asintió.

—Podrías denunciarla —propuso. La miré sorprendida. Una acción legal contra Moa nunca se me había ocurrido. Alice leyó la renuencia en mis ojos—. ¿Sabes? Ésta es la clase de cosa por que se supone que una puede poner una denuncia. No sería una cuestión de frivolidad. Casi estás obligada a hacerlo, si no parecerá que has accedido a que se publique lo que escribiste.

—¿De veras piensas eso?

—Es suficiente —dijo Alice con firmeza—. Eso es definitivamente difamación, libelo o calumnia, una de esas cosas. Estoy segura de ello.

La miré por un instante. Me sentía mareada.

—Está bien —dije finalmente—. Lo haré. —Guardé silencio durante unos segundos, mientras pensaba qué otra cosa podía hacer. Miré a Alice con tristeza—. Ahora tengo que renunciar.

—Yo también —dijo Alice. Y me abrazó—. Al menos, podemos ser desempleadas juntas.

—¡No tienes por qué renunciar! —exclamé.

—Pero quiero hacerlo —repuso de inmediato—. Para mí, ésta es una cosa terrible que no se debe hacer, y no puedo trabajar más en un lugar donde te tratan de ese modo.

Durante el viaje en ascensor hasta el piso cuarenta y seis, permanecimos en silencio. No sé qué estaría pasando por la mentede Alice. Yo trataba de mantener la mía preparada, pero seguía volviendo peligrosamente a Edward, y advertía con una sensación de naufragio que, si aún no me odiaba después del lío de Tattletale, con el artículo de Mod mi suerte estaba echada.

Lo peor era que nunca se enteraría. Probablemente creyera que yo había organizado todo aquello para herirlo o progresar en mi trabajo. Por la razón que fuera, había confiado en mí y se había ocupado de mí de un modo en que ningún hombre había hecho nunca. Y mirad lo que le había pasado por ello.

—Tú primero —dijo suavemente Alice cuando salimos del ascensor y entramos en la recepción—. Buena suerte —agregó cuando doblamos por el corredor, y me pasó el ejemplar de Mod que llevaba enrollado.

—Gracias —murmuré.

Volvimos a doblar y llegamos a la recepción de la oficina de Margaret, donde Cassie, su secretaria, me hacía sonrisitas con un ejemplar del número de agosto en la mano.

—Oh, vaya... esto es un poco embarazoso —dijo fríamente.

La ignoré.

—¿Está Margaret? —pregunté.

—Sí, pero está hablando por teléfono —contestó Cassie. Sin embargo yo ya estaba pasando a su lado en dirección a las fastuosas puertas de roble de la oficina de Margaret—. ¡Eh!, espera, no puedes entrar así... —gritó detrás de mí, mientras yo abría las puertas y me adentraba en el despacho.

—¡Bella! —exclamó Margaret, mientras yo cerraba de un portazo, roja de ira. Ella dijo algo rápido al teléfono y colgó—. Ésta es una sorpresa inesperada. —Sonaba un poco nerviosa y no la culpé por eso—. Siéntate —agregó, señalando el sillón que había frente a su escritorio.

—Creo que me quedaré de pie —dije, apretando el puño izquierdo y la copia de Mod con la otra mano. Margaret miró la revista y luego a mí. Abrió y cerró la boca, sin palabras. El silencio se hizo espeso y pesado entre nosotras.

—Esto... buenas noticias —dijo, tratando de romper la incómoda quietud que nos había inundado—. Era el presidente de la compañía. Las ventas ya están alcanzando nuestro techo. El número está creando un buen alboroto. Hemos recibido llamadasde la CNN, de Fox News, del New York Times, del Los Angeles Times y de Reuters. Esto es enorme. ¡Felicitaciones, Bella!

Me miró ansiosa, esperando una respuesta. Estaba claro por su expresión que pretendía que yo estuviera tan entusiasmada como ella, que me eyectara hacia delante y la felicitara. Pero mientras continuaba mirándola, comenzó a retorcerse de nuevo. Parece que finalmente se dio cuenta de que no iba a descorchar botellas para celebrar nada con ella.

—¿Por qué? —pregunté finalmente.

Me miró confusa.

—¿Por qué subieron las ventas? —preguntó con una sonrisita nerviosa—. Bueno, Bella, tu artículo es maravilloso y todo el mundo habla de él y...

—No —la interrumpí—. Te estoy preguntando por qué me haces esto.

Pareció preocupada de nuevo.

—¿Por qué hago el qué?

—Esto —dije. Sostuve la revista en alto y con el dedo señalé el titular escandaloso debajo de la foto de Edward.

—No entiendo, Bella —dijo Margaret inocentemente—. Pensé que te complacería.

Estaba a punto de estallar, tratando de formular mi siguiente frase con cuidado.

—¿Pensaste que me complacería? —le pregunté casi ahogándome con esa última palabra—. Margaret, esto es una mentira. Me has difamado. Has difamado a Edward Cullen. No hay excusa para haber hecho esto.

—¿Qué dices? —dijo Margaret débilmente. La preocupación apareció en su cara—. Tanya me dijo que te iba a molestar un poco, pero me aseguró que era verdad.

—¡Pero yo no me acosté con Edward Cullen! —bramé.

Margaret rió. Rió de verdad.

—Bella, querida —dijo con tono de condescendencia, pero evidentemente nerviosa—. ¿A qué viene todo esto? Sé que te acostaste con Edward Cullen. No tienes que mentirme sobre eso. No hay nada de qué avergonzarse.

—No me acosté con Edward Cullen —insistí—. No intimé con él. No lo besé. Ni siquiera le hice ojitos. ¿Lo entiendes? Puedo ponerle una demanda a Mod por muchos millones. ¿Entiendes que no puedes hacerle esto a nadie?

En el momento en que pronuncié la palabra «demanda» Margaret palideció. Repentinamente parecía aterrorizada e insegura.

—Bella, no puedes decirlo en serio. —Comenzó a temblar y su falso acento británico desapareció—. Tanya me contó que te encontró con Edward Cullen en tu apartamento. Que dormiste con él.

—Y yo te dije una y otra vez que no —aseveré con firmeza.

—Sí, ya lo sé —dijo rápidamente—. Pero pensé... bueno, supuse... que sólo estabas siendo pudorosa o que te preocupaba tu trabajo. Además, en el momento en que todo se destapó por el asunto de Tattletale, la revista ya estaba en imprenta. —Inclinó la cabeza y me miró confusa—. ¿Realmente me estás diciendo que no te acostaste con él?

Parecía genuinamente sorprendida. Por un instante, sentí pena por ella. Estaba totalmente azorada. Nunca se le había ocurrido que el artículo podía ser una mentira. Sabía que yo me sentiría mortificada, pero eso no le había importado. Pero, ahora que sabía que podía enfrentarse a un problema legal, parecía una chiquilla asustada.

—Te digo que no me acosté con él —insistí con toda la firmeza de que fui capaz. Pareció conmocionada y asustada—. Y te lo habría dicho el otro día si te hubieras molestado en preguntarlo —agregué.

—Pero Tanya dijo... —protestó con un hilo de voz.

—Tanya busca ascender y ganar más dinero —dije—. Ésta era la forma en que pensaba conseguirlo. «Mira, las ventas están por las nubes. Y parece que es por una historia que ella editó...»

—Pero... —Margaret hizo una pausa y me miró—. Pero tú escribiste ese artículo.

—No —respondí tajante—. Yo escribí un perfil de Edward Cullen. Tanya lo reescribió completamente, combinándolo con ese artículo estúpido sobre los ligues de una noche que me asignaste.

Nunca había tratado con rudeza a Margaret. Siempre había imaginado el día en que pudiera decirle cuan ridículos eran ella y sus encargos, pero nunca pensé que sucedería de aquella forma.

—No, no puede ser —susurró Margaret horrorizada.

La miré fijamente.

—Tengo el original, la versión que firmé, en mi ordenador y tengo una impresión en mis archivos —dije con voz gélida—. Te la puedo traer si quieres verla.

—No —repuso en tono de derrota—. Te creo. Pero ¿por qué ha hecho esto?

—Tanya me odió desde el día en que me contrataste —dije dándole la versión abreviada—. Además de eso, la prima de Tanya se acuesta con mi novio. Tanya vino a recoger las cosas de su prima una mañana, y encontró a Edward Cullen en mi apartamento. Él estaba ahí porque sabía que yo había sorprendido a mi novio con otra y quería asegurarse de que estuviera bien. Es un buen hombre. Nunca me acosté con él. Ni siquiera lo besé. Tanya lo sabe. Pero le di la idea perfecta acerca de cómo ser ascendida —continué—. Después de todo, ella siempre mintió sobre haberse acostado con George Clooney durante años. Esto no era algo demasiado distinto, sólo había que tratar de hacerlo sonar como si fuera real.

Me detuve y Margaret me miró.

—Pero ¿por qué me hace esto a mí? —preguntó en voz baja. Quizá creyese mi explicación sobre Edward y se preguntara cómo salvar su propio pellejo. Pero era un poco tarde para eso. Me encogí de hombros.

—No le importas. Ni tú ni nadie —dije—. Ella quiere ascender y hará todo lo que haga falta para conseguirlo.

—No, eso no puede ser —susurró Margaret, algo más que atemorizada.

—Voy a poner una demanda a la empresa —dije, ignorando la expresión de horror que cruzaba la cara de Margaret. Repentinamente me sentí más tranquila—. Y también le pondré una a Tanya. —El plan cristalizaba a medida que las palabras salían de mi boca. Los ojos de Margaret parpadearon con nerviosismo—. Y tú vas a declarar en su contra porque debe quedar bien claro que esto lo hizo ella —añadí con firmeza—. Si no, tú serás la única que se vea en problemas debido a esto.

—Sí, sí, por supuesto —murmuró Margaret.

Me sentí repentinamente cansada.

—Ahora me voy a casa —anuncié. Dejé la revista sobre su escritorio. Se había terminado. Sin más. Todo por lo que había trabajado.

—Bella, no sé qué decir —murmuró Margaret tratando de suavizar las cosas. Estaba aterrorizada de perder su trabajo, lo que probablemente formara parte del plan de Tanya—. Te compensaré por esto. Lo juro. ¿Qué te parece un ascenso? ¿Redactora jefe, tal vez?

Negué con la cabeza.

—Renuncio, Margaret —dije—. No hay nada en el mundo que me haga trabajar para esta revista de nuevo.

Caminé con calma hacia las grandes puertas de roble y salí del despacho. Al otro lado estaba Alice esperándome.

—¿Lo has hecho? —susurró—. ¿Has renunciado?

Asentí. Alice asomó su cabeza dentro del despacho donde todavía estaba Margaret en estado de shock.

—¡Yo también renuncio! —anunció.

Margaret la miró con ojos vidriosos y Alice cerró las puertas. Cassie nos miró con la boca abierta.

—Ah, y tú... —dijo Alice dirigiéndose a Cassie, como dándose cuenta de su presencia. Me sonrió y volvió su mirada a la secretaria de mandíbula caída—. Cuando Margaret pierda su trabajo, lo que seguramente va a suceder una vez que Bella le ponga una demanda a la revista, te vas a quedar sin trabajo también. Aquí todo el mundo sabe que eres una inútil. Todas esas veces que has tergiversado lo que nosotras enviábamos a Margaret; todas esas veces que olvidaste pasar un recado importante; todas esas veces que con una sonrisa decías a las redactoras que no importaba cuánto se esforzasen porque tú tenías preferencia... En fin, no creas que ninguna de nosotras olvidará todo eso. En tres semanas volverás arrastrándote junto a tu madre.

Reí cuando vi que Cassie parpadeaba.

—Ha sido un placer trabajar contigo —concluyó Alice sarcásticamente, y volví a reír—. Bueno, ya está —añadió animada, volviéndose hacia mí, y me dio una palmada en la espalda—. Vamos a limpiar nuestros escritorios y a tomar una copa.

Sonreí. Había perdido a mi novio, mi trabajo y mi reputación, pero al menos tenía la mejor amiga del mundo.

tenía la mejor amiga del mundo.

tenía la mejor amiga del mundo.

Capítulo 19: CAPITULO 19 Capítulo 21: CAPITULO 21

 
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